En varias Newsletters anteriores hemos reflexionado sobre la conveniencia de conocer la realidad objetiva a efectos del buen gobierno. Y en todas ellas hemos sostenido que, en esencia, la razón depende de la verdad y que sólo cuando el gobernante o el opositor político conocen y asumen las cosas como son en sí, alcanzan esa verdad, lo que les permitirá actuar con razón y no contra ella; mientras que de otra forma caen en el error y, por tanto, en la acción política inútil, cuando no perniciosa.
Este es un razonamiento muy sencillo, aunque puede parecer difícil de sustanciar porque conocer la realidad objetiva no es tarea fácil. No en vano, muchos filósofos ilustres han convenido en sostener de distintas formas que en relación con un mismo objeto o sujeto pueden existir tantas realidades como puntos de vista, e incluso no existir ninguna. Nietzsche, por ejemplo, afirmaba que detrás de la realidad en la que existimos, hay otra distinta, o completamente distinta, y que, por consiguiente, la primera no es sino una ‘apariencia’.
No obstante, la política se sitúa básicamente en el plano de la praxis y no en el de la especulación teórica, por lo que el necesario acceso a esa realidad objetiva ha de ser igual de práctico, y no filosófico. Y es en ese ejercicio donde el gobernante debe mostrar la verdad a los gobernados, es decir, la realidad natural, y ante ella, esgrimir el poder y la precisión de sus pensamientos.
Sólo cuando conocemos las cosas como son en sí, alcanzamos la verdad. De otra suerte se cae en el error y, por tanto, en el mal gobierno. El gobierno de la razón, que es el gobierno justo, se asienta en el conocimiento de la verdad objetiva, porque la razón, en esencia, depende de la verdad…
EN LA SENDA DEL ‘MINISTERIO DE LA VERDAD’
En España -no en otros países de mayor y más auténtica tradición democrática-, la lucha partidista por acceder al poder, o mantenerse en él, es cosa bien distinta. En ella, es decir en la política actual, de aquí y de ahora, el abuso del exceso propagandista, de las promesas falsarias y de todo tipo de manipulaciones informativas y en todos los ámbitos, es constante: es una lamentable consagración del ‘Mundo de la Gran Mentira’, una exaltación de lo que se podría definir como el ‘real-imaginario orwelliano’.
En su novela política titulada 1984 (resultado de intercambiar la posición de los dos últimos dígitos del año en el que se escribió el libro, 1948), George Orwell describe una sociedad asentada en un Londres futuro, que es parte de una región llamada ‘Franja Aérea 1’ (“alguna vez fue llamada Inglaterra o Britania”), integrada, a su vez, en ‘Oceanía’, que es un inmenso Estado colectivista correlacionado con el mundo anglosajón, enfrentado a otras dos superpotencias, ‘Eurasia’ y ‘Estasia’. En él, la sociedad está dividida en tres grupos: los miembros ‘externos’ del Partido Único; los miembros del Consejo dirigente, o círculo ‘interno’ del partido, y una masa de gente marginada que vive atemorizada y aislada de la política, los ‘proles’.
Los miembros ‘externos’ constituyen la burocracia del aparato estatal (de ahí la necesidad de su estricta vigilancia) y viven sometidos a un control asfixiante, alienados por una propaganda constante que les impide pensar críticamente. El Estado suprime todos los derechos civiles, condenando a los ‘externos’ a una existencia poco más que miserable, con riesgo de perder la vida o sufrir vejámenes espantosos, si no muestran una constante adhesión a la causa nacional.
Y para que se pueda contrastar esa fidelidad absoluta, se ven obligados a participar activamente en numerosas manifestaciones, gritando consignas favorables al Partido Único, vociferando contra unos supuestos traidores y dando rienda suelta al fanatismo más desaforado. Solo así, sumergidos en esa fervorosa exaltación, pueden escapar a la omnipresente vigilancia de la policía del pensamiento.
En su narración, obra maestra de la ciencia ficción distópica (contraria a la utópica), Orwell hace una descripción analítica de los regímenes políticos totalitarios, con especial referencia al stalinismo imperante en su época, como sugiere incluso el título que da al dictador: ‘Gran Hermano’. Y, en ella, el personaje central -el hilo conductor- es ‘Winston Smith’, un funcionario del Ministerio de la Verdad dedicado a manipular o destruir todos los documentos históricos para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia mantenida por el Estado -la historia reescrita a conveniencia-, ironizando así sobre el ideal declarado en el nombre del Ministerio.
Los otros tres ministerios del sistema son: el del Amor, que administra los castigos y la tortura y reeduca a los miembros del Partido inculcándoles una reverencia férrea por su ideología y por el ‘Gran Hermano’; el de la Paz, que se esfuerza en que la guerra sea permanente, y el de la Abundancia, cuyo objetivo es conseguir que la gente viva siempre al borde de la subsistencia mediante un duro racionamiento.
Al mismo tiempo, el Partido maneja tres lemas básicos:
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- “Guerra es Paz”. Porque, ante el temor al enemigo exterior, la guerra provoca que los ciudadanos no se levanten contra el Estado, que es la estratagema con la que se mantiene la paz. Así, el partido invierte los términos sosteniendo que “Paz es Guerra”.
- “Libertad es Esclavitud”. Pues, al no conocer otra cosa, el esclavo se siente libre. De este modo, “Esclavitud es Libertad”.
- “Ignorancia es Fuerza”. Ya que la ignorancia evita cualquier rebelión contra el Partido, por lo cual “Fuerza es Ignorancia”.
Pero la novela de Orwell no pierde vigencia en la sociedad actual, en la que el control a los ciudadanos, coercitivo o no, se halla más perfeccionado que en ningún otro momento de la historia de la Humanidad. Sin profundizar en su interpretación del mundo legado por la Segunda Guerra Mundial, ni en otros de los sugerentes aspectos de su crítica social, sí que conviene recordar cómo Orwell describe el combate del poder político contra la verdad, porque en gran medida es el mismo que hoy en día corroe nuestro modelo de convivencia democrática.
La guerra contra la verdad que nos describe en 1984, orquestada, como sucede ahora a través de los medios de comunicación social, consiste en un constante e intenso lavado de cerebro de las masas para conformar la realidad que el Partido quiere imponer; lo que, a falta de pruebas en contrario, termina por ser La Verdad. De esta forma, se entrama un nivel profundo y muy sólido de cohesión del sistema político, que puede anular las últimas manifestaciones espontáneas de contestación en el supuesto de que la apelación al enemigo externo, o a la desviación ideológica, no fueran suficientes. Orwell muestra un sistema en el que no solo hay que amar al ‘Gran Hermano’ (podemos decir a la Falsa Democracia o en otros modelos al Jefe del Estado vitalicio), sino que también hay que agradecerle el bienestar y los adelantos logrados, que sean los que sean se le deben exclusivamente a él.
Así, la única manera de perpetuar el régimen dictatorial -viene a explicar Orwell- es falsear la realidad con una mentira permanente. Para que el sistema funcione, hay que acabar con la disidencia. El ‘crimental’ (crimen mental) es el mayor delito posible y, para evitarlo, hay que terminar con las causas que conducen al mismo. Hay que manipular el pasado y, si no fuera suficiente, hay que hacerlo inexistente: “Quien controla el presente controla el futuro. Quien controla el pasado controla el presente”.
Este axioma tiene una interpretación evidente: el futuro será de quienes han manipulado el pasado hasta el punto de modelarlo y presentarlo a su antojo, a su imagen y semejanza, como quizás ha podido suceder con la Transición Española. Anulando cualquier tiempo que no sea el presente del propio sistema se podrá evitar la contestación al régimen, puesto que la disidencia suele recurrir a factores históricos, a un pasado en el que las cosas no eran como son ahora, y ese recurso al pasado conduce a rectificar el presente y mejorar el futuro. Y, por tanto, estas posibilidades se atajan de raíz anulando la línea temporal.
Esa realidad falseada configura, pues, un futuro perfecto. El pasado, en perpetuo movimiento, dará lugar a un futuro inmóvil, en el que no quepa la disidencia porque ya no existirá palabra para la disidencia. La ‘neolengua’ se encargará de ello. El lenguaje modelará la mentalidad de los hombres y mujeres futuros, en la misma medida que la manipulación de la Historia…
En la sociedad descrita por Orwell, llegará un momento en que el tiempo se estanque, por tanto, como todo cuerpo perfecto, un culmen en el que la entropía, el desorden del sistema, habrá desaparecido y se encontrará en estado de reposo absoluto. Sólo en ese momento darán igual el pasado y el futuro, puesto que sólo se vivirá en el presente. En 1984 ese momento no está lejano. Los expertos prevén que hacia 2050 -prosigue la narración- se publicará la edición definitiva del ‘Diccionario de neolengua’. Esa es la fecha que el ‘Ingsoc’ (las directivas del Partido) se ha marcado para controlar la realidad. Una fecha tal vez irreal, puesto que ‘Winston Smith’, el gran retocador de la historia, no tiene la certeza de la fecha en que vive y elige 1984 sólo como fecha aproximativa para comenzar su diario, no por tener conciencia propia del tiempo real. Es probable que la acción de 1984 ni siquiera transcurra en el año 1984. El tiempo está dejando de existir.
Pero este ideal puede no alcanzarse, porque el riesgo del libre pensamiento seguirá existiendo mientras no se hayan borrado todos los registros del pasado que puedan comprometer el presente y no se haya perfeccionado la estructura mental de los habitantes de la ‘Oceanía’ futura. Y sólo con la violencia se puede erradicar el germen del individualismo…
MENTIRA BIEN INVENTADA, VALE MUCHO Y CUESTA NADA
El analista avezado podrá encontrar o no similitudes entre la sociedad del futuro que Orwell anunció en el año 1948 y algunos elementos y factores que configuran la actual sociedad globalizada. Pero, en todo caso, podrá ponderar hasta qué punto inspira a la España de la política mentirosa y en particular al gobierno de Rajoy.
Lo evidente e incuestionable es que la política española se mueve en un permanente ejercicio de la mentira, más o menos sutil, que, además de ser propio de gobernantes de muy escasa convicción democrática y menor capacidad personal, como la mayoría de los actuales, también es el refugio de los más mezquinos y de los más tontos; quienes, si uno se detiene en tal observación, no dejan de ser los que más mienten. Y en el que, como clamaban los socráticos, el peor engaño es el de los que, careciendo de méritos para ello, se hacen pasar sin pudor alguno ante sus conciudadanos por hombres capaces de gobernar el país.
El Gobierno de Mariano Rajoy no tiene -ni mucho menos- el copyright ni la exclusiva de la mentira política, pero la practica plenamente y la lleva, en efecto, a niveles grotescos. No hablamos de sus interpretaciones sesgadas de la realidad, ni de sus versiones interesadas de los hechos más evidentes, y ni siquiera de los silencios mentirosos que tienen por objeto procurar un bien antes que un mal, que también, sino que hablamos directamente de la pura y dura mentira: la expresión o la manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.
Rajoy y su gobierno en pleno, mienten plenamente, con la mentira falsaria que engendra otras innumerables mentiras y con la mentira diabólica que hizo proclamar a Lord Byron: “La mentira es precisamente la forma del demonio. Satanás tiene dos nombres: se llama Satanás y se llama Mentira”. Pertenecen a la clase de mentirosos universales que, con sus embustes, siempre han dado lugar a todos los delitos que se comenten en el mundo: son la clase de políticos que, como decía Lord Palmerston de Napoleón III, “mienten hasta cuando no dicen nada”…
Mienten cuando reinterpretan las demoledoras cifras del desempleo oficial, que sigue en alza sistémica descontando incluso los parados que se han visto obligados a emigrar o a auto excluirse del mercado laboral. Mienten al alardear de un mínimo aumento de cotizantes a la Seguridad Social, sin explicar que se trata de trabajos temporales y sin reconocer la precariedad y hasta la inviabilidad general del sistema de prestaciones sociales. Mienten cuando afirman que las pensiones suben o mantienen su poder adquisitivo. Mienten cuando reestructuran la medición del IPC para exhibir una falsa contención del mismo…
Mienten cuando aseguran que el rescate del sistema bancario no computa como deuda pública y que no supone gasto alguno para los contribuyentes. Mienten cuando afirman que vuelve a fluir el crédito bancario, que sólo alcanza en realidad a financiar a los amigos del poder y a refinanciar las emisiones de la deuda del Estado con beneficios muy fáciles y jugosos para sus accionistas a costa de los contribuyentes. Mienten cuando presentan como un logro político que la prima de riesgo de la deuda pública se sitúe por debajo de los 250 puntos, porque ese sigue siendo un parámetro insostenible que la lleva de forma galopante a superar el 100% del PIB…
Mienten cuando dicen que su política económica favorece el crecimiento de las exportaciones, porque eso sólo es posible gracias a la renuncia obligada de cualquier beneficio empresarial y a causas exógenas y de coyuntura o evolución de otros mercados exteriores; o cuando aseguran una mejora en la competitividad del sistema productivo español a nivel mundial (no a la simple cotización del euro). Mienten cuando niegan la existencia de una economía sumergida muy superior al 25% del PIB, y en consecuencia dejan que siga creciendo hasta niveles de imposible reconducción. Mienten cuando en cada nuevo ejercicio presupuestario vuelven a posponer otra vez la previsión de recuperación económica asegurada previamente…
Mienten cuando venden a la opinión pública un programa de reformas profundas de la Administración, en realidad inexistente. Mienten cuando aseguran que no aprobaran más reformas antisociales. Mienten cuando enmascaran el negocio interesado de las privatizaciones de la gestión pública con una falsa mejora del sistema y con una bajada de los costos de explotación. Mienten cuando anuncian un mayor flujo de capital extranjero como un aumento de las inversiones, porque en esencia no son tales, sino adquisiciones especulativas en un mercado inmobiliario en rebajas que ha sido previamente arruinado para ello…
Mienten cuando quieren convencer a la ciudadanía de que sus apoyos a las grandes empresas constructoras y de servicios que operan en el exterior, por ejemplo, tienen incidencia en la creación de empleo nacional, porque no la tiene y porque solo sirve para hacer más ricos a sus accionistas y más pobres a los que esas mismas empresas han dejado sin trabajo en España. Mienten cuando dicen apoyar a las pequeñas empresas, a los trabajadores autónomos o a los jóvenes emprendedores para que puedan coadyuvar así a la creación de empleo, porque su ayuda es absolutamente nimia. Mienten gravemente cuando aseguran velar por una Administración de justicia independiente, gratuita e igual para todos los ciudadanos, conforme a los principios de la Constitución. Mienten cuando sostienen sin sonrojo alguno la independencia de la Fiscalía General del Estado, del Defensor del Pueblo, del Tribunal de Cuentas, del Tribunal Constitucional...
Mienten cuando propugnan una España solidaria al tiempo que fomentan la España asimétrica y separatista, de los ciudadanos desiguales. Mienten al proclamarse demócratas absolutos mientras conservan el privilegio electoral de los partidos mayoritarios frente al justo derecho de las minorías. Mienten al ocultar la inconstitucionalidad de la vigente Ley 9/1968, de 5 de abril, de Secretos Oficiales, franquista, que ampara la sistemática conculcación de derechos fundamentales. Mienten cuando celebran la victoria política del Estado de Derecho sobre ETA, porque ha sucedido justamente todo lo contrario. Mienten cuando dicen solidarizarse con las víctimas del terrorismo etarra, porque las ofenden siempre que hay ocasión. Mienten cuando aseguran tener la obligación de cumplir las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (que debería ser así), porque jamás han cumplido las que no les ha convenido cumplir… Mienten, mienten y mienten, agarrados a uno de los más innobles refranes de la España rufianesca: “Mentira bien inventada, vale mucho y cuesta nada”.
Y mienten, por supuesto, cuando hablan de brotes verdes inexistentes en la resolución de la crisis económica y de puntos de inflexión, que a lo sumo son estadios iniciales de estancamiento combinados con deflación o inflación (que no se sabe que puede ser peor); o cuando aseguran que 2014 será el “año de la recuperación”. Mienten cuando prometen una inminente rebaja de impuestos, porque la presión fiscal general, incluyendo el aumento de las tasas públicas, seguirá siendo el mismo o superior. Y vuelven a mentir, en fin, cuando van más allá de afirmar que las cosas ya no irán a peor y pregonan que “España va bien”, porque va a seguir yendo muy mal. Todo ello alentado, activa o pasivamente, por unos medios de comunicación social subordinados en su supervivencia a los favores del Gobierno, nacional o autonómicos, y sus aliados: la banca y los grandes grupos económicos…
Pero aun así, y después de tanta mentira gubernamental consentida y hasta aplaudida, Claudi Pérez, corresponsal de El País en Bruselas, colaba hace muy poco otra de sus reveladoras crónicas (05/11/2013) sobre la verdadera situación en la que continúa sumergida la economía española, ahora al amparo de lo declarado ese mismo día por Olli Rehn, actual comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, poniendo el dedo en la llaga de la política mentirosa, además de inoperante, del Gobierno de Rajoy. Con el título Rehn: España necesita reformas con urgencia (Bruselas rebaja la previsión de crecimiento para 2014 al 0,5%), escribía:
Después de tres años en los que se han sucedido dos reformas financieras, una reforma de pensiones, dos reformas laborales y en medio de una dolorosa devaluación interna para purgar la década de excesos anteriores, “España e Italia son los dos países donde más urgentes son las reformas económicas”. Bruselas quiere seguir con los ajustes: el vicepresidente económico de la Comisión Europea, Olli Rehn, ha presentado este martes las previsiones de otoño con ese mensaje político, mucho menos complaciente de lo que esperaba el Gobierno, y con una nueva ronda de datos que vienen a enfriar el optimismo de Madrid.
El PIB caerá el 1,3% este año, algo mejor de lo que vaticinaba Bruselas hasta ahora, pero lo esencial es que la recuperación será aún más pálida de lo que parecía: la economía crecerá apenas un 0,5% en 2014.
Y lo más importante: la tasa de paro no bajará del 25% al menos hasta 2016.
Queda todavía un largo ajuste por delante. Recortes y reformas adicionales que funcionan, al menos a corto plazo, como una camisa de fuerza para la tan ansiada recuperación, que se adivina vidriosa, de trazo vacilante. Pese a que Rehn ha rehusado concretar si pedirá más ajustes en los países que han obtenido plazos más holgados para cumplir el déficit (España, pero también Francia y Holanda), en el caso español sí indicó por dónde van los tiros: “El intolerable y altísimo nivel del paro exige medidas muy contundentes, especialmente con los jóvenes”.
“Lo que se necesita es una combinación de un crecimiento más alto a medio plazo, que en el caso de España requiere reformas económicas de largo alcance para apoyar la evolución hacia un nuevo modelo más sostenible tras la burbuja inmobiliaria, y un mercado de trabajo que funcione bien”, ha afirmado. A juzgar por esas opiniones, la reforma laboral socialista y la aprobada por el Gobierno de Mariano Rajoy no parecen suficientes, pese a los primeros indicios de estabilización del mercado laboral. “El paro ha sido menor del que hubiera existido sin las reformas”, ha dicho Rehn, “pero es importante que España mantenga el pulso de las reformas”.
El Gobierno está pendiente de la evaluación de la OCDE (el think tank de los países ricos) sobre la reforma laboral para acometer lo que fuentes del Ejecutivo califican como un “ajuste fino” del que aún se sabe poco. Pero las previsiones para España señalan una tendencia muy marcada: el empleo volverá a caer, por quinto año consecutivo, hasta el 0,7% en 2014; esa cifra prácticamente tumba los augurios del Gobierno, que esperaba creación neta de puestos de trabajo en los trimestres finales del año próximo. Además, los costes laborales caerán este año, el próximo y el siguiente: la devaluación interna sigue su curso, en busca de la competitividad perdida. “La flexibilidad salarial es excelente para la competitividad exterior, pero supone un freno a la demanda interna. Con la tendencia actual se hace difícil pensar que la economía española pueda dejar atrás tasas de paro socialmente insoportables al menos durante una década”, apuntan fuentes comunitarias.
Las condiciones financieras de la economía española han mejorado, pero el crédito sigue cayendo. El estado de salud de la banca, inmersa en un proceso de desendeudamiento y recapitalización, es algo más positivo, pero eso no va a revertir la tendencia del crédito en el corto plazo. Hay indicios más favorables: la demanda interna “se estabiliza lentamente”, según Bruselas; las exportaciones se mantienen fuertes; la inversión extranjera ha dado alguna sonora campanada y, en general, el clima económico mejora a ojos vista. Y aun así Bruselas muestra una cautela notable.
Esa prudencia obedece a dos razones fundamentales. Uno: pese a la moderación salarial y a la mejora de productividad, el paro va a seguir siendo elevado durante mucho tiempo, con los consiguientes efectos secundarios a lo largo y ancho de la economía. “El desempleo caerá gradualmente en el horizonte de estas previsiones”, dice el informe: tan gradualmente que para 2015 la tasa de paro será del 25,3%. El otro factor de preocupación es el déficit: la austeridad va a continuar, aunque sea a ritmos más moderados, pero para alcanzar los objetivos no va a ser posible olvidarse de la tijera. Bruselas prevé un déficit del 6,8% del PIB este año y del 5,9% en 2014, pero sin medidas adicionales el agujero volvería a ampliarse al 6,6% en 2015.
En otras palabras: harán falta medidas adicionales para el déficit, como harán falta más reformas para remozar la economía, según la tesis de Bruselas. Hay signos de esperanza aquí y allá; la austeridad se ha suavizado, y España va por el buen camino. Pero el mensaje político de Bruselas es inmutable: en Madrid, como en el resto de capitales europeas, “se necesitan esfuerzos políticos extra para acompañar las diversas dimensiones del ajuste”, resume Marco Buti, número dos de Rehn.
RAJOY Y EL FANTASMA DE LAS PROMESAS INCUMPLIDAS
Pero es que ese difícil futuro inmediato, errado en el análisis y la diagnosis de la situación, y en consecuencia con una previsión de objetivos a cumplir falsa, se encuentra especialmente oscurecido por el fantasma de las muchas promesas electorales y de política gubernamental ya incumplidas por el presidente Rajoy. Todas ellas son bien conocidas, pero a efectos de saber cómo se las gasta el personaje en cuestión y lo que en realidad se puede esperar de sus nuevos compromisos públicos, conviene recordar las que han conllevado sus incumplimientos más llamativos:
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- Promesa de no suprimir la revalorización de las pensiones conforme al IPC. La más emblemática de su campaña electoral. Después de prometer en la campaña electoral la “descongelación” de las pensiones y de afirmar en septiembre de 2012 como presidente del Gobierno que “si hay algo que no tocaré serán las pensiones”, hizo exactamente todo lo contrario, al margen de lo que supone toda la reforma que conlleva el llamado ‘factor de sostenibilidad’.
- Promesa de no subir los impuestos. Un principio esencial de la filosofía económica del PP que fue conculcado de forma inmediata, en el segundo Consejo de Ministros del Gobierno Rajoy, con una subida gradual del IRPF y del IBI, que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, definió con gran eufemismo como un “recargo temporal de solidaridad”. Estando en la oposición, Rajoy advirtió que la subida de los impuestos “supone más paro y más recesión” y que con ella se tendrían que pagar “los errores y las gracietas” del presidente Rodríguez Zapatero (en el debate de investidura insistió con toda rotundidad: “Mantendré mis compromisos electorales”).
- Promesa de no subir el IVA. Mientras estaba en la oposición, el PP hizo de la subida del IVA una de sus principales batallas contra el Gobierno de ZP después de que éste lo subiera dos puntos (del 16 al 18%). Rajoy llegó a criticar entonces en un mitin en Sevilla que “van a subir hasta las chuches”, afirmando a voz en grito que la subida del IVA era “un sablazo de mal gobernante” y promoviendo también en el Congreso de los Diputados una amplia batería de medidas contra el incremento de dicha tasa. Sin embargo, en julio de 2012, apenas un mes después de solicitar el rescate a la banca, Rajoy no sólo subió el IVA (del 18 al 21%), sino que además modificó el impuesto, retirando de la categoría de tipo reducido a un importante número de bienes y servicios.
- Promesa de no introducir el ‘copago’ en el sistema sanitario. Tras declarar solemnemente durante la campaña electoral “yo no voy a hacer el copago” (entrevista en Antena 3), y de negar incluso como presidente del Gobierno que su equipo tuviera prevista esta medida, manifestando que “personalmente yo no soy partidario del copago en Sanidad”, impuso a sangre y fuego el copago farmacéutico por el que los pensionistas pasarían a pagar el 10% de los medicamentos (hasta un máximo de entre 8 y 18 euros según la renta) y a que todos los pacientes abonaran también parte del coste de muletas, de sillas de ruedas o del transporte sanitario necesario para recibir tratamientos de rehabilitación.
- · Promesa de mantener la ‘sanidad universal’. Suprimida con la reforma sanitaria.
- Promesa de mantener las prestaciones por desempleo. La base reguladora se rebajó del 60 al 50% a partir del sexto mes de recibir la prestación por desempleo.
- Promesa de una energía más barata. El PP apostó claramente en la oposición por la energía nuclear, afirmando que con esta fuente se garantizaba el suministro y se bajaría su precio, hoy disparado con alzas históricas.
- Promesa de mantener las becas y de acceso a la educación. Las becas de investigación casi se han extinguido, al tiempo que se ha encarecido el estudio de una carrera y se ha aumentado un 20% el máximo de alumnos por aula en la enseñanza pública.
- Promesa de reducción de altos cargos. La estructuración de los Presupuestos demuestra que no solo no se han reducido los altos cargos de la Administración, sino que en 2013 han aumentado.
- Promesas de una reforma laboral para crear empleo. Como jefe de la oposición, Rajoy no se privó de denunciar que la reforma aprobada por el Gobierno de Zapatero era en realidad una “reforma sobre el despido”, presentándose durante toda la campaña electoral de 2011 como un auténtico motor para generar empleo y vendiendo a los españoles sus dotes para acabar inmediatamente con el drama del paro, afirmando en una entrevista en El Mundo, y posando ante una oficina del INEM junto a una cola de personas que buscaban empleo, que “cuando yo gobierne bajará el paro”. De hecho, durante la campaña electoral de 2011, el entonces vicesecretario general de Comunicación del PP, Esteban González Pons, llegó a declarar que Rajoy aspiraba a crear 3,5 millones de empleos, afirmación muy poco afortunada, ya que en realidad el Gobierno de Rajoy ha llevado el paro hasta límites sin precedentes, reconociendo en sus previsiones al respecto que terminará la actual legislatura con un paro más alto que el que dejó Zapatero al concluir sus dos mandatos de Gobierno.
- Promesa de no aprobar una amnistía fiscal. Práctica vetada por el PP en la oposición y después aplicada por su Gobierno con efectos poco convincentes.
- Promesa de no rescatar a la banca. Durante el debate electoral con Rubalcaba, Rajoy negó de forma expresa cualquier intención de rescatar a los bancos en quiebra, recalcando con rotundidad el 28 de mayo de 2012, durante una rueda de prensa celebrada en la sede del PP, que “no habrá rescate a la banca”. Con posterioridad y solicitada ya la ayuda a la Unión Europea para salvar su situación, el Gobierno afirmó que no iba a suponer gasto alguno a los contribuyentes y que uno de sus objetivos prioritarios era que no costase ni un solo euro a los contribuyentes, vendiéndose incluso públicamente las ventajosas condiciones del préstamo. Más tarde todo se revelaría como una gran patraña al al reconocer el portavoz económico del PP en el Congreso de los Diputados, Vicente Martínez-Pujalte, que no se van a recupera todo lo dado a los bancos, que el FROB perdió 26.000 millones de euros y que tiene un agujero de 21.000 millones más...
A pesar de todas sus mentiras y omisiones de la verdad, y no digamos de las llamativas patadas que ha dado a sus más fervientes seguidores al no derogar la llamada ‘ley del aborto’, como les prometió de forma insistente durante su época de oposición, o al convenir con el PSOE una política de excarcelación de etarras antes calificada poco menos que de abominable (‘caso Bolinaga’), Rajoy no ha logrado enderezar el rumbo del país. Ni por asomo, y a pesar del ‘cheque en blanco’ que se otorgaron los votantes españoles con la mayoría parlamentaria absoluta.
Aún más, lo que sí está haciendo Rajoy, es entretener la crisis económica y realimentar algunos de los problemas más serios y preocupantes de la crisis institucional que están llevando la democracia a punto del estallido. Como, por ejemplo, reforzar la malsana dependencia político-partidista del Poder Judicial y de los altos organismos del Estado, empezando por el Tribunal Constitucional, o seguir consolidando de forma más o menos soterrada pero cierta la peligrosa España ‘asimétrica’, que bien puede terminar siendo la España ‘rota’.
Pero Rajoy ha mentido y miente (todo apunta a que lo seguirá haciendo) no solo como jefe de la oposición política y jefe del gobierno, sino también como jefe del PP. Porque lo de negar a ultranza la financiación ilegal de su partido o el reparto de sobres de dinero negro entre su cúpula directiva, de clarísima evidencia pública, es el colmo del cinismo y la desfachatez política. Y miente también cuando niega por activa o por pasiva la corrupción y el comportamiento delictivo de cientos de cargos públicos del PP relevantes ya condenados, y otros muchos más imputados en cientos de causas judiciales, asentados en esas prácticas desde hace tiempo.
‘PROMESAS QUE NO VALEN NADA’
Con todo, Rajoy no deja de aventurar, siempre aventurar, situaciones que luego no se cumplen y de tratar de embaucar a la ciudadanía con nuevas promesas electoralistas. Ahora, en la antesala de unos comicios europeos que comenzarán a encauzar el voto de las sucesivas elecciones municipales y autonómicas, y a continuación el de las generales de 2015, Rajoy vuelve a sus típicas andadas y promete nada menos que una bajada de impuestos (o tasas), sobre la que cabe preguntarse si puede ser verdadera después de tantas otras promesas fallidas y tantas ‘promesas que no valen nada’, como dice la canción del conjunto rockero Los Piratas, desaparecido en 2004.
Porque no hay nada mejor para arrancar un curso político con cita electoral incluida, que prometer algo a los ciudadanos. Por eso, a finales del pasado mes de agosto Rajoy prometió en Soutomaior (Pontevedra) que el año que viene anunciará en esa misma localidad una bajada de impuestos -prevista con tanta antelación hay que entenderla importante-, por supuesto después de que sus seguidores más crédulos avalen con su voto al PP en la previa renovación del Parlamento Europeo.
Además, al inaugurar de esa forma el curso político y cual preclaro vidente de la economía nacional, Rajoy afirmó que España está “a las puertas de crecer”, lanzando al mismo tiempo el mensaje de que superará la crisis económica aunque los socialistas “se empeñen” en lo contrario. De paso, y en alusión al caso Bárcenas, dejó claro que “nada ni nadie” le va a distraer de ese objetivo.
De forma quizás igual de ilusoria, y no menos discutible, también sostuvo que “ya hay resultados” de recuperación “tangibles”, señalando el hecho de que mientras hace un año se hablaba del posible rescate a España o de la escalada de la prima de riesgo, doce meses después hoy nadie se refiere a estas cuestiones. Y precisó jactanciosamente: “En sólo doce meses España ha levantado cabeza y está dispuesta a conquistar su futuro. No podemos cantar victoria, pero estamos orgullosos de haber sido capaces de hacerlo en un tiempo récord”.
En su descubierta político-electoral de Soutomaior, un reducto del PP, Rajoy sostuvo finalmente que ha cumplido con su “deber” al frente de la nave de Moncloa, reclamando tener muchos apoyos en las próximas elecciones europeas de mayo de 2014 para poder así “defender los intereses españoles en la UE”. Pero, ¿pueden creerle y apoyarle los ciudadanos después de haber incumplido como ha incumplido su programa electoral, y de cargar básicamente el coste de la crisis sobre las bases sociales más débiles y desfavorecidas del país…?
Podría ser que sí, porque el orwelliano Ministerio de la Verdad lo puede casi todo. Porque, al final, también mienten a mansalva los partidos políticos en general y el PSOE en particular, los sindicatos en su conjunto, las más altas representaciones institucionales y los propios medios de comunicación social. Y porque, ante esa realidad social, la gente pasa de la mentira y la corrupción, que también carecen de castigo social. 1984 casi es ahora.