Diego Fusaro
Traducción: Carlos X. Blanco
El nuevo espíritu del capitalismo es a) totalitario, ya que ocupa la realidad material e inmaterial de forma total y absoluta, llegando a ser como el aire que respiramos, saturando el espacio del mundo (globalización) y el de la conciencia, con una colonización del imaginario, por la que todo se piensa a través de la forma de mercancía (deudas y créditos en las escuelas, útero de alquiler, inversiones emocionales, etc.). También es b) absoluta, ya que ahora es perfectamente "completa" (absolutus), es decir, realizada en su propio concepto (todo, sin residuo, se ha convertido en mercancía): y es perfectamente completa precisamente porque está "liberada" (solutus ab) de toda limitación que pudiera aún obstaculizar, impedir o incluso frenar su desarrollo.
Ilusoriamente aclamado como un proceso revolucionario de oposición al orden capitalista, 1968 -como se muestra en El futuro es nuestro- debe ser interpretado, de forma diametralmente opuesta, como el mito de la fundación del turbocapitalismo: y, más precisamente, como el punto decisivo de paso de la fase dialéctica a la especulativa, y por tanto como un momento inserto totalmente dentro de la lógica dialéctica del propio capitalismo. En una fórmula, 1968 marca la emancipación no respecto del capitalismo [dal capitalismo, en el original italiano], sino del propio capitalismo [del capitalismo, en el original; Fusaro juega con las palabras dal y del en lengua italiana; N.del T.]: el capitalismo se deshace, uno motu, de la infeliz conciencia burguesa (sustituida por la feliz inconsciencia del consumidor plus-satisfecho) y de las luchas por el reconocimiento del trabajo servil.
Estas últimas son sustituidas por las nuevas luchas por la liberalización individualista del consumo y de las costumbres (que refuerzan el orden de producción en lugar de debilitarlo) y por la economización del conflicto, es decir, por las luchas que no impugnan el capitalismo, sino que, al exigir simplemente mejores condiciones salariales dentro de él, lo asumen como un horizonte indefendible. Entendido así, 1968 es el momento genético del nuevo y aterrador capitalismo absoluto-totalitario, que disuelve todas las identidades -incluida la de clase- y produce una masa amorfa de consumidores que se relacionan con lo esencial en su totalidad en forma de consumo: es el punto de paso decisivo hacia la individualización postburguesa, postproletaria y ultracapitalista de hoy.
El sesenta y ocho, al luchar contra la burguesía, su infeliz conciencia y sus legados éticos, estaba, por la misma razón, luchando no contra el capitalismo, sino a favor de él, si se considera que era coherente con la propia lógica del desarrollo dialéctico del capitalismo destruir tanto a la burguesía como al proletariado como obstáculos a la ampliación ilimitada de la forma mercancía y sus patologías. Más precisamente, el movimiento de 1968, al promover un orden político de tipo anárquico y libertario, reacio a las grandes organizaciones por ser intrínsecamente opresivas, favoreció más que se opuso a la génesis de la desregulación liberal y a la nueva figura dialéctica del capitalismo absoluto-totalitario, por la que pronto fue reabsorbido. Esto constituyó, además, una de las muchas pruebas del hecho de que, como ya sabía Marx, el capital es proteico y adaptable, siempre que se garanticen las formas de extorsión de la plusvalía.
El capitalismo supera dialécticamente las reivindicaciones antagónicas del proletariado (lucha de clases, espíritu de escisión, organizaciones del partido, pasión revolucionaria) y, al mismo tiempo, la infeliz conciencia burguesa. Esto último también representa una contradicción dentro del capitalismo, no menos que las reivindicaciones antagónicas y potencialmente revolucionarias del proletariado, si consideramos que la burguesía a) tiene su propia vocación universalista que puede llevarla -como en el caso de Marx- a desafiar el mundo histórico capitalista en el que es la clase dominante, y b) tiene una esfera de valores y ética que no puede ser mercantilizada y, por lo tanto, es en última instancia incompatible con los procesos de omni-mercantilización propios del capitalismo absoluto.
La burguesía y el proletariado, en su conflicto dialéctico, se habían desarrollado en el marco de la eticidad en el sentido hegeliano, es decir, en el espacio real y simbólico de las "raíces" sólidas y macizas de la vida comunitaria, vinculadas a la familia y a la escuela, al sindicato y al Estado nacional soberano. El capitalismo absoluto-totalitario des-etiza el mundo de la vida, aniquilando toda comunidad residual que no sea la intrínsecamente comunitaria del efímero quid pro quo mercantil: deconstruye la familia y los sindicatos, la escuela y el Estado nacional soberano, produciendo el espacio abierto del mundo reducido a mercado y habitado únicamente por consumidores desarraigados y homologados, sin conciencia antagónica proletaria y sin conciencia infeliz posmoderna.
Des-etizada, la sociedad se convierte en una simple sociedad de consumo, un mercado cosmopolita poblado no por ciudadanos de estados nacionales y de padres y madres, sino sólo por competidores; competidores que, en ausencia de cualquier espíritu comunitario, se relacionan sólo sobre la base de los principios teorizados por la Riqueza de las Naciones de Adam Smith -la dependencia omnilateral de la necesidad y el egoísmo adquisitivo- en relación con el cervecero, el carnicero y el panadero.
Más fuerte ahora porque ha pasado por la "inmensa potencia del negativo" de la escisión y el conflicto revolucionario entre la burguesía y el proletariado, el capitalismo se convierte en capitalismo absoluto-totalitario: absoluto, porque -como se ha dicho- corresponde plenamente a su Begriff [concepto]; totalitario, porque ha subsumido bajo sí toda esfera de producción, de existencia y de imaginación, de lo real y de lo simbólico.
Asimismo, del lado de la producción intelectual, la "conciencia infeliz" se ha disuelto y, en lugar de la clase dialéctica de la burguesía, ha ocupado su lugar una clase global, que ya no es burguesa sino ultracapitalista, inclinada a aceptar casualmente el "politeísmo de los valores" y los estilos de vida dentro de la "jaula de acero" del monoteísmo idolátrico del mercado.