Tras la Conferencia Política Socialista, clausurada el 10 de noviembre de 2013 por Alfredo Pérez Rubalcaba con un discurso que pretendía parar la debacle ‘zapateril’ del PSOE poniendo encima de la mesa nada menos que 1.798 propuestas, incluidas en una ponencia titulada ‘Ganarse el Futuro’, pero que en definitiva terminaría consumando su derrumbe electoral del 25-M, publicamos una Newsletter 88 anticipativa de por donde se caminaba (ver ‘El PSOE de Rubalcaba: Otro cambio por el cambio y sin recambio’).
En ella, advertíamos que el mismo discurso con el que Rubalcaba cerró el cónclave socialista, a la postre puro fuego de artificios, también lo podría haber pronunciado sin mayor problema un redivivo príncipe de Lampedusa (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1896-1957), autor de la novela histórica Il Gattopardo (publicada en 1958). Porque la fuente inspiradora de aquella conferencia de falsa ideación no fue otra que la teoría y praxis política finamente descrita en esa celebrada obra, conocida como ‘gatopardismo’ o como lo ‘lampedusiano’, adjetivación que ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del antiguo régimen se amoldaron al inevitable triunfo de la revolución, para usarlo en su propio beneficio.
Esta forma de entender la acción política, ha quedado acuñada en una frase lapidaria: “Que todo cambie para que todo siga igual”. Y, a pesar de que se identifica plenamente con la descripción del escritor y aristócrata siciliano (el príncipe de Lampedusa también fue duque de Palma di Montechiaro), tienen un origen más remoto en la cita de Alphonse Karr (1808-1890) “Plus ça change, plus c’est la même chose” (Cuanto más cambie, es más de lo mismo), publicada en el número de enero de 1849 de su revista satírica ‘Les Guêpes’ (Las Avispas).
En Il Gattopardo, el personaje Tancredi Falconeri declara a su tío Fabrizio Corbera (príncipe de Salina) la reveladora contradicción: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie). Una frase que, en su contexto, simbolizaba la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos gobernantes de la isla; pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora para poder conservar su influencia y su poder.
Y así, desde la publicación de Il Gattopardo se suele llamar ‘gatopardista’ o ‘lampedusiano’ al político que pretende -como intentó hacer Rubalcaba- una transformación “revolucionaria” pero que, en realidad, tan sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando sus elementos más esenciales. De hecho, la novela, llevada al cine de forma memorable por Luchino Visconti, muestra cómo la aristocracia absolutista del Reino de las Dos Sicilias es expulsada del poder político para instaurar la monarquía parlamentaria y liberal del Reino de Italia, pero sin que tal cosa implique transformar las estructuras ni el statu quo de poder existente: la burguesía leal a la Casa de Saboya, simplemente sustituye a los aristócratas como nueva élite que acapara para sí todo el poder político, recurriendo incluso al fraude electoral camuflado, claro está, con cierta apariencia democrática…
Paso franco al nuevo secretario general del PSOE
Porque, si analizamos las últimas propuestas del Rubalcaba ya desahuciado de la política, lo que encontramos es agua de borrajas. Eso sí, vendida a la opinión pública como agua bendita envasada con aromas populistas, poco menos que como una versión quijotesca del Concilio de Trento destinada a conjurar las disidencias protestantes y reivindicar al PSOE como promotor exclusivo de la igualdad, la paridad, la laicidad, la radicalidad… y como máximo apoderado de la izquierda social, que es por donde se le han ido y se le siguen yendo los electores.
Pero es que, frente a ese empeño de reconversión y recuperación del poder socialista en vía agotada, como si aquí no hubiera pasado nada desde la triunfante época del socialismo beautiful, Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien no se le puede negar capacidad de trabajo, inteligencia y brillantez para la política (de otros tiempos), estaba radicalmente limitado por razones más que obvias. El duro crematorio socialista ha sido merecido e inevitable, pero eso no quiere decir que sus rescoldos no puedan avivarse de nuevo.
Ahora ya no merece la pena restregar a nadie los malos tragos del pasado, pero eso no quiere decir que se hayan de olvidar. Es más, lo correcto sería aventar las cenizas del desastre y pasar a retiro definitivo, no a la segunda reserva que dicen los militares empeñados en morir con las botas puestas, a todos los que todavía forman parte de la generación que protagonizó la Transición y los mejores momentos del PSOE postfranquista (con sombras incluidas); claro está, salvo pervivencia de valores objetivos reconocidos.
Y en ese contexto sucesorio, parejo -salvando las distancias- al que se ha dado con la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación del rey Felipe VI, cumplidos en ambos casos con forzadas ‘espantadas’ de los respectivos primeros ‘espadas’, emerge la figura de Pedro Sánchez: lo mejor o, como dirían algunos recalcitrantes, lo menos malo disponible en el escaparate socialista, a tenor de su victoria en las elecciones que le han aupado a la secretaría general del PSOE. Bienvenido sea y, en cualquier caso, démosle un respiro para ver si insufla en el PSOE aire fresco o si sólo representará otro ‘cambio por el cambio’.
La expectación desatada por la sucesión de Rubalcaba ha sido relativa, salvo en su naturaleza de elección ‘directa’, con el sufragio abierto a toda la militancia. Una primera innovación en la democratización interna digna de todo elogio y que puede iniciar una línea regeneradora de la política nacional; acompañada de otra elección también ‘directa’ para elegir al primer secretario del PSC, aunque en este caso no se presentara más que una candidatura (la de Miquel Iceta).
Algo es algo; y cierto es que quien quiera hacer un viaje de mil millas ha de comenzar con el primer paso, como advirtió Lao-Tsé, fundador del taoísmo, en el tiempo lejano de los Reinos Combatientes. El PSOE ya lo ha dado y, ahora, lo que corresponde es dar los siguientes, por supuesto en la dirección correcta.
Y podíamos entender que el segundo, y decisivo, ha de ser antes que nada el de mostrar capacidad de liderazgo en dos fases: primero a nivel interno y después como posible candidato a ganar unas elecciones generales. Hoy, Pedro Sánchez es el flamante secretario general de los socialistas, pero todavía no es su líder efectivo; una posición que habrá de ganar con duras batallas en campos hostiles, sembrados de minas por propios y extraños, que es lo habitual en el ruin y general entendimiento de nuestros partidos políticos.
A este respecto, en un artículo titulado precisamente ‘El liderazgo llega liderando’ (El País 15/07/2014), y tras advertir que es la primera vez que en la historia centenaria del PSOE se celebra este tipo de elección, Miguel Ángel Aguilar señala:
(…) La lista resultante de Pedro Sánchez será la prueba del nueve para evaluar la sinceridad de los propósitos que le animan, las influencias a las que se debe, los esfuerzos para integrar sensibilidades, la capacidad para recuperar la unidad perdida del PSOE y el acierto en la búsqueda de la eficiencia, que reclama de modo inaplazable la actual situación política. Aceptemos aunque cueste que, en medio de dificultades y desalientos, en esta ocasión el Partido Socialista ha dado un ejemplo regenerador a imitar por otras formaciones, si entre todas quieren que termine la desafección y que las descalificaciones sumarias dedicadas a la casta vayan perdiendo vigencia.
Subrayan algunos observadores, reclutados entre los escépticos y los perplejos, buena cantera de gente lúcida, que ninguno de los tres candidatos tiene probado el liderazgo necesario. Pero sabemos que, así como el apetito viene comiendo, el liderazgo y el carisma sobrevienen y se posan sobre el que ya está puesto a la tarea. Habrá que permanecer atentos a la pantalla mientras somos presa de indignación ante la torpe indecencia de María Dolores de Cospedal cuando señala: “Hay que esperar a que él mismo diga quién quiere ser y cuál es el modelo”. ¿Hasta dónde llega la insolencia de quien así se expresa, teniendo como tiene abiertos los casos Bárcenas, Gürtel, Fabra, Matas?
Consigna: Matar al ruiseñor
Pero en estos momentos de evidente desmoronamiento de la ética política, el deporte nacional no parece ser otro que el de combatir a sangre y fuego cualquier asomo de regeneracionismo, o -salvando las distancias- cortar de raíz cualquier historia nacida en un contexto ‘Bildungsroman’. Un término acuñado por el filólogo alemán Johann Carl Simon Morgenstern en 1819 para identificar el género literario que retrata el tránsito de maduración de un personaje, su evolución física, moral, psicológica y social.
Un tipo de narrativa que saltó desde el Romanticismo europeo, en el que tiene su origen, hasta los Estados Unidos de la década 1960-1970 para alumbrar la maravillosa novela de Harper Lee titulada ‘Matar un ruiseñor’, ganadora de un premio Pulitzer (1961) y convertida de inmediato en un clásico de la literatura moderna norteamericana, sin que la autora volviera a escribir ninguna otra obra de ese porte (sólo publicó algunos ensayos breves). En 1962 fue llevada al cine con una adaptación cinematográfica de Horton Foote, dirigida por Robert Mulligan y con Gregory Peck al frente del reparto, film que cosecho tres oscars (con ocho nominaciones), junto a otros premios europeos, y que ha pasado a la historia del cine como una obra maestra.
Con su asociación en tiempo y espacio lejanos a momentos de crisis, desencanto y angustia social, el drama ‘Matar un ruiseñor’ parece inspirar ahora a nuestros ávidos cazadores de recompensas políticas para cargarse al electo Pedro Sánchez, antes incluso de que tome posesión oficial de su cargo. Es decir, primero se clama por la renovación socialista para que se pueda lidiar la crisis de forma exitosa (cosa que a todos conviene) y, acto seguido, se descabella fríamente al espada elegido, sin apenas dejarle hacer el paseíllo.
Así, y antes que celebrar una apertura a la democratización interna de los partidos y de dar un mínimo respiro al personaje encargado de reparar tanto error y tanto horror del aparato socialista, que algunos no van a dejar de añorar, vean como se despacha contra el misacantano Pedro Sánchez el avezado Xavier Vidal-Folch, periodista anclado desde 1982 en la redacción del periódico oficioso del ‘felipismo’, en un airado artículo de opinión en el que ya le acusa -entre otras cosas- de romper pactos, hurtar el mandato electoral e ignorar un plan keynesiano, presentando a Juncker como Divino Redentor de todos nuestros agobiadores males (El País 16/07/2014):
El día en que el PSOE se traicionó
Nunca en una votación europea el socialismo español había cometido tal dislate. La elección de Jean-Claude Juncker era un imperativo categórico derivado del principio democrático, pues respondía al principal mandato de los electores. Lo ignoró. Consagraba un avance contra el déficit de representatividad, aupado al Tratado de Lisboa, del que fue coautor. Lo despreció.
No había coalición alternativa para asegurar la estabilidad de la legislatura. El PSOE se refugió, oportunista, en que sus cofrades de otros países salvarían el escollo. Traicionaba sus propios compromisos como parte del Partido de los Socialistas Europeos, pero no ponía en peligro el resultado.
El discurso programático de Juncker fue el más keynesiano desde que el ‘Libro Blanco’ del presidente Delors propuso las grandes redes transeuropeas y financiarlas con eurobonos en 1993. El PSOE ignoró su propia historia. Esterilizó su capacidad de maniobra e intercambio de cromos mientras otros (sus colegas italianos) exigían y negociaban compensaciones, con éxito.
Y renegó de un plumazo de una constante vital de la democracia española: el consenso -aun con acentos y énfasis distintos-, en política europea. Antes solo lo había violado frontalmente (aunque en asunto más grave) José María Aznar, con la carta pro-Bush de una facción de primeros ministros y el encuentro de las Azores para la guerra de Irak, contrarios a la consulta previa que exigía el Tratado en estos casos.
Y todo por frivolidad (romper los acuerdos); referencia provinciana al debate doméstico (reclamarse coherente con la acerba crítica que propinó en la campaña a Bruselas / Barroso, como si la socialdemocracia alemana no hubiese hecho lo mismo); miedo cerval a la emergencia de alternativas populistas (confusión de izquierda con irrelevancia y marginalidad extramuros del sistema).
Por si todos esos disparates no fuesen suficientemente desgraciados, hay aún más. Lean el tuit del flamante secretario general, Pedro Sánchez, anunciando el desatino: “Confirmo que los 14 eurodiputados del PSOE votarán NO a Juncker. No apoyaremos al padre de las políticas austericidas”.
Pocas veces tan pocas palabras demostraron tanta simplificación o tan oceánico desconocimiento. El verdadero padre de las políticas de excesiva austeridad no es Jean-Claude Juncker, ni siquiera Angela Merkel, sino el Bundesbank y buena parte de la opinión alemana que de él cuelga.
Podrá alegarse que el político luxemburgués cooperó con algunos de sus excesos, a través de la presidencia del Eurogrupo. Sí, pero en menor medida que su sucesor Jeroen Dijsselbloem, el infausto ministro holandés que casi logró convertir el rescate de Chipre en una catástrofe. Holandés y... socialista. Y, puestos a hilar fino, ¿acaso su discurso autocrítico de ayer merecía ser arrojado a la papelera sin mayor escrutinio?
Porque Juncker es, además, otras cosas, y un profesor de Economía y líder, aunque sea de base, debe saberlo. Figura en el ala más progresista de la democracia-cristiana, los socialcristianos. Fue de los más abiertos entre los redactores de Maastricht (propuesta de "Tratado non paper" de 1991). Fue presidente de sucesivos gobiernos de coalición, con socialistas incluidos. Fue el hombre-pasarela entre la DC alemana de Helmut Kohl y la Francia del gaullista Chirac y el socialista Jospin.
Fue también el anfitrión de la "Estrategia europea de empleo / Proceso de Luxemburgo", en 1997. Fue el abanderado de los eurobonos en 2010 /2011. Y el que en ocasiones logró templar la rigidez alemana en la aplicación de las recetas de austeridad.
Incluso para decir “no”, hay que saber qué se dice.
Al parecer, lo que Vidal-Folch quiere, de entrada, es partirle las piernas al novel Sánchez (por supuesto en términos políticos, y no físicos) antes de que sea confirmado en el cargo de secretario general del PSOE, para que tenga que ejercerlo en sillas de rueda y dependiente de las influencias de El País, diario embridado por el Gobierno desde que algunos banqueros afines facilitaron la refinanciación de su voluminosa deuda (algo harían mal). Y, de salida, que prevalezcan los mangoneos políticos de Bruselas antes que la voluntad o el interés de los electores socialistas, que no votaron pacto alguno para que Juncker ni ningún otro ‘austericida’ presida la Comisión Europea (lo del “imperativo categórico” derivado del “principal mandato de los electores” que sostiene Vidal Folch es falso además de alucinante).
Pero, puesto a denunciar pactos rotos, el agresivo Vidal-Folch podía haber aprovechado la ocasión para repasar todos los que ha incumplido el presidente Rajoy, de bastante mayor importancia para muchos lectores de su periódico, por ejemplo. O para desvelar a sus lectores las secretas razones por las que se debería seguir apoyando a los mismos dirigentes europeos que durante cinco años ya se han mostrado suficientemente incapaces de resolver la crisis (de hecho Junckers ya ha prometido rectificar la anterior política europea por vías más expansivas), afanados -eso sí- en el reparto pastelero del poder.
O para haber reseñado que otros socialistas europeos tampoco votaron a Juncker, al margen de la posición de los eurodiputados de Izquierda Unitaria (en la que se integran Izquierda Unida y Podemos), de los Conservadores y Reformistas Europeos, de los eurófobos de UKIP (Farage) y del Frente Nacional (Le Pen)... Porque en el mismo diario y en el mismo día en el que Vidal-Folch arremetía contra el voto negativo de los socialistas españoles, se podía leer:
“El Partido Socialista Europeo se dividió ayer en la votación secreta que invistió a Jean-Claude Junker como presidente de la Comisión Europea. La delegación del PSOE -formada por 14 europarlamentarios- y los 20 laboristas británicos se opusieron a la elección del ex primer ministro luxemburgués, candidato del PP europeo, mientras que los 12 eurodiputados socialistas franceses optaron por abstenerse. Los socialdemócratas suecos y daneses también optaron por abstenerse o votar en contra, según las fuentes consultadas. Incluso algún socialdemócrat italiano, del ala izquierda del Partido Democrático, se decantó finalmente por evitar el apoyo a Juncker”.
¿A qué viene, entonces, armar tanta bulla con el voto negativo de los 14 eurodiputados del PSOE…? ¿Es que acaso militan, como parece militar Vidal-Folch, en el PP europeo…?
Otro comentarista también tempranamente indignado con Pedro Sánchez, pero habitualmente menos con otros socialistas y populares bastante más meritorios de recibir sus acusaciones sumarias, es Santiago González. Ahí va también (menuda propaganda que le hacemos) su caritativa ayuda a la regeneración política socialista publicada en El Mundo (17/07/2014):
La primera en la frente
La victoria de Pedro Sánchez procuró cierta sensación de alivio a cuantos temían la victoria de Madina como una vuelta de la pesadilla Zapatero. Al primer tapón, zurrapas, que escribieron Quevedo y Tirso. Su primera iniciativa fue un calco de aquel primer domingo de Zapatero en la soledad de La Moncloa: «He dado orden al ministro de Defensa para que haga regresar las tropas españolas de Irak». Aún no había Gobierno ni Bono había tomado posesión del Ministerio con aquel circo de tres pistas que organizó para la ocasión.
Pedro Sánchez no era un presidente sin Gobierno; no tenía, por tanto, tropas que retirar. Sólo era un secretario sin Ejecutiva y sin despacho, pero animado de la misma voluntad de performances que su antecesor: en la vida partidaria, su primera decisión fue recibir a la jefa, a quien le debe mayormente el cargo. José Luis era más sutil: sus primeras entrevistas como presidente se las dio a El Mundo y a la Cope, no a El País y la Ser, un suponer. En el ámbito internacional, Sánchez ordenó a sus europarlamentarios desvincularse del acuerdo ‘do ut des’ por el que el PPE votaba al socialista Schulz como presidente de la Eurocámara y los socialdemócratas votaban al popular Juncker como presidente de la Comisión Europea. Habían pasado 24 horas de su elección cuando nuestro héroe, con nocturnidad y a través de Twitter, dio la vuelta al acuerdo.
Tal vez no se da cuenta del estropicio, que no es, como pudiera parecer, un agravio a los conservadores, sino a sus compañeros socialdemócratas. Si uno se pusiera en el pellejo de Schulz, pensaría: «Y estos 14 majaderos, ¿quién se creen que son para incumplir un compromiso de los socialistas europeos?». Cómo hacer amigos, ‘lesson one’. Luego están los argumentos. Nuestros europrogresistas han incurrido en esta pifia para no votar junto al PP, por lo que han coincidido con los parlamentarios de Marine Le Pen, los eurófobos de Nigel Farage y los Podemos, IU, ERC y por ahí. De paso, han recordado a toda Europa que no son gente fiable. Una exculpación parcial para Ramón Jáuregui, que mostró con bastante claridad su desacuerdo aunque, finalmente, votara con los demás.
Las tonterías nunca vienen solas. Su segunda decisión es anular el compromiso que los socialistas habían contraído entre sí para celebrar las primarias en noviembre. Se sabía que Susana, la jefa, no estaba por la labor. No sé si me siguen: como hizo campaña contra Juncker no se vota a Juncker; como había hecho campaña a favor de las primarias, no hay primarias.
Todo es coherencia. «Ningún calendario pasado puede condicionar el futuro», dijo el gran Tomás Gómez, inspirado en el Rufus T. Firefly de Sopa de Ganso. «Vamos con los asuntos viejos», decía Groucho a sus ministros. Cuando uno de ellos propuso hablar de aranceles, le denegó la palabra: «Ese es un asunto nuevo. ¿No hay asuntos viejos? ¡Hablemos entonces de los nuevos!», y cuando el ministro silenciado dijo: «Pues los aranceles…», Groucho lo calló definitivamente: «Lo siento, ese asunto ya es viejo».
Edificante, ¿verdad? Claro está que Santiago González ya había sentado cátedra de analista clarividente al iniciar su valoración sobre la elección del nuevo secretario general del PSOE de esta guisa (El Mundo 14/07/2014): “Ha ganado Pedro Sánchez, tal como se intuía desde que se contaron y recontaron los avales, pero las cosas no serían sustancialmente diferentes de haber ganado Madina. Considerados los candidatos de uno a uno o de tres en tres, no se adivina qué pueden aportar que no tuviera Rubalcaba…”. Pero ¿todavía no se ha enterado de por qué Rubalcaba ha tomado el tole del retiro…? Nada, sigan todos los socialistas las sabias indicaciones de tan afinado periodista y griten todos juntos “¡Rubalcaba Presidente!”.
Con todo, eso es poca cosa comparado con el trabajito de otro columnista del mismo periódico, Víctor de la Serna, tratando de elevar la “traición” de Pedro Sánchez al socialismo europeo nada menos que a ‘polémica nacional’ en un comentario titulado ‘Sánchez, oportunismo a las primeras de cambio’ (El Mundo 19/07/2014). Un artículo en sí mismo ciertamente oportunista, por no decir de risa, en el que utiliza como justificación de su ataque la posición editorial de El País (su competidor histórico) o del ABC (medio declaradamente ‘popular’): lo nunca visto en la profesión periodística.
Y lo curioso es que en el mismo diario El Mundo, con un nuevo estilo de coherencia editorial desde que Pedro J. Ramírez fuera sustituido en su dirección por Casimiro García-Abadillo, otro experimentado comentarista político, Luis María Anson, recibiera encantado el cambio en la secretaría general del PSOE en una columna inmediata titulada ‘El socialismo vira a estribor’ (El Mundo 15/07/2014): “(…) Triunfó la moderación frente al extremismo. El socialismo ha virado ligeramente a estribor y se ha situado de forma acertada en el espacio que le puede ser más favorable para las próximas elecciones. La crisi económica ha encendido el extremismo izquierdista en una parte de la militancia socialista, y aunque las brasas derrotadas permanecen ardiendo, la sensatez ha retornado al partido…”. Total, que dentro de poco igual vemos al señor Anson pidiendo el voto para el socialista Sanchez.
Aunque lo más desvergonzado del caso es el ‘aviso’ lanzado por el Gobierno de Rajoy a Pedro Sánchez el viernes 19 de julio, cuando la vicepresidenta para todo, Soraya Sáenz de Santamaría, le espetó que “cumplir la palabra dada siempre es bueno para tomar a alguien en serio”, haciéndose eco de lo dicho por Rajoy el día anterior en Bruselas.
Claro está que el principio es correcto, sobre todo si quien ha dado la palabra tiene mandato imperativo al efecto (eso no se ha producido y poco importa ahora a los votantes del PSOE que Martin Schulz presida o no el Parlamento Europeo) en vez de dedicarse al mangoneo político. Tanto que, precisamente por ello -por no cumplir su palabra-, el PP acaba de perder 2,6 millones de votos en las elecciones europeas del 25-M… y los que va a seguir perdiendo.
Pero, en fin, dejemos que la borrica vuelva del monte y que Pedro Sánchez haga lo que tenga que hacer y más convenga a su partido y sus electores, y no a la competencia. Y esperemos que otras formaciones políticas arreglen también sus vías de agua, antes que tratar de hundir a las demás de forma ciertamente inconsecuente, para que la democracia en su conjunto pueda reflotar.
De momento, parece que en apenas tres días el nuevo secretario general del PSOE ha conseguido un acuerdo de partido para votar ‘no’ a Juncker (duela a quien duela), el sensato retraso de las primarias para elegir candidato a las legislativas hasta después de las elecciones locales, proponer un comité ejecutivo nacional federal integrador que recupere la unidad perdida (incluida la catalana), seleccionar un equipo de trabajo basado en la capacidad y la eficiencia y marcar una recuperación del socialismo reformista y radical, que de momento no es poco.
Pedro Sánchez aseguró con sencillez y claridad que espiraba al cargo “para cambiar el PSOE y cambiar después España”. Y, una vez ganado el apoyo de la militancia, ha afirmado, sin divagaciones ni tácticas ocultistas, que se presentará a las primarias para ser nominado como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno y ganar las elecciones legislativas.
Cada cual podrá ser o no ser votante socialista, votante popular o votante de lo que quiera. Pero a todos los posibles electores interesan los partidos genuinos; con organizaciones honradas, transparentes y eficientes; con principios, valores y propuestas claramente identificables y con la garantía de su lealtad a quienes depositen en ellos su confianza electoral.
Por esa senda es por donde tendrían que caminar todos los partidos políticos, con el PP a la cabeza. El PSOE parece iniciado en la tarea, y por eso censuramos a los matones de pluma ligera dedicada a despellejar a cualquier personaje que aparezca en la escena política con afán regenerador, sin apenas dejarle presentarse ni exponer sus ideas y sus intenciones, o mostrar sus capacidades; es decir, mandándole a la hoguera antes de que puedan decir ni pio o matando al ruiseñor antes de que trine.
A ver si los vendedores de ‘burras ciegas’ que quedan por ahí, atados sobre todo a los pesebres del PP y del PSOE, dejan de cotizar de una vez por todas en la información política. Eso sí, mientras los renovadores de turno conjuran con habilidad sus coces y sus estertóreos rebuznos.
Fernando J. Muniesa