La reforma limitada de la Constitución que con tanto afán propone Pedro Sánchez en una dirección ‘federalizante’, según él para ‘fortalecer’ el Estado de las Autonomías, sólo es un ‘más de lo mismo’ interesado para frenar la ruptura del PSOE con el PSC y acrecentar la de la Nación Española. Otro embaucamiento político más, prevaleciéndose del supuesto candor de los españoles, que muestra una clara continuidad con el entreguismo zapateril y también la falta de talla política del nuevo líder socialista…
Cuando el 21 de julio de 2013 Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces secretario general del partido socialista, insinuó en una extensa entrevista concedida al diario El País (con casi cien preguntas y respuestas) que estaba dispuesto a cruzar el límite de su agotada carrera política, nada menos que para intentar tomar de nuevo el Gobierno de España en las próximas elecciones generales, ya advertimos del riesgo que ello suponía para el futuro del PSOE. Y, por extensión, para el actual sistema político, ya que hoy por hoy esa es todavía una de sus fuerzas vertebrales.
Una apreciación previa, incluso, a que el Podemos de Pablo Iglesias Turrión existiera como nueva opción política y, además, como una amenaza directa para la formación socialista que, fundada por otro Pablo Iglesias (Posse) en 1879, ha venido liderando cómodamente la izquierda política a partir de la Transición.
Las apetencias continuistas de Rubalcaba se revelaron en este peloteo de aquella conversación periodística:
Pregunta: “¿Quiere usted ser candidato del PSOE en las próximas elecciones generales?”.
Rubalcaba: “En este momento de mi vida política sólo pienso en mi partido. Si soy útil a mi partido intentaré serlo”.
Pregunta: “La pregunta no es si es útil a su partido, sino si usted quiere ser candidato”.
Rubalcaba: “La respuesta es: querré si soy útil a mi partido”.
Estaba claro que el entrevistado no percibía que, más que “útil” para su partido, era una verdadera rémora. Porque en los comicios legislativos del 20-N (2011), ya había situado al PSOE en su nivel más bajo de escaños desde la Transición (110 frente a los 186 del PP), quedando marcado además como factótum que fue de los desastrosos gobiernos de Rodríguez Zapatero.
Y al encenderse aquella ‘alarma roja’ sobre el enroque de Rubalcaba y su disposición a seguir en el macho socialista, no hubo más remedio que vigilar con atención la deriva de la estrategia política que estaba diseñando para salvar la penosa situación del PSOE. Para empezar, él fue quien, en vez de rectificar los errores más evidentes del sistema político, planteó la ‘huida hacia adelante’ potenciando todavía más la nefasta ‘España Federal’, ahora continuada por un inexperto sucesor sin ideas propias, con escaso fondo político y menor sentido de Estado.
Imbuido de un electoralismo temerario de corte ‘zapateril’ (no hay que olvidar su alta responsabilidad en los gobiernos de Rodríguez Zapatero), Rubalcaba apostó por seguir con la barra libre del ‘sírvase usted mismo que paga la casa’, ofreciendo a cada comunidad (o a las más exigentes) lo que cada una de ellas quiera o se le antoje, digamos que ‘para llevarnos bien’. Acompañado, claro está, de Pere Navarro, otra figura del socialismo más acomodaticio que tal bailaba y que quiso liderar el PSC con la misma técnica del ‘más de lo mismo’, por una senda que de forma irremisible conduce a un gran océano -como hemos dicho en alguna ocasión- de ‘más basura política para todos’…
Y ello mientras Rodolfo Ares, fracasado junto a Patxi López en su última gestión al frente del Gobierno vasco, acababa de anunciar la intención que tenía el PSE-EE de acordar con el PNV que el Parlamento de Vitoria “debata y decida” la fiscalidad “básica y común” de Euskadi. Es decir, que no satisfechos del todo con haber perdido las últimas elecciones autonómicas y facilitado el asentamiento de Bildu en las instituciones vascas, aquel par de peligrosos volatineros políticos pretendían rearmar a su enemigo electoral más directo para seguir minando las competencias exclusivas del Estado establecidas en el artículo 149 de la Constitución, en especial las que tienen como objeto regular las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales…
Paréntesis: A veces, no es fácil comprender las extrañas razones por las que, considerando su desnorte político, los socialistas filo-nacionalistas no se cambian al partido autonómico que en cada caso corresponda, o que una dirección sensata del partido nacional no les invite a hacerlo. De hecho, por su propia definición y ámbito de actuación, es difícil que las aspiraciones políticas de los partidos nacionales coincidan con las de los autonómicos. Sin dejar de tener también escaso sentido que los partidos de exclusivo alcance autonómico incidan con la fuerza que inciden en la política nacional, gracias a la distorsión de la proporcionalidad poblacional con la que se asignan los escaños a cada circunscripción electoral y a los pocos diputados con los que se puede constituir un grupo parlamentario en las Cortes Generales…
Además de lo dicho hasta ahora, en la entrevista concedida a su diario amigo (El País 21/07/2013), Rubalcaba trataba de resolver -de forma por supuesto infructuosa- la cuadratura del círculo de la organización territorial (que sabemos es un problema irresoluble en su definición matemática) con esta secuencia argumental literal:
1) “No se trata tanto de tener más competencias cuanto de que quede claro qué es del Estado y qué es de las comunidades. En este momento, eso no queda claro. En las constituciones federales lo que queda claro son las competencias que son del Estado. El resto son de las comunidades”.
2) “Cataluña no debe tener más competencias que el resto de las comunidades. Pero sí tiene singularidades (por ejemplo, la lengua)”.
3) “Galicia, País Vasco, Valencia y Baleares tienen singularidades. Lo que tiene que tener su reflejo en la política cultural y en la educativa. Cataluña tiene unos derechos históricos, porque el Constitucional los ha dado por buenos, que afectan, por ejemplo, a la institucionalidad. La Generalitat no es exactamente igual que el Gobierno de Madrid. La relación del Gobierno de Cataluña con los Ayuntamientos es distinta de la que existe en otras partes de España: tiene su propio Derecho Civil. Sin duda tiene singularidades y hay que reconocerlas. Integrándolas en el conjunto de España nos hacemos más fuertes. Nada nos hace más fuertes que reconocernos como somos”.
4) “Hay que modificar el sistema de financiación de Cataluña porque está funcionando mal. Sobre todo para aclarar definitivamente cuáles son tus ingresos o cuáles son tus competencias fiscales y cuáles son las mías. Lo que no es posible es que tú tengas competencias muy claras en el gasto y no tengas la misma claridad en tus ingresos. Esta falta de transparencia fiscal me parece muy preocupante. En definitiva, tiene que haber corresponsabilidad y luego tiene que haber una nivelación para garantizar los mismos derechos en los servicios sociales básicos”.
Los cambios socialistas de la ‘huida hacia adelante’
La empanada mental de Rubalcaba era, pues, manifiesta. No se comprendía bien qué modelo territorial estaba proponiendo, porque, aun hablando de un ‘Estado Federal’, no aclaraba cuáles serían los territorios ‘federables’, con qué tamaño o condiciones podrían serlo, qué competencias diferenciadas asumirían unos y otros, cómo se resolverían las asimetrías y tensiones derivadas...
Y, más importante todavía, tampoco se planteaba lo que pasaría si esa mayor ‘federalización’ no calmaba las ansias independentistas, ni qué podría opinar el conjunto de los españoles de esta nueva tracamandanga política. Por lo que, para empezar, antes de proponerla tendría que dejarla muy clara en su programa electoral, ver cuántos votos la respaldarían y después, si su partido salía vivo del empeño, convencer a quienes de forma más sensata no pensasen de su misma forma…
Cosa en efecto complicada que llevó a Rubalcaba y a sus aprendices de brujo federalistas nada menos que a promover un cambio radical de la Constitución en una dirección arriesgada y hasta suicida, y por supuesto sólo para lo que a ellos convenga… justo cuando el PSOE registra una fuerte caída electoral. Y sin plantearse la más fácil alternativa de que la Carta Magna se cumpla esencialmente tal y como fue redactada; o que, de forma bien sencilla, y con el mismo acuerdo expreso que han tenido los dos partidos mayoritarios para conculcar cuando han querido su espíritu y su letra, reconducir ahora por simple vía legislativa el desmadre permitido, ‘racionalizando’ las competencias de las Autonomías y salvaguardando en forma debida las del Estado.
Porque si el PSOE, junto con los desleales caciques nacionalistas, promueve ahora, después de todo lo que han supuesto los excesos autonómicos, el ‘Estado Federal’ para terminar de arruinar y disolver el país (se entiende que con más transferencias de ‘soberanía’ como también reclama el lehendakari Urkullu), es evidente que una gran mayoría de españolistas no van a dejar de arriar en su contra y con toda su fuerza la bandera del ‘Estado Unitario’. Otros alumbrados socialistas (alguno al parecer renaciente de su merecida jubilación política, como Patxi López) van todavía más allá y proponen una Europa Confederal, cosa que sin duda se las trae…
Segundo paréntesis: Conviene recordar que, proclamada la I República Española, que tuvo una confusa y corta vida de tan sólo once meses (desde febrero de 1973 hasta enero de 1874), bajo la presidencia de Pi i Margall se comenzó a redactar una Constitución Federal que no llegó a aprobarse, según la cual España se dividiría en 17 Estados Federales, cada uno de los cuales contaría con un gobierno y una asamblea legislativa; mientras el gobierno central de la República controlaría la política exterior, el ejército, los servicios públicos… Sin embargo, aquel barullo de reorganización política desembocó en una alocada ‘revolución cantonal’ que llevó a muchas ciudades y pueblos a proclamarse independientes por su inmediata y exclusiva voluntad (el más llamativo fue el del Cantón de Cartagena), aventura concluida con el golpe de Estado del general Pavía que puso fin a la ‘República Federal’ proclamada en junio de 1873, dando paso a una nueva formulación política bajo la presidencia del general Serrano conocida como ‘República Unitaria’…
Y fíjense nuestros lectores como Rubalcaba, instalado ya en su patética fase política terminal, respondía literalmente en la entrevista de El País al desafío de la consulta soberanista en Cataluña, como si la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías (que en el fondo es un Estado Federal demasiado desparramado y por eso problemático) fueran una especie de herencia extraña, desentendiéndose de los excesos autonómicos fomentados de consuno por su partido y el PP: “¿Cuál es mi propuesta? Que abramos la Constitución, que nos pongamos de acuerdo como hace 35 años y que luego decidamos juntos porque queremos vivir juntos. Es decir, que los catalanes ejerzan su derecho a decidir cuando votan la Constitución, y luego lo vuelvan a ejercer cuando deciden el Estatuto. Esa es la forma de ejercer el derecho a decidir de una comunidad que se ha puesto de acuerdo con el resto de las comunidades para vivir juntos. Si queremos vivir juntos y nos ponemos de acuerdo en vivir juntos vamos a decidir juntos. Ese sería a mi juicio la salida”.
Pero, si eso no es repetir lo ya vivido y sufrido, que venga Dios y lo vea. ¿O es que acaso la Constitución de 1978 no la votaron en su momento todos los españoles…? Admitiendo que la Carta Magna es desde luego mutable y que nada impide actualizarla y vigorizarla si es necesario -que en efecto lo es pero en otros sentidos-, ¿por qué razón PP y PSOE no pactan nuevas leyes que reconduzcan el Estado de las Autonomías como han pactado otras cosas en un verdadero santiamén…?
Vale que se deba revisar el texto constitucional, pero antes que nada hay que hacerlo para tapar sus vías de agua y reforzar las competencias del Estado. Y no en un circunstancial y dudoso beneficio electoral de un PSOE quemado y de sus voraces socios de coyuntura; no a propuesta interesada de una formación política que busca su supervivencia con tanto agobio como torpeza, traicionando incluso su propia identidad originaria; no a costa de poner alegremente en juego la unidad nacional y retrotraer el país a los nefastos ‘Reinos de Taifas’...
Nadie duda que hay mucho de lo que hablar y conciliar en relación con el problema del soberanismo; pero deberá ser para rectificar los errores del pasado y no para acrecentarlos con más ‘café para todos’. Y el problema es que Pedro Sánchez sigue en la misma salida improvisada del caduco Rubalcaba (con la que no pudo sobrevivir) o, peor todavía, con su particular ‘proyectito’ de reforma de la Carta Magna, más para arreglar los problemas internos del PSOE y mucho menos para solventar los del Estado.
¿Y para qué quería entonces Rubalcaba (y ahora Pedro Sánchez) seguir criticando la política del Gobierno de Rajoy -buena o mala- si lo que pretenden es cambiar radicalmente la organización política y territorial del Estado, cosa que alterará lógica y sensiblemente el vigente ordenamiento jurídico…? ¿Para qué proponer nuevas políticas estatales, como por ejemplo el incremento del impuesto sobre el patrimonio, para que acto seguido sean demolidas por la autonomía fiscal y los conciertos económicos convenidos con los nacionalistas…? ¿Pero todavía no han comprendido los dirigentes socialistas que el origen del déficit público, el agujero de las Cajas de Ahorro y hasta el grueso de la corrupción política tienen su causa principal en los desmanes de las Autonomías, de las que ahora proponen una segunda edición corregida y aumentada con la amenaza de aún mayores tropelías federalistas…?
Es más, ¿con quiénes se quieren pactar las nuevas políticas de Estado (en Justicia, Educación, Sanidad…)? ¿Con los actuales partidos nacionalistas y con los nuevos partidos federalistas…? Pues, entonces, apaga y vámonos.
Baste un último ejemplo para evidenciar cómo el agónico Rubalcaba se había instalado en el torpe recurso de la contradicción (esto es proponer en la oposición lo que el PSOE nunca hizo estando en el poder). Ahora, y a estas alturas de la historia, ahí tenemos el ejemplo de agarrarse a la ‘ley Wert’ para arremeter contra los acuerdos con la Iglesia, amenazando otra vez de forma oportunista -cual matón de poca monta- con hacer lo que bien o mal nunca hizo el PSOE y puede que nunca haga: denunciar de verdad el Concordato con la Santa Sede…
La imagen social de la clase política está por los suelos, pero con líderes tan oportunistas como Rubalcaba o Sánchez, que permiten a sus franquicias catalana y vasca ir ‘manga por hombro’, y que con la que le está cayendo encima a su partido siguen afanados en buscarse la sopa boba a dos manos (la españolista por un lado y la soberanista por otro cuando más convenga cada una), seguirá hundiéndose en el pozo sin fondo del rechazo ciudadano.
Lo que se esperaba de Alfredo Pérez Rubalcaba, visto a lo que se había llegado, era que amortiguara la derrota electoral del 20-N, rearmara política y moralmente el PSOE y estableciera las bases de su urgente renovación para poder sumar esfuerzos positivos en la superación de la crisis global que padecemos (de la que el PSOE es corresponsable). Pero confundió la hoja de ruta y sólo ofreció ‘más de lo mismo’, y si cabe peor y en mayor cantidad...
Sánchez debe leer mejor a Azaña para no descuartizar España
Y, ahora, si todo lo que tiene que ofrecer Pedro Sánchez a los españoles es la burra ciega de la ‘España Federal’ (y de la Europa Confederal), que coja el tole cuanto antes y deje paso a gentes de mayor peso político, que pasen de mirarse el ombligo y de teorizar sobre políticas provincianas. Ni España ni los españoles -incluidos por supuesto los socialistas- están ya para más cuentos ni más políticos de pacotilla.
Ahora, Sánchez propone un nuevo pacto constitucional votado por todos (faltaría más) para “responder al problema de Cataluña” y, de paso, para “renovar el modelo democrático”.
Para lo primero, el nuevo secretario general del PSOE afirma sin mayor argumentación en un artículo titulado ‘Política para un nuevo pacto’ (El País 22/09/2014) que el Estado de las Autonomías “necesita una actualización de las previsiones constitucionales que incorpore una perspectiva federal”. Pero, ¿es que acaso Sánchez no se ha dado cuenta todavía de que esa ‘perspectiva federal’ ya está incorporada por demás en el actual modelo constitucional…? ¿Y de dónde se saca que la Carta Magna “necesita” una reforma más “federalizante” para responder a la deriva soberanista en Cataluña…?
Lo que sí necesita Sánchez es madurar un poco, no inventarse sobre la marcha falsas necesidades de naturaleza pirómana (o rescatar las del defenestrado Rubalcaba), empezar a reconocer los muchos errores políticos cometidos y tratar de solventarlos uno a uno, y, si fuera un líder de verdad, imponer en Cataluña un nuevo PSOE inequívocamente ‘español’.
Y sobre lo segundo (“renovar el modelo democrático” y “dar un impulso a nuestra democracia”), lo único que se le ocurre es proponer como cambios lo que, más o menos, ya recoge también la Constitución vigente: “reconocer las nuevas formas de familia, suprimir definitivamente la pena de muerte, hacer de la protección de la salud un derecho real y efectivo, tutelar en serio el derecho al trabajo y a la vivienda y garantizar el compromiso efectivo de los poderes públicos con las políticas sociales que cristalizan el Estado de bienestar”. Sometiéndolo por supuesto a referéndum de todos los españoles, cosa que ya se hizo en 1978, aunque él no se haya enterado…
¿Y, cuando Sánchez propone reimpulsar la democracia, qué dice sobre la necesidad más imperiosa de independizar los poderes del Estado, que es la razón esencial de su fundamento, o de suprimir de raíz la politización del Tribunal Constitucional…? Pues nada.
¿Y qué propone Sánchez sobre la reforma general del sistema electoral, para acabar con la actual partitocracia y garantizar la representatividad real de los partidos políticos y salvaguardar la de las minorías…? Nada de nada.
¿Y qué propone para acabar con los privilegios y la corrupción de la clase política (empezando por su partido)…? Menos todavía.
Es más, puestos a votar una nueva Constitución, ¿va a proponer Sánchez que los españoles se pronuncien por fin sobre la opción entre Monarquía o República…? De ninguna forma; seguirá con el cuento de que los socialistas tienen el corazón con la República y no se sabe qué con la Monarquía…
Así, está meridianamente claro que, como decíamos al principio, la reforma ‘limitada’ de la Constitución que nos propone el inmaduro Pedro Sánchez en una grotesca dirección ‘federalizante’, sólo es una ‘huida hacia adelante’ para frenar torpemente la ruptura del PSOE con el PSC y acrecentar la de la Nación Española. Cosa poco seria, que no va a colar ni calar en la sociedad española y que la espabilada vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ya ha contestado en sede parlamentaria con un lapidario vayan ustedes “más allá del enunciado”.
Si los esfuerzos del PSOE para recuperar su declive electoral y protegerse de la amenaza de Podemos sólo se limitan a esta propuesta de cambalache, van a ser reducidos a pura ceniza política. Con su propuesta ‘federalizante’ se alejará tanto de los votantes ‘centristas’ o moderados como el PP con su propuesta troglodita para reformar la ‘ley del aborto’.
Para justificar su atribulada iniciativa de desvertebrar todavía más España (no de vertebrarla), Sánchez iniciaba su artículo de El País con éste párrafo:
En una de sus más célebres y profundas intervenciones en las Cortes, Manuel Azaña nos enseñó que cuando un problema -sea cual sea su índole o naturaleza- “adquiere la forma, el tamaño, el volumen y la línea de un problema político, entonces es cuando este entra en los medios y en la capacidad y en el deber de un legislador o de un gobernante”. Creo que, a estas alturas, nadie duda de que tenemos un problema y no uno cualquiera. Es un problema esencial, formidable, porque afecta a la integridad misma del Estado…
Lo que pasa es que la cita de Manuel Azaña está muy mal traída para pretender, a continuación, justificar el bodrio de la reforma constitucional ‘federalizante’ y presentarlo además como la solución ideal para el encaje de Cataluña en España. Idea jamás expresada o compartida por aquel político, quien por otra parte tampoco ejerció nunca de españolista ni de patriotero.
Para enterarse bien de lo inadecuado de su cita, a Sánchez le convendría leer el libro que resume el propio pensamiento de Azaña al respecto, titulado ‘Sobre la autonomía política de Cataluña’ (Tecnos, 2005), en el que se reúne una sabrosa compilación de la evolución de sus ideas sobre el tema y unas afinadas consideraciones previas del prestigioso catedrático de Derecho administrativo Eduardo García de Enterría.
El escritor e historiador hispanoargentino Horacio Vázquez-Rial (también ejerció el periodismo), reseñó perfectamente su contenido en un artículo publicado en Libertad Digital.Com (16/03/2006), cuando la cuestión catalán se comenzó a enredar con las modificaciones del Estatut que terminarían siendo aprobadas por las Cortes Generales el 18 de julio de 2006:
Azaña y la independencia de Cataluña
El 27 de marzo de 1930, al final de una cena en el restaurante Patria, de Barcelona, en la que participaban intelectuales de Madrid y anfitriones catalanes, don Manuel Azaña pronunció un discurso que habría de ser histórico por las muchas consecuencias que de él se derivaron.
Dijo entonces Azaña que concebía España “con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad”. “Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que nos es común y que no es menospreciable [...]. Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y para otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos”.
El discurso completo, y unos cuantos más, aparece en ‘Sobre la autonomía política de Cataluña’, un volumen antológico del presidente de la República Española preparado por Eduardo García de Enterría, autor también del imprescindible estudio preliminar que contextualiza cada palabra de Azaña sobre el tema.
Salvadas todas las distancias en lo relativo a la entidad personal de ambas figuras, habría que establecer un paralelo entre lo dicho por Azaña y lo prometido por Zapatero a propósito del Estatuto que saliera del Parlamento de Cataluña. Y también entre las consecuencias que esos excesos verbales tuvieron para el uno y el otro, y desde luego para España.
Cinco meses después de la reunión de Barcelona tuvo lugar otra en el País Vasco. “El compromiso explícito y formal de Azaña, y por extensión de los grupos republicanos por él representados -escribe García de Enterría- pasó a ser un compromiso de todas las fuerzas republicanas en el famoso 'Pacto de San Sebastián' de 17 de agosto de 1930, que es el que pone a punto el asalto definitivo de todas las fuerzas republicanas a la monarquía, Pacto en el que se negocia y se llega a un acuerdo para encajar el problema en un sistema de autonomía sustancial catalana dentro de la unidad de la República, formalizado todo en una Constitución, fórmula que los catalanistas negociadores de ese Pacto concluyen aceptando de forma expresa [...] un Estatuto de Autonomía dentro de la Constitución republicana y sometido a la deliberación y debate de las Cortes de la República”. Como en 1978, cabría apuntar aquí, y con parecidos resultados.
En el artículo 50 de la Constitución republicana de 1931 se lee lo siguiente:
“[Las] regiones autónomas podrán organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas de acuerdo con las facultades que se concedan en sus Estatutos. Es obligatorio el estudio de la legua castellana, y ésta se usará también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas. El Estado podrá mantener o crear en ellas instituciones docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República. El Estado ejercerá la suprema inspección en todo el territorio nacional para asegurar el cumplimiento de las disposiciones contenidas en este artículo [...]”.
Una redacción considerablemente precisa, que hoy sería inadmisible ya no para los miembros de ERC, sino para los señores diputados socialistas, creadores de una legislación en el campo educacional (modificada por el PP con la Ley de Calidad de la Enseñanza, rápidamente derogada) que ha pasado por encima de todas las limitaciones que los republicanos imponían a sus socios catalanes.
Azaña, sin embargo, partía de una insostenible paridad entre España y Cataluña:
“Hay que dejar paso al Estatuto y no hay derecho a contraponer nunca la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura castellana con la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura catalana [...]. Tan española es [la cultura catalana] como la nuestra y juntos formamos el país y la República”.
Es al menos curioso constatar cómo para él, en esas fechas, no hay más que Cataluña y el resto de España, ninguna otra de las hoy mal llamadas ‘nacionalidades históricas’ (como si Asturias o Castilla fuesen menos históricas que Galicia o Cataluña; ni qué decir del País Vasco).
Azaña se encontró pronto con el hecho, trágico, de haber incubado el huevo de la serpiente nacionalista. De manera inconsulta, sin esperar Estatuto ni Constitución alguna, el día de la proclamación de la República, 14 de abril de 1931, Francesc Maciá, quien, como apunta García de Enterría, “es quizás el primero que habla abiertamente, ya en la década de los veinte, de una Cataluña independiente”, declaró en Barcelona el Estat Català. El Gobierno central obtuvo la revocación de tal iniciativa, pero de ahí en más cobró vida la Generalitat.
Esa Generalitat tenía preparado su Estatuto antes de que estuviese aprobada la Constitución. En la presentación de ese Estatuto no se recataba al decir que “Cataluña quiere que el Estado español se estructure de manera que haga posible la federación entre todos los pueblos hispánicos”. Nótese que la palabra ‘España’ ya brilla allí por su ausencia. Pero no paró ahí la cuestión. Azaña hizo lo posible y algo más por lograr el encaje del Estatuto en la Constitución, pero no tardó en percatarse de la insaciabilidad del nacionalismo: el 6 de octubre de 1934 Companys, coincidiendo sin inocencia con la insurrección de Asturias, volvió a proclamar el Estat Català.
Transcurrido casi un año del comienzo de la Guerra Civil, Azaña y, más en general, los miembros del Gobierno de la República ven con terror el escaso papel de Cataluña en la contienda: ni las milicias sindicales ni las de partido, dependientes de una Consejería de Defensa de la Generalitat, prestaban servicio útil al Ejército, ni las expropiaciones (y asesinatos de ‘burgueses’, sobre todo por la FAI) permitían crear en la región un orden industrial al servicio de la economía de guerra.
A finales de mayo de 1937 Azaña encargó al Gobierno de Negrín resolver la cuestión catalana. Y tomó nota en su diario de “las muchas y muy enormes y escandalosas [...] pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad, de 'chantajismo' que la política catalana ha dado frente al gobierno de la República”.
Poco después, aunque atribuyendo el párrafo a Negrín y reuniendo a los catalanes con los vascos, anota Azaña: “Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco”.
No veo yo a Negrín, responsable de una innecesaria prolongación de la guerra en nombre de consignas del Comintern, tan preocupado por la unidad de España; sí, en cambio, imagino a Azaña, consciente del juicio de la posteridad y desesperado por registrar tan extremas opiniones, descargando sobre el otro el peso de tamañas enormidades. Más abajo escribe:
“Una persona de mi conocimiento asegura que es una ley de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha durado para dos siglos”.
En este caso, deriva hacia un desconocido la idea del bombardeo de Barcelona, pero parece asumir como propias las dos frases siguientes.
Hasta aquí, una selección de lo muchísimo que contiene este libro, muy útil para esta hora. Muchas desgracias se hubiesen ahorrado si nuestros políticos, en vez de citar a Azaña como modelo, lo hubieran leído para aprender de sus errores.
Leer de verdad a Azaña para aprender de sus errores… Eso es lo que tiene que hacer Pedro Sánchez para darse cuenta, y cuanto antes mejor, de que las Autonomías son un descalabro insostenible y que, al menos en la España todavía invertebrada, el Estado Federal no es la solución sino el problema.
Sabemos que la asesora de comunicación del nuevo secretario general del PSOE ya promovió la pose de Albert Rivera en pelota picada para llamar la atención en el lanzamiento publicitario de Ciutadan’s. Ahora, también le ha colgado a Sánchez la imagen de político metrosexual, animalista (afirma que nunca le verán en una plaza de toros) y ‘compi’ de Jorge Javier Vázquez y de los adictos a la telebasura de ‘Sálvame’…
Vale; pero también le vendría bien mostrar ante los electores más maduros y rigurosos algún atributo personal de mayor seriedad y calado político en relación con la difícil gobernación de España. Y bueno es que hable todo lo que haya que hablar en torno al acomodo de Cataluña y del País Vasco en España; pero no sobre su ‘desacomodo’, porque para eso vale cualquiera.
Fernando J. Muniesa