En la vida política hay momentos decisivos para saber, de verdad, quién es quién y qué se puede esperar de cada cual más allá de sus declaraciones programáticas y de las promesas con las que los partidos acompañan sus campañas electorales. Son actitudes, repentizaciones, respuestas rápidas que marcan los reflejos y la personalidad profunda de quienes las dictan y, en consecuencia, su auténtica capacidad de ser y de hacer.
Son, en otro orden de cosas, los gestos que siempre han tenido los grandes creadores, aislados pero que anuncian la posibilidad de extenderse en capítulos completos y realmente brillantes de cualquier actividad humana, social, económica, técnica, artística… Son, por ejemplo, las pinceladas sueltas de Goya y las abstracciones de Picasso que terminan cambiando la forma de percibir y desentrañar la realidad más esencial; las notas locas de Mozart y las sordas de Beethoven convertidas en milagro musical, los ajustes poéticos de Rubén Darío que trasmiten los sentimientos que las palabras no alcanzan a expresar; los toques retóricos de Demóstenes que movían al pueblo griego a marchar ciegamente contra Filipo de Macedonia; los ocultos puntos de apoyo con los que Galileo se comprometía a mover el mundo…
Salvando las distancias, que pueden ser muchas, en las crisis políticas más agobiantes casi siempre han surgido líderes impensados que supieron marcar una línea de acción salvadora, una guía de esperanza hacia el futuro: hombres y mujeres señalando una senda en busca de un mundo mejor. Aunque sea igual de cierto que, en ocasiones, en periodos de crisis o de degeneración social, estos líderes se han hecho de rogar, llegando a ver cómo ese papel ha sido usurpado por caciques, reyezuelos, dictadores o pseudo líderes de tres al cuarto, muy fáciles de identificar en nuestra historia más reciente.
Margaret Thatcher, Alexis Tsipras y Mariano Rajoy…
El 21 de septiembre de 2012, el profesor Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania, pronunció una conferencia titulada ‘La salida de la crisis: cómo y cuándo’ durante un encuentro de comunicación organizado en Madrid por el Club Empresarial ICADE y patrocinado por la Fundación Wellington.
En su intervención, Fernández-Villaverde (miembro de FEDEA, del ‘Grupo de los Cien’, de la NBER -The National Bureau of Economic Research-, etc…), hizo una diagnosis perfecta de la crisis española, tanto desde la perspectiva económica y financiera como desde la política, en el fondo más o menos similar a la que en los últimos tiempos han venido haciendo otros analistas especializados, proponiendo aplicar recetas de política económica ‘clásicas’ y técnicamente contrastadas (por ejemplo, la reforma de las estructuras institucionales y la reactivación de la economía productiva, de las que el Gobierno ha pasado -y sigue pasando- abundando en los ‘palos de ciego’ a diestro y siniestro). De hecho, el prestigioso profesor español afincado en Estados Unidos advirtió una realidad sustancial que todavía sigue hibernada en el debate actual: “La crisis de España no es sólo el problema de la burbuja inmobiliaria. Más allá de la crisis coyuntural está una crisis estructural e institucional que requiere de cambios más profundos”.
Pero lo que hoy merece la pena ser recordado, a la luz del efecto contraste, es el comentario que entonces, el 21 de septiembre de 2012, hizo sobre la falta de criterio y la inutilidad manifiesta con la que el presidente Rajoy estaba encarando la crisis. Fue así de lapidario:
(…) Inglaterra cuando Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo de 1971 está en una situación límite. Sin embargo Margaret Thatcher entiende que el Reino Unido tiene que ser la solución y acomete lo que hay que hacer. Un solo ejemplo brutal de la diferencia entre Rajoy y Margaret Thatcher:
- Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo; el 6 de mayo por la noche anuncia su Gobierno; el 8 de mayo por la mañana presenta su presupuesto.
- Rajoy gana las elecciones el 20 de noviembre; anuncia su gobierno el 20 de diciembre y el presupuesto tiene que esperar hasta las elecciones andaluzas.
¿Necesita alguien decir algo más…?
Hoy, en la recta final de la legislatura e inmersos ya en un rosario electoral con escaso margen para la reacción política, sobre todo en el ámbito de las reformas estructurales -tan necesarias como lamentablemente olvidadas-, tenemos otro ejemplo que marca distancias con la actitud personal de Rajoy definitoria de su capacidad o incapacidad de entender la política.
El referente de contraste en este caso es el de Alexis Tsipras, el actual jefe del Gobierno griego. Un dirigente político que se pone al frente de su país en momentos especialmente dramáticos (igual que Rajoy), como también lo son para una Unión Europea asida a la burocracia y resquebrajada por los intereses diferenciales norte-sur, y muestra el nervio y la decisión que exigen las circunstancias (no como Rajoy), en línea con la entereza exhibida en su momento por Margaret Thatcher. Una respuesta también inmediata y precisa, centrada sin retóricas ni pamplinas en el meollo de la cuestión, dirigida a salvar la vida del Estado maltrecho por sus predecesores, con todos los riesgos políticos personales inherentes y al margen de la tentación que supone el acomodo pancista en el gobierno o la aplicación de otras respuestas serviles con el poder económico europeo.
Es la intervención política activa, directa, sin trampa ni cartón. Es la acción de gobierno propia, esperada por los gobernados, con independencia de que, a la postre, tenga su castigo o su recompensa en las urnas. Ya se verá cuál es el resultado de su gestión, pero Syriza representa el servicio en la política versus el servirse de la política.
Alexis Tsipras y su ministro de Finanzas, el economista Yanis Varufakis (fuera corbatas), se pasean por los temidos cenáculos del dinero marcando su territorio y diciendo que a la Troika no la ha votado nadie y que hay que disolverla (de entrada cosa que no suena mal en Francia e Italia), que vamos a hablar del problema, que hay muchos caminos para llegar a Roma y que Grecia va a remontar el partido, como Alemania remontó el suyo, más dramático si cabe, gracias al Acuerdo de Londres de 1953. Todo con suma amabilidad, con la cabeza alta y la mirada clara; y advirtiendo, porque tienen derecho y razones para hacerlo, que hay que tener cuidado con los fascismos de nuevo cuño y que Grecia veta las sanciones de la UE a Rusia, como debió haber hecho España en su momento…
Así lo ve también, más o menos, Enrique Gil Calvo, en un artículo de opinión publicado en El País (02/02/2015), algo escorado quizás por su condición de catedrático de Sociología pero acertado en el alcance electoral que asigna al fenómeno:
Syriziana
Comienza la catarsis desencadenada por la tragedia griega. En una sola semana se han desatado de golpe todas las furias: primero victoria aplastante en las urnas, en seguida formación de gobierno con los ultras antieuropeos, luego aplicación inmediata de una terapia de choque multiplicadora del gasto social, a continuación veto a la política europea de sanciones al agresor moscovita, después ruptura de relaciones con la troika como medida de fuerza para renegociar la deuda… Y así sucesivamente, en un trepidante desembarco preparador del asalto final a la fortaleza europea, cuyas defensas parecen haber quedado por el momento desbordadas. Un ardor guerrero que casa muy bien con el carácter monocolor de un gobierno 100 % ‘masculinista’.
Pero no hay por qué lamentarlo, pues el directorio europeo se lo tenía más que merecido. Por eso hay que interpretar la impetuosa revancha de Syriza como la constatación del doble fracaso que supuso el austericidio. Primero un fracaso económico, pues el recorte de gastos y salarios no supuso una “consolidación fiscal expansiva”, como había profetizado el neoliberal Alesina, sino por el contrario la caída en la segunda recesión y la consiguiente deflación depresiva. Y un fracaso político pues lo que se ha logrado no ha sido disciplinar a las pródigas poblaciones del sur europeo sino por el contrario despertarlas de su letargo, provocando su espíritu de resistencia hasta generar rebeliones sociales como las que hoy protagonizan Syriza y Podemos. Los tecnócratas de la eurozona pensaban gozar de impunidad para perpetrar su injusto austericidio, pues creyeron que el coste de la crisis lo pagaría sin rechistar la inerme población del sur. Pero ahora resulta que los indolentes mediterráneos han logrado disponer de un arma política con la que ajustarles las cuentas. Un arma de doble filo como la que ya esgrime Tsipras y quizás esgrima Iglesias, sin advertir que el precio del ajuste lo pagará de nuevo la sufrida población del sur.
Entretanto, mientras Syriza canta victoria, el flamante Podemos se frota las manos entre nosotros, como ha podido verse este mismo sábado en la magna okupación de la Puerta del Sol convocada tanto para reinyectarse en vena la memoria fundacional del 15M como para celebrar el triunfo de su modelo syriziano de inspiración. Una victoria que la banda de profesores complutenses reinterpreta como claro anuncio de la suya futura que acarician como inevitable. Y no les falta razón, pues en efecto, existen fundados argumentos que permiten pronosticar un formidable avance electoral de Podemos.
Es verdad que la mayoría del electorado no comulga con su agenda oculta syriziana sino todo lo contrario. Pero pese a ello se les votará masivamente. Aquí ocurre como en Cataluña, donde la mayoría no es independentista pero elige a partidos que sí lo son. Y entre nosotros puede pasar igual. Pese a no comulgar con el radicalismo de Syriza, quizá sean mayoría los que voten a Podemos. Y ello por dos razones al menos. Ante todo, como voto de castigo al aciago bipartidismo. Y además por efecto de la polarización, que retrae a los moderados incrementando su abstencionismo mientras excita a los indignados extremando su participación. El que calla otorga y el que más grita suele terminar por imponerse. Y para muestra, Syriza.
Ya hemos sostenido en otras ocasiones que, vitalmente, Rajoy no puede soportar mucha carga de trabajo ni atender demasiados problemas a la vez (que siguen siendo muchos e importantes). Es, sobre todo, un político pasivo, al que desagradan profundamente los cambios, las broncas y las tensiones, tanto como la acción y las ideas rompedoras, que son justo las necesarias en momentos de crisis total y las que van a empujarle fuera de Moncloa. Disfruta tumbado en la hamaca de la política.
Rajoy es una especie de nihilista gallego empeñado en el ‘no hacer’ y en el ‘no estar’, pero afincado en el ‘ser’, aunque solo sea para que otros ‘dejen de ser’, acostumbrado a la mera espera contemplativa y a que alguien termine dándole las cosas hechas por arte de ‘birlibirloque’ (la Merkel, la supuesta capacidad exportadora del país, las inversiones extranjeras, la reactivación de la economía mundial…), como exige a sus colaboradores más inmediatos. Adaptado a que unos u otros le gestionen benéficamente ‘lo suyo’, como parece que ha sucedido con su carrera colateral en el Cuerpo de Registradores de la Propiedad…
Rajoy es, además de gallego, un inmovilista por naturaleza y una auténtica ‘ave fría’ de la política, que sólo confía -mala cosa para el buen gobierno- en un entorno de lealtades personales a ultranza (los cuñadísimos, los amiguísimos…) y que aplica despiadado la ‘cicuta del silencio’ a todo el que ose contrariarle o simplemente le reitere cualquier cosa que no le gusta escuchar, sobre todo si son compañeros de partido (mala cosa). Quienes desde altas posiciones institucionales han mantenido con él reuniones que deberían ser de intercambio de opiniones y de entendimientos estratégicos, han manifestado coincidentemente en sus círculos más próximos que salían de las mismas igual que habían entrado, con el tiempo perdido.
Un hombre que, incluso, vive ‘pasivamente’ su única afición conocida, el deporte, repantingado en una buena poltrona delante de la televisión, con copa y puro de por medio (parece que ahora bajo alguna limitación), en espera de verse graciosamente iluminado por el Espíritu Santo… Y, por supuesto, poco madrugador, hasta para la higiénica práctica del jogging que él ejercita con un trote remolón característico de su naturaleza asténica y leptosomática.
Y también hemos advertido que esa ‘insuficiencia’ orgánica o vital de Rajoy para posicionarse y actuar en varios planos a la vez y su incapacidad para analizar la crisis bajo una perspectiva múltiple, cosa que requiere una ‘inteligencia divergente’ más propia del ‘creativo’ que del ‘opositor a escribano de lujo’, acaso sean las circunstancias que le impiden visionar y afrontar el problema de España en toda su amplitud. Porque, estando atrapados, como estamos, en una espiral de caída libre sin retorno (esperemos a ver lo que queda del país tras la ‘era Rajoy’, como ha sucedido con la ‘era Zapatero’), lo sustancial no es establecer prioridades de políticas excluyentes, como él hace, que en todo caso son insuficientes, sino combatir el estrangulamiento económico y los desmanes políticos en cada uno de sus frentes y con todas las armas posibles, de promover la ‘economía productiva’ y de plantear las reformas políticas y estructurales que con tanta claridad exigen las circunstancias.
Sin discutir para nada la necesidad de cumplir el objetivo de reducción del déficit público, siempre que se plantee en plazos razonables y sin entrar en una dinámica con ‘efecto boomerang’ (en la que nos metimos de forma precipitada), por debajo de la línea de flotación del sistema persisten otras vías de agua con la misma capacidad de hundirlo. Y que, a pesar del achique del déficit, lo están hundiendo. Es decir, de nada vale centrar la guerra en una única batalla falsamente ‘decisiva’, mientras el enemigo ataca por veinte frentes distintos, en los que, uno a uno, es necesario aplicar la respuesta adecuada.
Pero para eso hay que llamarse Margaret Thatcher, Alexis Tsipras… o tener el nervio que hay que tener políticamente.
Porque, ¿a dónde nos conduce, de verdad, conjugar el déficit público mediante recortes antisociales, acompañados además de un crecimiento insoportable de la deuda pública…? ¿En qué han quedado las reformas administrativas y del Estado de las Autonomías reclamadas por todo el mundo en la anterior legislatura…? ¿Es que se ha adelgazado en algo el sector público o han desaparecido las denostadas duplicidades y triplicidades competenciales…?
¿Es que, al día de la fecha, se han fusionado siquiera dos municipios de los miles -no cientos- que en España son un puro disparate administrativo…? ¿Es que Cataluña no sigue promoviendo sus ‘embajadas’ en el extranjero y despilfarrando los presupuestos que después tiene que ‘rescatarle el Estado…? ¿No continúa el Aragón gobernado por el PP manteniendo la estructura política comarcal sólo como pesebres partidistas, junto a la red municipal y las diputaciones provinciales…? ¿Pero es que el PSOE no nos ha estado amenazando hasta ayer mismo con una reforma constitucional de corte ‘federalizante’ integrada en una Europa ‘confederal’, es decir con más, y peor, de lo mismo…?
Dice Francisco González, presidente del BBVA (ha mantenido el tipo en la crisis sin quitarle un euro a nadie), que aunque Podemos no da soluciones, acierta en la crítica, y dice bien (entre otras cosas porque las soluciones se dan en el BOE). Y añade: “Los ejecutivos de las cajas no tienen el castigo adecuado”. Pero, ¿tienen PP y PSOE el mínimo interés en acabar con la corrupción política, por ejemplo cercenando de raíz -cosa extremadamente fácil- los aforamientos y los indultos políticos…? ¿Quieren o no quieren ambos partidos reconciliarse con el cuerpo social…?
Cierto es que todavía falta un tiempo para que se celebren elecciones generales en España, lo que no permite predeterminar el voto en términos o porcentajes tan ‘faciales’ como se hace en algunas ocasiones. Pero no lo es menos que, ahora, la demoscopia política se desarrolla con sistemática ‘barométrica’ y que, por lo tanto, no refleja sólo los ‘fotogramas’ de una realidad puntual aislada en un momento dado, sino una tendencia social fiable y estructurada, una ‘marea’ que, acompañada con confirmaciones puntuales (las elecciones europeas del 25-M, las griegas del 25-E, determinados actos y polémicas de trascendencia mediática…), marca de forma progresiva una senda de respuesta política ciudadana clara y de difícil reconducción por parte de los agentes provocadores.
Por eso, hay dos fenómenos que están meridianamente claros desde hace tiempo. El primero es la ruptura del bipartidismo PP-PSOE, ganada a pulso (y que abre la puerta a un pluripartidismo a tres o cuatro bandas con un nuevo estilo de hacer y entender la política), y la reestructuración de la izquierda social bajo el impulso de Podemos como fuerza aglutinadora del malestar ciudadano (recortes sociales, corrupción, partitocracia…), ahora capitalizando su utilidad para desplazar las nefastas políticas ‘marianistas’ y acabar con el torpe entendimiento político-ideológico del PSOE con el PP.
Y estas dos realidades, anunciadas demoscópicamente por activa y por pasiva, son las que van a dibujar el nuevo tablero político, pese a quien pese. Lo suyo, por tanto, sería asumirlas y adaptarse al nuevo campo de batalla antes que negar su existencia. Este es el reto esencial o vital del PP y del PSOE, pero también de las demás fuerzas políticas en liza.
Al PP le amenazó seriamente UPyD, luego le amagó Vox y ahora será Ciudadanos quien le abra el saco de los votos (abstencionismos aparte), en momentos en los que a Rajoy le va a ser muy difícil recuperar la etiqueta centrista perdida y la posición de resistencia en los territorios agitados por el independentismo (Cataluña, País Vasco, Navarra). Mientras el PSOE se la jugó primero con las zarandajas del ‘zapaterismo’, con la Alianza de las Civilizaciones y con las Bibiana Aído y las Leire Pajín, después al renegar de sus señas de identidad socialdemócrata y desoír las llamadas de su militancia al regeneracionismo y, ahora, con un secretario general que -duro es decirlo- no se entera de la que se le viene encima (la photocall del falso ‘pacto de Estado’ firmado con Rajoy contra el yihadismo es, además de un absurdo político, el colmo del auto desprestigio personal temprano).
Otra formación histórica, IU, tampoco ha sabido leer el momento político, ni evolucionar y adaptarse (en el rejuvenecimiento de ideas y directivos) al dictado social que está encumbrando a Podemos. De forma que, por lejos que queden las elecciones legislativas (que no lo están tanto), el flujo electoral de la mayoría social se va orientando de forma inexorable en el sentido de utilidad que muestran las encuestas.
Andalucía un test electoral atípico pero definitivo
Pero insistimos en que, más que anticipar en estos momentos los resultados de las próximas elecciones generales, lo que toca ahora es centrarse en el hito de las elecciones andaluzas anticipadas por Susana Díaz. Acto seguido habrá que hacerlo en las municipales y autonómicas del 24 de mayo y, después, incluso en las elecciones portuguesas del mes de octubre, porque también tendrán su reflejo -como lo han tenido las griegas- en la conciencia general europea.
No queremos, ni mucho menos, quitar relevancia a la posición alcanzada en las expectativas electorales de Podemos a nivel nacional, desplazando al PSOE como segunda fuerza política (y quién sabe si superando también ya al PP a tenor de algunas encuestas y de cómo rechina la estrategia de combate electoral de Rajoy). Sin embargo, no parece razonable aventurar en ese orden resultados a corto y medio plazo sin contemplar el lance previo de los comicios del 22 de marzo para renovar el Parlamento de Andalucía, que es un ámbito político peculiar.
Se ha hablado mucho del poder del populismo en Andalucía, gracias al cual el PSOE ha mantenido el poder territorial incluso estando desbordado por el fenómeno de la corrupción política. Pero a nadie se le oculta que castigar al PSOE en Andalucía conllevaba, hasta ahora, la dura contrapartida de tener que entregar el poder a los ‘señoritos’ del PP. Ahora, el castigo electoral al PSOE tiene otro nombre: Podemos (sólo o en compañía con otras fuerzas de izquierda).
Y eso, y no otras falsas razones aducidas por Susana Díaz, es lo que, tras el éxito del mitin de Pablo Iglesias en Sevilla (17 de enero), con el Palacio de Congresos y Exposiciones abarrotado, ha propiciado el adelanto electoral de marras. La presidenta de la Junta de Andalucía ha visto acercarse la refriega y oído el cadencioso Tic-Tac de la bomba de Podemos; realidad que ha exigido una decisión dramática para intentar atemperar su efecto explosivo, frenar la marea que se le viene encima antes de que se convierta en un tsunami, salvar los muebles del PSOE en su predio más emblemático y, por ende, frenar su descomposición nacional (dicho de otra forma, coger al enemigo todavía desprevenido por la retaguardia).
Claro está que el fenómeno Podemos es una novedad sin precedentes en el nuevo régimen democrático, arrolladora y difícil de digerir. El presidente Rajoy y sus ‘marianitos’ (con el ‘profesor Bacterio Arriola’ a la cabeza), han decidido que Podemos es su adversario principal, deferencia ante la que, este opositor principal graciosamente nominado para ello por el ‘Dedo Divino’ ha correspondido, desde luego bien confortado, proclamando que el PP, que es el partido en el Gobierno, es su antagonista en la pelea política. Así se las ponían a Felipe II, y punto pelota.
Pero esta mutua interacción, que en el teatro de las urnas convierte a las demás fuerzas políticas en actores de reparto, no refuerza por igual a los dos principales protagonistas. El PP renuncia a competir con el PSOE en el espacio de centro (que es donde se podrían volver a ganar las elecciones) y proyecta contra sí mismo la utilidad de que los descontentos den el voto a Podemos justo para que les desaloje de Moncloa.
Lo peor del caso (¡que torpe eres Arriola!), es que la a eclosión de Podemos ha provocado sólo una respuesta ‘defensiva’ por parte del PP, acorde con la personalidad inercial de su líder, auto presentado sin la menor credibilidad como un político de orden y de provecho defensor de la estabilidad institucional. Es decir, y por ahí se le ve el plumero, renunciado a reformar y regenerar un sistema político deteriorado hasta extremos insostenibles, lo que en gran parte explica la intensidad del fenómeno Podemos.
El tándem Rajoy-Arriola (quizás deberíamos decir Arriola-Rajoy), tenía dos opciones para afrontar una nueva legislatura: liderar un proceso esperado de reformas profundas y necesarias, o atrincherarse, inmovilizados, en el bunker del aislamiento social, que es en la que lamentablemente están. Así, llegada la hora de la verdad electoral, se encuentran petrificados, fosilizados ante una realidad social desbordante.
Están instalados en la anti política, en una concepción sectaria del poder (de auténtica ‘casta política’ como dice Podemos) torpemente coparticipada por el PSOE, que renuncia al debate público y a buscar el consenso con los actores sociales, absolutamente imprescindible en democracia y más aún en sociedades tan complejas como la española. Aquí, el ‘ordeno y mando’ sólo ha funcionado bajo la ascendencia de los espadones, cosa muy distinta a tratar de imponer las ideas a la luz de una mayoría parlamentaria disociada de la mayoría social.
La imperfección (o perversión) del sistema político ha impedido disolver la teoría de las dos orillas defendida por Julio Anguita, haciendo imposibles las reformas necesarias en el tiempo sobre la base del consenso ciudadano. La política se ha convertido en un jardín privativo de la ‘casta’, tendente al control social a través de los presupuestos, y no a procurar el bienestar de quienes han otorgado el mandato de su administración. Y en eso estamos...
Ya hemos dicho en alguna otra ocasión que en el marketing electoral jamás se ha visto mejor ejemplo de cómo trabajar a favor del adversario (en este caso Podemos) que el ofrecido en estos momentos por Rajoy y sus ‘marianitos’. Sobre todo cuando, por sus diferentes orígenes y objetivos, no parece posible que se puedan vislumbrar ninguna transferencia de votos entre ambos partidos (PP y Podemos), con caladeros de votos radicalmente diferenciados.
Pero mucho cuidado con la torpeza de elegir mal al adversario y de su menosprecio. Las risas oficiadas desde el PP de Aznar en contra del ‘Bambi’ Zapatero, se saldaron con dos legislaturas seguidas en las que el denostado ZP le mojó la oreja bien mojada al portento de Rajoy, cuyo partido venía, además, de una mayoría absoluta y con todas las encuestas a su favor.
Ahora, lo que toca es ver quién le moja la oreja a quién en las elecciones anticipadas de Andalucía. Quién resiste y quién puede ser arrollado por los nuevos vientos electorales; si la corrupción y la ineptitud política van a tener o no tener -con Podemos en liza- su descuento en las urnas; si el cambio profundo del sistema está en agraz o anuncia maduración.
En septiembre de 2014, una encuesta de la Cadena Ser estimaba que el PSOE ganaría las elecciones en Andalucía con el 31,2% de los votos, seguido del PP con el 28,3%, de Podemos con el 18,1%, de IU con el 8,8% y de UPyD con el 5,4% (el PA y Equo apenas alcanzarían al 1% de los votos).
Eso significaría una gran pérdida de votos del PSOE respecto de los logrados en las elecciones de 2012 en su territorio más emblemático (un 8,3%), otra pérdida todavía mayor para el PP (un 12,4%), la irrupción fuerte de Podemos como tercera fuerza política en Andalucía, una caída de IU (del 2,5%) y un pequeño repunte de UPyD (del 1,8%). Así, las fuerzas de izquierda (PSOE, Podemos e IU) alcanzarían el 58,7% de los votos, pudiéndose pensar, de entrada, que la concurrencia de Podemos sería imprescindible para formar un gobierno estable, sobre todo considerando que la opción preferida por los andaluces sería una coalición de izquierdas integrada por IU, Podemos y Equo, sin el concurso del PSOE (ojo al dato), aunque un tercio de los encuestados cree que en la próxima legislatura Andalucía seguirá gobernada por el PSOE.
No obstante, tres meses más tarde, en diciembre de 2014, el Grupo Joly, que es la primera editorial andaluza con nueve cabeceras de periódicos, difundía otra encuesta según la cual en unas elecciones generales Podemos sería la primera fuerza política en intención directa de voto (con el 13,2%), seguida del PP (con el 11,4%) y del PSOE (con el 11%).
Y la misma encuesta señalaba que en las elecciones autonómicas andaluzas el PSOE se situaría como primera fuerza política, con un apoyo del 30,9% de los votos (porcentaje muy similar al 31,2 que le asignaba la encuesta de la SER), seguido del PP con el 24,9% (15,8 puntos menos que en las elecciones de 2012), de Podemos con el 17,4% de los votos y de IU (con el 12,8%). Unas cifras que ya suponían un 30,2% de los votos para la suma Podemos+IU y también la posible reedición de otro gobierno PSEO-IU, fórmula que en la encuesta de la SER sólo era preferida por un 5% de los encuestados.
Más tarde, a finales del pasado mes de enero, otra encuesta encarga por la Sexta consolidaba la estimación de que el PSOE-A ganaría las elecciones en Andalucía, obteniendo el 39,6% de los votos, lo que supondría una ventaja de 10,2 puntos sobre el PP-A (con el 29,4%), seguido de Podemos, que lograría un 15,2%, de IU con un 8,7%, de UPyD con un 3% y del PA con un 2,3%.
Y, cerrando de momento esa tendencia en términos más o menos similares para los puestos de cabeza, ya con el trabajo de campo realizado entre el 26 y el 29 de enero, es decir conocida la fecha del próximo 22 de marzo para celebrar las elecciones anticipadas en Andalucía, una encuesta de Sigma Dos realizada para El Mundo reconfirma la victoria del PSOE sin mayoría absoluta y la caída del PP, permitiendo a Podemos e IU entrar en el juego político con un abanico de posibilidades todavía abierto.
Según esta encuesta, los socialistas conseguirían el 34,7% de los votos, reduciendo su ventaja sobre el PP a 4,5 (los populares lograrían el 32,2% de los votos). En tercer lugar se situaría Podemos, con un 15,6% de intención de voto y en cuarto lugar IU, con el 8,2% de los sufragios, quedando muy cuestionada la representación del resto de las fuerzas políticas.
La proyección en escaños del sondeo, asigna al PSOE entre 43 y 45 escaños, lejos de los 55 que corresponden a una mayoría absoluta. El PP obtendría entre 39 y 42 escaños (de 8 a 11 menos que los conseguidos en los comicios de 2012 tras su aplastante victoria en las elecciones generales de 2011); Podemos lograría entre 17 y 19 diputados e IU entre 5 y 7 (UPyD podría obtener un escaño por Sevilla).
Un reparto de cuota parlamentaria que, además de castigar tanto al PP como al PSOE respecto de su posición anterior, obligaría a Susana Díaz a apoyarse en dos partidos con los que ya ha dicho abiertamente que no tiene intención alguna de pactar (el PP y Podemos), dado que la suma de escaños con IU quizás no alcanzase la mayoría necesaria. Claro está que la reflexión estratégica sobre las elecciones andaluzas sería esta: ¿Una convergencia electoral de Podemos con IU y otras fuerzas minoritarias o movimientos sociales de izquierda, tendría un efecto multiplicador en votos y escaños…?
Posiblemente sí, y ese es el verdadero riesgo que todavía pueden tener que afrontar PP y PSOE en el territorio clave de Andalucía. Y en momentos en los que Podemos se coloca en primera posición -y destacada- en la estimación de intención de voto de las elecciones generales según la encuesta realizada por Metroscopia para El País (08/02/2012).
Todo indica, pues, que las elecciones andaluzas anticipadas del 22-M no están cerradas, y que la superación de esa incertidumbre será la prueba del algodón de tirios y troyanos para confirmar o mantener en vilo la dinámica del año electoral. Lo que parece inamovible es el batacazo del ‘marianito’ Juan Manuel Moreno Bonilla, cachorro del PP proveniente de sus Nuevas Generaciones (o sea sin oficio ni beneficio más allá de la política) que, nada más confirmar su candidatura para presidir la Junta de Andalucía, ha tenido a bien declarar: “Si Díaz no hubiera adelantado los comicios, mi victoria sería segura” (es decir, anunciando que se la pega).
Otro ‘marianito’ espabilado. Esto es lo que hay.
Fernando J. Muniesa