Vaya por delante que el término ‘tonto útil’ (o ‘idiota útil’) no se utiliza aquí con ánimo vejatorio alguno, sino como una expresión política utilizada inicialmente por Marx y convertida en habitual a partir del enfrentamiento bipolar de la antigua URSS con Estados Unidos. También podíamos haber aludido en nuestro titular a un Rivera convertido en el ‘perejil de todas las salsas’ -que diría Karlos Arguiñano- o a que sus aportaciones a la revisión política del momento sean ‘ni chicha, ni limoná’ o de ‘ni fu, ni fa’; es decir, inutilidades que sirven para poco.
Con el ‘tonto útil’ se identifican determinadas actitudes y comportamientos de personas que, a la postre, ignoran las motivaciones ocultas de quienes se terminan aprovechando de ellas, hasta el punto de favorecer de forma involuntaria el avance de una causa (por lo general política) adversa o contraria a sus propias creencias o principios. Algo que, como es obvio, nunca apoyarían si estuvieran mejor informadas o analizasen con más detenimiento los hechos subyacentes.
En algunos de sus escritos. Marx describió perfectamente a ese tipo de personas que, al luchar por un ideal que no tienen claro, o sobre el que no han profundizado, se pueden transformar en instrumentos de otros grupos políticos y colaborar de forma involuntaria con intereses creados que desconocen. Así, el término ‘tonto útil’ se emplea para designar a quienes curiosamente apoyan cambios, reformas o revoluciones lideradas por otras personas y organizaciones que mantienen un sistema político que no les beneficia.
El último siglo está lleno de personas que, como tontos útiles, han apoyado o visto con simpatía movimientos como el stalinismo, el nazismo o la yihad islámica, sin desear ellos una teocracia global. Albert Rivera no llega a eso, pero sí que se ha convertido en el tonto útil que un día consolida al PSOE allí donde éste lo necesita y otro al PP, habiendo nacido teóricamente justo para combatir los excesos y deficiencias del sistema bipartidista en el que se encontraba instalados ambos partidos. Otra posibilidad sería que trabaje de forma encubierta al dictado del establishment…
Además de absurdo, el comportamiento de Rivera es tercamente insistente. Tras apoyar al PSOE en la Junta de Andalucía y al PP en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, o a los socialistas en unos ayuntamientos y a los populares en otros -aun de la misma comunidad autónoma-, en cuanto ha podido tener un cierto protagonismo nacional se metió en camisas de once varas para investir presidente a Pedro Sánchez en la XI Legislatura y acto seguido, en la XII, hacer lo mismo con Mariano Rajoy. Una le falló y la otra va camino de fallarle, probablemente.
Apenas dos meses han bastado al joven Rivera para pasar de apoyar una opción a apoyar la otra, que además es la diametralmente opuesta. Eso sí, justificando su comportamiento de picaflor, frívolo e inconstante, en el ‘bien de España’ (¡cuidado con confundir cuál es ese bien!), olvidando de repente que sus males más recientes han nacido precisamente del bipartidismo PP-PSOE.
Y, si tanto aprecia ahora el gobierno de unos y de otros, ¿por qué razón desembarcó en un partido nuevo que pretendía acabar con aquella ‘vieja política’…? Quizás hubiera quedado mejor con una doble afiliación: por las mañanas en el PP y por las tardes en el PSOE.
La verdad es que lo de Rivera y Ciudadanos comienza a ser cosa de tralla verbenera. Tras el 20-D dio alas a Pedro Sánchez para que salvara su cabeza de perdedor electoral y se pudiera mantener como candidato inútil del PSOE en los comicios del 26-J, y apenas dos meses más tarde hace lo propio con un Rajoy astuto y taimado que le utiliza para mantenerse en la cuerda floja y presionar de forma indecente un apoyo de los socialistas a sus políticas neoliberales y de recortes sociales. Además ninguneándole y tratándole como un parvulillo de la política (ahí está la ‘no respuesta’ inicial -así lo definió el propio Ciudadanos- a sus exigencias de pacotilla para apoyarle en la investidura presidencial).
Rosa Díez, desplazada de la política por Rivera cuando todos se pensaban que éste era otra cosa, estará partiéndose de risa al verle ir de la ceca a la meca como palanganero de unos y otros, sin tiempo ni atención para promocionar su propia alternativa política. Lamentable y sin duda frustrante para muchos seguidores iniciales del partido naranja, que están soportando una vergüenza ajena notable.
El joven Rivera parece no enterarse de que el PP y el PSOE ya existen desde hace muchos años y que, por tanto, no hace falta que él los reinvente, apoye sus éxitos ni les rescate de sus fracasos. E ignora también que, si se quiere triunfar en el fogón de la política, no se puede ir de ‘cocinilla’ ni de pinche de nadie, sino llegar pisando bien fuerte y con recetas nuevas, que es de lo que él presumía hasta hace poco.
Si Rivera piensa que sólo con mirar de forma intermitente a su izquierda y su derecha, y esgrimiendo el fatuo latiguillo del ‘servir a España’ (servicio que nada tiene que ver con sus intereses políticos), va a conseguir llegar a la meta del Gobierno, que debería ser su objetivo más razonable, se equivoca de medio a medio. Sin proyecto político propio, recibirá el desprecio de unos y otros, si es que, en su papel de tonto útil, no termina en la basura como un kleenex limpia-mocos de usar y tirar.
Tras una aparición estelar en el escenario político, apoyada en la idea de regenerar el sistema político -y no en mantenerlo como ya existía-, el 20-D Rivera logro el apreciable éxito de obtener 3,5 millones de votos y 40 escaños en el Congreso de los Diputados, arrasando a UPyD que fue su víctima propiciatoria. Sin embargo, seis meses después, en las elecciones del 26-J, no sólo no creció (y lo tenía a tiro) sino que perdió 8 escaños (el 20% de su cuota).
Se puede discutir todo lo que se quiera sobre las razones de esa caída, pero, según camina el joven Rivera por la política, nada hace pensar que en las próximas elecciones generales no vaya a caer bastante más. Y los primeros en celebrar esa caída, serán los mismos que le han utilizado como tonto útil de su juego partidista: Pedro Sánchez y Mariano Rajoy.
Para triunfar en la política actual hace falta más personalidad y entereza de la que parece tener el joven, dócil e influenciable Rivera: esa es la realidad. Con la premisa aneja de que mientras se van cubriendo etapas, hay que saber perfectamente a dónde se quiere llegar (o que es lo que se quiere ser de mayor).
Ya aprenderá que a nadie le gusta votar copias de otros partidos si pueden votar a los originales. Y que al votante de cualquier de ellos no le gusta que el líder malverse su voto como le venga en gana, hoy por aquí, mañana por allá y pasado por el otro lado; es decir haciendo de tonto útil para los demás.
Fernando J. Muniesa