Donald Trump ha demostrado ser tan cretino como parece. Pudo haber hecho cosas grandes, pudo romper la dinámica internacional acabando con las pretensiones hegemónicas a nivel mundial de un establishment asentado en el más voraz capitalismo financiero, militar y mediático, de ideología neocons y sentado sobre una gigantesca pirámide de cadáveres; pudo cambiar la imagen de unos Estados Unidos intervencionistas acostumbrados a actuar como matones y gangsters en la escena internacional, pudo haber acabado con esa organización siniestra llamada OTAN; puedo haber llevado un poco de optimismo a una población norteamericana deprimida y en decadencia…
Pero no ha sido así. Puede que no le hayan dejado, que haya sido víctima de un golpe palaciego encubierto de eso que se llama el “Estado profundo”. No deja de ser sospechoso que sus colaboradores más estrechos y díscolos, como el general Flynn o Bannon entre otros, hayan sido destituidos y reemplazados por halcones del Establishment. Pero eso no le justificaría. Siempre hay una salida honorable para una persona digna: hablar al pueblo con la verdad y marcharse.
Al contrario, atendiendo a la definición literal del Diccionario de la Lengua Española, Trump es un completo gilipollas, un cretino que hace honor al dicho de que “es mejor callar y que todos piensen que eres idiota, a hablar y demostrarlo”.
Con la agresión a Siria, Trump ha caído al nivel más bajo que se podía esperar de quien se presentó como un “antisistema”, y no pasa de ser un muñeco con cara de payaso, formas de payaso y maneras de payaso. Es decir, es un payaso. Un idiota que no ha aguantado ni dos meses las presiones del auténtico poder en los Estados Unidos.
Como comandante en jefe de las fuerzas de la coalición internacional ha callado como una rata sobre los cientos de civiles asesinados en Mosul y otros puntos por sus aviones, o el genocidio que día a día cometen sus amigos en Yemen o en Gaza, pero salta como un resorte ante la impostura de un oscuro episodio de armas químicas al que se acusa sin pruebas a la aviación del gobierno legítimo de Siria, ese que está luchando a brazo partido con el terrorismo islamista, mientras Trump y sus cómplices occidentales, Arabia Saudita, Israel o Turquía, no han hecho otra cosa que alimentar.
Trump se enerva por el triste episodio del ataque químico (una historia que nos suena a vieja mentira en Irak o en la propia Siria en 2013) y en menos de 48 horas fue capaz de obtener unas pruebas que no ha presentado a nadie, saber que el propio Assad “ordenó” el ataque químico (no sabemos si con un washapp), tomar una decisión ilegal y contraria al Derecho Internacional contra un país soberano y miembro de las Naciones Unidas y llevarla a cabo lanzando 59 misiles de crucero… con bastante ineficacia, por cierto.
La “indignación” de este mamarracho encaja a la perfección con aquella máxima de Marshall McLuhan de que “La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”.
Trump, Trump… Ya no engañas a nadie. Has demostrado que eres un completo gilipollas. Ahora, a ver cómo lo arreglas…
Juan Antonio Aguilar