Pocos hechos tan intensos, inolvidables y emocionales en la España del Régimen como la llegada del barco Semíramis aquel 2 de abril de 1954. Todavía hoy sobrecogen las blanquinegras imágenes que transmiten los gritos desaforados de los excautivos en la cubierta de aquel buque desvencijado con nombre de reina asiria. Casi más emociona el delirio de la muchedumbre que, enfervorizada, aguardaba en el puerto de Barcelona el retorno de los héroes que habían sacrificado su vida y juventud luchando contra el comunismo y que habían vivido la más amarga de las experiencias del “terror rojo” en el infernal cautiverio soviético.
La II Guerra Mundial había terminado en 1945 y los prisioneros de guerra de las potencias beligerantes habían sido liberados. Sin embargo el contingente español, pese a no haber participado en la contienda, permaneció en el Gulag diez años más. Las gestiones para su repatriación se habían llevado en el máximo secreto. La muerte de Stalin, un año antes, había permitido llevar a buen puerto la mediación.
"La lista de los repatriados del Semíramis, facilitada por el Ministerio del Ejército, cambiaba la vida de casi tres centenas de familias españolas"
La nave traía a bordo a prisioneros de guerra que llegaban, pero también antiguos niños de la guerra y un grupo de republicanos. En Rusia habían dejado el hacinamiento en barracones insalubres, epidemias e infecciones, trabajos forzados, el hambre apenas aliviado por una dieta miserable y abandonado alguna novia de guerra y a los camaradas muertos. Pero lo más doloroso fue el haberse sentido olvidados y saberse prisioneros sin límite de condena.
La lista de los repatriados del Semíramis, facilitada por el Ministerio del Ejército, cambiaba la vida de casi tres centenas de familias españolas. Pero incluso sin aparecer sus nombres la esperanza seguía latiendo en todos aquellos cuyos familiares habían desaparecido en combate, dados por muertos o fallecidos a causa de las enfermedades, el frío, el hambre y las penurias del cautiverio.
Pese a constituir sólo una mínima parte de los ejércitos desplegados en el terrible frente ruso, la División Azul había tenido un comportamiento muy destacado. Fue porcentualmente la más condecorada y el destacamento con más universitarios del frente. Hitler llegó a considerar a la División como una de las unidades mejores de la Wehrmacht, hecho muy significativo, porque muchos expertos bélicos califican al ejército alemán de la II Guerra Mundial como el mejor de la historia.
Su primer general, el carismático Muñoz Grandes, había sido distinguido con la Cruz de Hierro con hojas de roble, máxima condecoración, sólo concedida a otro general no alemán. Estaría a pie de puerto recibiendo a los hombres del Semíramis, en el que sólo llegaban ocho oficiales, tres capitanes: Asensi, Palacios y Oroquieta.
Desconcertados por su carácter individualista y su ser tendentes a improvisar, el concepto de la superioridad aria y del orden en las tropas germanas eran serios obstáculos para su interacción con los españoles. A ello habría que sumar sus relaciones con las muchachas judías o la empatía con la población civil. Pero una vez en el frente, la División Azul deslumbraría a los alemanes por su valor, al afrontar el combate creciéndose en las situaciones más difíciles y resistiendo como leones en el invierno más frío de cuantos se habían vivido en el siglo en el frente más letal de la Segunda Guerra Mundial.
Más de 40.000 hombres sirvieron, en sucesivos reemplazos, en el frente soviético. Prácticamente la totalidad se alistaron por un intenso compromiso ideológico falangista, un asunto pendiente entre españoles y soviéticos, ya que responsabilizaban al comunismo de la guerra civil española. También hay que citar a otros alistados que acudieron llevados por el afán de aventura, ser soldados de fortuna o disimular un pasado republicano. Más de 5.000 muertos, 8.000 heridos y 7.800 víctimas de congelación y enfermedades. Todos pagaron un precio demasiado alto. Pero la suerte más dramática fue la que corrieron los que cayeron prisioneros.
Cautivos de Rusia. Un referente en la bibliografía divisionista
Y es que existe abundante bibliografía y visibilidad mediática sobre los duros episodios vividos por los españoles en los campos de concentración nazis. Esto ha hecho olvidar que existieron otros totalitarismos padecidos también por compatriotas. Es el caso de los miembros de la División Azul, republicanos y “niños de la guerra” que estuvieron bajo el férreo yugo del carcelario sistema comunista. Cautivos en Rusia, de Francisco Torres, recién publicada por la Editorial Actas y de casi mil páginas, como analizaremos, se convertirá en la obra definitiva sobre el cautiverio. Incorpora un anexo de tablas biográficas de los prisioneros y casi 300 fotografías, muchas de ellas inéditas.
Más de 500 soldados españoles, miembros de la División Azul, que combatían como voluntarios en una unidad integrada en la Wehrmacht, cayeron prisioneros en manos del Ejército Rojo, la mayoría de ellos en la famosa batalla de KrasnyBor. Al perder Alemania la guerra, se vieron confinados en los campos de prisioneros del Gulag y, por empeño personal de Stalin, permanecieron allí mucho más tiempo que los cautivos de las demás nacionalidades, incluidos los alemanes.
Muchos de los divisionarios no sobrevivieron al Gulag, y los que lo hicieron quedarían marcados de por vida. La mayoría arrastraron graves secuelas físicas y psicológicas consecuencia de las condiciones infrahumanas (un sistema carcelario militarizado con durísimas condiciones de trabajo, bajísimas temperaturas, largas jornadas sin descansos, combinadas con una deficiente alimentación) que padecieron los 11 años de cautiverio.
Sin embargo, pese a su terrible reclusión, no perdieron la esperanza y el presidio se convirtió en un ignoto combate por la libertad y la dignidad. Tanto es así que uno de sus protagonistas, el famoso capitán Palacios, calificó esta experiencia como «la batalla de los 11 años». Una batalla que continuaron luchando, porque muchos de aquellos prisioneros ni se sentían derrotados, ni asumieron nunca que su guerra contra el totalitarismo comunista hubiera terminado.
Cautivos en Rusia se distingue de los libros memorialísticos porque está concebido como una gran obra coral y por profundizar en temas aún no investigados. El autor ya se había hecho un hueco preferente entre la reciente bibliografía por su magna obra Soldados de hierro, primer estudio antropológico sobre el contingente español en la Segunda Guerra Mundial. Con el mismo rigor y, como siempre, con una exhaustiva labor de documentación, aquí aborda lo acontecido en el infierno del Gulag. Aporta numerosos testimonios de los prisioneros, tanto directos como documentación personal y declaraciones realizadas ante las autoridades militares sobre el cautiverio.
Como gran novedad, identifica un número de prisioneros superior en un centenar al reconocido hasta hoy. Traza una horquilla entre 523 y 585, con una treintena de asesinados al ser capturados, algunos con extremada crueldad. A ellos añade unos 60, la mayor parte trabajadores en Alemania, “republicanos”, capturados en 1945 y liberados en 1948-1949. También aporta un número inferior al que suele barajarse de desertores. En el desarrollo, contextualiza el tema de los cautivos dentro del drama de los prisioneros vencidos de diferentes nacionalidades en la IIGM, tanto en manos de los aliados occidentales como soviéticas.
Torres no sólo retrata el sufrimiento moral y físico, sino también la muerte. Minuciosamente presenta de qué murieron (el tifus y el hambre acabarían con un 24-26% de los prisioneros, uno de los más altos por nacionalidades).También aborda su actitud ante la muerte, incluyendo los que escogieron esa vía para alcanzar la libertad.
Otra de las novedades importantes son las investigaciones en torno al periplo de negociaciones llevadas en secreto para la liberación, y las encuadra valorando la situación geoestratégica. Y por primera vez profundiza en las responsabilidades. El autor demuestra que no fue sólo Stalin quien como venganza personal a la derrota comunista en la Guerra de España niega su liberación, sino que señala también al PCE y a Dolores Ibárruri como principales responsables. Se opusieron no sólo a la liberación de los divisionarios, que podría justificarse por razones ideológicas. Lo más sorprendente es que impidieron la salida de los “republicanos” (pilotos, marineros, niños de la guerra), que el autor incluye en el relato. Otro punto muy interesante, poco conocido, que sale a la luz es la demostración de que, aunque la guerra civil había finalizado quince años atrás, en muy pequeña escala, pero por las misma convicciones, seguía desarrollándose a miles de kilómetros en el gélido país. Pese a la desolación moral que reinaba en los Gulags, había españoles que mantenían viva la llama del combate.
Los falangistas llamados “los resistentes” se rebelaban ante el sistema, por lo que a veces para minar su fuerza eran dispersados por distintos campos, y los españoles antifascistas llamados antifá eran colaboradores —a veces guardias auxiliares— que gozaban de privilegios y esperaban salir en libertad.
Asimismo, la historia no termina cuando regresan a España en el Semíramis, sino que afronta hechos cruciales como lo sucedido tras “su vuelta a la vida”: las ayudas a la reintegración, el retorno a los puestos de trabajo, condecoraciones otorgadas y la dura recuperación psicológica.
A pesar de que es un trabajo académico y de investigación, es de destacar que Torres construye un sobrecogedor e impactante relato coral de historias humanas en situaciones límite. Las microhistorias y anécdotas van salpicando el texto e ilustran ampliamente sobre aquellos hombres y de los que les aguardaron durante más de una década.
"Cautivos en Rusia es la gran obra de investigación sobre la División Azul en el cautiverio, pero además es una historia humana que rescata del olvido momentos de heroísmo, generosidad y compañerismo"
De forma amena, a veces transmitiendo con la fluidez de una novela, logra sumergir al lector en una narración en la que las historias individuales se van enmarcando en un contexto global.
Hay tramas dignas de novela, como los múltiples intentos de fuga, los posibles espías y el romance, porque los prisioneros tuvieron contacto con rusas y prisioneras. Existieron también en los campos “las novias de los españoles”. Anécdotas que se repiten días antes de la llegada, como las peticiones de perdón a las familias por los sufrimientos causados de los que se alistaron y se fueron casi sin despedirse (“¡Madre, prepáreme las cosas, que me voy a la guerra!”), o los inolvidables reencuentros de las madres con los hijos en los que no faltaron tirones de orejas. O el desertor por razones ideológicas, que tras luchar con los partisanos acaba en un campo de concentración como los demás. Podemos leer su carta a la Pasionaria como miembro de las JSU para que le saquen de allí. No hubo respuesta.
También queda de manifiesto la gran solidaridad entre la mayoría de los prisioneros españoles —vértebra implícita del libro— en el ejemplo del entierro de uno de los pilotos republicanos que muere en uno de los campos de prisioneros. Los presos españoles forman ante el féretro que han conseguido construir con unas maderas —los cadáveres simplemente se almacenaban congelados— y los divisionarios lo llevan.
Perfil del autor
FRANCISCO TORRES GARCÍA, catedrático de Instituto, profesor de Enseñanza Secundaria, historiador, articulista y conferenciante, es Licenciado en Letras por la Universidad de Murcia en la entonces división de Geografía e Historia en la especialidad de Historia Moderna y Contemporánea. En 1986 alcanzaba el grado con la presentación de su trabajo Un análisis del Movimiento en Murcia: de la FET a la División Azul que obtuvo la máxima calificación. Es uno de los más destacados especialistas españoles en la historia de la División Azul y ha centrado su investigación en la historia más reciente de España. Ha publicado numerosos artículos históricos en revistas especializadas como Aportes, Historia 16 o Historia y Vida, participando en diversos congresos con ponencias y comunicaciones. Ha prologado diversos trabajos o novelas. Colabora como analista político y sobre temas históricos en diversos medios de comunicación tales como La Nación, Arbil, Diario Ya, Historia en Libertad o Sierra Norte Digital. Ha intervenido en programas de televisión como España en la Memoria de Intereconomía Televisión y La Tribuna de la Historia de Mi Tierra Televisión. Fue tertuliano habitual en el programa la Quinta Columna de Radio Intercontinental y hoy lo es los programas de Radio Ya: Seamos francos y En la boca del lobo.
Autor de numerosos artículos ha publicado las siguientes obras: La División Azul 50 años después (1991); ¿Por qué Juan Carlos? Franco y la Restauración de la Monarquía, Denuncia (1999); Franco o la venganza de la historia (2000); en colaboración con Ángel Salamanca Esclavos de Stalin. El combate final de la División Azul (2002); El último José Antonio (2013) y una edición revisada y aumentada (2014); La vida por José Antonio. Entre la represión y el olvido (2016). Para la editorial ACTAS realizó: Soldados de Hierro. Los voluntarios de la División Azul (2014); Enseñarte podría... viaje al fondo de StarWars (Historia, literatura, filosofía, mitos, ciencia y cine en la galaxia). (2015).