Víctor Lenore
Diego Fusaro es un rara avis: filósofo marxista y hegeliano que mantuvo sintonía con la Lega de Matteo Salvini y es acusado de ‘fascista’ por un sector de la izquierda europea. Ahora vuelve de la mano de Alianza con las seiscientas páginas de Historia y conciencia del precariado. Siervos y señores de la globalización, donde aborda las consecuencias de la fragilización de los vínculos laborales y también los principales conflictos políticos de la pospandemia. “El problema es que la libertad de mercado sin una política que la discipline y la gobierne, es decir sin un Estado soberano, democrático y social, provoca ‘tragedias en lo ético’ (Hegel): miseria creciente, disolución de la comunidad, pérdida de derechos…”, explica a Vozpópuli en el curso de una larga entrevista. Además de respetado ensayista, Diego Fusaro es profesor en el Instituto de Altos Estudios Estratégicos y Políticos de Milán.
Pregunta: Su tesis es que estamos retrocediendo hacia una economía propia de la Edad Media, con la sociedad dividida en siervos y señores. Hemos pasado de la globalización a la ‘glebalización’, a ser unos ‘siervos de la gleba’ de los oligopolios financieros y tecnológicos.
Respuesta: Así es. En Historia y conciencia del precariado sostengo que estamos asistiendo a un nuevo feudalismo: los nuevos laboratores están precarizados y carecen de derechos, son una clase media empobrecida y una clase obrera masacrada; los nuevos bellatores son los capitalistas multinacionales, el e-commerce y la big pharma; y los nuevos oratores son el clero intelectual que reza día y noche al dios mercado y defiende las relaciones de fuerza, exhortando a los laboratores a aceptar con desencantada resignación o con necia euforia el orden de la ‘glebalización’ capitalista. Es algo que ya expliqué en mi libro Glebalización. La lucha de clases en tiempos de populismo (2019).
¿Cómo de lejos estamos de esa nueva Edad Media?
A todos los efectos nos encontramos ya en esa situación, y la emergencia de la covid-19 ha reforzado esos procesos: ha ‘replebeyizado’ la sociedad, llevándose todo por delante a golpe de confinamiento a las clases medias y a los trabajadores e incrementando la riqueza de los capitalistas antifronteras. La situación ha dado lugar a un nuevo capitalismo autoritario-represivo que prohíbe las reuniones y encierra al pueblo en cuarentena, impidiendo cualquier movimiento revolucionario y de protesta.
Últimamente abundan las noticias y encuestas que indican un rejuvenecimiento del apoyo a la derecha (por ejemplo, en Francia con Marine Le Pen y en Madrid respecto a Ayuso). ¿Cuál es la explicación de esta tendencia?
Lo atribuyo principalmente a la traición de las izquierdas. Traicionaron a Gramsci, a Marx y a la clase trabajadora para convertirse en los guardianes arco iris del gran capital: lo que defiende la izquierda de la costumbre es lo mismo que quiere la derecha del dinero. Por ello, las clases trabajadoras y la juventud se encontraron sin representación y, a menudo por una reacción rencorosa, votan a la derecha reaccionaria. El éxito de Salvini, Le Pen, etcétera, se explica sobre todo de esa forma: unos programas políticos liberales en lo económico y enemigos de las clases trabajadoras, que se solapan perfectamente con los programas de las izquierdas fucsia. Es la alternancia sin alternativas característica de la época neoliberal: tanto si gana la derecha azul turquesa como si gana la izquierda fucsia, de todas formas el que sale ganando es el capital, que justamente tiene un ala derecha y un ala izquierda. También lo demuestra la parábola de Podemos en España. Hoy en día falta una verdadera izquierda de la hoz y el martillo y roja, no arco iris y fucsia: es decir una izquierda que sea anticapitalista y comunista, que esté a favor de la soberanía del Estado nacional y del internacionalismo solidario entre países socialistas.
Se ha revertido la corriente cultural de Mayo del 68.
Desde aquella revuelta, la izquierda se ha ido quedando reducida al papel de perro guardián del capital. Y por eso ha perdido las simpatías de los jóvenes y de los trabajadores. Por lo demás, si la izquierda deja de interesarse por Marx y por Gramsci, lo que hace falta es dejar de interesarse por la izquierda y proseguir con las luchas que fueron de Marx y de Gramsci.
Es usted uno de los intelectuales italianos que más cita a Pasolini, por ejemplo sus posiciones contra el antifascismo, que él veía como una simulacro de oposición al sistema. La izquierda actual también parece alérgica a otros intelectuales comunitaristas como Christopher Lasch, que sí es citado por el gurú trumpista Steve Bannon.
Siento adoración por Pasolini, al que considero, junto con Antonio Gramsci y con Costanzo Preve, el marxista más importante del siglo XX. Pasolini había comprendido que el antifascismo de las izquierdas fucsia, en ausencia de fascismo, iba a convertirse en el instrumento de deslegitimación de cualquier proyecto de oposición al capitalismo neohedonista. Hoy en día, el propio anticapitalismo marxista es difamado como fascismo por los sedicentes antifascistas liberales (eso ocurre, por ejemplo, con Marco Rizzo, uno de los pocos comunistas que quedan). La izquierda no puede aceptar ni a Pasolini ni a Lasch, porque se ha apuntado al culto regresivo del progreso y de la modernización capitalista integral de la sociedad: para la izquierda, presa del ‘complejo de Orfeo’ (Jean-Claude Michéa), mirar atrás siempre es un pecado, lo que hace falta es seguir el desarrollo capitalista. La izquierda ha olvidado la lección de Pasolini, que hacía una distinción entre el desarrollo como emancipación y el progreso como avance del tecnocapital, que es justamente lo que el marxismo debería combatir en nombre de la emancipación.
Sus análisis hacen pensar que ya no es tan útil el eje izquierda/derecha y que ha sido sustituido por nacional versus global.
La derecha y la izquierda son dos alas políticas y culturales que defienden a los de arriba, es decir a la clase dominante. Los de abajo, es decir la clase precaria de las clases medias y de los trabajadores, carecen de representación. Por eso, la geografía política ha cambiado: ya no hay derecha ni izquierda, sino arriba y abajo: el ‘arriba’ de la élite turbofinanciera exige apertura a sus actividades, desregulación económica y antropológica, globalismo y flexibilidad en todos los ámbitos, desde el laboral hasta el de género; en cambio, el ‘abajo’ debería luchar por un Estado soberano nacional democrático y por la eticidad en sentido hegeliano, es decir las ‘raíces éticas’ de la comunidad, desde la enseñanza hasta los sindicatos. En resumen, faltan intelectuales y fuerzas políticas que representen a los de abajo. Por ahora, el discurso tiene dificultades para consolidarse, porque, yo diría con Gramsci, lo viejo está muriendo y lo nuevo todavía no ha nacido.
Supongo que ha seguido la crisis de Marruecos y España. ¿Cuál es su visión de este conflicto?
Hoy en día la clase dominante utiliza armas de inmigración masiva. Como explico en Historia y conciencia del precariado, el capital denomina acogida e integración de los migrantes a la deportación de brazos a bajo coste a los que explotar sin piedad, con los que es posible reducir los costes de mano de obra en general, e intentando crear conflictos horizontales de clase en el seno de una misma clase (migrantes contra autóctonos). El enemigo no es el migrante, sino el que lo deporta, es decir el patrono capitalista. El enemigo no es el que huye, sino el que obliga a los pueblos a huir. Lo que ha ocurrido entre España y Marruecos es un clásico ejemplo del empleo de las armas de inmigración masiva para ejercer presión sobre un Gobierno.
¿Qué solución nos queda?
Las derechas, no solo en Italia, luchan contra la inmigración sin luchar contra el capitalismo. Y vierten sobre los migrantes el odio de clase que por el contrario hay que verter sobre los capitalistas. Como decía, los enemigos no son los migrantes, sino quienes los deportan, es decir la clase patronal cosmopolita. La Iglesia debería, en nombre de Cristo, oponerse a este obsceno tráfico de vidas humanas. Y por el contrario dice ‘puertos abiertos’, que es la expresión preferida de la clase patronal cosmopolita. Tenía razón Ratzinger cuando decía que hoy en día solo se habla del derecho a migrar, y ya nadie habla del derecho a quedarse en su tierra y en su comunidad.
Ya que cita la religión, una de las cosas que más sorprenden del salvinismo es su rechazo a los valores cristianos de acogida y socorro cuando se trata de migrantes.
La derecha utiliza el cristianismo como reclamo electoral, para remitirse a unos valores que sin embargo traiciona cada día con sus acciones. La verdad es que hoy haría falta un marxismo inspirado en la corriente caliente del cristianismo, como decía Bloch: un marxismo incluso teológico, si cabe decirlo así, en lucha contra el ateísmo de la civilización de los mercados, contra su nihilismo y su relativismo. Hay más necesidad que nunca de redescubrir lo sagrado y lo trascendente, también entendidos en una acepción filosófica: lo sagrado y lo trascendente son lo no disponible, lo que no puede ser objeto de intercambio económico ni de voluntad de poder tecnocapitalista. El ser humano es una figura de lo sagrado y de lo trascendente, y por eso es preciso echar abajo cualquier relación en la que se rebaje y se explote, se humille y se pisotee al hombre.
Usted ha sido blanco de diversas campañas de desprestigio en España, desde noticias insinuando que es fascista en La Vanguardia hasta peticiones de boicot por parte de politólogos como Steven Forti, cercano al espacio político de Ada Colau.
¡Ladran, Sancho, luego cabalgamos! No me extrañan esas reacciones histéricas y rencorosas, fruto de la rabia y del deseo de linchamiento mediático. Si emprendieran un diálogo socrático serio, las izquierdas fucsia se encontrarían como El Coyote de "El Correcaminos", que va andando por el vacío, y cuando se para a pensarlo ¡se cae! He ahí por qué hoy en día en la izquierda no existe un verdadero debate sobre el estatus del marxismo y de la teoría filosófico-política: lo único que hay es una patética lucha identitaria, con la que se defiende la presunta pureza y se juega a tachar de fascista a todo aquel que no se ajuste a la ortodoxia y se atreva a pensar críticamente. La izquierda, exactamente igual que la derecha, hoy no puede ser la solución, porque es el problema. Hacen falta nuevas síntesis políticas, nuevas visiones, una nueva filosofía política que vuelva a poner en el centro a Marx y a Gramsci en el nuevo contexto.
¿Has sufrido estos intentos de linchamiento intelectual en otros países?
Desde luego, también se percibe en Italia, porque también en mi país las izquierdas no se ocupan de otra cosa que no sean los ‘derechos civiles’, que es como ellas denominan los caprichos consumistas de las clases pudientes, como los vientres de alquiler. Para las izquierdas, hablar hoy de lucha de clases, de derechos sociales, de lucha contra la Unión Europea y contra el atlantismo, de un Estado soberano democrático y de marxismo equivale a ser fascista.
Su libro termina con un llamamiento a recuperar la confrontación política. ¿A quién considera el principal enemigo?
Creo que hoy, en Europa, la primera lucha que hay que emprender es contra la Unión Europea, que representa la ‘restauración’ capitalista después de 1989: hoy en día, luchar contra el capitalismo y contra la clase dominante significa luchar contra la UE, batirse por una recuperación plena de la soberanía nacional como base para redemocratizar el espacio nacional y para favorecer una redistribución keynesiana, reivindicar la autonomía nacional frente a la globalización de los vértices, y la defensa del mundo del trabajo y de las clases medias.
Fuente: Vozpopuli
MANOLO MONEREO y DIEGO FUSARO: Marxismo y Soberanismo. Estado socialista y cosmopolitismo neoliberal
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