César Cervera. Desde el primer contacto de Cristóbal Colón con la población de lo que él consideraba una isla de Asia, pero en verdad era un Nuevo Continente, los Reyes Católicos ordenaron evangelizar cuantos antes a los indígenas y no usar la violencia con ellos. Frente al hambriento afán por el oro de los conquistadores, desde la Corte de los Reyes Católicos se preocuparon repetidas veces porque aquellos nuevos territorios fueran una prolongación de Castilla en ultramar, y no unas colonias a las que explotar hasta la última gota. Y aunque en ocasiones se impuso la sed de oro, la creación de cientos de ciudades, catedrales, universidades, caminos e incluso hospitales (entre 1500 y 1550, se levantaron unos 25 hospitales grandes y un número mayor de pequeños) demostró que para Corona aquel continente, aquella empresa atlántica, iba más allá de intereses económicos o comerciales.
El descubrimiento de importantes minas de metales preciosos en América vertebró el crecimiento de estas ciudades y terminó por convertirse en un importante flujo de riqueza para Castilla. O más bien para las guerras que mantenía en Europa la dinastía de los Habsburgo, que aprovecharon la débil posición de las Cortes castellanas tras la Guerra de las Comunidades para aumentar la presión fiscal en este reino. Pocos kilos del oro y la plata que atracaban en Sevilla procedente de América se invertía realmente en Castilla. A veces ni siquiera llegaba a pisar territorio ibérico.
Las primeras fuentes de riqueza
Al principio del Descubrimiento, la institución de la encomienda fue una forma de canalizar la ambición de los conquistadores por crear un sistema feudal en América y la primera gran fuente de beneficios para la Corona y los nuevos terratenientes. Como explica el libro «La empresa de América: los hombres que conquistaron imperios y gestaron naciones» (EDAF), el proceso consistía en «encomendar» a un grupo de indígenas a un conquistador, un encomendero, como si se tratara de un vasallaje pero sin cesión de tierras. Todo indígena varón entre los 18 y 50 años de edad era considerado tributario, lo que significaba que estaba obligado a pagar un tributo al Rey en su condición de «vasallo libre» de la Corona castellana o, en su defecto, al encomendero que ejercía este derecho en nombre del Monarca. Las encomiendas, no en vano, eran una cesión de los Reyes Católicos a cambio de que los conquistadores corrieran con los gastos de la evangelización: debían pagar, entre otros pagos, el hospedaje del cura doctrinero.
La codicia de los conquistadores dio lugar en su origen a numerosos abusos, pero conforme la Corona española fue ganando fuerza institucional en el Nuevo Mundo, fue posible ejercer un mayor control sobre los encomenderos más excesivos. Con el paso de los años, las encomiendas perdieron su papel en la colonización y cómo fuente de beneficios.
Junto a las encomiendas la primera gran fuente de ingresos de los conquistadores en esta fase fueron los botines de guerra, los saqueos a poblaciones prehispánicas y las expediciones en busca de tesoros fabulosos que inflaban la imaginación de aquellos hombres procedentes en su mayoría de Extremadura y Andalucía. En su origen bastaba con el trueque de oro a cambio de objetos europeos, pero más pronto que tarde llegaron los saqueos. Con la caída de los grandes imperios se pasó a la explotación propiamente minera, primero con el lavado del metal procedente de las arenas de los ríos, y luego con el establecimiento de enormes yacimientos de oro y plata.
La población indígena ya había explotado en pequeña escala la mayoría de estas minas de metal. Los españoles incluso copiaron de los indígenas en un principio la precaria técnica para purificar esta plata, puesto que se necesitaba mezclar con otras sustancias la plata pura antes de retirarla. El método de la «huaira» consistía en introducir en unos hornos la plata pura para que se derritiera por el fuego y saliera purificada. Así y todo, el sistema hacía que se perdiera parte del material y conforme se agotaba la plata de superficie se hacían necesarias técnicas más avanzadas.
Desde México, donde estaban las también fructíferas minas de Zacatecas, se exportó al Virreinato de Perú la técnica del azogue (el nombre antiguo del elemento químico mercurio), que requería moler previamente la plata para que, una vez hecha polvo, fuera absorbido por el mercurio. Más tarde se separaba el mercurio de la plata para obtener su pureza. El método era mucho más efectivo, tres veces más productivo que la huaira peruana, y, además, se vio beneficiado por el descubrimiento de unas minas de azogue en Huancavelica por aquellas mismas fechas.
La producción de plata se disparó a partir de la generalización en el uso de mercurio. La extracción era laboriosa y además este proceso de mezcla también requería mucha mano de obra. Ante la demanda de más mineros se establecieron las normas para el trabajo de los indígenas en estas minas. El virrey Francisco de Toledo generalizó en la década de 1570 el sistema de la mita, que se fundamentaba en la creación de turnos de trabajo obligatorio entre la población indígena para labores mineras. Lo que condicionó, a su vez, el rendimiento en la explotación de las minas de plata a los cambios demográficos. Sin ir más lejos, una gran epidemia en 1576 acabó en Nueva España con cerca del 50% de la población, según estima John Lynch en su obra « Los Austrias», y provocó de golpe una caída del 35% en las remesas de metales.
Los gastos traen deudas, incluso con plata
El mito de que España fue la gran beneficiada de esta explotación minera tiene muchos matices. La llegada de grandes remesas de oro y plata a los puertos castellanos disparó la inflación en la Península (en 1600 los precios estaban en un nivel cuatro veces superior a los de 1501) y destruyó el tejido productivo, puesto que los españoles básicamente exportaban materias primas e importaban productos manufacturados. «El no haber dinero, oro ni plata en España es por haberlo y el no ser rica es por serlo», planteaba con acierto González de Cellorigo. Este economista señalaba a principios del XVII que la decadencia se debía al progresivo abandono de «las operaciones virtuosas de los oficios, los tratos, la labranza y la crianza» por parte del pueblo.
A su vez, una quinta parte de los metales que llegaban estaba reservada para la Corona castellana, que bajo la soberanía de la dinastía de los Austrias la invertía casi en su totalidad en financiar las guerras europeas del Imperio español, que no siempre coincidían con los intereses castellanos. Coincidiendo con el momento de mayores envíos de plata, el Imperio español destinó 7.063.000 millones de ducados (El Monasterio del Escorial costó 6,5 millones) para el mantenimiento de su flota mediterránea y 11.692.000 para el Ejército de Flandes entre 1571 y 1577.
La plata y los elevados impuestos en Castilla no cubrían los enormes gastos militares, por lo que Carlos V y Felipe II tuvieron que recurrir a la emisión de deuda pública y a los grandes banqueros genoveses y alemanes con el fin de mantener aquella maquinaria bélica. Los juros y préstamos se hicieron habituales, hasta el punto de que buena parte de la riqueza castellana quedó en manos extranjeras. En este sentido, las Cortes Castellanas (atadas de pies y manos desde la Guerra de las Comunidades) se quejaban con frecuencia de que la salida constante de metales preciosos, «como si fuéramos indios», estaba empobreciendo el país y había convertido a Castilla en «las Indias de otros países». Y si bien Felipe II trató de cumplir con sus compromisos, la escandalosa deuda le obligó a suspender pagos por primera vez en 1557, a la que siguieron dos suspensiones de pagos más en 1577 y en 1597.
La decadencia de la Península impulsa a Perú
Tras un crecimiento récord durante todo el reinado de Felipe II, los años finales del siglo XVI mostraron los primeros síntomas de agotamiento en la explotación de plata. Entre 1604 y 1605 la disminución de las remesas de metales se sintió con fuerza, arrastrando este problema hasta 1650. Esta contracción no era debida a que las minas se hubieran secado de golpe (las remesas seguían siendo gigantes), sino a que la crisis castellana, con su caída demográfica, sus derrotas militares, el aumento del coste de las defensas americanas y sus problemas económicos, terminó por afectar al engranaje perfecto que había sido hasta entonces la Carrera de Indias. En 1628, el escuadrón del neerlandés Piet Heyn capturó la flota de plata de Nueva España en el puerto cubano de Matanzas, sin que apenas mediara resistencia. Felipe IV lamentó el resto de su vida un golpe de tal envergadura a lo que se consideraba un sistema de transporte infalible:
«Os aseguro que siempre que hablo del desastre se me revuelve la sangre en las venas, no por la pérdida de la hacienda, sino por la reputación que perdimos los españoles en aquella infame retirada, causada de miedo y codicia».
El punto de no retorno estaba cerca. A partir de estas fechas, las remesas de plata siguieron llegando con abundancia a España, pero solo un porcentaje mínimo acababa ya en Castilla, siendo su auténtico destino los grandes puertos europeos y el Lejano Oriente a través del intercambio comercial con Manila. Asimismo, como señala John Lynch, «una importante cantidad de plata permanecía en América, donde el proceso histórico era más de transformación que de hundimiento». Las colonias alimentaban cada vez más el comercio propio, de tal modo que el capital se quedaba allí, tanto a través de inversiones privadas como públicas.
A partir de 1640, fueron muchos los mercaderes españoles que invertían sus metales preciosos en América, sobre todo en Perú, en vez de arriesgarse a que fueran confiscados en España o se perdieran en el viaje. Este capital fue la base para la transformación de las ciudades en la era posterior a la minería.
La recesión minera de Perú tardó más que la de México y fue menos dura. Pero en ambos casos el ocaso se produjo por el aumento de los costes de explotación, dado el agotamiento de los filones más accesibles. La plata extraída en niveles más inferiores requería, a su vez, una técnica de mezcla aún más costosa. El descubrimiento en 1608 de grandes filones en Oruro compensó el agotamiento de Potosí, así como otros hallazgos similares, aunque no evitó que las minas se situaran irremediablemente en un segundo plano económico.
El crecimiento de las ciudades trajo a su vez una diversificación de actividades y una reorientación económica. Cuando llegó a su fin el primer ciclo minero, México se reorientó a la agricultura y la ganadería y comenzó a autoabastecerse con productos manufacturados. Perú tardó más en diversificar su actividad, pero cuando absorbió los beneficios de su propia actividad minera los invirtió en crear una red de comercio intercolonial que era independiente de la metrópoli. De alguna forma, la recesión de la Península supuso el despegue de América.
Sobre la cantidad de oro y plata enviados a la metrópoli las cifras varían. Así, según los Archivos de Indias, entre 1503 y 1660 salieron desde tierras americanas hacia España, según constancias documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil toneladas de plata. Considerando una relación de once a uno entre esos dos metales, se llega a las dos mil toneladas de oro, el valor a precios actuales rondaría los 28 mil millones de dólares. Alguna estimación bastante exagerada mensura en unas 90 mil toneladas de plata las extraídas de las entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800 y su valor se elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales.
Pero lo cierto es que lo que consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, es que entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 toneladas de oro y unas 16 mil toneladas de kilos de plata provenientes de América.
Los 185.000 kilos de oro que vinieron a España de América en 157 años (1503-1660) equivaldrían a unos 5.800 millones euros al precio del oro actual, que es una veintava parte del rescate a las Cajas de Ahorro en España o la décima parte de la deuda que tiene la comunidad autónoma de Cataluña en la actualidad.
Los 16 millones de kilos de plata equivaldrían a unos 8.320 millones de euros, al precio actual de la plata en los mercados internacionales, es un poco más del doble de la indemnización que Argentina ha acordado pagar a Repsol por la expropiación de YPF en 2013.
El oro y la plata de América que se quedó en América (el 80% aproximadamente…)
Dicho de otro modo: Si el quinto del rey (es decir el impuesto del 20% del metal precioso extraído de las minas americanas de las que era titular el Rey del España por la explotación de éstas) era el que se embarcaba desde América hacia Sevilla, eso implica que había un 80% restante que se quedaba en América.
Pero no es ese 20% el que hoy nos interesa. Más bien es el 80% restante el que reclama nuestra atención. Y es que el 80% de miles de toneladas de metales preciosos extraídos durante decenas de años… son un porrón toneladas.
Se pueden hacer muchas cosas con ese oro y esa plata que se quedó en América.
Tal vez tenga mucho que ver la construcción de Universidades, de Catedrales, de ciudades enteras, diseñadas en estilos y técnicas traídos, junto con sus arquitectos, de Europa, vía España.
Tal vez tenga que ver el pagar artistas y arte, imprentas y cultura en general. O administradores y empleados públicos, imprescindibles para una correcta administración (aunque con las consabidas corruptelas propias del género humano…) que habría que traer de España (sustrayéndolos de allí, lógicamente) inicialmente para comenzar los trabajos de gestión y que formaran a otros en esas facetas… A todos habría que pagarles un sueldo mensual en proporción a sus trabajos, suponemos.
Habría que construir puertos para que atracaran los barcos para cargarlos, sí de oro de América (el 20% decíamos) pero también de productos agrícolas que vendidos en España dejaban buen dinero en el Nuevo Mundo. Y, claro, fuertes para defender los puertos. También parece lógico que tarde o temprano se tendrían que construir puentes y establecer y mantener rutas comerciales por tierra para traer los productos cultivados. Claro, eso… eso también habría que pagarlo.
Y volver a construir lo destruido por huracanes, tormentas tropicales, incendios, ataques (de los ingleses/franceses/holandeses. Podríamos resumirlo en piratas). Sí esto también habría que pagarlo.
Cierto es que se promovían ciudades en los lugares donde se extraían metales preciosos, pero también se generaban poblaciones nuevas en otras ubicaciones que no producían metales, que no existían por entonces y que se convertirían en nudos de comunicación para conectar el Continente. Eso también habría que pagarlo, claro. Porque no se nos antoja sencillo construir una ciudad desde cero y sin dinero.
Se promovían expediciones (hombres, barcos, recursos,…) que duraban meses. Unas veces tenían fruto (las menos) y muchas otras veces volvían (los que volvían) con las manos vacías… se promovían expediciones, decíamos, para descubrir, conectar, conocer y cartografiar un Continente (del que aún hoy no se conocen bien grandes extensiones, así que no resultaba tampoco trivial). Y todo eso costaba dinero…
El ejemplo de Perú
Perú se mantuvo como primer productor de oro en América Latina y sexto en el mundo en 2018. El país andino conservó la sexta plaza mundial con una producción de 145 toneladas en 2018, dijo el ministerio peruano de Energía y Minas, citando el reporte anual del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), que usa como referencia internacional. Perú aporta el 4.4% de oro a la producción mundial de oro, resaltó el ministerio.
En América Latina, Perú encabeza la lista anual por delante de México (8° a nivel mundial, con 125 toneladas) y Brasil (10°, con 81 toneladas), añadió. La mayor mina de oro de América Latina se halla en Cajamarca, norte de Perú, donde el gigante Newmont explota el yacimiento de Yanacocha, una enorme mina a cielo abierto. En cuanto a plata y cobre, Perú sigue siendo segundo productor mundial de ambos metales detrás de México y Chile, respectivamente, señaló el ministerio. En tanto, la producción peruana de plata alcanzó 4,163 toneladas y se ubica en segundo lugar en el mundo detrás de México (6,100 toneladas). Perú aporta el 15.5% en la producción argentífera global.
Ahora un cuadrito, cortesía de U.S. Global Investors de los 10 mayores productores de oro a nivel mundial
Perú junto con México fueron el epicentro de la colonia española, y como se puede ver, siguen teniendo oro de sobra. Sobre la pregunta, ¿Por qué en América Latina se dice que España se llevó todo el oro del continente? Es un cuento que nos suelen decir para justificar la incompetencia de los gobernantes de después de la independencia. Hasta ahora cala ese mensaje de los malvados, iletrados y salvajes que eran los españoles que vinieron a esclavizar a los puros y perfectos incas. Pero lo que no te cuentan es cómo fue posible que 300 iletrados salvajes al mando de un criador de cerdos (Pizarro) pudieron vencer a un imperio de 10 millones de almas perfectas. Y aún suponiendo que los españoles hayan sido pura maldad y los nativos pura bondad, los españoles se fueron hace dos siglos, sigue habiendo oro, pero no se han vuelto naciones desarrolladas. Entonces ¿qué pasa? Pues que hay algo más que simplemente la huella del colonialismo...
Aportaciones coloniales españolas en América
Los conquistadores implantaron en América las instituciones municipales que existían en Castilla desde la edad media. En estas instituciones, cabildos o ayuntamientos, se había encarnado el espíritu profundamente democrático del pueblo español.
Apenas fundaban una ciudad, los conquistadores formaban Cabildos, lo que a los vecinos les daba todos los derechos y franquicias de Castilla. Así se sentían más seguros, más libres para obrar, más atrevidos y consientes, de sus derechos, frente a la corona. Así, el Cabildo de Veracruz, confió en la autoridad de Cortés, y los magníficos y muy nobles señores del cabildo de Santiago nombraron a Valdivia Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor.
En los Cabildos actuaba la soberanía popular y sobre todo en los Cabildos Abiertos. En efecto, en casos graves, los cabildos convocaban a todo el pueblo y común para deliberar y resolver. Los primeros Cabildos Abiertos celebrados en Santiago fueron los que en 1541, eligieron gobernador a Pedro de Valdivia. El más importante para Chile, fue el que designo la primera junta de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810.
Aquí también está el oro. Altar de los Reyes. Catedral Metropolitana (México).
La llegada de los conquistadores supuso una gran revolución sobre todo en el terreno de la arquitectura, con la traslación de las diversas tipologías de edificios propios de la cultura europea: principalmente iglesias y catedrales, dado el rápido desarrollo de la labor de evangelización de los pueblos nativos americanos, pero también edificios civiles como ayuntamientos, hospitales, universidades y palacios y villas particulares. En el terreno religioso, se dio a menudo la circunstancia de que muchas iglesias fueron construidas sobre antiguos templos indígenas. Aún así, frecuentemente se produjo una síntesis entre los estilos colonizadores y las antiguas manifestaciones precolombinas, generando una simbiosis que dio un aspecto muy particular y característico a las originales tipologías europeas. Así, observamos cómo las principales muestras de arte colonial se produjeron en los dos centros geográficos de más relevancia en la era precolombina: México y Perú. En pintura y escultura, en las primeras fases de la colonización fue frecuente la importación de obras de arte europeas, principalmente españolas, italianas y flamencas, pero enseguida comenzó la producción propia, inspirada en inicio en modelos europeos, pero incorporando nuevamente signos distintivos de la cultura precolombina.
Universidades fundadas en América durante la presencia de España
siglo XVI
1538 Santo Domingo (Santo Tomás) República Dominicana
1551 Lima Perú
1551 Ciudad de México México
1552 La Plata o Charcas [incierto 1] Bolivia
1558 Santo Domingo (Santiago de La Paz) República Dominicana
1580 Bogotá (Santo Tomás) Colombia
1586 Quito (San Fulgencio) Ecuador
siglo XVII
1621 Santiago (San Miguel) Chile
1621 Cuzco (San Ignacio de Loyola) Perú
1621 Córdoba Argentina
1621 Sucre Bolivia
1624 Mérida, Yucatán (Español) México
1676 Ciudad de Guatemala
1677 Ayacucho Perú
1681 Quito (Santo Tomás) Ecuador
1685 Santiago (Rosario) Chile
1690 Cusco (San Antonio Abad) Perú
1694 Bogotá (San Nicolás) Colombia
1696 Quito (San Gregorio Magno) Ecuador
siglo XVIII
1704 Bogotá (Javeriana) Colombia
1721 La Habana Cuba
1721 Caracas Venezuela
1733 Asunción Paraguay
1738 Santiago (San Felipe) (Español) Chile
1744 Popayán Colombia
1749 Ciudad de Panamá Panamá
1749 Concepción Chile
1778 Buenos Aires [incierto 1] Argentinia
1791 Guadalajara, Jalisco México
siglo XIX
1806 Mérida, Mérida Venezuela
1812 Managua Nicaragua
El canibalismo imperial de los Aztecas, una verdad incómoda
Claudia Peiró
Partes de una torre azteca formada por cráneos producto de sacrificos humanos. Sitio arqueológico del Templo Mayor, en Ciudad de México (Instituto Nacional de Antropología e Historia INAH)
La otra cara de la leyenda negra sobre la colonización de América por los españoles es la idealización del mundo precolombino, pintado como un Edén en el que los indígenas vivían en armonía entre sí y con la naturaleza. La grandeza de la cultura azteca, plasmada en sus monumentales construcciones, o el “socialismo” inca eran elementos de un relato que encubría un dominio implacable de esos imperios sobre otras etnias a las que sojuzgaban, explotaban, saqueaban y, en ciertos casos, devoraban. Literalmente.
“Oí decir que le solían guisar (a Moctezuma) carnes de muchachos de poca edad... (...) mas sé que ciertamente desde que nuestro capitán [Hernán Cortés] le reprendió el sacrificio y comer de carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar”. Quien esto escribe es Bernal Díaz del Castillo, conquistador español, que en 1519 a las órdenes de Hernán Cortés participó de la expedición que puso fin al Imperio azteca.
Otros testimonios daban cuenta de la existencia de muros construidos con cráneos en Tenochtitlán. “Fuera del templo, y enfrente de la puerta principal, aunque a más de un tiro de piedra, estaba un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera”. Ese relato del cronista Francisco López de Gómara, en Historia de las conquistas de Hernán Cortés, recogía el testimonio de Andrés de Tapia y Gonzalo de Umbría, dos hombres de Cortés, sobre la existencia de ese osario.
Muros aztecas de cráneos humanos
Relatos como éste fueron relativizados o descalificados por sospecha de subjetividad y falta de pruebas materiales, hasta que la evidencia arqueológica los confirmó: en 2017, y tras dos años de excavaciones, arqueólogos mexicanos dieron con parte de esos muros construidos con cráneos humanos, en el lugar donde estaba ubicado el Templo Mayor de Tenochtitlán, en pleno centro de la actual capital mexicana. La sorpresa adicional fue que, entre estos ladrillos humanos, había varios pertenecientes a mujeres y a niños.
Hasta entonces, se decía que los sacrificios humanos de los aztecas eran esporádicos, que el canibalismo lo era aún más y que aquella pared de restos humanos, si existió, estaba compuesta sólo por cabezas de guerreros capturados en batalla y que el objetivo de su exposición en un muro era el amedrentamiento.
En los últimos años se ha profundizado la idealización y el panegírico de las culturas “originarias” y en ese contexto se ha caído en condenas extemporáneas a la crueldad de los españoles, reduciendo toda la empresa de colonización a un genocidio y obviando la cultura y las instituciones exportadas a América y, más importante aun, el proceso de mestizaje impulsado desde el primer momento por Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y continuado por su nieto, Carlos I de España. Un mestizaje que dio origen a las actuales nacionalidades hispanoamericanas. Un rasgo casi privativo de la dominación española: si miramos a las colonias poseídas por otros países europeos, veremos que allí el mestizaje fue casi inexistente, porque el personal de la metrópoli vivía aislado de la población local, cuando no se dedicaba a capturar a los nativos para traficarlos como esclavos.
Un impacto en el presente de estas tergiversaciones del pasado fue la renuncia de España a conmemorar, en 2019, los 500 años de la conquista de México por Hernán Cortes; y en realidad, del nacimiento de México. En cambio, el presidente de ese país, Andrés Manuel López Obrador, eligió evocar este año los 5 siglos de la caída de Tenochtitlán, la capital azteca. Amén de su constante y absurda exigencia de que España y la Iglesia pidan perdón por la conquista y la colonización, cuando en realidad la nación mexicana surgió de ese proceso.
Los primeros muros de cráneos fueron hallados durante la construcción del subterráneo de la ciudad de México, pero no se le informa al público de qué se trata exactamente
Hernán Cortés: la construcción del México actual comienza con su llegada
En esa faena, López Obrador se involucró en un debate con el historiador argentino Marcelo Gullo que acaba de publicar Madre Patria, un libro que desmonta la leyenda negra y es best seller en España. Una de sus principales hipótesis es que Cortés no conquistó México sino que lo liberó de la opresión azteca; con sólo 700 hombres, pudo reunir sin embargo un ejército de 300 mil indios pertenecientes a las etnias oprimidas por el imperio de Moctezuma que se sumaron a su campaña.
El Presidente mexicano criticó esta hipótesis pero debió admitir que “varios pueblos originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los otomíes, los de Texcoco” y otros “ayudaron a Cortés”, aunque agregó que “este hecho no debe servir para justificar las matanzas llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza cultural de los vencidos”. También admitió que la idea “de que Moctezuma era un tirano puede ser cierta”. “Tampoco debe verse a Cortés como un demonio, era simplemente un hombre con poder”, dijo.
Estas admisiones implican que su insistencia en una visión extemporánea e incompleta, por decir lo mínimo, de la conquista y su panegírico de la cultura azteca están más cerca de la impostura que de la convicción.
Su última ocurrencia ha sido la de rebautizar el período colonial como “resistencia indígena”. “Vamos a recordar con dolor y pesar” la conquista por la “tremenda violencia que significó”, dijo el pasado 12 de agosto en referencia a la caída de Tenochtitlán que en realidad fue celebrada por la mayor parte de las etnias que poblaban la zona.
Por otra parte, como advierte Marcelo Gullo, incurre en el error de asimilar la historia de los aztecas con la historia de México ya que éstos eran sólo a una de las muchas etnias que habitaban ese territorio. Y cita al filósofo mexicano José Vasconcelos que afirma que “la historia de México empieza como episodio de la gran Odisea del descubrimiento y ocupación del Nuevo Mundo”.
“Antes de la llegada de los españoles -dice Vasconcelos-, México no existía como nación; una multitud de tribus separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus trescientos dialectos, habitaba las regiones que hoy forman el territorio patrio. Los aztecas dominaban apenas una zona de la meseta... (...) Ninguna idea nacional emparentaba las castas; todo lo contrario, la más feroz enemistad alimentaba la guerra perpetua, que sólo la conquista española hizo terminar.”
En cuanto a la antropofagia -sujeto tabú para la corrección política- Gullo cita al antropólogo estadounidense Marvin Harris, que en Caníbales y Reyes (1977) escribió: “Lo más notable es que los aztecas transformaron el sacrificio humano de un derivado ocasional de la suerte en el campo de batalla en una rutina según la cual no pasaba un día sin que alguien no fuera tendido en los altares de los grandes templos como los de Uitz Uopochtli y Tlaloc. Y los sacrificios también se celebraban en docenas de templos menores que se reducían a lo que podríamos denominar capillas vecinales”.
Harris menciona el hallazgo fortuito de una de estas capillas, “una estructura baja, circular” de unos 6 metros de diámetro”, descubierta cuando se estaba construyendo el subteráneo de la capital mexicana. “Ahora se encuentra, conservada detrás de un cristal, en una de las estaciones más concurridas. Para ilustración de los viajeros, aparece una placa en que sólo se dice que los antiguos mexicanos eran muy religiosos”, acota.
Sobre esto Gullo comenta: “Como lo demuestra el ejemplo de esa simple placa, si hay un pueblo al que se le ha falsificado su propia historia, ese es el pueblo de México. Se les hace creer [que] todos descienden [de los aztecas, y olvidar] que muchos de los que leen esa placa descienden de los pueblos que los aztecas capturaban para realizar sus sacrificios humanos”.
Si algo desmiente las virtudes de imperios como el Azteca es justamente la aventura de Hernán Cortés, quien no hubiera podido vencer a Moctezuma sin la cooperación de las etnias sometidas por los mexicas, que vieron en la llegada de los españoles una oportunidad de emancipación.
Uno de los rasgos más crueles de ese dominio azteca eran los sacrificios humanos. No es característica exclusiva de ese pueblo pero sí lo es la modalidad, extensión e intensidad de esta práctica y el hecho de que el fruto de las ofrendas humanas a los dioses iba a parar a la mesa del emperador mexica y de su nobleza.
Las descripciones de estos sacrificios son impactantes de leer. Tan chocantes como las escenas de sacrificios humanos de la película Apocalypto, de Mel Gibson, que le valieron duras críticas de los detractores de la conquista. El film trata de la cultura maya, pero la modalidad era muy similar a la azteca: la extracción del corazón a la víctima todavía viva para ser ofrendado al dios, luego el despeñamiento del infeliz por el borde escarpado de la pirámide, y finalmente el faenado de las “piezas” para su distribución...
“Después que las hubieron muerto y sacados los corazones, llevaban las piezas rodando por las gradas abajo; llegadas abajo, cortaban las cabezas y espetaban las un palo, y los cuerpos llevaban los a las casas que llamaban calpul, donde los repartían para comer.” Esto escribió fray Bernardino de Sahagún, en Historia general de las cosas de la Nueva España. Sahagún fue el primero en estudiar la cultura azteca. Describió con detalle las ceremonias y el calendario religioso de los aztecas. Muchos prisioneros de guerra eran mantenidos cautivos para ser sacrificados en determinadas fechas.
Sigue Sahagún: “Después de desollados (...) llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el dueño del cautivo había hecho su voto o prometimiento; allí le dividían y enviaban a Moctezuma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes (...). Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo [en] una escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida”.
Los sacrificios no se limitaban a los adultos: “Estos tristes niños antes que los llevasen a matar aderezábanlos con piedras preciosas -dice Sahagún-, con plumas ricas y con mantas y maxtles muy curiosas y labradas (...); y cuando ya llevaban los niños a los lugares a donde los habían de matar, si iban llorando y echaban muchas lágrimas, alegrábanse los que los veían llorar porque decían que era señal que llovería muy presto”.
La historia de estos “banquetes” quedó por mucho tiempo oculta detrás de la exaltación de las civilizaciones indígenas precolombinas, en contraste con el relato sobre los horrores cometidos por los españoles y un supuesto exterminio deliberado de la población autóctona, leyenda ayer creada y difundida por los enemigos y competidores de la Corona española -que codiciaban sus amplios dominios de ultramar- y hoy reavivada por referentes del populismo latinoamericano que encuentran más fácil enfrentar a los imperios de un tiempo pretérito que cortar los nudos gordianos que frenan el desarrollo de sus países en el presente.
En el sitio Ciencia Unam, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un trabajo titulado “Sacrificios Humanos: Sangre para los Dioses”, se explica que el muro de cráneos hallado por los arqueólogos en Tenochtitlán, llamado huey tzompantli, era “un edificio cívico-religioso donde se colocaban los cráneos de los sacrificados”. Las cabezas eran encajadas en el tezontle, una piedra volcánica de la región. “Huey tzompantli” quiere decir justamente “gran hilera de cráneos”.
“En los muros se empotraban las cabezas de guerreros y de esclavos sacrificados, escogidos para las celebraciones -dice el artículo-. Se estima que en la parte excavada hay restos que corresponden a alrededor de 1000 personas, pero según los arqueólogos, eso sería solo la tercera parte del edificio completo”. Pero además se han hallado tzompantli en otras áreas del país, aunque el más grande sería el de Tenochtitlan. .
Se trata de la mayor prueba arqueológica existente hasta ahora sobre la práctica de los sacrificios humanos de los aztecas.
Pero ahora que deben rendirse a la evidencia, muchos especialistas adoptan una mirada benevolente hacia estas prácticas. Un ejemplo es un artículo -”El sacrificio humano entre los mexicas”- de los investigadores Alfredo López Austin y Leonardo López Luján que advierten: “...el sacrificio humano nos resultará ininteligible si no tomamos en cuenta su ubicación y su ensamble como pieza de ese gran rompecabezas que llamamos cosmovisión. Una percepción simplista del sacrificio como fenómeno aislado producirá condenas fáciles, incluso un repudio inmediato al pueblo practicante”.
Advertencias éstas que también podrían aplicarse a la cosmovisión de los españoles, pero bien sabemos que no es el caso. A los conquistadores se los juzga con categorías del presente, sin miramientos.
Otro ejemplo de esta benevolencia es el de Fernando Anaya Monroy que en un artículo titulado “La antropofagia entre los antiguos mexicanos” sostiene que “deben puntualizarse los motivos a que obedeció la práctica antropofágica” precolombina. Propone “asomarse” al pasado de su país, ”no para juzgarlo sino para comprenderlo”, lo cual está muy bien, de no ser por el doble rasero. Se justifica a los aborígenes tanto como se condena a los españoles.
“Insistimos en que, de acuerdo con los datos de las fuentes, la antropofagia existió entre los antiguos indígenas, pero que su sentido tuvo carácter ritual y no constituyó costumbre diaria y ambiente”, matiza Anaya Monroy. Una verdad a medias, como se verá.
La antropofagia, sigue diciendo, “sólo simbolizaba la unión del hombre con la divinidad”, y “la carne debía comerse con el sentido de una comunión (con la divinidad)”, agrega.
“Lo religioso fue entonces móvil esencial para practicar la antropofagia entre los antiguos indígenas; en la inteligencia de que los muertos [N. de la R: los de los aztecas, se entiende, los otros eran alimento] no eran objeto de olvido ni desprecio”.
Notable tolerancia hacia la religión azteca por parte de los mismos acusadores de la evangelización española.
“La antropofagia se presenta entonces, entre los antiguos mexicanos, como un hecho que más que juzgarse, debe explicarse y comprenderse, adentrándose en el patrón cultural en que se realizó y sin el prejuicio propio de una visión estrictamente occidental”.
Traducción: los españoles con su mentalidad medieval no entendieron el mundo mágico de los indígenas…
Pero resulta que esta antropofagia, que según los indigenistas de hoy no existía o era sólo esporádica y ritual, tuvo que ser prohibida por una Ley de Indias (XII del Título 1 del Libro 1), dictada por Carlos V en junio de 1523: “Ordenamos, y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencias, y Gobernadores de las Indias, que [...] prohíban expresamente con graves penas a los Indios idólatras y comer carne humana, aunque sea de los prisioneros y muertos en la guerra...”
Ahora bien, el propio Sahagun dice que estos sacrificios humanos se realizaban de modo cotidiano durante los meses de Tlacaxipehuliztili [marzo] y Tepeihuitl, [del 30 de septiembre al 19 de octubre] dedicados respectivamente a los dioses Xipe Tótec y Tláloc, y que las ceremonias incluían la práctica de la antropofagia. Es decir, no eran tan esporádicas.
El antropólogo e historiador francés Christian Duverger, que ha investigado los sacrificios aztecas, escribió: “El canibalismo azteca no fue inventado íntegramente por los españoles para justificar su sangrienta conquista. Tampoco se lo puede disimular tras una coartada mística, pues no es reducible a la antropofagia ritual [...]. ¡No! La antropofagia forma parte de la realidad azteca y su práctica es mucho más corriente y mucho más natural de lo que a veces se suele presentar.”
“Muchos historiadores por delicadeza omiten narrar cómo se producían los sacrificios humanos. Los cultores de la leyenda negra lo omiten adrede y otros no los mencionan simplemente por indoctos”, escribe Gullo. Pero hoy, entre la evidencia científica hallada, dice, hay esqueletos humanos ejecutados por cardiectomía, con marcas de corte en las costillas, y decapitaciones.
De acuerdo a las estimaciones de algunos historiadores, como el estadounidense William Prescott, el número de las víctimas inmoladas rondaba las veinte mil por año. Y Marvin Harrris precisa que “aunque todos los demás estados arcaicos y no tan arcaicos, practicaban carnicerías y atrocidades masivas ninguno de ellos lo hizo con el pretexto de que los príncipes celestiales tenían el deseo incontrolable de beber sangre humana”.
“La principal fuente de alimento de los dioses aztecas estaba constituida por los prisioneros de guerra -agrega Harris-, que ascendían por los escalones de las pirámides hasta los templos, eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos boca arriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo de obsidiana esgrimido por un quinto sacerdote. Después, el corazón de la víctima -generalmente descripto como todavía palpitante- era arrancado y quemado como ofrenda, El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide: que se construían deliberadamente escarpados para cumplir esta función”.
Harris precisa luego cuál era el destino final de los cuerpos: “Como afirma (Michael) Harner (de la New School), en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: Ias víctimas eran comidas”.
Todavía resta seguramente mucho por investigar y muchos osarios por desenterrar para establecer con mayor precisión la dimensión de esta práctica. Pero llama la atención que aquellos a los que la palabra genocidio les brota con gran facilidad cada vez que se trata de la conquista española no la aplican a los aztecas respecto a los pueblos que sojuzgaban.
Las mismas precauciones metodológicas, conceptuales y, sobre todo, temporales que se sugieren para el estudio de las culturas indígenas deberían valer para el proceso de conquista y colonización española.
Demasiadas leyendas urbanas… Ni Santa Anna vendió la mitad de México ni la Malinche fue una traidora…
“La historia la escriben los vencedores”, pronunció el escritor George Orwell, haciendo referencia a que los relatos conocidos como verdad muchas veces carecen de objetividad. Esta situación es frecuente en la construcción narrativa de distintos países, en donde muchos intereses participan activamente.
La historia de México, por ejemplo, está plagada de mitos y leyendas. Algunos de ellos fueron producto intencionado de grupos de poder, mientras que otros forman parte de una tradición oral que no se sustenta en evidencia.
Así pues, se dice que el expresidente Santa Anna vendió la mitad de México, que la Malinche fue una traidora, que el penacho resguardado en Viena pertenece a Moctezuma II, que este gobernante mexica fue un cobarde ante la llegada de Hernán Cortés y los españoles y que Juan Escutia se lanzó a una barranca envuelto en la bandera de México.
Sin embargo, estos eventos carecen de evidencia que los respalde, por lo que es imposible asegurar que forman parte indiscutible de la historia del país.
La malinche no era mexica: por lo tanto, no traicionó a su pueblo
Malitzin o la “Malinche” fue una mujer clave en el sometimiento de los pueblos mesoamericanos bajo el poder español. Sin embargo, los relatos históricos la ubican como una villana que traicionó a los mexicas para ayudar a Hernán Cortés y sus aliados a conquistar el territorio que actualmente se conoce como México.
De acuerdo con Bernal Díaz del Castillo, doña Marina, nombre cristiano que le dieron los españoles, era hija de los caciques de Painala, cerca de Coatzacoalcos. Cuando su padre murió, la joven fue dada a unos indios de Xicalango, quienes a su vez la entregaron a indígenas de Tabasco y, posteriormente, estos la cedieron a Cortés a su paso por el lugar.
Para los españoles, Malitzin resultó una pieza determinante, pues al hablar distintos idiomas se podía comunicar con Moctezuma en náhuatl y traducirlo a maya, a fin de que Jerónimo de Aguilar, aquel naufrago que había llegado a las costas de Yucatán, comunicara el mensaje en castellano a Hernán Cortés.
En palabras de Bernal Díaz: “...fue tan excelente mujer y buena lengua [...] la traía siempre Cortés consigo y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda Nueva España”, indica el escritor.
Moctezuma no fue un cobarde
A Moctezuma Xocoyotzin se le considera un cobarde por haberse “rendido” ante Hernán Cortés. De acuerdo con el historiador Guilhem Olivier, el emperador mexica emprendió batallas claves para tratar de evitar el arribo de los españoles a la capital.
“Después de medir el poder de los recién llegados, al influir sobre los mayas para que atacaran a los españoles en Cintla, el rey mexica adoptó varias estrategias para contrarrestar su progresión hacia su capital”, explica el experto en un artículo de Notihistoria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Aunado a esto, señala que Moctezuma confesó que algunas de sus tropas se encontraban en los alrededores de Cholula, cuando se desató la batalla sangrienta que dejó centenares de víctimas.
“Es necesario romper con este cliché —el cual sea dicho de paso es humillante y calumnioso para los antiguos mexicanos—, y analizar nuevamente los testimonios según los cuales los mexicas sí se defendieron y que muestran que Moctezuma II no fue el soberano asustado y cobarde que abandonó su imperio sin pelear con los extranjeros”, refrendó el escritor.