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Ucrania, año cero: al cortar lazos con Rusia, Kiev actúa contra su propia historia

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
viernes 14 de julio de 2023, 17:00h

Valdir da Silva Bezerra. No se puede subestimar la importancia de los vínculos entre Ucrania y Rusia. Y las razones son muchas. Ambos países han compartido durante siglos lazos culturales, étnicos, económicos, religiosos y políticos muy fuertes. Pero hoy Kiev intenta romper estas conexiones orgánicas con Moscú, actuando así en contra de su propia historia.

Todo esto ha ocurrido mientras Ucrania se ha convertido en un peón en el tablero geopolítico de Occidente en Europa. Hay que recordar que, desde los años noventa, influyentes analistas como Zbigniew Brzezinski ya habían dejado claro que Ucrania, por su tamaño y situación estratégicos, era demasiado importante para ser ignorada en los cálculos de poder de la Unión Europea y, sobre todo, de Estados Unidos. Por eso durante más de dos décadas los pensadores norteamericanos habían estado ansiosos por allanar el camino para la adhesión de Ucrania a la OTAN.

Mientras tanto, la Unión Europea, con el pretexto de desarrollar las instituciones democráticas en los países del espacio postsoviético, ha empezado a implicarse cada vez más activamente en los asuntos internos de los Estados vecinos de Rusia, esforzándose por socavar la influencia y la posición de Moscú en la región.

Incluso en medio de las protestas de Moscú, los altos mandos europeos no sólo apoyaron los turbulentos procesos políticos que desembocaron en la llamada Revolución Naranja de 2004, sino que también respaldaron el golpe de Estado en Ucrania 10 años después, en 2014. La idea era crear nuevas líneas divisorias en Europa fomentando la inestabilidad política en el continente para obtener beneficios geopolíticos frente a Rusia.

El hecho es que desde la ampliación de la Unión Europea en 2004, Ucrania se ha convertido en el objetivo político más importante de Occidente en el espacio postsoviético. Hasta entonces, la política exterior ucraniana se había caracterizado por un relativo equilibrio. El presidente Leonid Kuchma (1994-2004), por ejemplo, sólo se refería vagamente a las aspiraciones de Ucrania con respecto al bloque europeo y normalmente lo hacía cuando le parecía políticamente necesario o cuando buscaba obtener algún beneficio económico inmediato. Sin embargo, a raíz de la llamada Revolución Naranja, Víktor Yuschenko convirtió la integración en la Unión Europea, y especialmente en la OTAN, en la principal piedra angular de la política exterior ucraniana.

Como se sabe, la cuestión de la OTAN era especialmente sensible para Rusia, ya que acercaría la infraestructura militar y las tropas de la Alianza Atlántica a sus fronteras sureñas, formadas principalmente por estepas.

No es extraño que Rusia no tardara en darse cuenta de lo que había detrás de los intentos de atraer a Ucrania a la OTAN. La intención era convertir a Ucrania en una 'plataforma' para la provocación contra Rusia, al tiempo que se incitaba a los dirigentes políticos de Kiev a debilitar los lazos históricos entre los dos países hermanos.

Ni siquiera las buenas relaciones comerciales entre Rusia y Ucrania de décadas anteriores, en las que Moscú vendía a Kiev sus productos básicos a precios subvencionados, ni siquiera sus intereses estratégicos mutuos, fueron capaces de hacer que Ucrania tomase consciencia del peligroso juego en el que la estaba metiendo Occidente.

Cuando el presidente ucraniano Víktor Yanukóvich decidió adoptar una postura más escéptica hacia la Unión Europea a finales de 2013, el país no tardó en sufrir un golpe de Estado. Este golpe dio rienda suelta al auge de los sentimientos nacionalistas en la vida interna de Ucrania, lo que fue visto con buenos ojos por Occidente, ya que representaba una perspectiva de alejar a Ucrania de la influencia política rusa.

Para el Kremlin, estaba más que claro que los disturbios de la plaza Maidán en Kiev ponían en peligro la estabilidad política del país vecino y, más que eso, representaban los esfuerzos de Occidente (con Washington a la cabeza) por convertir a Ucrania en un experimento geopolítico. A partir de entonces, Ucrania no volvería a controlar su propio destino.

No es casualidad que las poblaciones rusas del este del país (más concretamente de la cuenca del Don, que engloba las entonces regiones ucranianas de Lugansk y Donetsk, hoy convertidas en repúblicas rusas), así como de Crimea, no solo no reconocieran el golpe de 2014, sino que se convirtieran en objetivo de persecución por parte de las fuerzas ultranacionalistas que operan en suelo ucraniano.

Esto llevó a Crimea a decidir reunificarse con Rusia en 2014 y, poco más de ocho años después, impulsó a Moscú a realizar su operación militar especial para defender a las poblaciones en riesgo de Donbás. Desde un punto de vista geopolítico, mientras tanto, las críticas de Rusia al avance de la OTAN hacia el este fueron repetidamente ignoradas tanto por Kiev como por los líderes occidentales momentos antes de que estallara el conflicto.

Vladímir Putin, de hecho, mostró a los líderes africanos en junio de este año que la delegación ucraniana ya había acordado un documento básico que pondría fin a las hostilidades entre ambas partes. Uno de los principales puntos de ese documento, si no el principal, era precisamente el establecimiento de una cláusula de neutralidad de Ucrania frente a la OTAN en su constitución. Sin embargo, Occidente intervino en el proceso de negociación, impidiendo que Zelenski aceptara poner fin al conflicto. Más que eso, las promesas hechas a Kiev por europeos y estadounidenses motivaron a Ucrania a poner en marcha el proceso de ruptura artificial de sus lazos históricos con Rusia.

Tras las restricciones impuestas gradualmente al uso del idioma ruso en el país desde 2014, el Gobierno ucraniano pretende ahora establecer el inglés como lengua de comunicación prioritaria, haciendo obligatorio su dominio para los altos cargos oficiales. Mientras tanto, la violenta toma de instalaciones e iglesias ortodoxas en Ucrania por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, con el pretexto de impedir la supuesta propaganda rusa en los lugares de culto, no es más que otra de las medidas artificiales de Kiev para justificar la persecución religiosa a gran escala.

Se rompe así otro de los lazos que han unido históricamente a rusos, bielorrusos y ucranianos a lo largo de los tiempos, en favor de la adopción de un decadente modelo 'civilizatorio' pseudoeuropeo, caracterizado por el desprecio de los valores culturales, espirituales y tradicionales de los pueblos.

Nada de esto es natural ni orgánico. Es una tragedia para el pueblo ucraniano, que ve cómo su país vuelve a sumirse en el caos por culpa de una élite política que se ha prestado a servir a los intereses de potencias extranjeras. Cuando llegue el año cero, el afán por alejarse de la influencia rusa no se traducirá en la independencia de Ucrania, sino en su completa sumisión a los dictados de sus patrones occidentales. Este final podría ser diferente si Kiev no hubiera actuado en contra de la propia historia.