Xavier Villar*. Según un comunicado emitido por el gobierno marroquí y confirmado por la oficina del primer ministro sionista, Benjamin Netanyahu, se ha oficializado el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental por parte de la Entidad Sionista.
Rabat se apresuró a decir que la Entidad Sionista está considerando abrir un consulado en Dakhla, una ciudad de más de 100.000 habitantes situada en la costa atlántica del Sáhara Occidental.
Marruecos ha ejercido control sobre el territorio desde 1975, tras la finalización del dominio colonial español. En ese mismo año, España firmó los Acuerdos de Madrid con Marruecos y Mauritania, lo que llevó a la división del territorio saharaui entre ambos países africanos. Como resultado de este acuerdo, los nativos saharauis quedaron sin un estado propio y sin la capacidad de autogobernarse.
Los Acuerdos de Madrid fueron rechazados por parte de Argelia, quien los consideró una continuación del colonialismo y una amenaza para su influencia en el norte de África. Como consecuencia, Argelia rompió relaciones con Marruecos y comenzó a proporcionar apoyo político y armas a la organización saharaui pro-independencia, el Frente Polisario.
Es precisamente el origen colonial del mandato marroquí sobre el Sáhara Occidental lo que hace que las palabras del Ministro de Relaciones Exteriores de la Entidad Sionista, Eli Cohen, cuando afirmó que el reconocimiento del Sáhara Occidental como territorio marroquí "fortalecerá las relaciones entre los países y promoverá la estabilidad regional”, revelen un profundo cinismo desde un punto de vista político.
Sin embargo, este artículo no tiene como objetivo narrar la historia colonial del Sáhara Occidental, sino más bien discutir las similitudes políticas entre Marruecos y la Entidad Sionista al analizar su postura hacia la República Islámica.
En el caso particular de Marruecos, es importante destacar que al referirse a Marruecos no se analiza a la población en su conjunto, que en su mayoría sigue la visión islámica y ummática. En cambio, se focaliza exclusivamente en las élites políticas del país. Lo que se observa es una asimilación con lo occidental, lo que lleva a adoptar el papel del "buen musulmán", es decir, una identidad que acepta la hegemonía occidental en el ámbito político.
Es esta asimilación la que genera una respuesta paranoica hacia el otro, en este caso, hacia el otro islámico de Occidente. Es en este contexto donde aparece la República Islámica como el epítome del "mal musulmán", el otro por excelencia desde la perspectiva occidental. Esta figura provoca una crisis en el conocimiento y la identidad en el paradigma occidental y en el "buen musulmán", al romper las reglas de reconocimiento establecidas. Desde Occidente, ya no es posible responder a una serie de preguntas políticas dirigidas al otro: ¿Quién eres tú? ¿Qué soy yo para ti? ¿Qué quieres?
La paranoia surge de este deseo de reconocimiento y de no verlo validado. La presencia de un "otro" islámico que no acepta las normas políticas de Occidente, simbolizado en la República Islámica, pone en evidencia las limitaciones del complejo ideológico occidental al que pertenece la figura del "buen musulmán".
En este sentido, se pueden mencionar las palabras del Ministro de Relaciones Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita, quien acusó directamente a Irán y a Hezbollah de utilizar su embajada en Argel para enviar armas al Frente Polisario. Estas acusaciones se basan en el mecanismo de la paranoia.
Los miedos políticos de la élite marroquí se centran en la posibilidad de que la población mantenga una visión islámica y ummática que podría llevar al rechazo de los acuerdos firmados entre Rabat y la Entidad Sionista. Este Islam político y ummático, representado por Teherán, se percibe como un enemigo peligroso e indómito que se cree presente en Marruecos. Existe la necesidad de "domesticarlo" para evitar que se desborde, contamine y extinga lo que el expresidente de Estados Unidos, George W. Bush, denominó "nuestras libertades" y "nuestra forma de vida". Es importante señalar que para las élites marroquíes occidentalizadas, "nuestra forma de vida" es similar, o muy similar, a la forma de vida política occidental.
La "ansiedad doméstica" sobre aquellos musulmanes que desafían los límites políticos impuestos por Occidente se manifiesta a través de una excesiva vigilancia, que se refleja en actitudes de "hostilidad" y "violencia", así como en acusaciones persistentes de "desconfianza", "rechazo", "exclusión" y "discriminación". De esta manera, tanto el mecanismo de la paranoia como la islamofobia, entendida como una forma de racismo y control hacia la identidad musulmana, comparten similitudes al desplegar una serie de elementos destinados a identificar, controlar, regular y disciplinar aquellas formas políticas que se perciben como una amenaza dentro del cuerpo político del país. Desde esta perspectiva, se busca evitar que surjan situaciones que puedan "infectar" el cuerpo político con una supuesta dolencia islámica.
La élite marroquí busca formar parte de ese cuerpo político occidental y, por lo tanto, se siente amenazada por los mismos elementos que amenazan a Occidente y su hegemonía. Desde una perspectiva política, es el proyecto de una identidad islámica lo que representa una amenaza para la supuesta tranquilidad hegemónica de Occidente.
Una vez se ha explicado todo lo anterior, es posible comprender no solo las declaraciones del Ministro marroquí de Asuntos Exteriores, sino también la alianza entre la Entidad Sionista y Marruecos. Esta alianza comparte el objetivo de fortalecer la hegemonía occidental frente a aquellos considerados los "malos musulmanes", representados políticamente por la República Islámica de Irán.
* Ph.D. en Estudios Islámicos e investigador que reparte su tiempo entre España e Irán.