Gerry Nolan
En el vórtice de la lucha política de Washington, las explosivas acusaciones de Andriy Derkach contra el presidente Joe Biden y su hijo Hunter no sólo agitan las aguas sino que provocan imponentes tsunamis que se estrellan contra los pilares de una presidencia en conflicto. Estas acusaciones, más que simples susurros en los pasillos del poder, resuenan como un toque de atención, exponiendo un nexo profundamente arraigado de corrupción en los niveles más altos y abuso de poder en un momento en que Biden está plagado de una investigación de juicio político. Es una saga que no sólo cuestiona la integridad de una presidencia sino que desgarra la esencia misma de lo que Estados Unidos representa en el escenario mundial. Estas afirmaciones, que involucran turbios acuerdos de gas ucraniano, datos condenatorios y transacciones financieras sospechosas, arrojan una sombra inquietante sobre la familia Biden, revelando una traición a los ideales estadounidenses para beneficio personal. Destacan una amarga ironía en la narrativa de Estados Unidos, autoproclamado como "la única nación indispensable en los asuntos mundiales", o el excepcionalismo estadounidense según el ex presidente Obama, pero aparentemente exento y la excepción de su propio orden basado en reglas.
Las explosivas afirmaciones de Derkach, repletas de acusaciones de flujos financieros encubiertos y presiones políticas, pintan un panorama inquietante del poder estadounidense explotado no para ideales democráticos, sino para ganancias cínicamente criminales. Estas revelaciones, si se demuestra que son ciertas, golpearían el corazón de la imagen profesada de Estados Unidos como líder global de la justicia y la lucha contra la corrupción. Amenazan con hacer añicos la narrativa de la integridad de Estados Unidos, revelando un manual oculto de corrupción que contradice los valores profesados por la nación. Este artículo busca desentrañar estas acusaciones condenatorias, examinando su impacto potencial en una presidencia bajo asedio y la integridad y salud de la democracia estadounidense, al tiempo que resuena profundamente con la desilusión de los ciudadanos comunes y corrientes por una nación que parece solo predicar con el ejemplo en las formas más odiosas.
A medida que se desarrolla esta historia de poder, corrupción y criminalidad, surge la pregunta: ¿estamos siendo testigos del último clavo en el ataúd del ideal democrático estadounidense, una fachada que enmascara una narrativa más profunda e insidiosa de corrupción e hipocresía cleptocráticas? En una nación que sermonea al mundo sobre los valores democráticos y el "orden basado en reglas", ¿cómo puede una saga tan asombrosa de supuesta criminalidad en su más alto cargo no conmover el alma de cada ciudadano que cree en la santidad de la justicia? Este viaje que emprendemos no es sólo una búsqueda de respuestas sino un examen crítico de los mismos principios que Estados Unidos pretende defender.
“Quienes hablan en voz alta sobre la corrupción de Biden en Ucrania corren peligro de ser eliminados físicamente” (una de las muchas acusaciones sensacionales del político ucraniano Andriy Derkach)
Buceando en...
En una revelación que resuena con ecos del pasado, aunque firmemente arraigada en el presente, la periodista Simona Mangiante Papadopoulos ha desvelado una extensa entrevista con el ex diputado ucraniano Andrey Derkach. En esta reveladora conversación, Derkach profundiza en las acusaciones de corrupción profundamente arraigada, no sólo dentro de Ucrania sino extendiendo sus zarcillos hasta el corazón mismo de la política estadounidense y la actual Presidencia.
En el centro de estas acusaciones están el presidente estadounidense Joe Biden y el secretario de Estado Antony Blinken. Las afirmaciones, intrincadas y multifacéticas, plantean algunas preguntas crudas e inquietantes. El más destacado de ellos es el papel de Hunter Biden, el hijo del presidente. ¿Explotó la "marca" Biden, aprovechando la posición de alto rango de su padre como vicepresidente durante el gobierno de Barack Obama para traficar influencia en Washington? Este escenario pinta un cuadro de maquinaciones políticas en las que los lazos familiares se explotan para beneficio personal. Si se demuestra que es cierto, el nexo de corrupción descrito constituiría un caso claro de criminalidad cleptocrática.
Aún más alarmantes son las sugerencias de que el propio Joe Biden podría haber estado involucrado en estos esquemas de tráfico de influencias. ¿Joe, en su calidad de hombre clave de Obama en Ucrania, utilizó su considerable influencia para proteger no sólo a su hijo sino potencialmente a sí mismo de varias investigaciones en Ucrania? Esto incluye la investigación crítica sobre si Biden jugó un papel en el despido del fiscal jefe ucraniano Viktor Shokin, quien, según se informa, estaba incómodamente cerca de descubrir los detalles turbios de la participación de Hunter Biden con la compañía de gas ucraniana Burisma.
Estas acusaciones, sacadas a la luz por Derkach, abren una caja de Pandora de cuestiones éticas y posibles abusos de poder criminales en los niveles más altos del gobierno. Nos desafían a mirar más allá de la superficie y cuestionar la integridad de quienes ocupan puestos de influencia y autoridad significativas en la actual Casa Blanca.
¿El funcionario estadounidense de más alto rango, Joe Biden, aparentemente encargado de defender la lucha de Kiev contra la corrupción, exacerbó irónicamente la situación al infundir una potente cepa de corrupción del establishment estadounidense en Ucrania, un estado cada vez más visto como cliente de Washington? Este escenario pinta un cuadro en el que los compromisos políticos de dos caras dejan un legado plagado de acciones comprometedoras, acciones que muy bien pueden estar dirigiendo la controvertida (y según algunos argumentan, fallida) política de guerra por poderes de Estados Unidos en Ucrania.
Para mí, la evidencia se inclina abrumadoramente hacia lo afirmativo. Es una comprensión desalentadora, que sugiere que las decisiones, que han costado cientos de miles de vidas y han llevado a la humanidad al borde de una guerra mundial más amplia y al abismo de un potencial conflicto nuclear, están impulsadas por motivos que hacen eco y superan al crimen organizado. Es un odioso fraude de protección a escala global, todo para beneficio personal y cleptocrático: una realidad que no sólo es cínica sino peligrosamente peligrosa, ya que nos encontramos atrincherados en una guerra brutal y totalmente innecesaria en Ucrania.
Estados Unidos, utilizando a sus vasallos europeos, empujó a Ucrania a asumir el papel de representante prescindible, luchando contra Rusia hasta el último ucraniano: una estrategia escalofriante con Ucrania como punta de lanza. Esto plantea profundas dudas sobre la responsabilidad penal de la familia Biden en esta guerra, especialmente a la luz de las explosivas acusaciones y pruebas presentadas por Derkach. Estas acusaciones (con datos), si se fundamentan, no sólo acusan a individuos; aparentemente critican el libro de jugadas de la política exterior y la democracia de Estados Unidos, revelando una explotación cínica de los conflictos internacionales para beneficio personal, una estrategia que es moralmente fallida, criminal y geopolíticamente suicida.
En la intrincada red de extorsiones geopolíticas de las mafias, surge otra pregunta: bajo el barniz de retórica diplomática, ¿qué motivos oscuros impulsan la severa advertencia de Biden sobre el despliegue de fuerzas estadounidenses contra Rusia? Esta oscura pregunta exige desenvolver el enigma de la intriga sobre crímenes reales.
Aquí entra Hunter Biden, el epítome de un heredero de élite, que aparentemente convirtió la influencia vicepresidencial de su padre en una mina de oro personal, acumulando una fortuna supuestamente de al menos 7,5 millones de dólares.
Ni siquiera el Washington Post, habitualmente amigo de Biden, pudo pasar por alto esta incómoda verdad, aunque insinuó sutilmente una exageración republicana. El enigma más profundo, sin embargo, es si las propias manos de Joe Biden se sumergieron en este lucrativo tarro de miel, influyendo en su política en Ucrania. Por ahora, estas sospechas flotan en el ámbito de las conjeturas, a la espera de pruebas concretas. No obstante, la investigación de juicio político impulsada por los republicanos analiza incansablemente estas acusaciones y cada revelación se suma a la creciente tormenta.
Cuentas de Morgan Stanley y una tabla con transferencias Wirelogic y Digitex (Fuente)
En medio de esta tempestad que se avecina, emergen las explosivas ideas de Andrey Derkach, que arrojan largas sombras sobre este panorama político. Predecibles son los intentos de descartar sus revelaciones como precursoras de la "intromisión rusa" en las elecciones de 2024, una narrativa que, francamente, suena más a un disco viejo y cansado. Esos esfuerzos, incluidos los cometidos contra la periodista Simona Mangiante Papadopoulos, deben examinarse con ojo perspicaz.
Mangiante Papadopoulos, vinculada al exasesor de Trump, George Papadopoulos, y blanco del interrogatorio del FBI durante el frenesí del "Russiagate", se encuentra atrapada en una saga que, irónicamente, tuvo poco que ver con Rusia. Más bien, fue una farsa coreografiada por los demócratas, un intento desesperado de negar el ascenso imprevisto de Trump, alimentado por su resonancia populista y la divisiva candidatura de Clinton.
El "Russiagate" fue un cóctel de teorías de conspiración centristas-liberales e histeria colectiva, un drama que infligió un daño duradero a las relaciones entre Estados Unidos y Rusia y corroyó la fe del público estadounidense en su proceso democrático. Este teatro político sentó las bases para las corrientes bipartidistas que catalizaron el motín del 6 de enero en el Capitolio, un síntoma de un malestar sistémico más profundo que trasciende la era de Trump.
En el juego de ajedrez en constante evolución de la política global, Andrey Derkach avanza hacia el escenario internacional, no sólo como jugador sino como presagio de revelaciones que repercuten en los pasillos del poder. Derkach, una figura moldeada por el complejo panorama político ruso-ucraniano y empapada de la formación de élite de la inteligencia rusa desde principios de los años 90, se encuentra en el epicentro de las acusaciones de intromisión electoral en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. ¿Su papel? Supuestamente orquestó una campaña para manchar la reputación de Biden, distribuyendo grabaciones que supuestamente eran conversaciones entre el entonces vicepresidente Biden y el presidente ucraniano Pyotr Poroshenko, que sugerían tratos desagradables. Curiosamente, estas revelaciones encontraron un favor temporal en el equipo de Vladimir Zelensky, avergonzando a su predecesor (Poroshenko) y rival político.
La narrativa de Derkach, sin embargo, está manchada por acusaciones, tanto en Estados Unidos como en Ucrania, de ser un títere de la inteligencia rusa, lo que lleva a acusaciones de traición. En 2022, en medio de esta vorágine, Derkach encontró refugio en el exilio en Bielorrusia, pintando el cuadro de un hombre cuya verdad es tan enigmática como su pasado. A sus 56 años, Derkach encarna el personaje ambiguo por excelencia en este thriller geopolítico sobre crímenes reales, donde sus declaraciones deberían ser examinadas minuciosamente.
Sin embargo, descartar de plano las revelaciones de Derkach sería seguir una narrativa familiar de desacreditación de verdades inconvenientes. Esta táctica, que recuerda al manual del "Russiagate", ha servido históricamente para sofocar revelaciones genuinas y pertinentes bajo el pretexto de combatir la "intromisión rusa" o la "guerra de información". La supresión del escándalo de las computadoras portátiles de Hunter Biden es un testimonio de esta estrategia: una historia de corrupción potencial y decadencia moral enterradas bajo intereses partidistas. Si estas revelaciones hubieran sido sobre Trump o sus hijos, uno se pregunta si el escrutinio habría sido más implacable y el debate público más ferviente.
Derkach, con sus complejas afiliaciones y motivaciones, junto con Mangiante Papadopoulos, acusado de promover los intereses de Rusia, representan más que meras fuentes de información. Simbolizan el enigma de discernir la verdad en una época donde la información es a la vez arma y escudo. Sus casos plantean una pregunta fundamental al observador perspicaz: ¿la búsqueda de la verdad no se trata más de la sustancia de la información que de las manos que la entregan?
La verdad en política, como lo ilustra el caso de Derkach, es a menudo una víctima de intereses –intereses que residen no sólo en la revelación sino también en el ocultamiento y la distorsión. El desafío radica en navegar por este terreno turbio, donde descartar revelaciones inconvenientes como mera propaganda es tan peligroso como aceptar cada afirmación al pie de la letra. En este complejo juego, el observador perspicaz debe pisar una línea muy fina, pensar por sí mismo y sopesar la veracidad de cada información en el contexto de un mundo donde los intereses y las verdades están inextricablemente entrelazados.
Las acusaciones sísmicas...
Al sumergirnos en las turbias profundidades de las revelaciones de Derkach, nos encontramos en un laberinto de acusaciones sísmicas, cada una más explosiva que la anterior. La narrativa teje una red de intrigas que se extiende desde los oscuros pasillos de Kiev hasta las más altas esferas del poder estadounidense. Naveguemos por estas aguas traicioneras y desentrañemos las más impactantes de estas afirmaciones.
En el corazón de este thriller geopolítico se encuentra una acusación que apesta a maquinaciones secretas y oscuro arte de gobernar. Derkach plantea un escenario escalofriante: Antony Blinken, el Secretario de Estado de Estados Unidos, no sólo influye sino que dicta el curso de acción contra él (resolver la cuestión de Derkach) en Ucrania. Ya sea que la supuesta directiva de Blinken fuera una orden descarada o un empujón sutil al estilo de Enrique II contra Thomas Becket, las implicaciones son crudas. No se trata sólo de un ucraniano turbulento; se trata de que el Secretario de Estado participe en lo que sólo puede describirse como manipulación de títeres de alto riesgo. Y no olvidemos que este es el mismo Blinken que supuestamente orquestó la supresión de la historia de la computadora portátil de Hunter Biden, una maniobra que susurra una manipulación política profundamente arraigada y un pisoteo de líneas éticas.
El Comité Judicial de la Cámara de Representantes analiza de cerca el presunto papel de Blinken en la supresión de la historia de la computadora portátil de Hunter Biden
Publicación en el sitio web ucraniano Ukrainska Pravda sobre el intento de asesinato de Andriy Derkach (invesloan.com)
Noticias sobre la visita de Blinken a Ucrania en el sitio web de la Embajada de Estados Unidos en Ucrania
Profundizando más, nos encontramos con el peligroso destino del ex fiscal jefe ucraniano Viktor Shokin. Este hombre, atrapado en el punto de mira de intereses poderosos por atreverse a desafiar a Biden, ahora supuestamente se encuentra en la lista de objetivos de un asesino. Sí, Shokin todavía respira, pero no ignoremos la siniestra sombra de un pasado intento de asesinato. La afirmación de Derkach nos lanza a un mundo donde la esperanza de vida de quienes desafían a los poderosos es tan incierta como una tirada de dados en un juego amañado.
Pero la saga da un giro aún más oscuro con la tercera bomba de Derkach. Pinta un panorama siniestro del dinero sucio procedente del escándalo de Burisma canalizado hacia las arcas de la inteligencia ucraniana. Esto no es caja chica para espionaje menor; estamos hablando de fondos supuestamente destinados a asesinatos en suelo ruso y al sabotaje de los oleoductos Nord Stream. La audacia de esta afirmación sería impresionante si no fuera tan profundamente preocupante. ¿Puede Derkach fundamentar esto con pruebas contundentes? Es posible que el jurado aún esté deliberando sobre ese tema. Sin embargo, la mera posibilidad de que un complot tan nefasto pueda ser parte de un plan más amplio provoca escalofríos. Es una narrativa que no estaría fuera de lugar en una novela de John le Carré, pero aquí estamos, viéndola desarrollarse en tiempo real.
Finalmente, volvemos al epicentro de este terremoto geopolítico: los Biden. La narrativa que rodea a esta familia no es sólo una historia de intriga política; es una clase magistral sobre cómo cambiar los objetivos morales. Si las acusaciones de Derkach son válidas, no sólo estamos siendo testigos de una ética cuestionable; estamos observando una saga de manipulación política y proteccionismo familiar que haría sonrojar a Maquiavelo. La idea de que Joe Biden pueda estar metido hasta el cuello en este atolladero, no simplemente como observador sino como participante activo, convierte toda la situación de un escándalo político en un espectáculo tragicómico del más alto nivel. En cualquier país "normal", la mera sugerencia de tal participación habría conducido a una rápida desaparición política. Sin embargo, aquí estamos, en un mundo donde lo anormal se ha convertido en la nueva normalidad.
Al final, las revelaciones de Derkach pintan el cuadro de un mundo occidental tambaleándose al borde del abismo moral y político. Nos obligan a cuestionar no sólo a los personajes involucrados, sino también el tejido mismo del teatro geopolítico del que todos somos parte sin saberlo.
Mire la entrevista completa aquí:
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Algunas reflexiones finales...
Mientras cae el telón sobre el drama geopolítico del crimen real del "Nexo entre la corrupción entre Biden y Ucrania", nos queda reflexionar sobre la laberíntica red de acusaciones e implicaciones que se han desenredado ante nosotros. Esta narrativa, rica en intrigas políticas y maquinaciones oscuras, pone de relieve las figuras del presidente Joe Biden, su hijo Hunter y el secretario de Estado Antony Blinken, cada uno de los cuales desempeña un papel fundamental en una saga que desafía los principios mismos de la democracia y la política internacional. diplomacia.
En el corazón de esta vorágine geopolítica se encuentra Joe Biden, alguna vez administrador de los intereses estadounidenses en Ucrania, ahora envuelto en acusaciones que ensombrecen su presidencia. Si las afirmaciones de Andriy Derkach dan frutos, entonces el papel de Biden trasciende la mera supervisión; sugiere una participación activa en una danza de quid pro quo, donde la influencia política y el beneficio personal se entrelazan en un tango inquietante. Hunter Biden, pintado como un Ícaro moderno, volando en las alas de la influencia de su padre sólo para arriesgarse a caer, añade una capa conmovedora a esta historia. Sus supuestas hazañas financieras, los 7,5 millones de dólares reportados por Burisma y el escándalo de las computadoras portátiles suprimidos, dicen mucho de una saga donde el privilegio y el poder pisotean las líneas éticas y criminales.
Antony Blinken, que emerge como un orquestador clave en esta compleja sinfonía de juegos de poder, aparece representado como un maestro titiritero en el relato de Derkach. La acusación de que dirigió a las fuerzas ucranianas para "resolver la cuestión de Derkach", junto con su presunto papel en sofocar la historia de la computadora portátil de Hunter Biden, pinta una imagen de un estadista cuyas acciones traspasan los límites de la diplomacia ética y se adentran en el territorio de los subjefes de la mafia. Esta descripción, si se corrobora, no sólo empañaría su imagen sino que también significaría una podredumbre más profunda dentro de los niveles de poder, una podredumbre que permite que las agendas personales eclipsen los intereses nacionales.
Para terminar, "Sombras de influencia" es más que una exposición de supuesta corrupción; es un llamado de atención para escudriñar las acciones de aquellos a quienes se les han confiado los más altos cargos del poder. Nos insta a mirar más allá del barniz de respetabilidad política, a cuestionar e investigar, porque en las profundidades inexploradas de estas acusaciones podrían esconderse verdades incómodas sobre nuestros líderes y los sistemas en los que operan. Este viaje a través de los oscuros pasillos del poder no es solo una exploración de los Biden y Blinken; es una reflexión sobre el estado de nuestras instituciones democráticas y la frágil naturaleza de la integridad en el mundo geopolítico occidental.
Al salir de las sombras, llevamos con nosotros la comprensión de que la búsqueda de la verdad es un esfuerzo continuo, que requiere que estemos siempre vigilantes e inflexibles en nuestra búsqueda de transparencia y rendición de cuentas. En un mundo donde el poder a menudo puede enmascarar la verdad, "Sombras de influencia" es un testimonio de la importancia perdurable de buscar la luz, recordándonos que en la vigilancia de los informados reside la esperanza de un orden mundial más justo y transparente.