geoestrategia.eu
Los falangistas que evitaron la ejecución de Miguel Hernández pero no pudieron sacarle a tiempo de la cárcel

Los falangistas que evitaron la ejecución de Miguel Hernández pero no pudieron sacarle a tiempo de la cárcel

Por Administrator
x
directorelespiadigitales/8/8/23
domingo 13 de julio de 2025, 22:00h
Gustavo Morales
Miguel Hernández había sido detenido a finales de abril por la Policía de Salazar en Moura, Portugal. Fue trasladado a la prisión provincial de Huelva, desde allí a Sevilla y posteriormente a Madrid, al penal de la calle Torrijos, hoy Conde de Peñalver.
En septiembre lo liberaron y volvió a Orihuela, donde fue detenido de nuevo y traído a Madrid, a la prisión de la plaza del Conde de Toreno. En marzo de 1940 fue condenado a muerte por un tribunal presidido por el comandante Pablo Alfaro.
Rafael Sánchez Mazas recibió la visita de José María de Cossío en el ministerio. Su objetivo era transmitirle la noticia de que Miguel Hernández había sido condenado a muerte. El interés de Rafael era grande, tal como le explicó el poeta a su mujer en una carta escrita desde la cárcel el 3 de junio: «Esta mañana me han dado mejores noticias que otras veces. Hasta me han traído una carta que ha recibido Vergara, en la cual se interesa por mi asunto el ministro Rafael Sánchez Mazas. Tengo bastante confianza en él, ya que es antiguo amigo, y espero que, como amigo, dará solución a esta situación mía».
El recuerdo de lo que había sucedido con Federico García Lorca en agosto de 1936 y el valor de Hernández en la cultura española llevaron a Sánchez Mazas, al término del Consejo de Ministros del 17 de junio, a solicitar la gracia a Franco. El falangista Sánchez Mazas interpeló a Franco y le dijo: «Quiero pedir la gracia para un poeta», a lo que Franco respondió: «Si fuera un buen poeta...». Entonces, Sánchez Mazas cerró la conversación con rotundidad: «Es un buen poeta».

Certificado de la jefatura provincial de Valencia de las FET y de las JONS
También la jefatura provincial de FE de las JONS de Valencia, cuyo secretario de Milicias, Juan Bellod Salmerón, certifica oficialmente el sentido patriótico y religioso de Miguel Hernández Gilabert —a quien dice conocer desde la infancia—, lo señala como miembro de la redacción de la revista católica El Gallo Crisis, que dirigía Ramón Sijé, quien llegó al falangismo de la mano de Giménez Caballero. Es el mismo Ramón Sijé, a quien Hernández dedicó su inolvidable elegía. El falangista de la carta oficial afirma: «Garantizo plenamente su fervor patriótico».
Todos estos intentos sirvieron para evitar su ejecución, pero llegaron tarde para su liberación, como pretendían los azules, pues murió de tuberculosis en una cárcel de Alicante, el 28 de marzo de 1942. Ese año murieron por esa enfermedad en España 32.061 personas.
María Teresa León agrede a Miguel Hernández
Como cuenta posteriormente José Luis Losa, «llegaba cada día Miguel Hernández del frente y se encontraba con el ambiente de francachela en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas que presidía Alberti, en Madrid, en el palacio de los Heredia Spínola, en el primer año de la guerra». Aquel oasis de neoseñoritismo de Mono Azul y alpargatas, en cuyas mesas corría el vino y se tomaban las más peregrinas decisiones sobre suertes ajenas.
Un día, indignado por el contraste entre la situación dantesca que vivían los soldados en el frente y lo que veía en el palacio de los Heredia Spínola —aún con los restos de una buena comida en la mesa—, se acercó al encerado que presidía la sala, todavía con el uniforme empapado en sudor, y escribió: «Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta».
A la vista de que la única mujer presente en la sala era María Teresa León, esta le dio un puñetazo a Miguel Hernández «que lo volteó y le rompió un diente».
Ahora, en Monóvar, Alberti, que se había vuelto más poderoso durante la guerra, intentó congraciarse con el poeta de Orihuela: «Tú ya sabes cómo son las mujeres, Miguel. Pero si tú quieres, te puedes venir con nosotros. Arreglo las cosas para que se te haga un hueco en el avión y te vienes con nosotros a Argelia».
Miguel Hernández contestó secamente: «Yo me vuelvo a mi pueblo».
¿Quién fue Ramón Sijé, el fascista al que cantó Miguel Hernández y como él muchos artistas de izquierdas?
Mario de las Heras
La Elegía a Ramón Sijé es uno de los poemas más bellos y recordados de Miguel Hernández, de quien Ramón (en realidad José Ramón Marín Gutiérrez) era amigo íntimo. No solo de Miguel Hernández. También, por ejemplo, de Ernesto Giménez Caballero, otro intelectual que fue el introductor del fascismo en España. Si Ramón Sijé viviera hoy no tendría cabida en la España que prepara Sánchez, donde la «ultraderecha», como concepto hallado por el ínclito presidente y sus socios de Gobierno, es genéricamente apartada sin matices.
El eterno amigo
En la España de hoy el comunista Miguel Hernández no le hubiera escrito un poema a la muerte de su amigo fascista. Y quizá este sea el rasgo más distintivo de la España de hoy y de ayer. Actualidad es la revista católica donde empezó a escribir Pepito, como le llamaban, semanario católico distinto a la revista Voluntad, donde compartió colaboración con el poeta y amigo íntimo paisano. En ella adoptó su pseudónimo, Ramón Sijé (su hermano Gabriel también se «apellidó» así), formado por una combinación de su nombre y sus apellidos, pero que no fue el único. «Chás» o «José Oriolano» fueron otros.
Destellos fue el siguiente destino, donde Sijé y Hernández se hicieron verdaderamente amigos. Sijé fue partidario de la República en sus primeros tiempos, como Ortega. Se ubicó en el Partido Republicano Federal junto a Azorín. Se juntó con gente de La Barraca, donde estaba Lorca, y se carteó con Pemán, Juan Ramón Jiménez o Manuel de Falla. Su catolicismo fue la vía de entrada de otros matices en su ideario, por donde llegó la influencia de Giménez Caballero.
Hay teorías encontradas. Unas que dicen que Sijé, el articulista, el ensayista, el estudiante de Derecho premio especial, el eterno fundador de revistas, el autor de La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas y el eterno amigo de Miguel Hernández, muerto a los 22 años en 1935 de una infección, nunca fue fascista. Y otras que dicen que sí lo fue. Incluso estas dicen que Miguel Hernández, en situación económica apurada, se «contagió» de su nacional-catolicismo, llegando a escribirle a Lorca: «Soy, sin ser nada, comunista y fascista». Hernández se sentía a la órdenes de Sijé, en deuda, en una amistad ¿interesada? José Bergamín decía que no había nada que les uniera, pero sin embargo quedó esta Elegía al «compañero del alma, compañero», el fascista al que también cantó, por ejemplo, Serrat.
'Elegía a Ramón Sijé'
Elegía a Ramón Sijé
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería)


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.