La política española ha llegado a límites tan deplorables que en los comicios europeos del 25-M, y por primera vez en el nuevo régimen democrático, se ha generado una respuesta electoral en la que, aun habiendo ganado el PP en strictu sensu, también puede decirse en lato sensu que los partidos nacionales más votados han perdido y que los menos votados (y otros emergentes) han ganado. Es decir, que junto a una lectura ajustada y clásica de los resultados existe otra más amplia que los reinterpreta de forma restringida o contrapuesta.
Claro está que en cualquier proceso electoral hay forzosamente un partido o una candidatura ganadora, aunque sea por la mínima diferencia, frente al conjunto de alternativas perdedoras. Eso es cierto e incuestionable.
Pero las circunstancias en las que se ha producido la victoria del PP con 16 eurodiputados, seguido del PSOE con 14, no deja de cuestionar su victoria (pírrica) y también su futuro electoral más inmediato, situación paradójica que afecta también al PSOE como primer partido de la oposición, que ya venía situado en posición de ‘empate técnico’ con el PP en los sondeos electorales previos más solventes y que al fin y al cabo tendrá que digerir su mismo desmerecimiento político y social.
Por el contrario, partidos hasta ahora minoritarios a nivel nacional y con muchos menos recursos de todo tipo, que en el cómputo global de los resultados han quedado en posiciones más retrasadas, pueden considerarse auténticos ganadores al haber emergido con fuerza, rompiendo la previa hegemonía política PP-PSOE. Mientras algunos otros -sólo con implantación autonómica- han ganando de calle las elecciones europeas en su ámbito territorial, con el handicap de haber identificado plenamente su campaña con la aspiración independentista, que desde luego son palabras mayores.
La reversión de la representatividad política
Esta es la realidad del 25-M, anticipada desde hace tiempo en nuestras habituales Newsletters, hagan las lecturas interesadas que hagan cada uno de los partidos en liza y sobre todo el PP y el PSOE, que, como decimos, son los auténticos derrotados, cada uno de por sí, también en su conjunción y sin que quepan al respecto dudas ni paños calientes paliativos.
La primera gran evidencia de la derrota PP-PSOE (partidos que patrocinan el llamado ‘bipartidismo imperfecto’), es la bajísima participación electoral a la que se ha llegado de forma evolutiva, reflejada en el cuadro adjunto: un 44,7% (cifra oficial del Parlamento Europeo). Porcentaje tan exiguo que invalida los resultados en términos no sólo estadísticos, sino también éticos y políticos, porque como es obvio deja sin representación al 55,3% del censo electoral, que constituye la mayoría absoluta del país. Puede decirse, por consiguiente, que, aun como ganador, el PP –que es el partido en el Gobierno- ahora sólo representa a poco más del 12% de los españoles con derecho a voto (o representables), sin que como es lógico pueda aducirse nada mejor en defensa de los resultados aún más negativos del PSOE. Y punto.
ELECCIONES EUROPEAS
AÑO
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% Participación
en Europa
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% Participación
en España
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1979
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61,99
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---
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1984
|
58,98
|
---
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1989
|
58,41
|
54,71
|
1994
|
56.67
|
59,14
|
1999
|
49,51
|
63,05
|
2004
|
45,47
|
45,14
|
2009
|
43,00
|
44,90
|
2014
|
43,11
|
44,70
|
Por ahora, la verdadera representación de España en el Parlamento Europeo, y por extensión en la Comisión Europea, sigue siendo la abstención: la de la España real que abomina de la clase dirigente y de los partidos políticos en general (la política en sí misma sería otra cosa), y no la irreal que subyace en la España oficial. De esta forma, en puridad estadística, incluso los dos partidos mayoritarios -PP y PSOE- que han logrado 30 escaños de los 54 asignados a la circunscripción española, sólo se representan a sí mismos, con su cada vez más escasa afiliación de andar por casa y sus intereses estrictamente grupales.
¿A qué trabajadores, a qué familias, a qué jóvenes, a que organizaciones de representación social… van a defender esa falsa mayoría de eurodiputados españoles, si sus teóricos representados les han negado el voto y retirado la confianza política de forma masiva…? ¿Y quiénes van a escuchar sus manidos discursos europeístas y sus falsas promesas de reformas políticas regeneracionistas…? ¿Acaso han reconocido siquiera en sus campañas electorales el fenómeno de la corrupción política o se plantean seriamente su erradicación…?
Antes al contrario, todo indica que, por ahora, la sociedad española en su conjunto -la real y estadísticamente mayoritaria- visualiza a sus europarlamentarios como cómplices de la tiranía económica muñida en Bruselas, o al menos de su incompetencia política, y enemigos declarados del Estado llamado ‘social’, razón por la que han sido elegidos con tan poco respaldo ciudadano… Volcado el PP en la lucha contra el euroescepticismo y en la defensa del actual modelo europeo de desarrollo, es obvio que se ha desentendido de la realidad española, mientras las posiciones timoratas del PSOE le hacen navegar también por derroteros muy parecidos.
Y ello con independencia de que, además, la participación general en las elecciones europeas, es decir la registrada en el conjunto de la Unión Europea (sólo un 43,11%), sea igual de pobre y siga estancada también de forma evidente bajo mínimos de representatividad social. Aún peor es que ese déficit esté todavía más lastrado democráticamente con el crecimiento de los partidos euroescépticos, xenófobos y sobre todo de la ultraderecha.
Paradoja: los ganadores decrecen y los perdedores crecen
Obviamente, esta argumentación o especie de ‘regla de tres’ aplicada a la participación y/o abstención electoral, que deslegitima la representación política resultante, también es aplicable al resto de los partidos y coaliciones presentes en la pugna electoral. Lo que sucede es que, aun siendo así, mientras unos (los relativamente más votados PP y PSOE) han perdido apoyo electoral de forma muy significada, otros (los teóricos perdedores menos votados) lo han ganado y están en línea de crecimiento, al margen de otros partidos nuevos que también han obtenido representación en el Parlamento Europeo.
En relación con la situación preexistente, o sea con los resultados obtenidos en las elecciones europeas de 2009, el PP ha perdido un 16,26% de votos (pasando del 42,3% al 26,04%) y el PSOE un 15,57% (pasando del 38,6% al 23,03%). Mientras que IU ha ganado un 6,29% (pasando del 3,7% al 9,99%) y UPyD un 3,57% (pasando del 2,9% al 6,47%). Con el añadido de los tres nuevos partidos que acaban de obtener escaños europeos: Podemos con el 7,94% de votos y 5 escaños, Ciutadans con el 3,16% de votos y 2 escaños y Primavera Europea con el 1,9% de votos y 1 escaño.
Y vistos los resultados del 25-M en su conjunto, es evidente que las dos fuerzas políticas mayoritarias (PP y PSOE) han tirado por la borda un importante respaldo social del 31,83%. Mientras que otras dos fuerzas también nacionales hasta ahora muy minoritarias (IU y UPyD) han ganado un respetable 9,86% de electores y los tres partidos emergentes (Podemos, Ciutadans y Primavera Europea) otro 13% aún más considerable.
Y este es un dato directo sobre votos emitidos y válidos sin desviaciones de representatividad porque el reparto de escaños se realiza con criterios de proporcionalidad, no afectado por la aplicación de la Ley D’Hont que en las demás elecciones españolas prima a los partidos más votados y castiga a los menos votados (así el PP ha obtenido 16 escaños, el PSOE 14, IU 6 y UPyD 4, frente a los 24 escaños, 23, 2 y 1 que obtuvieron en las anteriores elecciones de 2009).
Paréntesis: Si el PP y el PSOE son tan europeístas como dicen, ¿por qué no sustituyen en España la Ley D’Hont utilizada en la adjudicación de escaños para primar a los partidos mayoritarios a costa de los minoritarios, por un sistema directamente proporcional a los votos obtenidos, como sucede en las elecciones europeas…? Pues porque, antes que verdaderos europeístas, son partidarios a ultranza del españolísimo ‘yo a lo mío y el que vega detrás que arree’, que tanto peso tiene en el desprestigio general de nuestra clase política.
Pero la caída del PP y del PSOE y su tremenda pérdida conjunta de votos en comparación con el crecimiento de IU y UPyD, y la sorprendente aparición rompedora de Podemos junto a la nueva presencia también de Ciutadans y Primavera Europea, se ha visto acompañada de otro vapuleo electoral políticamente mucho más significado y problemático si consideramos la débil o frágil vertebración territorial del Estado. Ahí quedan, en posición bien amenazante, los claros resultados obtenidos por el independentismo radical de L’Esquerra pel Dret a Decidir (ERC y Nova Esquerra Catalana) y Los Pueblos Deciden (Bildu y BNG), partidos que flanqueados por la ‘Coalición por Europa’ (CiU, PNV, CC y Compromiso por Galicia), de corte si se prefiere menos radical pero con el mismo objetivo ‘soberanista, han barrido tanto en Cataluña como en el País Vasco dejando en minoría a los partidos españolistas.
Si de forma conjunta o cada uno por su lado el PP y el PSOE -Rajoy y Rubalcaba- esperaban que el 25 de mayo el electorado respaldase el proyecto europeo a nivel global y la unidad nacional a nivel de Cataluña y el País Vasco, la realidad es que el tiro les ha salido por la culata, fracasando en ambos intentos. Con su masiva abstención, los electores le han dado la espalda a Europa por un lado, al tiempo que, por otro, quienes en mayor o menor medida han ejercido el sufragio en las comunidades autónomas con vocación secesionista, han confirmado su firme deseo de independizarse de España. Y ahí queda el problema, se mire como se mire.
La caída del bipartidismo y las próximas contiendas electorales
El resultado de los comicios europeos del 25-M, ha levantado acta notarial de la caída del bipartidismo PP-PSOE anunciada desde hace tiempo por la demoscopia política. Y, en consecuencia, abren un futuro electoral incierto para ambas formaciones políticas, que se verá agravado en cada caso por las inevitables reacciones internas en contra de sus directivas, señaladas como responsables de un declive partidista que viene de lejos y que en ningún momento han querido atajar seriamente.
Superadas o no las críticas internas, que serán muchas, muy duras y algunas con efectos o consecuencias imprevisibles, la próxima prueba de fuego se corresponde con las elecciones municipales y las de al menos los parlamentos de las 13 comunidades autónomas que tienen prevista una convocatoria coincidente. La fecha para su celebración debería ser el 24 de mayo de 2015 (cuarto domingo del mes), es decir a un año vista, plazo que en términos políticos no da mucho de sí para que la acción de gobierno pueda enmendar errores de legislatura, siendo cierto que también en este ámbito es más difícil construir que destruir.
La cuestión subyacente, y que por supuesto intranquiliza sobre todo al aparato y las direcciones del PP y del PSOE, es que los resultados de los comicios municipales y autonómicos (aparejados con los de diputaciones provinciales y cabildos insulares) suelen encauzar los resultados de las elecciones legislativas subsiguientes, que es donde se juega el poder definitivo del Gobierno de la Nación. Dicho de otra forma, el acceso previo al control político de los ayuntamientos y comunidades autónomas, con todo el clientelismo y la gran disposición de medios de apoyo electoral afectos, es vital para poder ganar a continuación las elecciones generales, que son el magro de la política.
Por ello, ante el temor de perder la próxima confrontación electoral, y por tanto el poder territorial desde el que impulsar la acción propagandista del partido, el PP, que actualmente controla la mayor parte de ese ámbito político, se tiene que plantear dos cuestiones verdaderamente esenciales para su futuro.
La primera y más urgente es la de reconsiderar y relanzar toda su política municipal y autonómica en términos o con pautas más sociales (o si se quiere más electoralistas), planificando en paralelo las candidaturas y los programas correspondientes para asegurar su permanencia en esos centros de poder, ahora amenazada con los resultados del 25-M y con el desgaste natural del ejercicio político, que se acrecienta en situaciones de crisis y que en algunos casos se está mostrando definitivo.
La segunda, menos urgente pero más decisiva, es prever el momento más adecuado para convocar las próximas elecciones generales, considerando la libertad que tiene el presidente del Gobierno para agotar o no agotar la legislatura. Decisión que puede tomarse en tres sentidos: hacerlas coincidir más o menos con el aniversario de las celebradas previamente (en fecha aproximada al 20 de noviembre de 2015); adelantarlas para que coincidan con las elecciones municipales y autonómicas (teniendo a favor la actual posición de poder territorial y aún pendientes de la evolución de la crisis) o, finalmente, alargar la legislatura lo más posible, entendiendo el mandato de las cámaras parlamentarias iniciado con la proclamación de los resultados electorales sino el 13 de diciembre de 2011, fecha de su constitución formal, o -de manera mucho más extrema e ilusoria- incluso el de la toma de posesión del Gobierno (tratando de capitalizar al máximo la esperada recuperación económica del país)…
Toda una trapisonda derivada directamente de los resultados registrados en los comicios europeos, que podrá modularse con la evolución del apoyo electoral, positiva o negativa, que a partir de ahora vayan proporcionando las encuestas al uso. Y un tipo de maniobra también accesible al PSOE para convocar elecciones autonómicas en Andalucía haciéndolas coincidir, o no, con las municipales de mayo de 2015.
Posibilidad ésta última que el PSOE ya ha manejado a conveniencia en otras ocasiones, tratando con ello de arrastrar su voto local mayoritario en favor de la elección de diputados y senadores a Cortes Generales. Algo que se entiende fácilmente al considerar que la comunidad andaluza es la que tiene más escaños asignados en el Congreso de los Diputados (nada menos que 60 sobre 375).
Y precisamente ese desigual reparto de diputados nacionales por provincias y comunidades autónomas, hace que la estrategia de esfuerzos electorales se plantee también con intensidades muy diferentes en cada caso. De hecho, sólo en cuatro autonomías se concentra la mayoría absoluta de 176 diputados: los 60 ya comentados por Andalucía, 47 por Cataluña, 36 por Madrid y 33 por Valencia.
Así se entiende mejor la trascendencia política de esos cuatro territorios y la importancia que tanto el PP como el PSOE dan a su control electoral. Y si ambos partidos ya se encuentran desplazados socialmente en Cataluña, y también en el País Vasco -que cuenta con 18 diputados nacionales-, es normal que su enfrentamiento en las otras tres comunidades más decisivas genere una lucha brutal, en la que las decisiones y las acciones de partido deben sopesarse con especial cuidado.
Ahora, la batalla electoral PP-PSOE y la búsqueda de respaldo social en el ámbito municipal y autonómico, junto con el juego de posibles entendimientos sobre todo con IU y UPyD -que ya podrían ejercer de ‘bisagra’-, pasan a ser cuestiones decisivas para hacerse con el Poder Ejecutivo en la próxima legislatura. Y ese es un marco en el que el PP parece estar perdiendo las ventajas preexistentes: el acuerdo PSOE-IU ya vigente en el Gobierno de Andalucía y el pacto a tres bandas (PSOE-IU-UPyD) que también se da discretamente por entendido para desplazar al PP del poder en Madrid y Valencia, son indicativos de por dónde podrían ir los tiros (pendientes de ver la orientación política de Podemos, que ha sido la revelación del 25M).
Las primarias del PSOE versus el dedazo de Rajoy
Lo cierto es que dentro del berenjenal que se monta en todos los partidos políticos para decidir sus candidaturas, sobre todo las más multitudinarias de las elecciones municipales y autonómicas (las generales o legislativas son cosa distinta y más fáciles de resolver operativamente), el creciente juego de las primarias permite organizarlas mucho mejor y transmitir una imagen de democracia interna muy conveniente en el plano mediático. Y en eso el PSOE y los otros dos partidos con representación nacional, IU y UPyD, parece que le sacan una notoria ventaja al PP.
Por poner un ejemplo, cuando bien que mal se da este proceso interno, en el que se pueden pactar y cerrar también las cuotas de poder dentro de las distintas corrientes del partido y del propio aparato, lo normal tras el debate y las votaciones correspondiente es cerrar las filas del partido en apoyo de las candidaturas elegidas, evitando las discusiones y críticas públicas que tanto daño hacen a ojos de los electores. De esta forma, con unas primarias transparentes y abiertas a cualquier posible candidatura y con el respaldo final de la organización, puede aplicarse aquel dicho de que ‘muerto el perro se acabó la rabia’, sabiendo que las intrigas internas por hacerse con el mando del partido ya tendrán muy poca justificación en cualquier instancia.
Y así, siendo buena o mala, mejor o peor, la candidatura prevalente tendrá un apoyo sin fisuras o, cuando menos, la tranquilidad de que no recibirá ‘fuego amigo’, aunque alguien dentro del partido estime que no sea una opción ganadora. Y también supone un reconocimiento del poder de los afiliados frente a sus representantes, que es el mismo que tendrían que tener los gobernados frente a sus gobernantes…
Sin embargo, la preparación del PP para encarar las próximas elecciones municipales y autonómicas, en las que según proclaman sus dirigentes la victoria es “un objetivo inexcusable”, está muy lejos de admitir un sistema de primarias real y al margen del ‘dedo divino’ de Rajoy y de los intereses de la camarilla marianista. Así que, por mucho que se diga y se trabaje en las escuelas de verano del PP, que se van a centrar en la cuestión municipal y autonómica, o por mucho que analicen y programen los Arriola y Floriano de turno, el dedazo de Rajoy seguirá siendo capaz de dar al traste con las opciones de mayor éxito e imponer las peores.
Y dos ejemplos bien elocuentes al respecto serán con toda seguridad los de Madrid y Valencia, como ya lo ha sido el de Andalucía con el nombramiento ‘dedocrático’ de Juan Manuel Moreno como presidente del PP autonómico (tierno que un lechazo), pasando para ello Rajoy incluso por encima de la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal. Comunidad en la que Rajoy ya fracasó al imponer en las anteriores elecciones a Cristóbal Montoro como candidato estrella, también brillante en su papel de espantar a la propia derecha andaluza con un PSOE ya agonizante.
En Valencia, comunidad en la que Rajoy apañó directamente y sin el menor debate o contraste interno la sustitución de Camps -comprometido en el ‘caso Gürtel’- por Alberto Fabra, ya se verá si Rita Barberá sigue siendo, o ya no, la candidata para frenar el avance de la oposición en la capital autonómica. Lo sabido es que no es persona especialmente grata en el entorno marianista, clan que preferiría colocar en su lugar a alguien de mayor confianza personal, aun asumiendo el riesgo electoral del caso.
Pero donde se va a poder comprobar claramente la prevalencia del sistema ‘dedocrático’ del PP frente al sistema de primarias, será en Madrid, y tanto en la candidatura del Ayuntamiento como en la de la Comunidad. Alguien que conoce muy bien a Mariano Rajoy, sostiene que su callada pero irrenunciable inquina contra el tándem Aguirre-González (el caso de Ana Botella tiene otra lectura distinta en razón de su matrimonio con el expresidente Aznar) le llevará a imponerlas con su ‘dedo divino’, nominando personas de su máxima confianza, “aunque sea para perder con ellas las elecciones” antes de que las pudieran ganar quienes tiene como enemigos mortales. Práctica difícil de entender en cualquier ejercicio razonable del poder.
Si en el desprestigiado mundo de la política existieran el mismo tipo de apuestas que existen en el mundo del deporte, lo más adecuado sería jugar en contra de esos compañeros de Rajoy que él ha puesto en su particular y resentida ‘lista negra’, aunque tuvieran más votos que Santa Claus o los Reyes Magos en un parvulario. Así que otra tarea urgente para el PP es la de ir señalando y acreditando en lo posible a sus principales candidatos para las próximas elecciones municipales y autonómicas; no sea que al final pase lo que ha pasado con Miguel Arias Cañete, a quien el ‘dedo divino’ lanzó al combate electoral tarde, bajo de forma (aunque él se considerara ‘sobrado’) y sin tiempo para ‘calentar’ como se hace en las competiciones deportivas.
Y lo de Madrid es sintomático porque, quiérase o no, es la capital del Estado y sede de la centralidad política e informativa, desde donde se irradia urbi et orbi la acción del Gobierno. Y siendo así, parece mentira que también en el municipio capitalino el PP siga empeñado en espantar a sus votantes sin eliminar de raíz el esperpento de la alcaldesa Botella, prescindiendo de las agonías de última hora y señalando cuanto antes una candidatura capaz de mantenerlo como reducto electoral emblemático, decisivo al mismo tiempo para no perder el gobierno autonómico.
La cuestión añadida es que, quizás por su condición de ‘ciudad abierta’ e integradora, Madrid capital aprecia poco las siglas partidistas en el ámbito del gobierno municipal, valorando mucho más la personalidad, la entrega y el perfil representativo de su regidor (un candidato/a presentable), aunque los partidos políticos crean otra cosa. Ahí están los casos del reconocimiento mayoritario y sin prejuicios ideológicos que llegaron a tener en el cargo tanto Tierno Galván como Rodríguez Sahagún, e incluso Ruiz-Gallardón (en su primitiva y olvidada versión de político centrista y liberal), o el rechazo personal que por el contrario terminó teniendo Álvarez del Manzano (no el PP) hasta el punto de tener que ser apeado de la candidatura en 2003 a punta de bayoneta para evitar una debacle electoral, que es lo mismo que se tendría que hacer cuanto antes con la actual alcaldesa.
Aspecto este del especial perfil personal que los madrileños reclaman para quien vaya a presidir su ayuntamiento, que también han de entender los demás partidos políticos. Porque al margen de las siglas con las que se presenten los distintos candidatos, el más ‘presentable’ de todos ellos es el que, incluso con marchamo de independiente o no profesional de la política -pero acreditado por sí mismo-, podría ser el más votado, sin que por tanto les convenga empeñarse en colocar como cabeza de su candidatura a los consabidos cargos oficiales, a meros validos de sus líderes nacionales o a maniobreros del aparato.
De momento, en el supuesto de que se mantenga la tendencia que vienen indicando las encuestas y sin que aparezcan candidatos ‘sorpresa’, parece que la capital madrileña se podría gobernar con un mayoritario acuerdo PSOE-IU, quizás acompañados de Podemos. Mientras que UPyD podría tener otra posición de ‘bisagra’ en el gobierno de la Comunidad.
De líderes, candidatos y ‘superhombres’
Pero esa consideración de candidatos políticos ‘razonables’ con los que los electores se puedan identificar más, es, por supuesto, una visión de la estrategia política y electoral inasumible en el actual sistema partitocrático, alejado de la realidad social a la que debe servir y a punto de voladura por su continua degradación. Ya es hora, pues, de que, entre otros muchas reformas internas, los partidos políticos superen la pobre ignorancia de no distinguir siquiera entre las candidaturas, incluidas las del Congreso de los Diputados que deben acoger al aspirante a presidir el Gobierno, y el propio liderazgo del partido.
Líder puede haber uno solo, pero los candidatos son forzosamente muchos, sin necesidad de que aquél sea o no sea uno de éstos. Realidad que, por poner un ejemplo, se vio obligado a entender Carlos Garaikoetxea cuando por sus discrepancias con la dirección de su partido (el PNV que lideraba Xabier Arzallus) en marzo de 1985 fue sustituido de la noche a la mañana al frente del Gobierno Vasco por José Antonio Ardanza. Un político ‘gris’, que desde luego no fue líder de su partido ni buscó el poder interno, pero que encabezó de forma sabia los gobiernos de coalición con los socialistas vascos (el PNV definió aquél entendimiento como el “espíritu de Arriaga” y como una búsqueda de “la comodidad dentro de España”), promoviendo el ‘Plan Ardanza’, que fue un propuesta seria de paz dialogada con ETA, y el ‘Pacto de Ajuria Enea’ para la erradicación del terrorismo…
Ahora, el líder de un partido político exige ser también, y de facto lo es, el candidato indiscutido a la Presidencia del Gobierno y además auténtico ‘dedo divino’ para componer más o menos como le venga en gana el resto de las candidaturas, que es lo que hace Rajoy en el PP. Aunque se carezca de condiciones para alguna de esas funciones o para todas ellas.
Y sin necesidad de tener que profundizar en la teoría del liderazgo político ni precisar su caracterización y la de las candidaturas avaladas por el partido, que siempre serán un signo externo definitivo de sus señas de identidad (como sus siglas, logotipo, filosofía, lemas, programas…), conviene tener bien presente que las famosas primarias deberían aplicarse en primer lugar a la dirección de cada formación política, y después a sopesar y decidir las candidaturas electorales de forma separada.
Así, los candidatos conocerían y aceptarían de forma expresa las ideas programáticas del partido, respetarían su organización y democracia interna y defenderían inequívocamente sus programas electorales. Sin que todo ello suponga inconveniente alguno para que el líder se postule también como candidato en el ámbito que estimo oportuno. ¿Es que acaso el líder de un partido tiene que aspirar forzosamente a ser presidente del Gobierno y no de su Comunidad Autónoma o de su Ayuntamiento…?
Porque, si se quiere que las figuras del líder (hablamos de partidos y no de la Nación) y del candidato presidencial coincidan, cosa innecesaria, no cabe ignorar el criterio esencial de su solvencia para dirigir el Gobierno. Dicho de otra forma, una cosa es, por ejemplo, liderar el PP o el PSOE, otra dirigir esos partidos en la Comunidad de Madrid o en su capital y otra, ciertamente distinta, ser candidato electoral para presidir órganos de gobierno de las instituciones concretas que pudiera corresponder (de naturaleza, dimensión y alcance muy diferentes entre sí) o, en caso de derrota electoral, dirigir la oposición.
Esas diferencias funcionales y organizativas (con necesidades de mando distintas), propias de instituciones muy alejadas entre sí, se ven reflejadas perfectamente en el mundo empresarial, donde el omnímodo Superman, el falso ‘superhombre’ propio de la política española, tiene poca cabida. Baste analizar en ese sentido los organigramas y staffs de las multinacionales más exitosas y el puesto no exactamente ejecutivo que a menudo mantienen sus fundadores, sus líderes o incluso sus propietarios.
¿Y es que acaso los candidatos y candidatas que andan de boca en boca por los mentideros políticos tienen maravillosas capacidades para pilotar de forma indistinta e igualmente eficiente un trasatlántico, un submarino nuclear, un trasbordador espacial o un bólido que compita en Fórmula 1…? Decididamente no; con la agravante de que a veces no saben ni cómo avanzar en un bote de remos.
Cosa distinta es, por supuesto, el caso de quienes tienen sentido común y experiencia vital y profesional acreditada, y el de los más jóvenes que ya se han formado y desenvuelto en el mundo de la globalidad, alejados del provincianismo político español. Pero ¿es ese el caso de ‘candidatos’ como Eduardo Madina o Patxi López por un lado, y de José Manuel Moreno o Cristina Cifuentes por otro…? ¿O el de la alcaldesa Botella, el inefable ZP y tantos y tantos ministrillos como nos han hecho tragar de forma indistinta el PP y el PSOE…?
¿Y qué decir de esa absurda manía de identificar forzosamente el natural relevo generacional y la necesaria modernización de un partido en todos los sentidos con convertir en líderes, ministros, candidatos para todo -hasta para la Presidencia del Gobierno- a personas inmaduras y manifiestamente incapaces, poco menos para que ‘vayan aprendiendo’…?
La política es cosa suficientemente seria (¿o no?) como para que a ella se llegue con las lecciones que correspondan bien aprendidas y no pendientes de aprobar en la convocatoria de septiembre, si es que se aprueba... Eso sería admisible para becarios y asistentes, que en un país serio es el rango apropiado por lo menos para la mitad de los altos cargos que nombró el ínclito ZP y para otros muchos de los amiguetes nombrados por Rajoy (de sobra conocidos).
Si tanto Rajoy como Rubalcaba fueran verdaderos líderes políticos (puede ser muy válidos asumiendo otras responsabilidades), tendrían abiertos sus partidos no a los clanes y camarillas de misacantanos, coleguillas y toda suerte de ganapanes recomendados, sino a personas con verdadera valía personal y profesional, que es lo necesario para la buena gobernación general del país. Y esta falta de cuadros y asesores profesionales bien preparados y solventes, unos con auténtico futuro político y otros como meros técnicos de gabinete, es una deficiencia del sistema partitocrático que, en el fondo, también ha tenido gran incidencia en la derrota conjunta y sin paliativos cosechada por el PP y el PSOE en las recientísimas elecciones europeas del 25 de mayo.
Ante la señal de alarma del 25-M, esperemos que sobre todo PP y PSOE empiecen a distinguir entre líderes y reyezuelos de partido, entre candidatos y alfombrillas menesterosas del dedazo de turno, entre política y caciquismo, entre ética y mangancia… Porque todo eso es lo que confunde nuestro sistema de convivencia, corrompido y al borde de la enajenación, y lo que por varios y muy peligrosos caminos está llevando al estallido político y social. Ya veremos si el batacazo del 25-M se reconoce, se reencauza o aumenta (conocido el paño de la política española lo más probable es que vaya a más): las elecciones municipales y autonómicas previstas a un año vista certificarán el caso.
Fernando J. Muniesa