Aleksandr Duguin
El Cáucaso Sur es un dolor de cabeza para Rusia, al igual que el resto de relaciones con todos nuestros vecinos, exceptuando a Bielorrusia. Únicamente Minsk es confiable, el resto es problemática. Esto es producto de una falta de estrategia clara en los últimos treinta años, pues durante todo este tiempo Rusia ha intentado asumir tres posiciones mutuamente excluyentes:
- Integrarnos a la globalización dirigida por Occidente, primero bajo sus condiciones y luego, durante el gobierno de Putin, manteniendo nuestra independencia.
- Reforzar nuestra soberanía tanto frente a Occidente como frente a nuestros vecinos.
- Desempeñar un papel de liderazgo (imperial) en el espacio postsoviético y facilitar parcialmente, aunque de forma aleatoria, fragmentaria e incoherente, la integración eurasiática.
Nuestro país ha seguido en política exterior tres caminos diferentes que no tienen nada que ver entre sí, lo que nos llevó, con el inicio de la Operación Militar Especial, a una confrontación directa por Occidente por el control del espacio postsoviético. El problema subyace en que todavía somos incapaces de declarar abiertamente nuestros objetivos geopolíticos, aunque es necesario admitir con calma y frialdad que lucharemos hasta la completa rendición del régimen nazi de Kiev y el establecimiento de nuestro control político-militar directo (siendo este el verdadero significado de la desmilitarización y desnazificación) del antiguo territorio de Ucrania. Tal objetivo de por sí afectará nuestras relaciones con todos nuestros vecinos, pues significaría que Rusia no aceptará en sus fronteras Estados y tendencias que promuevan la rusofobia bajo ninguna circunstancia. La geopolítica ha terminado por imponerse a pesar de toda la incoherencia y desorientación en nuestra política exterior. La integridad de cualquier Estado postsoviético solo puede garantizarse en la medida en que se adopte una actitud positiva o neutral frente a Rusia, pues todo intento de ponerse del lado del bando enemigo – y geopolíticamente hablando Occidente es nuestro enemigo axiomático, cualquiera que ignore esto o es un ignorante o un agente encubierto – pondrá en peligro la integridad territorial de su país. Este proceso comenzó en la década de 1990 en Tranistria, Nagorno-Karabaj (en ese entonces Azerbaiyán era dirigido por el gobierno globalista y rusofóbico del Frente Popular), Osetia del Sur y Abjasia. En Tranistria, tal proceso está congelado hasta el día de hoy. Georgia, después de la agresión de Saakashvili, alentada por Soros y las fuerzas globalistas de Bernard-Henri Lévy, conoció la separación de facto de Osetia del Sur y Abjasia. Ahora Armenia, bajo el liderazgo de Pashinián, decidió desafiar a Rusia, mientras que Azerbaiyán prefirió tener una aproximación amistosa. El resultado ha sido la desaparición de Nagorno-Karabaj, que ha dejado de estar bajo el control armenio y ahora está bajo jurisdicción azerí. Kiev en un principio adoptó una posición multilateral, pero el separatismo en Crimea, el Donbass, Jersón y Zaporiyia terminó por imponerse. Una por una, todas estas regiones abandonaron Ucrania después de que sus gobiernos adoptaran una política rusofóbica y una guerra abierta en contra del mundo ruso. De ahora en adelante es probable que ya no vaya a existir Ucrania en absoluto.
Occidente es incapaz de garantizar la integridad territorial de ningún país eurasiático, pues todas sus promesas son fuegos fatuos. Claro, Occidente es capaz de infligirnos graves daños, incluso destruir países enteros, como Ucrania, pero no tiene el deseo de construir, proteger, preservar, crear y organizar nada en tales territorios. Esto mismo se aplica a la región del Cáucaso Sur. Si queremos la integración real del espacio eurasiático primero debemos tener un plan coherente y no únicamente medidas represivas que pueden ser más o menos eficaces. Rusia debe ser proactiva pues, como se ha demostrado en repetidas ocasiones, Occidente no cumple las promesas que hace a los países que adoptan una política rusofóbica directa en contra de Moscú. Occidente busca activamente iniciar conflictos donde no le importa que sus aliados sean desgarrados o destruidos, pues tales vicisitudes le son indiferentes. Rusia, en cambio, tiene mucho que perder, pues sin la amistad entre los pueblos adyacentes a nuestras fronteras es imposible construir algo positivo en las tierras en las que vivimos. Todos los pueblos a nuestro alrededor comparten nuestro destino histórico y las élites traidoras, sobornadas por Occidente, no dejan de actuar contrariamente a nuestros intereses. Si el objetivo de Occidente es abrir un segundo frente en el Cáucaso meridional, especialmente debido al fracaso de la contraofensiva ucraniana, entonces la tiene bastante difícil. Armenia, que hasta hace poco era un aliado ruso, ahora es dirigida por un Pashinián que esta al servicio de Occidente y que incluso estuvo dispuesto a entregar a Nagorno-Karabaj a sus enemigos sin mover un dedo para proteger a sus compatriotas. El actual liderazgo armenio a llevado a su país a la ruina mientras que Occidente colaboró en ello todo lo que pudo. De todas maneras, gente como Pashinián viene y va, pero su pueblo permanecerá. ¿Acaso los rusos aceptaremos que Armenia siga el mismo camino sangriento que siguieron Libia, Irak, Siria y Ucrania? Es totalmente improductivo quedarnos parados esperando a que los armenios despierten y se den cuenta del desastre al que los ha llevado su gobierno. Ellos no van a despertar nunca y solo se dedicarán a gritar consignas preparadas por Soros mientras queman sus pasaportes frente a las embajadas rusas. Esta es solo la demostración más evidente del incendio que se avecina en el Cáucaso.
Ahora bien, muchos temen que Turquía, la cual se considera a sí misma como la mayor beneficiaria de la victoria de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj, comience a llevar a cabo una política cada vez menos amistosa en contra de Rusia en el Cáucaso Sur. Tales preocupaciones son exageradas, pues Turquía esta interesada en estos momentos en reforzar y conservar su soberanía en el Mediterráneo Oriental, que era la zona controlada por el Imperio Otomano. Ankara únicamente mira hacia el Cáucaso y el mundo turco eurasiático cuando Estados Unidos y la OTAN la presionan para hacerlo. Turquía no es un antagonista directo de Rusia en el Cáucaso Meridional, pero en caso de que estalle una guerra abierta se salvará el que pueda. Como sea, es obvio que nos encontramos en una situación delicada y Occidente hace todo lo posible para abrir un segundo frente. Si este escenario se hace realidad, debemos estar preparados para reaccionar: muchas veces lo hacemos bien y los cálculos de nuestros enemigos terminan por derrumbarse o tener los efectos contrarios. Pasa muy a menudo, pero no siempre. Es por esa razón que no debemos perder tiempo y empezar a planificar estrategias coherentes y agresivas: ¿qué queremos en el Cáucaso Sur y qué estamos dispuestos a hacer para implementar nuestros planes? Esto último implica que debemos tomar una decisión sobre el espacio postsoviético: si queremos que sea un lugar amistoso y fraterno o incluso neutral, tenemos que hacer lo posible para que se cumplan nuestros objetivos, porque de lo contrario no llegaremos a nada. Ha llegado la hora de que Rusia pase a la ofensiva no solo en Ucrania o el Cáucaso Sur, sino en toda Eurasia. Para ello necesitamos pensar en un realismo ofensivo con planes, análisis y acciones sobrias que tomen en cuenta nuestros intereses.