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Carl Schmitt y el concepto de lo político

Carl Schmitt y el concepto de lo político

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
miércoles 27 de diciembre de 2023, 21:00h
Alain de Benoist
Carl Schmitt (1) es uno de los autores y teóricos de la derecha alemana cuyas simpatías hacia el nacionalsocialismo fueron, como mínimo, sutiles. En su obra ya clásica Die konservative Revolution in Deutschland, 1918-32 (Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1974), la cual dedicó a las diversas corrientes nacionalistas alemanas del periodo de entreguerras, el doctor Armin Mohler (2) menciona a Schmitt como una de las principales figuras de la “revolución conservadora”, junto a otros cinco “exiliados”: Ernst Jünger y su hermano Friedrich Georg, Hans Blüher, Oswald Spengler y Thomas Mann. Con su amplia frente, labios finos y arrugas alrededor de los ojos, Carl Schmitt, de ochenta y nueve años, es imposible de categorizar, Este hombre de Westfalia es natural de la región de Tréveris y tiene algunos parientes en la zona de Lorena. Fue discípulo del sociólogo Max Weber y enseñó en la universidad en Greifswald, Bonn y Berlín. Además, participó en la vida política de los años treinta. En 1936, criticado por ciertas facciones del movimiento nacionalsocialista, dejó por completo cualquier actividad que no fuera profesoral. En 1945, algunos universitarios ideologizados lo usaron como chivo expiatorio y fue detenido por los aliados. Sin embargo, su caso fue desestimado. Ahora lleva una vida normal retirado en su ciudad natal de Plettenberg y sigue publicando libros.
Sus primeras obras fueron de carácter jurídico. Sin embargo, a partir de 1918-1920 se dio a conocer como especialista en el pensamiento político. Al igual que Max Weber, Schmitt se oponía abiertamente a la República de Weimar y criticaba duramente el Tratado de Versalles. Traducido al francés cuarenta años después de su primera publicación, Der Begriff des Politischen (El concepto de lo político) es un texto que data precisamente de esta época. Poco después de su publicación en 1927, se vio envuelto en intensas polémicas con personalidades tan notables como Leo Strauss, Martin Buber y Karl Löwith, y desde entonces sigue siendo una de las obras fundamentales de la ciencia política alemana. Schmitt reprocha a la Constitución de Weimar ser “casi demasiado perfecta jurídicamente y, al mismo tiempo, demasiado magnífica como para seguir haciendo política”. Esta crítica resume la esencia de su argumentación, una argumentación que se basa en la distinción entre el concepto de “estatal” y de “política”. Los dos conceptos habían sido, durante mucho tiempo, indistinguibles: “Hubo, en efecto, una época en la que la identificación de los conceptos de ‘estatal’ y ‘político’ se justificaba”, razón por la cual el análisis del fenómeno político se redujo mayoritariamente a una teoría general del Estado (la allgemeine Staatstheorie). Sin embargo, Schmitt dice que “el concepto de Estado presupone un concepto de lo político”, pues lo político no es una mera consecuencia del Estado. Su existencia, de hecho, precede a la de este último. Puesto que el hombre lleva una vida social, toda sociedad se caracteriza necesariamente por una organización política. En cuanto al Estado en sí, no es más que uno de los medios para lograr dicha organización. El Estado no es, pues, una necesidad histórica intemporal, sino un “medio de existencia” concreto (un Estado). De hecho, la actividad política podría tener lugar fuera del marco estatal y, del mismo modo, la política podría seguir existiendo incluso si el Estado desapareciera.
El error de la “despolitización” y sus consecuencias
El Sr. Julien Freund (3), profesor de la Universidad de Estrasburgo y autor de un libro titulado L'essence du politique (4) (Sirey, 1965), explica en el prefacio que escribió para la traducción al francés del libro de Carl Schmitt cómo el Estado puede dejar de ser político: “Es imposible expresar una voluntad auténticamente política si, de antemano, se ha renunciado al uso de los medios políticos normales, a saber, el poder, la coacción y, en casos excepcionales, la violencia. Actuar políticamente es ejercer la autoridad y manifestar el poder. De lo contrario, se corre el riesgo de ser destituido por un poder rival que pretenda, por el contrario, actuar de manera plenamente política. En otras palabras, toda forma de política implica poder y constituye uno de los imperativos de este último. En consecuencia, el hecho de excluir de entrada el ejercicio del poder reduciendo, por ejemplo, el gobierno a un mero lugar de reunión o un órgano de arbitraje que refleje la función de un tribunal civil es sinónimo de actuar contra la ley misma de la política. La propia lógica del poder exige que sea poderoso y no impotente. Y puesto que la política necesita esencialmente el poder, toda política que renuncie a éste por debilidad o legalismo deja de ser verdaderamente política: ya no cumple su función normal, al haberse vuelto incapaz de proteger a los miembros de la colectividad que le ha sido confiada. No se trata, pues, de que un país determinado tenga una Constitución jurídicamente impecable, ni de que busque una forma ideal de democracia, sino de dotarse de un régimen capaz de responder a dificultades concretas y de mantener el orden, generando al mismo tiempo un consenso que siga siendo favorable a todas las innovaciones con potencial para resolver los conflictos que inevitablemente afloran en toda sociedad”. Este planteamiento equivale a distinguir la autoridad política de la sustancia política. La decadencia del Estado liberal durante el siglo XIX y el auge de la tecnocracia y de la “política de gestión” han acelerado este proceso. Cuando el Estado deje de ser político, su autoridad desaparece. Sin embargo, su sustancia perdurará.
Así pues, esta sustancia seguirá operando carente de todo apoyo institucional, convirtiéndose en presa y objeto de grupos de presión ideológicos competidores que sustituyen al Estado en la toma de decisiones verdaderamente políticas, intentando hacerse con el control de los medios estatales para aplicar estas decisiones e imponiendo sus propias organizaciones. De este modo, los ámbitos hasta entonces considerados neutrales (religión, cultura, arte, educación, economía) “pierden su neutralidad en la medida en que esta palabra es sinónimo de ausencia de vínculos tanto con el Estado como con la política”. Son estos ámbitos metapolíticos los que encarnan posteriormente el ámbito ideal de la acción política. Y es este desplazamiento del campo de actuación política el que desencadena la ilusión de la “despolitización”. Tal es, en efecto, la situación que caracteriza nuestra época, una época en la que el Estado se marchita progresivamente (sobre todo bajo la influencia de las ideas estadunidenses sobre la gobernanza) de acuerdo a la creencia según la cual la economía ha “sustituido” a lo político, lo cual sólo ha llevado a que el control y el ejercicio de la auténtica función política caigan en manos de poderes no estatales (ya que la política se considera subordinada a la economía, al igual que ésta al ámbito social, lo que da lugar a una inversión completa del orden tradicional que define estas tres funciones). Aunque sería tentador definir la política a través de su sustancia, significaría caer en el planteamiento erróneo de Aristóteles, al intentar delinear su “esencia” metafísica. El propósito de Schmitt es a la vez más modesto y más ambicioso. Se trata, escribe Freund, de “determinar el criterium, es decir, el signo, que nos permite reconocer si una cuestión es de naturaleza política o no, permitiéndonos así discernir lo que es puramente político, independientemente de cualquier otra conexión”.
Amigo y enemigo
Esta idea es fundamental, es un criterio de identificación relativo de toda dinámica estrictamente política, reside, según Schmitt, en la aptitud de cada uno para distinguir el amigo del enemigo (Freund-Feind Theorie). En el ámbito político, esta distinción es tan fundamental como la que existe entre lo bello y lo feo en la estética, el bien y el mal en el ámbito moral, etcétera. Freund escribe: “En definitiva, todo criterio político descansa sobre la posibilidad de que cualquier oposición evolucione hacia un conflicto extremo en el que los enemigos se enfrenten entre sí”. La decisión política arquetípica es, pues, la de designar al “enemigo público” (hostis, es decir, alguien que, por razones ajenas a la moral o a la legalidad, actúa como enemigo de todos, que no puede ser confundido con el enemigo privado, inimicus). La verdadera autoridad política es la que posee los medios para atacar a este enemigo o defenderse de él. Que el enemigo sea amenazador o no tiene poca importancia. “En términos de definición, basta con que sea alguien caracterizado por una alteridad y una extranjería particularmente pronunciadas que, definiendo su propia existencia, conduzcan a conflictos potenciales con él perfectamente concebibles en el peor de los casos, conflictos que no podrían resolverse ni mediante un conjunto de normas generales preestablecidas ni mediante el juicio pronunciado por cualquier tercero que se reconozca como ajeno e imparcial”. La idea de Clausewitz (5), según la cual “la guerra no es más que la prolongación de la política por medios diferentes”, tal y como lo afirma en Von Kriege (6), es invertida. “Un mundo en el que la contingencia de la lucha genuina ha sido completamente eliminada y prohibida, un planeta que ha sido pacificado de una vez por todas, sería un mundo desprovisto de toda diferenciación entre amigo y enemigo y, por lo tanto, un mundo sin política”. Sería un mundo cuyas apreciaciones ya no tendrían ningún valor ni significado, un mundo incapaz de seguir evolucionando, carente de tensiones creativas y condenado a repetirse indefinidamente y a “rumiar” el mismo momento una y otra vez. Un mundo así estaría vaciado de toda historia.
La inquietante perspectiva del “fin de la historia” alimentó a la generación alemana de 1914-1918, la misma que se preguntó por su propia posición en el universo al tiempo que leía las obras de Spengler y Rathenau (7). Su angustia ante el triunfo de la cuantificación tecnológica desprovista de toda alma que “se alimentaba de un oscuro sentimiento derivado de la propia lógica del proceso de neutralización”, como decía Carl Schmitt, está en el centro de sus reflexiones. En 1927, sin embargo, Schmitt expresó su convicción de que este proceso se acercaba a su fin, precisamente porque finalmente consiguió alcanzar a la tecnología, declarando: “Sólo de manera provisional se puede considerar que este siglo ha sido el de la tecnología, de acuerdo con el estado de ánimo que lo impregna. El juicio final sólo se emitirá cuando se haya determinado qué tipo de política es lo suficientemente poderosa como para doblegar el mundo moderno a su voluntad y qué agrupación real de amigos y enemigos ha tenido lugar en este nuevo dominio”.
Hemos llegado a una época caracterizada por su total ignorancia de las distinciones clásicas entre guerra, paz y neutralidad, entre política y economía, entre lo militar y lo civil, combatientes y no combatientes; la única excepción reside en la diferencia entre amigo y enemigo, cuya lógica preside su nacimiento y determina su propia naturaleza. Las consecuencias son temibles. La propia noción en torno a la existencia de “organismos internacionales” cuya autoridad sobrepasa la soberanía de los Estados y que se encargan de “interpretar la ley” implica que es necesario “demostrar” a todo el mundo que el enemigo es quien está totalmente equivocado. En el marco de esta perspectiva universalista, el adversario debe ser declarado proscrito, es decir, literalmente convertirse en un ser inhumano. Por lo tanto, ya no se le puede respetar mientras se lucha contra él, sino que sólo se le puede odiar, porque se ha convertido en la encarnación del mal. El poder ilimitado de los diversos medios de destrucción se refleja en la devaluación total del enemigo, cuyo exterminio está “justificado” una vez que se ha establecido su absoluta inutilidad. Por la misma razón, las diferencias fundamentales entre la guerra y la paz y entre los ámbitos civil y militar ya no se aplican. Todas las guerras son de carácter global y pueden emprenderse en cualquier momento. Y a medida que lo político se ve invadido por lo moral, llega la hora del partisano.
La teoría del partisano
En su Teoría del partisano, una conferencia pronunciada en España en 1962, Schmitt demostró que la aparición del “combatiente revolucionario” se corresponde perfectamente con lo que él mismo había predicho. En efecto, un partisano no se caracteriza únicamente por los métodos que elige utilizar, también encarna la función política que las instituciones regulares ya no desempeñan, participando en el combate y alineándose con una determinada política, aspecto político de su acción que pone de relieve el significado original del término “partisano”. Mientras que los soldados luchan porque su deber es hacer la guerra (independientemente de sus convicciones personales), los partisanos luchan porque creen que su lucha está justificada. La conciencia revolucionaria de un partisano se expresa a través de la “requisición total”. El Che Guevara (8) dijo una vez que “el partisano es el jesuita de la guerra”.
Otro rasgo específico que caracteriza nuestra época reside en el hecho de que el Estado, que dispone de todos los medios de poder necesarios, ya no es una auténtica autoridad política, mientras que el partisano, que actúa como encarnación de la sustancia política, trata de apropiarse de los medios de los que carece a través de sus propias acciones. El impacto que ha tenido Carl Schmitt durante este medio siglo ha sido considerable. Ha sido fuente de inspiración para muchos derechistas (como Armin Mohler), izquierdistas (como Kirchheimer) e incluso para el maoísta Schickel. Sin embargo, este hecho no lo ha exento de críticas. El Sr. Maurice Duverger (9) que, al menos en opinión del Sr. Freund, probablemente nunca ha leído ninguna obra de Schmitt, ha optado por tratarlo con desdén. Otros le han reprochado que dé prioridad al enemigo sobre los amigos (o “camaradas”), acusación a la que Schmitt respondió de la siguiente manera: “Esta objeción ignora el hecho de que, como resultado de la necesidad dialéctica, el desarrollo de cualquier concepto jurídico se deriva de su negación. La raíz tanto de la acción penal como del derecho penal no está en los hechos, sino en las fechorías. Y, sin embargo, ¿hablaría alguien alguna vez de una concepción positiva de tales fechorías, o de la primacía del delito?” Como todo el mundo sabe, el principio más importante de una actitud “maquiavélica” es negar a Maquiavelo. Carl Schmitt hace la siguiente observación razonable, incluyéndola como nota a pie de página en su libro: “Si Maquiavelo hubiera sido realmente maquiavélico, en lugar de su Príncipe habría escrito una obra literaria instructiva, anti-maquiavélica”.
Referencias
El concepto de lo político, seguido de La teoría del partisano, en obras de Carl Schmitt, Calmann-Lévy, 331 páginas. Publicado originalmente en la revista Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik (vol. LVIII, 1927), El concepto de lo político fue parcialmente traducido al francés en 1942, bajo el título “Considérations Politiques” (10) (Librairie générale de droit et de jurisprudence). En la propia Alemania se reeditó en su versión de 1932 después de la guerra (Der Begriff des Politischen, Duncker u. Humblot, Berlín, 1963). Otras obras de Carl Schmitt han sido publicadas (o reeditadas) muy recientemente: Politische Romantik, Duncker u. Humblot, Berlín, 1968), Legalität und Legitimität (Duncker u. Humblot, Berlín, 1968), Gesetz und Urteil (C. H. Beck, Múnich, 1969), Der Hüter der Verfassung (Duncker u. Humblot, Berlín, 1969), Die Geistesgeschichliche Lage des heutigen Parlamentarismus (Duncker u. Humblot, Berlín, 1969). Humblot, Berlín, 1969), Politische Theologie II (Duncker u. Humblot, Berlín, 1970), Verfassungslehre (Duncker u. Humblot, Berlín, 1970), Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum (Duncker u. Humblot, Berlín, 1974).
Notas:
  1. Carl Schmitt (11 de julio de 1888-7 de abril de 1985) fue un jurista y teórico político conservador alemán cuyo pensamiento giraba en torno al ejercicio efectivo del poder político. Su obra ha ejercido una gran influencia en la teoría política, la teoría jurídica, la filosofía continental y la teología política posteriores. A pesar de su impacto, su pensamiento se considera controvertido debido a su supuesta estrecha colaboración y apoyo jurídico-político al nazismo; por ello, a menudo se le denomina el “jurista más importante del Tercer Reich”.
  2. Armin Mohler (12 de abril de 1920-4 de julio de 2003) fue un politólogo y filósofo de orientación derechista nacido en Suiza y asociado al movimiento Neue Rechte (Nueva Derecha).
  3. Julien Freund (8 de enero de 1921-10 de septiembre de 1993) fue un filósofo y sociólogo francés. Pierre-André Taguieff lo calificó de “liberal-conservador insatisfecho”; su obra como sociólogo y teórico político es una prolongación de la de Carl Schmitt.
  4. La esencia de lo político.
  5. Carl Philipp Gottfried (o Gottlieb) von Clausewitz (1 de junio de 1780-16 de noviembre de 1831) fue un general y teórico militar prusiano que hizo hincapié en los aspectos "morales" (es decir, en términos modernos, psicológicos) y políticos de la guerra.
  6. Sobre la guerra.
  7. Walther Rathenau (29 de septiembre de 1867-24 de junio de 1922) fue un estadista alemán que ocupó el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores durante la República de Weimar.
  8. Ernesto “Che” Guevara (14 de junio de 1928-9 de octubre de 1967) fue un revolucionario marxista, médico, escritor, líder guerrillero, diplomático y teórico militar argentino.
  9. Maurice Duverger (5 de junio de 1917-16 de diciembre de 2014) fue un jurista, sociólogo y político francés.
  10. “Consideraciones políticas”.