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El hombre residual: reflexiones sobre un ensayo de Valerio Savioli

El hombre residual: reflexiones sobre un ensayo de Valerio Savioli

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
miércoles 24 de julio de 2024, 22:00h
Giovanni Sessa
Entre los estudiosos del ámbito inconformista es preciso otorgar a Velerio Savioli un lugar importante. Esta afirmación ha quedado confirmada con la lectura de su última obra, L'Uomo Residuo: Cultura de la cancelación, “corrección política”, muerte de Europa, que se puede encontrar en las librerías il Cerchio (por encargo: [email protected], pp. 283, euro 25,00). Se trata de una obra en la que el autor establece una amplia comparación con la cultura contemporánea, deteniéndose, en particular, en delinear los rasgos de lo que define como el Hombre Residuo, especie antropológica producida en un largo curso histórico por la convergencia de pseudo-valores pertenecientes a lo “corrección política” que, radicalizados, han dado origen a la cultura de la cancelación. Hace unos años, Giuliano Borghi, en un ensayo profético, preconizó el advenimiento del homo vacuus como sucesor del homo religiosus y del homo oeconomicus, caracterizado por ser fluido y espiritualmente insustancial que no se diferencia de esos “hombre de raza esquiva” de los que hablaba Evola.
El libro de Savioli destaca no sólo por su contenido, sino también por la calidad de su redacción. Aunque está repleto de referencias bibliográficas, la narración no se ve lastrada por ellas y la lectura resulta agradable. En primer lugar, el autor bosqueja la historia de la “corrección política”: un estilo político “cuyos miembros más radicales […] intentan regular el discurso político definiendo las opiniones contrarias como intolerantes e ilegítimas” (pp. 24-25). Para comprender la situación en la que se mueve el mundo occidental desde los años setenta, resulta importante recordar lo que dijo Solženicyn en su discurso en Harvard en 1978: “Antes vivía en un sistema en el que no se podía decir nada, he llegado a un sistema en el que se puede decir todo y no sirve para nada” (p. 25). Savioli concluye: “Un diagnóstico […] anticuado: en efecto, hemos llegado a la fase en la que nosotros tampoco podemos ya decir nada” (p. 25). Las fronteras dogmáticas e infranqueables trazadas por la “corrección política” son el resultado de la inversión de la escatología revolucionaria dentro de la escatología creada por el capitalismo computacional, cognitivo y neoliberal. Esto ha dado lugar al “hombre unidimensional”, el hombre deseante, relegado al presente insuperable de la producción-consumo hetero-dirigido, la cual anula cualquier mediación simbólica. El filósofo francés Bernard Stiegler ha llamado a nuestro presente la era de la “miseria simbólica”.
Todo este proceso encontró su punto de inflexión en 1968 y en el pensamiento de los frankfurtianos. No es casualidad, por tanto, que los precisos análisis de Savioli partan de una crítica a tales filósofos. Es obvio que la contestación juvenil, funcional al sistema capitalista y a sus necesidades, al igual que la “revolución sexual”, proclamada con el lema “prohibido prohibir”, se hizo realidad el asesinato del Padre, en palabras de Del Noce. Él padre era el portador del fuego de la Tradición por excelencia y su asesinato ha impedido la transmisión de los valores compartidos sobre los que se ha desarrollado la historia de la humanidad. Desde entonces, los “amos del humo” se han fijado como única referencia, como sostenía de Benoist, entre otros, como muy bien recuerda el autor, imponer una “religión de los derechos”, cuyo objetivo es el control de las conciencias y la censura de toda disidencia intelectual. La sociedad globalizada contemporánea es el resultado de este neognosticismo dogmático e intolerante (Voegelin). No es casualidad que el neopuritanismo estadounidense haya sido el impulsor de la “corrección política” y de la cultura de la cancelación. Tales ideas pretenden disolver la identidad personal, incluso la sexual, relegando catagógicamente la vida a la pura inmanencia. De ahí la crítica de Savioli a la degeneración del feminismo en una lucha abierta contra el “Macho”, con el objetivo de debilitarlo.
Los movimientos LGBTQ+ y sus sustitutos teóricos del género, que apuntan incluso a la normalización de la pedofilia, han contribuido a ello de manera proactiva: “La agenda neoprogresista radical, también conocida como Woke, no ha cambiado de dirección hasta la fecha” (p. 61), por lo tanto, “todo legado tradicional e identitario debe ceder el paso a un conformismo frente a la corrección política” (p. 62). En esta perspectiva: “Existe […] la creencia generalizada de que la industria pornográfica es un medio desvirilizador que busca disipar la […] fuerza vital” (p. 65). Al mismo tiempo, la mujer, como comprendió Evola, experimenta una masculinización progresiva. Todo ello apoyado por una deificación dogmática de la ciencia al servicio de la implantación del capitalismo financiero, como ha demostrado la epidemia de Covid 19. Por si fuera poco, en este maridaje de poder y falsa cultura ha arraigado el ecologismo sistemático que ha contribuido enormemente al olvido del sentido sagrado de la physis. La vigilancia mediática, la censura practicada a todos los niveles, no sólo en el académico, han difundido un seguritismo gigantesco, además de la búsqueda de la seguridad material y la pura supervivencia biológica que han llevado al olvido del límite a la mismísima muerte. Para ello, el poder se ha servido de lo que Guy Hermet denominó el “lenguaje macedónico”, la “guerra de las palabras”, dirigida a connotar negativamente términos pertenecientes a una visión anagógica de la vida: sagrado, héroe, honor son considerados expresiones desprestigiadas y excluyentes.
Para la cultura de la cancelación “el pasado es culpado de los pecados definidos por la religión de la corrección política […] nada de lo anterior es potencialmente salvable” (p. 211). He aquí, pues, el vilipendio de las estatuas de Cristóbal Colón y/o de Montanelli, puestas como ejemplos de la dominación del hombre blanco. Los europeos viven al día de hoy avergonzados de su propia historia. Hemos pasado de la censura a la autocensura ideológica, producto extremo del poder blando. La “colonización de la imaginación”, practicada por las industrias culturales en ámbitos como la música, los dibujos animados, los medios de comunicación de masas serviles y, lo que es más grave, con la colaboración explícita de los institutos culturales encargados de la educación pública, ha actuado de forma omnipresente sobre la Generación Y y Z. Se está intentando reescribir la literatura universal bajo la lupa censora de la cancelación cultural, la cual busca acabar con los cuentos de hadas, Dante, Pound y muchos grandes del pasado. El resultado antropológico de tal acción concéntrica y subversiva está a la vista, el hombre limitado, el Residuo.
Este hombre “no piensa que un día pueda arrepentirse de haber compartido públicamente la renuncia a su propio pudor” (p. 272), a su propia dignidad. ¿Qué hacer ante todo esto? Savioli es explícito al respecto: “Rendirse es […] convertirse en un hombre residual, luchar para ver el cielo, aunque la derrota esté asegurada, es como viven los verdaderos hombres” (p. 277). Al pesimismo de la razón debe seguir el optimismo ético de la acción. No es poca cosa…