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David Engels: La decadencia de Occidente no es un naufragio, sino una lenta puesta de sol

David Engels: La decadencia de Occidente no es un naufragio, sino una lenta puesta de sol

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 07 de noviembre de 2024, 22:00h
Eren Yeşilyurt y David Engels
Resulta imposible no mencionar el nombre de Oswald Spengler cuando se estudia la historia de la revolución conservadora, siendo él una de las piedras angulares de este movimiento. La forma en que Spengler entendía la historia y sus predicciones sobre las diferentes civilizaciones siguen siendo objeto de debate hasta el día de hoy. Esta entrevista a David Engels, experto de renombre mundial en Spengler, es una introducción que puede interesar a los lectores que deseen comprender mejor las ideas de Spengler y su impacto en el mundo actual. En los últimos dos años diferentes editoriales turcas han publicado obras importantes de Oswald Spengler como El hombre y la técnica y La decadencia de Occidente. Sin embargo, otros libros como La hora decisiva, Prusianismo y socialismo y Discurso a la juventud alemana aún no han sido traducidas al turco y están esperando ser conocidos.
¿Cómo era la época en que vivió Spengler y qué lo llevó a convertirse en un «revolucionario conservador»?
Spengler es el típico hijo de la Alemania siglo XIX: su interés enciclopédico por las civilizaciones del pasado, además de la importancia que le daba a la tecnología y su fascinación por la construcción de enormes «sistemas» filosóficos e históricos dan buena cuenta de ello. Sin embargo, su principal momento de actividad se sitúa en la época de la República de Weimar, la cual nació de la abrupta y traumática deconstrucción del «viejo mundo» anterior a la guerra. El empeño de Spengler por mostrar la inevitabilidad de la decadencia y la fosilización de todas las grandes civilizaciones, incluido Occidente, fue recibida de forma entusiasta y ayudó a que mucha gente comprendiera lo que estaba ocurriendo, aunque muy a menudo los lectores redujeron las enormes perspectivas históricas de Spengler a algunos elementos muy coyunturales y pasaron por alto que, para Spengler, la lenta decadencia de Occidente era un proceso muy largo que únicamente culminaría a finales del siglo XXI.
Spengler es considerado a menudo como un «revolucionario conservador», pero dudo que fuera realmente tan «conservador» y «revolucionario» como lo etiquetan. De hecho, estaba a favor del determinismo histórico y consideraba que Occidente había entrado en una época donde la democracia liberal se transformaría primero en una oligarquía financiera para luego ser suplantada por una forma cesarismo, después vendría la guerra civil y la unificación imperial. En consecuencia, consideraba a Cecil Rhodes y a Mussolini como los primeros síntomas de una evolución que sólo culminaría, según él, en el siglo XXI. Esperaba que Alemania se sacudiera de la tutela de la República de Weimar y entrara a competir en la carrera por la construcción de un futuro Imperio paneuropeo. Detestaba al nacional-socialista y colisionó relativamente temprano con Hitler y su partido a causa de su doctrina racial, la cual rechazaba, estando convencido de la igualdad de todas las grandes civilizaciones. Por eso tampoco estoy seguro de que Spengler fuera realmente un «conservador», ya que estaba convencido de que el desvanecimiento del viejo mundo era una fatalidad que había que aceptar, aunque fuera a regañadientes, para abrazar la tecnología, el imperialismo y la modernidad.
La primera obra que viene a la mente cuando se menciona a Spengler es La decadencia de Occidente. ¿Qué quería decir con esa obra? ¿Acaso Occidente realmente se ha derrumbado o este proceso continúa hasta el día de hoy?
El título «La decadencia de Occidente» garantizó el éxito duradero de Spengler, pero fue (y sigue siendo) motivo de muchos malentendidos. La tesis principal de Spengler es la idea de que todas las altas civilizaciones – Egipto, Mesopotamia, China, India, la Antigüedad clásica, Mesoamérica, el Cercano Oriente monoteísta, Occidente y probablemente también Rusia – no sólo son iguales entre sí, sino que evolucionan siguiendo etapas paralelas que se corresponden con las fases de desarrollo de un ser orgánico. Esta idea no era absolutamente nueva, por supuesto, pero Spengler fue el primero que intentó sistematizar esta hipótesis basándose en la investigación histórica moderna.
Además, Spengler quería demostrar que el Occidente moderno había alcanzado su fase final de desarrollo y estaba a punto de entrar en un periodo que se correspondía en general con la República Romana tardía, que él veía como el momento final de la Antigüedad Clásica antes de que el Principado de Augusto diera paso a su fosilización y petrificación definitivas. Esta idea tampoco era absolutamente nueva, ya que desde el siglo XIX la mayoría de los intelectuales europeos estaban influidos por una atmósfera de «fin de siècle», pero Spengler dio un sentido histórico mucho más amplio a esta impresión. Sin embargo, al elegir el título «Untergang» (literalmente «Hundimiento», no «Decadencia»), contribuyó a cierta incomprensión de su obra, ya que esta palabra no sólo se refiere, en lengua alemana, a un «naufragio» y, por lo tanto, a una catástrofe espectacular, sino también a la lenta puesta del sol. Spengler explicó más tarde que era este último sentido el que respaldaba y que también podría haber elegido el título de «Plenitud de Occidente» para su obra, pero, por supuesto, la interpretación más espectacular de «Untergang» como «colapso» fue la que el público en general retuvo hasta hoy. Esta es también la razón por la que este proceso, por supuesto, todavía está en marcha y continuará durante algunas generaciones, ya que Spengler ha demostrado claramente en su obra que la etapa final de un imperio europeo a la manera de «Augusto» no se alcanzará hasta el siglo XXI, mientras que la Civilización-Estado que emerja de esta transición perdurará potencialmente durante un par de siglos más, exactamente igual que sobrevivieron durante bastante tiempo el Imperio Romano, el Imperio Han o el Imperio Ramésida, aunque de forma cada vez más primitiva y petrificada.
¿Qué tipo de predicciones ofrece la comprensión cíclica de la historia de Spengler sobre los futuros grandes cambios en la política mundial? ¿Qué tipo de orden mundial podría surgir tras el colapso de la civilización occidental?
En primer lugar, permítanme insistir en que el pensamiento histórico de Spengler no es «cíclico» en sentido estricto, ya que el final de una civilización nunca va seguido de su renacimiento: su muerte es definitiva. Por supuesto, pueden surgir nuevas civilizaciones más tarde, pero rara vez en el mismo territorio y generalmente sólo muchos siglos después y basadas en paradigmas mentales totalmente diferentes. Por lo tanto, estas civilizaciones son mónadas, no elementos de una cadena.
En cuanto al futuro, el inminente establecimiento de un imperio de la civilización occidental probablemente vería un cierto retorno del imperialismo y la autoafirmación occidentales, ya que el universalismo posliberal y la diplomacia centrada en el Estado-nación tan típicos del siglo XX serían sustituidos por alguna forma de patriotismo civilizacional. Entraríamos así en una etapa de coexistencia entre varios Estados-civilización que competirían entre sí por el dominio de sus respectivas territorios y recursos estratégicos, pero que aceptarían, a grandes rasgos, sus limitaciones mutuas, exactamente igual que el Imperio Romano dejó de expandirse después de Augusto, coexistió pacíficamente con el Estado-civilización iraní y prefiriendo la defensa al ataque. Sin embargo, Occidente se fosilizará lentamente y perderá su capacidad de resistencia, el progreso tecnológico también se ralentizará y el mundo occidental empezará a parecerse a China y Japón en el siglo XVIII: una sociedad en gran medida cerrada sobre sí misma y cada vez más inmóvil. De este modo, Occidente se convertiría en el Estado-civilización más joven si lo comparamos con China, Japón e India, pero también el fragmentado mundo musulmán, que han alcanzado esta fase hace ya muchos siglos y sólo obtienen su energía actual del impulso de Occidente.
Entre estos restos fosilizados de civilizaciones anteriores probablemente surgirán dos nuevos espacios culturales. Por un lado, Rusia: Spengler estaba convencido, como yo también lo estoy a estas alturas, de que Rusia no es una parte del mundo occidental, sino una civilización autónoma, aunque probablemente se encuentre aún en periodo de gestación y necesite liberarse de la abrumadora influencia de Occidente para alcanzar su propio ciclo civilizatorio. Por otra parte, personalmente creo que en un par de siglos más o menos, África podría convertirse en la patria de una nueva civilización futura, aunque por supuesto esto entra en el campo de la especulación.
¿Cómo trasciende el concepto de «socialismo prusiano» de Spengler la tradicional división derecha-izquierda? ¿Cómo puede evaluarse este concepto en la actualidad?
Spengler creía que, en el siglo XX, los principales representantes de la civilización occidental, Francia, España y hasta cierto punto Italia, habían dejado de ser fuerzas activas, y que sólo Alemania, así como el mundo anglosajón, eran los últimos agentes que competían por la configuración del futuro Estado-civilización europeo. En su opinión, el mundo anglosajón representaba el principio del liberalismo, mientras que Alemania, liderada por Prusia, representaba el principio del colectivismo jerárquico, que se correspondía a grandes rasgos con la oposición entre Cartago y Roma durante los siglos III y II a.C. Personalmente, no estoy muy de acuerdo con esta clase de simplificación dualista, pero si la aceptamos como hipótesis de trabajo podríamos especular que el mundo anglosajón sustituyó al mundo prusiano durante la Segunda Guerra Mundial, pero la actual Unión Europea, cada vez más dominada por Alemania, blande un cierto ideal burocrático y un universalismo kantiano que se ha ido transformando en algo que Spengler podría haber reconocido como «prusiano» (al menos en su versión «ilustrada» del siglo XVIII), aunque se encuentre (por el momento) desprovisto de cualquier forma de patriotismo o militarismo.
En su crítica a la modernidad, Spengler veía en la tecnología un elemento de disolución de las culturas. ¿Cómo interpreta estas críticas de Spengler en el mundo digital actual?
Para Spengler la tecnología no es un elemento de disolución, sino más bien un síntoma de la fase tardía a la que llegan todas las civilizaciones. En efecto, el mundo helenístico en la Antigüedad clásica, los Estados Combatientes en China, el califato abasí en el mundo oriental y, por supuesto, Occidente durante los siglos XIX y XX, todos ellos se caracterizan por un progreso científico exponencial que se corresponde con una fase de expansión imperialista y colonialista, la difusión del materialismo y el advenimiento de un arte puramente expresionista y teatral. Por tanto, el progreso no es la razón de la «decadencia» (o de la «plenitud», como decíamos más arriba), sino sólo uno entre otros muchos síntomas. El siglo XXI es sin duda, como preveía Spengler, la cumbre de este progreso y probablemente también será su final.
Esto puede parecer algo sorprendente, ya que todos hemos estado acostumbrados a pensar en el progreso tecnológico como una especie de evolución lineal, interminable y exponencial, pero si comparamos Occidente con las demás civilizaciones, deberíamos esperar que, durante la próxima generación, no se produzcan verdaderos cambios de paradigma científico y que, aparte de algunas nuevas técnicas de aplicación, el «progreso», tal y como lo conocemos ahora, se detenga en gran medida. Si miramos a nuestro pasado reciente, el salto tecnológico que separa el principio del siglo XIX del principio del XX es, en efecto, mucho mayor que el que separa este último del siglo XXI. Además, muchas tecnologías ya están siendo deconstruidas ante nuestros ojos, especialmente en Europa: trenes de levitación magnética como el Transrapid, aviones de pasajeros ultrasónicos como el Concorde, tecnología de transporte como los aerodeslizadores, incluso los motores de combustión y la energía nuclear: todo esto se abandona o se rechaza conscientemente su uso ante nuestros propios ojos, mientras que absurdos anticientíficos como los estudios de género, el apocalipsis climático o la autodeconstrucción poscolonial son impulsados masivamente por las élites. Es sólo cuestión de tiempo que esta actitud antitécnica llegue a Estados Unidos, que es en muchos sentidos la «última nación fáustica».
En la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París vimos el dominio del sistema mundial por parte de quienes desprecian lo sagrado y dominan la política mundial. Se discuten los roles de género, se esclaviza a la gente por medio de la tecnología y el interés. ¿Cree que a Occidente le queda algún valor al que aferrarse?
Muchos de los absurdos ideológicos de la modernidad fueron efectivamente previstos por Spengler, especialmente el ecologismo, la oikofobia occidental, el pacifismo cobarde y el autosabotaje de las ciencias, pero estoy convencido de que Spengler se escandalizaría si viera el grado de autodestrucción que está en marcha hoy en día. Sin embargo, para Spengler, la cuestión de los «valores» es puramente estética: Spengler era, en términos generales, ateo y veía los sistemas morales y filosóficos como síntomas puramente relativistas del crecimiento y decadencia de las civilizaciones, ciertamente deploraba el declive de los valores tradicionales como prueba de la decadencia de Occidente, pero no tenía fundamentos conceptuales desde los que condenarlos desde un punto de vista absoluto, excepto, por supuesto, su utilidad puramente pragmática para mantener unida a una sociedad. Aquí es donde yo difiero de Spengler, ya que creo en una verdad perenne y trascendente que está más allá de todas las civilizaciones y que se expresa no sólo a través del intelecto humano, sino también a través de la ley natural y que, en consecuencia, legitima un cierto conjunto de normas morales absolutas cuya perversión es, por tanto, no sólo un mero hecho histórico entre muchos otros, sino también una desviación concreta de los valores absolutos, aunque, por supuesto, esta desviación adopta formas diferentes para cada civilización en su última etapa.
¿Puede desarrollarse hoy una perspectiva «neo-spenglerista» que reinterprete el pensamiento de Spengler? ¿Es posible hacer una nueva lectura del mundo occidental contemporáneo a partir de las obras de Spengler?
Por supuesto: eso es lo que estoy haciendo desde hace al menos 20 años, centrándome principalmente en dos aspectos. Por un lado, los conocimientos históricos de Spengler eran amplios, sin embargo, eran a menudo producto del diletantismo y además condicionados por los límites de la historiografía de principios del siglo XX. Entretanto, sabemos mucho más sobre las civilizaciones que Spengler trató de forma muy marginal o incluso ignoró, como las sociedades mesoamericanas y andinas y el sudeste asiático. Además, estoy convencido de que tenemos que asumir que las civilizaciones clásicas sumeria y china fueron seguidas respectivamente por una civilización asirio-babilónica y una civilización sucesora tao-budista. Además, el antiguo Irán, que Spengler incluyó en el mundo monoteísta, debe considerarse definitivamente como una civilización aparte. Así pues, no sólo es posible, sino también necesario, adaptar las teorías de Spengler a los conocimientos actuales; una adaptación que, sin embargo, no contradice la tesis general de la morfología cultural.
Por otra parte, la filosofía de Spengler se basa en un vitalismo nietzscheano un tanto burdo y simplista, muy popular en su época, pero bastante insatisfactorio, ya que sólo da una respuesta estética a los grandes misterios de la existencia, se estanca en un relativismo filosófico y excluye la esfera de la trascendencia. Yo mismo desarrollé un apuntalamiento metafísico de la morfología cultural de Spengler que se basa más bien en un modelo dialéctico que vincula la evolución de cada civilización a la lógica interna de la autorrealización de diversas formas de trascendencia a través de las distintas civilizaciones y sus arquetipos específicos. De ahí que las civilizaciones no deban describirse mediante el modelo curvo de primavera-verano-otoño-invierno (o juventud, edad adulta, vejez y muerte), sino a través del proceso dialéctico de tesis (una sociedad holística basada en la trascendencia), antítesis (una sociedad materialista, humanista y progresista) y una síntesis final (consistente en un breve y concluyente retorno racional a la tradición antes de su fosilización).