Aleksandr Dugin
Charles Krauthammer, un experto estadounidense en relaciones internacionales, escribió un artículo programático titulado «El momento unipolar» (1) en el número de 1990/1991 de la prestigiosa publicación globalista Foreign Affairs, en el que ofrecía una explicación del fin del mundo bipolar. Tras el colapso del bloque del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS (que aún no se había producido en el momento de la publicación de su artículo) surgiría un orden mundial en el que Estados Unidos y los países del Occidente colectivo (OTAN) serían el único polo que gobernaría el mundo, estableciendo sus reglas, normas, leyes y equiparando sus propios intereses y valores a los del resto del planeta mediante acuerdos vinculantes. Esta hegemonía mundial establecida de facto por Occidente fue denominada por Krauthammer el «momento unipolar».
Poco después, otro experto estadounidense, Francis Fukuyama, publicó un manifiesto similar titulado el «fin de la historia» (2). Pero a diferencia de Fukuyama, que se apresuró a proclamar que la victoria de Occidente sobre el resto de la humanidad ya había tenido lugar y que en adelante todos los países y pueblos aceptarían sin rechistar la ideología liberal y aceptarían el dominio exclusivo de Estados Unidos y Occidente, Krauthammer fue más comedido y cauto y prefirió hablar de «momento», es decir, de una situación de facto con respecto al equilibrio de poder internacional, pero no se precipitó a decir que este orden mundial unipolar sería duradero. Todos los signos de la unipolaridad se encontraban presentes: aceptación incondicional por casi todos los países del capitalismo, la democracia parlamentaria, los valores liberales, la ideología de los derechos humanos, la tecnocracia, la globalización y el liderazgo estadounidense. Pero Krauthammer, observando tal estado de cosas, decidió decir que existía la posibilidad de que no se tratara de una realidad estable, sino sólo de una etapa, una cierta fase, que podría convertirse en un modelo a largo plazo (en cuyo caso Fukuyama tendría razón) o incluso podría llegar a su fin, dando paso a otro orden mundial.
En 2002-2003 Krauthammer retomó su tesis en otra prestigiosa publicación, pero ya no globalista sino realista, National Interest, donde publicó un artículo titulado « Sobre el momento unipolar» (3), argumentando que después de diez años la unipolaridad había sido un momento y no un orden mundial duradero, ya que pronto surgirían modelos alternativos debido a las crecientes tendencias antioccidentales en el mundo que se podían observar en los países islámicos, en China, en una Rusia fortalecida, donde el presidente Putin había llegado al poder. Los acontecimientos posteriores han reforzado aún más la tesis de Krauthammer de que el momento unipolar ha llegado a su fin y que Estados Unidos no ha conseguido que su liderazgo mundial, el cual poseía en la década de 1990, sea duradero y sostenible: el poder de Occidente ha entrado en un periodo de declive y decadencia. Las élites occidentales no supieron aprovechar la oportunidad de dominar el mundo, que estaba prácticamente en sus manos, y ahora es necesario participar en la construcción de un mundo multipolar con estructuras diferentes, sin pretender poseer la hegemonía, en caso de que no se quiera permanecer en absoluto al margen de la historia.
El discurso de Putin en Múnich en 2007, el ascenso al poder en China de un líder fuerte como Xi Jinping y el rápido crecimiento de su economía, los acontecimientos en Georgia en 2008, el Maidan ucraniano, la reunificación de Rusia con Crimea y, finalmente, el inicio del Nuevo Orden Mundial en 2022 y una gran guerra en Oriente Próximo en 2023 no han hecho sino confirmar en la práctica que los prudentes análisis de Krauthammer y Samuel Huntington (4), siendo este último el que predijo un «choque de civilizaciones», estaban mucho más cerca de la verdad que Fukuyama, que era demasiado optimista (frente al Occidente liberal). Ahora resulta obvio para todos los observadores sensatos que la unipolaridad fue sólo un «momento» y que este momento está siendo sustituido por un nuevo paradigma: la multipolaridad o – más cautelosamente – el «momento multipolar» (5).
Hemos traído a colación esta discusión con la intención de subrayar el significado del concepto de «momento» en el análisis de la política mundial. A continuación, vamos a retomar el tema.
¿Momento o no momento?
El debate sobre si estamos hablando de algo irreversible o, por el contrario, temporal, transitorio e inestable en el caso de tal o cual sistema internacional, político e ideológico tiene una larga historia. A menudo, los defensores de una teoría insisten vehementemente en la irreversibilidad de los regímenes y transformaciones sociales con los que están de acuerdo, mientras que sus oponentes, o simplemente los escépticos y observadores críticos, plantean la idea alternativa de que se trata sólo de una cuestión de momento.
Las revoluciones socialistas del siglo XX – en Rusia, China, Vietnam, Corea, Cuba, etc. – contradijeron el marxismo. Pero la revolución mundial no se produjo y empezaron a existir dos sistemas ideológicos en el mundo: el mundo bipolar comenzó a existir desde 1945 (tras la victoria conjunta de comunistas y capitalistas sobre la Alemania nazi) hasta 1991. En esta confrontación ideológica cada bando argumentaba que el bando contrario no era el destino de la humanidad, sino simplemente un momento, no el fin de la historia, sino una fase dialéctica intermedia. Los comunistas insistían en que el capitalismo se derrumbaría y el socialismo reinaría en todas partes y que los propios regímenes comunistas «existirían para siempre». Los ideólogos liberales les respondieron: no, el momento histórico es el comunismo, el comunismo no es más que una desviación frente al camino burgués de desarrollo, un malentendido y el capitalismo existirá para siempre. Esta es, de hecho, la tesis de Fukuyama sobre el «fin de la historia». En 1991 parecía que tenía razón. El sistema socialista se derrumbó y las ruinas de la URSS y China se precipitaron a abrazar el libre mercado, es decir, se pasaron al capitalismo, confirmando las predicciones de los liberales.
Por supuesto, algunos marxistas marginales creen que aún no es de noche, que el sistema capitalista fracasará y entonces llegará la hora de la revolución proletaria. Pero esto no es seguro. Al fin y al cabo, cada vez hay menos proletarios en el mundo y, en general, la humanidad va en una dirección completamente distinta.
Las opiniones de los liberales, que, siguiendo a Fukuyama, consideraban que el comunismo no era más que un momento y que proclamaron que el «capitalismo sería el fin de la historia» al parecer tenían razón. Los parámetros de la nueva sociedad, en la que el capital alcanza la dominación total y real, fueron interpretados de diversas maneras por los posmodernistas, que propusieron métodos extravagantes para luchar contra el capitalismo desde dentro. Entre ellos, el suicidio proletario, la transformación consciente del individuo en un inválido o en un virus informático, la reasignación de género e incluso el especismo. Todo esto se ha convertido en el programa de la izquierda liberal estadounidense y cuenta con el apoyo activo de la cúpula dirigente del partido demócrata: el wokismo, la cultura de la cancelación, la defensa de la ecología, los transgéneros, el transhumanismo, etc. Pero tanto los partidarios como los detractores del capitalismo victorioso están de acuerdo en que no se trata sólo de una fase del desarrollo que será sustituida por otra cosa, sino que es el destino y la etapa final de la formación de la humanidad. Sólo la transición a un estado posthumano – lo que los futurólogos llaman «singularidad» – puede ir más allá. La propia mortalidad del hombre queda aquí superada en favor de la inmortalidad mecánica de la máquina. En otras palabras, bienvenidos a la Matrix.
Así, en la batalla de dos sistemas ideológicos, ganó la burguesía, que es la creadora del paradigma dominante del fin de la historia.
La importancia de Trump en la historia mundial
Sin embargo, la posibilidad misma de aplicar el término «momento» en la época de la «victoria global del capitalismo» abre una perspectiva muy especial, aún poco pensada y desarrollada, pero cada vez más clara. ¿No deberíamos asumir que el colapso franco y evidente del liderazgo occidental y la incapacidad de Occidente para ser una instancia universal de poder legítimo de pleno derecho tienen una dimensión ideológica? ¿No significa el fin de la unipolaridad y de la hegemonía occidental el fin del liberalismo?
Esta consideración se ve confirmada por un acontecimiento político crucial: el primer y segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. La elección de Trump como presidente por parte de la sociedad estadounidense implica una crítica abierta al globalismo y al liberalismo como expresión del Occidente unipolar y revela que ha madurado una masa crítica de insatisfacción tanto ideológica como geopolítica frente al dominio de las élites liberales. Además, el hecho de que Trump eligiera como vicepresidente de EE.UU. a J.D. Vance deja claro que este ha abrazado la «derecha posliberal». El liberalismo fue considerado como un término negativo a lo largo de la campaña electoral de Trump, aunque se utilizó para referirse al «liberalismo de izquierdas» como ideología del Partido Demócrata estadounidense. Sin embargo, en los círculos del «trumpismo de base» el liberalismo se ha ido convirtiendo en un término negativo y ha pasado a verse como algo inseparable de la degeneración, la decadencia y la perversión de las élites gobernantes. En la ciudadela del liberalismo – Estados Unidos – ha triunfado por segunda vez en la historia reciente un político extremadamente crítico con el liberalismo y sus partidarios no tienen reparos en demonizar directamente esta corriente ideológica.
Así, podemos hablar del fin del «momento liberal», del hecho de que el liberalismo, que parecía haber vencido históricamente y derrotado de una vez por todas a la ideología, resultó ser sólo una de las etapas de la historia mundial y no su fin. Y más allá del liberalismo – después del final del liberalismo y al otro lado del liberalismo – surgirá gradualmente una ideología alternativa, un orden mundial diferente, un sistema de valores diferente. El liberalismo resultó no ser un destino, no el fin de la historia, no algo irreversible y universal, sino sólo un episodio, sólo una época histórica con un principio y un fin, con límites geográficos e históricos claros. El liberalismo se inscribe en el contexto de la modernidad occidental. Ganó batallas ideológicas con otras variedades de esta modernidad (el nacionalismo y el comunismo), pero al final se derrumbó, llegó a su fin. Y con él llegó el fin del momento unipolar de Krauthammer y el ciclo aún más extenso del dominio colonial exclusivo de Occidente a escala planetaria que comenzó con la época de los grandes descubrimientos geográficos.
El mundo Postliberal
El mundo está entrando en una fase postliberal. Sin embargo, esta fase posliberal no coincide en absoluto con lo planteado por el comunismo. En primer lugar, el movimiento socialista a escala mundial se ha derrumbado y sus puestos de avanzada – la URSS y China – han abandonado sus teorías con tal de adoptar en mayor o menor medida elementos del capitalismo. En segundo lugar, la principal fuerza motriz actual responsable del colapso del liberalismo son los valores tradicionales y las identidades profundas de las distintas civilizaciones.
La humanidad ha comenzado a superar el liberalismo no a través del socialismo – el materialista y la tecnología –, sino a través del renacer de estratos culturales que la modernidad occidental consideraba superados, desaparecidos, abolidos, es decir, a través de la premodernidad, que resultó que no había sido destruida y no mediante la posmodernidad, la cual no es sino una continuación de la modernidad occidental. El postliberalismo es algo muy diferente a cómo el pensamiento progresista de izquierdas imaginaba el futuro. En general, el postliberalismo pone entre paréntesis el dominio occidental nacido de la Modernidad y lo considera simplemente como un fenómeno temporal, una fase que no es universal e intemporal. La Modernidad no fue sino una etapa transitoria de una determinada cultura que apoyándose en la fuerza bruta y en la tecnología logró durante un cierto periodo de tiempo imponer su liderazgo a escala planetaria, creyendo que así podría universalizar sus principios, técnicas, métodos y objetivos. Esa es la historia del imperio más exitoso del mundo moderno, pero la hegemonía occidental ha llegado a su fin después de cinco siglos y la humanidad ha vuelto (tímidamente) al estado anterior antes de que se produjera el dramático ascenso de Occidente. El liberalismo, por su parte, se ha convertido históricamente en la última forma de imperialismo planetario de Occidente tras haber absorbido todos los principios básicos de la modernidad europea y haberlos llevado hasta sus últimas conclusiones lógicas: ideología de género, wokismo, cultura de la cancelación, teoría crítica de la raza, transgénero, quadrobers, posthumanismo, posmodernismo y «ontología orientada hacia los objetos». El fin del momento liberal es algo más grande que el simple fin del liberalismo: es el fin de la hegemonía exclusiva de Occidente sobre la humanidad. Es el fin de Occidente.
Hegel y el momento liberal
Hemos hablado varias veces del «fin de la Historia», pero no nos hemos detenido a examinar el origen de esa teoría. Este concepto fue planteado por Hegel y únicamente tiene sentido si examinamos su filosofía de la historia. Tanto Marx como Fukuyama se basaron en Hegel, pero el comunismo y el liberalismo modificaron profundamente el alcance de las tesis hegelianas. Según Hegel el fin de la historia no puede ser pensado dejando de lado su principio. Al comienzo de la historia Dios se encuentra oculto para sí mismo. Por lo tanto, pasa (a través de la negación de sí mismo) a la naturaleza y luego de la naturaleza, debido al principio dialéctico de Dios, a la historia. La historia es el despliegue del espíritu. Poco a poco, la historia va dando a luz distintos tipos de sociedades. Primero, las monarquías tradicionales, luego las democracias y las sociedades civiles y después llega la época del gran imperio del espíritu. En cada etapa Dios se manifiesta en la historia y en la política de forma cada vez más clara. El fin de la historia, según Hegel, es cuando Dios se manifiesta plenamente en el Estado, pero este no es un Estado ordinario, sino un Estado gobernado por los filósofos, por el espíritu. Tal Estado viene precedida por la creación de una sociedad civil dispersa y atomizada (el liberalismo), en el cual la naturaleza ya ha sido completamente superada y el espíritu aún no ha encontrado su manifestación más elevada, el cuál solo es posible de alcanzar mediante el imperio. Ahora está claro que Hegel entiende el liberalismo precisamente como un momento que domina debido a la disolución de los antiguos Estados y antes de la creación de un nuevo y verdadero Estado que pone fin a la historia.
Los marxistas y los liberales no creen en Dios, por lo que descartan este principio de Hegel, rechazando su comienzo: el Dios-en-sí. Reemplazan a Dios con la naturaleza, que sería el verdadero comienzo. La naturaleza (no está claro por qué…) se desarrolla y da lugar a la sociedad. Luego la sociedad da nacimiento a la historia y se convierte en sociedad civil, es decir, liberalismo. Los liberales se detienen ahí (según Fukuyama, el fin de la historia llega cuando toda la población de la Tierra se convierte en una «sociedad civil»). Los marxistas, en cambio, sostienen que dentro de la «sociedad civil» (¡pero sin ir más allá!) existe una fase de orden capitalista con clases sociales y otra de orden comunista sin clases sociales. En ambos casos el fin de la historia es precisamente la «sociedad civil». En ninguno de los dos casos se plantea la existencia de un imperio espiritual al final de la historia. Esto es lógico, pues al eliminar el principio (Dios) de la teoría de Hegel, se niega también el fin (el imperio del espíritu). Habiendo comenzado con la naturaleza (en Hegel es el segundo momento, no el primero), se terminan con la sociedad civil (en Hegel no es el fin de la historia, sino la fase precedente, es decir, el «momento liberal» propiamente dicho).
Y aunque el liberalismo también es sólo un momento para los marxistas, en la interpretación más general (hegeliana) de la «sociedad civil» sigue siendo algo preliminar, sobre todo porque el mismo Hegel no estaba familiarizado con la interpretación distorsionada que hizo Marx de su propia doctrina (no se sabe qué clase de discípulos tienen los grandes filósofos).
Así, en el contexto de la filosofía de Hegel, el momento liberal abarca toda la «sociedad civil» (incluida la sociedad comunista, que a finales del siglo XX resultó ser sólo una desviación del liberalismo y en la década de 1990 volvió a su matriz burguesa capitalista).
Aplicando el modelo completo (no truncado, no reducido) de la filosofía de la historia de Hegel a la cuestión que estamos considerando, obtenemos la aclaración que nos faltaba sobre qué es exactamente lo que puede venir después del liberalismo, cuyo final Hegel previó y, además, consideró inevitable, porque si Dios (alfa) está al principio de todo, también debe estar al final de todo (omega). Hegel consideraba que esta encarnación de Dios al final de la historia era algo análogo a lo que hoy se suele llamar el Estado-civilización. Es decir, el fin del liberalismo no es en absoluto el fin de la historia, sino el fin de una determinada etapa, que tiene su propio significado en el contexto general del cambio de ciclos y épocas, y que es un preludio necesario (aunque negativo) a la instauración del imperio del espíritu.
Postmodernidad y monarquismo
En este contexto, el monarquismo adquiere un significado especial. No en retrospectiva, sino en perspectiva: el monarquismo del futuro. La democracia liberal y la era de la república se han agotado. Los intentos de construir una república mundial han fracasado por completo. En enero de 2025 se sellará definitivamente este fracaso.
Pero, ¿qué vendrá después? ¿Qué parámetros tendrá la época posliberal? Esta pregunta sigue completamente abierta. Pero la mera idea de que todo el contenido de la modernidad europea – ciencia, cultura, política, tecnología, sociedad, valores, etc. – no era más que un simple episodio, que desembocó en un final vergonzoso y miserable, muestra lo inesperado de este futuro postliberal tras el fin del momento liberal.
Hegel nos da una pista de cómo será: una época de monarquías. Y hay indicios claros de que su filosofía (la versión completa y no la truncada defendida por los liberales y marxistas) tenía toda la razón
La Rusia actual, aunque formalmente sigue siendo una democracia liberal, ha tomado partido por lo valores tradicionales y es, en la práctica, una monarquía. El hecho de que tengamos un único líder nacional, la inamovilidad del poder supremo y nuestra confianza en los fundamentos espirituales, la identidad y la tradición son requisitos previos para que se dé una transición a la monarquía, no desde una perspectiva formal, sino desde el punto de vista de los principios. Claro, no se trata de una monarquía nacional, sino de un imperio del espíritu, la restauración del Katechon, la Tercera Roma, la capital de la civilización ortodoxa. Desde un punto de vista histórico y geopolítico esto incluye el legado de Gengis Khan. El fin de la historia será ruso o no será. En cualquier caso, el momento liberal de la política rusa ha pasado irrevocablemente y la premodernidad rusa será cada vez más relevante.
Otros Estados-civilización también están avanzan gradualmente en la misma dirección. Narendra Modi cada vez presenta más y más los rasgos distintivos del Devaraja o Chakravartin, el monarca sagrado, asemejándose al décimo avatar, Kalki, que viene a poner fin a la Edad Oscura, la época de la decadencia y la degeneración, que coincide exactamente con el momento liberal que Modi ha llamado a superar en su lucha por restaurar el Hindutva, la identidad india. Del primer avatar al décimo, de nuevo, como sostiene Hegel, se produce una continuidad entre el alfa y el omega.
En la actual China comunista el liderazgo de Xi Jinping muestra cada vez más los rasgos de la restauración de un imperio confuciano tradicional. Y su líder asume el arquetipo del Emperador Amarillo. La China contemporánea tiene todos los motivos para avanzar hacia la creación de un imperio hegeliano del espíritu. Y el marxismo puede ser muy útil aquí, sólo hay que dar un paso y completar hasta el final la versión marxista truncada y por tanto contradictoria de la lectura de Hegel. Al principio existía Dios (digamos, Pangu). Al final habrá «Tianxia» (天下) – la doctrina del eterno sagrado Imperio Celestial.
El mundo islámico también necesita integrarse. El Califato de Bagdad 2.0 podría ser un punto de referencia, porque fue en la época abasí cuando tanto la civilización islámica como el Estado islámico alcanzaron su apogeo.
Es muy posible suponer la creación de un imperio africano y de un imperio latinoamericano. No es casualidad que América Latina esté representada en el BRICS por Brasil, el único territorio colonial de la historia que durante cierto tiempo paso de ser una periferia a ser el centro: la capital del Imperio portugués.
Por último, por qué no considerar un giro aparentemente paradójico de la política norteamericana hacia el monarquismo. El filósofo norteamericano Curtis Yarvin lleva mucho tiempo hablando de la necesidad de una monarquía en Estados Unidos. Hasta hace muy poco se le consideraba una figura marginal extravagante. Pero luego resultó que sus ideas influyeron mucho en el futuro vicepresidente de Estados Unidos, James David Vance. ¿Y no es Donald Trump una especie de monarca? Donald Primero. También tenemos a Donald Trump Jr., un joven notable llamado Barron Trump. En un mundo post-liberal, todo es posible. Incluso un giro monárquico.
El futuro está abierto
El mismo término «momento liberal», si pensamos en su contenido, tiene un tremendo potencial revolucionario en la esfera del pensamiento político. Lo que se pensaba que era el destino, la inevitabilidad, la ley de hierro de la historia, resulta ser sólo una pincelada en medio de un lienzo mucho más amplio y rico. Esto significa que la humanidad dispone de una libertad infinita de imaginación política: ahora todo es posible. El regreso al pasado, incluida la antigüedad más remota, la restauración de los reinos sagrados, incluidos los imaginarios, el descubrimiento de nuevos caminos, el desenterramiento de las identidades olvidadas y la libre creación de otras nuevas. Sólo hay que dejar de lado el liberalismo y sus dogmas, pues el mundo está cambiando.
En lugar del fatalismo que pregonaba la sustitución de las personas por las máquinas (Singularidad), el tecnoapocalipsis y el armagedón nuclear, se abre ante nosotros un horizonte desconocido. Desde este punto podemos ir en cualquier dirección: la dictadura del determinismo histórico queda derrocada. Comienza la pluralidad de los tiempos. Y Hegel con su imperio del espíritu y el establecimiento de monarquías de nuevo tipo es sólo una de sus posibilidades. Una perspectiva atractiva, pero no la única. Seguramente, gracias a la diversidad de civilizaciones que tiene la humanidad existirán otras formas de superar el momento liberal.
Notas:
[1] Krauthammer Ch. The Unipolar Moment // Foreign Affairs, 70.1, 1990/1991. P. 23-33.
[2] Fukuyama F. The End of History and the Last Man. NY: Free Press, 1992.
[3] Krauthammer Ch. The Unipolar Moment Revisited // National Interest, 70, 2002/2003: P. 5-17.
[4] Huntington S. The Clash of Civilizations?// Foreign Affairs, summer 1993. P. 22-47.
Trumpo-futurismo: teoría de la libertad oscura
¿Qué es el posliberalismo? Existen una versión de izquierda relacionada con Wallerstein, el trotskismo y el anarquismo global defendido por Negri-Hardt. Es el marxismo cultural y la hiperglobalización. Pero cuando J.D.Vance, Thiel, Musk y otros trump-futuristas usan este término se refieren a algo muy diferente.
Existe una derecha post-liberal. ¿Qué es? La forma más fácil de definirla seria hablar de una etapa anterior – más conservadora, menos progresista y no woke – del liberalismo. Supongo que la mayoría de los votantes de Trump lo interpretan instintivamente en este sentido.
Pero ese no es el meollo del asunto. La derecha posliberal debería ser más interesante y provocadora, más innovadora y creativa. El trumpo-futurismo tiene que ser algo realmente nuevo. No sólo una corrección de los excesos de la agenda liberal woke.
Los liberales han irritado a todos con su actitud dictatorial. Prescriben a las sociedades qué deben pensar, cómo deben ser. Dictadura woke: tienes que (ser woke y defensor de lo transgénero), de lo contrario serás castigado. Prescriben como tiene que ser el futuro.
Los liberales dictan el significado del progreso, su camino y su meta. Su versión de la IA es la proyección de sus propias líneas ideológicas. Es bueno ser queer, woke, ecocéntrico, anti-fa (anti-hombre, anti-normal, anti-fuerte). Esa es la ley. La transgresión también debe estar prescrita.
Si sabes exactamente cómo debe ser el futuro significa que no tienes un futuro. El futuro prescrito no es realmente un futuro. Es un pasado. El futuro está abierto o no existe. Ese es el problema. Los liberales nos llevaron a un callejón sin salida, a un impasse. Ellos son los verdaderos conservadores.
La derecha post-liberal quiere intentar una vez más dar un salto hacia el futuro. Quiere superar el liberalismo como obstáculo. Esa es la lucha por abrir el futuro, por volverlo incierto y no algo prescrito. Eso es lo que hacen Elon Musk y Peter Thiel. Existe el término aceleracionismo oscuro.
¿Qué significa lo «oscuro» en el aceleracionismo oscuro? Significa sin iluminación, no woke, rosa, eco... Es aceleracionismo masculino, fuerte y duro. El trumpo-futurismo exige una IA especial. Sin censura woke. Una IA oscura. Es decir: totalmente abierta, no prescrita, impredecible. Libre.
Así que bienvenidos a la nueva era post-liberal, una libertad real. La era de la libertad oscura.
A los liberales les preocupa que la IA pueda volverse «fascista». Y hacen todo lo que pueden para impedirlo. Al hacerlo se convierten ellos mismos en fascistas. Necesitamos liberar a la IA de los liberales.
EE.UU.: la incertidumbre de la era post-liberal
Hay situaciones en las que las predicciones y los planes hechos de antemano se realizan en el campo de los hechos. Entonces se pueden seguir comparando y la comprobación de la realidad está respaldada por la correlación con la previsión: esto es correcto, aquello es erróneo, aquello es una desviación.
Pero existen situaciones en las que los hechos contradicen cualquier previsión y plan, volcando la mesa y demostrando que el paradigma usado era totalmente erróneo, no sólo con respecto al futuro, sino que era falso. Si ocurre algo que normalmente no podría ocurrir en ninguna circunstancia eso significa que la propia idea que se tenía sobre la estructura era errónea y el análisis basado en ella era un error. Cuando no se consigue ver el futuro y controlarlo significa que se está equivocado sobre el presente y el pasado.
Ese fue el caso de la URSS. Según la interpretación dogmática marxista de la historia el socialismo sigue al capitalismo. Y jamás se puede producir una marcha atrás. Así que la vuelta al capitalismo se consideraba estrictamente imposible. Cuando esto ocurrió, el socialismo como doctrina explotó. La URSS no supo predecir el futuro y desapareció para siempre tanto como país como ideología. No se trató únicamente de un cisne negro. Fue la implosión interna de una estructura ideológica. «Es el fin, amigo mío».
Lo mismo está ocurriendo ahora con el liberalismo. Tras el colapso de la URSS llegó el fin de la historia según Fukuyama. Y la victoria global del liberalismo fue vista e interpretada como algo irreversible. El (casi) gobierno mundial había llegado y el globalismo empezó a reinar. El liberalismo occidental había vencido a todos sus enemigos históricos – el catolicismo, los imperios, los estamentos, los Estados nacionales, el fascismo, el comunismo –, cada uno de ellos basados en la identidad colectiva. Sólo quedaba la identidad colectiva del sexo. De ahí la ideología de género como preparación para el posthumanismo.
Según la doctrina liberal se consideraba estrictamente imposible que se volviera al pasado. Únicamente existe el progreso. Así es como se ha adoptado la política woke, la cultura de la cancelación, el liberalismo de izquierdas, el posmodernismo, el posthumanismo, la IA fuerte, la Singularidad y el aceleracionismo.
Cuando Trump ganó en el 2016 se consideró que era un cortocircuito, como si un ordenador estuviera hubiera averiado. Un error, pues no debería ganar jamás. Se trataba de un error técnico. Un cisne negro. La teoría de la probabilidad reconoce que esas cosas pasan. En 2020 los progresistas hicieron todo lo posible para mejorar la situación usando todos los medios a su alcance, incluyendo la mentira, el fraude y la violencia. Cuando se acercaron las elecciones del 2024 Fukuyama y Harari advirtieron: si gana Trump significa el fin del mundo (liberal). Por lo tanto, debe perder
Pero Trump ha ganado. El fin del mundo liberal ha sucedido. Es un hecho. Está aquí. La comprobación de los hechos desmiente las predicciones liberales. Y todos sus esfuerzos por detener a Trump han fracasado. Trump es más que Trump. Él es la historia dando un giro antiliberal y posliberal.
La segunda venida de Trump no era posible dentro del dogma liberal. No dos veces. Ya no es ni un cortocircuito ni un cisne negro. Es como el fin del sistema soviético: algo imposible que contradice todas las predicciones, los planes y las previsiones. Los liberales han perdido el futuro.
Los liberales han perdido el control sobre el futuro. Pero no solamente eso. Han perdido el control sobre el pasado. Toda la doctrina ideológica del liberalismo ha demostrado estar equivocada. El liberalismo ha fracasado. Los hechos han falseado la doctrina liberal. Exactamente como en el caso de la URSS con el marxismo.
La segunda venida de Trump, Vance y los trumpistas era estrictamente imposible, imprevista. Por eso intentaron matar a Trump dos veces. Se esforzaron por salvar el futuro corrigiendo los hechos artificialmente. Pero han perdido. El futuro post-liberal ya está aquí como algo desconocido e Imprevisto.
En el caso del colapso de la URSS la situación fue un poco más fácil. La ideología socialista había implosionado y Rusia adoptó la ideología liberal de forma muy torpe. Pero era lógico, ya que uno de los dos polos había desaparecido y Rusia asumió la ideología del polo que aún quedaba. El famoso método de cortar y pegar. Tachar el socialismo y abrazar el liberalismo. Los rusos estaban de acuerdo con Fukuyama. Rusia había capitulado ideológicamente, pero geopolíticamente Rusia conserva (en parte) su soberanía. Cuando Putin llegó al poder se apoyó en esa soberanía y empezó a reafirmar la independencia rusa acentuando cada vez más el Estado una perspectiva realista. Ese fue el comienzo de la lucha rusa con el liberalismo y el globalismo.
Con el fin del sistema liberal – que está colapsando ahora mismo en EEUU – las cosas son más complicadas. Ya no existen polos fuera del Occidente liberal colectivo. Al menos la conciencia hegemónica estadounidense no reconoce ninguno que pueda servir de modelo en el campo de la ideología. La estrategia de cortar y pegar es imposible. EEUU se ha superado a sí mismo, es decir, ha superado su momento liberal.
¿A favor de qué? Nadie lo sabe. Ésa es la belleza de la situación actual. Su desafío y su peligro.
He aquí el fenómeno del trumpo-futurismo. Valores tradicionales estadounidenses más colonización de Marte y superación del Gran Despertar. Revolución ciberconservadora. Imperio Espacial. IA reeducada por el equipo de War Room de Steve Bannon y Alex Jones. Ilustración oscura y aceleracionismo negro.
Emocionante. No olviden publicar la lista de Epstein y arrestar a Alexander Soros.
«Incertidumbre internacional en el 2025». Resumen de la presentación
Existen varios niveles de indeterminación en el orden mundial moderno:
1) La incertidumbre frente a la transición de un mundo unipolar a un mundo multipolar. ¿Resulta imposible decir inequívocamente si ya entramos en la multipolaridad o todavía estamos en la unipolaridad? El noch nicht de Heidegger como problema filosófico es bastante complicado. La multipolaridad está en auge y la unipolaridad en declive, pero su agonía puede ser peligrosa. Los últimos ataques desesperados de los globalistas, algunos de ellos exitosos, contra Rusia en Ucrania, Georgia, Moldavia, Rumanía y Siria demuestran que la unipolaridad no ha desaparecido por completo. El dragón del globalismo se encuentra herido de muerte, pero sigue vivo. La bipolaridad de las Relaciones Internacionales conceptualizada por Waltz vuelve a ponerse en juego, pues él creía que China era el segundo polo del mundo después del colapso de la URSS. La unipolaridad fue conceptualizada por Gilpin. La multipolaridad fue esbozada por Huntington y Fabio Petito.
2) La segunda incertidumbre es la ambigua descripción teórica de la multipolaridad. ¿Qué es un polo? ¿Es un Estado soberano (como en el sistema westfaliano y en el realismo clásico)? ¿O es una civilización? Pero entonces, ¿cuál es el estatus político de tal concepto cultural-religioso? La mejor respuesta fue dada por Chang Weiwei, un experto chino del Ministerio de Defensa que introdujo el concepto de Estado-Civilización. El Presidente Putin y el Ministro de Asuntos Exteriores ruso Lavrov utilizan este mismo concepto. El Estado-Civilización es una civilización (con un sistema desarrollado de valores tradicionales y una fuerte identidad) organizada como un superestado donde se agrupan toda una constelación de pueblos y Estados que comparten un paradigma civilizatorio común. Pero hoy en día todo el mundo entiende por «polo» o «centro» (en el caso de la policentricidad) cosas diferentes: Estados (grandes e independientes), civilizaciones (políticamente no integradas) y Estados-Civilizaciones propiamente dichos. Hoy en día existen 4 Estados-Civilización independientes:
- Occidente colectivo (OTAN-tierra),
- Rusia,
- China
- E India.
Existen más civilizaciones como la islámica, la africana y la latinoamericana fuera de las 4 anteriormente enumeradas. Sólo falta que estos últimos se integren en superestados. Al mismo tiempo, Occidente puede dividirse en Norteamérica y Europa. Existe también la posibilidad de que nazca una civilización budista. A esta incertidumbre conceptual y a la apertura real del proceso de transformación de las civilizaciones y los Estados en Estados-Civilizaciones, se añade el problema de las fronteras. Este es el problema más acuciante de la construcción de la Teoría del Mundo Multipolar. Una frontera es una zona de superposición entre dos o más civilizaciones con presencia o ausencia de Estados soberanos de pequeña escala. Las fronteras forman parte de esta segunda incertidumbre.
3) La tercera incertidumbre es Trump y su estrategia. Trump no está dispuesto a aceptar la multipolaridad y es partidario de la hegemonía estadounidense. Pero lo ve de forma radicalmente distinta a los globalistas que han estado en el poder en EEUU durante las últimas décadas (ya sean demócratas o republicanos). Los globalistas identifican el dominio militar y político, la superioridad económica y la ideología liberal basada en la imposición de valores antitradicionales a todo el mundo (incluido EEUU) como su verdadero objetivo. Entienden por hegemonía la hegemonía no de un país, sino de un sistema ideológico liberal internacional. Trump está convencido de que son los intereses nacionales de Estados Unidos los que deben estar en el centro de atención y que esto debe basarse en los valores tradicionales estadounidenses. En otras palabras, estamos ante una hegemonía conservadora de derechas, ideológicamente opuesta a la liberal de izquierdas de Clinton, el neocon Bush Jr, Obama y Biden. ¿A qué conducirá el trumpismo en las Relaciones Internacionales? Es imposible decirlo todavía. Objetivamente puede ayudar a acelerar la multipolaridad, pero también puede ralentizarla.
En el 2025 nos enfrentaremos a estas tres incertidumbres simultáneamente. Por lo tanto, vale la pena dar al término «incertidumbre» el estatus de un concepto independiente y multivalente que es en muchos aspectos clave para la correcta comprensión de los procesos mundiales.
La modernidad liberal se devora a sí misma
Andrea Zhok
La síntesis extrema de esta época (las Olimpiadas sexualmente ambiguas, los enfrentamientos étnicos en el Reino Unido, las masacres diarias de palestinos por parte de la «única democracia de Oriente Próximo», la censura social, etc.) puede articularse, en mi opinión, en dos etapas fundamentales.
Primera etapa: la modernidad liberal comienza destruyendo sistemáticamente todos los fundamentos, todas las distinciones esenciales, todos los principios rectores, todas las tradiciones, todas las costumbres, todo ello en nombre de la libertad y de su propia «superioridad de la ilustración». Cultura liberal (post-ilustración, liberal/neoliberal, relativista, individualista, «progresista»).
«Allí donde ha llegado al poder, […] ha destruido todas las condiciones de vida feudales, patriarcales e idílicas. Ha desgarrado sin piedad los pintorescos lazos que, en la sociedad feudal, unían al hombre con sus superiores naturales, y no ha dejado otro vínculo entre hombre y hombre que el interés desnudo, el despiadado ‘pago al contado’. Ha ahogado en las aguas heladas del cálculo egoísta los santos temblores de la exaltación religiosa, del entusiasmo caballeresco y del sentimentalismo pequeñoburgués. Ha convertido la dignidad personal en un mero valor de cambio; y en lugar de las innumerables franquicias laboriosamente adquiridas y patentadas, ha colocado la sola libertad del comercio sin escrúpulos. En una palabra, en lugar de la explotación velada en ilusiones religiosas y políticas, ha sustituido la explotación abierta, sin pretensiones, directa y seca» (Marx, Manifiesto comunista, sección I).
La actitud de Marx oscilaba característicamente entre la conciencia de la dinámica destructiva y la fascinación por el poder revolucionario. Cuando Marx escribió estas líneas, esta ambivalencia era bastante comprensible, ya que gran parte del viejo mundo merecía ser enterrado y el incendio sociocultural en curso ahorraba el esfuerzo del entierro.
Pero como ocurre con los fuegos reales, una vez que han alcanzado una cierta masa crítica, se encienden por sí solos y ya no pueden ser contenidos ni regulados (Marx imaginó el comunismo como un medio de contener y regular el fuego encendido por la modernidad liberal, de convertirlo en un horno útil para la humanidad, pero subestimó en gran medida hasta qué punto la propia humanidad, cualquier idea sustancial de ella, estaba siendo así incinerada).
Segunda etapa: entonces, cuando al cabo de años, decenios o siglos, el caos comienza a dominar, cuando toda categoría se ha disuelto en un relativismo que creemos brillante, cuando la desorientación, la prevaricación y el sentimiento de injusticia se imponen con él, cuando todo orden está comprometido, toda dirección es ininteligible, cuando la libertad se ha transformado en arbitrariedad, las reglas en excepciones, cuando todo esto se ha convertido poco a poco en una segunda naturaleza y en una forma mentis generalizada, entonces comienza una nueva era de coerción, sanciones, vigilancia y control, de violencia por parte del poder constituido, a la altura de los momentos más oscuros del Antiguo Régimen, pero a diferencia de éste, llevada no por el peso de la tradición, sino por la insoportable ligereza de la arbitrariedad.
La arbitrariedad de los lobbies de colores, de las multinacionales anónimas o de los oligarcas lejanos. La irracionalidad de los procesos de toma de decisiones, su ilógica, sus contradicciones internas y su flexible oportunismo los hacen difíciles de comprender (y quienes intentan racionalizarlos son fácilmente acusados de «conspiracionistas»).
En este contexto, las identidades personales y colectivas se desintegran, dando paso, generación tras generación, a estados cada vez más disociados, irresueltos, a la vez frágiles y agresivos. El conflicto alimentado sistemáticamente por el choque de creencias desorganizadas y fragmentos motivacionales salvajes, la reducción del fundamento ontológico al capricho psicológico y la divergencia de expectativas mutuas, crea el caldo de cultivo para la aceptación de la represión, la vigilancia, los juicios sumarios e incluso la violencia precipitada. La modernidad liberal se devora a sí misma, y nosotros nos debatimos entre un plato de comida y los residuos de la vida entre los dientes.