Peyman Hassani *
Donald Trump ha regresado al escenario político de Estados Unidos en un momento en que el mundo se encuentra enredado en crisis activas y potenciales en múltiples frentes. La guerra genocida en Gaza y el conflicto prolongado en Ucrania destacan como desafíos urgentes, vestigios de la era de Joe Biden.
Mientras tanto, las tensiones entre los archienemigos China y Estados Unidos por Taiwán siguen en un estado delicado y precario.
En términos generales, la política exterior estadounidense puede dividirse en dos grandes corrientes de pensamiento. La primera es la de los “internacionalistas”, que abogan por la participación activa del país en los asuntos globales y en las cuestiones internacionales.
Este grupo considera que la intervención de Estados Unidos en diversas regiones del mundo es un deber y una necesidad estratégica. Esta perspectiva fomenta la formación de coaliciones y alianzas para avanzar en los intereses hegemónicos estadounidenses, mientras se comparten los costos de la política exterior con naciones socias.
La evidencia de este enfoque se puede ver en las relaciones estratégicas del país con Japón y la India, en sus recientes ejercicios militares conjuntos con Japón y Corea del Sur, y en sus alianzas más amplias con potencias emergentes.
Proyectos cuidadosamente orquestados como la “Guerra contra el Terror” o la “Exportación de la Democracia” ejemplifican esta visión distorsionada del mundo, arraigada en la política exterior estadounidense.
Por el contrario, los “aislacionistas” ocupan el extremo opuesto del espectro de la política exterior de Estados Unidos.
Esta perspectiva tiene sus raíces en la Doctrina Monroe y es mayoritariamente abrazada por los conservadores estadounidenses. La ideología aislacionista dio origen al lema “América Primero”, que ganó un considerable apoyo, especialmente durante la administración anterior de Trump.
A veces entrelazado con una visión mercantilista, como se vio de manera prominente durante el mandato de Trump, el aislacionismo enfatiza las prioridades y la energía internas.
Aunque este enfoque busca maximizar los intereses nacionales en la política exterior, evita asumir los costos adicionales asociados con los compromisos internacionales.
Los aislacionistas se caracterizan por su renuencia a mantener alianzas y coaliciones, lo que a menudo conduce al debilitamiento o desintegración de las asociaciones de Estados Unidos en el extranjero.
Durante la era de Trump, este enfoque se hizo evidente cuando Estados Unidos se desenganchó de muchos compromisos internacionales, favoreciendo los acuerdos bilaterales y la diplomacia transaccional sobre la cooperación multilateral.
Durante la presidencia anterior de Trump, a menudo exigió contribuciones financieras de otros países a cambio de proporcionarles seguridad.
La actitud aislacionista en Estados Unidos, a diferencia del enfoque internacionalista, rechaza fundamentalmente la cooperación internacional, las alianzas y el apoyo a otras naciones.
Durante el primer mandato de Trump, las crecientes divisiones entre Estados Unidos y la Unión Europea se hicieron cada vez más evidentes, culminando en amenazas de retirada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Trump argumentó que Estados Unidos no tenía la obligación de garantizar la seguridad de otras naciones dentro de la alianza militar OTAN sin recibir una compensación adecuada.
En contraste, durante la administración de Biden, hubo una notable convergencia entre Estados Unidos y Europa, en gran parte debido a la “operación especial” de Rusia en Ucrania.
El estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 redujo aún más las distancias a través del Atlántico. La alineación entre Estados Unidos y la Unión Europea se profundizó significativamente mientras se unían en oposición al percibido “enemigo en Moscú”.
La guerra genocida israelí en Gaza, el apoyo total del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) a Palestina y el más amplio Eje de Resistencia han introducido nuevas dinámicas.
Además, las operaciones militares represalias de Irán contra el corazón de la entidad sionista en dos ocasiones han creado más complicaciones en la política exterior de Estados Unidos.
Europa, que ya había catalogado a Irán como un adversario en la guerra de Ucrania bajo el falso pretexto de suministrar equipos a Rusia, ha adoptado nuevamente una postura más estricta y hostil hacia la República Islámica.
Una clara ilustración de esto es la declaración conjunta emitida por la Unión Europea y los países del Golfo Pérsico, en la que Europa acusó explícitamente a Irán, por primera vez, de “ocupar” las tres islas que pertenecen a Irán.
Esta afirmación infundada ignora toda la evidencia documentada que ratifica la soberanía de Irán sobre las islas de Bu Musa, Tonb Mayor y Tonb Menor.
Parece que, a diferencia de lo ocurrido durante el primer mandato de Trump, que vio la aparición de importantes fisuras entre Europa y Estados Unidos, estas divisiones podrían ser menos pronunciadas en el futuro debido a factores externos como los mencionados anteriormente.
Estados Unidos y la Unión Europea probablemente dejarán de lado sus diferencias, al menos temporalmente, hasta que se resuelvan las crisis de la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza.
Durante este período, podrían adoptar una política retórica, pero poco constructiva. Apoya esta predicción el reciente esfuerzo de la Unión Europea por activar el mecanismo de “snapback” contra Irán en cooperación con Estados Unidos.
El mecanismo de “snapback” es una disposición legal para restablecer las resoluciones del Consejo de Seguridad de las naciones Unidas (CSNU) que fueron levantadas tras el acuerdo nuclear, de nombre oficial Plan Integral de Acción Conjunto (PIAC o JCPOA, por sus siglas en inglés).
Parece que los europeos han pasado por alto el hecho de que Trump se retiró unilateralmente del acuerdo. El mismo había calificado al acuerdo como “un trato unilateral horrible que nunca debió haberse hecho” y añadió, “esto no trajo calma, no trajo paz, y nunca lo hará”.
Como resultado, se anticipa que la política de Trump hacia la OTAN y la Unión Europea en su segunda administración será más moderada y coherente que durante su primer mandato.
Además, es altamente plausible que una segunda administración Trump busque un acuerdo con Rusia para abordar la guerra en Ucrania, algo que no ha ocurrido bajo Biden, quien apoyó agresivamente la guerra por poder de la OTAN contra Rusia en Ucrania.
Si dicho acuerdo se materializa, podría haber esperanza de un fin a la guerra a mediano plazo. Aunque las brechas transatlánticas podrían persistir, los adversarios comunes podrían acercar a Washington y Europa.
* investigador en derecho internacional y relaciones internacionales.
Panamá, Groenlandia y deseos expansionistas: ¿Latinoamérica el siguiente?
Roberto Chambi Calle*
Las declaraciones de Donald Trump, de querer tomar Groenlandia; así como el canal de Panamá, una vez más reafirman el carácter depredador que tiene el gobierno estadounidense, quien no respeta en absoluto (lo decimos por enésima vez) los principios y valores de la convivencia pacífica internacional, la cual ha obligado, por ejemplo, que varios países refuercen sus fuerzas armadas como Venezuela y las Milicias Bolivarianas frente a los deseos pérfidos de “Mr. Danger”.
El 20 de enero, Trump será posesionado como el nuevo presidente de EE.UU.; sin embargo, previo a su asunción, sus amenazas y su autoritarismo esquizofrénico, planea la expulsión de todos los inmigrantes (aunque sean estadounidenses de nacimiento de padres inmigrantes), la toma del canal de Panamá o la legitimación de Edmundo Gonzales, frente a la legalidad de Nicolás Maduro, entre otros.
A nivel internacional, sus proxi guerras (Ucrania) contra Rusia y (Taiwán) China, no han dejado de preocupar, peor aún su asistencia militar por más de 60 000 millones de dólares al Régimen Israelí, que ha ocasionado más de 45 259 palestinos asesinados y la destrucción de más de 90% de la infraestructura en Gaza, según el Ministerio de Salud palestino radicado en Gaza.
Estados Unidos después de la 2.ª Guerra Mundial, envalentonado por sus victorias pírricas junto a los aliados, no ha dejado de conspirar y derrocar a quienes no estaban bajo su guion “democrático”. Por ejemplo en 1954, fue el principal artífice del derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1961 invadió el territorio Cubano, en 1973 dio un golpe de Estado a Salvador Allende, invadió Granada en 1983, derrocó a Manuel Noriega en Panamá en 1989, e irónicamente hoy Donald Trump quiere cercenar la soberanía de este país caribeño al querer apropiarse del “Canal de Panamá”, desconociendo normas y leyes internacionales; pues el tratado Torrijos-Carter ha sido cerrado en 1977.
Sus slogans de “libertad y la democracia” son una farsa para seguir amenazando a los territorios de la Patria Grande; sus más de 75 bases militares en el Continente (Panamá, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú; etc.) son una ínfima muestra de sus intenciones de querer apropiarse de la soberanía latinoamericana.
Siguiendo esa línea, utiliza a sus alfiles como Daniel Noboa o Javier Milei; por ejemplo, el primero aprobó en febrero de 2024, se instale la base estadounidense en la isla de Galápagos, aun siendo esta un atentado al patrimonio de la humanidad según la UNESCO y una violación flagrante a la constitución ecuatoriana de 2008 que prohíbe explícitamente la instalación de bases militares extranjeras en territorio nacional. El segundo anunció la instalación de otra base en Ushuaia; mostrándose, por parte de estos “gobernantes”, la sumisión obsecuente a Washington.
La posesión el 20 de enero de Donald Trump, no solucionará en nada la inestabilidad de la sociedad internacional, si bien se comprometió a poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania y frenar a su gendarme israelí en Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria, es una falacia, y podemos dar cuenta de ello, cuando pese a sus “buenas intenciones” sigue minando la paz y la soberanía internacional.
La demagogia de la política exterior norteamericana de “paz y democracia”, no tiene sentido de ser cuando en el mundo sus más de 800 bases militares ponen en riesgo la supervivencia humana. El regadero de pólvora en Taiwán, Oriente Próximo y Ucrania, sin duda tendrán respuestas por parte de los países que conforman los BRICS, entre ellas, su moneda y su potencial económico que representa el 36 % del PIB y el 45 % de la población mundial; así como sus misiles nucleares (Rusia) en caso de que se rompan las líneas rojas.
“Solo el pueblo salva al pueblo”, por lo tanto, los habitantes de la Patria Grande deben ser conscientes que la imposición y el derrocamiento de líderes al mando de una nación no es una cuestión de un estado sino del Continente; ya que los principios rectores de la defensa de Latinoamérica deben estar enmarcados en la unidad, la integración y fundamentalmente en el respeto hacia sus gobernantes y las normas que lo unen e integran.
Quedarse de brazos cruzados, apoyando ciegamente a paranoicos “libertarios”, es entregar el futuro y la soberanía de Latinoamérica a las garras de los enemigos, quienes sí o sí explotarán desmedidamente y solo en su beneficio los recursos naturales y energéticos; otrora ya lo hicieron con el oro y la plata de los incas y aztecas, hoy las políticas de Washington están con la mira el en 60% de las reservas mundiales del litio (triángulo del litio, Argentina, Bolivia y Chile ), la explotación de la 1.ª reserva mundial de petróleo (Venezuela), el 31% de la reserva de agua dulce del planeta, entre otros que están en su “patio trasero”.
*jurista, teólogo y analista en Relaciones Internacionales, coautor del libro “Palestina entre piedras y misiles”.