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Alexander Lukashenko, el hombre y el héroe

Alexander Lukashenko, el hombre y el héroe

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 13 de febrero de 2025, 22:00h
Aleksandr Dugin
Locutor de Radio Sputnik: Empecemos por felicitar a Alexander Grigorievich Lukashenko por su victoria electoral. Los votos a su favor superan el 86%. A juzgar por la forma en que se celebraron las elecciones podemos decir que fueron bastante tranquilas y calmadas. No sucedió nada parecido a lo que vimos en 2020. ¿Cómo valora esto?
Aleksandr Dugin: Los resultados de las últimas elecciones presidenciales en la República de Bielorrusia, que registraron un nivel récord de apoyo al jefe de Estado en funciones – más del 86% de los votos –, son un acontecimiento muy significativo que requiere un análisis minucioso. El rasgo distintivo de la campaña electoral, a diferencia del 2020, fue la tranquilidad y la estabilidad, lo que excluye la posibilidad de establecer paralelismos directos con las protestas de hace unos años. ¿Cómo debemos valorar esta situación electoral y sus posibles consecuencias?
En primer lugar, hay que destacar el papel de Alexander Grigorievich Lukashenko en la historia moderna de Bielorrusia. Es un líder eslavo oriental único que consiguió no sólo preservar la integridad territorial y la estabilidad política de su país en medio de la profunda transformación del espacio postsoviético, sino que también garantizó la continuidad de la identidad nacional, apoyando el renacimiento cultural y reforzando la soberanía del Estado frente a la permanente presión externa e interna.
A lo largo de todo el periodo de su presidencia, Alexander Lukashenko se ha enfrentado a numerosos retos y amenazas. En estas difíciles circunstancias ha demostrado ser una figura política de gran éxito y, sin duda, victoriosa. Su larga permanencia en el más alto cargo del Estado, la más prolongada entre los dirigentes de los Estados postsoviéticos, le ha permitido sobrevivir a diversas etapas del desarrollo del país, incluidos períodos tanto de auge como de crisis. Es por ello que las actuales elecciones deben considerarse una confirmación triunfal de su solidez política y su importancia histórica. A largo plazo, parece que no hay alternativa a Alexander Grigorievich Lukashenko y al curso político que sigue actualmente.
Es interesante observar la evolución de la actitud de la sociedad bielorrusa hacia su líder. En un inicio estuvo marcado por el entusiasmo y el apoyo, luego vino un cierto cansancio e intentos de desestabilización, pero finalmente se tomó conciencia del valor del liderazgo de Alexander Grigorievich Lukashenko y de su papel crucial en la historia bielorrusa.
Es interesante constatar que una figura política como Lukashenko demuestra mayor constancia y estabilidad que la propia sociedad, propensa a fluctuaciones y cambios de humor, caracterizados a veces por una menor responsabilidad social.
Si la sociedad es movediza, el líder, en virtud de su posición, tiene una responsabilidad duradera sobre el destino del pueblo, que la historia, el destino y Dios le han confiado.
Mi conocimiento de Alexander Grigorievich Lukashenko me permite atestiguar su profundo arraigo en la identidad nacional del pueblo bielorruso, además de su conexión con sus raíces históricas. En este sentido, los resultados electorales parecen una victoria natural que confirma esta posición. En un contexto más amplio podríamos reevaluar la necesidad de elecciones constantes en Bielorrusia, dada la naturaleza establecida de la relación entre la sociedad y el líder, basada en la aceptación incondicional y la confianza en su papel de líder.
¿Hasta qué punto son necesarias las elecciones periódicas en sociedades en las que los líderes tienen un alto nivel de legitimidad y apoyo popular? La democracia zemstvo, tradicional de los pueblos eslavos orientales, siempre se ha combinado históricamente con el modelo monárquico de poder supremo. El deseo de establecer un gobierno de tipo monárquico se ha manifestado a lo largo de nuestra historia, tanto en la época comunista como en la poscomunista. Las sociedades eslavas orientales en esencia son imperiales y monárquicas. En este caso, parece muy característica la aspiración de los pueblos no sólo a obedecer al monarca, sino a dotar a sus líderes temporales de características monárquicas, liberándoles de restricciones y obligaciones externas, dándoles la máxima libertad de acción para asegurar el destino del pueblo, fortaleciendo el Estado y la soberanía.
En este contexto, la experiencia política de Alexander Grigorievich Lukashenko puede servir de ejemplo ilustrativo también para Rusia. Bielorrusia es un amigo y aliado fiable de Rusia y tradicionalmente se ha orientado hacia la cooperación con ella. Tal vez haya llegado el momento de reconsiderar la conveniencia de la adhesión incondicional a procedimientos democráticos copiados del Occidente moderno y postmoderno, teniendo en cuenta la madurez de los pueblos eslavos orientales y su capacidad para elegir conscientemente a un líder que responda a sus intereses nacionales.
Locutor de Radio Sputnik: Teniendo en cuenta sus declaraciones anteriores sobre la volubilidad de la sociedad bielorrusa y su actitud hacia Lukashenko, así como el hecho de que ahora dice que estamos preparados para que nuestros líderes hagan su trabajo y que las elecciones se hagan opcionales. ¿No existirá el riesgo de que fuerzas externas se aprovechen de ello? ¿No se convertiría en motivo de conflictos y cambios drásticos en la sociedad, sobre todo teniendo en cuenta la experiencia pasada de presiones, propaganda e injerencias de terceros países?
Aleksandr Dugin: En el marco de la discusión filosófica y política sobre las formas de interacción social y de gobierno la distinción hegeliana entre dos tipos de adulación social nos puede resultar interesante. Según Hegel, la adulación dirigida a la sociedad, que consiste en crear la ilusión de que cada individuo está implicado en la solución de los problemas globales del Estado, es una forma destructiva de engaño. Tal práctica es negativa porque es engañosa y no conduce a una auténtica responsabilidad. Por el contrario, la adulación dirigida al gobernante, expresada en el reconocimiento de su papel clave en la determinación del destino del pueblo, puede ser constructiva. Hegel creía que esta forma de «adulación» no era un engaño, sino más bien un imperativo que obligaba al gobernante supremo a centrarse en las tareas estratégicas de la administración del Estado y a realizar su misión histórica. En este caso, el reconocimiento y el honor por parte de la sociedad estimulan al gobernante a cumplir las expectativas y aceptar su responsabilidad, lo que eleva su conciencia al nivel de los procesos históricos globales y la trascendencia histórica. Al mismo tiempo, dotar al individuo de una libertad ilimitada de elección y acción, por el contrario, puede contribuir a hacerlo veleidoso e irresponsable.
Considero que las campañas electorales periódicas pueden crear una atmósfera de excesivo alboroto y pánico y distraer a la sociedad de la resolución de problemas urgentes. En lugar de centrarse en objetivos estratégicos de desarrollo, la sociedad se ve envuelta en un proceso electoral continuo, que a menudo se reduce a técnicas manipuladoras de seducción sobre las multitudes. Al mismo tiempo, la experiencia histórica, especialmente en Rusia y Bielorrusia, demuestra que las elecciones democráticas no siempre llevan al poder a los gobernantes más honorables y competentes. Por el contrario, un gobernante que se da cuenta del carácter a largo plazo de su permanencia en el poder, incluso en el caso de una trayectoria política inicialmente truculenta, con el tiempo se inclina a aumentar su nivel de responsabilidad, a profundizar en la comprensión de la lógica de la historia mundial y, en consecuencia, a ajustar el rumbo en la dirección que satisfaga los intereses nacionales, populares y públicos.
Presentador de Radio Sputnik: Andrei escribe que sin Lukashenko no habría una Bielorrusia moderna y felicita a bielorrusos y rusos por las elecciones. Nos sumamos a esas felicitaciones, al igual que Vladímir Putin, que ya ha felicitado a Alexander Lukashenko. Volviendo a Europa y Occidente, cabe señalar que Lukashenko ha dado buenos consejos a la Unión Europea para que coopere con Rusia en cuestiones como el combustible y el gas. Sin embargo, dudo que Europa haga caso de ese consejo. La pregunta que se plantea es: ¿tendrán o no en cuenta los europeos este consejo?
Alexander Dugin: Yo también he prestado atención a esta declaración. El centro del debate geopolítico actual es la declaración del Presidente de la República de Bielorrusia, A.G. Lukashenko, dirigida a la Unión Europea donde sostiene la necesidad de profundizar la cooperación con la Federación Rusa debido al potencial de recursos de esta última, especialmente en el campo de la energía. Esta observación representa una visión clarividente a futuro. La Europa actual aún no está preparada para aceptar este escenario, pero la dinámica de los procesos globales indica un alto grado de probabilidad de que se produzcan cambios en algún momento.
Y aquí Alexander Grigorievich Lukashenko, como un auténtico líder, mira unos pasos por delante. ¿Y qué ve?
El factor clave que predetermina la transformación del panorama geopolítico es la victoria de D. Trump en las elecciones presidenciales de EE.UU., que profundizó la división dentro del Occidente colectivo. Se constata la formación de dos polos: la «América trumpista», cuyo paradigma es el «Make America Great Again» (MAGA), y la Unión Europea «izquierdista-liberal, globalista», asociada a la influencia de G. Soros. Un abismo se está «abriendo» entre estos dos polos y el Océano Atlántico, que tradicionalmente actuaba como factor de integración, se está transformando en una línea de demarcación.
Cabe decir que la hegemonía de las «élites globalistas liberales de izquierda» en la Unión Europea no es inmutable y en el futuro es posible un cambio político. Solo hay que escuchar la iniciativa de E. Musk de «MEGA» («Make Europe Great Again»), una petición de resurgimiento de la grandeza de Europa, así como de su liberación de la influencia de las sangrientas e ilegítimas élites globalistas liberales de izquierda, responsables de la escalada del conflicto en Ucrania (junto con élites similares en los EE.UU., que ahora han sido derrocadas), lo cual creará las condiciones previas para la formación de una identidad europea y una estrategia geopolítica fundamentalmente diferentes.
Si miramos más allá del horizonte de las élites liberales de izquierda europeas, veremos una Europa muy diferente, que tendrá otros intereses, otro grado de soberanía, que podrá decir «no» a Estados Unidos, que tendrá la libertad de seguir su propio camino. Lo importante aquí es que la victoria del trumpismo en Estados Unidos crea los prerrequisitos objetivos para desmantelar la «dictadura liberal de izquierdas» en Europa, pero al mismo tiempo, la obtención de soberanía e independencia por parte de Europa abre un espacio para repensar las prioridades geopolíticas, incluida la posibilidad de construir relaciones con Rusia sobre una base fundamentalmente nueva. En particular, es probable la formación de una Europa posliberal, similar al Estados Unidos posliberal, que, guiada por sus propios intereses nacionales, puede llegar a una alianza parcial, aunque sectorial, con la Gran Rusia.
A lo largo de los 25 años de gobierno de Vladimir Putin, y en el contexto del gobierno más prolongado de Alexander Lukashenko, hemos asistido a una dinámica caracterizada por el deseo de crear y fortalecer nuestro Estado, un Estado de la unión y un reino eslavo oriental. Este empeño puede interpretarse como un intento de restaurar la grandeza de nuestra Eurasia, saliendo de la crisis en la que se sumió la región en la década de 1990.
Así, entre estos actores globales, la «Gran América», la «Gran Europa» y la «Gran Rusia», pueden surgir sistemas de relaciones más complejos y polifacéticos, en los que ninguna de las partes dependerá de la otra. En sus declaraciones, el Presidente de la República de Bielorrusia, A.G. Lukashenko, insinúa que la interacción potencial de los polos geopolíticos mencionados se basa no sólo en cálculos pragmáticos impulsados por intereses energéticos y estratégicos, sino también en una identidad cristiana común.
En efecto, a pesar de las diferencias confesionales – el predominio del protestantismo en Estados Unidos, del catolicismo en Europa y de la ortodoxia en Rusia –, estos tres actores pertenecen a una ecúmene cristiana. Se forman así tres universos cristianos, tres polos, tres mundos dentro del Norte cristiano, entre los que no hay necesidad objetiva de antagonismo ni de subordinación a un único hegemón. Cada uno de estos polos, poseedor de soberanía, es potencialmente capaz de actuar de acuerdo con sus intereses de Estado-civilización, como subraya el Presidente de la Federación Rusa cuando define a Rusia como un «Estado-civilización». Un planteamiento similar puede aplicarse a Europa, que tiene su propia identidad e intereses civilizatorios.
A.G. Lukashenko, demostrando las cualidades de un político capaz de visión estratégica, toca en sus declaraciones los aspectos profundos de la interacción potencial. De forma simplificada, su postura se reduce a que garantizar la independencia energética es la clave para la independencia económica de Europa. En este contexto, el Estado de la Unión de Rusia y Bielorrusia se considera una nueva oportunidad para que Europa adquiera independencia económica. Esta tesis, formulada en términos comprensibles para el discurso político general, apela a los intereses pragmáticos de los actores europeos.
Sin embargo, cabe señalar que el destinatario de este llamamiento, a todas luces, no son las actuales élites euroburocráticas de Bruselas, que parecen haber optado por la confrontación y la destrucción de Rusia, como demuestran, en particular, las declaraciones públicas de varios políticos europeos, como K. Kallas, que pide abiertamente la destrucción de Rusia y su división en Estados diminutos.
El jefe de Estonia podría ser ignorado, pero cuando es, de hecho, el portavoz de la Unión Europea quien dice eso, resulta bastante preocupante. Hasta que no derroquemos a los euro-liberales y hasta que los propios europeos no se liberen de su dictadura, no habrá una Gran Europa.