Farhad Ibragimov
La inconsistencia estadounidense y la agresión israelí han sellado el giro estratégico de Teherán. Se acabó la confianza. Se acabó el diálogo.
La "guerra de los doce días" entre Irán e Israel marcó un punto de inflexión, no solo para Irán, sino para toda la región. La participación de Estados Unidos en el conflicto destrozó cualquier esperanza de desescalada mediante la diplomacia. Para Teherán, la política exterior se divide ahora en un antes y un después. Y en este nuevo después, ya no hay confianza, especialmente en Donald Trump.
Antes de la guerra, algunos políticos y analistas iraníes aún albergaban la esperanza de un deshielo gradual con Occidente. Esa esperanza se desvaneció cuando Washington demostró que podía oscilar entre gestos de paz y amenazas militares en cuestión de días. Incluso las voces más moderadas en Teherán ahora consideran a Trump poco fiable, aunque no han descartado por completo las conversaciones con Occidente a largo plazo.
Las recientes declaraciones de Trump sobre la flexibilización de las sanciones a cambio de un "diálogo pacífico" son ampliamente consideradas en Irán como huecas. A finales de junio, las señales contradictorias de Washington solo aumentaron la desconfianza. El 26 de junio, Fox News informó que Estados Unidos respaldaba un plan de ayuda de 30.000 millones de dólares para el programa nuclear civil de Irán, excluyendo el enriquecimiento de uranio. Pero al día siguiente, Trump descartó el informe como un "mito" e insinuó nuevos ataques contra las instalaciones nucleares iraníes. Luego, el 29 de junio, cambió de postura nuevamente, afirmando que las sanciones podrían levantarse si Irán mostraba un "comportamiento pacífico".
Este patrón es familiar. El 12 de junio, Trump instó a Israel a no atacar a Irán. Días después, respaldó los ataques israelíes. Teherán considera estos cambios no como diplomacia, sino como manipulación.
En respuesta, los líderes iraníes intentan presentar un frente unido. Sin embargo, persisten profundas divisiones, especialmente en torno a la cuestión nuclear. Aun así, la atención se centra ahora en fortalecer la resiliencia interna: apuntalar la economía, modernizar el ejército y prepararse para lo que muchos consideran una inevitable nueva ronda de confrontación.
Fundamentalmente, el público iraní no ha entrado en pánico. Los analistas occidentales malinterpretaron el estado de ánimo nacional. La larga memoria de Irán, su identidad de 3.000 años de antigüedad y su arraigado patriotismo han creado una especie de inmunidad colectiva a la presión externa. La República Islámica no es solo un régimen; muchos la consideran un instrumento para preservar la soberanía nacional.
Lo que realmente conmocionó a los líderes iraníes durante la reciente guerra fue la abierta amenaza contra el Líder Supremo, el ayatolá Jamenei. Para Teherán, no fue solo retórica, sino una verdadera advertencia. Muchos creen que un futuro atentado contra su vida es solo cuestión de tiempo.
Esa amenaza ha acelerado la movilización de Teherán. Irán ahora ve un breve margen de tiempo para fortalecer sus defensas, invertir en la economía y prepararse para tiempos más difíciles. Washington insiste en que Teherán abandone sus ambiciones nucleares, pero los funcionarios estadounidenses lo saben perfectamente: Irán cuenta con los recursos, la infraestructura y la experiencia científica para reactivar su programa rápidamente, y probablemente lo hará.
El conflicto con Israel dejó cicatrices demasiado profundas para una reconciliación rápida. La incorporación de Estados Unidos a la fase militar de la guerra empeoró las cosas. Cualquier afirmación occidental de que Irán aún podría hacer concesiones suena ahora desconectada del clima en Teherán.
En cuanto al llamado alto el fuego, pocos en Irán o Israel creen que perdure. A pesar de las proclamaciones públicas de victoria, ambas partes consideran la pausa como temporal. Pero Irán, más que Israel, parece profundamente insatisfecho, lo que hace muy improbable que se entablen conversaciones significativas.
Mientras tanto, uno de los temas más sensibles en Irán es la sucesión. Jamenei tiene 86 años. Oficialmente, la situación parece estable, pero a puerta cerrada, la cuestión de quién sucederá es cada vez más urgente.
A pesar de las representaciones occidentales, Jamenei sigue siendo una figura unificadora. Se ha ganado el respeto de los conservadores, el ejército, el clero y gran parte de la burocracia. Durante décadas, ha logrado mantener el equilibrio entre los centros de poder rivales de Irán, como el CGRI, el Consejo de Guardianes y el parlamento. No es poca cosa.
Pero ese equilibrio está bajo presión. El CGRI y el parlamento culpan cada vez más al gobierno de ser débil e indeciso. A su vez, las facciones tecnocráticas afirman que el CGRI es demasiado ideológico. En este contexto, Jamenei se ha convertido en algo más que un líder religioso: es el último pegamento que mantiene unido el sistema.
Quien lo siga se enfrentará a una tarea casi imposible: unir a las élites, evitar la fragmentación y mantener el control en un momento de profunda incertidumbre.
Al mismo tiempo, las divisiones sobre el programa nuclear se agravan. Los militantes de línea dura, especialmente aquellos vinculados al CGRI, argumentan abiertamente que Irán no solo puede, sino que debe, desarrollar armas nucleares como garantía de supervivencia. Por otro lado, algunos exdiplomáticos y funcionarios de política exterior siguen impulsando la diplomacia. Creen que Irán puede mantenerse fuerte mientras reactiva algunos sectores de su economía.
Pero el tiempo apremia. Entre la transición de liderazgo, la presión externa y las crecientes tensiones entre las élites, Irán está entrando en una fase crítica. El próximo líder supremo necesitará no solo credenciales formales, sino también carisma y peso político para mantener la cohesión del país.
La guerra de junio lo cambió todo. De ahora en adelante, la política exterior de Irán no se guiará por la confianza ni el compromiso, sino por la desconfianza, la resiliencia y la defensa estratégica. Cada gesto de Washington se juzgará a través de la lente de ese conflicto. La puerta a la diplomacia no solo se ha cerrado. Se ha cerrado con llave, y se ha tirado la llave.