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Academia Play y los Illuminati

Academia Play y los Illuminati

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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 17 de julio de 2025, 22:00h
Daniel Miguel López Rodríguez
El pasado 22 de mayo el canal de Youtube Academia Play (dedicado a la divulgación histórica mediante ilustraciones, muy entretenido y verdaderamente útil para introducirse en diferentes episodios históricos, y que goza de cientos de miles de visualizaciones al contar con algo más de tres millones y medio de suscriptores) publicó un vídeo titulado «¿Existen los Illuminati?» (https://www.youtube.com/watch?v=CQ2H0bTNGg0), cuyo guión, ilustración y narración corren a cargo del señor Javier Rubio Donzé, autor de un libro titulado España contra su leyenda negra (La Esfera de los Libros, 2023), prologado por nuestro contrarreplicado Don Fernando Díaz Villanueva (https://posmodernia.com/contra-replica-de-un-gustavobuenista-a-diaz-villanueva/) y reseñado con elogios por un especialista en este problema como Iván Vélez desde las páginas de Posmodernia (https://posmodernia.com/resena-de-espana-contra-su-leyenda-negra/).
En el vídeo se denuncia la conspiranoia de la orden de los Illuminati de Baviera fundada por Adam Weishaupt en la ciudad bávara de Ingolstadt la noche de Valpurgis (del 30 de abril al 1 de mayo) de 1776. A mi juicio, el vídeo, de apenas ocho minutos, acierta en el diagnóstico sobre esta mitológica orden, pero no dice algo que es fundamental y que aquí en Posmodernia me gustaría señalar.
Es decir, en este artículo no trato de criticar lo que en el vídeo se dice, porque -como digo- me parece muy acertado; más bien trataré de advertir sobre lo que calla. Y lo silenciado no es cuestión baladí, sino que es fundamental para entender el mundillo de la conspiración y la conspiranoia, y por ende de esa cosa conocida como «globalismo».
Y de hecho me atrevo a afirmar que no comentar esto es tanto como no decir toda la verdad, es decir, aun acertando en la crítica a la leyenda de los Illuminati de Baviera se está afirmando una media verdad; y bien es sabido que las medias verdades son las peores de las mentiras.
Distinguir entre teorías conspirativas fundamentadas y conspiranoias infundadas es esencial. La conspiranoia, con creencias en extraterrestres o intraterrestres (los cuales dicen que viven en la Tierra Hueca), cae en lo absurdo y delirante. El oficialismo, al negar cualquier conspiración, peca de ingenuo. Ambas posturas son problemáticas: la primera por su falta de rigor, la segunda por su ceguera ante realidades complejas. Son vías erróneas que apagógicamente hay que triturar a través de propuestas más potentes, o simplemente menos contradictorias, capaces de construir teorías que expliquen la esencia de los fenómenos.
No obstante hay que cuidarse bien de una dicotomía simplista entre «conspiracionismo» y «oficialismo», porque bien es cierto que hay «versiones oficiales» que son pura conspiranoia. El ejemplo más eminente es la versión oficial del 11M. (Para quien esté interesado, un servidor escribió esto hace ya una década: https://www.nodulo.org/ec/2015/n157p01.htm).
Pues bien, existen estructuras de poder reales que operan con discreción: como el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos (CFR), el Grupo Bilderberg, la Comisión Trilateral, el Club de Roma, la orden Skull and Bones, el Bohemian Grove y otras muchas instituciones o sociedades secretas o simplemente discretas. Estos grupos reúnen a figuras influyentes en política, economía y medios de comunicación, y sus decisiones pueden tener impactos significativos.
No se trata de imaginar a un conjunto de sujetos vestidos con capuchas sentados en círculo en una habitación oscura con una bolita de cristal en el centro planeando el destino del mundo, como precisamente lo ilustra en el vídeo el señor Donzé, sino de reconocer que hay redes de influencia que operan fuera del escrutinio público. Negar su existencia es tan erróneo como atribuirles un poder absoluto.
La política implica estrategias y, a veces, conspiraciones. Es fundamental mantener una postura crítica, y así investigar y discernir entre información veraz y fantasías infundadas. Ni tragarse todo sin cuestionar, ni rechazarlo todo sin analizar. Ni reír ni llorar: entender, por decirlo con palabras de Benedictus de Espinosa.
La orden de los Iluminados de Baviera es prácticamente sinónimo de conspiranoia. Es decir, algo propio de un pensamiento simplificador y omniabarcante, donde todo está conectado con todo, donde se piensa que todos están compinchados y se postula que todo se dirige hacia una única dirección, como si estuviese escrito en algún lugar indescifrable al que acceden unos privilegiados que, no se sabe muy bien por qué, gozan de confidencias de valiosísima información inaccesibles al resto de mortales.
Se trata de una filosofía -si se le puede llamar así- de implantación gnóstica, como diría Gustavo Bueno. Una filosofía que busca imponer una nueva educación destinada a formar hombres y mujeres razonables (porque en el conocimiento está la salvación del Género Humano ni más ni menos, por eso hacemos alusión a su implantación gnóstica). (Véase https://www.nodulo.org/ec/2013/n142p02.htm y https://posmodernia.com/la-implantacion-politica-de-la-filosofia-de-marx/).
Los iluminados bávaros se presentaban como un movimiento contra el despotismo y la superstición: contra el Antiguo Régimen. Se trataba de un movimiento inserto en la denominada Ilustración. En ese ambiente intelectual, el gran filósofo prusiano Immanuel Kant llegaría a proclamar: «Atrévete a saber», que se ha interpretado como «atrévete a pensar». Y claro, ese atrevimiento implica cuestionar la autoridad. ¿Qué autoridad? La del citado Antiguo Régimen: el Trono y el Altar. Luego se pensaba contra la tiranía y la superstición (aunque fundamentalmente contra la Iglesia católica, pese a que se tomaba a la Compañía de Jesús como modelo de organización).
El lema «atrévete a saber» -aunque escrito en 1784, es decir, ocho años después de la fundación de los Iluminados de Baviera (los cuales al año siguiente «fueron oficialmente disueltos y algunos de sus líderes perseguidos o exiliados», como bien apunta el señor Donzé)- resume bien el espíritu ilustrado. Representa el pensamiento de los ideólogos franceses, los filósofos alemanes; y, por supuesto, también de la Ilustración inglesa: con figuras como Locke, Newton, Hume o Adam Smith (estos dos últimos escoceses).
Pero hay que distinguir: no es lo mismo la Ilustración alemana que la francesa o la inglesa y escocesa. Cada una tiene sus matices. Y todas, en cierto modo, se enfrentan al Antiguo Régimen desde distintos ángulos. Por eso el pensamiento no es inocente e inmaculado: es algo que actúa, que incide, que construye o destruye. La razón es manual juntando y separando cuerpos, como ya dijo el canciller Bacon.
El iluminismo de la época fue cuajando poco a poco, dando lugar a un pensamiento que, aunque se suele decir que «el pensamiento no delinque», en realidad sí puede hacerlo. Porque el pensamiento no es sólo un ejercicio interno (intracraneal) o un juego de palabras encerradas en la mente de un individuo, es decir, no se trata de un autologismo inmanente cerrado en sí mismo. El pensamiento se vuelca en el mundo, está en el mundo, no es un espíritu puro separado (desencarnado). Tiene consecuencias, transforma realidades, opera relacionando términos in medias res. Tampoco es mero papel mojado, aunque el papel todo lo resista.
La orden de los Iluminados de Baviera ha sido vista como una organización en la sombra, encargada de provocar revoluciones como la Revolución Francesa o la Revolución Americana (su independencia del Imperio Británico). Pero eso -como bien señala el vídeo del señor Donzé- son absolutas patraña. Es conspiranoia en estado puro. No tiene ningún rigor histórico. Y eso es importante: hay que denunciar este tipo de distorsiones históricas. Ahí, a mi juicio, el vídeo de Academia Play acierta plenamente.
Ahora bien, el término «Illuminati» se utiliza hoy en día, ciertamente muchas veces en foros de corte claramente conspiranoico, para referirse a lo que se denomina la élite globalista financiera. Se asocia con grupos como el Bohemian Grove, que utiliza como símbolo el búho o la lechuza, símbolo que también usó en su momento la Orden de los Perfectibilistas, es decir, los Illuminati de Baviera. Y ahí es donde surge la confusión. Aunque el término se use de forma inadecuada o poco precisa, lo cierto es que en el lenguaje popular y conspirativo (o directamente conspiranoico) se emplea para nombrar a esa supuesta élite.
Sin embargo esa élite globalista financiera sí existe. No es un invento de mentes mitológico-conspiranoicas. Existe y tiene muchísimo poder, influencia y capacidad de acción a escala internacional. Pero no tiene un poder absoluto. No es omnipotente. No actúa como un gobierno mundial en la sombra con control total y centralizado. Opera a través de Estados concretos (fundamentalmente Estados Unidos, Reino Unido y sus lacayos de la Unión Europea), de organismos internacionales (la ONU, la OMS, la UNESCO o la propia UE) y de instituciones clave (los llamados think tanks: CFR, Bilderberg…). Desde ahí impulsa programas, agendas y planes que han sido diseñados más bien a largo plazo.
A veces esos planes se ejecutan con éxito. Otras veces, no. Y en otras ocasiones quedan a medias. Porque su poder, aunque grande, no es ilimitado. No es omnívoro. No todo lo controlan. No todo lo deciden. Pero sí influyen. Y mucho. Y por eso es importante distinguir entre una crítica legítima a estructuras reales de poder e influencia y las derivas conspiranoicas que mezclan hechos con mitos sin fundamento, sin la menor prueba y delirando con teorías descabelladas y fantásticas: las llamadas «magufadas». («Magufo» es un acrónimo que combina parte de las palabras «mago y ufólogo»; el término fue acuñado en 1997 por el musicólogo gallego y editor del diario digital Mundoclasico.com Xoan M. Carreira en una lista de correo llamada Escépticos: https://magonia.com/wp-content/uploads/2014/06/Magufo.pdf).
Tal vez deberíamos tomar mucho más en serio lo que se dice en ciertas teorías conspirativas, que no deben confundirse con las teorías conspiranoicas, como bien distingo -y perdón por la falta de modestia de la autocita- en mi libro Historia del globalismo (Sekotia 2022, 2025). El desprestigio hacia estas teorías suele venir desde las posiciones oficiales o, más concretamente, oficialistas.
Un ejemplo claro nos lo ofreció el presidente del gobierno Pedro Sánchez, quien, en el momento del apagón del pasado 28 de abril, afirmó que debíamos informarnos únicamente a través de «medios oficiales», es decir, las propias instituciones del gobierno. Pero hasta la fecha, esas mismas instituciones no han informado mucho al respecto. ¿Qué ocurre? Que cuando Pedro Sánchez habla de «medios oficiales», en realidad también está refiriéndose a los medios de comunicación que respaldan su gobierno, es decir, a los medios oficialistas y no a medios «conspiranoicos», «negacionistas», «magufos», «fascistas» y de «extrema derecha», o -como suele decir el señor Donzé, lo que es divertido para las redes sociales pero que académicamente es poco serio- de «derechita punki». (Véase https://theobjective.com/espana/politica/2023-07-08/derechita-punki-moviliza-izquierda/).
Aquí es importante establecer distinciones: las conspiraciones existen, son reales y documentadas. Las teorías conspiranoicas, en cambio, son aquellas construidas sobre afirmaciones infundadas, sin base empírica y racional, que exageran hasta lo absurdo, y que además son gratuitas. Pero no se trata de caer en el extremo de totalizar (como si fuese posible que una serie de señores, por magnates que sean, conspirasen a escala global de manera perfectamente coordinada), ni tampoco en el otro extremo de ningunear el asunto como si no tuviera ninguna repercusión en la realidad geopolítica de la historia reciente y de nuestro presente en marcha.
Porque sí las tiene. Las conspiraciones reales tienen un impacto geopolítico profundo y muy relevante. Negarlas por sistema es tan peligroso como aceptarlas todas sin filtro crítico.
Por tanto, si la conspiranoia pertenece al mundo de la locura -con tesis completamente descabelladas, que incluso recurren a ideas como los extraterrestres o los intraterrestres que vivirían en una supuesta Tierra Hueca-, el oficialismo puede pecar de una ingenuidad extrema. Así como la conspiranoia representa la locura, el oficialismo hace lo propio con la necedad. Locura y necedad. Y de ambas hay que huir como de la peste.
Aunque también puede pasar que teorías que pasan por conspiranoicas al final sean ciertas, porque -como dicen en el programa El gato al agua-, «un conspiranoico es alguien que todavía no tiene razón». Y, asimismo, no todo el oficialismo es falso, ya que éste también tiene sus franjas de verdad. Aunque -como decimos- estas franjas pueden ser las peores de las mentiras al ser verdades a medias.
Hay que ser muy ingenuo, excesivamente pardillo, para creer que en política no existen arcanas imperii, que no hay «cloacas del Estado», que no existen poderes en la sombra. Todo eso es absolutamente real y documentable. Otra cosa distinta es exagerarlo, convertirlo en un relato universal como si existieran titiriteros que lo controlan todo a su antojo, como si el mundo entero estuviera regido por una única mano invisible (tan invisible y tan metafísica como la del libre mercado que «deja hacer» del liberalismo fundamentalista).
Ese tipo de visión totalizante es tan errónea como negarlo todo. Lo sensato es entender que sí hay conspiraciones, que sí hay intereses ocultos, que sí hay estrategias oscuras, pero que no son omnipotentes ni infalibles. Ni tanto ni tan poco. ¿Acaso esto es algo difícil de entender? Seguro que el señor Donzé lo entiende perfectamente.
Estados Unidos, la principal potencia conspirativa, ha sido dominado por los globalistas desde al menos un siglo, ya fuesen sus presidentes demócratas o republicanos. Podríamos hablar de la «Era de los Buenos Sentimientos» globalistas.
Pero, evitando todo monismo conspiranoico, hay que saber interpretar esa unidad de «Buenos Sentimientos». ¿Acaso en la Era de los Buenos Sentimientos de la época de James Monroe (1817-1825) reinaba una especie de unidad armónica? En absoluto. El sistema de partido único que imperaba entonces, el Partido Demócrata-Republicano, tras la debacle del Partido Federalista, estaba divido por diferentes facciones que en potencia, como se mostró a la postre, configuraban otros partidos. De las escisiones del Partido Demócrata-Republicano salieron el Partido Demócrata fundado por Andrew Jackson y Martin van Buren y el Partido Whig fundado por Henry Clay, Daniel Webster y William Henry Harrison, del cual, junto a otros elementos saldría en 1854 el Partido Republicano (como, por cierto, el Partido Antimasónico, que en las elecciones de 1832 se enfrentaría a las candidaturas de Clay y Jackson, ambos masones).
Pues lo mismo pasaba con el sistema de partido único (el Partido Demócrata y el Partido Republicano, el «bipartidismo» de los burros y los elefantes) en el siglo XX y XXI, al menos desde la fundación del CFR o, ya de manera más concreta, tras la caída de la Unión Soviética cuando se inaugura el «Nuevo Orden Mundial» con la era de la globalización. Los planes y programas del Imperio Estadounidense (porque eso oculta la ideología de la globalización aureolar) estaban a salvo tanto con el Partido Demócrata como con el Partido Republicano. Con todos los matices que se quieran.
Es muy significativo que la mano izquierda de David Rockefeller (director del CFR, asiduo hasta su muerte a las reuniones de Bilderberg y fundador de la Comisión Trilateral) fuese Zbiegnew Brzezinski, ideólogo del Partido Demócrata, y su mano derecha Henry Kissinger, ideólogo del Partido Republicano (el mismo que conspiró con Su Majestad Juan Carlos I y otros tantos tras la muerte del Generalísimo su Excelencia Francisco Franco e imponer la democracia homologada a la estadounidense pero fragmentando a España en un régimen autonómico y legalizando de paso a los partidos separatistas).
Como también fue muy revelador que en las elecciones de 2004 los dos candidatos, George W. Bush y John Kerry, fuesen miembros de la orden Skull and Bones (cosa que ellos mismo reconocieron públicamente, es decir, no es conspiranoia, es real: https://www.youtube.com/watch?v=2skLwYL6wOQ). Podría decirse que era el momento de los «Buenos Sentimientos» Bonesmen. Pero eso no quiere decir que no discutiesen entre ellos, como se discute y e incluso se riñe y se pelea entre los miembros de las mejores familias. Pero más que dialéctica entre clases lo que cabe hablar aquí es de una dialéctica intraclasista: dialéctica de magnates y globócratas (o pretendientes a tal).
Lo mismo pasaba en la Era de los Buenos Sentimientos de los años veinte del siglo XIX. Los candidatos a la presidencia en las elecciones de 1824 eran todos del mismo partido: el Partido Demócrata-Republicano. Y sin embargo William Crawford, John Quincy Adams, Henry Clay, John C. Calhoun y Andrew Jackson estaban enfrentados entre sí. La dialéctica es inevitable. Aunque todos estaban de acuerdo porque querían lo mismo: Washington; pero ese acuerdo los ponía precisamente en desacuerdo.
En el siglo XXI la Era de los Buenos Sentimientos globalistas se acabó cuando apareció Donald John Trump al postularse como presidente en las elecciones de 2016 y vencer a la candidata globalista Hillary Clinton, conquistando el Despacho Oval en dos mandatos discontinuos tras perder contra el globalista Joe Biden en 2020 y vencer en 2024 a la candidata globalista Kamala Harris (ya podrían haberse buscado otra u otro candidato, señal de la decadencia globalista). Ahora con Trump (o más bien con la élite que toma a Trump como cabeza visible) hay una verdadera alternativa de poder en Estados Unidos. Se acabaron los Buenos Sentimientos (y parece que también entre Trump y Elon Musk). Corren malos tiempos para los «Illuminati». Pero, sobre la existencia de esta élite así mal llamada, Academia Play no dice absolutamente nada.