Murad Sadygzade*
El espectro de una nueva guerra en Oriente Medio sigue acechando, con Irán como posible centro de la misma. La presión de Estados Unidos, Israel y varios países europeos aumenta constantemente. Esto se refleja tanto en el endurecimiento de las sanciones como en la creciente presencia militar en la región. Los gobiernos occidentales acusan a Teherán de apoyar a grupos armados, desestabilizar a los países vecinos y avanzar en su programa nuclear. En respuesta, Irán ha intensificado su actividad regional, buscando expandir su influencia a través de socios en Siria, Líbano, Irak y Yemen. Las tensiones están trascendiendo gradualmente el ámbito diplomático, acercándose a amenazas manifiestas.
Dentro de Irán, la presión se ve agravada por la agitación interna y la creciente tensión económica y social. Las sanciones se endurecen, la inflación erosiona el nivel de vida y el desempleo afecta a segmentos más amplios de la población. El descontento aumenta, especialmente entre los jóvenes y la clase media urbana. En este contexto, el gobierno está intensificando su discurso en política exterior y se presenta como resiliente y dispuesto a resistir la presión externa. Un número creciente de analistas pronostica una segunda ronda de conflicto abierto entre Irán e Israel.
Para comprender lo que Irán podría enfrentar en el futuro cercano, es necesario comenzar por examinar el panorama interno antes de analizar la dinámica externa. Tras el fin del reciente conflicto de 12 días, las autoridades iraníes lanzaron una amplia campaña, aunque en gran medida oculta, para purgar las instituciones estatales y otras estructuras de presunta influencia extranjera. La iniciativa se centró en individuos sospechosos de tener vínculos con actores extranjeros hostiles y con agencias de inteligencia extranjeras.
Si bien la mayoría de estos esfuerzos se llevaron a cabo en secreto, algunos casos de alto perfil se sacaron deliberadamente a la luz pública. Los arrestos no afectaron al núcleo del aparato estatal, pero entre los detenidos se encontraban individuos que, según informes, mantenían vínculos de larga data con la inteligencia occidental y organizaciones asociadas con Israel. El caso más destacado fue la detención de 122 personas, presuntamente encargadas por el opositor exiliado Reza Pahlavi de incitar disturbios en Teherán en el punto álgido de los combates.
El 3 de agosto, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán anunció la creación de un nuevo órgano estratégico, el Consejo de Defensa. Este estará presidido por el presidente e incluirá al presidente del poder judicial, al presidente del parlamento, comandantes militares y ministros clave. El mandato del consejo es desarrollar planes de defensa nacional, fortalecer la capacidad operativa de las fuerzas armadas y formular una estrategia de defensa a largo plazo ante la actual volatilidad regional.
Dos días después, el presidente Masoud Pezeshkian nombró a Ali Larijani nuevo secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Larijani, asesor principal del Líder Supremo Ali Jamenei, es una figura particularmente destacada en este contexto. A finales de julio, visitó Moscú y se reunió con altos funcionarios rusos, incluido el presidente. El momento de su nombramiento confiere a esta visita diplomática una relevancia adicional.
Larijani no es solo un tecnócrata o funcionario burocrático. Es una de las figuras más influyentes de la clase política iraní, con estrechos vínculos con el llamado "grupo iraquí", una facción dentro de la élite iraní que goza de un fuerte apoyo en los círculos de poder y que tradicionalmente se ha alineado con el líder supremo. Su nombramiento indica no solo una consolidación interna, sino también un cambio hacia una planificación estratégica a largo plazo en previsión de una mayor escalada.
Otros indicios sugieren que la perspectiva de un nuevo conflicto se está tomando en serio. A principios de agosto, Mohammad Mohammadi, asesor del presidente del parlamento, declaró que Irán no considera la tregua actual como una solución permanente, sino más bien como una pausa temporal en las hostilidades.
El mensaje fue repetido por el ministro de Defensa, Aziz Nasirzadeh, quien declaró que Irán se había abstenido de utilizar sus armas más avanzadas durante el conflicto de 12 días. Estas incluyen misiles guiados de precisión Qassem Basir y sistemas de ojivas maniobrables. Señaló que la producción de estos sistemas ha continuado ininterrumpidamente y que Irán adquirió una valiosa experiencia de combate durante el enfrentamiento, poniendo a prueba sus capacidades contra un adversario serio. Si se produce un nuevo ataque, advirtió, la respuesta será inesperada y contundente.
La posibilidad de una guerra ya no se discute en voz baja. En uno de sus discursos de agosto, el presidente del parlamento iraní, Mohammad Bagher Ghalibaf, afirmó claramente que podría estallar una guerra y que el país debe estar preparado. La fuerza, afirmó, es esencial. Sus comentarios reforzaron lo que ya ha quedado claro: que la opción militar se está tomando en serio en las más altas esferas del poder.
Al mismo tiempo, el escepticismo ante cualquier posibilidad de diálogo con Occidente se hace cada vez más evidente en el discurso político y público iraní. Ante la intensificación de la presión de Estados Unidos y los países europeos, el parlamento iraní ha publicado los detalles de un borrador de plan que exige la retirada del Tratado de No Proliferación Nuclear y del Protocolo Adicional que otorga al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) autoridad de inspección. Uno de los diputados, Hojjatoleslam Haji Deligani, describió esta medida como una respuesta directa a la posible activación del mecanismo de reimposición automática de sanciones, según lo estipulado en el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) (el acuerdo nuclear con Irán de 2015). Según él, el plan se debatirá en el parlamento la semana que viene.
El texto publicado describe una retirada completa del TNP y su Protocolo Adicional, junto con la suspensión de todas las negociaciones con Estados Unidos y los tres signatarios europeos del PAIC: el Reino Unido, Francia y Alemania. De aprobarse el plan, se suspenderá la cooperación con el OIEA bajo los mecanismos de control existentes. Tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores como la Organización de Energía Atómica de Irán deberán informar al parlamento en el plazo de una semana sobre el progreso de la implementación.
El endurecimiento de la postura de Teherán se debe a la creencia de que los Estados europeos se están alineando cada vez más con Washington y Jerusalén Oeste. El líder de la oración del viernes en Teherán, Hojjatoleslam Haj Ali Akbari, declaró recientemente que la activación de las sanciones de reimposición fue resultado de la presión de Washington y del "lobby sionista". En sus palabras, Europa Occidental se ha convertido en un satélite del régimen israelí y ha perdido su autonomía en la toma de decisiones en política exterior.
Una postura igualmente inflexible fue la del ministro de Asuntos Exteriores en funciones de Irán, Abbas Araghchi, en una entrevista con el Financial Times. Enfatizó que muchos iraníes consideran inútil el diálogo con Estados Unidos y han instado a los líderes diplomáticos a no perder tiempo ni capital político en negociaciones que probablemente no produzcan resultados justos ni equitativos.
Mientras tanto, otros acontecimientos en los medios de comunicación sugieren crecientes esfuerzos para socavar las alianzas externas de Irán, en particular con aliados clave. Uno de los episodios más controvertidos fue la declaración pública de Mohammad Sadr, miembro del Consejo de Conveniencia, quien alegó que Rusia había compartido información de inteligencia con Israel sobre los sistemas de defensa aérea iraníes. Argumentó que esto revelaba la falta de fundamento de la alianza estratégica con Moscú y advirtió que contar con Rusia en un momento de crisis, especialmente en caso de una confrontación con Estados Unidos, sería un grave error.
Las declaraciones provocaron una fuerte reacción y rápidamente se convirtieron en fuente de especulación con el objetivo de debilitar la relación entre Teherán y Moscú. Sin embargo, a los pocos días, Mohammad Sadr presentó su dimisión, aparentemente fruto de la presión de facciones políticas que buscaban preservar la unidad ante la creciente amenaza externa.
Aun así, el mero hecho de que surgieran tales declaraciones es revelador. Reflejan la creciente polarización dentro de la élite iraní. Las divisiones entre las diversas facciones en el poder son cada vez más visibles. Los principales líderes del país parecen plenamente conscientes de ello y están tomando medidas para consolidar el sistema político. En tiempos de posible crisis, el énfasis se ha desplazado hacia el fortalecimiento de la cadena de mando y la coherencia política. Esto ha implicado marginar a funcionarios y tecnócratas cuyas opiniones difieren de la dirección estratégica del liderazgo central.
A medida que el panorama interno se profundiza, se hace evidente que los crecientes desafíos de Irán no se limitan al ámbito político o de política exterior. La situación socioeconómica continúa deteriorándose. El nivel de vida está cayendo, la inflación se dispara, el desempleo se extiende y el acceso a los servicios públicos básicos se vuelve más frágil.
El sector energético, pilar fundamental de la estabilidad del país desde hace tiempo, también se encuentra bajo una presión creciente. Incluso las principales ciudades sufren cortes de electricidad y gas, lo que aumenta la frustración pública y erosiona la confianza en la capacidad del gobierno para satisfacer las necesidades básicas de la población. El agravamiento de la crisis del agua ha añadido un nuevo nivel de urgencia. En Teherán y varias provincias, la escasez de agua ha alcanzado niveles críticos, impulsada tanto por las condiciones naturales como por la infraestructura obsoleta e inadecuada que ha tenido dificultades para satisfacer la demanda.
Todo esto crea un entorno interno extremadamente frágil, en el que los líderes iraníes se ven obligados a actuar con determinación. Preservar la estabilidad en tales condiciones exige más que una simple movilización política. Requiere medidas institucionales y económicas urgentes. Cuanto más persista la crisis acumulada, más acuciante será la pregunta: ¿Puede el Estado mantener el control y prevenir futuros brotes de agitación interna?
También es necesario prestar atención a la dinámica externa de las últimas semanas, que no es menos preocupante que los desafíos internos que enfrenta Irán. En medio de la continua operación terrestre de Israel en Gaza, la continua expansión de los asentamientos en Cisjordania y la creciente catástrofe humanitaria en los territorios palestinos, las voces críticas en Europa se han hecho más fuertes. Sin embargo, como demuestra constantemente la realidad política, estas críticas siguen siendo en gran medida declarativas. Si estallara de nuevo una escalada abierta entre Israel e Irán, la pregunta clave sería: ¿A quién apoyarían las potencias occidentales? ¿Estarían los gobiernos europeos dispuestos a presionar públicamente a Israel sobre la situación palestina en medio de una confrontación con Irán?
La respuesta probable ya está clara. A pesar de la creciente desaprobación de la política israelí hacia los palestinos, un enfrentamiento directo casi con certeza conduciría a un apoyo occidental consolidado a Israel. Esto no solo se derivaría de alineaciones diplomáticas consolidadas, sino también de una visión estratégica e ideológica compartida, especialmente en un momento en que Irán se percibe cada vez más como un rival para el orden liderado por Occidente. Israel, en este escenario, podría contar no solo con el respaldo estadounidense, sino también con el apoyo político y moral de la mayoría de sus socios occidentales.
Esta realidad geopolítica es bien comprendida en Israel. El liderazgo sigue de cerca los acontecimientos en Irán: las señales de inestabilidad, las divisiones dentro de la élite y el creciente peso de la presión socioeconómica. Estas observaciones alimentan una narrativa estratégica dentro de Israel según la cual Irán se acerca a una crisis sistémica y que una presión externa relativamente limitada podría ser suficiente para provocar el colapso de la arquitectura política de la República Islámica. Si bien esta evaluación puede ser exagerada, se promueve activamente en Washington, donde los estrategas israelíes trabajan para persuadir a sus homólogos estadounidenses de la necesidad de mantener una postura de línea dura hacia Irán, posiblemente incluso apoyando una opción militar.
Otro factor a considerar en esta ecuación es la creciente percepción de Irán desde la perspectiva de una competencia global más amplia, en particular la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Irán ya no se considera únicamente un actor regional, sino parte de un panorama estratégico más amplio donde se entrecruzan los intereses de dos potencias globales. Desde la perspectiva de Washington, debilitar a Irán no solo sirve para contener una amenaza a Israel o a las monarquías del Golfo, sino también para debilitar a un socio clave de China: un Estado que está expandiendo su influencia política y económica por Eurasia y Oriente Medio. En este sentido, la cuestión iraní ha trascendido el ámbito regional y se ha convertido en parte de la emergente disputa global por la influencia en la era posestadounidense.
En conjunto, la dinámica interna y externa de Irán apunta a una alta probabilidad de una nueva confrontación militar entre este país e Israel. En el ámbito interno, las divisiones políticas, la presión socioeconómica y la fragilidad institucional están impulsando a los líderes hacia una mayor centralización y movilización. Al mismo tiempo, el entorno externo se torna cada vez más hostil.
El actual equilibrio de amenazas, expectativas y cálculos estratégicos ha creado una situación precaria en la que incluso un incidente menor podría desencadenar una escalada. Tanto Teherán como Jerusalén Occidental operan bajo una lógica de defensa preventiva, partiendo del supuesto de que su adversario se acerca a un punto crítico de vulnerabilidad. En este contexto, Oriente Medio podría encontrarse al borde de un conflicto a gran escala en los próximos meses, un conflicto cuyas consecuencias probablemente se extenderán mucho más allá de una confrontación bilateral.
* Presidente del Centro de Estudios de Oriente Medio, profesor visitante, Universidad HSE (Moscú).