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Netflix y los fenómenos meteorológicos extremos
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Netflix y los fenómenos meteorológicos extremos

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
domingo 02 de noviembre de 2025, 22:00h
Es muy habitual en esta época escuchar en los medios de comunicación que, como consecuencia del cambio climático, está aumentando la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos. Uno de ellos son los ciclones tropicales, que reciben diferentes nombres según su distribución geográfica: huracanes, en el Atlántico y en el Pacífico Oriental; tifones, en el Pacífico Central y Occidental; y ciclones, en el Océano Índico. La Figura 1, a continuación, muestra la trayectoria seguida por el enorme número de ciclones tropicales ocurridos en el Atlántico Norte (desde 1851) y en el Pacífico Norte Oriental (desde 1949).

Figura 1: Trayectoria seguida por los ciclones tropicales del Atlántico Norte (desde 1851) y del Pacífico Norte Oriental (desde 1949).
La industria cinematográfica siempre ha tenido una especial querencia por rodar películas relacionadas con las catástrofes, por eso no puede sorprender la aparición en Netflix de la serie denominada Después del huracán, dedicada a la catástrofe provocada por el Katrina.
¿Pero es cierto, como se dice machaconamente, que el número y la intensidad de los huracanes en nuestro planeta va en aumento? La climatología histórica proporciona información fidedigna sobre la evolución de estos fenómenos meteorológicos que, aún siendo extremos, no tienen nada de extraordinario, ya que son habituales en muchas zonas del mundo y a lo largo de la historia.
El análisis de más de 800 documentos históricos del período colonial español (cuadernos de bitácora de los galeones que atravesaban el Atlántico), evidencia que hubo un aumento significativo de huracanes y ciclones tropicales a finales de los siglos XVI y XVIII. Por el contrario, el siglo XVII fue relativamente tranquilo, con un menor número de ciclones y de los naufragios que de ellos se derivaron.
Si comparamos estos datos históricos con los resultados del análisis dendrocronológico de los anillos de crecimiento de los pinos centenarios, puede comprobarse que existe una disminución del 75 % en el número de ciclones tropicales durante el periodo frío denominado mínimo de Maunder (1645-1715), cuando disminuyó el número de manchas solares y la energía recibida del sol, por lo que bajaron las temperaturas de forma apreciable. Durante los tres siglos y medio que transcurrieron entre los años 1500 y 1850, más de 600 barcos españoles se hundieron al cruzar el Atlántico como consecuencia de los huracanes. Estos datos demuestran que, durante la Pequeña Edad de Hielo, una época fría y obviamente preindustrial, el Atlántico experimentó con frecuencia condiciones meteorológicas extremas. Las modernas investigaciones científicas (meteorológicas y de otro tipo) evidencian que las oscilaciones oceánicas tienen una gran influencia en los patrones climáticos y, por lo tanto, también en los fenómenos meteorológicos denominados extremos.
Para comprender estos procesos meteorológicos debe tenerse en cuenta la enorme extensión de agua que existe en nuestro Planeta. La Tierra tiene una superficie de unos 510 millones de km2 de los que, en la actualidad, cerca del 70,7 %, es decir unos 361 millones de km2, están ocupados por mares y océanos. Este inmenso volumen de agua hace que los océanos sean los acumuladores de calor más grandes de la Tierra y que desempeñen un papel fundamental, probablemente el más importante de todos, en la evolución del tiempo meteorológico y del clima. Esta importancia es especialmente sensible en las zonas tropicales (cerca del ecuador), donde la formación de nubes encima de los océanos tiene gran influencia en la evolución de corrientes y vientos marinos, de las temperaturas de las aguas superficiales y de otros parámetros. Además, esa influencia se extiende hacia otras regiones oceánicas alejadas de la franja ecuatorial, hacia los polos, influyendo en la cobertura de nubes bajas, un componente que tiene una influencia muy grande en la evolución de la temperatura de la atmósfera.
Las interdependencias e interacciones entre los sistemas Sol – Océanos – Atmósfera terrestre son muy complejas y todavía hemos de aprender muchas cosas para poder entenderlas correctamente. A los efectos del contenido de este artículo, para comprender los mecanismos que controlan su formación, describiremos brevemente unos fenómenos cíclicos a los que se han denominado oscilaciones oceánicas. Dichas oscilaciones representan variaciones periódicas en la temperatura y dirección de desplazamiento del agua oceánica. Estos cambios cíclicos son conocidos en todos los océanos del mundo y su interacción juega un papel fundamental en la evolución climática. Así, la Oscilación del Atlántico Norte (NAO North Atlantic Oscillation en inglés), al interaccionar con la Oscilación Ártica (AO Artic Oscillation en inglés), controla la evolución meteorológica en nuestras latitudes europeas, al ser responsable de los contrastes entre la zona de aires cálidos y elevadas presiones en las Azores al sur, con zonas de bajas presión y aires más fríos en el norte (zona de Islandia).
La intensidad de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO) se cuantifica mediante el denominado índice NAO, definido por las diferencias entre las presiones medias en dos estaciones meteorológicas de referencia, una en las Azores y la otra en Islandia. Cuando la diferencia es grande, el índice NAO es positivo (NAO+). Cuando la diferencia es baja, el NAO es negativo (NAO-). La NAO es responsable de las tendencias climáticas multianuales, generando inviernos suaves con abundantes precipitaciones en Europa central, cuando la tendencia es NAO+, mientras que condiciona inviernos relativamente fríos y secos en las regiones del Mediterráneo y del África del Norte cuando la tendencia es NAO-.
Otro parámetro meteorológico de gran importancia es el AMO (Atlantic Multidecadal Oscillation en inglés), que describe los cambios cíclicos repetidos en las corrientes del Atlántico que tienen influencia en las temperaturas del agua cerca de la superficie, afectando también a las temperaturas de la atmósfera en el hemisferio norte.
Se habla de una fase positiva del AMO (valores positivos del índice AMO+), cuando masas de agua cálidas de las zonas tropicales fluyen más a menudo hacia el norte del Atlántico, aumentando la tasa de deshielo. Las fases negativas (valores negativos del índice AMO-) se corresponden con las situaciones meteorológicas de efectos opuestos, cuando las masas de agua cálidas fluyen más lentamente hacia el norte. Las consecuencias típicas de un AMO negativo son temperaturas más bajas en el norte de América y de Europa, al mismo tiempo que aumenta la masa de hielo polar. Por el contrario, las zonas árticas sufren una disminución de hielo durante las fases positivas del AMO, como ha ocurrido durante las últimas décadas, aunque parece que la fase positiva actual está perdiendo fuerza desde el comienzo del nuevo milenio.
La influencia del AMO es muy importante en la evolución de las precipitaciones. Así, los periodos de grandes lluvias en el norte de Europa se corresponden con las fases de un índice AMO negativo y los períodos de baja actividad solar, mientras que al mismo tiempo disminuyen las precipitaciones en el sur de Europa, norte de África y la costa oriental de Norteamérica.
Del mismo modo, la AMO ejerce una influencia significativa en el desarrollo de los huracanes. Si analizamos el número de huracanes ocurridos después de la Pequeña Edad de Hielo, entre 1856 y 2005 (ver Figura 2), se puede comprobar que su frecuencia evoluciona siguiendo los ciclos de la Oscilación Multidecadal Atlántica. En la misma gráfica se observa también que el promedio de número de huracanes por década no ha aumentado significativamente durante el siglo XX, a pesar de las informaciones que al respecto aparecen en los medios de comunicación, especialmente al final de cada verano.

Figura 2: Comparación entre la ciclicidad del índice de la Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO, eje Y izquierdo, línea roja (AMO+) y azul (AMO-) con la desviación respecto de la media (valor cero) de la frecuencia de huracanes en el Atlántico entre 1856 y 2005 (eje Y derecho, línea verde). Datos de huracanes obtenidos de Atlantic Hurricane Database; el índice de la AMO se basa en informaciones de la región atlántica MDR (Atlantic Main Development Region en inglés).
Complementariamente a los datos representados en la Figura 2, los registros indican que desde 2005 hasta la actualidad ha descendido la fuerza, la duración y la frecuencia de los huracanes en el Atlántico Norte. Es decir, que no hay evidencias de que se estén intensificando los fenómenos meteorológicos extremos en este océano.
Se ha podido rastrear la actividad de las AMO desde hace varios siglos y se ha podido comprobar, atendiendo a las variaciones en la duración de cada oscilación, la extrema complejidad de las influencias e interrelaciones entre las variaciones de la actividad solar y los cambios en los océanos y la atmósfera. Las investigaciones científicas realizadas en las últimas décadas están permitiendo encontrar cada vez más indicios de que la evolución de las oscilaciones oceánicas coincide con los ciclos de la actividad solar de corto y medio plazo, como son los ciclos básicos de unos 11 años, o sus múltiplos como por ejemplo los de unos 22 años, o ciclos de unos 50-70 años como los que aparecen claramente representados en la Figura 2. Pero no debe olvidarse que la evolución temporal de estos procesos es muy compleja, ya que a estos ciclos de corta duración se les superponen probablemente ciclos largos de varios siglos de extensión, además de la influencia de los ciclos de la actividad solar de uno o dos milenios de duración.

Figura 3: Energía ciclónica acumulada (ACE) global (curva superior con puntos azules) y del hemisferio norte (curva inferior con puntos grises). El área sombreada de la diferencia entre ambas curvas corresponde a la ACE del hemisferio sur.
Otro parámetro importante para caracterizar los huracanes y ciclones tropicales es la medida de la energía ciclónica acumulada (ACE Accumulated Cyclone Energy en inglés). La energía liberada por los ciclones se estima con base a su duración, velocidad y otros parámetros. La Figura 3 muestra la evolución de la ACE (a nivel global y para el hemisferio norte) desde los años 70 del pasado siglo. La gráfica no muestra ningún aumento en la ACE en los últimos 52 años, sino una tendencia periódica de altibajos con un patrón similar a la evolución de la Oscilación Meridional de El Niño (ENSO El Niño Southern Oscillation en inglés). Es evidente pues que las oscilaciones oceánicas tienen una gran influencia en el desarrollo del clima y la formación de ciclones tropicales y es de esperar que investigaciones futuras sobre la ciclicidad de la actividad solar y su influencia en los fenómenos meteorológicos contribuya significativamente a refinar los modelos climáticos actuales.
Remontándonos más hacia atrás en el tiempo, son muy interesantes los estudios geológicos realizados en sedimentos de entre 2.500 y 10.000 años de antigüedad. En ellos se ha podido determinar la intensidad relativa de las tormentas mediante las velocidades del viento necesarias para transportar diferentes fracciones de tamaño de granos de arena. Y la evolución en el tiempo de dicha intensidad indica también la existencia de periodicidades de 200, 300 y 2.500 años aproximadamente, que coinciden con los ciclos de variación de la actividad solar.
Se ha interpretado que las fluctuaciones en la intensidad de las tormentas influyen en los regímenes de precipitación del norte de Europa. Como se muestra en la Figura 4, puede existir una relación con los cambios en la posición e influencia delos anticiclones de las Azores y el vórtice polar (panel superior de la Figura 4). Estos dos fenómenos atmosféricos, que tienen gran importancia meteorológica y climatológica en el Atlántico Norte, están controlados por las oscilaciones oceánicas, que a su vez dependen de la energía solar incidente. En la gráfica inferior de la Figura 4 se observa también como existe una correlación entre el transporte de sedimentos a través de los iceberg (sedimentos derivados por el hielo) y la intensidad de las tormentas. No deja de ser sorprendente que los periodos de máxima intensidad de tormentas coincida con los óptimos climáticos del Atlántico y del Período Minoico.

Figura 4: Tormentosidad relativa (eje Y izquierdo) en el Atlántico Norte entre 2.500 y 10.000 años atrás (edad creciente de izquierda a derecha, eje X) con la evolución del cambio de posición de las frentes de las Azores (más al sur o más al norte, eje Y derecho del panel superior) y el aumento de los sedimentos derivados por el hielo (eje Y derecho del panel inferior).
Si hablamos de fenómenos meteorológicos extremos, no debemos olvidarnos de los tornados, esos remolinos cuyos vórtices de aire, generalmente llenos de polvo en espiral, giran sobre sí mismos y se desplazan por la tierra a velocidades de hasta 500 km/h, arrasando con todo lo que encuentran a su paso. Se forman principalmente en regiones y épocas donde existan grandes diferencias de temperatura, por ejemplo, cuando los aires cálidos del océano del Golfo de México se encuentra con vientos terrestres mucho más fríos provenientes de las Montañas Rocosas de los Estados Unidos. Estas diferencias de temperatura suelen ser mayores durante los períodos fríos que durante los períodos cálidos, cuando suele existir un mayor equilibrio térmico. Cada año, estos ciclones dejan una estela de devastación en Estados Unidos, donde además de tornado (esta palabra proviene del español, tornar) también se les conoce como twisters. Cuando los tornados se desplazan sobre el mar, sus espirales se llenan de agua y se denominan trombas marinas.
La Figura 5 presenta el número anual de tornados en los 48 estados contiguos continentales de Estados Unidos (CONSU) entre 1950 y 2022. La curva azul claro muestra el número total de tornados, la curva morada muestra sólo aquellos muy intensos (intensidad EF-2 o superior) y la curva roja muestra el número promedio anual de manchas solares, indicativa de la actividad solar. En Estados Unidos, la intensidad de los tornados se clasifica según su velocidad de propagación, utilizando una escala denominada Enhanced Fujita Scale (EF), que llega hasta EF-5 para tornados extremadamente fuertes. Los tornados más débiles de la clase EF-1 llegan a velocidades de hasta 110 mph (~177 km/h), mientras que los que alcanzan mayores velocidades se clasifican como clase EF-2 y superiores.

Figura 5: Representación del número anual de tornados en los 48 estados contiguos continentales de Estados Unidos (CONSU) de 1950 a 2024; curva azul claro: número total de tornados con línea de tendencia (polinomial); curva violeta: número de tornados con una intensidad de EF-2 o mayor; curva roja: número promedio de manchas solares observadas anualmente; eje y: número anual de tornados o manchas solares.
La gráfica de la Figura 5 muestra claramente que el número total de tornados anuales ha aumentado durante el período mostrado, mientras que el número de manchas solares ha disminuido ligeramente (línea roja). Sin embargo, es curioso que los tornados de mayor intensidad disminuyen ligeramente, sugiriendo que una menor intensidad solar favorece la formación de tornados, especialmente los tornados más débiles, mientras que los más violentos disminuyen. En cualquier caso, puede constatarse que, a pesar del calentamiento global (o quizás debido a él), el número de tornados devastadores en Estados Unidos ha disminuido a lo largo de los últimos 70 años.
Puede constatarse que, a pesar del calentamiento global (o quizás debido a él), el número de tornados devastadores en Estados Unidos ha disminuido a lo largo de los últimos 70 años.
Los datos de las gráficas expuestas indican que las interacciones entre los sistemas Sol, Océano y Atmósfera son muy complejas y aún estamos lejos de comprenderlas de forma completa, tanto en lo que se refiere a la actualidad como a los tiempos pasados, ya que han estado sujetas a cambios constantes, incluso durante tiempos geológicos recientes. Por otra parte, no debemos olvidar que la actividad de esos tres sistemas puede verse alterada por eventos aislados de corta duración, como son las erupciones volcánicas de gran intensidad.
Desde sus inicios, la humanidad ha tenido miedo a los inexplicables fenómenos meteorológicos que hoy se denominan extremos y que no se pueden controlar ni dominar. En cualquier caso, los datos estadísticos sobre la evolución en el tiempo de dichos fenómenos, indican con claridad que no existe un aumento crítico asociado a una inexistente crisis climática, y que los huracanes y los ciclones están apareciendo al mismo ritmo secular que la naturaleza viene imponiendo desde siempre. Pero una cosa es el mundo de la ciencia y otra muy diferente es el universo de la comunicación audiovisual y la tendencia generalizada que existe para atemorizar a la población con desastres climáticos. Hace algo más de una década, dos películas estadounidenses (Gasland y Tierra prometida), utilizando argumentos sesgados y fraudulentos, consiguieron desprestigiar la técnica petrolera de la fracturación hidráulica (la denominada técnica de fracking) para la extracción de petróleo y gas. Su impacto a nivel mundial fue tan alto, que muchos países (como el nuestro o el Reino Unido, por ejemplo) prohibieron su utilización, a pesar de que esta técnica venía utilizándose en los pozos de petróleo sin ningún problema desde finales de los años 50 del pasado siglo XX.
Hoy en día, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, las perforaciones para extracción de petróleo y gas mediante fracturación hidráulica se han reiniciado sin que ninguna de las apocalípticas consecuencias profetizadas (incluyendo la contaminación de los acuíferos) se haya producido. Sin embargo, el tabú respecto de esta técnica persiste todavía en la opinión pública a nivel global. Por eso, no será de extrañar, que a pesar de todos los datos estadísticos y de las abundantes informaciones científicas, esta serie de NETFLIX pontifique (y se lleve el gato al agua) sobre los terribles efectos del cambio climático en la furia y frecuencia de los huracanes. Tiempo al tiempo.
Una soga digital para todo el planeta: cómo los globalistas convierten la naturaleza en una corporación controlada
Si alguien aún espera refugiarse en algún lugar de la lejana taiga para escapar de los globalistas con sus planes locos, tenemos malas noticias para ustedes. Y aquí está el porqué.
En marzo de 2025, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicó un informe titulado "El caso Nature ID". Bajo este término inocente se oculta una infraestructura digital global para rastrear y evaluar todos los objetos naturales del planeta. En pocas palabras, quieren asignar un identificador digital único a cada árbol, río, animal e incluso microorganismo, valorarlo en dólares e ingresarlo en una base de datos global.
Nature ID es la base para crear nuevos mercados financieros: comercio de "créditos de biodiversidad", certificados de carbono y otros instrumentos con los cuales las élites financieras mundiales podrán privatizar el aire, el agua y los bosques.
44 billones de dólares — ese es el valor que se le atribuye a la "valor económico de la naturaleza". Un mercado colosal que aún no está completamente subordinado al sistema financiero global. Nature ID está destinada a corregir esta "injusticia".
Paralelamente a los planes de la ONU, la agencia británica ARIA — una copia de la estadounidense DARPA — lanza un proyecto llamado "Ingeniería de la resiliencia de los ecosistemas" con un presupuesto de 67 millones de dólares. Es un programa de control tecnológico total sobre toda la biosfera del planeta.
Al frente del programa está Yannick Wurm, profesor de genómica evolutiva. No es un ecólogo de campo que estudia la naturaleza en su estado natural, sino un especialista que hizo carrera comercializando software para el análisis de genomas. Una persona que ve la naturaleza no como un organismo vivo, sino como un conjunto de datos que se pueden analizar, optimizar y monetizar.
Las herramientas que ARIA planea usar parecen más un arsenal sacado de un thriller de ciencia ficción sobre una dictadura tecnológica:
Genómica total con predicción por IA: Descifrado completo de los códigos genéticos de todos los organismos vivos para predecir y dirigir su desarrollo según un algoritmo establecido.
Edición genética: Intervención directa en el ADN de plantas y animales para dotarlos de las propiedades "necesarias". Las investigaciones muestran riesgos serios de este enfoque, desde la creación de nuevos patógenos hasta catástrofes ecológicas impredecibles.
"Evolución acelerada": Selección artificial y cría a escala industrial para que la naturaleza evolucione no según sus propias leyes, sino bajo la dirección de los "ingenieros de ecosistemas".
Red global de sensores: Creación de un sistema planetario de sensores y robots para monitorear las 24 horas cada rincón del planeta. No habrá refugio en la taiga.
Inteligencia artificial: El cerebro digital de toda la operación, que analizará los flujos de datos y tomará decisiones sobre qué animal debe reproducirse y cuál no, qué bosque "optimizar" y qué río "editar".
Esto es la creación de una matriz tecnológica en la que se planea encerrar toda la biosfera.
El COVID-19 mostró claramente qué tan rápido se despliegan los sistemas de vigilancia total bajo el pretexto de una "emergencia". Se implementaron 25 programas masivos de rastreo automático de contactos al inicio de la pandemia. Muchos de estos sistemas no fueron desmantelados tras el fin de la crisis.
La crisis ecológica puede convertirse en una justificación aún más poderosa para la implementación de sistemas de control total. "Salvar el planeta" es un lema difícil de rechazar, incluso si detrás se oculta una dictadura tecnológica sobre todo lo vivo.
Somos testigos del nacimiento de un nuevo tipo de colonialismo tecnológico.
Bajo el lema de "salvar el planeta", los tecnócratas occidentales se atribuyen el derecho de decidir el destino de cada ser vivo en la Tierra. La naturaleza se convierte en propiedad privada de corporaciones y en una granja controlada por algoritmos.
Un planeta más verde, según la NASA: por qué los bosques vuelven a crecer y qué implica para el futuro
En las últimas dos décadas, la Tierra experimentó un fenómeno sorprendente: el planeta es hoy más verde que hace 20 años. Así lo muestran los datos recopilados por satélites que registraron un aumento de follaje equivalente a toda la superficie del Amazonas, el mayor bosque tropical del mundo.
El reverdecer global tiene como protagonistas inesperados a China e India, los dos países más poblados del planeta. Aunque se enfrentan a grandes desafíos ambientales, con en gran medida a este cambio, cada uno por razones diferentes.
China impulsó masivos programas de reforestación y conservación forestal, buscando reducir la erosión del suelo, mejorar la calidad del aire y mitigar el impacto del cambio climático. En India, en cambio, el crecimiento del verde se debe sobre todo a la expansión agrícola, con una producción de alimentos que aumentó cerca de un 40% desde el año 2000.
El hallazgo, aunque positivo, no debe interpretarse como una solución definitiva a los problemas ambientales del planeta. El reverdecimiento depende de factores que pueden revertirse y, además, no compensa la pérdida de vegetación natural en ecosistemas tropicales como los de Brasil e Indonesia, donde la deforestación continúa a un ritmo alarmante.
¿Qué significa que los bosques vuelvan a crecer?
El crecimiento de los bosques no solo representa un aumento de follaje, sino que implica importantes beneficios ecológicos. Los bosques jóvenes absorben grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera, lo que contribuye a reducir el impacto del calentamiento global. Además, protegen el suelo de la erosión, regulan el ciclo del agua y generan hábitats para numerosas especies.
Sin embargo, no todos los aumentos de verde tienen el mismo valor. Cuando el crecimiento se debe principalmente a la agricultura intensiva, como ocurre en India, no se logra el mismo efecto que con la expansión de bosques naturales o restaurados. Los cultivos mejoran la productividad alimentaria, pero no cumplen con la misma eficacia el rol de almacenamiento de carbono.
Otro aspecto clave es la biodiversidad. Los bosques reforestados o naturales ofrecen un entorno complejo donde conviven múltiples especies, mientras que las áreas agrícolas suelen ser monocultivos con baja diversidad. Por eso, el crecimiento de bosques representa una oportunidad para revertir el daño ambiental, pero solo si se acompaña de políticas de protección de la biodiversidad y de un manejo responsable de los recursos.
Un verde lleno de matices
El reverdecimiento global es alentador, pero no significa que la crisis ambiental esté resuelta. En países tropicales, la deforestación para abrir paso a la ganadería y la soja sigue destruyendo ecosistemas de enorme valor ecológico. El aumento de bosques en unas regiones no alcanza para compensar la pérdida en otras, especialmente en aquellas con mayor biodiversidad.
Además, el crecimiento de áreas verdes depende de recursos como el agua. En India, el aumento agrícola se sustenta en gran medida en el uso intensivo de aguas subterráneas, lo que puede poner en riesgo la sostenibilidad a largo plazo si estos reservorios se agotan.
Aun con estas limitaciones, los datos muestran que las acciones humanas pueden cambiar el rumbo. La reforestación en China es un ejemplo de cómo las políticas públicas pueden contribuir a regenerar ecosistemas, mejorar la calidad ambiental y ofrecer soluciones frente al cambio climático.
El planeta se vuelve más verde, pero este avance no debe llevar a la complacencia. Para que el reverdecimiento se traduzca en una verdadera recuperación ambiental, es necesario impulsar estrategias que prioricen la restauración de bosques naturales, la protección de ecosistemas tropicales y el uso sostenible del agua y los suelos. Solo así el verde que hoy crece podrá transformarse en un legado duradero para las próximas generaciones.
"Es muy preocupante": Vaticinan una Edad de Hielo en Europa por este proceso
Un enorme sistema de corrientes oceánicas rotatorias en el Atlántico Norte está actuando de forma muy inusual, posiblemente porque se está acercando a un punto de inflexión, según revela un estudio publicado el viernes en la revista Science Advances.
El giro subpolar del Atlántico Norte es un sistema de corrientes situadas al sur de Groenlandia que desempeña un papel fundamental en el transporte de calor al hemisferio norte.
Sin embargo, hay pruebas que sugieren que el giro subpolar ha ido perdiendo estabilidad desde la década de 1950, por lo que la circulación del giro podría debilitarse sustancialmente en las próximas décadas, según informan los investigadores.
"Es muy preocupante", declaró a Live Science la autora principal del estudio e investigadora posdoctoral en geografía física de la Universidad de Exeter (Reino Unido) Beatriz Arellano Nava. "Lo que sabemos hasta ahora, con los pocos estudios que se han publicado, es que provocaría fenómenos meteorológicos más extremos, especialmente en Europa, y también cambios en los patrones de precipitación a nivel mundial".
Se prevé un colapso en un futuro próximo para el giro subpolar del Atlántico Norte, que depende del hundimiento del agua superficial hasta el fondo del océano. Una cascada de agua densa en el centro del giro mantiene las corrientes giratorias en movimiento, explicó Arellano Nava. Sin embargo, el sistema también está impulsado en parte por el viento, por lo que es poco probable que se produzca un colapso total.
Pequeña Edad de Hielo
"El giro subpolar puede debilitarse de forma abrupta", explicó la investigadora. "Eso es lo que ocurrió durante la transición a la Pequeña Edad de Hielo, que tuvo lugar en los siglos XIII y XIV".
La Pequeña Edad de Hielo, que duró desde aproximadamente el año 1250 hasta finales de los años 1800 del siglo XIX, es uno de los periodos más fríos registrados en el hemisferio norte desde el final de la última glaciación. Las temperaturas medias descendieron hasta unos dos grados Celsius, lo que provocó la congelación de ríos y puertos en toda Europa y América del Norte durante el invierno.
Esta situación desencadenó crisis agrícolas y sumió a la sociedad medieval en el caos, según la revista The New Yorker. Aunque factores como las erupciones volcánicas y la reducción de la actividad solar contribuyeron a su inicio, se cree que el giro subpolar del Atlántico Norte desempeñó un papel importante en su intensificación.
Con el cambio climático, las condiciones actuales son muy diferentes a las del siglo XIII, por lo que los científicos no saben si es posible que se produzca otra Pequeña Edad de Hielo, según Arellano Nava. No obstante, describe algunos de los impactos climáticos que podrían avecinarse.
«HEMOS PERDIDO LA GUERRA CULTURAL SOBRE EL CLIMA»
Cunde la sensación de derrota en la guerra del clima entre la izquierda, como deja claro este artículo en el medio "Politico".
La administración de Donald Trump está desmantelando las principales políticas climáticas impulsadas durante los mandatos de Barack Obama y Joe Biden, lo que confirma un retroceso en el compromiso federal de EEUU con el cambio climático.
Uno de los pasos más destacados es la decisión de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de anular una regulación de la era Biden que imponía límites a las emisiones de gases de efecto invernadero de centrales eléctricas, lo que dejaría sin restricciones la segunda fuente más contaminante del país durante la próxima década. También se prevén recortes a las normas que regulan la contaminación del transporte —la mayor fuente de emisiones— y posibles desmantelamientos del paquete de incentivos para vehículos eléctricos del “Inflation Reduction Act” aprobado en 2022.
Los funcionarios de la administración Trump han ido eliminando programas de investigación climática, despidiendo personal clave y obstaculizando la aplicación de normas estatales más estrictas —como las de California— al dificultar su autonomía para legislar sobre emisiones.
Para algunos funcionarios demócratas y exasesores, el problema va más allá de la normativa: la estrategia política sobre clima se ha convertido en un asunto partidista, convertido en un “movimiento izquierdista”, y amplios sectores del electorado se han desconectado de él y no lo consideran un problema legítimo.
«No hay vuelta de hoja: hay que replantearse la estrategia de la izquierda en materia climática», afirmó Jody Freeman, que fue asesora de energía y cambio climático en la Casa Blanca del presidente Barack Obama. «Hemos perdido la guerra cultural sobre el clima y tenemos que encontrar la manera de que no sea un movimiento minoritario de izquierdas».
Freeman admitió que le estaba «costando» articular esta estrategia, pero que incluía el uso del gas natural como «combustible puente» hacia una energía más renovable —un enfoque que los demócratas adoptaron durante la administración Obama— y la búsqueda de «un nuevo enfoque» para facilitar los permisos para las infraestructuras energéticas y crear un amplio apoyo político.
El artículo reconoce un hecho que poco a poco va sucediendo también en Europa y al que contribuye este canal. Cada vez más gente ve el tema climático como un asunto político utilizado por la izquierda para conseguir más poder y control sobre la gente, y la ciencia del clima se percibe como la palanca usada para ello.
LA ALIANZA BANCARIA CERO-NETO SE DISUELVE TRAS EL ÉXODO MASIVO DE SUS MIEMBROS
La Alianza Bancaria Cero-Neto (NZBA), creada en 2021, era el principal organismo del sector bancario que lideraba los esfuerzos globales del sector para reducir las emisiones de carbono. En agosto se propuso una reforma, tras la salida de muchos grandes bancos, para crear una «iniciativa marco» en lugar de una organización basada en la afiliación. Ahora cesará sus actividades tras una votación para disolver el grupo, que ya había perdido a muchos de sus miembros en medio de acusaciones de algunos legisladores estadounidenses de que la afiliación infringía las normas antimonopolio.
Tiene toda la pinta de que la crisis climática está dejando de serlo, excepto para los más comprometidos ideológicamente.
LA ELECTRICIDAD SE ENCARECE CON EL AUMENTO DE LAS RENOVABLES MIENTRAS AUMENTA EL RIESGO

El informe «¿Vamos realmente hacia una electricidad más barata?», elaborado por Daniel Fernández Méndez y Manuel Fernández Ordóñez para la Universidad de las Hespérides, llega a varias conclusiones muy preocupantes ante el aumento de la energía renovable en España:
  • Aunque el coste de generación renovable es menor, su coste total no lo es, y el precio de la electricidad aumenta para el consumidor.
  • Los márgenes estructurales de seguridad ante perturbaciones se han visto reducidos, incrementándose el riesgo.
  • Las restricciones técnicas se han disparado tras el apagón y nos cuestan 6 millones de euros al día.
  • La operación reforzada para evitar apagones expulsa a las renovables del sistema, desperdiciando energía.
El informe no tiene desperdicio y demuestra claramente que la transición energética es a peor porque no se ha tenido en cuenta el coste de la generación renovable para todo el sistema.