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Un JEME afecto a las “ocurrencias” de Rodríguez Zapatero
El 18 de julio de 2008, justo al cumplir los 60 años de edad, Fulgencio Coll fue designado Jefe de Estado Mayor del Ejército (JEME), momento en el que ascendió de forma preceptiva a General de Ejército. Con independencia de otros posibles méritos profesionales, su elevación política a tan emblemático cargo, que en el entorno militar oficialista se quiso justificar como un “premio a la experiencia”, fue no obstante entendida de forma generalizada entre sus compañeros de profesión como una compensación personal del presidente Rodríguez Zapatero a la colaboración que le prestó en dos misiones muy criticadas en el ámbito castrense y en las que él mismo se había comprometido de forma muy personal: la retirada de las tropas españolas desplegadas en Irak y la creación de la UME. Con independencia de que también valorase su futura fidelidad a ultranza.
El teniente general que removió los límites del silencio militar
El teniente general Mena alcanzó gran notoriedad pública a raíz del discurso que, en función de su cargo, pronunció el día 6 de enero de 2006 durante la celebración de la Pascua Militar, en el salón del Trono de la antigua Capitanía General de Sevilla. En aquel acto, y tras resumir las realizaciones y proyectos profesionalmente más relevantes en el ámbito de las Fuerzas Armadas, aludió a los “sentimientos, inquietudes y preocupaciones” de sus subordinados, con objeto de “transmitirlos, como es habitual, a la máxima autoridad de mi Ejército, y hacerlos públicos, por expreso deseo de aquellos”.
Un JEME sobrevenido por el “amiguismo” de Gutiérrez Mellado
(...) A pesar de las muchas notas hagiográficas publicadas sobre el general Gabeiras Montero, su comportamiento al frente del Estado Mayor del Ejército durante los sucesos del 23-F, no puede decirse que fuera del todo ejemplar. Incapaz de detectar el contubernio golpista gestado en la propia cúpula militar, o simplemente desinteresado en hacerlo, fue poco respetado por sus capitanes generales, que terminaron marginándole para ponerse a las órdenes directas del Rey. Ello con independencia del “resbalón” que protagonizo como miembro de la JUJEM, al suscribir, de forma sin duda bien intencionada, una precipitada asunción de “todos los poderes necesarios para cubrir el vacío de poder al estar retenido el Gobierno en el palacio del Congreso”, reconducida de inmediato y sin mayor problema a la autoridad civil de la “Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios” presidida por Francisco Laína, un gobierno interino formado entonces por indicación del rey Juan Carlos I con el fin de evitar un vacío de poder que hubiera podido facilitar la asonada militar...
Un militar del Opus Dei para la sanción controlada del 23-F
(...) tras el intento desestabilizador del 23-F, de esperpéntica similitud con el modelo “a la francesa” diseñado para instaurar la V República en el país vecino al amparo de la crisis franco-argelina, no fue menos sorprendente que un destacado miembro del Opus Dei, el propio Álvaro Lacalle, fuera también quien en enero de 1982 ocupara la presidencia de la Junta de Jefes de Estado Mayor (JUJEM), tomando posesión del cargo anexo como miembro nato del Consejo de Estado el 28 del mismo mes de enero. Durante su mandato como PREJUJEM desempeñó, entre otras responsabilidades, la de presidente del Comité Militar de la OTAN...
El militar-espía que burló el Estado de Derecho
(...) la puntual evidencia de los hechos le presentaban como el “cerebro” y máximo manipulador de la trama golpista del 23-F, activando y coordinando todos sus resortes. De hecho, controló, incluso, la carga política de las declaraciones realizadas por los agentes bajo su mando implicados en aquel suceso, como la del entonces capitán Francisco García-Almenta. Sobre éste, ya advirtió Ricardo de la Cierva (“El 23-F sin máscaras”, Editorial Fénix, 1998), que “actuó como testigo en favor de una discutible coartada de Cortina en el proceso”.
Un militar del Opus Dei ofuscado por la ambición golpista
(...) Pardo Zancada, hombre de fuertes convicciones religiosas y miembro del Opus Dei, al igual que el general Armada, alcanzó notoriedad pública por su implicación directa en el fallido golpe de Estado del 23-F. Durante su gestación ostentaba el empleo de comandante y se encontraba realizando el curso de Estados Mayores Conjuntos del CESEDEN, aunque destinado al mando de la II Sección del Estado Mayor de la División Acorazada “Brunete” nº 1, a las órdenes directas del coronel José Ignacio San Martín. De hecho, participó activamente tanto en las tareas previas planificadoras del suceso como en el desenlace final que tuvo en el Congreso de los Diputados.
(...) Tras mantener fuertes desavenencias con Gutiérrez Mellado, en aquel momento Vicepresidente Primero del Gobierno y Ministro de Defensa, el teniente general Vega Rodríguez presentó su dimisión como JEME el 17 de mayo de 1978, marcando distancias con la política gubernamental de nombramientos militares, en efecto poco respetuosa con las trayectorias profesionales de los miembros del generalato, y también con el recorte de las funciones de la JUJEM afloradas con el Real Decreto 836/1978 de Presidencia del Gobierno, de 27 de marzo, que desarrollaba el Real Decreto-Ley 11/1977 creador de aquel organismo...
El general que embridó la División Acorazada “Brunete” el 23-F
(...) Una vez consumado el asalto de Tejero al Congreso de los Diputados, el general Juste, aceptó con recelo los preparativos necesarios para que la DAC pudiera salir a tomar posiciones en la capital madrileña. Pero, no obstante, desconcertado ante el panorama de sublevación que le presentaban, con Milans del Bosch a punto de sacar los carros de combate a las calles de Valencia y el general Armada poco menos que coordinando desde La Zarzuela las operaciones golpistas, decidió llamar al secretario general de la Casa del Rey y preguntarle si el general Armada se encontraba con Su Majestad en las dependencias del palacete.
El general que vivió el 23-F desde la barrera de la ambigüedad
(...) En sus constantes esfuerzos exculpatorios, Aramburu advirtió por activa y por pasiva que, una vez conocido el asalto al Congreso de los Diputados, se presentó en el Hotel Palace “en veinte minutos”, haciéndose cargo del mando y dirección de los servicios montados por la Guardia Civil y la Policía para poner fin a aquella impresentable situación, por supuesto sin la menor eficacia, incluyendo su conminación a Tejero para que se rindiera (la respuesta fue “primero te mato y luego yo me pego un tiro”). Sin embargo, nadie cuestionó jamás lo vivido en primera persona por Fernando J. Muniesa y relatado en su libro “Los espías de madera” (Ediciones Foca, 1999):
De militar burócrata y complaciente a “estrella” socialista
(...) Por su parte, el ministro de Defensa del momento, José Bono, no dejó de airear como circunstancia “meritoria” en la biografía de Félix Sanz el haber sido hijo de un humilde número de la Guardia Civil, que ni siquiera pudo alcanzar el empleo de cabo. Quizás, y en ese mismo plano anecdótico, le faltó recordar también que durante su escolarización en Uclés había recibido clases de Historia del conocido columnista Raúl Del Pozo, por supuesto mucho antes de que éste ejerciera de redactor en la revista “Mundo Obrero” (1976-1981).…
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