Joakim Andersen
Es una tradición del 1 de mayo escribir un texto sobre el movimiento obrero y el socialismo que a menudo esté relacionado con Karl Marx y Friedrich Engels. El texto de este año tratará de las opiniones de estos dos caballeros barbudos sobre el llamado lumpenproletariado. En los primeros tiempos del movimiento obrero hubo un fuerte debate sobre el potencial revolucionario de esta clase social. El anarquista Bakunin se refirió a ellos como «la flor del proletariado», «la chusma que casi no había sido tocada por la civilización burguesa», y consideraba que su potencial revolucionario era gigantesco. Detrás de semejante valoración por parte de Bakunin se intuyen elementos de su propia psicología y personalidad, además de algunos aspectos que reaparecieron de forma trivializada en relación con la izquierda de 1968.
Frente a Bakunin, uno se siente tentado a añadir la figura de Karl Marx, a quien Bakunin describió como lo peor de ambos mundos, es decir, como judío y alemán. Aquí había un elemento de confusión conceptual, ya que Bakunin y Marx parecen haber estado hablando de grupos sociales diferentes cuando se referían al lumpenproletariado. En cualquier caso, para Marx el lumpenproletariado no era en absoluto una flor, sino una masa de desechos morales y socialmente degenerados. En su habitual lenguaje gótico, Marx dice en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que el lumpemproletariado estaba compuesto por «junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème».En este contexto, es interesante señalar la afinidad social y mental esbozada por Marx entre los “canallas” del lumpenproletariado y los “canallas” que Napoleón III y los capitalistas financieros, los parásitos, suelen tener los unos por los otros. Esto también debería ser relevante a la hora de analizar las clases medias altas y bajas del «Transferiat» y la alianza entre «brahmanes, helotas y dalits».
La definición de Marx del lumpenproletariado varía según el texto. A veces se refería a los restos de las clases precapitalistas, a veces a las clases moralmente inferiores de «criminales, vagabundos y prostitutas», a veces era un término colectivo para grupos fundamentalmente muy diferentes. Paradójicamente, compartía la opinión de la burguesía de que el lumpenproletariado era una clase peligrosa, classes dangereuses. Esto tiene que ver, en parte, con su antropología y la atención que en ella se presta a la capacidad de lucha disciplinada. También tiene que ver con sus ideas sobre la realidad material del lumpenproletariado, sus «condiciones de vida». Estaban acostumbrados a que las autoridades se ocuparan de ellos de una forma u otra. Por lo tanto, el lumpenproletariado podía a veces dejarse arrastrar por un movimiento revolucionario, pero también podía dejarse comprar por la reacción. También hay que mencionar aquí el conflicto latente entre la clase obrera y los numerosos desarrapados que la parasitaban de facto (véase la categoría de bandidos asociales de Hobsbawm).
Engels también trazó una clara línea divisoria entre la clase obrera y el lumpenproletariado y advirtió en contra de las alianzas con estos últimos. De hecho, escribió de una forma menos políticamente correcta que Marx que «el lumpemproletariado, esa escoria integrada por los elementos desmoralizados de todas las capas sociales y concentrada principalmente en las grandes ciudades, es el peor de los aliados posibles. Ese desecho es absolutamente venal y de lo más molesto. Cuando los obreros franceses escribían en los muros de las casas durante cada una de las revoluciones: «Mort aux voleurs!» ¡Muerte a los ladrones!, y en efecto fusilaban a más de uno, no lo hacían en un arrebato de entusiasmo por la propiedad, sino plenamente conscientes de que ante todo era preciso desembarazarse de esta banda».
Las advertencias de Marx y Engels fueron tomadas en serio durante mucho tiempo por el movimiento obrero, que a menudo llegó a esterilizarse antes que aliarse con el lumpenproletariado. Sin embargo, en relación con las tendencias de 1968, puede reconocerse un cambio, aunque la fascinación por los «elementos en descomposición» de diversa índole puede remontarse al menos a las vanguardias del periodo de entreguerras. Un exponente de la nueva visión del lumpenproletariado fue Herbert Marcuse y también Frantz Fanon (aunque la definición de este último del lumpenproletariado es más parecida a la de Bakunin).
Fanon es menos interesante aquí que Marcuse y la nueva izquierda con la que se le asocia; ya que la nueva izquierda esta compuesta por estratos que no son ellos mismos trabajadores y que no pueden distinguir entre «pobres» y «clase obrera». También se puede reconocer una tendencia a asociar los propios estratos psicológicos primitivos con estratos sociales supuestamente primitivos, sobre todo en el contexto de 1968. Al mismo tiempo, sin embargo, también hubo enfoques menos patológicos; Debord y Becker-Ho, por ejemplo, identificaron la vida precapitalista y los ideales guerreros con el «argot» (jerga).
Lo que prevaleció, sin embargo, era que las clases y los individuos con una psique desequilibrada idealizaban las clases sociales a las que atribuían esperanzas poco realistas. En nuestra época, esto se ha convertido en algo diferente del ingenuo «liberad a los presos, son como nosotros» de los años 70, porque ahora se ha añadido una dimensión étnica. La anémica burguesía romantiza y proyecta sus propios impulsos no sólo sobre pequeños grupos de vagabundos y «ladrones» locales, sino también sobre importantes sectores de las poblaciones que no tienen ascendencia europea. El lumpenproletariado de Marx se solapa hoy en gran medida con sus fuidhirs.
Podemos ver que la «izquierda» establecida le ha dado la vuelta a Marx. Se trata de clases medias, incluidos los burócratas, que rara vez son ellos mismos clase trabajadora y, por lo tanto, no pueden reconocer la diferencia entre «pobres» y «clase trabajadora». Al mismo tiempo, son las clases medias las que se encuentran en conflicto con la clase obrera nativa en el sentido más amplio, por lo que resulta tentador aliarse con sus otros rivales, tanto simbólicos como reales. Las tendencias psíquicas infantiles y primitivas que podemos reconocer en Marcuse siguen prevaleciendo en estas clases medias, lo que significa que se proyectan fácilmente sobre las clases etnosociales. En definitiva, se trata de un potente cóctel que, por un lado, baraja las cartas y defiende a los estratos del lumpenproletariado como «clase obrera» y, por el otro, silencia o legitima los comportamientos lumpenproletarios. Al mismo tiempo, la subclase indígena y sus problemas son invisibilizados; no encajan en las nuevas narrativas.
Para concluir, señalaremos que el término «lumpenproletariado» es en realidad un concepto del siglo XIX. Puede haber sido útil para captar las tendencias y los escollos del joven movimiento obrero, pero hoy la situación es muy diferente. Sin olvidar la «reacción» a la que Marx y Engels temían que se vendieran los lazzarones en lugar de defender violentamente el papado, la subclase etnificada de hoy cambia ciudadanías por votos con la socialdemocracia. El factor étnico, que aparece en Marx en diversos contextos como elemento primordial en relación con la clase, significa también que estamos ante un nuevo fenómeno. En cualquier caso, quienes lo deseen pueden recurrir a Marx y Engels para contrarrestar los recurrentes intentos de equiparar a la «clase obrera» con elementos puramente lumpenproletarios. Su perspectiva sigue siendo un punto de partida fructífero para comprender la relación entre la subclase etnificada y ciertas clases medias. Un complemento útil es la distinción que hace Evola entre dos tendencias antiburguesas. Una aspira a ser algo superior a lo burgués, la otra a ser algo inferior.