Laurent James
«Estamos cavando el foso de Babel» - Franz Kafka, Cahiers divers et feuilles volantes (Cuadernos diversos y hojas sueltas)
La asunción de Europa es una obra esencial de Raymond Abellio publicada en 1953. Se trata de un exhaustivo análisis estructural de la morfología histórica de Europa y de las razones de su transformación en Occidente. Abellio explica su visión de la ontogenia de las civilizaciones, señalando que es muy similar a la de los individuos. En ella identifica cinco momentos clave en la vida de una civilización: la concepción, el nacimiento, el bautismo, la comunión y la muerte, estableciendo así un verdadero simbolismo histórico de los sacramentos. Es de este modo que para Abellio la Europa cristiana fue concebida a través de Jesús: su germen es depositado en el seno materno. A través del nacimiento, el niño sale del vientre materno para entrar en el mundo, sin dejar de depender de su madre; para Abellio, se trata de la escolástica de Santo Tomás de Aquino, que pone toda su razón en la fe. El bautismo consagra el momento en que la persona ya no se contenta con ver el mundo, sino verse a sí misma. Renace adquiriendo conciencia de sí misma, viéndose por primera vez como sujeto en un mundo de objetos. Durante el Renacimiento, Galileo y Descartes pusieron toda su fe en la razón. En cuanto a la comunión, fue un momento en que la civilización cambió su relación con el mundo, que dejó de ser un mundo de objetos para convertirse en un mundo de sujetos. Y los súbditos se someten a sí mismos. En 1789 Europa ya no se veía a sí misma como la causa de sí misma, sino como la causa del universo. Ahora se llamaba a sí misma Occidente y se fundiría cada vez más con el mundo hasta que fue el mundo el que se volvió plenamente occidental. El agotamiento que sigue a esta efusión indefinida conduce lógicamente a la muerte. Y eso es lo que está ocurriendo hoy.
Sin embargo, esta ley de los ciclos muestra la cualidad de la incompletud indefinida de este proceso, ya que cada etapa histórica de una civilización repercute indefinidamente en todas las demás. Por ejemplo: “El bautismo de Europa fue la concepción de América”; y, mucho más tarde: “La guerra de 1941-1945 marcó para América el momento de su Renacimiento”. Al otro lado del planeta, el supuesto estancamiento de la civilización china, por ejemplo, que Guillaume Faye denigró en su día para poner de relieve la supuesta superioridad de la civilización occidental, no es más que un signo de que sus tres primeros sacramentos han durado mucho más que los de las civilizaciones bajo el signo del cristianismo.
Y es muy probable que China esté cruzando ahora el umbral de su propia comunión con el mundo, que sólo puede conducir a la sustitución de Occidente por la completa chinificación del mundo, un proceso para el que acabaremos encontrando un nombre más evocador, y también más preciso, Porque a diferencia del proceso de occidentalización del mundo, que se inició cuando Cristóbal Colón transgredió el nec plus ultra, adoptando la forma de una exportación – inevitablemente defectuosa – de los aspectos más formales y externos de la religión cristiana, la chinificación actual del mundo no implica en absoluto el deseo de imponer a Lao Tse, Confucio y menos aún a Buda. China lo absorbe todo y no rechaza nada.
Si bien es la geopolítica la que debería prevalecer sobre las ideologías, es la tecnocracia la que hoy prevalece sobre la geopolítica, persiguiendo su tarea de establecer su poder total, burlándose de las guerras intracontinentales y de cualquier multipolaridad, efectiva o no. En otras palabras, el poder absoluto de las tinieblas del no-ser ya no prevé ningún choque de civilizaciones, sino la nivelación de las civilizaciones y su reabsorción en una fachada nihilista de armonía. La recuperación económica e industrial de Rusia, al igual que la de China y pronto la de la India, se ha producido bajo el azote de la cibertecnocracia de la vigilancia generalizada. El Estado se ha liberado de la servidumbre oligárquica y ha caído bajo el dominio de los tecnócratas. Las fuerzas espirituales, que son las fuerzas vivas de toda civilización, luchan ardientemente por recuperar su lugar en cada uno de estos polos y para devolver al concepto de multipolaridad su verdadero carácter revolucionario y antioccidental. En la China actual, el reconocimiento del rostro o de la palma de la mano mediante escáner óptico se utiliza a menudo como medio de pago. La identidad personal de nuestro propio cuerpo ha sustituido a la suprema impersonalidad del billete.
Pero sabemos – o al menos yo lo sé perfectamente – que, por otra parte, muchos grupos de combate taoístas intentan subvertir el neoconfucianismo en el poder, para devolver a China su verdadera autoridad espiritual (conservando y reforzando al mismo tiempo su ascendiente político). China persigue toda la obra de Raymond Abellio: ensayos, novelas, diarios y memorias. En los Rencontres Abellio de 2014, Gilles Bucherie dijo que China era una herramienta abelliana para medir la emergencia de la historia invisible. En primer lugar, está la influencia del Yi-King, que, según el Manifiesto de la Nueva Gnosis, «funciona sobre una base cuadripolar, la del Viejo Yang, el Joven Yang, el Joven Yin y el Viejo Yin», y cuya lógica de doble contradicción «ha animado durante milenios las transformaciones operadas en los sesenta y cuatro hexagramas». Por encima de todo, Abellio insistió en que ya era hora de sacar a la luz la Estructura Absoluta del I Ching, porque «hemos entrado en una era de desocultación intelectual del esoterismo». Desocultar el I Ching significa, por ejemplo, mostrar la identidad formal de su estructura con la de los codones del código genético o incluso con las leyes de transformación de las partículas subatómicas (véase El Tao de la Físicade Fritjof Capra). Es oponer «la lógica esférica a la lógica lineal, la lógica sólida a la lógica plana». «La desocultación del I Ching forma parte de una revolución cultural universal en la que la fenomenología occidental, como fin de la filosofía, ilumina desde dentro y, en cierto modo, interioriza la revolución permanente que viene de Oriente» (La Fin de l'ésotérisme). El Simbolismo de la Cruz es quizás el libro de René Guénon que más influyó en el pensamiento de Abellio, en particular los capítulos donde se considera puramente la geometría, generalmente considerados difíciles, que ponen de relieve el hecho de que «el paso de las coordenadas rectilíneas a las coordenadas polares» que describen la Cruz al girar sobre sí misma da como resultado «la figuración del vórtice esférico universal a lo largo del cual fluye la realización de todas las cosas, y que la tradición metafísica del Extremo Oriente llama Tao, es decir, la Vía» (Guénon, op. cit.). La imagen tridimensional de la Cruz giratoria como único vínculo posible, vivo y activo, entre Oriente y Occidente. Stat orbis dum volvitur crux.
Unas palabras sobre el papel del sacerdocio invisible, que, según Abellio, es absolutamente definitivo para el futuro de nuestra civilización, y cuyas características son fundamentalmente taoístas: «Los sacerdotes puros son siempre invisibles. Corresponde, pues, a Occidente, disolviéndose como Occidente visible, dar nacimiento al espíritu de la primera casta, y este espíritu sólo se intensificará plenamente en su orden cuando Occidente desaparezca. […] Estos sacerdotes, conscientes ya del Occidente futuro, sólo pueden ser hoy hombres solitarios sin acción visible en el mundo» (Asunción de Europa). Con este espíritu Abellio rechaza la tentación quietista y reclama una «militancia profética» que aunaría la política, la ciencia y la espiritualidad en el seno de un Nuevo Orden, poniendo en práctica una «dialéctica del vacío atronador», como escribió Jean Parvulesco en su flamante retrato Le Soleil rouge de Raymond Abellio, esbozo de una «gran biografía personal» que aún está por llegar…
Que yo sepa, la única persona verdaderamente cualificada que ha intentado revivir esta idea motriz ha sido Ubald Hirsch, hijo del cabalista Charles Hirsch, coautor con Abellio de La Bible: document chiffré (dedicado originalmente a Pierre de Combas). Dos páginas del libro anónimo Les Magiciens du nouveau siècle (J'ai lu, 2018) relatan el intento de secuestro de Ubald a los diez años por una secta setiana… La Orden ardientemente soñada por Ubald Hirsch estaba estructurada en tres funciones principales, tres castas operativas y cuatro polos visibles, y dispuesta según el orden senario-septenario de los arcanos mayores del Tarot de Marsella, que Abellio consideraba como el equivalente europeo del Yi-King. Ubald leyó Vers un nouveau prophétisme como un manual de instrucciones para el desarrollo de una militancia profética y operativa, dirigida tanto a la Galia como a Europa; pereció en la tarea, derrotado por Abaddon. Quería aprovechar esta oportunidad para rendirle homenaje.
Antes he mencionado a Fritjof Capra. Hay toda una puesta al día del conocimiento científico por hacer, en la perspectiva abelliana de desarrollar tanto una verdadera ciencia numérica al servicio de la Orden, como de fundar una física basada en la fecundidad de la indeterminación. El Tao fluctúa, al igual que la energía mínima de la materia, la del Vacío. Una física que tomaría prestados los principios clave de su pensamiento de Heráclito, Gregorio Nacianceno y el Maestro Eckhart y que podría combinarse en completa serenidad con el Tao Te King. Una física preconizada por Guénon en sus Principios de cálculo infinitesimal, donde afirma que la definición de un sistema en equilibrio ya no debe basarse en una suma vectorial de fuerzas nulas (principio fundamental de la estática), sino en un producto vectorial de fuerzas igual a la unidad. «Así, el equilibrio ya no se definirá por cero, sino por la unidad. Esta fórmula corresponde exactamente al concepto de equilibrio de los dos principios complementarios yang y yin de la cosmología del Extremo Oriente».
Había algo indeterminado
antes del nacimiento del universo.
Este algo es silencioso y vacío.
Es independiente e inalterable.
Circula por todas partes y nunca se cansa.
Debe ser la Madre del universo.
Tao Te King, XXV
El Tao engendra al Uno.
El Uno engendra al Dos.
El Dos engendra al Tres.
El Tres engendra a todos los seres del mundo.
Tao Te King, XLII
Además, China – astronómicamente asociada a Plutón en El foso de Babel – emerge como horizonte escatológico último en Caras inmóviles, su última novela, su «novela del octavo día». Se ilumina entonces como una ruptura radical con el mundo judío, cuyos misterios esotéricos Abellio conocía bien. Y su singular comprensión del significado de Kafka y Simone Weil no hace sino reforzar esta impresión. «Kafka y Simone Weil no son conciencias judías atrapadas en la trampa del cuerpo europeo, son cuerpos judíos atrapados en la trampa de la conciencia europea» (Asunción de Europa). Jean Parvulesco: «Podemos pues considerar que, si la obra de Dostoievski debía marcar la entrada en las tinieblas de un ciclo histórico completamente final, el ciclo mismo de la manifestación suprema de las potencias negativas y de la gran subversión nihilista a su servicio, la obra de Raymond Abellio marca hoy, como más allá de todo, su trágica salida». En su última novela, Abellio muestra la emergencia mundial de una nueva forma de terrorismo, al tiempo que ilustra la sustitución de la gnosis judía por el pensamiento chino. Caras inmóviles: «En la batalla por la dominación del mundo que se libra actualmente, sólo hay ahora dos espíritus impulsores, ambos últimos, y son el espíritu judío y el espíritu chino, que se oponen en todo. Quiero decir en todo. Así como los judíos, con su activismo cerebral, son hipermachos hechos para la acción en sí mismos, los chinos parecen ser los portadores de la hiperfeminidad que exigen la inversión de los tiempos y el reequilibrio pacífico del mundo actual». El yang judío frente al yin chino. Taoísmo supremo al final de los tiempos. Los primeros expulsan a Dios. Los segundos lo absorben, en un vértigo de absoluta impersonalidad. Este es el sentido del famoso dicho de Abellio: cuando China sumerja nuestro continente, será «para buscar a Dios». Puesto que «la verdadera misión de China», leemos en El foso de Babel, «es ante todo poner fin a la lucha entre el espacio y el tiempo en la Tierra». Si China sale finalmente victoriosa de la batalla definitiva contra el espíritu judío, no será por ningún antisemitismo (en China no hay el menor rastro ni de judíos ni – a diferencia de Japón – de antisemitas), sino por la plenitud todopoderosa de su soberana y abismal indiferencia hacia el judaísmo.
Terminaré con una anécdota que ilustra perfectamente lo que digo. Durante una reciente estancia en Sichuan, forjé un vínculo irreversible – o más bien, los vínculos se forjaron solos – con el monte Heming, que, incluso más que Qingcheng, representa el receptáculo terrenal del Tao original – mucho antes de que Huangdi, el Emperador Amarillo de Tokharian, recibiera las enseñanzas de Ning Fenzhi –. Se dio la circunstancia de que un empresario contemporáneo ha expresado su deseo de reconstruir los templos sagrados del monte Heming, destruidos en gran parte durante la Revolución Cultural. Este hombre, Xue Yongxin, declaró recientemente: «Haré de esta montaña el corazón vivo del taoísmo, igual que el Vaticano lo es para los cristianos y Jerusalén para los musulmanes». Lo dejo como reflexión.
洛鸣