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Geopolítica del trumpismo

Geopolítica del trumpismo

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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 27 de febrero de 2025, 22:00h
Daniele Perra
Las primeras semanas de la presidencia de Trump han perfilado bien los objetivos geopolíticos de la 'nueva' administración.
1) La exclusión de Europa de las rutas árticas;
2) Descargar sobre la propia Europa la carga y la destrucción causadas por el conflicto en Ucrania;
3) La adquisición de una posición fuerte en el Mediterráneo oriental, en Gaza (en las proximidades de importantes cuencas de gas y del Canal de Suez, para poder controlar directamente los flujos de energía hacia Europa);
4) desarticulación total de la existencia de México como nación y control total sobre el Golfo de México y el Mar Caribe (solución definitiva a los «problemas» de Venezuela y Cuba);
5) reapropiación total del control del continente iberoamericano.
En referencia al punto 5, me parece importante tener en cuenta los conceptos de «sincronía» y «asincronía» entre Argentina y Brasil. Está claro que el objetivo de EEUU, en este caso, es que no haya «sincronía» geopolítica entre ambos países. De hecho, su excesiva proximidad se considera muy arriesgada para la hegemonía norteamericana en la zona (Alberto Burla docet). En consecuencia, paradójicamente, siempre es preferible para Washington que los dos estados estén gobernados por gobiernos mutuamente hostiles (Lula contra Milei, Bolsonaro contra Fernández antes). Tal sistema, por cierto, también fue evidente durante la época de las dictaduras militares (no hay que olvidar que la dictadura «anticomunista» de Argentina fue apoyada por la URSS, Cuba, Perú, Libia y Angola durante la guerra contra el Reino Unido por las Malvinas, una avanzada clave para el control del espacio marítimo de América del Sur).
Igualmente interesante es el hecho de que la periódica renovación del interés estadounidense en Iberoamérica va siempre acompañada de un crecimiento de la influencia israelí en la zona (los casos de Bolsonaro, apoyado por la mafia judía en Brasil, y Milei, en este sentido, son evidentes). También hay que tener en cuenta el hecho de que Israel apunta a la región como una nueva cuenca demográfica. En consecuencia, su desestabilización es bienvenida (apoyo a grupos paramilitares colombianos, por ejemplo, útiles para generar flujos migratorios hacia Israel).
También es importante el hecho de que la expansión estadounidense siempre va acompañada del papel relevante de las sectas evangélicas judeoprotestantes.
Es curioso que se haya hablado de Trump como «el primer presidente judío de Estados Unidos».
Aquí se trata de limitar el papel de la Iglesia católica en Iberoamérica y el riesgo de que ejerza influencia sobre la (creciente) población latina de los propios EEUU. Como enseña Carl Schmitt, el anticatolicismo es una característica primordial del asentamiento colonial anglosajón en Norteamérica. De hecho, a lo largo del siglo XVIII se promulgaron leyes anticatólicas. Y en el siglo XIX, ser católico se consideraba una etiqueta infamante. Por otra parte, gran parte de los emigrantes italianos que llegaron al «Nuevo Mundo» acabaron sustituyendo a la mano de obra esclava.
En cualquier caso, la alianza entre el fundamentalismo evangélico y el judío parece cada vez más evidente. En ella, el primero trata de recuperar la voluntad de poder «perdida» recurriendo en gran medida a los fundamentos religiosos de Estados Unidos (piénsese en los fenómenos de los recurrentes «grandes despertares» que caracterizan la historia estadounidense y en la idea del contacto directo entre Dios y los primeros colonos); mientras que el segundo trata de controlar y dirigir la enorme capacidad económica y militar norteamericana en beneficio propio.
Ni que decir tiene que el objetivo del «fundamentalismo», en todas sus formas, es siempre eliminar en primer lugar a los «enemigos internos». Así, el trumpismo se manifiesta como la primera fase de una «guerra civil occidental» que sirve de preludio a un posterior y más amplio «conflicto global entre civilizaciones».
Juicio contra el Liberalismo
Alexander Dugin
Las rápidas reformas de Trump han proclamado en un instante que solo existen dos géneros – el masculino y el femenino –, lo cual hizo que los estadounidenses y el mundo entero se dieran cuenta de la degeneración en la que habían vivido. Millones de personas habían sido convencidos por los liberales de que era posible cambiar de género o identificarse con géneros no existentes, lo cual causo que miles de ciudadanos «progresistas», «futuristas» y demás se convirtieran de la noche a la mañana en lisiados o inválidos. Anteriormente se les había inculcado la idea de que la diversidad de géneros, incluida la castración, la mutilación y el desmoronamiento psicológico de los niños pequeños, eran signos de un «comportamiento social adecuado».
Ahora resultaba que quienes insistían en ello eran simplemente dementes y criminales y quienes sucumbían eran víctimas que habían aceptado voluntariamente convertirse en mutantes. Los liberales habían empujado a sus sociedades hasta el borde del abismo, contándoles cuentos de hadas, pero Trump desveló que se trataba de un precipicio sin fondo por el que muchos se habían caído. Han sido miles los que han destruido física, mental y socialmente a sus hijos, perdiéndolos para siempre. Incluso Elon Musk sufrió este destino, perdiendo a su hijo para siempre.
Nunca se recuperarán de eso. Lo que hicieron los liberales fue un experimento social gigantesco mucho más aterrador que el nazismo y el comunismo. Pero no se trataba sólo de una banda de dementes, pervertidos, pedófilos y esquizofrénicos. Se trataba de una ideología que llevó sus principios hasta el absurdo: el individualismo absoluto que buscaba liberarse de toda forma de identidad colectiva (estamento, nación, fe, etnia, género y, finalmente, la especie).
Hable de ese tema con Tucker Carlson. Estaba horrorizado por todo lo que estaba ocurriendo en Occidente. Y ahora Tucker Carlson está en la Casa Blanca. Trump ha detenido abruptamente el genocidio psicofísico del pueblo estadounidense. ¿Cómo se sienten ahora los transexuales, las drag queens, los defensores de la positividad corporal, los mutiladores, los castradores y los quadrobics? Esto es especialmente preocupante para los niños transexuales que pasaron instantáneamente de ser «representantes progresistas de la cultura woke» a ser considerados «basura» y víctimas de una perversión inhumana… ¿Cómo pueden estudiar, vivir, formar familias, cuando la nueva y sana generación del gobierno de Trump, donde sólo hay dos géneros, los verá como «desechos biológicos», «seres degenerados tanto física como psicológicamente»?
Es hora de escribir el «Libro Negro» del liberalismo. Porque se trataba de una ideología. El liberalismo debe ser reconocido como una ideología criminal y extremista. Es responsable del terror, de las guerras, de los golpes de estado, del genocidio, de las mentiras orquestadas por los medios de comunicación internacionales, de las revoluciones de colores, de los asesinatos y, lo que es más monstruoso, de la violencia masiva y el colapso psicológico de cientos de miles, quizás millones, de niños que sufrieron traumas incurables tanto en su cuerpo como en su mente. Los liberales han mutilado las almas y los cuerpos de innumerables de sus propios ciudadanos. Y lo que las élites hicieron a los niños migrantes desprotegidos va más allá de la imaginación. Ahora, la verdad sobre las orgías pedófilas de la cúpula del Partido Demócrata de EE.UU. están saliendo a la luz: los rituales satánicos en la Isla de Epstein y las fiestas de P. Diddy, donde muchos participaron, pronto serán conocidos. Y Estados Unidos se estremecerá, al igual que toda la humanidad.
Las tres ideologías políticas occidentales de la Modernidad resultaron ser criminales, conduciendo en última instancia a una sangrienta pesadilla.
Los comunistas destruyeron clases enteras – la aristocracia, el campesinado –, masacraron a los creyentes, maldijeron la identidad nacional y las tradiciones ancestrales. Todo en nombre del progreso. Y todo acabó en una triste degeneración y colapso político. Sin embargo, se trataba de una ideología occidental que adoptó ingenuamente el pueblo ruso. El «Libro Negro» del comunismo existe.
Los horrores cometidos por los nazis se conocen con todo detalle. Y su recuerdo no se desvanece ni se borra. Sobre todo, porque en nuestro tiempo todavía los nazis ucranianos siguen cometiendo atrocidades contra la población civil, lo que no deja de ser una página más del «Libro Negro» del nazismo.
Lo que falta es condenar y juzgar al liberalismo a escala planetaria. Los que orquestaron todo esto deben recibir su justo castigo.
Esta era la tarea de toda la humanidad, detener el globalismo occidental, derrotar esta ideología política que ha creado un sistema inhumano. Pero esta vez el sistema fue derrocado desde dentro. Los estadounidenses derrocaron a la feroz élite liberal y le dictaron sentencia. Se acerca un juicio. Es inevitable. Los trumpistas han asestado un golpe aplastante contra el pulpo liberal: la USAID, la estructura que financió el terrorismo, el extremismo, los medios corporativos, el espionaje, los golpes de Estado, los asesinatos, la falsificación de datos y la persecución de disidentes en todo el mundo ha desaparecido. De hecho, es la USAID quien estaba detrás de la formación, financiación y apoyo político directo al nazismo ucraniano. Pero es sólo la punta del iceberg.
Otro punto importante: ahora debemos reconocer que las tres ideologías occidentales de la Modernidad son criminales; de lo contrario, seguiremos perdidos en esta pesadilla, pasando de un sistema criminal a otro. Incluso ahora, no se excluye que Occidente, habiendo retrocedido ante el liberalismo y odiando el comunismo, pueda verse tentado de nuevo por el nazismo, cayendo en sus versiones más desagradables. Todo ello reiniciaría simplemente el círculo vicioso. Es crucial romper este ciclo e ir más allá.
La modernidad occidental dista mucho de ser el único campo de ideas y teorías políticas. Hay mucho que no es occidental y/o que no está relacionado con la Modernidad. Todo ello forma el tesauro inspirador de la Cuarta Teoría Política. Por lo tanto, el tribunal sobre el liberalismo y los liberales no debe retrotraernos al fascismo o al comunismo. Las tres ideologías son criminales, desastrosas e inhumanas. Carecen de Dios, de Cristo, del amor, del alma y del pueblo como sujetos de la historia. Les falta la experiencia del ser auténtico. Carecen de Dasein. Todas son ateas, materialistas y alienadoras. Fueron diseñadas para sustituir a la religión, una idea inherentemente corrupta. Es una perversión, un crimen y el principio del fin. Por eso Trump hace tanto hincapié en la religión, el cristianismo occidental, del cual bebe Estados Unidos. Tenemos nuestra propia fe: el cristianismo ortodoxo oriental. Ese es nuestro camino. Pero debemos trascender juntos la modernidad occidental.
Empezamos la guerra contra el liberalismo en nuestro país y en Ucrania. Pero el golpe decisivo contra él lo asestaron los estadounidenses. Por lo tanto, es probable que ahora, los pensadores más serios del trumpismo vuelvan su mirada hacia la Cuarta Teoría Política. Los globalistas han hecho todo lo posible para impedirlo: prohibieron la Cuarta Teoría Política en sus redes, demonizaron a sus partidarios, borraron sus cuentas e incluso los mataron. Pero una Idea no puede ser asesinada. Por lo tanto, el juicio sobre los liberales debe llevarse a cabo sobre la base de la Cuarta Teoría Política, más allá de las ideologías de la Modernidad Occidental, cualquiera que esta sea.
Cuando Washington lee a Dugin: la influencia subterránea de un ideólogo ruso

Balbino Katz*
A menudo imaginamos que el poder se forja en los arcanos silenciosos de las administraciones, en las sombras de los despachos ministeriales o bajo el dorado de los palacios. Sin embargo, a veces hay fuerzas más discretas, corrientes intelectuales que, como ríos subterráneos, moldean lenta pero seguramente el paisaje ideológico de una nación. Así es como Alexander Dugin , un pensador nacionalista ruso durante mucho tiempo relegado a los márgenes de la respetabilidad académica, encuentra hoy un eco inesperado en la derecha estadounidense, hasta el punto de condicionar los discursos de los funcionarios de la administración Trump.
Durante décadas, Dugin ha estado construyendo un pensamiento político en el que el Occidente liberal, percibido como decadente y corrosivo, se opone a un eje euroasiático liderado por Moscú. Su libro de 1997, Los fundamentos de la geopolítica, fue recomendado en una ocasión a la Academia del Estado Mayor General ruso. En este ensayo describe una agenda expansionista para la Rusia postsoviética, que abarca desde la manipulación de las tendencias aislacionistas en Estados Unidos hasta la absorción gradual de las antiguas repúblicas soviéticas. Este conjunto de ideas, durante mucho tiempo ignorado por los círculos de poder occidentales, está viviendo hoy una segunda juventud tan brutal como inesperada en los círculos conservadores estadounidenses.
Por supuesto, no hay ningún documento oficial que demuestre que Dugin inspire directamente a la Casa Blanca. Sin embargo, sus tesis se infiltran en el discurso de personalidades influyentes. Así, Marco Rubio, el actual Secretario de Estado, utilizó recientemente el término multipolaridad para describir el orden mundial que anticipa, una noción central en el pensamiento de Dugin, retomada desde hace tiempo por el propio Vladimir Putin. De manera similar, el vicepresidente estadounidense J. D. Vance denunció recientemente el "colapso de los valores occidentales" en una retórica que recuerda las diatribas del teórico ruso.
La influencia de Dugin no se limitó a las esferas académicas. En 2018, conoció a Steve Bannon, estratega de Donald Trump, quien le sugirió abogar por una alianza entre Rusia y Occidente basada en valores ultraconservadores. Más recientemente, el ex presentador de Fox News Tucker Carlson viajó a Moscú para entrevistarlo. Estos puentes ideológicos, antes inconcebibles, se están construyendo lenta pero seguramente.
Un hombre en particular parece estar desempeñando el papel de conducto entre Dugin y la derecha estadounidense: Jack Posobiec, un activista cercano a Trump, que recientemente acompañó a Pete Hegseth, secretario de Defensa, en una gira europea. Posobiec no oculta su admiración por los Fundamentos de la Geopolítica, lo cual destaca en sus redes sociales. Y ahí está el meollo del fenómeno: Dugin no se dirige directamente a las cancillerías, sino que se infiltra en el pensamiento de quienes influyen en los tomadores de decisiones, a través de medios alternativos y de obras traducidas y publicadas por editoriales disidentes.
Pero esta fascinación norteamericana por el ideólogo ruso no debe enmascarar otra realidad: la de su implantación intelectual en Europa, y más particularmente en Francia. Alexandre Dugin fue acogido allí desde finales de los años 1980 por ciertos pensadores de la derecha revolucionaria, especialmente los del GRECE (Groupement de Recherche et d'Études pour la Civilisation Européenne). Trystan Mordrelle, entre otros, le proporcionó una valiosa ayuda material, en particular proporcionándole su primer ordenador. En aquella época, Dugin era todavía un joven intelectual ruso que buscaba estructurar su pensamiento, y fue en Francia donde encontró algunas de las herramientas necesarias para el desarrollo de sus primeras obras.
Sin embargo, las afinidades juveniles no siempre resisten la prueba del tiempo. A medida que Dugin desarrollaba su visión de una Europa euroasiática, vinculada a Rusia en una vasta alianza continental opuesta al mundo anglosajón, sus primeros partidarios franceses se distanciaron gradualmente. Las diferencias giraban en torno a un punto crucial: la naturaleza y la identidad de Europa. Donde algunos identitarios europeos vieron en ello una herencia grecolatina y pagana que debía preservarse, Dugin se alejó de ella en favor de una visión euroasiática de un espacio orgánico que integrara a Rusia, Siberia y las diversas ex repúblicas soviéticas, con sus poblaciones musulmanas y budistas, para ser restablecidas bajo la égida de Moscú y su Iglesia Ortodoxa. Estas oposiciones ideológicas acabaron abriendo una brecha entre Dugin y sus primeros partidarios occidentales.
Sin embargo, su obra nunca ha dejado de difundirse en Francia, donde sigue alimentando una corriente de pensamiento de protesta, en la encrucijada de la derecha radical y los círculos disidentes. Sus libros, así como los de su hija Darya Douguina, están ahora publicados por Christian Bouchet en Éditions Ars Magna ( www.editions-ars-magna.com ), una editorial especializada en la difusión de teorías alternativas y pensadores no conformistas.
Desde que estoy en Argentina, debo decir con sinceridad que la influencia de Alexander Dugin no se limita a los círculos intelectuales europeos o estadounidenses: se extiende también a Hispanoamérica, donde encuentra terreno fértil entre ciertas corrientes nacionalistas y antiliberales. En Argentina, el filósofo peronista Alberto Buela, figura importante del pensamiento nacional y orador en un congreso del GRECE, jugó un papel clave en la difusión de las ideas de Dugin. Cercano a la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT), Buela ha organizado reiteradas conferencias donde ha invitado al ideólogo ruso a exponer su visión geopolítica y sus críticas al mundo unipolar dominado por Washington. Esta convergencia entre el neoeurasianismo de Dugin y el nacionalismo popular argentino se puede explicar por su rechazo común al liberalismo económico y a la hegemonía estadounidense, una posición que resuena con fuerza en una Argentina marcada por una larga tradición de desconfianza hacia Estados Unidos.
Este fenómeno ilustra la extraña ubicuidad ideológica de Dugin, capaz de influir tanto en el trumpismo estadounidense, apegado a una visión nacional y conservadora de Occidente, como en los movimientos peronistas en Argentina, históricamente antiimperialistas y defensores de un cierto nacionalsocialismo. Esta aparente paradoja es sólo una prueba más de la plasticidad de su pensamiento: detrás de su nacionalismo ruso intransigente, Dugin propone sobre todo un marco para romper con el orden mundial liberal, un marco lo suficientemente amplio como para apelar a sensibilidades políticas muy diferentes. Ayer demonizado como extremista eslavófilo, hoy es citado tanto en los think tanks de la derecha estadounidense como en los círculos nacional-populares de América Latina. Prueba, si es que todavía hacía falta alguna, de que en el tumulto ideológico de nuestros tiempos las líneas divisorias tradicionales están desapareciendo para dar paso a alianzas nuevas e inesperadas.
Es tentador ver en esta fascinación europea, hispánica y occidental por Dugin una simple curiosidad exótica, una moda pasajera. Sin embargo, la historia enseña que las ideas, incluso las marginales, terminan configurando la realidad cuando encuentran apoyo entre las élites. Justo ayer habría sido absurdo imaginar que un alto funcionario republicano pudiera tomar prestado un concepto forjado en círculos intelectuales cercanos al Kremlin. Hoy está sucediendo lo impensable.
Este fenómeno recuerda otra convulsión ideológica ocurrida en los últimos años: el giro de las élites conservadoras estadounidenses hacia fuentes alternativas de información. Donde antes se alimentaban exclusivamente del New York Times o el Washington Post, ahora beben de Breitbart, The Federalist o podcasts de figuras radicales. Excluir ideas ya no funciona.
Dugin, como otros antes que él, se beneficia de esta brecha. Se difunde no porque esté aprobado oficialmente, sino porque se lee, se traduce, se comenta. Es como si, en Francia, Bruno Retailleau citara a Alain de Benoist o a Guillaume Faye en una columna de Le Figaro. Estas ideas, que durante mucho tiempo habían quedado relegadas a los márgenes, ahora están ingresando a los silenciosos pasillos del poder, modificando imperceptiblemente el software mental de los líderes.
Las ideas a veces tienen una vida tan complicada como la vida de quienes las llevan consigo. Dugin es prueba de ello. Y aunque algunos siguen viéndolo como un ideólogo fantasioso, otros saben que en los recovecos de la política mundial, a menudo es en las sombras donde toman forma las revoluciones del mañana.
*Enviado especial de Breizh info a Argentina

EEUU: lucha entre los populistas de MAGA contra los oligarcas tecnológicos dentro del Partido Republicano

Alexander Markovics

Si Donald Trump debe su victoria electoral a algo más que a su carismática personalidad, fue sin duda a su talento para unir tras de sí una alianza de fuerzas políticamente opuestas: por un lado, la Trad-Right (derecha tradicional) formada por los partidarios populistas de su movimiento MAGA y los estadounidenses de mentalidad tradicionalista cristiana. Por el otro, la derecha tecnológica: oligarcas y «techbros» (tecno-hermanos) financieramente fuertes como Peter Thiel (Palantir), Elon Musk (Twitter, Tesla) y Sriram Krishnan, recientemente nombrado asesor de Inteligencia Artificial de Donald Trump. Pero incluso antes de que Trump asumiera el cargo, ya había una batalla interna: la manzana de la discordia es la cuestión de si Estados Unidos necesita la inmigración de mano de obra cualificada. ¿Cuáles son las opiniones de los dos bandos?

Tecno-hermanos contra populistas MAGA

Para la derecha tecnológica la innovación es más importante que cualquier otra cosa y si es necesario, esta facción del capital de Silicon Valley también está dispuesta a dejar entrar en el país a inmigrantes indios altamente cualificados a EE.UU. en el espíritu de la fuga de cerebros, si esto sirve para que EE.UU. gane la carrera por el desarrollo de la IA. Por eso están a favor de los visados para la inmigración cualificada, lo que provocó el primer gran enfrentamiento entre los partidarios de Trump incluso antes de que tomara posesión. Frente a ellos están los partidarios de MAGA. Son los estadounidenses blancos de ascendencia europea que quieren defender su identidad y están en contra de la inmigración masiva. Para ellos, los visados HB1 defendidos por los tecno-hermanos no son más que una palabra clave para la inmigración masiva, una medida que perpetúa la política de reemplazo de la población. Para portavoces como Laura Loomer, Steve Bannon y Rod Dreher, así como para miles de nacionalistas blancos en X/antiguo Twitter, el derecho a preservar la propia identidad es más importante que la innovación y la tecnología.

Silicon Valley: ¿Capitalismo guasón o Ilustración oscura?

Lo que piensan los partidarios de MAGA sobre los tecno-hermanos de Silicon Valley fue resumido por el presentador estadounidense Tucker Carlson cuando dijo que la verdadera amenaza en 2019 no provenía del gobierno federal estadounidense, sino de las corporaciones. En ese momento, era principalmente el capitalismo woke, desde Alphabet/Google hasta Meta/Facebook, el que intentaba silenciar a los partidarios de MAGA y criminalizar a Donald Trump. Sin embargo, como muestran las fotos de la toma de posesión de Trump, en las que de repente se puede ver a su antiguo oponente Mark Zuckerberg, se ha producido un cambio en la élite tecnológica. Son los representantes de la escuela de pensamiento de la «Ilustración Oscura» y la «neorreacción», como Curtis Yarvin, que sueñan con transformar EE.UU. en una monarquía tecnofeudalista, los que han provocado el giro a la derecha del californiano Silicon Valley. Para ellos, la ideología woke y los derechos humanos ya no son importantes en el contexto de su nuevo libertarismo, sólo importa el avance del capitalismo y la innovación tecnológica en consonancia con la Ilustración Oscura. Por esta razón, armonizan maravillosamente con la importante cuestión de la libertad de expresión de Trump y la lucha contra las prohibiciones woke a la libertad de expresión, pero muchas otras áreas de conflicto seguirán abriéndose entre la derecha tecnológica y la derecha tradicional en el futuro.

Automatización: ¿robots e inteligencia artificial en lugar de puestos de trabajo?

La cuestión de la automatización, por ejemplo, es crucial aquí. Mientras que los partidarios de MAGA, reclutados en gran medida entre la clase trabajadora, están a favor de crear más puestos de trabajo, los oligarcas de Silicon Valleyn en particular, son conocidos por apoyar el avance de la automatización de la economía con el fin de reducir los costes de producción. La huelga de estibadores de 2024 en los puertos del Golfo y la Costa Este y las huelgas de Hollywood (SAG-AFTRA) se hicieron debido a los problemas de la seguridad laboral y la amenaza que para ella supone la automatización.

Restricciones a los contenidos generados por IA y a los sistemas autónomos

Otro tema de la investigación sobre IA son los sistemas autónomos. Sin embargo, los coches autónomos también son blanco de las críticas de los círculos conservadores, que señalan la falta de autonomía del conductor y los peligros de los coches autónomos (hakeo). La inteligencia artificial también se abre camino en cada vez más ámbitos de la vida gracias a aplicaciones como ChatGPT y Deepseek, que las empresas tecnológicas quieren enriquecer con contenidos de IA. Por supuesto, esto también está atrayendo críticas: en Texas, ya se están debatiendo leyes de control de la IA para proteger a los niños de contenidos inapropiados, mientras las empresas tecnológicas están a favor de la menor regulación posible.

Derecho frente a innovación: un conflicto que se remonta a los inicios de la filosofía occidental

El meollo de la disputa entre el derecho tecnológico y el derecho tradicional reside en última instancia en el viejo conflicto filosófico entre derecho e innovación. Los filósofos griegos Platón y Aristóteles ya escribieron sobre el conflicto entre la ley dada por Dios y el deseo de mejorar las leyes. Platón, por ejemplo, planteó la cuestión de cómo las leyes del hombre podían ser mejores que las dadas por un ser superior, más sabio y más antiguo como Dios. Aristóteles llegó a sostener que, en caso de duda, debía conservarse una ley antigua e imperfecta en lugar de adoptar una nueva y mejor. En última instancia, la frecuente modificación de las leyes llevaría a la gente a adherirse cada vez menos a ellas. La tecnología y la innovación son, en última instancia, fuerzas subversivas que promueven el debilitamiento de lo existente; esto también se aplica a la identidad humana. Así, en este conflicto, los partidarios de MAGA luchan por preservar el derecho a la autoconservación, mientras que las élites tecnológicas de Silicon Valley luchan por más poder para la tecnología y la imposición de la innovación. En este conflicto, un extremo se sitúa en una posición tradicionalista, en la tradición de Platón y Aristóteles, que rechaza el cambio tecnológico como subversivo en sí mismo, mientras que el otro se sitúa en una posición transhumanista, como Nick Land, por ejemplo, que quiere superar al ser humano como tal mediante la creación del superhombre robot.

¿Puede tener éxito la síntesis entre la derecha tecnológica y la derecha tradicional?

Entonces, ¿cómo puede ser posible un compromiso ante estas posiciones tan divergentes? Sin duda, sólo creando una síntesis entre derecho y tecnología que tenga en cuenta tanto la identidad evolutiva de los humanos y su tradición como el futurismo de las innovaciones técnicas, pero que no quiera superar a los humanos per se, sino simplemente ayudarlos. Sin duda hay existen tendencias hacia un transhumanismo interplanetario dentro de la derecha tecnológica que son difíciles de conciliar con un tradicionalismo que quiere preservar la identidad, igual que hay gente como Laura Loomer y Steve Bannon en el bando de la facción MAGA que preferirían acabar con la alianza con los tecno-hermanos lo más pronto posible. Sin embargo, para que la transformación populista de EE.UU. tenga futuro, es sin duda necesario que Trump logre una síntesis entre ambos bandos para volver a hacer grande a Estados Unidos. En última instancia, a un nuevo nacionalismo estadounidense también le interesa domar a su propia oligarquía y dirigirla en una dirección determinada en lugar de dejarse dominar por ella o incluso permitir que se pase al campo de sus oponentes. Para nosotros, los europeos, es interesante seguir este conflicto dentro del campo trumpista, ya que conflictos similares surgirán sin duda en Europa tan pronto como el globalismo termine en el cementerio de la historia en el Viejo Mundo.