Vladimir Putin
- Lukyanov: ¡Estimadas señoras y señores! ¡Queridos amigos! ¡Invitados del club «Valdai»!
Damos comienzo a la sesión plenaria del XXII foro anual del club de debate internacional «Valdai». Es para mí un gran honor invitar a subir al estrado al presidente de la Federación de Rusia, Vladímir Vladímirovich Putin.
Vladimir Vladimirovich, muchas gracias por volver a dedicarnos su tiempo. El Club Valdai tiene la increíble ventaja, el privilegio, de reunirse con usted desde hace ya 23 años para debatir los problemas más acuciantes. Me atrevo a sugerir que probablemente nadie más pueda presumir de ello.
La XXII reunión del Club Valdai, que se celebró durante los tres días anteriores, se tituló «El mundo policéntrico: instrucciones de uso». Intentamos pasar de la comprensión y la descripción de este nuevo mundo a una parte más aplicada, es decir, a la comprensión de cómo vivir en él, ya que todavía no está muy claro.
Pero nosotros, digamos, tal vez seamos avanzados, pero solo somos usuarios de este mundo. Y usted es, como mínimo, un mecánico, y tal vez incluso un ingeniero de este mismo mundo policéntrico, por lo que esperamos con gran interés algunas instrucciones de uso por su parte.
- Putin: Dudo que pueda formular instrucciones, y además no tiene sentido, porque todas las instrucciones y consejos que se piden solo se dan para que luego no se sigan. Esta fórmula es bien conocida.
Me permitiré expresar mi opinión sobre lo que está sucediendo en el mundo, cuál es el papel de nuestro país y cómo vemos las perspectivas de desarrollo.
El club de debate internacional «Valdai» se ha reunido ya por vigésimo segunda vez, y estas reuniones no solo se han convertido en una buena y sana tradición. Los debates en los foros de Valdai ofrecen la oportunidad de evaluar de forma imparcial y exhaustiva la situación en todo el mundo, es decir, de registrar los cambios y reflexionar sobre ellos.
Sin duda, la particularidad y el punto fuerte del Club Valdai es el deseo y la capacidad de sus participantes de mirar más allá de lo banal, de lo que todos consideramos obvio. No seguir la agenda que nos impone el espacio informativo global —sobre todo porque aquí Internet aporta su granito de arena, bueno, malo, pero a veces difícil de entender—, sino intentar plantear nuestras propias preguntas originales, nuestra propia visión de los procesos, levantar el velo que oculta el mañana. No es fácil, pero a veces se consigue, incluso aquí, en el foro de Valdai, con todos ustedes.
Pero ya hemos señalado en más de una ocasión que vivimos en una época en la que todo cambia, y cambia muy rápido, diría yo, cambia radicalmente. Por supuesto, ninguno de nosotros puede prever el futuro en su totalidad. Sin embargo, eso no nos exime de la obligación de estar preparados para cualquier cosa que pueda suceder. En la práctica, como demuestran el tiempo y los últimos acontecimientos, hay que estar preparados para cualquier cosa. En estos momentos de la historia, la responsabilidad de cada uno es especialmente grande por su propio destino, por el destino del país y por el del mundo entero. Y lo que está en juego es extremadamente importante.
El informe anual del Club Valdai está dedicado, como se acaba de decir, al problema de un mundo multipolar y policéntrico. Este tema lleva mucho tiempo en la agenda, pero ahora merece una atención especial, estoy de acuerdo con los organizadores. De hecho, la multipolaridad ya establecida determina el marco en el que actúan los Estados. Intentaré responder a la pregunta de cuáles son las particularidades de la situación actual.
En primer lugar, se trata de un espacio mucho más abierto, incluso se podría decir que creativo, para la política exterior. Prácticamente nada está predeterminado, todo puede salir de forma diferente. Mucho depende de la precisión, la coherencia, el grado de moderación y la reflexión de las acciones de cada participante en la comunicación internacional. Además, en este amplio espacio, por supuesto, es fácil perderse, perder el rumbo, lo que, como vemos, ocurre con bastante frecuencia.
En segundo lugar, el espacio de la multipolaridad es muy dinámico. Los cambios se producen rápidamente, como ya he dicho, y a veces de forma repentina, de la noche a la mañana. Por supuesto, es muy difícil prepararse para ellos y, a veces, es imposible preverlos. Hay que reaccionar de forma inmediata, en tiempo real, por así decirlo.
En tercer lugar, y esto es importante, este espacio es mucho más democrático. Abre oportunidades y caminos a un gran número de actores políticos y económicos. Quizás nunca antes en la escena mundial haya habido tantos países que influyan o aspiren a influir en los procesos regionales y globales más importantes.
Además, la especificidad cultural, histórica y civilizatoria de los diferentes países desempeña un papel más importante que nunca. Hay que buscar puntos de contacto y coincidencias de intereses. Ya nadie está dispuesto a jugar según las reglas establecidas por alguien, en algún lugar lejano, como cantaba un famoso cantante francés: «allí, más allá de las nieblas», o allí, más allá de los océanos.
En este sentido, la quinta: cualquier decisión solo es posible sobre la base de acuerdos que satisfagan a todas las partes interesadas o a la gran mayoría. De lo contrario, no habrá ninguna solución viable, sino solo frases grandilocuentes y un juego infructuoso de ambiciones. Por lo tanto, para lograr resultados se necesita armonía y equilibrio.
Y, por último, las oportunidades y los peligros de un mundo multipolar son inseparables. Por supuesto, el debilitamiento del dictado que caracterizó al período anterior y la ampliación del espacio de libertad para todos son indudablemente beneficiosos. Al mismo tiempo, en tales condiciones es mucho más difícil encontrar y establecer ese equilibrio tan sólido, lo que en sí mismo supone un riesgo evidente y extraordinario.
Esta situación en el planeta, que he tratado de describir de forma bastante breve, es un fenómeno cualitativamente nuevo. Las relaciones internacionales están experimentando una transformación radical. Por paradójico que parezca, la multipolaridad se ha convertido en una consecuencia directa de los intentos de establecer y mantener la hegemonía global, la respuesta del sistema internacional y de la propia historia al obsesivo deseo de construir una jerarquía en la que los países occidentales ocuparan la cima.
El fracaso de tal empresa era solo cuestión de tiempo, como, por cierto, siempre hemos dicho. Y, en términos históricos, ocurrió bastante rápido. Hace 35 años, cuando parecía que la confrontación de la «guerra fría» estaba llegando a su fin, esperábamos el inicio de una era de verdadera cooperación.
Parecía que ya no quedaban obstáculos ideológicos ni de otro tipo que impidieran resolver conjuntamente los problemas comunes de la humanidad y regular y resolver las inevitables disputas y conflictos sobre la base del respeto mutuo y la consideración de los intereses de cada uno.
Permítanme aquí una pequeña digresión histórica. Nuestro país, en su afán por eliminar las bases de la confrontación entre bloques y crear un espacio común de seguridad, declaró en dos ocasiones su disposición a entrar en la OTAN. La primera vez fue en 1954, todavía en la época de la URSS. La segunda vez fue durante la visita del presidente Clinton a Moscú, ya lo he mencionado, en 2000, cuando también hablamos con él sobre este tema.
Y en ambas ocasiones recibimos una negativa, además, desde el primer momento. Repito: estábamos dispuestos a trabajar juntos, a dar pasos no lineales en el ámbito de la seguridad y la estabilidad global. Pero nuestros colegas occidentales no estaban preparados para liberarse de los estereotipos geopolíticos e históricos, de una visión simplificada y esquemática del mundo.
También lo dije públicamente cuando hablamos con el señor Clinton, con el presidente Clinton, y él dijo: «Sabes, es interesante, creo que es posible». Y luego, por la noche, dijo: «Lo he consultado con mis asesores y es irreal, ahora mismo es irreal». ¿Y cuándo será real? Todo, todo se ha esfumado.
En resumen, todos teníamos una oportunidad real de cambiar el rumbo de las relaciones internacionales hacia una dirección positiva. Pero, por desgracia, prevaleció otro enfoque. Los países occidentales no resistieron la tentación del poder absoluto. Una tentación seria. Para resistir esta tentación, era necesario tener una perspectiva histórica y un buen nivel de preparación, incluida la preparación intelectual y histórica. Al parecer, quienes tomaban las decisiones en aquel momento simplemente no tenían esa preparación.
Sí, el poder de Estados Unidos y sus aliados alcanzó su punto álgido a finales del siglo XX. Pero no hay ni habrá una fuerza capaz de gobernar el mundo, de dictar a todos qué hacer y cómo hacerlo, cómo respirar. Hubo intentos, pero todos fracasaron.
Al mismo tiempo, cabe señalar que a muchos les parecía aceptable, e incluso conveniente en cierto modo, el llamado orden mundial liberal. Sí, la jerarquía limita las posibilidades de aquellos que no se encuentran en los niveles superiores de la pirámide, si me permiten decirlo, en la cima de la cadena alimentaria, y habitan en algún lugar, en su base. Sin embargo, esta situación les libera de una parte importante de la responsabilidad. ¿Qué reglas? Simplemente acepta las condiciones propuestas, intégrate en el sistema, obtén la parte que te corresponde y sé feliz, sin pensar en nada. Otros pensarán y decidirán por ti.
Y digan lo que digan, intenten esconderse quien intente esconderse, así era en realidad. Y los expertos que están aquí lo recuerdan y lo entienden perfectamente.
Unos se consideraban con derecho a dar lecciones a todos los demás. Otros preferían seguir el juego a los poderosos, ser un objeto obediente de comercio e intercambio para evitar problemas innecesarios y obtener a cambio una bonificación pequeña, pero segura. Por cierto, ahora mismo hay muchos políticos así en la vieja Europa.
A aquellos que se oponían, que intentaban defender sus intereses, sus derechos y sus opiniones, se les consideraba, en el mejor de los casos, por decirlo suavemente, unos excéntricos, y se les insinuaba: de todos modos, no conseguiréis nada, mejor resignaos, reconoced que frente a nuestro poder sois nada, un espacio vacío. Y a los más rebeldes, los autoproclamados grandes del mundo los «educaban» sin ningún miramiento, dejando así claro a todos que la resistencia era inútil.
Esto no condujo a nada bueno. Ninguno de los problemas mundiales se resolvió, pero se siguen añadiendo otros nuevos constantemente. Las instituciones de gobernanza global creadas en épocas anteriores o bien no funcionan en absoluto, o bien han perdido en gran medida su eficacia, una cosa u otra. Y por mucho potencial que acumule un país o un grupo de países, todo poder tiene sus límites.
La parte rusa, como sabe la audiencia, tiene un dicho popular que dice: «No hay remedio contra la fuerza, salvo otra fuerza». Y esta siempre aparece, ¿entienden? Esta es la esencia de los acontecimientos que siempre tienen lugar en el mundo: siempre aparece. Además, el intento de controlar todo y a todos crea una tensión excesiva, que afecta a la estabilidad interna y suscita preguntas legítimas entre los ciudadanos de los países que intentan desempeñar este papel de «grandes potencias»: ¿para qué necesitamos todo esto?
Hace algún tiempo, escuché algo similar de nuestros colegas estadounidenses, que decían: hemos ganado la paz, pero hemos perdido a Estados Unidos. Me gustaría preguntar: ¿mereció la pena? ¿Y realmente lo hemos ganado?
En las sociedades de los principales países de Europa occidental ha madurado y se ha intensificado un claro rechazo a las desmesuradas ambiciones de la élite política de estos países. El barómetro de la opinión pública lo muestra en todas partes. La clase dirigente no quiere ceder el poder, engaña abiertamente a sus propios ciudadanos, agrava la situación en el exterior y recurre a cualquier artimaña dentro de sus países, cada vez más al límite o incluso más allá de la ley.
Pero no se puede convertir indefinidamente los procedimientos democráticos y electorales en una farsa, ni manipular la voluntad de los pueblos. Como ocurrió en Rumanía, por ejemplo, sin entrar en detalles. Esto ocurre en muchos países, en algunos se intenta prohibir a los oponentes políticos, que ya están adquiriendo una gran legitimidad y una mayor confianza de los votantes. Lo sabemos, lo vivimos en la Unión Soviética. Recuerden las canciones de Vysotsky: «¡Han cancelado incluso el desfile militar! ¡Pronto lo prohibirán todo, maldita sea!». Pero eso no funciona, las prohibiciones no funcionan.
Y la voluntad del pueblo, la voluntad de los ciudadanos de estos países es simple: que los dirigentes de los países se ocupen de los problemas de los ciudadanos, se preocupen por su seguridad y su calidad de vida, y no persigan quimeras. Estados Unidos, donde la demanda de la gente ha llevado a un cambio bastante radical en el vector político, es un claro ejemplo de ello. Y para otros países se puede decir que los ejemplos, como es sabido, son contagiosos.
El sometimiento de la mayoría a la minoría, inherente a las relaciones internacionales en el período de dominio de los países occidentales, está dando paso a un enfoque multilateral y más cooperativo. Se basa en acuerdos entre los principales actores y en la consideración de los intereses de todos. Por supuesto, esto no garantiza en absoluto la armonía y la ausencia total de conflictos. Los intereses de los países nunca coinciden por completo, y toda la historia de las relaciones internacionales es, sin duda, una lucha por su realización.
Pero la atmósfera mundial fundamentalmente nueva, cuyo tono lo marcan cada vez más los países de la mayoría mundial, permite esperar que todos los actores tengan que tener en cuenta, de una forma u otra, los intereses de los demás a la hora de tomar decisiones sobre problemas regionales y mundiales. Porque, en esencia, nadie puede alcanzar sus objetivos por sí solo, aislado de los demás. A pesar de la agudización de los conflictos, la crisis del antiguo modelo de globalización y la fragmentación de la economía mundial, el mundo sigue siendo un todo, interconectado e interdependiente.
Lo sabemos por experiencia propia. Ustedes saben cuántos esfuerzos han realizado nuestros oponentes en los últimos años para, en términos generales, expulsar a Rusia del sistema mundial, empujarnos al aislamiento político, cultural e informativo y a la autarquía económica. Por el número y el volumen de las medidas punitivas introducidas contra nosotros, que tímidamente se denominan sanciones, Rusia es el absoluto récord en la historia mundial: 30 [mil], y tal vez incluso más, de todo tipo de restricciones.
¿Y qué? ¿Han conseguido lo que querían? Creo que no hace falta explicar a los aquí presentes que estos esfuerzos han fracasado estrepitosamente. Rusia ha demostrado al mundo su gran capacidad de resistencia, su capacidad para soportar la más fuerte presión externa, que podría haber quebrado no solo a un país, sino a toda una coalición de Estados. Y, por supuesto, sentimos un orgullo legítimo por ello, orgullo por Rusia, por nuestros ciudadanos y por nuestras Fuerzas Armadas.
Pero no solo quiero hablar de eso. Resulta que ese mismo sistema mundial del que querían expulsarnos, sacarnos, simplemente no deja marchar a Rusia. Porque Rusia es necesaria para ella como parte muy importante del equilibrio general. Y no solo por su territorio, su población, su potencial defensivo, tecnológico e industrial, por sus recursos minerales, aunque, por supuesto, todo lo que acabo de enumerar es muy, muy importante, son factores fundamentales.
Pero, sobre todo, porque sin Rusia no se puede construir el equilibrio mundial: ni económico, ni estratégico, ni cultural, ni logístico, ninguno. Creo que quienes han intentado destruirlo todo se han convencido de ello. Algunos, sin embargo, siguen esperando obstinadamente lograr su objetivo: infligir a Rusia, como ellos dicen, una derrota estratégica.
Bueno, si no ven lo condenado al fracaso que está este plan y siguen insistiendo, espero que la vida lo demuestre y que incluso los más obstinados y testarudos lo comprendan. Parece que ya han hecho ruido más de una vez, han amenazado con un bloqueo total, han intentado obligar al pueblo ruso, como ellos mismos han dicho, han elegido las palabras, no se han cortado, han querido hacer sufrir al pueblo ruso, han hecho planes, uno más fantástico que el otro. Creo que ya es hora de calmarse, mirar a nuestro alrededor, comprender la realidad y construir las relaciones en una dirección completamente diferente.
También entendemos que el mundo policéntrico es muy dinámico. Parece frágil e inestable, porque es imposible fijar para siempre el estado de las cosas, determinar de forma duradera el equilibrio de fuerzas. Después de todo, hay muchos participantes en los procesos y estas fuerzas son asimétricas y de composición compleja. Todos tienen sus propias ventajas y ventajas competitivas, que en cada caso crean una combinación y una composición únicas.
El mundo actual es un sistema extremadamente complejo y multifacético. Y para describirlo y comprenderlo correctamente, no basta con las simples leyes de la lógica, las relaciones de causa y efecto y las regularidades que se derivan de ellas. Aquí se necesita una filosofía de la complejidad, algo parecido a la mecánica cuántica, que es más sabia y más compleja que la física clásica.
Sin embargo, precisamente gracias a esta complejidad del mundo, la capacidad general de llegar a acuerdos, en mi opinión, tiende a aumentar. Después de todo, las soluciones lineales unilaterales son imposibles, y las soluciones no lineales y multilaterales requieren una diplomacia muy seria, profesional, imparcial, creativa y, a veces, poco convencional.
Por eso estoy convencido de que seremos testigos de una especie de renacimiento, del resurgimiento del alto arte diplomático. Y su esencia radica en la capacidad de dialogar y llegar a acuerdos con los vecinos, con los aliados y, lo que es igualmente importante, pero más difícil, con los oponentes.
Es precisamente en este espíritu, el espíritu de la diplomacia del siglo XXI, donde se desarrollan las nuevas instituciones. Se trata de la comunidad BRICS, en expansión, y de las organizaciones de las regiones más grandes, como la Organización de Cooperación de Shanghái y [las organizaciones] de Eurasia, así como de las asociaciones regionales más compactas, pero no por ello menos importantes. Actualmente están surgiendo muchas en todo el mundo, no las voy a enumerar todas, ustedes ya lo saben.
Todas estas nuevas estructuras son diferentes, pero tienen en común una cualidad fundamental: no funcionan según el principio de jerarquía, de subordinación a un único líder, al más importante. No están en contra de nadie, están a favor de sí mismas. Repito una vez más: el mundo moderno necesita acuerdos, no la imposición de la voluntad de alguien. La hegemonía, cualquiera que sea, simplemente no puede hacer frente al alcance de las tareas y no lo hará.
Garantizar la seguridad internacional en estas condiciones es una cuestión extremadamente urgente y compleja. El creciente número de actores con diferentes objetivos y culturas políticas, con sus propias tradiciones, toda esta complejidad global hace que la elaboración de enfoques sobre el tema de la seguridad sea una tarea mucho más confusa y difícil. Sin embargo, también nos abre nuevas oportunidades a todos.
Las actitudes de bloqueo, programadas de antemano para la confrontación, son sin duda ahora un anacronismo sin sentido. Vemos, por ejemplo, con qué ahínco nuestros vecinos europeos se esfuerzan por reparar y enmascarar las grietas que se han producido en el edificio de Europa. Sin embargo, quieren superar la división y reforzar la unidad tambaleante de la que antes se jactaban, no mediante la resolución eficaz de los problemas internos, sino exagerando la imagen del enemigo. Es un ejemplo antiguo, pero la clave está en que la gente de esos países lo ve y lo entiende todo. Por eso salen a la calle, a pesar de la tensión, como ya he dicho, de la situación en el exterior y de la búsqueda de ese enemigo.
Y recrean un enemigo habitual, inventado hace ya siglos: Rusia. La mayoría de la gente en Europa no entiende por qué les da tanto miedo Rusia, por qué para enfrentarse a ella hay que apretarse el cinturón cada vez más y olvidarse de los propios intereses, simplemente renunciar a ellos, llevar a cabo una política claramente perjudicial para uno mismo. Pero las élites gobernantes de la Europa unida siguen alimentando la histeria. Resulta que la guerra con los rusos está a las puertas. Repiten esta tontería, este mantra, una y otra vez.
Sinceramente, a veces veo lo que dicen y pienso: no pueden creer eso. No pueden creer lo que dicen, que Rusia va a atacar a la OTAN. Es imposible creerlo. Y convencen a su gente. Entonces, ¿qué clase de personas son? O son muy incompetentes, si realmente lo creen, porque es imposible creer en esa tontería, o simplemente son deshonestos, porque ellos mismos no lo creen, pero intentan convencer a sus ciudadanos de ello. ¿Qué otras opciones hay?
Sinceramente, dan ganas de decir: tranquilos, duerman tranquilos, ocupense por fin de sus propios problemas. Miren lo que está pasando en las calles de las ciudades europeas, lo que está pasando con la economía, la industria, la cultura y la identidad europeas, con las enormes deudas y la creciente crisis de los sistemas de seguridad social, la migración fuera de control, el aumento de la violencia, incluida la política, la radicalización de las sociedades marginales ultraliberales y racistas. ultraliberales y racistas.
Fíjense en cómo Europa se está deslizando hacia la periferia de la competencia global. Sabemos perfectamente que todas las amenazas relativas a los planes agresivos de Rusia, con las que Europa se intimida a sí misma, son inventadas, acabo de decirlo. Pero la autosugestión es algo peligroso. Y simplemente no podemos dejar de prestar atención a lo que está sucediendo, no tenemos derecho a hacerlo por razones de seguridad, repito, por nuestra defensa y seguridad.
Por eso seguimos atentamente la creciente militarización de Europa. ¿Son solo palabras o es hora de tomar medidas de respuesta? Como ustedes saben, Alemania, por ejemplo, afirma que el ejército alemán debe volver a ser el más poderoso de Europa. Muy bien, escuchamos atentamente y observamos a qué se refiere.
Creo que nadie duda de que las medidas de respuesta de Rusia no se harán esperar. La respuesta a las amenazas, por decirlo suavemente, será muy contundente. Precisamente una respuesta. Nosotros nunca hemos iniciado un enfrentamiento militar. Es inútil, innecesario y simplemente absurdo, nos aleja de los problemas y retos reales. Y, tarde o temprano, la sociedad pedirá cuentas a sus líderes por ignorar sus esperanzas, aspiraciones y necesidades.
Pero si alguien tiene ganas de competir con nosotros en el ámbito militar, como decimos nosotros, libre es su voluntad, que lo intente. Rusia ha demostrado en más de una ocasión que cuando surge una amenaza para nuestra seguridad, la paz y la tranquilidad de nuestros ciudadanos, nuestra soberanía y la propia condición de Estado, respondemos con rapidez.
No hay que provocar. No ha habido ningún caso en el que, al final, esto no haya acabado mal para el propio provocador. No hay que esperar excepciones en el futuro: no las habrá.
Nuestra historia ha demostrado que la debilidad es inaceptable, porque crea la tentación, la ilusión, de que cualquier cuestión con nosotros se puede resolver mediante la fuerza. Rusia nunca mostrará debilidad ni indecisión. Que lo recuerden aquellos a quienes molestamos por el mero hecho de existir. Aquellos que acarician el sueño de infligirnos esa derrota estratégica. Por cierto, aquellos que hablaban activamente de ello, como decimos nosotros, ya no están, y los demás están lejos. ¿Dónde están esos personajes?
Hay tantos problemas objetivos relacionados con factores naturales, tecnológicos y sociales en el mundo que gastar fuerzas y energía en contradicciones artificiales, a menudo inventadas, es inaceptable, derrochador y simplemente estúpido.
La seguridad internacional es ahora un fenómeno tan multifacético e indivisible que ninguna división geopolítica basada en valores es capaz de dividirlo. Solo un trabajo minucioso y exhaustivo, con la participación de diferentes socios y basado en enfoques creativos, puede resolver las complejas ecuaciones de seguridad del siglo XXI. Y en ella no hay elementos más o menos importantes, ni especialmente importantes: todo se resuelve solo en su conjunto.
Nuestro país ha defendido y sigue defendiendo sistemáticamente el principio de la indivisibilidad de la seguridad. He dicho más de una vez: la seguridad de unos no puede garantizarse a costa de otros. De lo contrario, no hay seguridad en absoluto, para nadie. No se ha logrado afirmar este principio. La euforia y la sed de poder ilimitada de aquellos que, tras la «guerra fría», se consideraban vencedores, como ya he dicho en repetidas ocasiones, llevaron al deseo de imponer a todos ideas unilaterales y subjetivas sobre la seguridad.
Esto, en realidad, fue la verdadera causa fundamental no solo del conflicto ucraniano, sino también de muchos otros conflictos graves del siglo XX y la primera década del siglo XXI. Como resultado, tal y como advertimos, hoy en día nadie se siente seguro. Es hora de volver, por así decirlo, a los orígenes, de corregir los errores cometidos.
Pero la indivisibilidad de la seguridad hoy en día, si la comparamos con la de finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, es un fenómeno aún más complejo. Ya no se trata solo del equilibrio político-militar y la consideración de los intereses mutuos. La seguridad de la humanidad depende de su capacidad para responder a los retos que plantean los cataclismos naturales, las catástrofes tecnológicas, el desarrollo tecnológico y los nuevos y rápidos procesos sociales, demográficos e informativos.
Todo esto está interrelacionado y los cambios se producen en gran medida por sí mismos, a menudo, como ya he dicho, de forma impredecible según su propia lógica y leyes internas, y a veces incluso, me atrevería a decir, al margen de la voluntad y las expectativas de las personas.
La humanidad corre el riesgo de quedarse al margen en una situación así, de convertirse en un simple observador de procesos que ya no podrá controlar. ¿Qué es esto sino un desafío sistémico para todos nosotros y una oportunidad para que todos trabajemos juntos de manera constructiva?
No hay respuestas preparadas, pero creo que para resolver los problemas globales es necesario, en primer lugar, abordarlos sin prejuicios ideológicos, sin un tono moralizante del tipo «ahora les explicaré todo como debe ser». En segundo lugar, es importante darse cuenta de que se trata de una tarea verdaderamente común e indivisible, que requiere la colaboración de todos los países y pueblos.
Cada cultura y civilización debe aportar su granito de arena, porque, repito, por separado nadie conoce la respuesta correcta. Solo puede surgir en condiciones de búsqueda constructiva conjunta, de unión, y no de separación de los esfuerzos y la experiencia nacional de los diferentes Estados.
Repito una vez más: los conflictos, los choques de intereses han existido y existirán, por supuesto, siempre han existido y siempre existirán, la cuestión es cómo resolverlos. El mundo multipolar, como ya se ha dicho hoy, es el retorno de la diplomacia clásica, en la que para la resolución de los conflictos se necesita atención, respeto mutuo y no coacción.
La diplomacia clásica era capaz de tener en cuenta la posición de los diferentes actores de la vida internacional, la complejidad misma del «concierto» de las diferentes potencias. Sin embargo, en su momento fue sustituida por la diplomacia occidental del monólogo, las lecciones interminables y las órdenes. En lugar de resolver las situaciones conflictivas, se empezaron a imponer los intereses concretos de unos, considerando que los intereses de todos los demás no merecían atención.
¿Es de extrañar que, en lugar de resolverse, los conflictos se agravaran hasta llegar a una fase armada sangrienta y a una catástrofe humanitaria? Actuar así no resuelve ningún problema. Hay innumerables ejemplos de ello en los últimos 30 años.
Uno de ellos es el conflicto palestino-israelí, que, siguiendo las recetas de la diplomacia unilateral occidental, que ignora descaradamente la historia, las tradiciones, la identidad y la cultura de los pueblos que viven allí, no se puede resolver, al igual que no se puede estabilizar en general la situación en Oriente Medio, que, por el contrario, se degrada rápidamente. Ahora estamos conociendo más detalladamente las iniciativas del presidente Trump. Me parece que aquí puede aparecer alguna luz al final del túnel.
Un ejemplo terrible es la tragedia ucraniana. Es un dolor para los ucranianos y para los rusos, para todos nosotros. Las causas del conflicto ucraniano son bien conocidas por cualquiera que se haya tomado la molestia de interesarse por los antecedentes de su etapa actual, la más aguda. No voy a repetirlo, estoy seguro de que los presentes en esta sala las conocen bien y conocen mi posición al respecto, la he formulado muchas veces.
También se sabe otra cosa. Quienes alentaron, incitaron, armaron a Ucrania, la azuzaron contra Rusia, cultivaron durante décadas un nacionalismo desenfrenado y el neonazismo, francamente, perdón por la expresión, no solo se burlaron de los intereses rusos, sino también de los propios intereses ucranianos, los intereses genuinos del pueblo de este país. No les importa este pueblo, para ellos es material de consumo, para los globalistas, los expansionistas occidentales y sus lacayos en Kiev. Los resultados del aventurerismo imprudente son evidentes, no hay nada que discutir.
Podemos plantearnos otra pregunta: ¿podría haber sido de otra manera? También sabemos, volviendo a lo que dijo el presidente Trump, que si él hubiera estado en el poder, esto se podría haber evitado. Estoy de acuerdo con eso. De hecho, se podría haber evitado si nuestra relación con la entonces Administración Biden se hubiera desarrollado de otra manera. Si Ucrania no se hubiera convertido en un instrumento destructivo en manos ajenas, si no se hubiera utilizado para ello el bloque del Atlántico Norte, que avanza hacia nuestras fronteras. Si Ucrania hubiera conservado, al fin y al cabo, su independencia, su soberanía real.
Y otra pregunta: ¿cómo deberían resolverse los problemas bilaterales entre Rusia y Ucrania, que fueron una consecuencia objetiva de la desintegración de un país enorme y de complejas transformaciones geopolíticas? Por cierto, creo que la disolución de la Unión Soviética también estuvo relacionada con la posición de los dirigentes rusos de entonces de deshacerse de cualquier confrontación ideológica con la esperanza de que ahora, cuando ya hemos acabado con el comunismo, llegue la «hermandad». No, nada de eso. Aquí hay otros factores, intereses geopolíticos. Y resultó que las contradicciones ideológicas no tenían nada que ver.
¿Cómo resolverlas en un mundo policéntrico? ¿Y cómo se resolvería la situación en Ucrania? Creo que, si existiera la multipolaridad, los diferentes polos «probarían» la situación en torno al conflicto ucraniano, por así decirlo, en sí mismos, en aquellas zonas potenciales de tensión y fracturas que existen en sus propias regiones, y entonces la decisión colectiva sería mucho más responsable y ponderada.
La base del acuerdo sería el entendimiento de que todos los participantes en esta difícil situación tienen sus propios intereses. Estos se basan en circunstancias objetivas y subjetivas, y no pueden ignorarse. El deseo de todos los países de garantizar la seguridad y el desarrollo es legítimo. Esto se aplica naturalmente a Ucrania, a Rusia y a todos nuestros vecinos. Son los Estados de la región los que deben tener la última palabra en lo que respecta a la creación de un sistema regional. Y son ellos los que tienen más posibilidades de acordar un modelo de interacción aceptable para todos, porque les afecta directamente. Es su interés vital.
Para otros países, esta situación, en este caso en Ucrania, es una carta en otro juego mucho más amplio, y además en su propio juego, que por lo general ni siquiera está relacionado con los problemas concretos de los países en general y, en este caso, de este país concreto y de los países involucrados en el conflicto. Es solo una excusa y una forma de resolver sus objetivos geopolíticos, ampliar su zona de control y, por qué no, ganar un poco de dinero con la guerra. Así que «se metieron» en nuestro territorio con la infraestructura de la OTAN, observaron con indiferencia durante años la tragedia del Donbás, el genocidio en esencia y la destrucción del pueblo ruso en nuestros territorios ancestrales e históricos, que comenzó en 2014 tras el sangriento golpe de Estado en Ucrania.
En contraste con este comportamiento, que han demostrado Europa y, hasta hace poco, Estados Unidos con la anterior Administración, están las acciones de los países de la mayoría mundial. Se niegan a tomar partido por nadie y se esfuerzan por ayudar realmente a establecer una paz justa. Agradecemos a todos los Estados que en los últimos años han realizado esfuerzos sinceros para encontrar una salida a la situación. Se trata de nuestros socios fundadores del BRICS: China, India, Brasil y Sudáfrica. Se trata de Bielorrusia y, por cierto, de Corea del Norte. Son nuestros amigos en el mundo árabe e islámico en general, sobre todo Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Egipto, Turquía e Irán. Serbia, Hungría y Eslovaquia en Europa. Y muchos otros países, africanos y latinoamericanos.
Por desgracia, hasta ahora no se ha logrado poner fin a las hostilidades, pero la responsabilidad de ello no recae en la «mayoría», por no haberlo conseguido, sino en la «minoría», sobre todo en Europa, que no deja de escalar el conflicto y, en mi opinión, no parece haber ningún otro objetivo por el momento. No obstante, creo que la buena voluntad prevalecerá, y en este sentido no tengo la menor duda: creo que en Ucrania también se están produciendo cambios, poco a poco, lo estamos viendo. Por mucho que se lave el cerebro a la gente, los cambios se producen en la conciencia pública, y en la inmensa mayoría de los países del mundo.
En realidad, el fenómeno de la mayoría mundial es un fenómeno nuevo en la vida internacional. También me gustaría decir unas palabras al respecto. ¿En qué consiste? En que la gran mayoría de los Estados del mundo están dispuestos a realizar sus propios intereses civilizatorios, el principal de los cuales es su desarrollo equilibrado y progresivo. Parecería natural, ya que siempre ha sido así. Pero en épocas anteriores, la comprensión de estos intereses se veía a menudo distorsionada por ambiciones malsanas, egoísmo y la influencia de la ideología expansionista.
Ahora, la mayoría de los países y pueblos, esa misma mayoría mundial, es consciente de sus verdaderos intereses. Pero lo más importante es que se sienten con la fuerza y la confianza necesarias para defender esos intereses frente a las influencias externas y, añadiría, que, al promover y defender sus propios intereses, están dispuestos a colaborar con sus socios, es decir, a convertir las relaciones internacionales, la diplomacia y la integración en una fuente de crecimiento, progreso y desarrollo. Las relaciones dentro de la mayoría mundial son el prototipo de las prácticas políticas necesarias y eficaces en un mundo policéntrico.
Se trata de pragmatismo y realismo, del rechazo de la filosofía de «bloques», de la ausencia de obligaciones rígidas impuestas por una sola persona, de modelos en los que hay socios «mayores» y «menores». Por último, la capacidad de combinar intereses que no siempre coinciden, pero que en general no se contradicen entre sí. La ausencia de antagonismo se convierte en el principio fundamental.
Actualmente está cobrando fuerza una nueva ola de descolonización, en la que las antiguas colonias, además de la soberanía estatal, están adquiriendo soberanía política, económica, cultural y ideológica.
En este contexto, hay otro aniversario significativo. Acabamos de celebrar el 80.º aniversario de las Naciones Unidas. No solo es la estructura política más representativa y universal del mundo, sino también un símbolo del espíritu de cooperación, alianza e incluso hermandad de armas que ayudó, en la primera mitad del siglo pasado, a unir esfuerzos para luchar contra el mal más terrible de la historia: la despiadada maquinaria de exterminio y esclavitud.
Y el papel decisivo en esta victoria común, de la que estamos orgullosos, la victoria sobre el nazismo, corresponde, por supuesto, a la Unión Soviética. Basta con mirar el número de víctimas de todos los participantes en la coalición antihitleriana y todo quedará claro de inmediato, eso es todo.
La ONU es, sin duda, el legado de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la experiencia más exitosa hasta la fecha en la creación de una organización internacional en cuyo marco es posible resolver los problemas mundiales más acuciantes.
Hoy en día se oye a menudo que el sistema de la ONU está paralizado y en crisis. Esto se ha convertido en un lugar común. Algunos incluso afirman que ha quedado obsoleta y que, como mínimo, debería reformarse radicalmente. Sí, sin duda, hay muchos, muchos problemas en el funcionamiento de la ONU. Pero tampoco hay nada mejor que la ONU. Esto también hay que reconocerlo.
En realidad, el problema no está en la ONU, ya que su potencial es enorme. La cuestión es, en realidad, cómo nosotros mismos, esas naciones unidas y ahora, por desgracia, desunidas, utilizamos todo ese potencial.
No hay duda de que la ONU se enfrenta a dificultades. Como cualquier organización, hoy en día necesita adaptarse a las nuevas realidades. Sin embargo, en el proceso de su reforma y consolidación, es fundamental no perder ni distorsionar su significado fundamental, no solo el que se estableció cuando se creó la Organización de las Naciones Unidas, sino también el que se ha adquirido a lo largo de su complejo desarrollo.
En este sentido, cabe recordar que, desde 1945, el número de Estados miembros de la ONU se ha multiplicado casi por cuatro. La organización, que surgió por iniciativa de varios de los países más importantes, no solo se ha ampliado a lo largo de sus décadas de existencia, sino que ha «absorbido» una gran variedad de culturas y tradiciones políticas, ha adquirido diversidad y se ha convertido en verdaderamente multipolar mucho antes de que el mundo lo fuera. El potencial inherente al sistema de las Naciones Unidas apenas está comenzando a revelarse, y estoy seguro de que en la nueva era que se avecina esto sucederá y sucederá más rápidamente.
En otras palabras, ahora los países que constituyen la mayoría mundial forman, naturalmente, una mayoría convincente también en el seno de las Naciones Unidas, lo que significa que es hora de adaptar su estructura y sus órganos de gobierno a esta realidad, lo que, por cierto, se ajustará mucho más a los principios básicos de la democracia.
No voy a negar que actualmente no hay unanimidad sobre cómo se debe organizar el mundo, en qué principios debe basarse en los próximos años y décadas. Hemos entrado en un largo período de búsqueda, en gran medida a tientas. Cuando finalmente se forme un nuevo sistema sostenible, se desconoce cuál será su estructura. Debemos estar preparados para que, durante mucho tiempo, el desarrollo social, político y económico sea difícil de predecir y, en ocasiones, muy inestable.
Y para mantener unos puntos de referencia claros y no desviarnos del camino, todos necesitamos un apoyo sólido. En nuestra opinión, se trata, ante todo, de los valores que han madurado en las culturas nacionales a lo largo de los siglos. La cultura y la historia, las normas éticas y religiosas, la influencia de la geografía y el espacio son los elementos fundamentales que dan origen a las civilizaciones, a comunidades especiales que se crean a lo largo de siglos y que determinan la identidad nacional, los valores y las tradiciones, todo lo que sirve de guía para no perderse, para resistir las tormentas del agitado océano de la vida internacional.
Las tradiciones son siempre únicas, originales, propias de cada uno. Y el respeto por las tradiciones es la primera y principal condición para el desarrollo próspero de las relaciones internacionales y la resolución de los problemas que surgen.
El mundo ha vivido intentos de unificación, de imponer a todos un modelo supuestamente universal que iba en contra de las tradiciones culturales y éticas de la mayoría de los pueblos. En su momento, la Unión Soviética pecó de ello al imponer su sistema político. Lo sabemos. Sinceramente, creo que nadie lo discutirá. Luego, Estados Unidos tomó el relevo. Europa también se diferenció bastante. En ambos casos, nada salió bien. Lo superficial, lo artificial, y más aún lo impuesto desde fuera, no se mantiene por mucho tiempo. Y quien respeta su tradición, por regla general, no atenta contra la ajena.
Ahora, en un contexto de inestabilidad internacional, cobra especial importancia la propia base del desarrollo, que no depende de las turbulencias internacionales. Y vemos cómo los países y los pueblos recurren precisamente a estas bases. Esto no solo ocurre en la mayoría de los Estados del mundo, sino que también se da en las sociedades occidentales. Si todos se guían por esto, ocupándose de sí mismos y sin distraerse con ambiciones innecesarias, resulta más fácil encontrar un lenguaje común con los demás.
Como ejemplo, podemos citar la experiencia actual de la interacción entre Rusia y Estados Unidos. Como es sabido, nuestros países tienen muchas contradicciones y nuestras opiniones sobre muchos problemas mundiales no coinciden. Para potencias tan grandes, esto es normal, de hecho, es absolutamente natural. Lo importante es cómo resolver estas contradicciones, en qué medida se logran resolver de forma pacífica.
La actual Administración de la Casa Blanca declara sus intereses y deseos de forma directa, creo que estarán de acuerdo conmigo, a veces de forma directa, pero sin hipocresía alguna. Siempre es mejor entender claramente lo que quiere tu interlocutor, lo que busca, que intentar adivinar el significado real de una serie de evasivas, insinuaciones ambiguas y vagas.
Vemos que la actual Administración de los Estados Unidos se guía ante todo por los intereses de su propio país, tal y como ella los entiende. Creo que es un enfoque racional.
Pero entonces, perdón, Rusia se reserva el derecho de guiarse por nuestros intereses nacionales, uno de los cuales, por cierto, es el restablecimiento de relaciones plenas con los Estados Unidos. Y sean cuales sean las contradicciones, si nos tratamos con respeto, las negociaciones, aunque sean muy duras y tenaces, tendrán como objetivo llegar a un acuerdo, lo que significa que, al final, son posibles soluciones mutuamente aceptables.
La multipolaridad, el policentrismo, una realidad que nos acompañará durante mucho tiempo, depende de cada uno de nosotros en cuanto a la rapidez y la eficacia con que logremos crear sobre su base un orden mundial sostenible. Y tal orden, tal modelo en el mundo contemporáneo, solo es posible como resultado de un esfuerzo común, de un trabajo en el que participen todos. Repito, los tiempos en los que un grupo reducido de potencias más poderosas decidía por todo el resto del mundo cómo vivir han quedado atrás para siempre.
Esto es algo que deben recordar aquellos que sienten nostalgia por los tiempos coloniales, cuando se solía dividir a los pueblos entre los que eran iguales y los que eran más iguales. La frase de Orwell nos es bien conocida.
Nunca nos ha caracterizado —a nosotros, a Rusia— esa visión racista de los problemas, esa actitud hacia otros pueblos, otras culturas nunca ha caracterizado a Rusia y nunca lo hará.
Estamos a favor de la diversidad, la polifonía, la sinfonía de valores. Sin duda, estarán de acuerdo conmigo en que el mundo parece triste cuando es monótono. Rusia ha tenido un destino muy agitado y difícil. La propia formación del Estado ruso es una superación constante de enormes retos históricos.
No quiero decir que otros Estados se hayan desarrollado en condiciones favorables, por supuesto que no. Pero, sin embargo, la experiencia rusa es en muchos aspectos única, al igual que lo es el país que ha creado. No se trata de una pretensión de exclusividad o superioridad, sino simplemente de una constatación de nuestra identidad.
Hemos vivido numerosas convulsiones y hemos dado al mundo motivos para reflexiones muy diversas, tanto negativas como positivas. Sin embargo, gracias a nuestro bagaje histórico, estamos mejor preparados para la compleja, no lineal y ambigua situación mundial en la que todos vamos a vivir.
En cualquier circunstancia, Rusia ha demostrado una cosa: ha existido, existe y siempre existirá. Su papel en el mundo está cambiando, lo entendemos, pero sigue siendo una fuerza sin la cual es difícil, y a menudo imposible, alcanzar la armonía y el equilibrio. Este hecho comprobado, comprobado por la historia y el tiempo, es un hecho incuestionable.
Pero en el mundo multipolar actual, esta armonía, este equilibrio del que he hablado, solo pueden alcanzarse, sin duda, como resultado de un trabajo conjunto y común. Y quiero asegurarles que Rusia está preparada para ese trabajo.
Gracias por su atención. Muchas gracias.