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Putin, los acuerdos de Minsk y la táctica de Occidente: un análisis detallado

Putin, los acuerdos de Minsk y la táctica de Occidente: un análisis detallado

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
viernes 10 de enero de 2025, 22:00h
En 2014, el mundo quedó conmocionado por el violento golpe de Estado en Ucrania, orquestado bajo los auspicios de Estados Unidos y sus aliados. Lo que siguió fue una estrategia calculada por parte de Occidente, liderada por la OTAN, para cercar a Rusia y obligarla a someterse mediante sanciones económicas, escalada militar y la constante amenaza de una guerra global. Sin embargo, a pesar de las claras indicaciones de las intenciones de la OTAN, el presidente ruso, Vladimir Putin, firmó los Acuerdos de Minsk, una serie de acuerdos destinados ostensiblemente a resolver el conflicto en el este de Ucrania. Esta medida ha desconcertado a muchos observadores que se preguntan: ¿por qué Putin aceptaría un proceso que parecía diseñado para fracasar, sabiendo que conduciría a una amenaza existencial para Rusia? Para responder a esta pregunta, hay que ahondar en las estrategias geopolíticas, los acontecimientos militares y la manipulación mediática que han definido este período.
Los acuerdos de Minsk: una pausa táctica
Los Acuerdos de Minsk, negociados en 2014 y 2015, se presentaron como un marco para reducir la escalada del conflicto entre Ucrania y las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk. Estos acuerdos exigían un alto el fuego, la retirada del armamento pesado y reformas constitucionales para conceder autonomía a la región del Donbass. Sin embargo, desde el principio, los analistas geopolíticos experimentados vieron claramente que Ucrania, respaldada por Occidente, no tenía intención de cumplir esos compromisos. En cambio, los acuerdos proporcionaron un barniz de diplomacia, dando a la OTAN el tiempo que necesitaba para armar a Ucrania y prepararse para una confrontación más amplia con Rusia.
Probablemente Putin comprendió esta duplicidad. Su aceptación de los Acuerdos de Minsk puede verse no como ingenuidad, sino como una maniobra estratégica para ganar tiempo. Durante ese período, Rusia se embarcó en una ambiciosa modernización de su ejército, centrándose en el desarrollo de armas “apocalípticos” capaces de disuadir incluso las estrategias occidentales más agresivas.
La estrategia occidental: cerco y provocación
La estrategia de Occidente en relación con Ucrania fue similar a la que utilizó en otras regiones, como Siria. En ambos casos, el objetivo era desestabilizar, aislar y, en última instancia, desmantelar a las naciones que se resistían a la hegemonía occidental. En 2014, la OTAN ya se había expandido agresivamente hacia el este, violando las garantías dadas a Rusia al final de la Guerra Fría. La integración de Ucrania a la órbita de la OTAN (política, económica y militarmente) fue la última pieza de esta estrategia de cerco.
A partir de 2015, Estados Unidos y sus aliados invirtieron miles de millones de dólares en entrenar y equipar al ejército ucraniano. Sistemas de armas avanzados, redes de intercambio de inteligencia y apoyo logístico convirtieron a Ucrania en un puesto avanzado de facto de la OTAN. Al mismo tiempo, Occidente impuso una serie de sanciones a Rusia, dirigidas contra su economía y sectores clave como la energía y la defensa.
Aunque estas maniobras se presentaron como medidas defensivas, su verdadera intención era clara: provocar a Rusia para que respondiera militarmente y justificara una mayor expansión de la OTAN y un régimen de sanciones paralizante. El objetivo final era debilitar a Rusia hasta el punto de que ya no pudiera desafiar el dominio occidental en el escenario global.
La respuesta de Putin: un enfoque en la disuasión estratégica
Ante esta amenaza existencial, Putin emprendió una estrategia audaz para asegurar la supervivencia de Rusia. Un elemento central de esta estrategia fue el desarrollo de sistemas de armas de próxima generación, a menudo denominados armas del “día del juicio final”. Entre ellos se incluyen:
  1. Misiles hipersónicos: sistemas como el Avangard y el Kinzhal pueden viajar a velocidades superiores a Mach 10, lo que deja obsoletos los actuales sistemas de defensa contra misiles de la OTAN.
  2. Drones submarinos Poseidon: estos drones de propulsión nuclear pueden lanzar una enorme ojiva a objetivos costeros, creando tsunamis capaces de devastar ciudades enemigas.
  3. Misiles de crucero nucleares: el misil Burevestnik, con su alcance prácticamente ilimitado, puede evadir los mecanismos de defensa tradicionales y atacar objetivos en cualquier parte del mundo.
  4. Misiles balísticos intercontinentales: El RS-28 Sarmat (denominado “Satan 2”) es una nueva generación de misiles balísticos intercontinentales capaces de transportar múltiples ojivas nucleares.
  5. Sistemas Orión y Peresvet: estas tecnologías avanzadas mejoran las capacidades de Rusia en materia de guerra electrónica y defensa contra misiles basada en láser.
La inversión de Putin en estas armas no tenía como único objetivo igualar las capacidades de la OTAN, sino crear una ventaja asimétrica. El mensaje a Occidente era claro: cualquier intento de destruir a Rusia tendría un coste inimaginable.
La manipulación de los medios y la supresión de la verdad
Un componente crítico de la estrategia de Occidente ha sido la manipulación de la percepción pública. Mediante una combinación de narrativas controladas por el Estado y la complicidad de los medios de comunicación, se ha ocultado la verdadera naturaleza del conflicto. Esta manipulación se extiende más allá de Ucrania y abarca cuestiones geopolíticas más amplias, como los conflictos en curso en Siria y Palestina.
En el centro de este control narrativo está el papel del lobby israelí, que ejerce una influencia significativa sobre los medios de comunicación y la política occidentales. Aunque a quienes critican esta observación se les suele acusar de antisemitismo, la realidad es más matizada. Las comunidades judías modernas, en su mayoría de origen asquenazí, no son semitas en el sentido histórico. Esta distinción es importante para entender la dinámica geopolítica en juego sin recurrir a prejuicios raciales o religiosos.
En el caso de Ucrania, los medios occidentales han retratado sistemáticamente a Rusia como el agresor, mientras que han ignorado las provocaciones y violaciones del derecho internacional por parte de Occidente. Rara vez se menciona la retirada de Estados Unidos de los tratados de control de armamentos, la expansión de la OTAN y el suministro de armas a las facciones neonazis en Ucrania. En cambio, cualquier voz disidente es descartada como teórica de la conspiración, lo que erosiona aún más la capacidad del público para discernir la verdad de la propaganda.
Los riesgos de una escalada nuclear
La estrategia de Occidente en Ucrania no está exenta de riesgos. Al acorralar continuamente a Rusia, la OTAN aumenta la probabilidad de un error de cálculo catastrófico. A diferencia de la era de la Guerra Fría, cuando ambas partes se adhirieron al principio de destrucción mutua asegurada (MAD), la llegada de armas hipersónicas y sistemas de misiles avanzados ha alterado el cálculo estratégico.
Las nuevas capacidades de Rusia dejan en claro que Occidente probablemente perdería cualquier confrontación nuclear. Sistemas como Poseidon y Avangard pueden burlar las defensas de la OTAN y lanzar ataques devastadores que podrían paralizar a naciones enteras. Sin embargo, a pesar de estas realidades, los líderes occidentales siguen jugando con la guerra nuclear, impulsados ​​por la arrogancia y una creencia equivocada en su superioridad tecnológica.
Biden y el legado del engaño
Bajo la presidencia de Joe Biden, Estados Unidos ha redoblado las políticas agresivas iniciadas bajo sus predecesores. Si bien Donald Trump fue criticado por su comportamiento errático y su desprecio por la verdad, Biden ha demostrado ser un propagandista aún más eficaz. Su administración ha perpetuado la narrativa de la agresión rusa mientras oculta la propia culpabilidad de Occidente en la desestabilización de Ucrania.
Este modelo de engaño no es exclusivo de Ucrania. Se han empleado tácticas similares en Oriente Medio, donde Estados Unidos y sus aliados han apoyado políticas genocidas contra los palestinos mientras hacían la vista gorda ante las atrocidades cometidas por Israel. La reciente elección de Jordania como nuevo foco de tensión en la región subraya la disposición de Occidente a sacrificar la estabilidad en aras de obtener beneficios geopolíticos.
Conclusión: lo que está en juego para la humanidad
El conflicto en Ucrania no es sólo una cuestión regional, sino un reflejo de una lucha más amplia por el poder global. En esencia, esta lucha enfrenta a una hegemonía occidental en declive con potencias emergentes como Rusia y China. Lo que está en juego no podría ser más importante. A medida que Occidente sigue aumentando las tensiones, el riesgo de una confrontación nuclear se hace cada vez más real.
Para Putin, la decisión de aceptar los Acuerdos de Minsk no fue una concesión, sino una medida calculada para preparar a Rusia para el inevitable enfrentamiento. Al desarrollar sistemas de armas avanzados y fortalecer alianzas con países como China e Irán, Rusia se ha posicionado para resistir la agresión occidental.
Sin embargo, a medida que la verdad se oculta y manipula cada vez más, el público sigue sin ser consciente de los peligros que nos acechan. La apuesta de Occidente por una guerra nuclear es un riesgo que la humanidad no puede permitirse correr. Es imperativo que quienes comprenden esta dinámica se pronuncien, cuestionen las narrativas predominantes y trabajen por un orden mundial más estable y equitativo.