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La jaula de acero de Weber y el neototalitarismo liberal-democrático

La jaula de acero de Weber y el neototalitarismo liberal-democrático

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
domingo 02 de marzo de 2025, 22:00h
Tiberio Graziani
En el contexto contemporáneo, caracterizado por la creciente omnipresencia de las nuevas tecnologías de la comunicación en los procesos de formación de opinión y de toma de decisiones, las reflexiones sociológicas de Max Weber sobre la «jaula de acero» se revelan como una herramienta fructífera para comprender las advertencias de lo que podemos definir como las derivas del sistema neoliberal-democrático.
De hecho, la conexión entre racionalización tecnocrática, ética utilitarista y conformismo social y cultural, bien descrita por Weber, encuentra hoy nueva vida en la creciente instrumentalización del fenómeno de la inteligencia artificial, el auge de lo políticamente correcto y la transformación de las democracias occidentales en regímenes que presentan rasgos de neototalitarismo.
Inteligencia artificial: la cara racional de la jaula de acero
La inteligencia artificial (IA), aplicada a los procesos industriales, representaría, en cierto sentido, la cumbre de la racionalización teorizada por el pensador alemán. Se trata esencialmente de una tecnología que promete -y permite- eficacia y optimización, pero -si no se gestiona de forma crítica y adecuada- al precio de una alienación creciente y generalizada. De hecho, las decisiones automatizadas, basadas en algoritmos, podrían reducir la capacidad del individuo para influir en los resultados de los procesos sociales: desde el punto de vista de la crítica del poder, el uso de estos algoritmos parece reforzar una estructura burocrática que se alimenta de sí misma, contribuyendo a la creación de una «jaula de acero» digital. Esta «jaula de acero» digital aparentemente neutral impondría así una lógica instrumental que vacía de significado los valores humanos, empujando a las clases dominantes hacia un control cada vez más pronunciado, omnipresente y deshumanizador de las sociedades.
La IA -tal y como se gestiona en la actualidad- se erige como un instrumento más para consolidar el poder de las clases dominantes de los Estados más avanzados tecnológicamente y de los grupos de poder dentro de las grandes corporaciones financieras e industriales, produciendo desigualdades estructurales en las sociedades y en las esferas laborales. El acceso a las tecnologías más avanzadas queda reservado a unos pocos actores globales, mientras que los ciudadanos de a pie se convierten en meros engranajes de un sistema que no parecen comprender del todo. La promesa de libertad, típica del discurso neoliberal, se transforma en una forma de «esclavitud algorítmica», donde la capacidad de autodeterminación es cada vez más limitada.
La corrección política: síntoma del neoestado ético occidental
La corrección política, a menudo percibida y sobre todo transmitida como progreso civilizado, puede interpretarse -en el contexto de la crítica del comportamiento social actual y de la evolución política de la sociedad occidental- como un síntoma concreto de la afirmación de un Estado ético occidental. Mediante un rígido control del lenguaje y de la opinión, se intenta conformar la sociedad a un conjunto de valores que se consideran universales, pero que en realidad reflejan la ideología de las clases dominantes. Este fenómeno, lejos de ser una forma de emancipación, se convierte en un instrumento de homologación cultural.
La imposición de lo políticamente correcto no sólo restringe la libertad de expresión, sino que traiciona una heterogénesis de fines. Las democracias liberales, nacidas para proteger el pluralismo y la diversidad, acaban adoptando prácticas totalizadoras que pretenden eliminar la disidencia. De este modo, se materializa una nueva forma de totalitarismo blando, en el que el consenso se construye a través de la presión social y el aislamiento de los «desviados», mediante, entre otras, sofisticadas formas de ridiculización mediática (la famosa «máquina del fango»), atribuciones de conexiones, relaciones y comportamientos hechos para ser percibidos como embarazosos, social y políticamente reprobables, e incluso susceptibles de coacción sancionadora.
Totalitarismo y heterogénesis de fines
El pensamiento democrático neoliberal, con su énfasis en el mercado, los derechos individuales y el progreso tecnológico, parece encarnar así la cumbre de la modernidad. Sin embargo, paradójicamente se revela, en su explicitación práctica, como el resultado terminal del ciclo histórico liberal-democrático. La implacable búsqueda de la eficiencia, ligada a la creciente concentración del poder económico y financiero en manos de unos pocos grupos, como bien describió Alessandro Volpi, ha conducido a un sistema que restringe cada vez más la auténtica libertad, convirtiendo a los ciudadanos en súbditos de un orden racionalizado y globalizado, en el que el debate democrático, allí donde aún se ejerce, adquiere en el mejor de los casos el carácter de un mero ritual esclerotizado, en el peor, dada la creciente virulencia polarizadora que lo caracteriza en la actualidad, una singular forma de neurosis.
La heterogénesis de los fines -el principio según el cual las acciones concebidas y emprendidas con un propósito específico conducen en cambio a resultados opuestos impensables- es claramente evidente en la práctica de la democracia liberal contemporánea. Las democracias, tal y como las hemos conocido en nuestro continente al menos desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, nacidas para proteger al individuo de la arbitrariedad del poder, se han transformado, en el espacio de unas pocas décadas, en sistemas que controlan ampliamente la vida de los ciudadanos. Mecanismos de vigilancia, censura implícita y manipulación de la información constituyen algunos de los instrumentos de un poder que ya no se presenta visiblemente como autoritario, sino parodísticamente paternalista y salvífico, revestido de una superestructura retórica tomada de la reflexión popperiana.
La necesidad y la urgencia de una nueva crítica de la modernidad
Razonar sobre la metáfora de la «jaula de acero» de Weber, actualizada al contexto actual, nos ayuda a reflexionar sobre las derivas del modelo neoliberal-democrático que estamos viviendo. El uso instrumental de la inteligencia artificial, la corrección política y las dinámicas de heterogénesis de fines son síntomas evidentes de la trayectoria de un sistema autorreferencial que parece abocado al colapso.
Para contener y escapar de esta nueva forma de totalitarismo, es necesario y urgente recuperar el valor del pensamiento crítico y la práctica de la acción colectiva. Tal vez sólo mediante una reformulación de las relaciones entre tecnología, ética y política sea posible construir un futuro que no esté dominado por la lógica impersonal de la «jaula de acero», sino que devuelva la centralidad al ser humano y a su dignidad.
Trumpismo y biopolítica
Daniele Perra
Ya he hablado del trumpismo como una operación biopolítica «foucaultiana». Intentaré explicar mejor este concepto. En primer lugar, creo que es necesario subrayar la importancia de los medios de comunicación (como instrumentos de la «producción de poder») para el estudio y el análisis geopolítico. Ya Karl Haushofer, en 1928, ante la impetuosidad de la política de masas, comprendió la importancia de hacer llegar a la opinión pública las dinámicas geopolíticas, aunque la información tuviera que ser necesariamente de carácter simplificado y adecuada para orientar al público. En otras palabras, Haushofer comprendió antes que otros que la representación mediática forma parte integrante de la dimensión geopolítica y es una herramienta útil para obtener un apoyo emocional (por tanto, no fundamentado críticamente) a la acción.
El ámbito de la comunicación, por tanto, tiene una importancia fundamental para la geopolítica, y los propios medios se interpretan como los instrumentos que representan la (geo)política y el poder.
La «geopolítica crítica» (nacida en torno a la década de 1980), de hecho, estudia el contenido de los medios de comunicación para comprender los intereses particulares y el «poder reticular/circular» de los medios. Esto se debe a que las representaciones espaciales del poder desempeñan un papel decisivo en la comprensión de las estrategias políticas. Al mismo tiempo, hay que reconocer que, con bastante frecuencia, el llamado «periodismo geopolítico» se convierte él mismo en un instrumento de poder y/o en un productor de propaganda. Entendiendo por propaganda la producción deliberada y sistemática de representaciones mediáticas estereotipadas con el fin de manipular, seleccionar u ocultar hechos y fenómenos y de orientar a la opinión pública por parte de sujetos políticos y/o económicos representativos de los centros de poder (piénsese en los casos emblemáticos de Ucrania y Palestina).
Ahora bien, este uso «estratégico» de los medios de comunicación siempre ha existido históricamente. Durante el llamado «Gran Juego» o «Torneo de las Sombras» (la «Guerra Fría» del siglo XIX entre Gran Bretaña y Rusia en Asia Central), por ejemplo, los periódicos británicos nunca dejaron de describir el Imperio zarista en términos de entidad maligna. O, incluso antes (incluso en la época medieval), piénsese en las formas en que los emisarios papales describían a Federico II. Este «uso estratégico» ha conocido notables fortunas en la era de los totalitarismos y, aunque nunca ha cesado, con la llegada de Internet ha experimentado una evolución muy peculiar. En efecto, si los medios de comunicación tradicionales tienen un enfoque vertical (elección, formación y cobertura de la «noticia» desde arriba), Internet tiene un enfoque horizontal en el que la noticia, en apariencia, fluye más fluida y libremente. En realidad, la multiplicación de medios y plataformas sociales no se corresponde con una mayor libertad real de información. Las empresas que controlan los flujos de la red, en su mayoría (al menos las principales), tienen su sede en Estados Unidos y pertenecen a imponentes concentraciones industriales con considerables intereses directamente relacionados con la política y la guerra (que de política es la continuación por otros medios, docet Clausewitz). En este sentido, al igual que las agencias de calificación, las ONG, los fondos de inversión, los grupos de presión, las plataformas sociales (Facebook, X, etc.) también producen poder. Y lo hacen de una manera muy particular. En efecto, éstas, al igual que las finanzas transnacionales, reducen los espacios y las distancias en el sentido de que permiten ejercer el poder incluso en esferas extremadamente alejadas de su centro real. Al hacerlo, la red ejerce un poder fluido capaz de una expansión ilimitada.
En consecuencia, en la era del capitalismo/imperialismo digital, el trumpismo se impone ante todo como un proceso de reestructuración del sistema de poder norteamericano: un proceso de sustitución entre viejas y nuevas oligarquías industriales cuyos intereses geopolíticos a largo plazo solo divergen parcialmente (el «villano» ruso es sustituido por el «supervillano» iraní o chino). Sin embargo, este proceso de reestructuración requiere lo que anteriormente se ha descrito como «apoyo emocional acrítico» relleno de propaganda (a menudo «visionaria»). Y he aquí, pues, la alineación casi total de las plataformas sociales norteamericanas con el interés estratégico del centro y la creación de un supuesto «espacio nuevo o renovado» producido por la interacción entre «nuevos/viejos poderes» que se estratifican y solidifican en el imaginario del Occidente colectivo.