José J. Cuevas Muela
En las líneas que siguen explicaremos no solo lo que es la médula de lo que hoy entendemos como sociedad política, sino la médula de la geopolítica: el Estado. Esta cuestión ocupa cada vez más el interés de diversos colectivos políticos, ya sea para cargar contra el como para fundamentar las propuestas de sus planes y programas políticos. Más allá de los argumentos esgrimidos por los abortos del Occidente realmente existente —tales como los neoliberales de toda índole, liberal-conservadores o progresistas y otras modulaciones que nada tienen que ver con la distinción clásica de izquierda y derecha, ya parcialmente superada— ha quedado de manifiesto que sin Estado no hay sociedad política posible. De hecho, el verdadero motor de la Historia es la correlación de la dialéctica de clases, Estados e Imperios; siendo tal proceso dialéctico producto de la vida política que, como tal, se desarrolla en plena biocenosis donde el territorio global se convierte en el escenario de esta pugna de poderes. Los Estados siguen siendo el corazón de toda sociedad política, ya sea en la socialista República Popular China, la conservadora Federación de Rusia o la anarcocapitalista Argentina de Milei.
- El poder económico es poder político.
Es persistente la idea en la psique colectiva neoliberal de que el Estado no debe interferir en los asuntos económicos de los “individuos”; atendiendo a aquella máxima del británico Alfred Marshall —fundador de la Escuela Neoclásica— que separaba la economía y la política como si fueran dos campos prácticamente irreconciliables. Como hemos podido comprobar históricamente, la economía y la política son dos elementos del Estado sin los cuales los mercados no tendrían ningún tipo de impacto real y el poder del Estado no podría robustecerse. Los mercados siempre han precisado del Estado para expandirse a lo largo y ancho del mundo, y la tercera globalización surgida en 1991 —impulsada por EEUU— es una de las tantas muestras de esta correlación entre ambos. Siendo más radicales en la exposición de este asunto, en el periodo de la Revolución Comercial (S. XIII – S. XVIII), las monarquías feudales pudieron aumentar su poder mediante la protección del negocio comercial de una burguesía incipiente y una aristocracia que —por su influencia política y sus vastos recursos— abrieron rutas mercantiles que, por supuesto, conectaron con la expansión del colonialismo europeo.
Una diatriba que se ha venido repitiendo con el tiempo en discursos que contradicen la historia y, por ello, la realidad. No son campos inseparables, a pesar de que algunos nos los intentan presentar en distinción —alegando así una especie de esencialismo intrínseco en ambos— y eso lo sabían bien tanto el Imperio Británico como EEUU, ya que se industrializaron y llegaron a ser grandes potencias gracias a la intervención estatal y la política arancelaria para después propagar ese cáncer ideológico macroeconómico de subordinación como fue el librecambismo. Una estrategia que, como bien denominó el economista surcoreano Ha-Joon Chang, suponía una
patada a la escalera a escala ideológica, político-económica y geopolítica impuesta por las grandes potencias occidentales a los países más pobres para impedirles que trazaran una política proteccionista (economía nacional e industrial) y así siguieran en una fase de subdesarrollo con dependencia económica de sus antiguas metrópoli
[1] con el FMI y el Banco Mundial como herramientas de depredación económica.
Lo que desde luego es cierto es que la propagación del libre comercio en sentido ideológico es una forma más de formalismo del mundo occidental para mantener un estatus de dominador sobre unos dominados —los países con menor potencia, como España o algunos que conforman el Sur Global—, ejerciendo su estatus de potencia. Pero a la hora de la verdad política, sabemos que esa libertad liberal —tan mitológica como el resto de ideas flotantes que pululan por sus delirantes discursos, cargados de cinismo protestantizado— no la mantienen en una coherencia de teoría y praxis; siendo el ejemplo de Cuba —por todos conocido— el más paradigmático. La isla caribeña sufre un bloqueo y una guerra económica —además de injerencias bélicas, intentos de magnicidio y actos terroristas— desde 1960; precisamente por aquellos cuyos principios básicos, supuestamente, son la libertad económica, los derechos humanos, la democracia y otras zarandajas varias. Es evidente, aquí lo que importa es el poder de un Estado sobre otro y el choque de intereses; lo demás es ilusionismo.
La atribución de una importancia fundamental al “libre mercado” —como universo supraterrenal superior al Estado—, parte del principio metafísico que este exististe en sí y para sí; de la misma manera que los separatistas aplican el derecho de autodeterminación en Cataluña, Vascongadas, Andalucía o Galicia, separando esas partes de España como si hubieran sido entes autónomos hechos por sí mismos y para sí mismos. Un tipo de autismo propio de quien tiene como eje existencial el individuo, que no existe, y el marco de un derecho internacional, que tampoco existe, en conjunción con una historia que es siamesa de la literatura fantástica. Pero, como venimos diciendo, no hay economía política sin Estado, al ser estos los núcleos de autoridad política tanto a escala nacional como internacional. Toda economía es política y toda política debe contemplar el plano económico para ser considerada como tal, en correspondencia con otros de sus campos en su conjunto, estando todos entretejidos a través de sus capas correspondientes (basal, cortical y conjuntiva).
- El Estado, origen de la propiedad privada y la sociedad política.
Por estos motivos, y otros que veremos a continuación, veo necesario la defensa del Estado desde su propio origen, a través de las coordenadas y la crítica teórica —no por ello desconectada de la realidad y del Mundo-Entorno— del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, al que nosotros nos adscribimos para esbozar y fundamentar el materialismo político, superador de toda óptica conectada con el formalismo político y esa suerte de posmodernismo —donde se destaca una visión metafísica de la realidad, que le confiere al idealismo subjetivo una posición nuclear, algo que comparte con las tesis neoliberales— de origen netamente angloprotestante. La defensa del Estado debe estar en los planes y programas de todo colectivo o grupo político que pretenda aspirar al recobro de la soberanía nacional española y, para tal fin —como buenos radicales—, qué mejor forma para predicar con el ejemplo que yendo a la raíz de aquello que defendemos en materia política.
Para ello, vamos a referirnos a la corrección que el materialismo filosófico (filomat) de Gustavo Bueno le hizo a Friedrich Engels de su argumento, reflejado en
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de 1884
[2], invirtiendo el orden de la exposición del filósofo alemán, aplicándole una
vuelta del revés —del mismo modo que Marx hizo con Hegel, invirtiendo su dialéctica para descubrir “
bajo la corteza mística la semilla racional”
[3]— a su explicación de los factores que dieron paso a la creación del Estado.
Queremos advertir que esta
vuelta del revés del marxismo no es una modulación ni una forma de un vulgar antimarxismo y, por descontado, no supone la negación total de lo expuesto por el materialismo histórico, es más, podrían considerarse ambas tesis conectadas mediante un nexo evolutivo de retroalimentación que da forma a lo escrito por Marx y Engels. El propio constructor del materialismo filosófico afirmó en una entrevista que “
el materialismo histórico de Marx es tan importante que no asimilarlo es como ser precopernicano”
[4]. El hecho de
volver del revés no implica una ruptura total, pero sí una corrección en su planteamiento que conlleva la absorción del materialismo histórico de Karl Marx y Friedrich Engels por parte del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Del mismo modo que Marx, tras
volver del revés y poner de pie a Hegel, seguía teniendo una conexión filosófica con su idealismo histórico, como así lo atestiguan las ideas de
proletariado como clase universal —de carácter transestatal, es decir, de todos los Estados, rebasándolos—, que en Friedrich Hegel dicho papel lo tendría el
funcionariado público —de carácter intraestatal, es decir, de un Estado en concreto, en su caso el prusiano. Terminada la aclaración, metámonos de lleno en lo que nos concierne en este punto.
El origen del Estado, según lo escrito por el antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan en su libro La sociedad antigua (1877), se encuentra en un estadio posterior a la existencia de la propiedad privada y la dominación de los desposeídos por los poseedores de la propiedad. Es decir, interpretando la propiedad privada como algo repartido por una especie de gobierno de una sociedad política primaria protoestatal y cuya clase poseedora de la propiedad crea al Estado como instrumento coactivo para defenderla de aquellos que no la tenían. Engels, a posteriori, recoge las ideas antropológicas de Morgan en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), las une con el materialismo histórico y con la teoría de la lucha de clases como motor que rige la historia.
Friedrich, para llegar a su conclusión final sobre el origen del Estado, analiza la génesis del Estado ateniense de la Grecia descrita por Homero, y explica —entre otras cosas— el proceso por el cual el rey ateniense Teseo divide el pueblo en tres clases: eupátridas o nobles, geómoros o agricultores y demiurgos o artesanos, sin tener en cuenta la gens, la fratría o la tribu de cada individuo —ya que las fratrías, gentes y tribus griegas que vivían en pequeños pueblos independientes dentro de las ciudades amuralladas de Atica, fueron fusionadas en un solo pueblo por los atenienses, lo que originó el nacimiento de un sistema de derecho popular ateniense general que obviaba sus costumbres jurídicas— y la atribución a la nobleza del derecho exclusivo a ejercer cargos públicos; lo que demostraba que “
esas familias, poderosas ya por sus riquezas, comenzaron a formar, fuera de su gens, una clase privilegiada, particular; y que el Estado naciente sancionó esta usurpación”
[5]. Por el motivo de consagrar la propiedad y el reconocimiento social de sus novedosas formas de adquisición, según Engels, se creó el Estado. Sobreentiende que son unas clases sociales que se constituyen mediante unas relaciones con los medios de producción que, a su vez, son definidas como relaciones de propiedad. Por eso mismo, los propietarios de los medios de producción (la tierra, sobre todo en los inicios) quedan como expropiadores y explotadores contra los expropiados y explotados. En ese momento crítico —según Engels, inspirándose en Morgan—, los propietarios acuden a la creación del Estado para perpetuar la naciente división de clases sociales. Pero, como veremos a continuación, no es la propiedad privada la que determina la creación del Estado, aunque estos conceptos sí están relacionados entre sí.
El materialismo filosófico, por su parte, asume de la tesis marxista —sobre el origen del Estado— la conexión que hay entre Estado y propiedad privada, solo que la invierte, de manera que su orden de aparición o sentido causal queda vuelto del revés. Así, para el filomat y para nosotros, es el Estado el que crea y reconoce la propiedad privada de los medios productivos en un sentido jurídico que, a su vez, coexiste con una propiedad pública variable. Por lo tanto, es el Estado el que determina la propiedad privada, y no a la inversa como creía Engels o Morgan.
La misma constitución de la sociedad política primaria como protoestado implica su asentamiento sobre un territorio con delimitaciones fronterizas que ha sido previamente apropiado, que es básicamente una expropiación a los derechos —mediante pulso de fuerza— que otros Estados tienen sobre él. Este acto lleva a la conclusión de que es la apropiación originaria de territorio la que funda al Estado —con capacidad de defensa, resistencia y mantenimiento—, expropiando ese derecho —que es de facto, no de iure— a otros Estados que pueden efectuar la misma acción sobre ese territorio, al ser común. Este territorio que es apropiado contiene diversas riquezas (bosques, ganados, tierras cultivables, subsuelo, metales, etc) que son la base principal de la sociedad política, lo que llamamos capa basal. El territorio basal es la patria o “tierra de los padres”, que se irá conformando históricamente unida con una idea geográfica, de recursos naturales y patrimonio propio de contenidos culturales, es decir, es el núcleo de la idea de patria. En función de esta capa, con el tiempo, aparecen las dos capas restantes de la sociedad política que son la capa cortical (dedicada a la defensa de pueblos exteriores atacantes) y la capa conjuntiva (administración y regulación de los contenidos de la capa basal enfocados a unos fines determinados por la sociedad política).
Es igual que tratar al Estado como unidad de recinto privado relacionado con el carácter de “tierra de nadie” del territorio virgen antes de que otros pueblos lo parcelaran para hacer del mismo su patria. Implica que el derecho que tendrá un Estado sobre un territorio estará precedido por un acto de fuerza que le otorgará la legitimidad sobre el reparto de propiedad dentro de su delimitación territorial. La fuerza hace el derecho, para que este, a su vez, haga fuerza de forma coactiva y esté amparado legítimamente.
Una vez concluida la apropiación de un territorio —que previamente era virgen— el Estado —dirigido por una parte social— dentro de su dominio distribuye de forma desigual —porque desiguales eran las capacidades de cada miembro que componía esta sociedad plural que ya ha superado su organización tribal aunque pueda tener aún elementos humanos de tal categoría— el territorio entre las familias que componen la sociedad política, constituyéndose así la
propiedad privada originaria que estará sustentada en un derecho positivo como el derecho civil. El tributo —procedente del concepto
tribu— nace en este contexto, originado por la incorporación al Estado en continua expansión de etnias, clanes o tribus; apareciendo a la vez la propiedad privada particular como consecuencia del botín apropiado durante las guerras, por lo que cada propietario debe hacer su “
contribución al Estado”
[6]. El tributo será en parte
renta porque la propiedad privada se atribuirá a su propietario y, a su vez, será una contribución al erario del Estado, o lo que es lo mismo, el resultado de la transformación del botín de guerra en contribución al tesoro del Estado por cada una de las partes que componen su sociedad. En resumen, pagar impuestos para mantener los resortes organizativos del Estado.
Esta desigualdad del reparto territorial provoca la distinción de propietarios y no propietarios, introduciendo una clasificación en escalas dentro de una sociedad organizada jerárquicamente donde aparecen desde los más ricos y menos ricos, hasta los desposeídos y los artesanos. La aristocracia y, ante todo, el Rey tendrán control sobre los territorios comunes apropiados y que aún no han sido repartidos. Así podemos afirmar en este aspecto, que las clases sociales nacen dentro de cada Estado —y, además, en el proceso de su constitución como tal— a raíz de la propiedad privada de los medios de producción distribuida de forma desigual. Esta distribución acarreará en las clases sociales su conformación antagónica, definida por una relación dialéctica entre ellas dentro de cada Estado, vinculando la dialéctica de clases a la dialéctica de Estados —volviéndolas indisociables— sentenciando que “
el Estado no es el resultado de la lucha de clases, sino que la lucha de clases comienza con el Estado”
[7].
El Estado —que se funda como un Estado de propietarios— tiene como función originaria la preservación del territorio apropiado y la propiedad privada distribuida irregularmente, por lo tanto, “
(…) la sociedad política o el Estado, más que resultar de la lucha de clases, es la misma lucha de clases (…) por el dominio de una de ellas, pero no para «mantener las clases», sino para mantenerse a sí misma y a las otras en equilibrio inestable”
[8]. En conclusión, el Estado es propietario de sus territorios delimitados por líneas fronterizas, apropiados por la fuerza frente a los demás Estados y estableciendo su corpus jurídico para que este haga de fuerza coactiva legítima interna y externa, delineándose unas relaciones dialécticas intraestatales (lucha de clases interna) e interestatales (lucha de Estados externa) basadas en la propiedad.
Podemos finiquitar la exposición de la vuelta del revés con dos conclusiones principales sobre las que podremos asentar los principios fundacionales del Estado para poder efectuar un análisis sobre la sociedad política en sí y su relación directa con la economía:
1) Es el Estado el que constituye la propiedad privada.
2) Es el Estado el que crea a las clases sociales y sus conflictos mediante la distribución desigual del territorio apropiado.
Aunque para muchos la fuerza de la historia sea un averno que hace sufrir los marcos idealistas de un discurso desgastado, el proceso dialéctico es claro en la formación de las sociedades políticas como tales. Y sí, ¡el Estado es la economía, estúpido!
Notas
[2] Basándose en la tesis antropológica de Lewis H. Morgan, Engels refleja, sobre todo, la concepción materialista del período histórico preestatal de la existencia humana y su evolución dividida por etapas; desde el llamado comunismo primitivo o sociedad igualitaria (salvajismo y barbarie) hasta la sociedad de clases sociales (civilización). Digamos que, asumiéndolo a nuestras coordenadas, sería la distinción entre sociedad zoológica, sociedad humana natural, sociedad política primaria protoestatal y sociedad política secundaria estatal. El libro fue escrito por Friedrich Engels desde fines de marzo hasta fines de mayo de 1884, fue publicado como edición a parte en Zúrich en octubre del mismo año, y cuya redacción fue encargada por Marx. El libro, a lo largo de los años, fue modificado por Engels a propósito de sus incesantes investigaciones al respecto de las materias de las que trataba. Un año antes de la publicación del libro, en 1883, fallecía Karl Marx a causa de una bronquitis.
[3] MOISEVICH ROSENTAL, Mark. “
Los problemas de la dialéctica en El Capital de Marx”, Ediciones Pueblos Unidos, Uruguay, 1961, pág. 11.
[5] ENGELS, Friedrich. “
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Sarpe, Madrid, 1983, pág. 195.
[7] BUENO, Gustavo. “
El fundamentalismo democrático. Democracia y corrupción”, Obras Completas, Tomo 5, Pentalfa, Oviedo, 2022, pg. 127.
[8] BUENO, Gustavo. “
Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas”, Biblioteca Riojana, 1991, pg. 170.