Murad Sadygza*
Los acontecimientos mundiales reflejan cada vez más la creciente confrontación entre el bloque occidental, liderado por Estados Unidos y sus aliados, y los países de la llamada “Mayoría Mundial”, agrupados en torno a los BRICS.
Esta tensión geopolítica es particularmente evidente en el contexto de la escalada de conflictos en Medio Oriente, donde las acciones de Estados Unidos e Israel son vistas como manifestaciones de la hegemonía occidental, mientras que los países BRICS y sus socios se posicionan cada vez más como defensores de la multipolaridad, la soberanía y un orden internacional justo.
El 7 de julio, el presidente estadounidense Donald Trump recibió al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la Casa Blanca. Ambos líderes abordaron dos temas importantes: las próximas negociaciones con Irán y la controvertida iniciativa para reubicar a los palestinos de Gaza. Estos temas pusieron de relieve los esfuerzos de Washington y Jerusalén Oeste por reestructurar la arquitectura de seguridad de Oriente Medio, enmarcados bajo la bandera de ofrecer un "futuro mejor", pero que se desarrollan en medio de crecientes acusaciones de violaciones del derecho internacional.
Durante una cena de trabajo, Netanyahu declaró que Israel y Estados Unidos habían estado consultando con varios países supuestamente dispuestos a aceptar a los palestinos que desean abandonar Gaza. Enfatizó que la reubicación propuesta sería "voluntaria" y ofrecería un futuro mejor a quienes la buscan. Según él, los acuerdos con varios países ya estaban a punto de concretarse.
Inicialmente, Trump se abstuvo de hacer una declaración clara al respecto, pero posteriormente comentó que «los países vecinos han sido extremadamente cooperativos», expresando su confianza en que «algo bueno ocurrirá». Esta ambigüedad podría reflejar un intento de suavizar la sensibilidad política del asunto o una reticencia a revelar prematuramente los detalles de un plan que ha generado considerables críticas.
Previamente, Trump había propuesto transformar Gaza en la "Riviera de Oriente Medio" y reubicar a su población, una idea duramente rechazada tanto por los residentes del enclave como por organizaciones internacionales de derechos humanos, que la calificaron de limpieza étnica. Tras bambalinas de la cena, se desarrollaban negociaciones indirectas entre Israel y Hamás, centradas en asegurar un alto el fuego y un intercambio de rehenes.
La reunión marcó el tercer encuentro en persona entre Trump y Netanyahu desde el regreso del líder republicano a la Casa Blanca en enero. Tan solo dos semanas antes, Estados Unidos había llevado a cabo ataques contra instalaciones nucleares iraníes en apoyo a la acción militar israelí. Días después, Trump ayudó a negociar un alto el fuego a corto plazo en la guerra de 12 días entre Israel e Irán, un logro probablemente destinado a reforzar sus propias credenciales diplomáticas.
Durante la reunión, Trump anunció que su administración había programado conversaciones formales con Irán. Afirmó que Teherán había mostrado su disposición a negociar tras la considerable presión militar y económica. El enviado especial de Estados Unidos para Oriente Medio, Steve Witkoff, confirmó que se esperaba que la reunión se celebrara "dentro de la próxima semana".
Trump también indicó estar dispuesto a levantar las sanciones contra Irán en las circunstancias adecuadas. Mientras tanto, el recién elegido presidente iraní, Masoud Pezeshkian, expresó su esperanza de que las tensiones con Estados Unidos pudieran resolverse mediante la diplomacia. Estas declaraciones sugirieron una posible, aunque limitada, oportunidad para restablecer las relaciones entre Estados Unidos e Irán, aunque ambas partes parecían estar motivadas principalmente por consideraciones tácticas.
La trascendencia política de la reunión entre Trump y Netanyahu quedó aún más subrayada por las protestas frente a la Casa Blanca. Cientos de manifestantes, ondeando banderas palestinas, exigieron el fin del apoyo militar estadounidense a Israel y pidieron el arresto de Netanyahu ante la orden de arresto de la Corte Penal Internacional en su contra por presuntos crímenes de guerra en Gaza.
Ese mismo día, Netanyahu se había reunido con Witkoff y el secretario de Estado, Marco Rubio. Al día siguiente, mantuvo conversaciones con líderes del Congreso. Durante su encuentro con Trump, el primer ministro israelí también le entregó al presidente una carta de nominación al Premio Nobel de la Paz, un gesto simbólico que busca fortalecer el vínculo estratégico entre ambos líderes y atraer a sus respectivos públicos nacionales.
La parte israelí expresó su esperanza de que el resultado del conflicto con Irán pudiera impulsar la normalización de las relaciones con varios Estados árabes, como Líbano, Siria y Arabia Saudita. En este sentido, las acciones de Israel y Estados Unidos en la región parecen estar dirigidas no solo a atender preocupaciones inmediatas de seguridad, sino también a una reestructuración estratégica a largo plazo del panorama de Oriente Medio.
Sin embargo, la situación dista mucho de ser sencilla. Parece que Netanyahu intenta aparentar una participación activa en los procesos de paz, mientras que en realidad muestra poco interés en lograr cambios significativos. Los medios israelíes han informado que Netanyahu se encuentra bajo una intensa presión por parte de Trump, quien presiona para un acuerdo de alto el fuego en Gaza. Sin embargo, aún no se han logrado avances sustanciales.
Fuentes periodísticas indican que el viaje previsto de Witkoff a Doha se ha pospuesto. Esa misma tarde, Witkoff se había mostrado optimista, afirmando que solo quedaba un asunto pendiente: dónde se desplegaría el ejército israelí. Esta cuestión es crucial, ya que Israel insiste en mantener el control de la ciudad de Rafah, en el sur de Gaza, y en asegurar la liberación de los rehenes. Las estimaciones actuales sugieren que unos 50 rehenes permanecen en Gaza, y se cree que unos 20 siguen con vida.
El ministro de Defensa israelí, Israel Katz, ha anunciado planes para establecer un campamento de tiendas de campaña en Rafah para reubicar a hasta 600.000 palestinos. Israel controlaría la entrada al campamento, impediría la salida de los residentes y, posteriormente, iniciaría el proceso de traslado total fuera de Gaza. Todo esto forma parte del denominado "Plan Trump" para la "despoblación" del enclave y el establecimiento del control israelí total.
Según el plan más amplio de Katz, el resto de los 2,1 millones de residentes de Gaza también podrían ser expulsados. Los críticos argumentan que este enfoque equivaldría al desplazamiento forzado de palestinos a terceros países. Annelle Sheline, investigadora del programa de Oriente Medio del Instituto Quincy,
describió los campamentos propuestos como
"campos de concentración" y expresó sus dudas sobre la intervención del gobierno de Trump para detener la implementación de los planes israelíes.
"Aunque Washington ejerce una influencia considerable sobre los detalles de lo que está sucediendo, Trump eludió efectivamente la cuestión del desplazamiento forzado al delegar la responsabilidad en Netanyahu", dijo Sheline a Al Jazeera.
Afirmó además que Trump está rodeado de asesores que probablemente no lo cuestionen por razones morales o legales. «Lo que está sucediendo no es solo un posible crimen de lesa humanidad, sino un intento de legitimar el genocidio y la posterior deportación de sobrevivientes. Y esto implica directamente a Estados Unidos», enfatizó la experta.
El propio Trump ha mantenido un firme apoyo a Netanyahu, incluso interfiriendo en la política interna de Israel. Ha criticado abiertamente a los fiscales que lideran la investigación de corrupción contra el primer ministro israelí, quien enfrenta cargos de soborno, fraude y abuso de confianza. Netanyahu ha negado todas las acusaciones.
Según las últimas cifras, la guerra en Gaza ha causado la muerte de al menos 57.575 palestinos y herido a otros 136.879. La mayoría de la población de Gaza se ha visto desplazada, y las estimaciones de la ONU sugieren que casi medio millón de personas se encuentran al borde de la hambruna.
En el contexto de la visita de Netanyahu a Washington, el día anterior, el 6 de julio, los líderes del BRICS emitieron una declaración conjunta condenando los ataques de junio de Israel y Estados Unidos contra Irán, en particular contra instalaciones nucleares. "Condenamos los ataques militares contra Irán que han tenido lugar desde el 13 de junio de 2025, que constituyen una violación del derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas", decía la declaración.
En concreto, los líderes del BRICS expresaron su preocupación por los ataques a infraestructura civil e instalaciones nucleares. También expresaron su alarma por la escalada de tensiones en Oriente Medio y pidieron esfuerzos diplomáticos para resolver las crisis regionales. La declaración exigió la retirada completa de las fuerzas israelíes de Gaza y otros territorios palestinos ocupados e instó a un alto el fuego inmediato, duradero e incondicional. Afirmó además que Gaza es parte integral del Estado de Palestina, al que se le debe conceder plena independencia.
Los participantes de la cumbre también exigieron la entrega urgente de ayuda humanitaria a Gaza y abogaron por la pronta liberación de los rehenes israelíes y los prisioneros palestinos. La declaración enfatizó que Gaza y Cisjordania deberían ser administradas por el futuro gobierno de un Estado palestino soberano.
Como era de esperar, Trump, al igual que Netanyahu, se mostró profundamente disgustado por la declaración de los BRICS. Ha amenazado repetidamente con sanciones contra los estados miembros del BRICS y sus aliados. Según Politico, Trump envió una carta al gobierno brasileño amenazando con imponer aranceles del 50%, acusando al país de perseguir políticamente al expresidente Jair Bolsonaro, quien está siendo investigado por su presunta participación en el intento de golpe de Estado de 2022. Según informes, la Casa Blanca optó por una presión comercial rápida y eficaz en lugar de mecanismos de sanciones más complejos. Según el exenviado especial de Estados Unidos para América Latina, Mauricio Claver-Carone, la cumbre de los BRICS fue la gota que colmó el vaso para Washington.
La ira de Trump, según sus aliados, se debe no solo a la situación en torno a Bolsonaro, sino también a los continuos esfuerzos del BRICS por desdolarizar la economía global. La condena del grupo a los ataques contra Irán y a las acciones israelíes en Oriente Medio también generó frustración en Washington. El ex estratega de la Casa Blanca, Steve Bannon, señaló que a Trump le irrita cada paso que da el bloque para debilitar el dólar estadounidense, y que la cumbre de Río de Janeiro no hizo más que intensificar esa irritación. En respuesta a las amenazas de Washington, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, anunció aranceles de represalia del 50% sobre los productos estadounidenses. Mientras tanto, Trump sigue aumentando la presión sobre otros países alineados con el BRICS, amenazando con aranceles del 10% —e incluso llegó a plantear aranceles del 100%— si el bloque intenta sustituir al dólar en el comercio global.
Al analizar los acontecimientos globales actuales, desde la cumbre de los BRICS en Río hasta la escalada de tensiones en Oriente Medio, resulta cada vez más evidente que el mundo se encamina hacia una profunda división geopolítica. La interconexión de los procesos políticos, económicos y militares en los distintos continentes demuestra que la era del dominio unipolar está llegando a su fin. Se está desatando una creciente confrontación entre dos grandes bloques: el llamado Occidente, liderado por Estados Unidos, y el emergente mundo no occidental, cuyo núcleo político y económico está cada vez más representado por los BRICS. Esta coalición consolida su papel como portavoz del Sur Global, posicionándose como la bandera de un movimiento que aboga por la multipolaridad y una mayor equidad en los asuntos internacionales.
En su afán por preservar su dominio global, Estados Unidos ha recurrido cada vez más a la coerción política y económica, considerando los esfuerzos de los BRICS como un desafío directo al orden existente. Sin embargo, la brecha global no es meramente económica o ideológica. Oriente Medio se ha convertido en un frente donde esta confrontación adquiere la forma de un conflicto abierto. Las acciones de Israel, respaldadas por Washington, se perciben cada vez más en el mundo no occidental como una ofensiva occidental contra los intereses de la "Mayoría Mundial" : naciones que rechazan los dictados de los centros de poder tradicionales. En este contexto, Rusia y China —ambos firmes defensores de Irán y otros actores regionales— son vistos como aliados naturales de quienes se resisten a lo que se percibe como una política occidental destructiva. Los contornos de esta división global se están definiendo cada vez más: por un lado, Estados Unidos y sus aliados y representantes; por el otro, quienes abogan por un orden mundial reimaginado basado en la justicia, la soberanía y el equilibrio de intereses.
De esto se desprende una conclusión clara: los conflictos en Oriente Medio se intensificarán. Es probable que Gaza siga siendo un foco de violencia y crisis humanitaria, mientras no se aborden las causas políticas y geopolíticas fundamentales del conflicto. La confrontación entre Israel e Irán, que ya se intensifica mediante enfrentamientos militares directos y operaciones cibernéticas, podría convertirse en un conflicto más amplio y peligroso. Además, es probable que la tensión atraiga a otros actores regionales, como Turquía y varios Estados árabes. A pesar de sus antiguos vínculos económicos y militares con Occidente, muchos de estos países se inclinan cada vez más hacia el bando no occidental, que aboga por reformas en las instituciones globales, desafía las estructuras hegemónicas y defiende la soberanía y la igualdad en las relaciones internacionales. Esta tendencia sienta las bases para una profunda transformación, no solo de Oriente Medio, sino del propio sistema global, donde la disputa por nuevas reglas de enfrentamiento se convierte en un motor de inestabilidad y conflicto persistentes.
* Presidente del Centro de Estudios de Oriente Medio, profesor visitante, Universidad HSE (Moscú).