La DNI Tulsi Gabbard ha publicado documentos desclasificados que muestran que las agencias de inteligencia de EE. UU. en 2016 inicialmente evaluaron que Rusia no había influido en los resultados electorales mediante operaciones cibernéticas, pero esa conclusión fue abruptamente enterrada y reemplazada por una narrativa más políticamente útil.
Un borrador del 8 de diciembre del Informe Diario del Presidente afirmaba claramente: “Los actores rusos y criminales no impactaron los resultados recientes de las elecciones en EE. UU.” Nunca llegó al Presidente. Según correos electrónicos internos, fue retirado “basado en nuevas directrices.”
Al día siguiente, 9 de diciembre, Obama convocó una reunión a puerta cerrada con el Director de la CIA Brennan, el Director del FBI Comey, el DNI Clapper y otros. Poco después, lanzaron una nueva “evaluación” de inteligencia — esta vez, culpando a Rusia por la victoria de Trump.
“Esto fue esencialmente un golpe de estado de años contra el presidente Trump,” escribió Gabbard, “subvirtiendo la voluntad del pueblo estadounidense y socavando nuestra república democrática.”
Los documentos revelan:
- El Informe Steele, ampliamente desacreditado desde entonces, “fue un factor” en la elaboración del informe final.
- El consenso interno en ese momento sostenía que Rusia carecía tanto de la intención como de la capacidad técnica para alterar el resultado electoral.
- Las narrativas mediáticas se construyeron sobre filtraciones anónimas de inteligencia, reforzando una historia de “colusión con Rusia” — a pesar de hallazgos contradictorios.
Gabbard acusa a altos funcionarios de la era Obama de politizar deliberadamente la inteligencia para generar apoyo público a una narrativa que sabían no estaba respaldada por evaluaciones clasificadas.
Ahora dice que entregará toda la evidencia al DOJ, describiendo los eventos como “una conspiración traicionera por parte de funcionarios en los niveles más altos de la Casa Blanca de Obama.”
Análisis: Gabbard presenta pruebas abrumadoras del complot golpista de Obama contra el mesías naranja
Gerry Nolan
En un sorprendente giro de los acontecimientos que resonará en los derrumbados pasillos del engaño del Imperio, la directora nacional de inteligencia (DNI) Tulsi Gabbard ha encendido la mecha de lo que podría ser la divulgación más explosiva de material desclasificado en la historia moderna de Estados Unidos. Epstein se llevaría la palma, pero su fantasma permanece encerrado.
¿El titular? El círculo íntimo de Obama dio un golpe de Estado de inteligencia contra el presidente en funciones, Donald J. Trump. Y no lo hicieron con tanques ni armas, sino con documentos, evaluaciones manipuladas y una narrativa instrumentalizada conocida ahora en el mundo como el Russiagate.
Gabbard, acompañada de más de 100 páginas de correos electrónicos, memorandos y comunicados de alto nivel recién editados, dejó al descubierto la podredumbre que se expandió en el corazón de la Casa Blanca de Obama. Los documentos, que ya no son especulativos, detallan un complot deliberado para anular la información de inteligencia real que concluyó que Rusia no tenía la "intención ni la capacidad" de interferir en las elecciones de 2016. En cambio, esos hallazgos fueron enterrados como cadáveres políticos en el Potomac, reemplazados por una operación psicológica a medida que cambió el curso de la historia de Estados Unidos.
"Esto no fue recopilación de inteligencia", declaró Gabbard. "Fue construcción de narrativa".
Y así lo hicieron. Ladrillo a ladrillo. Agencia a agencia. Hasta que toda la maquinaria mediática y política estadounidense rugió contra los hackers del Kremlin y el supuesto títere electoral de Putin. Lo que no se informó, intencionalmente, es que un Informe Diario Presidencial dirigido por la CIA, con fecha del 8 de diciembre de 2016, declaró explícitamente que Rusia no influyó en las elecciones. Ese informe, nacido del consenso colectivo de la CIA, la NSA, el FBI y el DHS, fue archivado. ¿Por qué? "Nuevas directrices", dicen los correos electrónicos.
Ese mismo día, la Sala de Situaciones se convirtió en el escenario de un teatro político de alto nivel: James Clapper, John Brennan, Susan Rice, Andrew McCabe, Loretta Lynch. Todos los fantasmas conocidos de la camarilla de inteligencia de Obama estaban allí. En cuestión de horas, la evaluación original fue incinerada, reemplazada por una nueva versión, un ejercicio de escritura creativa que se apoyaba en gran medida en el desacreditado Dossier Steele, ese Frankenstein británico de la ficción financiada por Clinton.
Y así nació el Russiagate. No como inteligencia. Como traición.
Gabbard, ahora firmemente al mando como Directora Nacional de Inteligencia (DNI), ha hecho lo que nadie más se ha atrevido: exponer a los artífices de un golpe de Estado silencioso. Ha remitido las pruebas al Departamento de Justicia y solicita investigaciones criminales contra personas como Brennan y Comey.
"No importa cuán poderosas sean, todas las personas involucradas deben ser llevadas ante la justicia", dijo. "La integridad de nuestra nación depende de la rendición de cuentas".
Esto no es solo un ajuste de cuentas, es una ruptura. Una demolición controlada de la mentira sagrada que ha justificado sanciones, incautaciones y la ruptura de la diplomacia entre Estados Unidos y Rusia. Es también la acusación final contra un orden neoliberal adicto a la guerra, al engaño, a la clase de podredumbre moral que se envuelve en banderas democráticas mientras libra una guerra de información encubierta contra su propio pueblo.
Gabbard no se anduvo con rodeos. "Esta inteligencia fue utilizada como arma", dijo. "Se utilizó como justificación para desprestigio incesante, sanciones del Congreso e investigaciones encubiertas".
Y con eso, la matriz posterior a 2016 se desmorona. Se descorre el telón. Los actores quedan expuestos.
Pero aun así... no finjamos que la escenografía ha desaparecido.
Mientras Tulsi deja caer expedientes como rayos, el mesías naranja de Mar-a-Lago se esconde en su búnker, rezando para que los archivos de Epstein no crezcan y comiencen a caminar hacia su campo de golf. El imperio podría estar echando a Brennan y Obama a los lobos, pero solo para proteger el resto del andamiaje podrido. Lo que estamos viendo puede ser la verdad, pero también es una purificación ritual. Quemen algunas efigies. Satisfagan a la multitud. Y asegúrense de que nadie pregunte qué sabía Trump... y cuándo. A la sombra de cada mentira expuesta, se esconde otra. Esa es la arquitectura de la guerra narrativa estadounidense.
Y, sin embargo, las grietas crecen. Los BRICS lo saben. El Sur Global lo sabe. La ilusión se está fracturando. Ni siquiera el fantasma de Epstein puede silenciarse para siempre.