Beto Cremonte*
El Cuerno de África, región estratégica que conecta el Mar Rojo con el Océano Índico, se ha convertido en un escenario clave del poder global. Bases militares extranjeras, rutas comerciales esenciales y megaproyectos de infraestructura convergen en una zona donde la soberanía de los países africanos se negocia frente a intereses de potencias emergentes y tradicionales.
Sin embargo, junto a la dependencia y la presión externa, surgen formas de resistencia y alternativas soberanas que buscan reescribir el papel de África en la economía y la política mundial. Entonces podemos afirmar que el Cuerno de África se encuentra en la encrucijada del comercio global y la geopolítica contemporánea. Su posición estratégica en el estrecho de Bab el-Mandeb lo convierte en un corredor vital para el transporte de petróleo, gas y mercancías entre Asia, Europa y África, y ha atraído la atención de Estados Unidos, China, Francia, Arabia Saudita y otras potencias. La concentración de bases militares, la construcción de infraestructuras estratégicas como el ferrocarril Addis Abeba–Djibouti y la integración de países como Etiopía en bloques emergentes como los BRICS reflejan la competencia global por influencia en la región. Al mismo tiempo, los países africanos del Cuerno no se limitan a ser espectadores: desarrollan proyectos de energía limpia, buscan diversificar alianzas y promueven alternativas de soberanía que desafían la dominación histórica de potencias externas. Esta nota analiza cómo la militarización, la dependencia económica y la resistencia local se entrelazan en una región que se ha vuelto esencial para comprender los nuevos mapas del poder global.
Fragmentación estatal y militarización
El Cuerno ha sido históricamente una región marcada por la fragmentación política y la intervención externa. Etiopía, Somalia, Eritrea y Djibouti han atravesado procesos de colonización, guerras civiles y disputas territoriales que moldean su configuración actual, generando estados con capacidades limitadas de cohesión interna y una creciente militarización. Djibouti, con apenas un millón de habitantes, se ha convertido en un epicentro de la competencia geopolítica global debido a su posición estratégica en el estrecho de Bab el-Mandeb. Allí se concentran bases militares extranjeras de Estados Unidos, Francia, China, Japón, Arabia Saudita y el Reino Unido, consolidando al país como un nodo crucial para el control de rutas comerciales y energéticas. El Campamento Lemonnier, la base estadounidense más importante en África, mientras que China, que inauguró en 2017 su primera base militar en el extranjero en Djibouti, invirtió 590 millones de dólares para garantizar la protección de sus intereses económicos y estratégicos. Esta concentración de fuerzas extranjeras ha generado tensiones con los vecinos y planteado cuestionamientos sobre la soberanía de Djibouti.
En Somalia, la inestabilidad se mantiene tras la caída del régimen de Siad Barre en 1991, con décadas de guerra civil y la presencia de grupos armados como Al Shabaab, afiliado a Al Qaeda. La intervención de actores internacionales, incluyendo Estados Unidos y la Unión Africana, ha buscado estabilizar la región, aunque la situación sigue siendo volátil. La disputa por Somalilandia y su acuerdo con Etiopía para el uso de puertos estratégicos en el mar Rojo ha añadido nuevas complejidades, desafiando la soberanía de Somalia y demostrando cómo la fragmentación estatal se entrelaza con intereses externos.
La militarización tiene además impactos económicos. La renta por el arrendamiento de tierras para bases militares genera aproximadamente 70 millones de dólares anuales en Djibouti, de los cuales 30 a 36 millones provienen de las instalaciones de Estados Unidos y Francia. Aunque estos ingresos sostienen la economía local, la dependencia de las potencias extranjeras plantea desafíos sobre la autonomía política y financiera del país, evidenciando la compleja interrelación entre fragmentación estatal, militarización y subordinación geopolítica en el Cuerno de África.
Presencia militar extranjera en Djibouti
Djibouti se ha transformado en el centro de la militarización extranjera en el Cuerno de África, un pequeño país cuya relevancia estratégica supera ampliamente su tamaño. Situado al borde del estrecho de Bab el-Mandeb, que conecta el Mar Rojo con el Golfo de Adén y el Océano Índico, Djibouti controla uno de los corredores marítimos más importantes para el comercio y el transporte de energía a nivel global. Esta posición ha atraído a múltiples potencias que buscan garantizar el control de rutas comerciales y mantener influencia geopolítica directa en la región.
Estados Unidos estableció el Campamento Lemonnier en 2002, convirtiéndolo en su mayor base permanente en África, con más de 5.000 efectivos desplegados. La base opera como centro logístico para operaciones en Somalia, Yemen y otras áreas del Cuerno de África, ofreciendo una plataforma de control estratégico que refuerza la capacidad de Washington de proyectar poder en toda la región. China, en 2017, inauguró su primera base militar fuera del territorio nacional con una inversión de 590 millones de dólares, enfocada en proteger sus intereses económicos y asegurar las rutas de la Franja y la Ruta que atraviesan el Mar Rojo. Esta instalación marca un cambio en la geopolítica africana, mostrando que las potencias emergentes también buscan espacios de influencia directa en territorios clave.
Francia, histórica potencia colonial en la región, mantiene varias instalaciones militares, heredando estructuras de control que datan de mediados del siglo XX. Japón, Arabia Saudita, Italia, Alemania y el Reino Unido completan el mapa de presencia extranjera en el país, generando una densidad militar única para un territorio de apenas un millón de habitantes. Esta concentración evidencia no solo la importancia estratégica de Djibouti, sino también cómo las potencias globales replican patrones históricos de intervención y subordinación, reforzando su control sobre puntos neurálgicos sin asumir riesgos directos de conflicto.
El impacto de esta militarización no es únicamente geopolítico: también se manifiesta en la economía local. La renta derivada de los arrendamientos de tierras para bases militares genera aproximadamente 70 millones de dólares al año, de los cuales entre 30 y 36 millones provienen de Estados Unidos y Francia Si bien estos ingresos sostienen al Estado y proporcionan empleo a sectores locales, también muestran la dependencia económica de potencias extranjeras y la limitación que impone esta relación sobre la soberanía nacional.
Djibouti, entonces, se presenta como un espejo de las tensiones globales: un territorio pequeño, estratégico y militarizado, donde los intereses de Estados Unidos, China y las potencias europeas convergen y compiten. Su experiencia demuestra cómo la geopolítica del siglo XXI continúa reproduciendo patrones históricos de dominación y control, en los que los países africanos son protagonistas de conflictos ajenos y, al mismo tiempo, deben navegar entre la necesidad de ingresos y la búsqueda de autonomía.
Control de rutas estratégicas: el estrecho de Bab el-Mandeb
El estrecho de Bab el-Mandeb se erige como uno de los puntos más críticos del comercio y la energía mundial. Esta angosta franja de agua, que conecta el Mar Rojo con el Golfo de Adén y el Océano Índico, concentra el paso de miles de barcos cada año y representa un corredor clave para el transporte de petróleo, gas y mercancías entre Asia, África y Europa. En 2023, aproximadamente 8,6 millones de barriles de petróleo y productos refinados cruzaron diariamente el estrecho, consolidando su rol como cuello de botella estratégico para el comercio energético global.
El control de Bab el-Mandeb es codiciado por las potencias extranjeras, que buscan garantizar la seguridad de sus flotas comerciales y mantener influencia directa sobre las rutas de suministro. Estados Unidos, China, Francia y Arabia Saudita operan de manera directa o indirecta en la zona, utilizando bases como las de Djibouti y acuerdos estratégicos con gobiernos locales para asegurar el tránsito marítimo. Esta presencia internacional transforma al estrecho en un escenario donde convergen intereses económicos, militares y geopolíticos, y donde cualquier perturbación podría afectar la economía global.
Además del petróleo, Bab el-Mandeb es vital para el comercio de contenedores y mercancías industriales. Más de 2 billones de dólares en bienes transitan anualmente por esta vía, lo que subraya la interdependencia económica entre África, Oriente Medio y Asia. El estrecho también es un punto de vulnerabilidad: la piratería, los conflictos regionales y la inestabilidad política en Yemen y Somalia pueden interrumpir el comercio, afectando a cadenas globales de suministro y aumentando la presión sobre los países ribereños.
Desde la perspectiva africana, el estrecho representa tanto una oportunidad como un desafío. Si bien constituye un recurso estratégico que podría fortalecer la autonomía regional, la dependencia de actores externos y la militarización de la zona limitan la capacidad de los países del Cuerno de África para gestionarlo de manera soberana. Académicos como Abdi Ismail Samatar, de la Universidad de Minnesota, han señalado que la posición geográfica del Cuerno de África ha convertido a sus países en “peones de un tablero geopolítico global, donde la soberanía se negocia frente al interés de potencias extranjeras” El estrecho de Bab el-Mandeb, entonces, no es solo una vía marítima: es un símbolo de la convergencia entre comercio global, militarización y política internacional, y un ejemplo claro de cómo las regiones africanas son determinantes en la estrategia económica y militar de potencias globales, al tiempo que luchan por preservar su soberanía y capacidad de decisión.
Inversiones chinas en infraestructura: el ferrocarril Addis Abeba–Djibouti
En el Cuerno de África, las inversiones chinas han dejado una huella visible y estratégica, siendo el ferrocarril eléctrico Addis Abeba–Djibouti uno de los proyectos más emblemáticos. Esta línea de 756 kilómetros conecta la capital industrial etíope con el puerto de Doraleh en Djibouti, reduciendo el tiempo de transporte de mercancías de tres días a menos de doce horas y convirtiéndose en una arteria vital para el comercio regional. Financiado por el Exim Bank de China con un crédito que superó los 4.000 millones de dólares, el proyecto demuestra la capacidad de China para transformar infraestructuras clave en espacios de influencia geoeconómica.
Más allá de la eficiencia logística, el ferrocarril refleja una estrategia de inserción económica y geopolítica. Etiopía, con esta conexión, busca consolidar su acceso al comercio marítimo sin depender de potencias tradicionales, mientras que China asegura el tránsito seguro de recursos y mercancías, reforzando su presencia en el Cuerno de África como parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Sin embargo, este tipo de proyectos también generan nuevas formas de dependencia: las deudas adquiridas por los gobiernos africanos, la necesidad de mantenimiento tecnológico y la participación de empresas chinas en la operación y administración refuerzan una relación asimétrica que limita la plena autonomía local.
Académicos como Deborah Brautigam, especialista en inversiones chinas en África, advierten que “estas infraestructuras transforman economías locales y regiones enteras, pero la gobernanza del proyecto y la deuda asociada consolidan un patrón de dependencia tecnológica y financiera”. En el caso del ferrocarril, Etiopía ha logrado una modernización significativa de su red logística y una integración más directa al comercio global, pero mantiene una deuda externa que condiciona su margen de maniobra en política económica.
Más allá de Addis Abeba y Djibouti, China ha financiado otros proyectos estratégicos en la región: la expansión del puerto de Doraleh, la construcción de carreteras interurbanas y la instalación de zonas francas industriales. Estas inversiones, aunque incrementan la capacidad productiva y comercial de los países africanos, reflejan un patrón donde la influencia extranjera se entrelaza con el desarrollo local, planteando desafíos para la soberanía económica y la autonomía estratégica de la región.
El ferrocarril Addis Abeba–Djibouti, entonces, simboliza la doble cara de la integración africana al comercio global: por un lado, oportunidades de desarrollo, eficiencia y modernización; por otro, tensiones de dependencia y control externo que ilustran cómo el Cuerno de África se sitúa como punto neurálgico del capitalismo global, bajo la mirada crítica de quienes defienden la soberanía africana.
Etiopía en los BRICS: una apuesta por la cooperación Sur-Sur
La adhesión de Etiopía al bloque BRICS el 1 de enero de 2024 marca un hito en la estrategia geopolítica africana, consolidando un modelo de cooperación Sur-Sur que busca diversificar las alianzas más allá de las potencias tradicionales. La inclusión del país en este bloque no solo ofrece acceso a nuevas fuentes de financiamiento y tecnología, sino que también representa un intento de contrarrestar la influencia histórica de Estados Unidos, Europa y Japón en la región, al tiempo que se proyecta un liderazgo africano más autónomo en el escenario internacional.
Etiopía, con una economía en crecimiento de aproximadamente 5,5% anual en 2023, busca aprovechar su integración al BRICS para financiar infraestructura, energía y proyectos industriales que fortalezcan su soberanía económica. La estrategia se inscribe en un contexto de expansión de redes ferroviarias, puertos y zonas industriales, buscando reducir la dependencia de préstamos de instituciones tradicionales como el FMI o el Banco Mundial, históricamente condicionantes de políticas internas en África.
La cooperación Sur-Sur, en este marco, no solo se entiende como intercambio económico, sino también como un espacio de articulación política y diplomática entre países del hemisferio sur que comparten experiencias de resistencia al orden global impuesto por las potencias occidentales. Académicos como Adebayo Olukoshi, del Consejo Africano de Desarrollo, han señalado que la integración de países africanos a bloques como BRICS “ofrece una plataforma para redefinir los términos de la cooperación internacional, promoviendo desarrollo con autonomía y voz propia en la gobernanza global”.
Sin embargo, esta apuesta también enfrenta desafíos. Etiopía debe equilibrar sus relaciones con potencias emergentes y tradicionales, gestionar la deuda adquirida en proyectos estratégicos y garantizar que el crecimiento económico beneficie a la población y no solo a las élites vinculadas a estos acuerdos. Aun así, la participación en BRICS fortalece la narrativa de un África que busca alternativas a los modelos impuestos, reafirmando la importancia de iniciativas regionales y globales orientadas hacia la soberanía y el desarrollo propio.
En suma, la adhesión de Etiopía al BRICS simboliza un paso concreto hacia la autonomía africana en la política y economía global, uniendo desarrollo económico, diplomacia estratégica y resistencia al control histórico de las potencias occidentales sobre el continente.
Proyectos de energía limpia y sostenibilidad
El Cuerno de África se enfrenta al desafío de garantizar un desarrollo económico sostenible en un contexto marcado por la presión de los mercados globales y la dependencia de inversiones externas. En este escenario, los proyectos de energía limpia y tecnologías verdes se presentan como una oportunidad para fortalecer la autonomía energética y reducir la vulnerabilidad frente a los combustibles fósiles importados. China, por ejemplo, ha anunciado la implementación de 30 proyectos de energía limpia en África durante los próximos tres años, con una inversión de 46.000 millones de euros y la creación proyectada de un millón de empleos.
Estos proyectos abarcan desde parques solares y eólicos hasta plantas de energía hidroeléctrica y sistemas de eficiencia energética, apuntando a integrar la región en la transición global hacia fuentes renovables. El objetivo declarado es apoyar el desarrollo sostenible, pero también asegurar que las cadenas de suministro y la infraestructura crítica queden bajo influencia de actores externos, en muchos casos consolidando la presencia de empresas chinas en sectores estratégicos de los países africanos.
Académicos como Samia Al-Amoudi, experta en desarrollo sostenible en África Oriental, advierten que “si bien estas inversiones traen innovación tecnológica y creación de empleo, es crucial que los gobiernos locales aseguren políticas que protejan la soberanía energética y eviten la dependencia de operadores extranjeros”. La experiencia demuestra que los beneficios económicos pueden coexistir con riesgos estratégicos si no se establecen marcos de gobernanza claros.
En Etiopía, por ejemplo, las plantas hidroeléctricas y solares financiadas por China han incrementado significativamente la capacidad energética nacional, apoyando tanto la industria como el consumo doméstico. Sin embargo, el mantenimiento y la operación dependen en gran medida de asistencia técnica externa, lo que evidencia la tensión entre desarrollo y autonomía. Por su parte, Djibouti ha avanzado en proyectos de energía solar y eólica para reducir su dependencia del combustible importado, buscando al mismo tiempo consolidar su papel como actor regional en energía limpia.
Los proyectos de energía sostenible, en este contexto, no solo tienen un impacto económico y ambiental, sino también político y geoestratégico. Permiten a los países africanos proyectar una imagen de modernización y resiliencia, pero plantean un desafío constante: cómo equilibrar la entrada de capital e infraestructura extranjera con la protección de la soberanía y la capacidad de decisión local. En el Cuerno de África, la transición energética se convierte así en un campo de disputa por la autonomía y el desarrollo, en donde los intereses de las potencias extranjeras y la búsqueda de soberanía africana se entrelazan de manera inseparable.
*Beto Cremonte, Docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.