Miguel A Rozas Pashley
Introducción: El detonante invisible
El 24 de noviembre de 2025, el presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva (EO#14363) que apenas mereció titulares en la prensa generalista, pero que representa la mayor movilización del sector científico y tecnológico federal de los Estados Unidos desde el Proyecto espacial Apolo.
La Misión Genesis no es un programa de investigación convencional. Es la respuesta institucional de Washington D.C. a una conclusión incómoda que ha tardado años en cristalizar en sus círculos de poder: Estados Unidos está perdiendo la carrera tecnológica con China, y las herramientas tradicionales de contención, sanciones, listas negras, controles de exportación y restricciones de semiconductores, han fracasado estrepitosamente.
Los tiempos hablan por sí solos; Genesis se anunció apenas tres semanas tras la cumbre Trump-Xi en Busan del 30 de octubre, donde el mandatario estadounidense tuvo que aceptar una tregua tecnológica que China dictó desde una posición de creciente fortaleza. Pekín suspendió por un año sus controles de exportación de tierras raras a cambio de que Washington congelara la expansión de sus listas negras tecnológicas. No fue un intercambio entre pares. Fue el reconocimiento tácito de que la estrategia de estrangulamiento tecnológico diseñada en 2019 no solo no funcionó, sino que desencadenó lo que pretendía evitar: la autosuficiencia tecnológica china.
El catalizador que nadie vio venir
Para entender la Misión Genesis, hay que retroceder al 20 de enero de 2025, cuando la startup china DeepSeek lanzó su modelo R1 de inteligencia artificial. En círculos especializados, aquel lanzamiento tuvo el efecto de un terremoto silencioso. R1 igualaba las capacidades de razonamiento de GPT-4 y Claude, los modelos más avanzados de OpenAI y Anthropic, pero con una diferencia que pulverizaba todos los cálculos estratégicos de Washington: su coste de entrenamiento rondaba los 5,5 millones de dólares, frente a los más de cien millones que costaban los modelos estadounidenses equivalentes.
La comunidad de inteligencia estadounidense llevaba años operando bajo un axioma tranquilizador: el liderazgo en IA requiere acceso a los chips más avanzados, y dado que EEUU controlaba la cadena de suministro de semiconductores punta a través del monopolio dual ASML (Holanda), TSMC (Taiwan) y sus restricciones de exportación, China no podría competir efectivamente. DeepSeek demostró que ese axioma era falso. China aprendió a hacer más con menos, optimizando arquitecturas algorítmicas para funcionar en hardware menos potente. En marzo de 2025, evaluaciones independientes confirmaron que China poseía catorce de los veinte mejores modelos de IA globales en pruebas de rendimiento del razonamiento matemático y científico.
El establishment tecnológico estadounidense se vio forzado a aceptar una verdad incómoda: habían estado jugando al ajedrez mientras China jugaba al Go. Las restricciones de chips no detuvieron el desarrollo chino de capacidades; simplemente lo redirigieron hacia la innovación algorítmica que ahora les daba ventaja en eficiencia. El senador Mark Warner, presidente del Comité de Inteligencia del Senado de los EEUU, lo expresó con inusual franqueza en una reunión clasificada de febrero de 2025, cuyas actas parcialmente desclasificadas circularon en mayo: "Hemos gastado años construyendo muros contra sus chips mientras ellos construían puertas traseras a través de nuestro software. La amenaza no es su hardware. Es que su IA funcione mejor con recursos que nosotros considerábamos insuficientes".
La infraestructura que siempre estuvo ahí
La Misión Genesis se presenta públicamente como una iniciativa que movilizará doscientos mil millones de dólares en activos científicos federales existentes bajo una plataforma unificada de inteligencia artificial. El dato crítico es la palabra: "existentes". La orden ejecutiva especifica explícitamente que la implementación está "sujeta a la disponibilidad de asignaciones ya aprobadas". No hay solicitud de presupuesto nuevo. No hay partidas extraordinarias. Lo cual solo significa una cosa: la infraestructura ya estaba operativa o en fase avanzada de construcción mucho antes del anuncio público y de Busan.
Pero conviene contextualizar la escala: el Proyecto Manhattan costó aproximadamente 2 mil millones de dólares de 1945 (unos 30 mil millones actuales). El Proyecto Apollo consumió 25 mil millones hasta 1973 (unos 175 mil millones ajustados a 2025). La operación Warp Speed, el programa de vacunas COVID coordinado por el Pentágono, movilizó 100 mil millones entre 2020 y 2021. Genesis declara USD 200 mil millones en "activos existentes", el doble de Warp Speed y más que Apollo, pero sin solicitar fondos nuevos. Esta contradicción hace suponer que la infraestructura ya existía, dispersa entre agencias y laboratorios, esperando coordinación bajo un mando unificado. Los 200 mil millones son el piso declarado, no el techo real. Proyectos federales clasificados de esta magnitud invariablemente multiplican sus costes iniciales por tres o cuatro. Las cifras que veremos en 2030, si alguna vez se desclasifican, contarán otra historia en trillones, me atrevo a especular.
La cronología nos revela una preparación sistemática durante todo 2025. En julio, la Casa Blanca publicó el "America's AI Action Plan", un documento de trescientas páginas que identificaba más de noventa acciones federales para acelerar el desarrollo de IA en agencias gubernamentales. En septiembre, el Memorando Nacional de Ciencia y Tecnología #2 definió seis dominios tecnológicos prioritarios que coinciden exactamente con los que Genesis proclama ahora: manufactura avanzada, biotecnología, materiales críticos, energía nuclear, ciencia cuántica y semiconductores.
Frontiers in Artificial Intelligence for Science, Security and Technology (FASST)
Pero el elemento más revelador es la Iniciativa FASST del Departamento de Energía, lanzada discretamente en abril de 2025. FASST movilizó los diecisiete laboratorios nacionales del DOE para construir lo que se describió como "los sistemas integrados de IA científica más poderosos del mundo". En noviembre, apenas tres semanas antes del anuncio de Genesis, el DOE asignó 625 millones adicionales para los Centros Nacionales de Investigación en Información Cuántica. Todo estaba ensamblándose en paralelo, esperando la orden política de activación.
El núcleo técnico de Misión Genesis es lo que han bautizado como la "Plataforma Americana de Ciencia y Seguridad", una infraestructura que conecta los diecisiete laboratorios nacionales con las supercomputadoras exaescala más potentes del planeta: Frontier en Oak Ridge, con una capacidad de 1,1 exaflops, y Aurora en Argonne, con 1,0 exaflops. Para contextualizar: un exaflop en Castellano equivale a un millón de billones de operaciones de punto flotante por segundo FLOPS (un Trillión en escala corta o 10 a la 18) Estas máquinas pueden simular procesos físicos, químicos y biológicos a escalas que antes requerían años de experimentación real. Ahora lo hacen en días, y con la integración de IA, esos días se convierten en horas.
Los cuarenta mil científicos, ingenieros y técnicos del Departamento de Energía constituyen la mayor concentración de conocimiento en ciencias aplicadas bajo una sola agencia federal. Durante décadas han generado bases de datos sobre pruebas nucleares, diseño de materiales avanzados, experimentos de fusión, comportamiento de materiales bajo radiación extrema, modelado climático de alta resolución y secuenciación genómica. Genesis no crea esos activos. Los coordina bajo una dirección estratégica unificada por primera vez en la historia.
Seis dominios públicos, infinitas aplicaciones clasificadas
La orden ejecutiva declara las seis áreas prioritarias de investigación arriba mencionadas. Cualquier analista con experiencia en documentos gubernamentales reconoce inmediatamente el patrón: categorías lo bastante amplias como para incluir casi cualquier cosa, y lo suficientemente específicas como para justificar la clasificación de seguridad nacional en todas ellas.
- Manufactura avanzada: Incluye procesos de impresión 3D de metales y cerámicas para componentes aeroespaciales y de defensa.
- Biotecnología: Abarca desde el campo farmacéutico hasta edición genética CRISPR y biodefensa contra amenazas biológicas.
- Materiales críticos: Cubre todo el espectro desde baterías de próxima generación hasta aleaciones para motores hipersónicos.
- Energía nuclear: Engloba el diseño de reactores de cuarta generación, fusión por confinamiento magnético e inercial, y seguridad de arsenales nucleares.
- Ciencia cuántica: Incluye computación cuántica, sensores cuánticos para detección submarina y criptografía post-cuántica.
- Semiconductores: Significa litografía avanzada, arquitecturas de chips neuromórficos y fotónica integrada.
Pero la orden ejecutiva contiene una cláusula digna de destacar: el director de la Misión Genesis debe identificar "al menos veinte desafíos científicos y tecnológicos prioritarios" en los primeros sesenta días. No seis campos. Veinte como mínimo. Los seis dominios públicos son meramente ilustrativos, un catálogo para consumo legislativo y mediático. Las aplicaciones reales se clasificarán por niveles de sensibilidad, y el autor que ha seguido programas (des)clasificados durante tres décadas especularía que al menos el 95% de la actividad real de Genesis nunca será de dominio público.
La sombra del complejo militar-industrial-académico
Genesis se vende como iniciativa científica civil, pero la coordinación con el aparato de defensa e inteligencia está documentada y es estructural, no accidental. El Mission Executive Council, establecido en 2010 tras las revisiones de seguridad post-11-S y el GWOT, reúne formalmente a los Secretarios de Energía, Defensa y Seguridad Nacional junto con el Director de Inteligencia Nacional. Su mandato: coordinar las capacidades de los laboratorios nacionales como "activos de seguridad nacional". No es lenguaje metafórico. Es clasificación legal.
El programa "Work for Others" del DOE genera anualmente 1.656 millones de dólares realizando investigación para otras agencias federales. El Departamento de Defensa aporta el 69% de esos fondos. Los tres laboratorios de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear: Los Alamos, Lawrence Livermore y Sandia, están explícitamente incluidos en Misión Genesis. Brandon Williams, Administrador de la NNSA, tiene asignado un rol específico en "aspectos de seguridad nacional" de la misión, según el organigrama interno filtrado a Defense News en diciembre.
El tercer objetivo declarado de Misión Genesis, tras duplicar la productividad científica y acelerar su comercialización, es "Asegurar la Seguridad Nacional mediante tecnologías de IA para la seguridad del arsenal nuclear y materiales de defensa". No es el tercer objetivo por casualidad. Es el tercero porque ponerlo primero habría revelado demasiado sobre las prioridades reales.
Los socios corporativos confirman la naturaleza dual de la iniciativa. NVIDIA, OpenAI, Google, Microsoft, IBM, AWS, Anthropic, AMD, Oracle, Dell y HPE son los nombres públicos. A principios de 2025, OpenAI desplegó modelos IA avanzados en Los Alamos como "recursos computacionales compartidos" para investigadores de los tres laboratorios NNSA. Google firmó en julio un contrato de 200 millones con el DOD para desarrollar flujos de trabajo de "IA agéntica" en aplicaciones de seguridad nacional. Al mismo tiempo que OpenAI, Anthropic y xAI de Elon Musk firmaban contratos paralelos por cantidades idénticas.
Palantir Technologies, la empresa de análisis de datos fundada por Peter Thiel con financiación inicial de In-Q-Tel, el fondo capital riesgo de la CIA, recibió en agosto un contrato de 500 millones del Chief Digital and Artificial Intelligence Office del Pentágono para construir infraestructura de "datos estratégicos unificados". Anduril Industries, la empresa de sistemas autónomos de defensa fundada por Palmer Luckey tras su salida de Facebook, firmó en septiembre un contrato de cien millones para "servicios de integración de datos tácticos". El patrón es claro: las mismas plataformas que procesan datos científicos en Genesis procesan datos de inteligencia y operaciones militares en programas paralelos.
Los hombres detrás de la cortina
Michael Kratsios, Asistente Presidencial para Ciencia y Tecnología, es la cara pública de Misión Genesis. Kratsios tiene treinta y ocho años, fue Director de Tecnología de la administración Trump entre 2017 y 2021, y antes trabajó en Clarium Capital, el fondo de inversión de Peter Thiel. En comparecencias ante el Congreso describe Genesis como "la mayor movilización de recursos científicos federales desde el programa Apollo". Es un lenguaje cuidadosamente calibrado. No dice "la mayor iniciativa científica". Dice "movilización de recursos", que es exactamente lo que es: coordinación de activos dispersos bajo mando unificado.
El director operativo será Darío Gil, un español nacionalizado estadounidense con doctorado del MIT obtenido en 2003. Gil es actual Subsecretario de Ciencia y Tecnología del Departamento de Energía, pero su trayectoria es la clave: veintidós años en IBM Research, donde ascendió desde investigador junior hasta Director Global, supervisando tres mil científicos en computación cuántica e inteligencia artificial. Gil presidió el National Science Board entre 2022 y 2024 y ha sido miembro del comité asesor científico de la Casa Blanca desde 2021. Su nombramiento señala hacia dónde se dirige Genesis: integración masiva de IA en investigación científica, con énfasis en computación cuántica como la siguiente frontera.
Chris Wright, Secretario de Energía, es oficialmente el responsable político que administra los diecisiete laboratorios nacionales. Wright es un geofísico con carrera en la industria del fracking que fundó Liberty Energy y fue CEO hasta su nombramiento. No es científico de laboratorio; es ejecutivo energético con vínculos profundos en la industria de hidrocarburos. Su nombramiento indica que la agenda energética de la administración Trump, expansión de gas natural, mantener la capacidad nuclear, resistencia a la transición acelerada a las renovables “verdes”, se ejecutará desde el DOE con Genesis como vehículo de validación científica.
Una cosa está clara, la estructura real de mando incluirá actores que nunca aparecerán en organigramas públicos. La coordinación con la comunidad de inteligencia fluirá a través del Mission Executive Council y canales clasificados que operan fuera del escrutinio del Congreso (probablemente tutelado vicariamente por dos congresistas veteranos con acceso a programas Black) y autoridades especiales de seguridad nacional: los Special Access Programs del DOE que operan proyectos sobre tecnologías exóticas recuperadas o fenómenos que oficialmente no existen pero que consumen recursos desde hace décadas: experimentos de modificación de consciencia para aplicaciones de interrogatorio, desarrollo de sistemas de energía dirigida, y programas de modificación atmosférica que han operado bajo cobertura meteorológica desde los años cincuenta. Proyectos federales clasificados de esta magnitud invariablemente multiplican sus costes iniciales por tres o cuatro.
Precedentes históricos: cuando la ciencia se convierte en estrategia
Misión Genesis establece paralelos con el Proyecto Manhattan y el Proyecto Apolo, y esos precedentes revelan más de lo que pretenden ocultar. El Proyecto Manhattan nunca fue solo física nuclear. Fue la movilización total de la capacidad científica estadounidense bajo un mando militar centralizado para producir el arma que cambió el equilibrio global de poder. Los científicos involucrados, Oppenheimer, Fermi, Teller, Feynman, creían estar trabajando en fascinantes problemas teóricos de mecánica cuántica de partículas cuando en realidad estaban construyendo la bomba que incineraría Hiroshima y Nagasaki.
El Proyecto Genoma Humano ofrece un precedente igual de didáctico. Concebido originalmente por el Departamento de Energía en 1986, no por los Institutos Nacionales de Salud. El proyecto surgió de la preocupación sobre los efectos genéticos de la radiación en los sobrevivientes de una guerra nuclear. Los laboratorios Lawrence Berkeley, Lawrence Livermore y Los Álamos lideraron la participación del DOE a través del Joint Genome Institute. Lo que comenzó como investigación sobre daño por radiación derivó en el mapa completo del genoma humano, con aplicaciones de doble uso que van desde la medicina personalizada, edición génica y armas biológicas de próxima generación.
El Programa de Administración del Arsenal Atómico, conocido como Stockpile Stewardship, estableció desde 1992 el uso de supercomputación avanzada para mantener la fiabilidad de armas nucleares mediante simulaciones que reemplazaron los ensayos físicos tras el fin de las pruebas subterráneas en Nevada. Las supercomputadoras ASCI de los años noventa, predecesoras directas de Frontier y Aurora, permitieron a Estados Unidos mantener su arsenal sin detonar una sola bomba durante treinta años. Genesis aplicará esa misma lógica a todos los dominios científicos: experimentación virtual masiva acelerada por IA en lugar de experimentación física costosa y lenta.
La lección de Busan: negociar desde la debilidad
La cumbre Trump-Xi en Busan fue humillante para Washington, aunque pocos medios lo presentaron así. Trump llegó esperando forzar concesiones chinas sobre acceso a mercados y propiedad intelectual. Salió tarifando tras aceptar una suspensión temporal de hostilidades tecnológicas en los términos que Beijing le dictó. China suspendió por un año sus controles de exportación de tierras raras críticas para la manufactura de semiconductores y sistemas de defensa. A cambio, Estados Unidos congeló la expansión de su Entity List, la lista negra que prohíbe a empresas estadounidenses vender tecnología avanzada a compañías chinas. Esto marca un antes y un después.
En 2019, cuando la administración Trump lanzó su campaña de restricciones tecnológicas, el supuesto era que China dependía críticamente de tecnología estadounidense y que Pekín negociaría desde una posición de debilidad. Seis años después, la posición se ha invertido. Analistas del Brookings Institution, el Atlantic Council y la revista Foreign Affairs coincidieron en sus evaluaciones de noviembre: China ha fortalecido su posición negociadora porque diversificó su base tecnológica, cultivó robustez nacional en sectores críticos, y demostró capacidad de innovación bajo presión.
El estupor de DeepSeek cristalizó esa realidad
Si China desarrolló una IA competitiva con una fracción de los recursos que EEUU consideraba necesario, eso no es un dato anecdótico, sino que cuestiona toda la estrategia de contención EEUU mediante control de hardware. Genesis es la reacción a esa conclusión. No obstante, los EEUU mantendrá una cierta ventaja integrando IA con la infraestructura científica que China aun no puede replicar tan fácilmente: Laboratorios de sincrotrón, fuentes de neutrones, aceleradores de partículas, instalaciones de fusión nuclear, reactores de investigación. Infraestructura que requiere décadas para construir, miles de millones para mantener, y ecosistemas científicos maduros para operar.
La pregunta es si esa ventaja resulta sostenible. China está construyendo sincrotrones avanzados, expandiendo sus propias capacidades de supercomputación, e invirtiendo masivamente en infraestructura de investigación fundamental. El Shanghai Synchrotron Radiation Facility, el Beijing Electron Positron Collider, y el Steady High Magnetic Field Facility en Hefei son instalaciones de clase mundial. El Sunway TaihuLight en Wuxi, aunque desplazado del primer lugar por otros sistemas estadounidenses, demostró allá pot 2016-17 la capacidad china de construir supercomputadoras exaescala con procesadores nacionales. La ventaja estadounidense en infraestructura científica es real, pero la distancia se va acortando.
Laboratorios robóticos y experimentación autónoma: la promesa y el peligro
Uno de los elementos más radicales de Genesis es la integración de "laboratorios autónomos" donde sistemas de IA diseñan experimentos, los ejecutan mediante robots, analizan resultados, y proponen nuevos experimentos sin intervención humana. Esta capacidad ya existe en forma embrionaria. En 2024, un sistema llamado A-Lab en Lawrence Berkeley National Laboratory sintetizó cuarenta y un materiales inorgánicos nuevos en diecisiete días, un proceso que habría requerido años de trabajo manual. El sistema utilizó algoritmos de aprendizaje automático para predecir estructuras cristalinas estables, robótica para preparar y procesar muestras, y difracción de rayos X automatizada para verificar resultados.
Genesis planea escalar esa capacidad en todos sus laboratorios nacionales. Las implicaciones resultan asombrosas: ciclos de descubrimiento que antes requerían años podrían comprimirse a semanas. Nuevos fármacos, materiales para baterías, catalizadores químicos, aleaciones resistentes al calor, superconductores de temperatura más alta. Abre la puerta a una aceleración exponencial del progreso científico.
El peligro es la pérdida de comprensión humana. Cuando los sistemas de IA diseñan materiales mediante optimización algorítmica de propiedades sin que los científicos humanos entiendan como funciona, estamos en territorio sin explorar de la ciencia donde los materiales funcionan, las simulaciones predicen su comportamiento correctamente, pero nadie puede explicar en términos físicos intuitivos por qué esa combinación específica de elementos en una estructura cristalina produce ciertas propiedades. Es conocimiento operacional sin comprensión causal.
Este problema se magnifica cuando el descubrimiento acelerado se aplica a dominios con implicaciones existenciales: nuevos explosivos, toxinas biológicas, agentes neurológicos, nanomateriales con propiedades impredecibles.
La carrera que nadie puede permitirse perder
Genesis no es paranoia tecnológica. Es reconocimiento tardío de que la carrera con China ha entrado en una fase donde perder significa la irrelevancia estratégica permanente. El país que domine la IA aplicada al descubrimiento científico, procesos de fabricación avanzada, y desarrollo de materiales determinará el equilibrio de poder global durante el resto del siglo.
Parece que China lo entendió antes que EEUU. Su programa "Made in China 2025", lanzado en 2015, identificó exactamente los mismos dominios tecnológicos que Genesis proclama ahora como prioritarios. Beijing invierte anualmente más de 300 mil millones de dólares en investigación y desarrollo, cifra que supera la inversión federal estadounidense y se acerca rápidamente a la inversión combinada pública y privada de Estados Unidos. China produce el doble de doctorados en ciencia e ingeniería que EEUU cada año. Publica más papeles científicos en revistas de gran prestigio. Registra más patentes en tecnologías emergentes.
La ventaja estadounidense radica en su ecosistema maduro de excelencia científica: universidades de élite, laboratorios nacionales con décadas de experiencia, cultura de innovación disruptiva, y capacidad de atraer talento global. Genesis intenta apalancar esas ventajas mediante integración coordinada AI- Robot y que China, con su sistema más jerárquico, rígido y menos colaborativo, podría tener dificultades en replicar.
Pero las ventajas se acortan. China invierte masivamente en modernizar sus universidades, construir infraestructura científica de primer nivel, y crear incentivos para que científicos chinos en el extranjero retornen. El programa Thousand Talents, aunque controvertido por acusaciones de espionaje científico, ha repatriado miles de investigadores de élite formados en Occidente.
Preguntas sin respuesta
Genesis plantea interrogantes que deberían obsesionar a cualquiera que piense seriamente sobre el futuro: ¿Qué sucede cuando sistemas de IA optimizado para objetivos específicos descubren conocimiento que los humanos considerarían peligroso investigar? ¿Quién decide qué líneas de investigación son demasiado arriesgadas para proseguir? ¿Cómo se equilibra velocidad de descubrimiento con evaluación de riesgos cuando los ciclos de experimentación se comprimen de años a días?
La naturaleza clasificada de Genesis significa que esas decisiones se tomarán sin debate público, posiblemente sin un debate científico amplio, y casi ciertamente sin mecanismos de rendición de cuentas más allá de cadenas de mando internas en las comunidades de defensa e inteligencia. No es conspiración. Es cómo funcionan los programas clasificados de seguridad nacional; siempre lo han hecho así, y Genesis operará dentro de ese marco establecido.
La pregunta final no es si Genesis descubrirá cosas asombrosas. Lo hará. La pregunta es si la velocidad del descubrimiento superará la capacidad humana de comprensión, evaluación de riesgos, y toma de decisiones sensatas sobre aplicaciones. La historia de tecnologías transformativas sugiere pesimismo justificado: energía nuclear, ingeniería genética, y biotecnología avanzada fueron todas desarrolladas más rápido de lo que sociedades pudieron construir marcos éticos y regulatorios adecuados.
Genesis acelera ese patrón a una velocidad sin precedentes. La IA no solo descubrirá más rápido, descubrirá en direcciones que humanos no habrían explorado porque nuestra intuición física y limitación cognitiva nos habría impedido verlas como prometedoras. Estaremos viviendo en un mundo guiado por un nivel de conocimiento que no comprenderemos completamente, aplicado a propósitos regidos por prioridades de seguridad nacional que no podemos escrutar.
La conclusión incómoda
Genesis es más integración que conspiración, más coordinación que nuevo projecto secreto, agrupa lo ya existente. Pero esa distinción ofrece poco consuelo. La infraestructura siempre estuvo ahí, distribuida, operando bajo propósitos múltiples. Lo novedoso es la unificación bajo una dirección estratégica clara con la IA como multiplicador de capacidades. El momento del anuncio, post-Busan, post-DeepSeek, indica que los calendarios se aceleraron por una carrera geopolítica que ninguna administración estadounidense puede permitirse perder.
Es una apuesta razonable dado lo prometedor de los futuros resultados, pero conlleva un factor de riesgo y elemento de peligrosidad; la victoria en esta carrera tecnológica no garantiza ni conlleva sabiduría en la aplicación del conocimiento descubierto. Y a diferencia de carreras tecnológicas previas donde el ritmo permitía cierta reflexión y ajuste, Genesis opera a una velocidad donde los errores se cometerán antes de que nadie comprenda lo que está sucediendo.
Esta es la realidad inquietante trás la retórica triunfalista. No que Genesis fracase, sino que tenga éxito exactamente como se diseñó, y descubramos demasiado tarde que lo desarrollado no era lo que realmente se necesitaba.
Que este Genesis no sea nuestro final...