Martín Nicolás Parolari
Durante años,
el reciclaje ha sido presentado como el camino hacia un futuro más sostenible. Nos enseñaron a clasificar
nuestros residuos con la esperanza de reducir la contaminación ambiental. Sin embargo, investigaciones recientes han puesto en duda la eficacia real de esta práctica,
especialmente en lo que respecta al plástico. A continuación, exploramos los hallazgos de un revelador estudio que sacude las bases del reciclaje como lo conocemos.
Una realidad más dura que el plástico
Promesas vacías y verdades ocultas
El documento respalda sus conclusiones con archivos, notas y testimonios de empleados de instituciones como el
American Chemistry Council. En una conferencia de 1989, un alto representante del sector admitió que el reciclaje no era una solución sostenible y no resolvería el problema de los residuos sólidos.
Según Davis Allen, del
Center for Climate Integrity, el verdadero objetivo de la industria nunca fue reciclar, sino hacer creer a la población que el reciclaje funcionaba. Esta estrategia sirvió para evitar regulaciones más estrictas y mantener la producción sin freno. Así, el reciclaje pasó a ser más una herramienta de marketing que una
solución ambiental.
El reciclaje como excusa para seguir contaminando
El plástico, derivado del petróleo y el gas, presenta una variedad tan amplia de composiciones químicas que hacerlo reciclable de forma masiva es prácticamente imposible. Durante los años 80, cuando algunas ciudades estadounidenses empezaron a cuestionar el uso de plásticos, la industria optó por lanzar campañas de reciclaje en lugar de reducir su producción.
Actualmente, se repite el mismo patrón.
Activistas como Jan Dell denuncian que las promesas sobre tecnologías de reciclaje avanzadas son una excusa para no frenar la fabricación. Y mientras tanto, se estima que la producción mundial de plástico se triplicará para el año 2050.
Aunque el
American Chemistry Council ha calificado el informe como obsoleto y asegura que sí se están haciendo esfuerzos reales, los datos proyectados alertan sobre una crisis inminente que no se resolverá solo separando residuos.
Reducir y reutilizar: Las verdaderas claves
Si bien reciclar puede ayudar, no es suficiente. La clave está en reducir la producción y el consumo de plástico desde el origen. Volver al principio del lema que tantas veces escuchamos —
reducir, reutilizar, reciclar— puede marcar la diferencia, aunque esta última acción sea la menos efectiva en la práctica actual.
El Ministerio del Interior prohíbe que entren envases de vidrio en los centros de inmigrantes ilegales para "impedir su uso como arma"
El Ministerio del Interior, en manos de
Fernando Grande-Marlaska, ha contratado a una empresa para que le suministre las raciones alimentarias para estos centros, pero con algunas indicaciones importantes, como, por ejemplo, la prohibición de que
incluyan en los menús elementos de vidrio, ya que los ilegales «pueden usarlo como objeto para agredir». Esta medida forma parte de un contrato licitado recientemente para los
Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) en Canarias, específicamente en los centros de Las Palmas y Tenerife, con un presupuesto de 64.000 euros, según avanza
OkDiario.
El pliego del contrato va mucho más allá de la simple provisión de alimentos. El departamento de Marlaska exige que se eliminen completamente objetos que puedan transformarse en instrumentos peligrosos. Así, tanto los envases como los utensilios deben estar diseñados para minimizar cualquier posibilidad de agresión o autolesión. Por ejemplo, las bebidas del desayuno deben servirse en recipientes flexibles y herméticos, sin tapas metálicas, pajitas o materiales cortantes. Nada de botellas de vidrio ni elementos que puedan romperse y utilizarse como arma.
Desde Interior se insiste en que las raciones deben estar completamente libres de espinas y huesos, y que los cubiertos a emplear sean de materiales y formas que impidan cualquier mal uso. El objetivo es evitar incidentes violentos dentro de los centros, teniendo en cuenta algunos antecedentes preocupantes que han encendido las alarmas entre el personal.
Además de las medidas de seguridad, el contrato establece una serie de requisitos nutricionales detallados. Las comidas deben ser variadas, completas y adaptadas a las necesidades calóricas de los internos, incluyendo un equilibrio adecuado de macronutrientes, vitaminas y minerales. También se exige que se tengan en cuenta las creencias religiosas y restricciones alimentarias de los inmigrantes, por lo que habrá menús especiales para respetar dietas religiosas y alternativas para personas celíacas.
A pesar de las garantías nutricionales, la normativa ha sido interpretada por algunos como una muestra del enfoque punitivo del Gobierno hacia los internos. Los trabajadores de los centros denuncian desde hace tiempo la tensión creciente derivada de comportamientos conflictivos por parte de una minoría de residentes, lo que ha generado un ambiente de inseguridad.
Alarmismo climático, miedo y control social
José Vicente Pascual
Lo sucedido en Tenerife el pasado 3 de abril es una muestra sonrojante, indignante, de la estrategia psicopática de control sobre la sociedad y los individuos que nuestros pastores llevan aplicando al rebaño desde más o menos la pandemia del covid. Nadie se va a quejar, desde luego; nadie va a denunciar la desfachatez con que las administraciones y medios de comunicación manejaron el pulso cotidiano de la isla, cercenándolo de raíz, metiendo a la gente en casa, acobardada, limitando la deambulación e imponiendo un estado de alarma ficticio que, evidentemente, no sirvió para nada y sólo tuvo consecuencias en el incordio para los habitantes y parálisis funcional en aquellos entornos atlánticos.
La alarma-emergencia por vientos huracanados y fuertes lluvias se lanzó el día anterior. De inmediato quedaron suspendidas las actividades docentes, se advirtió sobre el peligro de llevar a los ancianos a los centros de día, de desplazarse entre distintas localidades y, en general, de desarrollar la normal actividad cotidiana.
A un servidor le sorprendió y atrapó la alerta en la isla, y me afectó en las siguientes variedades de insidia: una cita con unos amigos, anulada; una reserva para comer en un restaurante, anulada; una cita médica, anulada; una visita a un local de esparcimiento nocturno, anulada. Aunque todo esto carece de importancia, como es lógico; son pequeños inconvenientes personales que carecen de interés, y de muy buena gana se habrían soportado en aras de un bien mucho mayor como es la seguridad de la población.
Lo malo del ingenio es que durante toda la jornada —de alarma extrema—, lució un sol despampanante en toda la isla. Sólo hubo lluvias y fuerte viento en dos localidades del norte insular: Icod de los Vinos y Garachico. En el resto de los 2.400 kilómetros cuadrados del territorio, ya se dijo: sol, mar en calma y día de playa. El mismo 4 de abril, de regreso en el avión con destino a Barcelona, conversaba con un joven estudiante, vecino del Puerto de la Cruz, quien me confirmó el dato: lució un día espectacular, soleado y tranquilo. Añado al dato, para quienes no conozcan el terreno, que el Puerto de la Cruz es localidad turística muy próxima a las “zonas calientes” del extremo peligro, o sea: Icod y Garachico. Nada, ni las copas de los árboles se enteraron del temporal.
Eso sí, el mismo día 3, a las diez de la mañana, los “servicios informativos” entre comillas —de alguna forma hay que llamar a esas cofradías de farsantes— de todas las televisiones emitían desde Icod de los Vinos con espectacular aparato apocalíptico: los reporteros envueltos en chubasqueros, bajo grandes paraguas, soportando la lluvia y el viento mientras describían la situación con prosopopeya de fin del mundo. La realidad: llovió lo que llueve cuando llueve en el norte de Tenerife y corrió un poco más de viento de lo habitual, siendo como es la zona venteada de por sí. O sea y resumiendo: todo normal.
No van a faltar las voces que aleguen, con toda bondad y angélica intención, que la alerta pudo ser exagerada pero, en fin, mucho mejor pasarse de prudentes que caer en desastres como los muy recientes de, por ejemplo, Valencia, algo que está en la mente de todos. Cierto que la prudencia es una virtud, pero relamida y torcida virtud se manifiesta cuando, para imponerse, no se ciñe a la realidad objetiva sino a los oscuros resortes del miedo y la reacción espantada ante los bulos meteorológicos lanzados desde el poder y sus medios afines. El miedo se ha convertido en resorte eficaz para controlar a la población, interrumpir de golpe la actividad social y económica, meter a la gente en casa y volverla obediente sin fisuras. Es el miedo “transversal”, sin distinción de status ni ideologías ni otros intereses que salvar la vida en medio del caos climático, unos desastres que sólo existen en la mente calculadora de quienes mandan y en la imaginación atemorizada de quienes obedecen a los que mandan. El miedo, sí: el miedo manda.
Miedo al clima, al famoso y vagaroso cambio climático; miedo a las pandemias, miedo a las guerras que se libran a miles de kilómetros y entre países que no tienen nada que ver con nosotros; miedo a la guerra nuclear, al supuesto expansionismo de Putin y a que Rusia sorprenda a Europa desarmada, miedo a la involución democrática, a la “extrema derecha”, a la pérdida de teóricos “derechos” ciudadanos, al derrumbe del estado del bienestar, a la inflación, a los aranceles de Trump, al racismo y la islamofobia, a quedarnos sin papel higiénico.
El miedo es el gran argumento de las élites en estos tiempos de iniquidad, mentira y corrupción en que vivimos. A nuestro gobierno le faltan días para cumplir con la estrategia del miedo, se le caen los discursos y se le vuelven obsoletos conforme el miedo va generando nueva opinión y nuevas hecatombes en el imaginario de la población. Al discurso sobre el rearme Europeo y la justificación de los cientos de miles de millones de euros que iba a costarnos se le ha anticipado, súbito, el miedo al cataclismo económico mundial que, dicen, van a provocar los famosos aranceles estadounidenses. No paran y, como suele decirse, no dan abasto. El discurso oficial se vuelve atropellado, improvisado y ligeramente histérico. Esta semana pasada, sin ir más lejos, hemos pasado de debates sinuosos sobre la presunción de inocencia —miedo de las víctimas a denunciar, miedo de los acusados al linchamiento—, y sobre las universidades privadas —miedo al acaparamiento de títulos por los ricos en detrimento de los no ricos—, al miedo puro a los desastres climáticos y la ruina total por culpa de Trump.
Siempre el miedo, siempre un culpable cruzado al que señalar: los “negacionistas” del cambio climático, la “ultraderecha” trumpista, las universidades privadas, los jueces “patriarcales”, los enemigos de la felicidad del pueblo. La fórmula parece perfecta porque el miedo nunca falla. Tenía razón el mexicano Sergio González Rodríguez, en su tremendo ensayo «Huesos en el desierto»: la dictadura perfecta existe, y en el núcleo de toda dictadura —perfecta— está el miedo.
Ahora, a estas alturas, es innecesario comentarles lo desolador que resulta comprobar cómo el método pavoroso sólo beneficia al poder cuando hay masas ingentes de idiotas/insensatos dispuestos a regir sus vidas bajo la ley del miedo. Pero los hay, a los hechos me remito. Y todo gira en torno a ellos y ellas, los insensatos y las insensatas; todo minuciosamente emparejado y ajustado a su miedo. Todo sucede porque aquellas almas sólo respiran sumergidas en el miedo.
Y eso sí que da miedo.