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El desacoplamiento

El desacoplamiento

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
viernes 16 de agosto de 2024, 22:00h
Aleksandr Dugin
Sin duda, es muy probable que en las próximas décadas la palabra “desacoplamiento” (декаплинг) se convierta en uno de los conceptos más importantes y utilizados por todos. Esta palabra proviene del inglés “decoupling” y significa literalmente “desengancharse”, siendo utilizada para referirse a una amplia gama de fenómenos que van desde la física a la economía. Sin embargo, en todos estos campos se usa para referirse a la desconexión entre dos sistemas que son más o menos dependientes entre sí. No existe una palabra exacta en ruso para traducir este concepto, aunque podemos usar términos como “desconexión” (размыкание), “decapitación” (расцепление) y “ruptura de par en par” (разрыв пары) para designar este fenómeno. En el idioma chino (una lengua que debería tenerse en cuenta de ahora en adelante) se usa el término 脫鉤 (tuōgōu), donde el carácter 脫 (tuō) significa “separación”, “ruptura”, y el carácter 鉤 (gōu) significa “enganche”. De todos modos, sigue siendo más exacto usar el término inglés “decoupling” (декаплинг) en ruso y vamos a explicar el por qué más adelante.
En un sentido amplio y al nivel de los procesos que se han llevado a cabo en la globalización, el “desacoplamiento” significa lo que es directamente opuesto a la “globalización”. La palabra “globalización” también proviene del inglés (tiene un origen latino). Globalización significa la conexión de todos los Estados y culturas entre sí según las reglas y algoritmos impuestos por Occidente. “Ser global” significa copiar al Occidente moderno, aceptar sus valores culturales, sus mecanismos económicos, sus procesos tecnológicos, sus instituciones y protocolos políticos, sus sistemas de información, sus actitudes estéticas y considerar que sus criterios éticos son universales, totales, únicos y obligatorios. En la práctica, esto significa “acoplar” las sociedades no occidentales a la civilización occidental y entre ellas también, pero siguiendo las normas y parámetros occidentales. En esencia, la globalización unipolar tenía un centro, Occidente, y luego estaban todos los demás. Occidente y el Resto, como los llamaba S. Huntington. El resto (The Rest) debía acoplarse a Occidente (The West). Este acoplamiento garantizaba una forma de integración en un único sistema global y planetario, es decir, el “Imperio” mundial de la Postmodernidad con una única metrópoli como centro de toda la humanidad: Occidente.
El acoplamiento a la globalización, el reconocimiento de la legitimidad de instituciones supranacionales como la OMC, la OMS, el FMI, el Banco Mundial, la CPI, el TEDH, etc., hasta llegar a la creación de un Gobierno Mundial, cuyo prototipo es la Comisión Trilateral o el Foro de Davos, es una forma de vincular todos estos sistemas y puede expresarse con precisión con la palabra “acoplamiento” (coupling). Es de esa forma que nació el Occidente colectivo y cualquier otro país, cultura o civilización que se unía a él terminaba por asumir inmediatamente una cierta jerarquía dentro del sistema: amo/esclavo. Occidente cumplía la función de amo, el no-occidente de esclavo. Todo el sistema de la política mundial, la economía, la información, la tecnología, la industria, las finanzas y los recursos naturales fue construido alrededor de este “acoplamiento”. Por lo tanto, Occidente era la encarnación del futuro: el “progreso”, el “desarrollo”, la “evolución” y las “reformas”, mientras que se suponía que el resto del mundo debía unirse a Occidente y avanzar tras él según la lógica del “desarrollo convergente”.
A ojos de los globalistas el mundo se encontraba dividido en tres zonas: el “Norte rico” (es decir, el propio Occidente compuesto por Estados Unidos y la UE, así como Australia y Japón), los “países de la semiperiferia” (principalmente los países que componen los BRICS, bastante desarrollados) y el “Sur pobre” (todos los demás).
China entró en el proceso de la globalización a comienzos de la década de 1980 con Deng Xiaoping. Rusia se sumó a la globalización en la década de 1990 con Yeltsin y en condiciones mucho menos favorables. Las reformas que hizo Gorbachov también estaban orientadas al “acoplamiento” con Occidente (la “casa paneuropea”). Más tarde, la India se sumó. Todos los países estaban “capitulando” ante Occidente y esto significaba acoplarse al proceso de globalización.
La globalización era y sigue siendo, por su propia naturaleza, un fenómeno centrado en Occidente, y dado que el papel principal en ella lo desempeña Estados Unidos y, sobre todo, las élites globalistas asociadas al Partido Demócrata y a los neoconservadores (en la derecha), resulta acertado utilizar términos ingleses para caracterizarla. La globalización se implantó en todas partes por medio del “acoplamiento” y luego todos los implicados en este proceso actuaron de acuerdo con sus normas y directrices tanto a nivel global como regional.
Los procesos que dieron impulso a la globalización fueron cobrando fuerza desde finales de la década de 1980 hasta que empezaron a estancarse en la década del 2000.
El factor más significativo en este estancamiento de la globalización fue la política asumida por Putin, que al principio trató de acoplar a Rusia a ella (adhesión a la OMC, etc.), pero al mismo tiempo insistía en preservar la soberanía, lo que entraba en clara contradicción con los deseos de los globalistas que promovían la limitación de la soberanía y la desnacionalización con tal de crear un Gobierno Mundial. Así fue como Putin se distanció rápidamente de los sistemas financieros y del Banco Mundial argumentando acertadamente que estas instituciones utilizaban el “acoplamiento” en interés de Occidente y, a veces, directamente en contra de los intereses de Rusia.
Paralelamente, China – que era el país que más se había beneficiado de la globalización al aprovechar su participación dentro de la economía mundial, el sistema financiero y, sobre todo, la deslocalización de las industrias trasladadas por los globalistas desde Occidente al sudeste asiático (donde el coste de la mano de obra era significativamente inferior) – ha llegado al punto de agotar por completo los resultados positivos de dicha estrategia. Además, China se preocupó por mantener su soberanía en varios campos: abandonando la democracia liberal liderada por Occidente (los sucesos de la plaza de Tiananmen) y el establecimiento de un control nacional total sobre Internet y la esfera digital. Esto se hizo especialmente evidente bajo Xi Jinping, quien proclamó abiertamente que China no seguiría una globalización dirigida por Occidente, sino su propio modelo político basado en la multipolaridad.
Putin adoptó está misma perspectiva de la multipolaridad y, tras esto, varios países de la semiperiferia y, sobre todo, los países BRICS, comenzaron a inclinarse cada vez más hacia tal modelo.
Las relaciones entre Rusia y Occidente llegaron a su punto más bajo con el inicio de la Operación Militar Especial en Ucrania, tras lo cual Occidente comenzó a cortar rápidamente todos sus lazos con Moscú a nivel económico (sanciones), político (ola de rusofobia sin precedentes), energético (explosión de gasoductos en el Mar del Norte), intercambio tecnológico (prohibición de suministro de tecnología a Rusia), deportivo (una serie de descalificaciones inverosímiles de los atletas rusos y la prohibición de participar en los Juegos Olímpicos), etc. En otras palabras, en respuesta a la Operación Militar Especial, es decir, a la declaración abierta de la soberanía de Rusia por parte de Putin, Occidente empezó a “desacoplarnos”.
Fue así como en un principio comenzamos a rechazar coherentemente la universalidad de las normas occidentales tanto a nivel económico, político, educativo, tecnológico, cultural, artístico, informático, ético, etc. El “desacoplamiento” no significa simplemente un deterioro o incluso una ruptura de las relaciones. Es mucho más profundo que eso. Se trata de revisar las actitudes que nuestra civilización rusa había desarrollado antes del siglo XX con respecto a Occidente, el cual era tomado como modelo y se consideraba que sus etapas históricas de desarrollo eran precisamente aplicables a todos los demás pueblos y civilizaciones, incluida Rusia. Al fin y al cabo, en cierta medida, los últimos dos siglos del reinado de los Romanov, el periodo soviético (con excepción de su crítica al capitalismo) y, más aún, la época de las reformas liberales (desde principios de la década de 1990 hasta febrero de 2022) estuvieron marcados por la occidentalización. Durante los últimos siglos Rusia se ha dedicado a asimilar el “capitalismo” sin cuestionar la universalidad del modelo de desarrollo occidental. Sí, los comunistas creían que había que superar el capitalismo, pero sólo después de haberlo construido y haber pasado por las “necesidades objetivas” de esta formación. Incluso las perspectivas de la Revolución Mundial eran vistas por Trotsky y Lenin como un proceso de “acoplamiento”, de “internacionalismo”, de plegarse a Occidente, aunque con el objetivo de formar un proletariado mundial unido y de intensificar la lucha contra el capitalismo. Fue bajo el liderazgo de Stalin que la URSS se convirtió en un Estado-Civilización independiente, pero eso sucedió porque se apartó de la ortodoxia marxista y confió en sus propias fuerzas y en el genio creativo y la originalidad de su pueblo. En el momento en que las energías y las prácticas del estalinismo se agotaron la URSS volvió a virar hacia Occidente siguiendo la lógica del “acoplamiento” y … naturalmente esto la hizo añicos. Las reformas liberales de la década de 1990 fueron otro intento de “acoplamiento”, de ahí el atlantismo y las ideas prooccidentales de las élites de aquella época. Incluso bajo Putin, en una primera etapa Rusia intentó preservar el “acoplamiento” a toda costa, hasta que entró en contradicción directa con la voluntad, mucho más firme, de Putin de reforzar la soberanía del Estado (lo que era prácticamente inviable en las condiciones de la globalización, tanto en la teoría como en la práctica).
Y ahora se está produciendo en Rusia un proceso consciente, firme e irreversible de “desacoplamiento”. Creo que en este punto se explica el por qué decidimos utilizar el término en inglés. El “Acoplamiento” (Каплинг) es la integración con Occidente, el reconocimiento de sus estructuras, valores y tecnologías como modelos universales y la dependencia sistémica de los procesos construidos sobre ellos, así como el deseo de unirse a tales sistemas, alcanzarlos, seguirlos y, como mínimo, importar sustituciones de los elementos que no hayamos podido conseguir. El “Desacoplamiento” (Декаплинг) es, por el contrario, un alejamiento de todas esas actitudes, una confianza no sólo en nuestras propias fuerzas, sino también en nuestros propios valores, identidad, historia y espíritu. Por supuesto, aún no nos hemos dado cuenta de la profundidad de semejante misión porque el proceso de occidentalización en Rusia lleva operando varios siglos. Occidente ha penetrado en nuestra sociedad de forma continua y agresiva, aunque con éxito variable. Occidente no solo nos ataca desde hace tiempo desde afuera, sino también desde dentro. Por lo tanto, el “desacoplamiento” será muy difícil. Incluye operaciones complejas con la intención de “expulsar todas las influencias occidentales dentro de nuestra sociedad”. Además, la profundidad de tal purga será mucho más grande que la destrucción del sistema burgués durante la época soviética. En aquella época se trataba de una competición entre dos formas de una única civilización (¡occidental!): la capitalista y la socialista, pero el segundo modelo – el socialista – se basaba en los criterios de desarrollo de la sociedad occidental, en las doctrinas y teorías occidentales, en los métodos occidentales de cálculo y evaluación, en los parámetros occidentales de desarrollo, etc. Liberales y comunistas aceptaban que sólo puede haber una única civilización y también estaban de acuerdo en que tal civilización es la occidental con sus ciclos, sus formaciones y sus fases de desarrollo.
Un siglo antes los eslavófilos rusos criticaron estas ideas y abogaron por un replanteamiento y un rechazo sistemáticos del occidentalismo y una vuelta a nuestras propias raíces rusas. En esencia, este fue el comienzo de nuestro “desacoplamiento”. Es una lástima que esta tendencia, muy popular en Rusia durante el siglo XIX y principios del XX, no llegara a triunfar. Ahora simplemente tenemos que completar lo que los eslavófilos, y posteriormente los euroasiáticos rusos, comenzaron. Tenemos que derrotar las pretensiones de Occidente de imponer el universalismo, el globalismo y la uniformidad.
Podría pensarse que el “desacoplamiento” nos ha sido impuesto por el mismo Occidente. Pero resulta mucho más probable que se trate de un designio secreto de la Providencia. El ejemplo que nos da la inauguración de los Juegos Olímpicos del 2024 en París lo demuestra claramente. Occidente prohibió a Rusia participar en los Juegos Olímpicos. Pero en lugar de ser un castigo – que tenía como telón de fondo un desfile estéticamente monstruoso lleno de pervertidos y patéticos nadadores que nadaban en las aguas del Sena cubiertas de inmundicia y residuos tóxicos – se trata, más bien, de todo lo contrario: una operación para salvar a Rusia de la desgracia y la humillación. Las imágenes del “desacoplamiento” deportivo ilustran vívidamente la naturaleza curativa de este proceso. Occidente contribuye, al expulsarnos de su interior, a nuestra recuperación y resurrección. Rusia, a la que no se le permite entrar en ese antro de degeneración y pecado desatado, se encuentra alejada y distanciada de todas esas inmundicias. Por eso nos damos cuenta que la Providencia nos protege.
Si miramos al resto del mundo nos daremos cuenta inmediatamente de que no somos los únicos que han decidido tomar el camino del “desacoplamiento”. Todos aquellos pueblos y civilizaciones que apuestan por la construcción de la multipolaridad han comenzado a seguir este proceso.
Recientemente, en una conversación que tuve con un importante oligarca e inversor chino, oí hablar del desacoplamiento. Mi interlocutor afirmaba con total seguridad que el “desacoplamiento” de China y Estados Unidos resulta inevitable y, de hecho, ya ha comenzado. La única cuestión es que Occidente quiere llevarlo a cabo en términos favorables para sí mismo, mientras que China busca exactamente lo contrario, es decir, su propio beneficio. Al fin y al cabo, hasta hace poco, China ha conseguido resultados positivos de la globalización, pero ahora requiere una revisión y reajuste de su propio modelo, el cual China vincula indisolublemente al éxito de la integración de la Gran Eurasia (junto con Rusia) y a la puesta en marcha del proyecto del “Cinturón y la Franja”. Según un influyente interlocutor chino el “desacoplamiento” definirá la esencia de las relaciones chino-occidentales en las próximas décadas.
India también está optando cada vez más clara y firmemente por la multipolaridad. Hasta ahora, no se habla de “desacoplamiento” con respecto a Occidente, pero el primer ministro Narendra Modi ha proclamado recientemente de forma abierta la “descolonización de la mente india”. Esto quiere decir que un país gigantesco, un Estado-Civilización (Bharat), al menos en la esfera de las ideas (¡y esto es muy importante!) ha iniciado el proceso de “desacoplamiento” intelectual. Las formas occidentales de pensamiento, su filosofía y su cultura ya no son aceptadas por los hindúes como un modelo incondicional. Tanto más cuanto que el recuerdo de los horrores de la colonización y de la esclavización de los hindúes por los británicos sigue vivo en sus mentes. Pero la colonización era también una especie de “acoplamiento”, es decir, de “modernización” y “occidentalización” (por eso Marx la apoyaba).
Evidentemente, en el mundo islámico también se está produciendo un “desacoplamiento” total. Los palestinos y los musulmanes chiíes de esta región están librando ahora una auténtica guerra contra el representante de Occidente en Oriente Próximo: Israel. La oposición total a los valores y actitudes occidentales actuales choca abiertamente con las normas de la religión y la cultura islámicas y desde hace tiempo se ha convertido en un leitmotiv de la política antioccidental en las sociedades islámicas. El vergonzoso desfile de pervertidos que se llevó a cabo en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París no hizo sino echar más leña al fuego. Es revelador que las autoridades del Irán islámico reaccionaran con más fuerza ante el insulto a Cristo en tan abominable escenario. El Islam ha asumido claramente el “desacoplamiento” y este es un proceso irreversible.
Por otro lado, estos mismos procesos se están produciendo en otras civilizaciones, especialmente si tenemos en cuenta los nuevos procesos de descolonización de las naciones africanas y la política que siguen muchos países latinoamericanos. Cuanto más se ven arrastrados estos países por los procesos de la multipolaridad y cuanto más se acercan al bloque de los BRICS, más se agudiza el problema del “desacoplamiento” en el seno de estas sociedades.
Por último, somos testigos de que incluso en Occidente existe un deseo de confinarse dentro de sus propias fronteras. Los populistas de derechas en Europa y los partidarios de Trump en Estados Unidos hablan explícitamente de una “Europa-fortaleza” y una “América-fortaleza”, es decir, de “desacoplarse” de las sociedades no occidentales, acabar con los flujos migratorios, la destrucción de las identidades y la pérdida de soberanía. Incluso bajo el mandato de Biden, que es un globalista convencido y un ardiente partidario de la unipolaridad, hemos visto algunos movimientos inequívocos a la hora de imponer medidas proteccionistas. El propio Occidente empieza a cerrarse, es decir, a tomar el camino del “desacoplamiento”.
Es por eso que consideramos que la palabra “desacoplamiento” será una palabra clave en las próximas décadas. Esto es obvio, pero poca gente se da cuenta todavía de la profundidad de este proceso y de los esfuerzos intelectuales, filosóficos, políticos, organizativos, sociales y culturales que exigirá de toda la humanidad, de nuestras sociedades, países y pueblos el asumir tal concepto. Al separarnos del Occidente global nos enfrentamos a la necesidad de restaurar, revivir y reafirmar nuestros propios valores, tradiciones, culturas, principios, creencias, costumbres y fundamentos. Hasta ahora sólo estamos dando los primeros pasos en esta dirección. Esto último es muy importante, pero el camino por recorrer no es nada fácil y será muy largo. Es necesario tenerlo en cuenta y consolidar todo el potencial creativo, espiritual y físico de nuestras sociedades.
El “desacoplamiento” es la realización práctica de la construcción de un mundo multipolar.