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Desastre en Valencia: Quienes tienen la culpa de la tragedia culpan al calentamiento global. Recuerda: Solo el Pueblo salva al Pueblo. Análisis

Desastre en Valencia: Quienes tienen la culpa de la tragedia culpan al calentamiento global. Recuerda: Solo el Pueblo salva al Pueblo. Análisis

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 14 de noviembre de 2024, 22:00h
El geólogo Enrique Ortega Gironés (artículo completo más abajo), asesor del Banco Interamericano de Desarrollo, da las cinco razones de la catástrofe:
(1) La naturaleza y el comportamiento impredecible de nuestra atmósfera. Las DANAs ocurren desde siempre y no somos capaces de predecir dónde y cuánto golpearán.
(2) La carencia de infraestructuras adecuadas, que se sabe que evitarían las tragedias, que fueron planificadas y que nunca se ejecutaron por desidia política.
(3) La situación de los cauces, la falta de actividades de limpieza de la vegetación y la prohibición de cortar cañaverales. Ello reduce la capacidad de drenaje y aumenta la fuerza destructiva de las avenidas.
(4) La insensatez de cambiar los usos del suelo, transformando zonas rústicas inundables en poblaciones y polígonos, sin ninguna infraestructura de protección frente a inundaciones.
(5) La ineptitud y falta de eficiencia de las administraciones y organismos oficiales. La falta de coordinación entre el gobierno central y el autonómico causa estupor y vergüenza.
Los datos estadísticos no justifican atribuir la responsabilidad al cambio climático.
Para señalar responsabilidades hay que entender las CAUSAS de esta tragedia.
La cantidad de lluvia caída esta vez NO fue tan intensa como en 1962, 1973, 1982, o 1987:
  • los 450-500 l/m2 en varias horas recogidos AGUAS ARRIBA esta vez están muy lejos de los 817/m2 en 24h recogidos en La Oliva de la Riada de Safor 1987,
  • de los 250 l/m2 EN UNA HORA que se llegaron a recoger en 1973 en la Riada de la Rambla de Nogalde
  • En las inundaciones del Vallés de 1962, murieron más de 600 personas, con un número de desaparecidos que a día de hoy aún son estimaciones en torno a los 400.
  • El Levante lleva TODA LA VIDA sufriendo episodios de Gota Fría, y cada cierto tiempo son de carácter catastrófico.
  • El desbordamiento del mismo barranco del Poyo en Chiva en 1775, deja claro que esto NO ha sido por el Cambio Climático atribuido al CO2 antropogénico.
El archivo Municipal de Lorca se tiene registro de riadas CATASTROFICAS aún más antiguas:
-la riada del “Diluvio” en septiembre de 1568,
-la del 17 de septiembre de 1623,
-la del 15 de octubre de 1651 “San Calixto”,
-la del 28 de junio de 1877,
-la del 14 de octubre de 1879 “Santa Teresa”, precedida por la dañina, terrible, copiosa, y desoladora de 27 de junio de 1877.
- Ya en el siglo XX tuvo lugar otra riada catastrófica en 1948, conocida como la del “ranchito”.
Entonces, ¿Porque este gigantesco daño en ésta de 2024?
La explicación no tiene nada que ver con el catastrofismo climático.
Recordemos que esta comarca lleva DECADAS señalada como una zona de RIESGO de inundaciones extremas.
La propia ciudad de Valencia se fundó sobre una zona inundable. Y gran parte de su crecimiento metropolitano se ha hecho sin atender a este riesgo.
Entre las causas de esta riada haya sido tan devastadora está:
- Supresión del Plan Hidrológico Nacional y una INEXISTENTE Política Hidráulica PREVENTIVA desde 2009 (competencias del gobierno central)
-NO SOLO no se ha invertido NADA en Obra Pública e Infraestructura Hidráulica sino que las políticas "ecologistas" han dejado cauces, barrancos y ramblas sin mantenimiento ni limpieza durante años y años (competencia del nuevo Ministerio de Transición Ecológica),
El agua siempre busca su salida: si no puede fluir por un cauce, lo reventara...
-DESTRUCION de presas, azudes y minipresas que ayudaban a retener y ralentizar riadas (política del gobierno central, no de las comunidades autónomas)
-Política de Ordenación de Territorio irresponsable... ¿O conscientemente criminal?... que ha permitido construir casi en cualquier lado, en zonas de muy alto riesgo de inundación (responsabilidad de la Comunidad Autónoma)
-Formación de la población para la Prevención y la Respuesta a la Catástrofe... NULA en este país
(responsabilidad compartida)
-Crecimiento de población muy grande. Zonas muy densamente pobladas
-Parque automovilístico enorme, con muchísima densidad de tráfico en la zona
-APERTURAS INCOMPRENSIBLES de presas aguas arriba, EN EL PEOR MOMENTO para hacerlo
(¿también es de competencia autonómica?)
- AUSENCIA de ALARMA TEMPRANA, aunque existían DATOS de lo que pasaría, desde el mediodía (responsabilidad compartida, pero esencialmente fue la Generalitat la que NO lanzó el aviso cuando HORAS antes ya tenía la advertencia de la riada que se provocaría aguas abajo)
-NEGACION de auxilio y ayuda urgente... demorando HASTA 5 DIAS la respuesta institucional.
La declaración del nivel 3 de Emergencia Nacional depende del Ministerio de Interior y NO necesita de la solicitud de ninguna otra administración autonómica o regional
Feijóo recomendó a Mazón activar la emergencia nacional y éste le respondió: "El Gobierno no quiere, presidente"
Carlos Mazón agradeció expresamente a Feijóo «su consejo permanente» y sus «llamadas» recurrentes. ¿A qué consejos se refería? Según ha confirmado EL MUNDO de fuentes tanto de la Generalitat Valenciana como de Génova, uno de los fundamentales fue que solicitara la activación de la emergencia nacional. O sea, que le pidiese a Pedro Sánchez que tomara el mando, para que la gestión de la crisis pasase a manos del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.
Feijóo se lo dijo incluso en persona, en su visita a la provincia de Valencia el jueves 31 de octubre. Un día y medio después de la tragedia. Según confirman fuentes de Génova, el presidente del PP le «sugirió» que activase ya los trámites para elevar el nivel de alerta de protección civil y cederle el liderazgo operativo al Ejecutivo central, pero Mazón no lo veía claro. Sugerir es el verbo que define lo que quiso hacer el líder de la oposición: recomendar o instar, pero no imponer.
La respuesta de Mazón fue clave: «Es que el Gobierno no la quiere, presidente». Se maliciaba que «quizá» la estrategia del líder socialista era «una trampa» política para sacar réditos. Por eso le insistió a Feijóo en que hablaría después con Sánchez, que iba a visitar al Centro de Coordinación Operativo Integrado (CECOPI) a su vuelta de la India.
«El Gobierno nos decía que no» a activar la emergencia nacional, y que prefería «la colaboración», explican en la Generalitat. «Y no les podíamos decir a los ciudadanos que el Gobierno no quería activar la emergencia nacional... pero que aun así nosotros dábamos un paso atrás», razonan en el equipo del principal dirigente autonómico valenciano. «En ese momento no teníamos tiempo para la política», subrayan.
De manera que, ante la falta de interés del Ejecutivo en coger el toro por los cuernos y ponerse al mando, Mazón llegó ese día a la conclusión de que le tocaba a él tirar del carro. «La Generalitat no podía borrarse, aunque se achicharrara por ello», inciden en el equipo gubernamental valenciano.
Cuarenta y ocho horas después, el sábado 2 de noviembre, el Govern anunciaba «cinco grupos de respuesta inmediata» en los que los consellers se situaban por encima de los ministros. Ayer, 10 días más tarde de eso, Feijóo volvió a insistir en que hay que activar la emergencia nacional. Que él, si fuera Mazón, lo habría pedido, sin ninguna duda.
La elevación de la alerta al nivel tres de protección civil implica que las competencias de «ordenación y coordinación de las actuaciones y la gestión de todos los recursos estatales, autonómicos y locales del ámbito territorial afectado» por esta crisis pasarían de las manos de Mazón a las de Marlaska. Y sólo lo pueden pedir ellos. La Ley de Protección Civil estipula que «corresponderá la declaración de interés nacional al titular del Ministerio del Interior, bien por propia iniciativa o a instancia de las comunidades o de los delegados del Gobierno».
  • La reciente cobertura de la DANA en Valencia ha desencadenado una ola de críticas hacia Iker Jiménez. Acusados de difundir bulos, mientras otros medios involucrados quedan en segundo plano. Precisamente el canal más crítico ha sido parte de la difusión de las mismas noticias como Newtral de Ana Pastor, LaSexta Clave o LaSexta Noticias de que el parking sería «una trampa mortal a la vista de cómo se habían producido su inundación».

  • La Casa Real durante la DANA: La Reina Leticia se fue de Valencia a París para pasar 3 días con el empresario con el que pasa fines de semana, y estrena pendientes de oro macizo de una marca valenciana en 'homenaje' y 'solidaridad' con los afectados por la DANA. Leonor de Borbón renuncia todavía a tener agenda alguna en Valencia. El Rey visitó durante 3 horas a las tropas.
  • Primos del rey emérito denuncian por carta que víctimas de la DANA pasan por su finca: La prima de Juan Carlos I que posee un coto de caza privado de dos mil hectáreas en una de las zonas afectadas por la catástrofe, denuncia que los habitantes del Reatillo se han “empecinado” en pasar por sus tierras tras el derrumbe de un puente.
  • La concejal socialista Carmen Alcibar García expulsa a Alvise Pérez de la Universidad de Valencia cuando se disponía a planificar la entrega de alimentos calientes: Los afectados por la DANA y voluntarios policiales habían pedido ayuda y 'comida caliente' al equipo del eurodiputado: “No te quiero volver a ver por aquí” “No queremos nada de ti”. Los voluntarios pidieron a Alvise “no marcharse” pero la Universidad tiene autonomía total.
  • Hallan muertos a los niños de tres y cinco años desaparecidos por la DANA: Los niños desaparecieron en Torrent.
  • Cruz Roja guarda silencio ante el vídeo en donde sus voluntarios trafican con medicación donada: La Conseller ordenó tirarlos a la basura, y Alvise Pérez lo repartió entre la población civil y centros médicos para evitar que la ONG se las llevara a Ucrania.
Riadas, gotas frías y DANAs: breve recorrido por la desmemoria y los despropósitos climáticos
Enrique Ortega Gironés
El barranco empieza en las montañas de Buñol con dirección a Chiva y continúa por el término de Cheste, cruza el llano de Quart junto a la venta del Poyo, pasa después por las cercanías de Torrent y de Catarroja, y desagua en la Albufera de Valencia. Su profundo y ancho cauce siempre está seco, salvo en las avenidas cuando corre tan furiosamente, que destruye cuanto encuentra. En Chiva, sorprendió a media noche sus vecinos, asolando un número considerable de edificios, esparciendo en varios kilómetros los tristes despojos y los cadáveres de los pobres que no pudieron evitar la muerte.
El río, que en sus mayores inundaciones jamás había alcanzado sus calles, llegó esta vez a inundar la parte baja de la población, penetrando en el cuartel de la Guardia Civil, en el juzgado y en las cárceles…
Los dos párrafos anteriores, que pudieran describir perfectamente la reciente catástrofe registrada en los alrededores de Valencia semanas atrás (octubre de 2024), corresponde en realidad a episodios mucho más antiguos. En el primero de ellos, el ilustre naturalista Antonio José Cavanilles narra lo que ocurrió hace ya dos siglos y medio (1775) en el Barranco del Poyo, ese mismo cauce que acaba de llevarse tantas vidas por delante. El segundo corresponde a la descripción realizada por Vicente Boix, cronista de Valencia, de la Riada de San Carlos (así llamada por coincidir con la festividad de San Carlos Borromeo), cuando en noviembre de 1864 se desbordó el Río Júcar, el mismo que algo más de un siglo después arrasó la presa de Tous y toda la comarca de la Ribera.
Pero en realidad, estos dos episodios no son más que una simple muestra de las numerosas inundaciones que vienen asolando la costa mediterránea en general (como las acaecidas en Barcelona, Málaga o Murcia) y la región de Valencia en particular desde tiempos inmemoriales. Entre 1321 y la actualidad, se han contabilizado 27 riadas en Valencia (incluyendo esta última de 2024), con un intervalo promedio de unos 25 años, casi cuatro riadas por siglo. El alcance de muchos de estos episodios ha quedado registrado en placas o azulejos fijadas a los muros en muchas localidades ribereñas, donde una marca horizontal señala el nivel que alcanzaron las aguas.
Es muy importante señalar que la mayor parte de las riadas que tuvieron lugar entre el siglo XIV y el XIX se produjeron durante un período de frío generalizado conocido como la Pequeña Edad de Hielo. En la gráfica de la izquierda en la figura adjunta, la línea roja representa la evolución de la temperatura desde el año 1200 hasta la actualidad, mientras que los círculos azules señalan el momento en que se produjeron las 27 riadas antes mencionadas. Es destacable la continuidad con que aparecen estas catástrofes, tanto en los momentos en que la temperatura es ascendente como descendente, de forma totalmente independiente de la evolución térmica.

Gráficas que muestran la evolución de la temperatura y la aparición de riadas (ver explicación en el texto)
La figura de la de la derecha corresponde una ampliación de la gráfica anterior, desde el inicio de la época industrial hasta la actualidad, donde se muestra como las grandes riadas de los años 1944, 1957 y 1982 se produjeron en un momento en que la tierra se estaba enfriando. Cabe recordar que, en aquellos momentos, la evolución térmica hacía temer la llegada de una nueva glaciación. Así pues, los registros históricos demuestran que no existe ninguna correlación entre el calentamiento global y un supuesto aumento de la intensidad o frecuencia de las DANAS.
Así pues, los registros históricos demuestran que no existe ninguna correlación entre el calentamiento global y un supuesto aumento de la densidad o frecuencia de las DANAS.
La persistencia en el tiempo de estos fenómenos meteorológicos extremos indica que forman parte de la normalidad climática de la región, como lo demuestran no sólo los abundantes registros y documentos históricos, sino también las manifestaciones artísticas. Un excelente ejemplo de este tipo de testimonios es el óleo Amor de Madre, pintado por Antonio Muñoz Degrain en 1913, representando los dramáticos esfuerzos de una madre, intentando salvar a su hijo de las aguas desbocadas por una inundación en la huerta de Valencia.
Algo similar puede decirse del campo de la literatura, donde han quedado descritas las dramáticas consecuencias de las lluvias torrenciales que puntualmente llegaban cada año con la entrada del otoño. En algunas ocasiones, las condiciones meteorológicas produjeron grandes hambrunas y problemas sociales por falta de jornales para los braceros, que incluso llegaron a degenerar en revueltas, como describe magistralmente el ilustre Rafael Comenge Dalmau en sus novelas costumbristas.
En los ambientes rurales de la Ribera del Júcar, las periódicas crecidas otoñales del río, que de cuando en cuando se salían de madre y llegaban a ser inundaciones, formaban parte de lo habitual. El autor de este artículo, testigo directo de las tres últimas grandes riadas y oriundo de Alberic (localidad situada algunos kilómetros aguas abajo del tristemente famoso embalse de Tous), recuerda como su abuela le contaba historias de su infancia en otra localidad ribereña, Poliñá del Júcar. En aquella época, a principios del siglo XX, antes de que se hubiesen construido las grandes presas y embalses reguladores, al llegar la otoñada, era el sereno quien se encargaba de vigilar por las noches el agua del río. Y cuando este alcanzaba niveles peligrosos, despertaba a grandes voces a los vecinos para que acudiesen a la orilla para colocar sacos terreros y proteger las casas de la localidad, aunque fuese de forma rudimentaria, precaria y temporal.
La reiteración de estas situaciones ha llevado a la sabiduría popular a registrar sus conocimientos en el refranero. Así, mirando al cielo, cuando los agricultores veían que los negros nubarrones rodeaban las cimas de los montes próximos, pontificaban que quan la Murta s’emborrasca i Matamon fa capell, llaurador, pica espart i fes cordell («cuando la Murta se emborrasca y el Matamon tiene sombrero, labrador, coge esparto y haz cuerdas»). La Murta y Matamon son dos cimas de los relieves aledaños a la Ribera del Júcar, donde suelen engancharse las nubes portadoras de fuertes lluvias. Por eso, el refrán insta a los labradores a pasar el tiempo en casa trenzando cuerdas de esparto, ya que será imposible salir al campo a trabajar.
Con el paso del tiempo, a finales del siglo XX, las tormentas fuertes pasaron a llamarse con el descriptivo término de gotas frías, nomenclatura que ha sido sustituida en los últimos años por la críptica denominación que ya es tristemente bien conocida por todos, DANA o Depresión Aislada en Niveles Altos. Pero en realidad, la tecnificación del nombre no afecta a la naturaleza del fenómeno, aunque la mona se vista de seda mona se queda, y las DANAS de octubre o noviembre en la región valenciana no son más que las tormentas otoñales de toda la vida.
Volviendo al momento actual, los datos oficiales indican que la pluviosidad registrada en este último episodio de 2024 no ha sido superior a la que se registró en 1982, cuando la intensa lluvia se mantuvo durante tres días de diluvio continuo. Tampoco lo fue el volumen de la avenida, 7.500 metros cúbicos por segundo en 1982, y tan sólo 2.500 en 2024. Además, desde entonces han transcurrido ya 42 años, superando largamente el intervalo promedio entre riadas mencionado anteriormente. Por todo ello, además de lo anteriormente mencionado, es difícilmente justificable invocar al calentamiento global como responsable del recrudecimiento de unos fenómenos que, con similar violencia, se vienen repitiendo sistemáticamente desde mucho antes de la época industrial y de las emisiones de CO2 antropogénico a la atmósfera.
Cabe preguntarse entonces por qué, disponiendo de la experiencia acumulada durante siglos, y teniendo a nuestro alcance la capacidad tecnológica para implementar medidas preventivas o paliativas, no ha sido posible evitar esta dramática catástrofe. Como ocurre con frecuencia, no es debido a una causa única, sino a la fatal convergencia de varios factores.
En primer lugar, a la propia naturaleza, al comportamiento de nuestra atmósfera, tremendamente complicado y difícil de parametrizar en todos sus detalles, a pesar de las largas series estadísticas almacenadas y de las potentes herramientas de cálculo que ha proporcionado el desarrollo informático. Lo ocurrido a finales de octubre de 2024 demuestra que aún no es posible prever con detalle el comportamiento y las consecuencias de una DANA. Y esta limitación, no atribuible a ningún error técnico, sino simplemente debida a la extrema complejidad del proceso, nos obliga a reflexionar sobre la fiabilidad de las profecías climáticas. Si los modelos climáticos aún no son capaces de pronosticar correctamente lo que va a ocurrir en un futuro inmediato, ¿qué fiabilidad pueden tener las predicciones catastrofistas para un futuro lejano? En segundo lugar, la carencia de infraestructuras adecuadas. Esta riada de 2024 ha demostrado de forma indiscutible lo indispensables que resultan dichas construcciones para impedir o minimizar los efectos devastadores de las crecidas. Como consecuencia de las funestas consecuencias de la riada del Turia en 1957, se desvió el río mediante un cauce artificial capaz de albergar un caudal de agua equivalente a tres veces el del río Ebro a su paso por Zaragoza. Este cauce, cuya construcción fue culminada en 1969, ha sido capaz de desviar y conducir el enorme flujo de agua que se había descargado en la parte media y baja de la Cuenca del Turia, salvando así a la ciudad de Valencia de una destrucción segura. Algo similar ha ocurrido un poco más al sur, en el río Magro, afluente del Júcar, donde el embalse de Forata, situado aguas arriba de Turís y también terminado en 1969, ha permitido laminar la crecida (estaba prácticamente vacío cuando se inició la DANA), y contener 30 hectómetros cúbicos en tan sólo 15 horas.
Esa capacidad ha permitido disminuir sensiblemente el impacto de la riada en las poblaciones de la Ribera Baja del Júcar, especialmente en Algemesí, donde las consecuencias hubiesen sido terriblemente dramáticas si esta presa no hubiese existido.

Mapa esquemático de la zona situada al sur de la ciudad de Valencia mostrando el trazado de los cauces principales: Río Turia (negro), cauce nuevo del Turia (azul), Barranco del Poyo (rojo), Río Magro (verde) y Río Júcar (fucsia).
Eso es precisamente lo que no ha ocurrido un poco más al norte, porque entre los dos ríos anteriores, entre el Turia y el Magro, se encuentra otro de esos cauces que, aun estando casi siempre secos, son capaces de transformarse en pocas horas en caudalosos ríos, el Barranco del Poyo, como ya describió Cavanilles en el último tercio del siglo XVIII. Desgraciadamente, este cauce carece de presa reguladora y, a pesar de que su construcción está planificada (aguas arriba de Cheste) desde hace mucho tiempo, la obra nunca ha llegado a ejecutarse. Como la realidad se ha encargado de demostrar, las consecuencias derivadas de la ausencia de esta infraestructura imprescindible han sido trágicas.
En tercer lugar, debe mencionarse la situación de los cauces. La falta de actividades de limpieza de la vegetación y la prohibición vigente de cortar cañaverales (una actividad que ha sido tradicional en la huerta para utilizar las cañas en labores agrícolas), han afectado a la capacidad de drenaje, al verse la circulación del agua obstaculizada por la masa vegetal. Esa situación reduce la velocidad del agua y su caudal, formándose tapones por la vegetación arrancada. Estos obstáculos, al ser desbordados por el agua, colapsan y generan olas que avanzan a gran velocidad, con fuerza suficiente para llevarse por delante todo lo que encuentran a su paso (incluyendo los vehículos aparcados en las calles) y elevando rápidamente el nivel del agua. Esta situación permite explicar en parte la diferente mortandad entre las dos últimas riadas. A pesar de que las precipitaciones y el caudal de la avenida de 1982 fueron muy superiores a la de 2024, su mortalidad fue de 8 personas fallecidas, muy por debajo de los aproximadamente tres centenares de víctimas (entre muertos y desaparecidos) contabilizados en 2024, porque la mayor velocidad de ascenso del agua impidió a mucha gente tener tiempo para ponerse a salvo.
Además, la vegetación arrastrada por el agua, tapona los ojos de los puentes, llegando a derribarlos en algunos casos y generando a su vez nuevas olas. Debe recordarse que los puentes están calculados para permitir el paso de agua en caso de las avenidas más grandes registradas durante los últimos centenares de años, pero no para resistir los esfuerzos horizontales de una masa de agua, barro y vegetación que se desplaza a gran velocidad. Durante la reciente riada de 2024, han sido 26 los puentes destruidos o que necesitan reparaciones para poder ser utilizados.
En cuarto lugar, deben mencionarse los cambios drásticos en el uso del suelo, que en las zonas más afectadas, en las poblaciones de la Huerta Sur, antes predominantemente rústicas, se han transformado en áreas urbanas, ciudades–dormitorio en el entorno metropolitano de Valencia. En las localidades atravesadas por el Barranco del Poyo, tampoco se han construido las infraestructuras imprescindibles (pozos de tormenta, canales o nuevos cauces artificiales) para minimizar los efectos de las avalanchas de agua. Tampoco se ha prestado atención a la delimitación de zonas inundables, edificando masivamente y de forma insensata en el entorno inmediato de los cauces. Incluso, fuera de las zonas urbanas, pero en áreas también inundables, se han alojado polígonos industriales y centros comerciales, llegando a construir aparcamientos subterráneos con capacidad para miles de vehículos.
Por último, en quinto lugar, como causa más importante de la tragedia, debe mencionarse la falta de eficiencia de los diferentes organismos oficiales, tanto en las medidas preventivas como en la gestión de la crisis, que han fallado estrepitosamente a todos los niveles y desde todos los puntos de vista. Aún teniendo en cuenta las dificultades ya mencionadas para la predicción en el comportamiento de una DANA, cabe preguntarse si los mecanismos de control y de alerta han funcionado adecuadamente y si se ha advertido a la población con la anticipación que hubiese podido evitar muchas muertes. La falta de coordinación entre los gobiernos central y autonómico ha sido palmaria, enfrentados desde el momento en que se empezaba a vislumbrar la catástrofe y más preocupados en señalar la paja en el ojo ajeno que en aportar soluciones eficaces. Este vergonzoso enfrentamiento ha causado estupor fuera de nuestras fronteras, dando lugar a muchos comentarios en la prensa internacional, magistralmente sintetizados en la viñeta adjunta.
Pero además de la horrorosa gestión de los momentos inmediatamente anteriores y posteriores a la avenida, no hay que perder de vista lo ocurrido en las décadas anteriores, en lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer y que podría haber evitado centenares de muertes y miles de millones en pérdidas materiales. Habiendo numerosos estudios y cartografías delimitando las áreas de riesgo, ¿por qué los municipios (con la vista gorda de las autoridades autonómicas y nacionales) han permitido la edificación en zonas inundables?
Por otra parte, se hace indispensable una revisión seria y profunda de la normativa medioambiental que prohíbe la limpieza de los cauces, al menos en los tramos próximos a la costa mediterránea, donde de forma reincidente y sistemática aparecen este tipo de fenómenos meteorológicos. Como se ha detallado anteriormente, si los cauces hubiesen estado limpios de maleza, se hubiese minimizado la violencia de la avenida, contribuyendo así a disminuir la mortalidad.
Por último, ¿por qué no se han construido las infraestructuras necesarias si ya estaban realizados los estudios pertinentes para la adjudicación de la obra, existiendo la capacidad técnica y económica para su ejecución? No hace falta ser experto para afirmar que, si hubiese estado construida la presa que estaba prevista en el Barranco del Poyo en los alrededores de Cheste, se hubiese podido reducir sensiblemente la crecida del mismo modo que lo ha hecho el embalse de Forata, evitando así muchas desgracias.
Durante los días siguientes a la catástrofe, como suele ocurrir en estas ocasiones, ha habido una verdadera avalancha de informaciones relativas a la política de presas y embalses en España, y no todos los datos difundidos son correctos. Así, por ejemplo, se ha llegado a decir que la demolición de embalses y azudes realizadas durante los años recientes había afectado de forma sensible a la cuenca del Barranco del Poyo, atribuyéndole la responsabilidad de la falta de infraestructuras hidráulicas para disminuir la peligrosidad de la riada. Si bien esta información es rotundamente falsa, no deja de ser cierto que desde el Ministerio de Transición Ecológica se ha mostrado mucho más interés en destruir infraestructuras existentes que en construir nuevas. Así lo demuestra el hecho de que nuestro país sea líder destacado en la Unión Europea en la demolición de obstáculos fluviales, incluyendo presas y azudes. De acuerdo con el informe elaborado por Dam Removal Progress, en 2021 fueron destruidas en España 108 barreras fluviales, 133 en 2022 y 95 en 2023 (336 en total), incluyendo presas y azudes, muchísimo más de lo desmantelado por nuestros vecinos europeos.

Estadística comparativa por países de barreras fluviales demolidas en 2023
En algunos casos, se trata de acciones justificadas por la obsolescencia o la inutilidad de las estructuras. Pero en otros casos, sólo parece deberse a una obsesión ideológica, carente de sentido práctico, similar al que se ha aplicado para justificar las voladuras de varias centrales térmicas para la generación de generación de electricidad mediante carbón. En cualquier caso, estos datos no serían relevantes para el caso que nos ocupa si no fuese porque, en paralelo, ese mismo ministerio tiene pendientes de ejecutar desde 2009 obras dirigidas precisamente a evitar inundaciones en la cuenca del Barranco del Poyo. La situación de este barranco no es excepcional, ya que en toda la Comunidad Valenciana, como en el resto de España, son numerosas las obras hidráulicas pendientes de ejecución desde hace 15 años. Es decir, que el gobierno ha centrado su interés en proteger la fauna y flora fluvial relegando a un segundo la seguridad de los ciudadanos, dando más importancia a los intereses ideológicos o políticos que a los derechos legítimos de los seres humanos, como son la seguridad y el derecho a la vida.
Pero desde una perspectiva temporal más amplia, no pueden cargarse todas las responsabilidades sobre los gobernantes actuales. El gobierno nacional del PP, que estuvo en el poder entre los años 2011 y 2018, si realmente tenía algún interés en desbloquear el proyecto del Barranco del Poyo, perdió una teórica ventana de oportunidad al coincidir en el tiempo con un gobierno autonómico de su mismo partido entre 2011 y 2015. Ahora, los dos partidos dominantes se tiran los trastos a la cabeza por la gestión de la crisis, intentando que pase desapercibida la incompetencia exhibida durante los últimos lustros. Porque en realidad, todos los problemas descritos tienen un denominador común, ya que tanto la carencia de infraestructuras hidráulicas como la limpieza de los cauces y la urbanización del suelo en lugares inadecuados son atribuibles a errores políticos de gestión o de falta de control.
Esta reflexión nos lleva indefectiblemente a una pregunta relativa a nuestro sistema político: ¿Tenemos los mecanismos adecuados que estimulen y faciliten el acceso de las personas idóneas a los puestos de responsabilidad, para que adopten las medidas adecuadas en el momento correcto? En nuestro régimen partitocrático, las entidades del poder del estado (incluyendo los parlamentos) se han convertido en simples transmisores de las decisiones adoptadas por los partidos, que se han constituido como una oligarquía que controla la soberanía efectiva. Al llegar al poder, el partido de turno asigna y reparte puestos de responsabilidad en función de criterios estrictamente políticos, independientemente de la capacidad, conocimientos y experiencia de las personas seleccionadas.
Esta práctica, que puede considerarse lógica y aceptable para los puestos más elevados de la Administración, se ha extendido hasta niveles muy bajos donde la responsabilidad debiera ser estrictamente técnica, bajo el eufemismo de que se trata de puestos de libre designación. Esta práctica permite, como hemos visto repetidamente a lo largo de los últimos lustros, que ocupen ministerios, secretarías de estado, consejerías, direcciones generales o presidencias de grandes empresas públicas, personas sin ninguna experiencia o conocimientos de los sectores que deben gestionar. Mientras tanto, los verdaderos expertos, los funcionarios que verdaderamente conocen la problemática en profundidad, quedan relegados al papel de meros asesores mientras las decisiones son adoptadas, salvo honrosas excepciones, por personas sin experiencia (y a veces sin los conocimientos más elementales) que, además, tienden a priorizar los aspectos ideológicos o políticos sobre las cuestiones técnicas. Sólo así, en el caso que nos ocupa, puede entenderse que existan deficiencias acumuladas a lo largo de los años, que se retrasen decisiones urgentes, o que se utilice el escenario de una crisis como campo de batallas políticas. En otoño de 1982, después de la catastrófica riada del Júcar y el colapso de la presa de Tous, el genial humorista Mingote dibujó una viñeta profética en la que vaticinaba el desinterés con que la clase política se esforzaría en evitar desastres similares en el futuro.

El 10 de noviembre de 1982, después del desastre de la presa de Tous, el genial Mingote publicó esta viñeta, cuyo pie decía: Estas catástrofes sólo suceden cada veinte años, así que hasta dentro de veinte años no tendremos por qué pensar en lo que podríamos hacer para prevenirlas.
Hoy, 42 años más tarde, podemos hacernos la misma reflexión, con el mismo pesimismo hacia el futuro, pero con un agravante adicional. Porque los políticos de hace cuatro décadas, al menos, no tenían la desfachatez y el cinismo de intentar ocultar su incompetencia con el inasumible argumento del cambio climático.
Gota fría y cambio climático
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
La estrategia de los promotores del fraude climático es siempre la misma: aprovechar sistemáticamente el impacto mediático de fenómenos meteorológicos extremos para ligarlos al calentamiento global. Desde su perverso punto de vista, cuanto mayor sea la tragedia que causan, más útiles resultan. En este sentido, que Sánchez haya afirmado en la enésima cumbre del clima que la catástrofe de Valencia es culpa del cambio climático no debe sorprender, pues de paso así se exculpa.
El cambio climático como chivo expiatorio
El primero en comprender el potencial propagandístico de los fenómenos meteorológicos extremos fue Al Gore tras el huracán Katrina, que devastó el sudeste de EEUU en 2005. Sacándose de la chistera una inventada relación entre el calentamiento global y un inexistente aumento en el número de huracanes, Gore no perdió el tiempo: en tan sólo nueve meses estrenaba su documental Una Verdad Incómoda, que instrumentalizaba sin pudor los 1.800 muertos y los ingentes daños materiales causados por Katrina.
Más tarde, el propio IPCC (AR5) aclararía que las afirmaciones de Gore eran engañosas: «Los datos muestran que no hay una tendencia significativa de la frecuencia de huracanes en el último siglo (…), y estudios más recientes indican que es improbable que el número de huracanes haya aumentado en los últimos 100 años en la cuenca noratlántica»[1]. Uno de los científicos contratados por el IPCC lo corroboró en un artículo publicado en el Wall Street Journal: «Mis investigaciones, citadas en un reciente informe del IPCC, concluyen que los huracanes no han aumentado en frecuencia o energía acumulada. Al contrario, mantienen una variabilidad natural año tras año. La prevalencia global de grandes huracanes (categoría 4 y 5) tampoco muestra un aumento significativo»[2].
Pues bien, con la misma desfachatez que Gore, algunos han aprovechado la tragedia de Valencia para hacer propaganda de la ideología climática. Esto incluye a políticos inescrupulosos, burócratas globalistas, periodistas indocumentados y sedicentes «expertos» que viven de ello. Para que se hagan una idea, uno de éstos, que se presenta como «experto en cambio climático» a pesar de ser un biólogo especializado en botánica —que no sabe nada de física atmosférica, oceanografía o clima—, ha visto en las imágenes de coches amontonados (dentro de los cuales muchas personas murieron) «una oportunidad histórica para prescindir de los coches»[3], como ha manifestado con total frialdad. Semejante fanatismo, veteado por la ideología comunista que profesan muchas de estas personas, es frecuente.
Los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado
¿Qué nos dice la famosa “ciencia”? En primer lugar, que «si nos atenemos al estado actual de conocimiento de la ciencia, ningún evento meteorológico concreto puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre», según afirmaba la Organización Meteorológica Mundial antes de politizarse[4]. Por lo tanto, atribuir al calentamiento global cada fenómeno meteorológico natural, de un signo y también del contrario (cuando llueve mucho y también cuando llueve poco), es engañar a la población.
Pero es que además las inundaciones a nivel global no han aumentado. Según el IPCC, «sigue sin haber evidencia (…) respecto al signo de la tendencia en la magnitud y frecuencia de las inundaciones a nivel global»[5]. En su último informe (AR6), el IPCC corrobora que «las afirmaciones generales que atribuyen cambios en la probabilidad o magnitud de las inundaciones al cambio climático antrópico merecen una baja confianza»[6]. Más concretamente, estima que existe una «baja confianza» incluso en el signo de la tendencia observada en «fuertes precipitaciones e inundaciones pluviales»[7] como la que ha sufrido Valencia, es decir, ni siquiera se sabe si están aumentando o disminuyendo. Lo mismo ocurre con las sequías.
Hay más. Según el IPCC, «existe una gran confianza en que durante los últimos 500 años se han producido inundaciones mayores que las producidas desde el s. XX en Europa central y el Mediterráneo occidental»[8], es decir, en una época en la que no había calentamiento global (ni periodistas, ni globalistas, imagínense).
Por último, la temperatura del mar Mediterráneo tampoco ha sido un factor determinante por anómala. En efecto, las temperaturas del mar Balear (que baña las costas de Valencia), aun elevadas, se encontraban a finales de octubre de 2024 dentro de la variabilidad histórica para esas fechas (percentil 95) y eran muy inferiores a la temperatura habitual del mar durante otras gotas frías acaecidas en fechas otoñales más tempranas[9]. Son lamentables, una vez más, las engañosas insinuaciones de la AEMET para dar a entender lo contrario. Por cierto, el supuesto calentamiento superficial del mar Mediterráneo sólo afecta al Mediterráneo Occidental, pues el Mediterráneo Oriental se está enfriando ligeramente[10]. En cualquier caso, el calentamiento del mar Balear resulta inapreciable, pues se estima que la temperatura en superficie se está incrementando a un ritmo de 0,39ºC por década (repito, por década), una variación mínima de cara al ecosistema si la comparamos con las variaciones estacionales de más de 13ºC entre las temperaturas mínimas invernales y las máximas de verano.[11]
La gota fría de 2024 no fue un récord meteorológico
La ciencia ordena los fenómenos naturales extremos en función de sus magnitudes físicas: velocidad y sostenibilidad del viento en un huracán, volumen de precipitaciones y caudal en una inundación, magnitud en un terremoto, y viento y altura de las olas en un temporal en la mar, por ejemplo. Sin embargo, las personas de a pie tendemos a clasificar una catástrofe natural en función de la pérdida de vidas humanas y daños materiales que causa, no en función de sus variables meteorológicas. Esto puede llevar a confusión. Existen fenómenos naturales muy potentes que apenas causan víctimas y fenómenos menos potentes que provocan verdaderas catástrofes humanitarias.
Por ejemplo, el terremoto que asoló Haití en 2010 causó 300.000 muertos con una magnitud 7 en la escala Richter, mientras que el mayor terremoto jamás registrado por sismógrafos, con una magnitud 9,5 (es decir, 5.600 veces más potente que el anterior, dado que la escala es logarítmica), causó comparativamente “sólo” 1.700 muertos[12]. Del mismo modo, el mayor tsunami de la historia alcanzó una altura de 524 metros y arrancó de cuajo árboles que estaban en la ladera de un monte a esa altura sobre el nivel del mar,[13] pero se dio en una desierta bahía de Alaska en 1958, causando sólo 5 víctimas. Por el contrario, la altura máxima del tsunami del 2004 en el densamente poblado sudeste asiático fue de “sólo” 51 metros en el epicentro y generalmente no superó los 10m, pero acabó con la vida de 227.000 personas.
En este sentido, las torrenciales precipitaciones vividas en la provincia de Valencia en la gota fría del 2024 están lejos de ser un récord meteorológico, aunque hayan sido un triste récord como catástrofe humanitaria en nuestra historia reciente. En efecto, alguna estación alcanzó los 491mm en 24 h (1mm=1litro/m2) y otra supuestamente llegó a los 772mm (según la AEMET), cifra enorme, sin duda, pero inferior a la registrada en las gotas frías de 1982 y de 1987, durante las que España quizá vivió las 24 horas más lluviosas de su historia desde que existen registros pluviométricos. En efecto, el 20 de octubre de 1982 cayeron hasta 882mm en Muela de Cortes (Valencia)[14], aunque esas precipitaciones, que provocaron la rotura de la presa de Tous, causaron 40 muertos. Asimismo, en la riada de La Safor del 3 de noviembre de 1987 se registraron 817mm en 24 h en la estación valenciana de Oliva y hasta 1.000mm en 36h en la estación de Gandía[15], aunque sólo murieron 7 personas. También podrían mencionarse las lluvias torrenciales del 19 de octubre de 1973 en Almería, durante las que se registraron 600mm en sólo 7 horas y hasta 420mm en sólo una hora, causando 150 muertos[16]. En 1973, por cierto, el planeta llevaba casi 30 años enfriándose a pesar del aumento de CO2, tendencia que se revertió hacia 1979.
La realidad es que casi todos los años el Levante español sufre una gota fría (expresión popular adaptada del original alemán «depresión fría de altura») que esporádicamente es catastrófica. Como nos recuerda el meteorólogo Inocencio Font en su magnífica obra Climatología de España y Portugal, «desde tiempos inmemoriales los habitantes de las comarcas del litoral mediterráneo de la Península se han visto sometidos ocasionalmente a los efectos desastrosos de grandes y repentinas avenidas y riadas y consecuentes inundaciones causadas por lluvias torrenciales de inusitada intensidad».[17] Aunque no existieran registros pluviométricos en aquel entonces, sabemos que el 27 de septiembre 1517 el Turia se desbordó y causó centenares de muertos y que el 15 de octubre de 1879 la riada de Santa Teresa (antaño las riadas se calificaban según el santoral) causó en Murcia más de 1.000 muertos.
Finalmente, es difícil establecer una tendencia clara en la pluviosidad de la región. En Valencia capital, por ejemplo, ésta es la evolución de las precipitaciones desde 1937, en la que sobresale la gran inundación de 1957:[18]

El factor humano
Pero si las lluvias de hace dos semanas no fueron un récord en cuanto a precipitaciones, ¿por qué hubo tantas víctimas? ¿Fue por una inevitable catástrofe natural de tintes épicos o influyeron errores humanos perfectamente evitables? Como veremos, más allá del triste azar, la dejadez, irresponsabilidad e incompetencia de nuestra clase política han jugado un papel importante.
El primer factor humano ha sido la descontrolada expansión urbana en barrancos y cauces secos naturales, que aumentó el nivel de riesgo de la población. El terreno urbanizado, además, impermeabiliza el terreno y facilita la riada. Sin duda, podrían haberse arbitrado normas urbanísticas especialmente restrictivas, prohibiendo construir en determinadas zonas o limitando la construcción de plantas bajas y subterráneos. También podría haberse sobredimensionado la red de saneamiento público para facilitar la evacuación de las aguas.
La expansión urbana agrava el error por omisión que supone la inexistencia de infraestructuras hidrológicas adecuadas (cauces y diques) para encauzar las aguas y prevenir inundaciones en zonas de alto riesgo. Peor aún: al menos desde 2007 existían proyectos hidrológicos ad hoc de la Confederación Hidrográfica del Júcar (que depende del Ministerio de Transición Ecológica) que no habían merecido la atención de las autoridades políticas[19], sea por razones ideológicas (ecologistas) o políticas. De hecho, algunos expertos califican lo ocurrido como «un desastre anunciado».[20]
Como aclaran ingenieros de Caminos, si los ríos estuvieran debidamente encauzados, la probabilidad de inundaciones tan dañinas se reduciría considerablemente[21]. Por ejemplo, gracias a la canalización del Turia realizada en tiempos de Franco tras la catastrófica inundación de 1957 (81 muertos), la ciudad de Valencia no ha vuelto a sufrir inundaciones significativas. Luego la desidia e incompetencia de nuestra clase política, que valora las inversiones y el gasto público en función de cuántos votos pueden comprar ―algo característico del Estado de Bienestar― en vez de en cuántas vidas pueden salvar, es un factor explicativo.
Finalmente, el fanatismo ecologista, proclive a impedir el mantenimiento de los cauces y a destruir azudes y presas (en vez de construir más), posiblemente haya contribuido a aumentar el caudal de la riada y a producir un aluvión de cañizo que ha incrementado el daño causado.
La incapacidad de la AEMET
En segundo lugar, la población no fue debidamente alertada. En este caso, la responsabilidad es doble: primero, la AEMET ―dependiente del ideológico Ministerio de Transición Ecológica― claramente no supo prevenir del orden de magnitud de las precipitaciones que iban a darse en las siguientes 24 horas en Valencia, pues su previsión estándar de nivel rojo («en estas zonas se podrán superar los 150-180mm en las próximas 12-24 horas») se quedó muy corta frente a la realidad de más de 700mm. Segundo, las incompetentes autoridades políticas (gobierno autonómico, delegación del gobierno y gobierno nacional) no comunicaron la alerta a tiempo, ni a la población ni a los alcaldes de las zonas afectadas, como ellos mismos han manifestado.
La incapacidad de la AEMET para prever con precisión el nivel de precipitaciones es patente a pesar de la campaña lanzada para proteger a una institución convertida en punta de lanza de la ideología climática. En efecto, la AEMET se limitó a emitir una sucesión de avisos estándar de nivel rojo definidos genéricamente como «riesgo meteorológico extremo (fenómenos meteorológicos no habituales, de intensidad excepcional y con un nivel de riesgo para la población muy alto)», en los que recomiendan «tomar medidas preventivas, mantenerse informado de la predicción meteorológica y no viajar salvo que sea estrictamente necesario». Como ven, no hay ninguna prohibición taxativa ni ninguna advertencia expresa de riesgo de muerte, algo lógico, pues en los últimos 12 meses la AEMET emitió 182 avisos de nivel rojo por distintas causas[22]. ¿Qué diferencia había entre el aviso de nivel rojo de Valencia y los anteriores 182?
Por otro lado, resulta dudoso que la AEMET previera realmente el nivel de precipitaciones más allá de la rigidez del protocolo (¿dónde están los mails internos que lo demuestren?), pues el nivel de conocimiento de la ciencia meteorológica ―un sistema multifactorial, complejo, caótico y no lineal― es aún bastante primitivo y tiene amplios márgenes de error, como admite el propio portavoz de la AEMET: «En meteorología trabajamos siempre con incertidumbres, porque la atmósfera es un sistema caótico y no se puede conocer, a ciencia cierta, la cantidad exacta de lluvia que puede caer en un lugar concreto y en un período de tiempo determinado».[23] Eso es así. Pero si la incertidumbre impide conocer a ciencia cierta la lluvia que caerá mañana en una localidad de España, ¿acaso no supone una deshonestidad intelectual que dicha incertidumbre desaparezca mágicamente cuando la AEMET realiza afirmaciones dogmáticas sobre el clima del planeta para dentro de 100 años?
No se previno a la población
En tercer lugar, tras el aviso rojo estándar de la AEMET, las autoridades políticas no trasladaron a la población el nivel de alerta correspondiente hasta que ya había comenzado el diluvio, por lo que la gente no tuvo tiempo de prepararse. De hecho, hubo residentes que recibieron un primer mensaje de alerta en sus móviles el jueves 31 a mediodía, según me ha relatado alguno de ellos. La responsabilidad aquí recae en la incompetencia de las autoridades políticas, pero el tema es aún más grave, pues la población no sólo no fue avisada, sino que, tras el desastre, fue completamente abandonada por la dolosa inacción (presumiblemente constitutiva de delito) del gobierno de Sánchez[24].
La población no sabía qué hacer
En cuarto lugar, aunque se hubiera trasladado la alerta a tiempo no existe en España un protocolo de actuación que indique a la población claramente lo que hay que hacer y evitar. Dada la regularidad de las gotas frías otoñales en el Levante sorprende que no se haga una campaña de prevención y concienciación pedagógica en medios de comunicación, colegios y universidades.
Cierto es que Protección Civil hace ciertas recomendaciones en el caso de inundaciones: «Evite cruzar por zonas inundadas, tanto en coche como a pie, y abandone el vehículo por la ventanilla si es necesario si el nivel del agua sube o si llega al eje de la rueda o al nivel de la rodilla».[25] También recomienda salir de sótanos o garajes inmediatamente.
En este sentido, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias norteamericana (FEMA) advierte con mucho mayor detalle del peligro de intentar vadear o conducir en estas circunstancias, pues la letalidad de las inundaciones es función de dos variables y no sólo de una: de la profundidad del agua y de su velocidad: «Aguas poco profundas que se desplazan a gran velocidad pueden ser mortales independientemente de si se sabe nadar bien o no». Además, el nivel del agua puede aumentar considerablemente en cuestión de pocos minutos, y el agua turbia puede arrastrar objetos sólidos y cortantes, que pueden producir heridas graves.
Según la FEMA, «en inundaciones repentinas el 75% de las muertes se producen por ahogamiento (…) porque las personas infravaloran la fuerza de la corriente o la profundidad del agua durante evacuaciones tardías, intentos de salvamento o conductas inapropiadas. El 63% de las muertes ocurren en vehículos, el 14% en personas accidentalmente arrastradas por la corriente y el 9% en personas que intencionadamente se metieron en ella».[26]
Finalmente, la FEMA deja claro que los riesgos de ahogamiento en inundaciones aumentan «en países no desarrollados en los que la gente vive en zonas proclives a inundarse y en los que la capacidad de alertar, evacuar o proteger a las comunidades de las inundaciones es débil».[27]
Desgraciadamente, éste ha sido el caso de España, país al que su clase política está arrastrando poco a poco, pero con paso firme, al tercermundismo.
NOTAS
[1] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 2.6, p.216-217.
[2] Climate Change Hype Doesn’t Help – WSJ
[3] Pablo Haro Urquízar en X: «Un experto en cambio climático, sobre los miles de vehículos destruidos por la DANA: «Es una oportunidad histórica para prescindir de los coches, desarrollar el transporte público y cambiar el modelo de civilización» ¿Se puede ser más idiota? Luego se extrañan cuando gana Trump https://t.co/vOWp7oXqyU» / X
[4] Citado por S. Koonin, El Clima: no todo es culpa nuestra, La Esfera de los Libros, 2023
[5] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 2.6, p.214.
[6] IPCC Sexto Informe, WG 1, Cap. 11.5, p.1567-1569.
[7] IPCC Sexto Informe, WG 1, Tabla 12.12, p.1856.
[8] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 5.5, p.425.
[9] Rescumen climático anual en la Comunidad Valenciana y Temperatura de agua en Valencia (España) en octubre
[10] Frontiers | Capability of the Mediterranean Argo network to monitor sub-regional climate change indicators
[11] imb-temperatura-esp_2024.pdf
[12] The 20 largest recorded earthquakes in history | Live Science
[13] World’s Biggest Tsunami | 1720 feet tall – Lituya Bay, Alaska
[14] RADIOGRAFÍA DEL MÁXIMO DE LLUVIA EN 24 HORAS: 882 MM. EN CASA DEL BARÓN-MUELA DE CORTES EN OCTUBRE DE 1982Aemetblog
[15] Climatología de España y Portugal, de Inocencio Font, Ediciones Univ. de Salamanca, 2007.
[16] Se cumplen 50 años de las catastróficas inundaciones del 19 de octubre de 1973
[17] Climatología de España y Portugal, de Inocencio Font, Ediciones Univ. de Salamanca, 2007.
[18] Climate Explorer: Time series
[19] La CHJ tiene obras previstas contra las riadas en la zona inundada desde hace 15 años – Valencia Plaza
[20] Un catedrático de Ingeniería Hidráulica denuncia que las inundaciones en Valencia «era un desastre anunciado» | Onda Cero Radio
[21] Los ingenieros de caminos: «Las únicas medidas efectivas son las presas o los encauzamientos de ríos»
[22] ¿Hay demasiados avisos rojos? Antes de la DANA la Comunidad Valenciana no tuvo ninguno por lluvias en los últimos doce meses
[23] Rubén del Campo (AEMET): «Hay que revisar los protocolos para que los avisos rojos se conviertan lo antes posible en alertas a la población» – Climática, el medio especializado en clima y biodiversidad
[24] No es verdad – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[25] Inundaciones – DGPCyE
[26] Flood | Impact
[27] Ibid.