Pierre Le Vigan
«No es posible ser civilizado de dos maneras», dice Feliks Koneczny. Es una frase vertiginosa. Hace saltar por los aires el universalismo. No dice que haya «nosotros» y «los bárbaros». Dice que la civilización, la forma universal de la evolución humana, sólo puede alcanzarse por varias rutas. En otras palabras, hay muchas formas de ser civilizado, pero hay que elegir: no se puede ser civilizado a caballo entre dos (o más) culturas. Ciertamente, podemos experimentar la influencia de varias culturas, pero una debe predominar claramente. En la historia de la humanidad, la civilización consiste precisamente en que siempre hay varias civilizaciones. Del mismo modo que la existencia de una nación presupone que haya otras naciones junto a ella.
La fórmula de Koneczny (1862-1949) puede considerarse como una forma de etno-diferencialismo o culturo-diferencialismo. Demasiadas diferencias y uno se atasca en ellas: no las supera. Pero ¿quién es este autor poco conocido? Eso es lo que nos cuenta Antoine Dresse en su último ensayo, publicado con el patrocinio del Institut Iliade. Polaco, Koneczny nació en Cracovia. En aquella época, la ciudad formaba parte del Imperio austriaco, que se convirtió en monarquía dual en 1867: el Emperador de Austria era también Rey de Hungría. Cracovia, en el extremo occidental de Galitzia, pasó a formar parte de la parte austriaca del Imperio, Cisleithania. Cracovia se convirtió en la capital de una provincia conocida como Pequeña Polonia.
La familia Koneczny tiene sus orígenes en Silesia, que fue polaca hasta el siglo XIV, luego brevemente unida a Bohemia, después austriaca y finalmente prusiana desde su conquista por Federico II de Prusia, conquista validada por el tratado de 1763. Desde 1945 vuelve a ser polaca. La historia de Silesia también estuvo estrechamente ligada a la de Bohemia y Moravia (actual República Checa). Por lo tanto, Koneczny procede de las partes occidentales de Polonia. Era eslavófilo y, en una época en la que no se ponía en duda el carácter germánico de la población silesiana, defendió su carácter históricamente eslavo. Koneczny fue un historiador de renombre en su época, luego olvidado y recientemente redescubierto. Es autor de numerosos libros sobre la historia de Polonia y algunas de sus grandes figuras, así como de una Historia de Rusia, ejercicio tanto más interesante cuanto que Polonia y Rusia fueron potencias vinculadas y casi siempre rivales.
Koneczny intenta explicar cómo las naciones pueden tener algo más que una historia nacional, es decir, ser portadoras de un modelo de civilización y sus garantes. Aquí es donde el historiador se convierte también en filósofo de la historia. Desde esta perspectiva, a partir de 1920, durante el renacimiento polaco, que se extendió hasta Vilna/Vilnius, Koneczny defendió la tesis de que Polonia representaba el polo de la cristiandad latina en Europa. Más concretamente, es el más oriental de los polos latinos. Y precisamente porque Polonia está «entre Oriente y Occidente», según sus propias palabras, debe saber lo que es si quiere seguir existiendo. Para perdurar en su ser, como dijo una vez Dominique Venner.
Feliks Koneczny publicó sus primeros libros de filosofía de la historia, o más bien de metateoría de la historia, en el periodo de entreguerras. Aunque era conservador y «nacionalista» polaco, no sólo tenía amigos en la derecha polaca. Estaba mal visto por el jefe del Estado, Pilsudski. Pilsudski, junto con una serie de intelectuales nacionalistas polacos, defendía la idea de una unión de naciones desde el Báltico hasta el Mar Negro, es decir, desde Polonia hasta Rumanía, país este último aliado de Francia durante la Gran Guerra (Polonia no existía como Estado, pero en 1916 las potencias centrales crearon un Estado nodriza en la antigua Polonia rusa).
Por su parte, a diferencia de Pilsudski, Koneczny defendía la idea de un nacionalismo estrictamente polaco sin disolver la identidad nacional, incluso en una unión con Lituania, que entonces habría retomado el modelo histórico de la confederación polaco-lituana (además, en el periodo de entreguerras hubo una disputa lituano-polaca, ya que Vilna, capital histórica de Lituania, estaba unida a Polonia, teniendo Lituania Kaunas como capital). Tras la ocupación alemana, que golpeó duramente a su familia, Koneczny tuvo dificultades para encontrar su lugar en la Polonia estalinista de posguerra. Fue redescubierto después de 1989. Una de sus frases se convirtió en emblema de la derecha polaca: «Polonia será católica o no será».
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La teoría de las civilizaciones de Koneczny tiene algo en común con la de Spengler. Este último dijo: «O la humanidad es un concepto zoológico o es una palabra vacía». Koneczny está de acuerdo con este punto de partida. Desarrolló una definición de civilización como «la suma de todo lo que es común a una determinada fracción de la humanidad y, al mismo tiempo, la suma de todo por lo que esta fracción se diferencia de las demás».
Koneczny fue influido por el pensamiento anterior sobre la historia. Lee con interés a Vico (La Ciencia Nueva, 1725), su teoría cíclica de la historia y su visión de las tres edades, la de los dioses, los héroes y los hombres (que corresponden a la infancia-adolescencia-mediana edad). Koneczny fue influido por Herder (Una nueva filosofía de la historia, 1774; Ideas para una filosofía de la historia humana, 1791) [1].
Koneczny adoptó el organicismo de Herder, pero rechazó la concepción morfológica de las civilizaciones de Spengler, que consideraba demasiado abstracta. Prefiere un método más empírico. Sus referencias son Francis Bacon (Novum organum, 1620) y su método científico, Montesquieu y (menos conocido) Kollataj, el autor de la Constitución polaca de 1791 (en un trágico periodo de liquidación de Polonia, con las tres particiones de 1772, 1793, 1795). Koneczny también fue influido por el neotomismo (con Jacques Maritain en particular), muy vivo en la Europa de entreguerras, sobre todo en Francia.
Para Koneczny «la civilización es ante todo un principio de organización de la vida colectiva». Su planteamiento no es metafísico, aunque hemos visto que no le son indiferentes las cuestiones filosóficas. Pero para Koneczny lo esencial es ver cómo la gente pone en práctica los principios de organización colectiva de la vida, en todos los ámbitos, material y espiritual, o si se prefiere, mental. La vida colectiva requiere organización. Lo que Koneczny observa en las distintas civilizaciones es una diversidad de derechos y una diversidad de valores. Ambos ámbitos están, por supuesto, vinculados. Derecho, moral y representaciones forman un todo. Como observa Koneczny, una sociedad polígama significa una organización basada en el clan y, por lo tanto, un desarrollo económico débil. La diversidad de derechos se aplica sobre todo al derecho de familia, al derecho de propiedad y al derecho de sucesiones.
Esto plantea inmediatamente la cuestión de la relación entre lo público y lo privado, y la cuestión de la herencia, ya que la herencia no es sólo una cuestión material (legar una casa familiar con la biblioteca familiar no es sólo una cuestión material, sino también un acto altamente simbólico). Los valores son la verdad, la bondad, la belleza, la salud y la prosperidad. Valores de la mente y valores del cuerpo. Y un valor que contribuye a ambos: la belleza.
Este patrón permite distinguir entre distintas civilizaciones. Pero, ¿cómo encaja con las demás diferenciaciones de la humanidad: razas y religiones? Para Koneczny, las razas existen, pero no coinciden con las civilizaciones, ni las explican plenamente. Los dos mapas, raza y civilización, no se superponen (aunque pueda haber superposiciones parciales). La raza no precede a la civilización. No es la raza la que hace la civilización, es la civilización la que hace la raza. En cuanto hay civilización, hay raza porque hay endogamia. Así es como se creó una especie de «raza» de pies negros, como resultado de la mezcla entre europeos en Argelia. Así se creó una especie de «etnia israelí», aunque los israelíes son una mezcla compuesta [2].
El mapa de las religiones tampoco se solapa con el mapa de las civilizaciones. La Alemania protestante y la católica pertenecen a la misma civilización. No obstante, Koneczny subraya que la religión es siempre el elemento más importante de una civilización, más importante que la raza. En este sentido, introduce una tipología de civilizaciones sacras, no sacras y semisacras. Éste no es el aspecto más convincente de la teoría de Koneczny, aunque sólo sea porque existen varias concepciones de lo sagrado y también sacralidades ocultas (por ejemplo, en Occidente, la religión del calentamiento global [3]).
En la noción de sacralidad Koneczny indica elementos más precisos sobre los que podemos ponernos de acuerdo: la relación con el tiempo (visión lineal del tiempo o visión cíclica), la relación entre derecho público y derecho privado (predominio de uno u otro, fusión o separación). Pero también las fuentes del derecho: la ética o la Ley (judaísmo). Por último, la existencia o no de un sentimiento nacional. Según Koneczny, la pertenencia a una civilización es la condición para la creación de una nación, aunque no todas las civilizaciones den lugar a una nación. En cualquier caso, no es el Estado el que puede crear una nación; sólo puede reforzarla o destruirla si el Estado está en manos de oligarcas malvados (cf. el caso de Francia).
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Koneczny distingue 21 civilizaciones que han existido y 7 que existen en la actualidad (años 1930 y 1940). En su tipología, basada en un determinado tipo de conducta colectiva de la vida, la relación con la tierra y el territorio no es importante. Esta es una diferencia importante con respecto a Spengler. La civilización tampoco está vinculada a la raza, como hemos visto anteriormente. Por ejemplo, los magiares se hicieron cristianos, aunque no eran indoeuropeos (por no mencionar el hecho de que muchos indoeuropeos, como afganos e iraníes, son musulmanes). Koneczny también señala que pueblos étnicamente cercanos, como los polacos y los rusos, pueden pertenecer a una civilización diferente (según él). Además, dentro de una misma civilización existen varias culturas. Por ejemplo, la cultura italiana dentro de la civilización latina.
Concretamente, ¿cómo define Koneczny las civilizaciones que enumera? La civilización que denomina «latina» es la que solemos llamar civilización occidental. Se caracteriza por la importancia del individuo. También está marcada por una cultura de la acción, lo que Spengler llamaba el espíritu fáustico. Lo original (y discutible) del análisis de Koneczny es que en la civilización latina el Estado está disociado de lo sagrado. Por lo tanto, el cesaropapismo queda descartado. Se rechaza cualquier intervención de lo temporal en lo espiritual con el argumento de que el poder político es titular de una sacralidad al menos tan importante como la de la Iglesia. Para Koneczny, es muy positivo que lo sagrado se aleje de la política. El imperio de Carlomagno [4] (800), luego el Sacro Imperio Romano Germánico (962) – exactamente el «Sacro Imperio Romano Germánico» – quedan así excluidos de la civilización latina así definida porque pretendían ser sagrados. No hay Imperio sin sacralidad. Y así no puede haber civilización latina si hay Imperio. Esta visión de Europa se parece mucho a la de Henri Massis, muy antialemán (Défense de l'Occident, 1926). Como muy bien dice Antoine Dresse, desde este punto de vista Koneczny es más «güelfo» que «gibelino».
Otra civilización es la que Koneczny denomina civilización turana. Se caracteriza por el no reconocimiento de la persona humana. El Estado es todo. No hay distinción entre derecho público y privado. De hecho, la ley es puramente arbitraria, fruto del poder despótico. Turaniano significa turco-mongol o (más ampliamente) uralo-altaico. Para Feliks Koneczny, la civilización turaniana es Rusia. Mientras que la Rus’ (o Rous) de Kiev era en parte latina, Rusia, heredera de Moscovia, prácticamente ha dejado de ser latina, debido a la influencia de las invasiones mongolas. Rusia también ha dejado de ser bizantina y, por lo tanto, cesaro-papista. Ahora sólo es turaniana, es decir, espiritualmente turco-mongola, aunque su población sea mayoritariamente eslava. Está claro que la civilización no es raza. Y es Turquía – esta Prusia de Oriente Próximo – la que es un poco bizantina, al menos más que Rusia, dice Koneczny. De hecho, es obvio que cuando cayó Constantinopla en 1453 los turcos musulmanes intentaron apropiarse del sagrado prestigio del antiguo Imperio Romano de Oriente.
Lo que Korneczny denomina «civilización bizantina» se encarnó durante un tiempo en el Imperio Romano de Oriente, el Imperio «griego» (o «greco-oriental»), pero no se identificó con él. El bizantinismo como forma de organización de la vida colectiva preexistió a este Imperio. Era un Estado todopoderoso y burocrático. Era el Estado en que se había convertido el decadente Imperio Romano. El modelo bizantino corresponde a la orientalización del Imperio Romano. El derecho privado existía, pero era limitado. El centralismo era la regla. El poder temporal (político) primaba sobre el espiritual. De hecho, lo encarnaba y se fusionaba con él. En este modelo bizantino, el federalismo es imposible, afirma Koneczny, que aspira a un federalismo europeo centrado en el modelo de la civilización latina. El Imperio, según Koneczny, es lo contrario del federalismo (que él quiere en forma de Estados Unidos de Europa).
Tenemos un grave problema con la civilización bizantina: según Koneczny, el modelo bizantino es el de Alemania. «Bizantinismo alemán» es una expresión muy criticada acuñada por Edgar Quinet. Por el contrario, Constantin Leontiev consideraba que el bizantinismo era positivo, una forma de frenar el feudalismo y modernizar un país [5]. Más asiático que eslavófilo, Leontiev veía en el modelo bizantino una tercera vía, ni eslavófila ni occidentalista. La concepción del bizantinismo desarrollada por Feliks Koneczny ve a Alemania como lo contrario a los principios de la civilización latina, es decir, de la civilización occidental. Estamos en las antípodas de Spengler (y de K. Leontiev), que consideraba que el Imperio carolingio y luego el Sacro Imperio Romano Germánico marcaban la fundación de Europa, al situarse a caballo entre las fronteras del Imperio Romano y reunir la vieja Europa romana y la Europa central no romanizada.
Según Koneczny, la Europa bizantina, es decir, la germánica, se oponía a la civilización latina y no podía asimilarse por su deseo de dar primacía al poder temporal sobre el espiritual. Una hipótesis audaz, pero no del todo infundada: es cierto que existían vínculos entre Bizancio y el Sacro Imperio Romano Germánico. La princesa bizantina Teofanía se casó en 972 con el emperador alemán Otón II. El emperador bizantino Manuel I Comneno se casó en 1146 con la princesa alemana Berthe de Sulzbach. Los lazos matrimoniales iban de la mano de una alianza. En defensa de su tesis de una Alemania «bizantina», Koneczny señala que la implantación del protestantismo en gran parte de Alemania reforzó la independencia del poder político de todo poder espiritual y, por lo tanto, del papado. Luego, lógicamente, la victoria de Prusia sobre Austria (1866) marcó la victoria del modelo bizantino sobre el modelo latino en Alemania. Se trata de un punto de vista sorprendente, dado que el Sacro Imperio Romano Germánico estuvo durante mucho tiempo en manos de la Casa Austriaca de Habsburgo, que era católica, y (durante menos tiempo) los Wittelsbach de Baviera, también católicos. Aunque Koneczny no ignoraba en absoluto estos hechos, no creía que pudieran invalidar su teoría. Para él, el Sacro Imperio Romano Germánico no era en modo alguno un relevo del poder papal, sino un organismo que pretendía sustituirlo.
Koneczny incluye una civilización judía en su tipología. Esto puede sorprender. 13 millones de judíos en el mundo y 7 millones en Israel, por utilizar cifras actuales, ¿constituyen una civilización? No es una cuestión de calidad, pero ¿tiene sentido hablar de civilización a una escala tan modesta? ¿No deberíamos hablar más bien de cultura? Ciertamente existe una cultura judía, o más bien dos culturas, la de los sefardíes y la de los asquenazíes, estos últimos dominantes en Israel y pioneros de la idea de Israel. Según Koneczny, la esencia del judaísmo es el mesianismo. Señala que el marxismo (tal como se ha fosilizado) es una rama del mesianismo judío. También propuso la tesis de que el hitlerismo era un judaísmo invertido (idea que también sostenía Maurras), en el que los alemanes se convertían en el nuevo pueblo elegido. Esta idea, como la primera relativa al marxismo (en este caso, al marxismo-leninismo), tiene un elemento de verdad. Bertrand Russell, que era alérgico a todo mesianismo, la retomó de forma tan contundente como cáustica. Existe ciertamente una «escatología nazi» (Johann Chapoutot) del fin de los tiempos, que cree en el triunfo final del ario, del que el alemán es la manifestación más deslumbrante. Parte de la verdad, pero no toda la verdad.
Esto habría que matizarlo teniendo en cuenta un elemento muy importante del hitlerismo: el darwinismo social. El hecho es que resulta desconcertante agrupar a todos los mesianismos bajo el epígrafe de «civilización judía». ¿Judaísmos sionistas y no sionistas, marxismo como parajudaísmo ateo y materialista, el contrajudaísmo de Hitler pertenece a la misma categoría? Es difícil dejarse convencer por esta categoría. Pero también: ¿qué hay de los aspectos futuristas del comunismo ruso, del «cosmismo» soviético? ¿Cómo puede encajar esto en el esquema de Koneczny de una «civilización judía»? Es muy aventurado seguir al teórico polaco en este terreno.
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Lo estimulante de Koneczny es su oposición a la teoría de Spengler. El polaco está lejos del alemán y, sin embargo, geográficamente tan cerca. Para Spengler, las civilizaciones son organismos vivos que experimentan el nacimiento, la juventud, la madurez, el envejecimiento y la muerte. Este enfoque biologizante no convence a Koneczny. En su opinión, hay que observar cómo las civilizaciones se adaptan a las leyes de la historia, sin esperar a una «madurez» o un «envejecimiento» ineludibles. Tenemos que alejarnos del calco demasiado fácil de los conceptos biológicos y fijarnos en lo que ocurre realmente.
Para ello, Feliks Koneczny establece seis grandes «leyes» de la historia:
Cohesión entre valores. El sistema de valores no debe ser contradictorio. Por ejemplo, una sociedad liberal-libertaria no puede basarse en valores «tradicionales» como el gusto por el trabajo bien hecho, la sostenibilidad, etc.
Aceptación de la desigualdad social. Las personas no tienen el mismo talento. La justicia no es igualdad. El deseo de que nadie viva en la pobreza no implica igualdad. Para que los pobres vivan mejor, no es necesario ni deseable suprimir a las personas que son ricas gracias a sus talentos.
Una civilización debe protegerse de la inmigración masiva de otras civilizaciones. Puede perder su identidad al intentar integrar poblaciones con modos de vida y perspectivas vitales muy diferentes.
Hay que tener claro que es imposible que en una misma civilización coexistan elementos de dos (o más) civilizaciones diferentes. Un ejemplo histórico es el Imperio de Alejandro Magno. Independientemente de la temprana muerte del alumno de Aristóteles, el Imperio greco-persa que fundó no era viable dada su heterogeneidad cultural, a pesar de que tanto el pueblo griego como el iranio eran indoeuropeos.
Todas las mezclas de civilizaciones son conflictivas. En estas mezclas siempre hay un ganador y un perdedor, y en el peor de los casos hay dos perdedores. La mezcla sólo puede conducir al triunfo del relativismo, el consumismo e incluso el nihilismo.
En una mezcla, siempre es el elemento inferior el que domina (punto estrechamente relacionado con el anterior). Hay un elemento inferior porque Koneczny no cree en la igualdad de las civilizaciones (mientras que Spengler piensa que es imposible clasificarlas por orden de importancia porque se encuentran en niveles diferentes. Es lo que podríamos llamar diferencialismo absoluto). Para el historiador polaco, la mediocridad es más fácil que la excelencia, y si ambas se ponen una al lado de la otra, prevalecerán la mediocridad y la bajeza. Por poner un ejemplo histórico, es más fácil ser depurador en 1944 que combatiente de la Resistencia en 1942. Por eso hubo muchos más purificadores que resistentes.
Estas son las seis leyes de la historia de las civilizaciones, según Koneczny.
Si una civilización quiere sobrevivir, explica, debe ser consciente de la necesidad de luchar por su supervivencia e incluso por su vitalidad. De hecho, las civilizaciones luchan entre sí. Si uno no cree en sí mismo, deja el campo libre a los que sí creen en sí mismos, en su sistema de valores, en su modo de vida, en sus representaciones de lo que es bello, verdadero y bueno.
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Vemos que muchos de los puntos de vista de Koneczny son discutibles, no tanto en los seis puntos, a veces algo redundantes pero relevantes, que caracterizan a una civilización, como en su tipología de las siete civilizaciones. Y de éstas, sólo hemos mencionado las relativas a Europa. Haría falta la cultura de René Grousset para juzgar el análisis de Koneczny sobre otras civilizaciones (India, China, etc.).
Afortunadamente, el teórico polaco de la historia no pretendía que su sistema pudiera tomarse o dejarse. Su mérito reside en que abrió algunas perspectivas indudablemente interesantes. Por ejemplo, la guerra entre Rusia y Ucrania, aunque se trate ante todo de una guerra entre Rusia y la OTAN, no deja de ser también una fricción entre el mundo «latino» (Ucrania occidental) y el mundo «turaniano» ruso, o en todo caso el universo imperial ruso, que es tanto una civilización como una nación, si no ante todo una civilización.
Por último, la inmigración está trastocando la identidad europea (Koneczny la habría llamado «latina» u «occidental»), con la inmigración árabe-musulmana, pero también india, turano-musulmana (Uzbekistán y pueblos túrquicos…), indoeuropeo-musulmana (Pakistán, Afganistán…) y negroafricana, musulmana y cristiana. Por último, otro aspecto de actualidad de la teoría del metahistoriador polaco es que la Unión Europea tecnocrática – un «terror seco», por retomar una expresión de Augustin Cochin –es afín a lo que Koneczny denominó «civilización bizantina», es decir, un Estado inquisitorial y burocrático que pretende ejercer una función espiritual. Aunque la espiritualidad de la UE consista sobre todo en ser un «eco-ciudadano», clasificar su basura y estar abierto a «acoger al Otro»: «Abierto a la apertura», como bromeaba Philippe Muray. Además de creer en la «religión del calentamiento», que es todo lo contrario de la ecología inteligente fundada por Ernst Haeckel. En otras palabras, más de 70 años después de su muerte, incluso los desacuerdos que podamos tener con Feliks Koneczny son y serán – esperemos que sea más conocido – fuentes de reflexión fructífera.
Notas:
[1] Herder fue un crítico «de izquierdas» de la Ilustración, a diferencia de Joseph de Maistre, que la detestaba. Herder, heredero de Leibniz y Rousseau, y perspectivista como Nietzsche, desarrolló la idea de la necesidad de la diversidad entre los pueblos y los beneficios de la alteridad. Herder era también un perfecto demócrata en el sentido de que todo poder debe ser legitimado por el pueblo y hostil a cualquier suprematismo como el de Gran Bretaña sobre Irlanda o Inglaterra sobre Escocia.
[2] En 1850, los judíos de Palestina sólo representaban el 3% de los 340.000 habitantes y sus descendientes eran una pequeña minoría de la población judía de Israel. Así pues, la gran mayoría de los descendientes de los antiguos hebreos son los árabes de Palestina, ya sean musulmanes o cristianos. A los escasos hebreos que permanecieron judíos en Palestina se han unido en Israel los sefardíes, es decir, descendientes de bereberes que se convirtieron al judaísmo, y los asquenazíes, descendientes de jázaros turco-mongoles que se convirtieron en el siglo VIII, pero también descendientes de semitas de Mesopotamia y del mundo grecorromano, cananeos, sin olvidar a los europeos de origen indoeuropeo que se judaizaron, por ejemplo por matrimonio, más los judíos mizrahim de África, India, Irán, Irak, etc.
[3] ¿No sería éste el único problema ecológico que no existe y que permite ocultar todos los demás, infinitamente más preocupantes? Eso sería coherente con la lógica del Capital, que busca nuevos mandatos públicos que generen beneficios privados en nombre de una ecología falsificada.
[4] Carlos I era rey de los francos desde 768 y rey de los lombardos desde 774. Napoleón Bonaparte sería emperador de los franceses en 1804 y rey de Italia en 1805. Para resumir su proyecto, Napoleón dijo: «Yo soy Carlomagno». Leer Jean-Claude Valla, La nostalgie de l'Empire, Librairie nationale, 2004.
[5] Leer Gregoire Quevreux, «Constantin Léontiev: l'homme le plus réactionnaire de l'empire russe», Philitt, 26 de noviembre de 2020.