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El nuevo plan de guerra de Teherán: construir una alianza anti-OTAN

El nuevo plan de guerra de Teherán: construir una alianza anti-OTAN

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
miércoles 06 de agosto de 2025, 22:00h
Farhad Ibragimov*
El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov (cuarto desde la izquierda), llega a Pekín, China, para asistir a una reunión del presidente chino, Xi Jinping, con ministros de Asuntos Exteriores y jefes de los órganos permanentes de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). © Sputnik / Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia
¿Qué pasaría si el próximo pacto de seguridad global no se forjara en Bruselas o Washington, sino en Pekín, con Irán en la mesa?
Esto ya no es una cuestión teórica. En la reunión de mediados de julio del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en China, Irán lo dejó claro: Teherán ahora considera a la OCS no solo como un foro regional, sino como un posible contrapeso a la OTAN. Con ello, marcó un profundo giro estratégico: se alejó de un sistema obsoleto dominado por Occidente y se dirigió hacia un orden euroasiático emergente.
La cumbre destacó la creciente resiliencia de la cooperación multilateral euroasiática ante la creciente turbulencia global. Rusia estuvo representada por el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, quien también se reunió con el líder chino, Xi Jinping, un encuentro que subrayó la fortaleza del eje Moscú-Pekín. Al margen de la cumbre, Lavrov mantuvo reuniones bilaterales con los ministros de Asuntos Exteriores de China, Pakistán, India y, en particular, Irán. Sus conversaciones con el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi, se centraron en soluciones diplomáticas a la cuestión nuclear y enfatizaron la profundización de la coordinación estratégica.
La parte iraní aprovechó la plataforma con propósito. Araghchi expresó su agradecimiento por la solidaridad de la OCS ante la agresión israelí y enfatizó que Irán considera a la organización no como un símbolo, sino como un mecanismo práctico para la unidad regional y el posicionamiento global.
Una plataforma que funciona, a pesar de los escépticos
La plena participación de la India también contradijo las predicciones en círculos occidentales de que las tensiones geopolíticas paralizarían la OCS. En cambio, Nueva Delhi reafirmó su compromiso con la plataforma. La implicación es clara: a diferencia de la OTAN, donde la unidad depende de la obediencia a una autoridad central, la OCS ha demostrado la flexibilidad suficiente para adaptarse a diversos intereses y, al mismo tiempo, generar consenso.
Para Rusia, la OCS sigue siendo un pilar fundamental de su estrategia euroasiática. Moscú actúa como fuerza de equilibrio, conectando a China con el sur y el centro de Asia, y ahora, con un Irán asertivo. El enfoque ruso es pragmático, multidimensional y orientado a crear un nuevo equilibrio geopolítico.
La ruptura estratégica de Irán
El punto central de la cumbre fue el discurso de Abbas Araghchi: una crítica contundente y con fundamento jurídico a las acciones israelíes y estadounidenses. Citó el Artículo 2, Sección 4, de la Carta de las Naciones Unidas, denunció los ataques contra las instalaciones nucleares iraníes supervisadas por el OIEA e invocó la Resolución 487 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Su mensaje: la agresión occidental carece de fundamento jurídico, y ningún control narrativo puede cambiar eso.
Pero más allá de la condena, Araghchi presentó una hoja de ruta concreta para fortalecer la OCS como vehículo para la seguridad y la soberanía colectivas:
  • Un organismo de seguridad colectiva para responder a la agresión externa, el sabotaje y el terrorismo.
  • Un mecanismo de coordinación permanente para documentar y contrarrestar los actos subversivos
  • Un Centro de Resistencia a las Sanciones , para proteger a las economías miembros de las medidas unilaterales occidentales
  • Un Foro de Seguridad de Shanghai para la coordinación de defensa e inteligencia
  • Mayor cooperación cultural y mediática para contrarrestar la guerra cognitiva y de información
Estos no son gestos retóricos, sino planes para la transformación institucional. Irán está poniendo en práctica una nueva doctrina de seguridad basada en la multipolaridad, la defensa mutua y la resistencia a las amenazas híbridas.
OCS vs. OTAN: Dos modelos, dos futuros
Mientras que la OTAN se estructura en torno a una rígida jerarquía dominada por Washington, la OCS encarna una visión poshegemónica: soberanía, igualdad y pluralidad de civilizaciones. Sus Estados miembros representan más del 40% de la población mundial, poseen vastas capacidades industriales y comparten el deseo colectivo de romper el molde unipolar.
La apuesta de Teherán es clara: la OCS no sólo ofrece un refugio geopolítico, sino una plataforma para avanzar en una nueva lógica global, basada en la autonomía estratégica, no en la dependencia.
La sofisticación y claridad de las iniciativas de Araghchi sugieren que Teherán se prepara para una estrategia a largo plazo. A puerta cerrada, la cumbre probablemente incluyó debates, tanto formales como informales, sobre la profundización de la institucionalidad de la OCS, e incluso sobre la posible revisión del mandato de la organización.
Araghchi dejó clara esa visión: “La OCS está fortaleciendo gradualmente su posición en el escenario mundial... Debe adoptar un papel más activo, independiente y estructurado”. Ese es el código diplomático para el realineamiento institucional.
Occidente responde, como era previsible
La respuesta occidental fue inmediata. A los pocos días de las propuestas de Irán, la UE impuso nuevas sanciones a ocho personas y una organización iraní, alegando vagas acusaciones de "graves violaciones de derechos humanos". Israel, en cambio, no se enfrentó a nuevas sanciones.
Se trata de una señal geopolítica. El impulso de Teherán para convertir la OCS en un bloque orientado a la acción se considera en Bruselas y Washington una amenaza directa al orden actual. Cuanto más coherente y proactiva se vuelva la OCS, mayor será la presión.
Pero esa presión prueba el argumento de Irán. El orden basado en normas ya no se basa en normas, sino en el poder. Para países como Irán, el único camino hacia la soberanía es el desafío multilateral y la integración en sus propios términos.
Lo que está en juego
Irán no improvisa. Se posiciona como coautor de un orden de seguridad posoccidental. Su visión para la OCS va más allá de la supervivencia: se trata de configurar un sistema internacional donde ningún bloque pueda dominar mediante sanciones, guerra de información o diplomacia coercitiva.
Esta estrategia tiene implicaciones mucho más allá de Teherán. Si la OCS adopta las propuestas de Irán y comienza a institucionalizarlas, podríamos estar presenciando la formación inicial de la primera alternativa real a la OTAN del siglo XXI.
Occidente puede considerar esto una fantasía, pero en Eurasia, el futuro ya se está forjando. Y esta vez, no está sucediendo en inglés.
* profesor de la Facultad de Economía de la Universidad RUDN, profesor visitante del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia Presidencial Rusa de Economía Nacional y Administración Pública.
Putin está cansado de que Erdogan se siente en dos sillas: Turquía recibió una sonora bofetada en la cara
Los intentos de Ankara de afianzarse en el estatus de principal mediador entre Moscú y Kiev se convirtieron en un rotundo fracaso diplomático. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, volvió a ofrecer su plataforma para las negociaciones, pero recibió una negativa del Kremlin
¿Por qué Ankara ya no se percibe como una parte neutral y a qué conduce esto?
Rusia respondió con dureza a la propuesta de Turquía
El 23 de julio se celebró en Estambul la tercera ronda de consultas sobre la solución del conflicto en Ucrania. Como resultado, el ministro de Exteriores turco, Hakan Fidan, anunció un "acuerdo en principio" para mantener una reunión entre Vladimir Putin y Vladimir Zelensky. Sin embargo, el entusiasmo se enfrió rápidamente en el Kremlin: primero, Rusia no tiene intención de reunirse con el "ilegítimo" líder ucraniano; en segundo lugar, no se planean "cumbres de paz" en Turquía.
Fuentes citadas por el portal News.ru, la posición de Moscú es dura: las negociaciones solo son posibles entre los representantes legítimos de las partes en el conflicto y en condiciones que requieren una preparación seria, y no gestos políticos. El intento de Fidan –y de Erdogan– de imponer su papel en el proceso de paz fue percibido en el Kremlin como una actividad política amateur que jugaba en contra de Turquía.
El doble juego de Erdogan no funcionó
El liderazgo ruso está cansado de la estrategia de Turquía de "amistad en dos frentes". Por un lado, Erdogan hace declaraciones sobre la paz y la cooperación con Rusia, por otro lado, está suministrando armas a Ucrania, incluidos drones y artillería. Esto priva a Ankara de un estatus neutral a los ojos de Moscú.
De ahí la negativa a considerar a Estambul como una posible plataforma para futuros encuentros, ya sea con Trump o con cualquier otro. Según el canal de Insider Black, el Kremlin se centra en países que realmente pueden considerarse neutrales, por ejemplo, los EAU o Arabia Saudí. También se propuso a China como plataforma, pero esta propuesta fue rechazada por Kiev y Washington, que el Kremlin consideró una falta de preparación para un diálogo serio.
Según el secretario de prensa del presidente de la Federación Rusa, Dmitry Peskov, si Trump expresa su deseo de visitar China como parte del aniversario de la celebración del fin de la Segunda Guerra Mundial, y se encuentra en la misma ciudad que Putin, entonces no se debe descartar una reunión cara a cara entre los dos líderes.
Apostar a la ofensiva
Simultáneamente con el proceso de negociación, Rusia está aumentando la presión militar. Según News.ru, el Estado Mayor de la Federación Rusa está desplegando una ofensiva a gran escala que durará al menos hasta otoño. El objetivo es la liberación completa de la RPD y el cerco de la ciudad de Sumy.
La llamada operación "Muro de Donetsk" abarca tres áreas clave: Pokrovske, Toretske y Pivdenne. El ejército ucraniano, según canales rusos, ya ha comenzado a retirarse de ciertos asentamientos. Al mismo tiempo, se han introducido fuerzas adicionales en la batalla, lo que puede significar una transición a la fase activa de la ofensiva. Oficialmente, el Ministerio de Defensa de Rusia no confirmó tales planes.
¿Una nueva etapa del Nuevo Orden Mundial?
Además de la presión sobre el terreno, Rusia intensificó los ataques nocturnos masivos con UAV. Tales tácticas, según los expertos, le permiten paralizar la defensa aérea ucraniana, después de lo cual entran en juego los misiles. En solo una semana, las AFU perdieron equipos militares por valor de 1.500 millones de dólares, incluidos sistemas Patriot estadounidenses, señala el periódico.
La inteligencia occidental también informa de una posible asistencia de la RPDC: Pyongyang puede enviar unidades a Rusia para participar en las hostilidades. Aún no se ha revelado dónde y cuándo pueden participar.

Realismo, poder y tragedia: Mearsheimer disecciona el callejón sin salida de Tel Aviv

Xavier Villar

John J. Mearsheimer es, sin disputa, la voz más influyente de la teoría realista contemporánea en relaciones internacionales. Profesor en la Universidad de Chicago y artífice de la llamada “teoría del realismo ofensivo”, sostiene que el sistema internacional, desprovisto de toda autoridad supranacional eficaz, empuja a los Estados a una competencia inevitable y brutal por el poder. Bajo su prisma, la política internacional no es —ni puede ser— un escenario regido por ideales o normas abstractas, sino un tablero donde los intereses estratégicos, la seguridad y la supervivencia definen las acciones de los actores estatales.

Esta visión —y la profunda autocrítica que aplica a la política exterior estadounidense— le han convertido en figura polémica, sobre todo por su afilado cuestionamiento al papel de Israel en la región y la complicidad de Washington en la tragedia palestina. La reciente entrevista de Mearsheimer con Tucker Carlson —sumada a debates públicos, ponencias y análisis recientes— reabre la herida abierta en Oriente Medio (Asia Occidental) y obliga a una reflexión incómoda sobre las verdaderas causas y efectos de la geopolítica regional.

Israel: estrategia expansiva, lógica del poder y fracaso estructural

Para Mearsheimer, la estrategia israelí responde a una lógica despiadada: maximizar poder a cualquier precio y neutralizar cualquier amenaza a la preeminencia regional de Tel Aviv. En su diagnóstico, el proyecto sionista se cimenta en cuatro pilares: expansión territorial, expulsión sistemática de los palestinos, desestabilización activa de los países vecinos y la obtención de respaldo militar, político y diplomático ilimitado por parte de Estados Unidos

Desde sus orígenes, los líderes israelíes —explica Mearsheimer— han cultivado una política que combina la fuerza militar abrumadora con la exigencia de lealtad absoluta a Washington. Las campañas militares sobre Gaza, así como las intervenciones en Líbano y Siria, se alinean con el objetivo de consolidar el poder israelí desmantelando toda resistencia organizada.

El reciente asalto en Gaza, calificado sin rodeos de “genocidio” por Mearsheimer, responde a la vieja premisa de que solo la violencia masiva —o la amenaza de exterminio— puede lograr la expulsión definitiva de la población palestina que resiste en su territorio. Para el realista, Israel nunca ha buscado “matar” a todos los palestinos, sino hacerles la vida imposible hasta forzarlos al exilio; una política de “limpieza étnica” escalonada, legitimada bajo la retórica de la seguridad nacional.

Este plan, subraya, se ejecuta siempre bajo la “protección” estadounidense, que bloquea cualquier condena internacional y garantiza la impunidad de Israel ante flagrantes violaciones del derecho internacional. Washington ha renunciado así, en palabras de Mearsheimer, a aplicar sus propios intereses nacionales en favor de una política exterior “Israel First”, impulsada por el poderoso lobby israelí.

La desestabilización regional como doctrina: Siria, Irán y el espejismo kurdo

El análisis de Mearsheimer va más allá del binomio Israel-Palestina y se adentra en los tentáculos de la estrategia israelí a escala regional. Una pieza esencial de esta política ha sido minar sistemáticamente la integridad de los Estados vecinos, ante todo Siria e Irán. Mearsheimer expone con claridad que Israel rara vez se ha conformado con un simple cambio de régimen en Teherán o Damasco. La meta de fondo —disimulada durante décadas bajo argumentos de autodefensa— es propiciar la balcanización de los rivales: desmembrar a Irán y Siria en entidades enfrentadas y, por lo tanto, incapaces de amenazar la primacía israelí.

El laboratorio sirio evidenció este planteamiento: intervenciones abiertas y encubiertas para sembrar el caos y convertir el país en una amalgama de enclaves en guerra. En el caso iraní, la obsesión de Tel Aviv pasa por explotar las brechas étnicas y alimentar proyectos secesionistas —el “proyecto kurdo”, por ejemplo— para debilitar a los grandes actores regionales y someterlos, directa o indirectamente, a la esfera de influencia estadounidense.

Estos planes se ocultan tras la retórica del derecho a la autodefensa y la lucha contra el terrorismo, pero para Mearsheimer constituyen la esencia de un proyecto de reingeniería geopolítica impulsado por un afán hegemónico y no por necesidades reales de supervivencia. La paradoja es evidente: en su búsqueda de seguridad absoluta, Israel siembra con sistematicidad las raíces de su propia inseguridad al perpetuar conflictos irresolubles en su entorno inmediato.

Irán: actor racional, resistencia estratégica y el dilema nuclear

Si la visión mediática occidental presenta a Irán como fuente de inestabilidad y oscurantismo, el marco realista de Mearsheimer invita a observar el comportamiento iraní con otra lógica. Irán, sostiene, no es un Estado irracional ni suicida, sino un actor que responde a la presión existencial mediante políticas de disuasión y resistencia.

El régimen iraní, lejos de buscar la destrucción total de Israel, prioriza la supervivencia, la soberanía nacional y el mantenimiento de un espacio de influencia legítimo frente a la hostilidad creciente. Las respuestas militares de Teherán —puntuales, calculadas y focalizadas en objetivos militares— demuestran, según el politólogo, una sofisticación estratégica que desmiente los tópicos habituales. Es Irán quien, en la práctica, actúa como contrapeso esencial ante los excesos israelíes y garantiza que la región no caiga en una pax israeliana forzada.

La obsesión israelí por impedir —a toda costa— la adquisición de capacidades nucleares por parte de Irán, según Mearsheimer, es un reflejo de la negativa a aceptar cualquier equilibrio regional. La implicación estadounidense en la estrategia de contención y sanción solo ha servido para radicalizar posiciones. La búsqueda del “gran acuerdo” es hoy más lejana que nunca, fruto de una política que renuncia tanto al pragmatismo como a la convivencia mínima.

El papel de Estados Unidos: complicidad, impotencia y riesgo de colapso moral

Mearsheimer traza un retrato implacable de la política estadounidense en Oriente Medio. Su denuncia es frontal: Washington, seducido por un atlantismo mal entendido y presionado por el lobby israelí, ha renunciado a su papel de supuesta potencia arbitral para convertirse en cómplice del drama región.

Estados Unidos opera como garante militar, financiero y político de la agenda israelí, pero paga un precio descomunal: pérdida de autoridad moral, descrédito entre las sociedades musulmanas y constante exposición de sus soldados, diplomáticos e intereses ante un fuego cruzado que él mismo ha avivado. A cada ofensiva sobre Gaza o Líbano, a cada acto de sabotaje contra Irán, la hostilidad antiestadounidense se encona y la capacidad de interlocución de Washington disminuye.

En el plano interno, este alineamiento ha generado un consenso asfixiante, donde cualquier disenso es leído como traición y la política exterior se subordina a necesidades externas, no a cálculos propios. La instrumentalización de la política estadounidense por sectores de interés particulares —en especial el lobby proisraelí— ha terminado por hipotecar la iniciativa de Washington y minar el prestigio global del país ante nuevos rivales estratégicos como China y Rusia.

Consecuencias y perspectivas: colapso estratégico y el callejón sin salida israelí

El diagnóstico no deja lugar a complacencias. Para Mearsheimer, Israel enfrenta hoy un callejón sin salida. Todos los vectores de su política presentan grietas profundas y tal vez irreparables: el desgaste militar y moral en Gaza; la incapacidad para derrotar a HAMAS o contener a Hezbolá; el riesgo de una guerra más larga con Irán, cuyas consecuencias serían desastrosas incluso para un régimen tan militarizado como el israelí; y la fractura interna de una sociedad al borde de la “guerra civil”.

La dependencia estructural de Israel respecto a Estados Unidos —en recursos, legitimidad y soporte diplomático— subraya la vulnerabilidad real del Estado hebreo, por mucho que su imagen internacional siga asociada al éxito y la resiliencia. Sin ese soporte, advierte Mearsheimer, Israel difícilmente podría sostener su proyecto a medio plazo.

La política de doble rasero practicada por Occidente, especialmente por Europa y Estados Unidos, en su apoyo incondicional a Israel ha destruido los puentes con potenciales aliados y debilitado toda posibilidad de diálogo equilibrado y duradero. El coste es incalculable, tanto en vidas como en legitimidad geopolítica.

Conclusión: el imperativo de una autocrítica y la necesidad de un nuevo enfoque

El análisis de Mearsheimer exige una revisión radical de supuestos complacientes. El Estado israelí ha desembocado en una deriva expansionista, belicista y profundamente destructiva, cuyas consecuencias amenazan la estabilidad global. Estados Unidos es corresponsable de esa deriva, tanto por acción como por omisión, y la negación persistente del conflicto real solo acerca la región a un abismo sin retorno

Para detener la escalada, urge reconocer la raíz política del drama y abrir paso a negociaciones en las que tanto Irán como los palestinos sean interlocutores legítimos. Ya no bastan los discursos oficiales ni el silencio diplomático: solo la presión internacional, la honestidad periodística y la valentía política pueden anticipar la catástrofe y ofrecer una salida antes de que Oriente Medio, y con él el mundo entero, pague el precio definitivo del autoengaño colectivo.