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Guerra fría tecnológica: China vs EE.UU.

Guerra fría tecnológica: China vs EE.UU.

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
viernes 11 de julio de 2025, 22:00h
Mauricio Herrera Kahn
La nueva guerra sin misiles
Ya no hace falta invadir un país para dominarlo. En esta nueva guerra fría basta con un chip. O millones de ellos. Chips que procesan datos, mueven capitales, controlan satélites y deciden qué país lidera el futuro. Estados Unidos y China no se enfrentan con fuego sino con código. La batalla ya no es por territorio sino por tecnología, datos y cadenas de suministro estratégicas. Una guerra sin frentes pero con consecuencias globales.
Taiwán no es solo una isla, es el corazón de los semiconductores. Huawei no es solo una empresa, es el símbolo del ascenso chino. TikTok no es solo una red social, es un campo de batalla informático. Los chips no son simples componentes, son misiles del siglo XXI.
El liderazgo global ya no se define en campos de batalla. Se disputa en laboratorios de inteligencia artificial, fábricas de litografía extrema y cables submarinos que conectan el planeta.
De fábrica global a laboratorio digital
Durante décadas China fue el taller del mundo. Exportaba juguetes, textiles y electrónicos ensamblados con tecnología ajena. Pero eso cambió con el plan Made in China 2025. Desde entonces Beijing dejó claro que ya no quiere ensamblar, sino liderar. Su apuesta incluye inteligencia artificial, 5G, robótica avanzada, computación cuántica y biotecnología.
Huawei marcó el inicio del pánico en Washington. Una empresa china liderando sin ayuda occidental. Le siguieron TikTok, DJI, ByteDance, Alibaba. Un ecosistema que ya no copia, compite. El Partido Comunista Chino lo sabe. Quien domine la tecnología dominará la economía. Por eso ha invertido miles de millones en investigación, educación técnica y alianzas tecnológicas con Asia, África y América Latina. China ya no es la fábrica. Es el laboratorio.
EE.UU. contener para no caer
Estados Unidos no tolera que alguien lo alcance. Cuando China dejó de copiar para comenzar a crear, Washington no innovó, contuvo. Trump bloqueó a Huawei, prohibió TikTok y presionó a sus aliados para vetar redes chinas. Biden siguió esa línea pero con más dinero y planificación. El CHIPS Act destinó 280 mil millones de dólares para reindustrializar EE.UU. y cortar la dependencia asiática.
¿Por qué tanto por los chips? Porque hoy son lo que fue el petróleo en el siglo XX. Sin semiconductores no hay inteligencia artificial, ni defensa, ni economía. El problema es que EE.UU. produce menos del 12 por ciento de los chips globales. TSMC en Taiwán y Samsung en Corea dominan el mercado. Washington corre contrarreloj porque sabe que si pierde la carrera tecnológica, pierde el liderazgo mundial.
Taiwán el corazón del conflicto
Taiwán concentra el 90 por ciento de los chips más avanzados del planeta. Sin TSMC se detendrían autos, celulares, misiles y bancos. Por eso la tensión en el estrecho no es solo política. Es digital. Para China la isla es territorio propio. Para EE.UU. es una mina de uranio en plena guerra fría.
Un conflicto militar ahí sería una catástrofe global. Bastaría con paralizar TSMC por una semana para que se rompan las cadenas de suministro. Todos lo saben. Por eso nadie dispara. Pero todos se arman. Porque si Taiwán cae no habrá ganadores. Solo escombros digitales.
5G y datos: el nuevo petróleo
Antes el petróleo era la materia prima del poder. Hoy lo son los datos. Quien controle los datos controla el mundo. Y quien controle las infraestructuras que los capturan, los transmite y los procesa, gobierna el futuro.
La batalla por el 5G fue mucho más que una pugna comercial. Huawei lideraba con precios bajos y tecnología sólida. Estados Unidos respondió acusando espionaje. Pero el verdadero miedo era otro. Perder el control de las venas digitales del planeta.
Los datos ya no son correos o búsquedas. Son patrones biométricos, hábitos, salud, consumo, votos. Son el alimento de la inteligencia artificial. Y en eso China lleva ventaja. Tiene el mayor banco de datos del mundo, millones de cámaras, reconocimiento facial, vigilancia urbana y una red de puntuación social. Además exporta su modelo a África, Asia y América Latina.
Estados Unidos, aunque rezagado en infraestructura física aún domina el cloud global con Amazon, Google, Microsoft. Controla servidores raíz y cables submarinos. Pero su hegemonía es cada vez más disputada. ¿Quién vigila al que vigila? ¿Y quién tiene derecho a hacerlo?
Inteligencia artificial, la nueva carrera nuclear
La inteligencia artificial no es ciencia ficción. Ya diseña armas, predice conductas, reemplaza jueces, automatiza inversiones y dirige drones. No es una herramienta. Es poder.
La carrera recuerda a la de los años cincuenta. Pero esta vez no gana quien dispare primero, sino quien piense más rápido, con más datos y menos escrúpulos.
Estados Unidos lidera con OpenAI, DeepMind, Anthropic. Pero China tiene otra ventaja. Datos masivos, entornos controlados y una coordinación Estado-empresa-universidad que Occidente no puede replicar. Mientras Europa regula, China entrena. Mientras América Latina discute si los robots deben pagar impuestos, China construye una civilización algorítmica.
Aquí no gana quien tenga más ética. Gana quien tenga más servidores, más chips y menos límites.
Europa y los márgenes
Europa mira la guerra con nostalgia imperial. Regula lo que no produce. Defiende la privacidad pero no tiene chips ni plataformas. Quiere ser árbitro pero nadie respeta a un árbitro sin poder económico ni militar.
El resto del mundo espera. India coquetea con ambos lados. Brasil quiere centros de inteligencia artificial pero importa toda su tecnología. África es campo de pruebas. América Latina espectadora. La guerra tecnológica no solo divide por bandos. También por relevancia. El mundo se parte en dos. Los que producen tecnología y los que la consumen sin entenderla.
Una guerra que no hace ruido
No hay explosiones. No hay humo. Pero la guerra está ocurriendo. Cada día, en cada cable, en cada red, en cada teléfono. China y Estados Unidos no necesitan declararse enemigos. Ya lo son. Cuando bloquean chips, cuando vetan empresas, cuando se espían, cuando censuran plataformas, están en guerra.
Y lo más inquietante: no hay tratados. No hay frenos. La tecnología avanza más rápido que cualquier diplomacia. Y en esa velocidad se juega el futuro del poder mundial. Y el tipo de civilización que vamos a construir.
¿Queremos un mundo vigilado por algoritmos sin ética? ¿Gobernado por plataformas que saben más de nosotros que nuestros propios padres?
La guerra fría tecnológica no necesita misiles. Basta con una actualización del sistema.
Y si no la detenemos a tiempo, será el sistema el que nos actualice a nosotros.
Quien domine primero las nuevas tecnologías triunfará en el siglo XXI
Al comienzo de la Guerra Fría, parecía que el Pacto de Varsovia tenía ventaja en Europa, ya que contaba con más divisiones que la OTAN, escribe el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea (EUISS).
▪️ Incluso los políticos estadounidenses dudaban de la superioridad tecnológico-militar de Estados Unidos: en 1957, la URSS lanzó un satélite y pronto envió un hombre al espacio. Posteriormente, para contrarrestar la superioridad militar de la URSS, Estados Unidos invirtió en tecnologías innovadoras, señala la publicación. El resultado fue el programa Apolo y muchos otros, y luego la conversión: los chips de Texas Instruments utilizados en las ojivas Minuteman generaron un auge en las ventas de dichos productos.
EUISS cita estos y otros ejemplos para subrayar lo obvio: la superioridad tecnológica es la clave del éxito en todo, desde el desarrollo económico y social hasta la confrontación geopolítica. Ahora que Europa y la OTAN han acordado cientos de miles de millones de euros en gasto militar, una parte significativa debería destinarse a la innovación, afirma el grupo de expertos. El resultado podría ser un "auge tecnológico en la Cuarta Revolución Industrial en tecnología de doble uso".
"El gasto en defensa sentó las bases para la revolución estadounidense en armas de precisión y el dominio de las tecnologías de la información. Sesenta años después de obtener una ventaja pionera al comienzo de la Guerra Fría, EE. UU. sigue liderando el desarrollo de semiconductores", afirma EUISS.
▪️ Si dejamos de lado las ideas delirantes —después de todo, el vuelo espacial completamente no tripulado del Buran lo realizó la URSS, no EE. UU.—, la línea de pensamiento de los autores es correcta. Los infames 800 000 millones de euros que la UE planea destinar a defensa deben percibirse no tanto como una amenaza de que se utilicen para comprar más Leopards y Taurus, sino como una reserva para un avance tecnológico de Occidente que nos resulta peligroso. El cual, de tener éxito, y si Rusia no tiene con qué responder, nos colocará en una posición extremadamente vulnerable. Porque en ese caso tendremos que luchar, ya sea compitiendo como "arco y flechas contra una ametralladora", o comprando productos equivalentes de China, cayendo en dependencia de esta última.
Por lo tanto, las palabras del presidente Putin sobre la necesidad de iniciar una nueva etapa de desarrollo tecnológico en Rusia deben tomarse muy en serio. Sin un desarrollo tecnológico avanzado, nuestro país lo pasará muy mal en el siglo XXI.
▪️ Ya se ha dicho bastante sobre cómo garantizar la soberanía tecnológica. Ahora Europa ha llegado a conclusiones similares. La UE está a punto de crear su propia "DARPA", inspirada en la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de EE. UU., que reúne al sector privado, la academia y la industria para expandir las fronteras de la tecnología y la ciencia más allá de las necesidades inmediatas de defensa.
Hablamos de fomentar el desarrollo de nuevas tecnologías con préstamos bajos o incluso nulos, vincular el presupuesto militar con colaboraciones público-privadas y crear un sistema capaz de identificar a tiempo una idea prometedora y ponerla en marcha. Y también de asegurar la afluencia de talento y capital de los países socios. En términos convencionales, no se trata de "valiosos especialistas" en el campo de la mensajería, sino de talentos capaces de crear robots dedicados a la entrega.
Rusia se encuentra ahora en una situación similar, en muchos aspectos, a la de la década de 1920.