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Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Algunos institutos demoscópicos han comenzado a anticipar una posible distribución de diputados por partidos como resultado de la estimación de votos prevista para las elecciones del 20-D. Tarea no obstante un tanto ilusoria a tenor de las muestras que manejan en sus encuestas, cuyo tamaño, que puede ser representativo para computar porcentajes de votos a nivel nacional, no permiten asignar con exactitud el último escaño de cada provincia o circunscripción electoral, condicionado por la Ley d’Hont, cosa muy distinta de estimar solo cuántos electores votarán y a qué formaciones políticas.

Y ello con independencia del gran número de indecisos existentes y de las notables diferencias, sin duda interesadas, que dentro de la llamada ‘guerra de las encuestas’ proponen sus respectivos autores. Significativa al respecto es la reciente aclaración realizada en la Cadena COPE por Manuel Mostaza, director de Operaciones de Sigma Dos, sobre  los datos recogidos, por ejemplo, en la última encuesta del CIS: “Ni PP y PSOE están tan arriba, ni Podemos y Ciudadanos tan abajo”.

La última encuesta del barómetro continuo que GAD3 viene realizando para el diario conservador ABC, ya intenta vender -creemos que con poco éxito- un increíble sostenimiento del PP y del PSOE, al tiempo que parece querer devaluar las expectativas de Ciudadanos y Podemos. Así, el pasado 23 de noviembre apuntaba a una más que dudosa recuperación del bipartidismo con los siguientes repartos de votos y escaños: PP 28,5% de los votos (129 diputados), PSOE 22,8% (93 diputados), Ciudadanos 16,4% (52 diputados) y Podemos 15,6% (44 diputados). Una estimación sin duda arriesgada, sobre todo en cuanto a la representación parlamentaria, si consideramos que la muestra de dichos estudios tan solo alcanza las 1.200 entrevistas a nivel nacional...

Por otra parte, la publicación paralela del Barómetro Político Semanal de TNS Demoscopia realizado para Antena 3TV (23/11/2015), que también evalúa de forma continua el pulso político de España a través de las expectativas de voto a las principales fuerzas políticas en el supuesto de unas elecciones generales inmediatas, que es donde estamos, recogía los siguientes resultados: PP 27,4% de votos; Ciudadanos 21,3%; PSOE 20,6%; Podemos 14,3%; IU 4,3% y UPyD 0,2%. Con independencia de que reconfirmara la mejor valoración-imagen global del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, a notable distancia de todos sus competidores.

En cualquier caso, la tendencia general de todas las encuestas sobre opiniones y actitudes electorales publicadas en las últimas semanas, sí que permite confirmar efectivamente la caída del bipartidismo, a pesar de los esfuerzos del PP y del PSOE para trasladar a la opinión pública una realidad contraria. La consolidación de Ciudadanos y de Podemos como partidos nacionales con un porcentaje de votos superior al 15%, evitando con ello el castigo que el sistema vigente de adjudicación de escaños inflige a los partidos con menos apoyo en las urnas (caso en el que se encuentran IU, UPyD, Vox…), dibuja un teatro sobre hipótesis de Gobierno absolutamente abierto en contra de lo que sucedía con el tradicional enfrentamiento mayoritario entre  PP y PSOE.


Junto a esta novedad esencial en el nuevo escenario político -de juego abierto al menos a cuatro partidos nacionales-, hay que considerar también el debilitamiento de las fuerzas políticas de exclusivo ámbito autonómico como ‘bisagras’ a la hora de conformar las mayorías de gobierno nacional, cuyas exigencias políticas -a veces rayanas en el chantajismo- y nocivo efecto sobre la fortaleza del Estado han venido siendo tan notables. Un papel de dependencia periférica que ahora se muestra innecesario, permitiendo, al menos en teoría, contener los excesos autonómicos.

Ahora, la horquilla de escaños para los cuatro partidos nacionales que plantea la última encuesta de Sigma Dos es de 112-115 para el PP, 77-79 para el PSOE, 73-75 para Ciudadanos y 42-44 para Podemos. Tomados estos posibles resultados con la debida cautela, porque tampoco se compadecen claramente con los correspondientes apoyos en votos (27,3% PP, 21,4% Ciudadanos, 20,3% PSOE y 15,7% Podemos), generarían aritméticamente cinco posibilidades de gobierno sin un exacto orden de prioridad:

  1. Gobierno de coalición PP+Ciudadanos, con mayoría absoluta conjunta (entre 185 y 190 escaños), rechazado a priori por el líder de Ciudadanos que aspira directamente a gobernar o a mantenerse en la oposición apoyando las políticas de Estado. Aunque la suma de votos que apunta Sigma Dos (el 48,7%) es una posibilidad poco entendible a tenor de la situación de crisis y del malestar patente en el cuerpo electoral, puesto que tal resultado comportaría un apoyo ciudadano a las políticas conservadoras creciente en vez de menguante (es muy posible que se trate de un porcentaje maquillado).
  2. Gobierno en minoría del PP con apoyo externo de Ciudadanos. Permitiría la investidura presidencial de Rajoy (o de otro candidato/a popular) y evitar la debacle del PP de forma inmediata. Esta solución podría acreditar a Ciudadanos como partido estabilizador del sistema mientras consolida posiciones territoriales y adquiere la experiencia política nacional que le falta, pudiendo ocupar incluso puestos de relevancia en el sector público y otros organismos del Estado, pero no sin correr el riesgo de decepcionar a su electorado.
  3. Gobierno de coalición PP+PSOE, también con mayoría absoluta de escaños (entre 189 y 194). Una posibilidad extremadamente difícil de entender por sus respectivas bases, sobre todo por las socialistas, aunque se presentase como una ‘gran coalición’ a la alemana.
  4. Gobierno en minoría del PP con apoyo externo del PSOE. Poco probable porque siempre tendría prevalencia la opción de algún tipo de acuerdo PP/Ciudadanos; pero, en su caso, también evitaría la caída definitiva del bipartidismo y la debacle conjunta de populares y socialistas de forma inmediata. De hecho, si Pedro Sánchez pierde demasiados escaños sobre los 110 que consiguió Rubalcaba en 2011 sin ser capaz de propiciar alguna forma de gobierno, su caída parece cantada.
  5. Gobierno tripartito PSOE+Ciudadanos+Podemos. También con mayoría parlamentaria absoluta aún más sólida (192-198 escaños), pero tan poco entendible como la opción anterior.

Con independencia de estas posibilidades, la fragmentación y volatilidad del voto y el alto porcentaje de electores indecisos hasta el último momento (con más de un 10% decidiendo su voto el mismo 20-D), aún pueden dar lugar a otras alternativas para la formación del nuevo Gobierno. Entre ellas un Gobierno de Ciudadanos, si esta formación superase en votos al PSOE y mejorase su posición con respecto al PP, bien coaligado con los populares o los socialistas o contando sólo con sus apoyos externos.

Además, el comportamiento electoral último, hoy verdaderamente propicio a pronunciarse de forma revulsiva, quizás pueda generar alternativas de gobierno más inesperadas y verdaderamente preocupantes. Por ejemplo, un Gobierno ‘progresista’ o ‘frente-populista’, si la suma del PSOE con otras fuerzas de izquierda (Podemos, IU, Amaiur…) alcanzara la mayoría suficiente, u otro no menos alarmante de corte ‘federalista’, apoyado por las mismas fuerzas que el anterior pero añadiendo partidos soberanistas como ERC y el PNV...

En cualquier caso, los resultados definitivos marcarán con claridad el nivel de castigo electoral a las dos opciones del actual sistema bipartidista, PP y PSOE. Y esto tendrá que ser considerado de forma inteligente por los demás partidos que obtengan representación parlamentaria, y en especial por los emergentes (Ciudadanos y Podemos) a la hora de prestar apoyos a uno u otro.

Dicen que el electorado, en su conjunto, siempre vota sabiamente. Nosotros creemos que no es así y que el votante español se deja arrastrar demasiado por la comodidad, las emociones y las circunstancias del momento, con independencia de estar condicionado por un sistema electoral que, al fin y al cabo, genera en la sociedad demasiadas insatisfacciones (se echa en falta una ‘segunda vuelta’ que permita reconducir lo votado como primera opción de forma más eficaz y representativa).

Por eso, en el fondo, nuestra ley electoral tiene el grave inconveniente de terminar sirviendo antes para echar al gobernante indeseado que para que gobierne el mejor partido o el mejor candidato posible, es decir de ser más útil para destruir que para construir.

Ahora, se puede ir más allá de sustituir al PP por el PSOE o viceversa, entrando en una etapa política de consensos obligados que, entre otras cosas, debería permitir las reformas hasta ahora negadas por ambos partidos y perfeccionar el modelo de convivencia en términos de mayor y mejor representatividad y por tanto de más eficacia política. Una vía que solo parece tener un nombre: Ciudadanos.

Ya veremos cómo se termina de votar el 20-D y si los electores quieren más de lo mismo, o si prefieren un cambio de aires en la política española.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

La Unión Europea, acompañada o no de Estados Unidos, potencias que han sido extremadamente diligentes en sancionar a Rusia (otro país europeo) de forma más que discutible con motivo del conflicto de Ucrania, deben obligar a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos a que luchen activamente contra el terrorismo yihadista (que amparan de forma más abierta que soterrada) y a que utilicen su ingente riqueza para estabilizar Oriente Medio en el plano social y económico, evitando la invasión europea por parte de quienes huyen de sus guerras regionales.

Tras la terrorífica noche parisina del pasado 13 de noviembre, precedida de los atentados yihadistas contra la redacción de la revista francesaCharlie Hebdoy otro objetivos terroristas perpetradosa primeros de año (7 de enero), no han faltado declaraciones políticas de condena, expresiones de solidaridad con las víctimas ni frases más o menos grandilocuentes, con gran carga de humanismo y civilidad. No obstante, pronto quedarán en el olvido, como ya ha ocurrido en ocasiones precedentes.

Y claro está que esta misma cadena de hechos y pronunciamientos volverá a producirse nuevamente, cuando el terrorismo que la provoca tenga por conveniente atacar con otro atentado del mismo corte irracional. Así ha funcionado esta barbarie del terror con inapelable sistemática en todas sus manifestaciones históricas: desde las estalinistas hasta las etarras, pasando por las nazis, las de las FARC o las talibanes…

Esos actos deleznablesatentan contra la dignidad de toda la humanidad, aterran efectivamente al conjunto de la sociedad y generan en ella unshocky una angustia vital que, por su propia incomodidad, se tiende a tragar y olvidarcon tanta rapidez como sea posible… hasta su siguiente edición. Y dejando por tanto el tratamiento político de tan grave cuestión en manos de quienes vengan detrás, que no se van a dar por concernidos con la realidad previa a sus responsabilidades políticas.

Así, en el fondo, casi nadie quiere coger el toro por los cuernos, aferrándose de forma expresa al conocido dicho de que ‘el que venga detrás que arree’. Y lo cierto es que hay que tener un pelaje político muy duro para decidir las respuestas adecuadas y asumir las consecuencias correspondientes (como hace Vladimir Putin, ahora seguido -a la fuerza ahorcan- por François Hollande); razón última por la que los gobiernos europeosno encaran el problema con el realismo necesario, evitando sobrepasar las declaraciones y sentenciaspolíticas brillantes consideradas estúpidamente ‘correctas’.

En esta ocasión, y quizás porque le conviniera para ganar protagonismo electoral, Podemos ha lanzado una idea de urgencia sobre el problema yihadista, aunque pobre y sin profundizar en el fondo de la cuestión, y por tanto errada. Los demás partidos ni siquiera se atreven a eso, prefiriendo nadar y guardar la ropa para no perjudicar su posición ante las elecciones del 20-D (puede que consigan todo lo contrario y que los más críticos con el yihadismo sean los más votados).

Como ejemplo de ese ‘ten con ten’ que jamás solucionará el problema del terrorismo yihadista (antes lo consolidará), el partido de Pablo Iglesias ha hecho públicos los siete puntos que integran su propuesta de 'Consejo de Paz' (¿¿??), entre los que destacan un embargo de armas y ‘proteger’ a los refugiados que huyen de los conflictos, junto a otras cinco medidas todavía másinconsistentes. Todo ello después de que el líder de Podemos, apoyado nada menos que por todo un ex Jefe de Estado Mayor de la Defensa, subrayara que tras los atentados de París “no toca hablar de venganza sino de valores democráticos”, afirmando no identificarse con el pacto antiyihadista firmado inicialmente por el PP y el PSOE (un ejemplo bien palpable de cobardía política e insolidaridad nacional).

Pablo Iglesias refirmaba también su particular farfolla dialéctica ante la gravísima amenaza del ISIS (o Daesh) haciendo otro llamamiento‘buenista’ másal Gobierno para enfrentarla “de forma unitaria y acorde con los valores democráticos de nuestra sociedad” (absolutamente opuestos al islamismo).Y, puesto a tirar con pólvora ajena, pontificando: “Estamos ante un desafío que requiere a la vez incrementar la eficacia de la acción del Estado y reafirmar un compromiso incuestionable con la democracia y los derechos humanos, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras”

Pero, ¿de qué derechos humanos habla Iglesias…? ¿De los de los islamistas que no creen en ellos ni en la democracia porque se lo impide su religión, o de los que el islamismo radical niega a sus víctimas…?

Lo malo, dejando aparte su torpe posición oportunista, es que en el fondo las bases teóricas que marca Podemos para afrontar el yihadismo no difieren demasiado de las ya argumentadas por otros partidos, ni de las políticas ineficaces que en este terreno llevan a cabo la mayor parte de los países europeos. Son, también, un conjunto de buenas intenciones sin desarrollo alguno, útil sobre todo para enredar y mostrarse insolidario con las víctimas de la yihad islámica, mediante ideas de corte ‘zapateril’, como crear eseinexplicado ‘Consejo de Paz’ mientras se asesina a mansalva por las calles de París, Londres, Madrid o Nueva York. Dicho de otra forma, ‘hagamos la paz mientras nos hacen la guerra’…

No es nuestra intención dar aquí soluciones ante las amenazas de la guerrayihadista, sobre todo cuando ni siquiera se quiere aceptar la evidencia práctica de su declaración por parte del enemigo, y porque la única que conocemos una vez llegados a esa realidad bélica es asumirla y ganarla. Si no se quiere responder a la guerra con la guerra, sino con la paz, habrá que sufrir su última consecuencia: la derrota propia.

Pero a la gente de Podemos, que en su infantilismo (tan oportunista como falso) abogan sólo por una estrategia de protección a los refugiados y en la actuación contra las mafias que trafican con personas, aspectos del caso que tampoco vamos a afearles, hay que decirle que si tienen valor, que no lo tienen, empiecen por lanzar ese mensaje a la cara de Arabia Saudí, de los Emiratos Árabes Unidos y de los demás países islámicos que nadan en la opulencia de los petrodólares, forzando a que sean ellos los primeros en mostrarse solidarios con sus hermanos de cultura y religión, acogiéndolos en sus propios y extensos territorios cuya riqueza natural -que no es de los jequessino de sus habitantes- da para eso y para muchísimo más.

Y también que empiecen a reprochar a esos mismos jeques árabes las ayudas que prestan de forma encubierta a los yihadistas, quizás para que se vuelvan contra los europeos antes que contra ellos. Otra cosa es que se encarasen de nuevo contra Estados Unidos, país que, cuando le tocan lo suyo, se las gasta de otra forma.

Paréntesis: Sólo en el poblado de Mina, Arabia Saudí dispone de cientos de miles confortables tiendas de campaña (con aire acondicionado y servicios sanitarios de todo tipo) para alojar a más de tres millones de musulmanes en peregrinación a La Meca, que podría acoger a los hermanos en dios y en cultura que huyen de las guerras en Siria e Irak hasta que puedan rehacer sus vidas…

Pero Podemos y el resto de quienes pretenden enfrentarse al yihadismo con argumentos y propuestas ‘buenistas’, pensando estúpidamente que sus integrantes son personas asimilable al sistema democrático occidental, cuando en realidad lo odian profundamente y lo quieren aniquilar, se deberían encarar sobre todocon las autoridades religiosas del Islam para que sean ellas quienes metan en cintura a sus desviados hijos asesinos. Porque si estos matan en el nombre de Alá, deberán ser sus representantes terrenales (los imanes o religiosos de profesión) quienes les sometan con las fatwas correspondientes y con todos los medios a su alcance. Lo demás son cuentos chinos.

Y lo curioso del caso es que hasta la iglesia católica defienda lecturas amables del Corán, aunque éste sea a todas luces profundamente violento, inhumano y perseguidor del resto de las religiones. Esa es otra paradoja que, en no muchas generaciones, podrá acabar con el cristianismo. Gloria a los idiotas que creen en la tolerancia del Islam, y honor a los más torpes todavía que arremetieron contra los líderes árabes de corte laicista (como Saddam, Mubarak, Gadafi…) para que fueran sustituidos por la canalla del ISIS…

Ya está bien de bromitas políticas, de alharacas democráticas falsas (como las de Podemos y otras formaciones políticas de izquierdas), de tolerar a los niños malos del Islam las horribles aberraciones que practican y de difundir la falsa idea de que hay islamistas tolerantes con otras religiones distintas de la suya.Si este islamismo ‘bueno’ existiera, su jerarquía (los imanes y en su defecto los jeques que les financian) debería tomar partido claro y práctico en esta guerra intolerable y dejar de consentir que se mate como se mata en nombre de su dios.

La pasividad tolerante ante la barbarie yihadista se tendrá que terminar de responder no con una ‘alianza de civilizaciones’, imposible mientras una de ellas asimile la política a la religión y niegue a ultranza sistemas de convivencia social distintos del propio, ni con la reconversión de quienes profesan otras religiones obviamente incompatibles con las occidentales, sino con un enfrentamiento total y con su expulsión de Europa a punta de bayoneta. Al final todos tendremos que posicionarnos al lado de los bárbaros o al de los civilizados, mientras quienes queden entre dos aguas sufrirán -como siempre ha sucedido- el desprecio y el castigode unos y otros: o bárbaros o civilizados, pero no bárbaros para asesinar y civilizados para proteger a los asesinos.

Los islamistas radicales ganan sobradamente a los demócratas en una cosa: están dispuestos a morir por su fe y su religión -la única y verdadera- y a morir matando infieles (seres inferiores), es decir al resto del mundo. Dicho bastamente, a unos les sobran los redaños que les faltan a los otros, razón importante para que, tarde o temprano, los unos terminen aniquilando a los otros.

La realidad avanza. Hace un año (el 12 de octubre de 2014), advertíamos en una extensa y documentada Newsletter cómo Europa se deja invadir abiertamente por el islamismo radical mientras lo combate sin éxito en Oriente Medio.Ahora recomendamos su lectura (o su nueva lectura) aunque la realidad que refleja ponga los pelos de punta, o precisamente por eso. Y en especial a los ‘buenistas’ de corazón, que son los más indocumentados al respecto (sólo hay que pinchar sobre el subrayado del enlace).

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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Cuando a principios de noviembre hablábamos de las últimas razones por las que Rajoy y el PP iban a perder el Gobierno, advertíamos que su torpe inmovilismo político aún se podría culminar, más a más, con la presentación de unas listas electorales para el 20-D de verdadera ‘traca’. Aquel apunte era una mera premonición -alimentada por el desprestigio del partido y por la forma en la que los populares se gobiernan internamente-, que ahora se ha convertido en otra evidencia lamentable.

Es cierto que, excluyendo a Ciudadanos -cuya etiqueta de ser un partido limpio y reformista parece gozar por sí misma del favor de los votantes-, las demás formaciones políticas tampoco ofrecen candidaturas electorales atractivas. Una realidad derivada del sistema partitocrático vigente -sin listas abiertas-, del error de suponer que el arrastre de los votos se debe sobre todo a las siglas -sin importar quienes las representan- y de la mala imagen social de la política, aspectos que perjudican la participación activa de los ciudadanos mejor preparados para el servicio público.

Pero, aun así, dentro del PP, partido que presume de contar nada menos que con 865.000 afiliados (cuatro veces más que el PSOE), hay suficiente gente preparada, bastante conocida y dispuesta para conformar unas listas electorales de recibo. Y más todavía si se invitara a participar en ellas a simpatizantes no afiliados de prestigio profesional y palpable relevancia social con mucho que aportar en el ámbito parlamentario: eso es lo que el marketing electoral más primario aconsejaría entreverar junto a sus líderes políticos o núcleo duro de la organización, sin excluir el pre-test de candidatos, al igual que se testan, por ejemplo, los slogans, envases o productos comerciales en el ámbito más ordinario del marketing intensivo.

En sentido contrario, lo impropio es incluir en los puestos más destacados de las candidaturas a personas ya quemadas o súper amortizadas, e incluso fracasadas o que se han comportado como simples ‘floreros’ allí donde han tenido algún cargo o responsabilidad política. Y esta inclusión de gente con una imagen pública desfavorable, o simplemente desconocida y sin valores objetivos contrastados, es la que caracteriza las listas electorales del PP para el 20-D, justo en un momento crítico en términos de futuro y tras continuos tropiezos en todos los comicios celebrados a partir del 20-N (europeos, municipales y autonómicos).

Para las listas electorales no debería valer cualquiera, ni su mejor mérito debe ser tampoco el de la amistad personal con el Dedo Divino que las sanciona o el de formar parte de las camarillas que le rodean. Y en las candidaturas para el 20-D del PP, que además de ser el partido que puede perder el Gobierno también puede caer en una crisis de demolición sin precedentes, hay mucho ‘número uno’ sin la menor justificación razonable, junto a otros verdaderos ‘espanta-votos’ enmascarados en puestos menos relevantes pero con el mismo efecto de rechazo social. Puestos a elegir los candidatos electorales a dedo, que es como de verdad se eligen en el PP, óptese entonces por quienes verdaderamente lo merezcan y sean más útiles en su función de representación parlamentaria.


Puede ser de mala educación señalar abiertamente a este tipo de personas convertidas en contumaces chupa-escaños incapaces de reconocer su poca categoría política y su escasa capacidad de liderazgo social, amparadas sólo en que las siglas del partido tiren de lo suyo. Pero ahí están bien visibles como cabeceras de listas provinciales después de haber sido los ministros peor valorados por los españoles desde la Transición. Veámoslos:

Jorge Fernández Díaz, número uno por Barcelona

Un auténtico ministro ‘pisacharcos’ y con una imagen pública de vergüenza ajena, que comenzó su vida política nada menos que en 1978 como delegado provincial de Trabajo con UCD, siendo después gobernador civil de Asturias y de Barcelona y abandonando su partido deprisa y corriendo cuando se anunciaba su derrumbamiento para instalarse en el CDS sin éxito alguno y desembarcar a continuación en Alianza Popular, desde donde colaboró oscuramente con el ‘pujolismo’, como desveló en su momento Javier de la Rosa.

Durante las cinco legislaturas que ocupó escaño de opositor en el Ayuntamiento de Barcelona, en el Parlamento de Cataluña y en el Congreso de los Diputados, nunca hizo nada digno de mención. Como tampoco brilló lo más mínimo como secretario de Estado para las Administraciones Públicas (1996-1999), de Educación, Universidades, Investigación y Desarrollo (1999-2000) y de Relaciones con las Cortes (2000-2004). Eso sí, es el padre espiritual del atropello democrático que supone la llamada ‘Ley Mordaza’, de las concertinas salvajes instaladas en la frontera con Marruecos para impedir la entrada de inmigrantes y de sus devoluciones ‘en caliente’, e incansable látigo de las mujeres pro-abortistas. ¿Quién puede votar hoy en día a este personaje para que siga abrumando a medio mundo con su carcunda política…?

José Manuel García-Margallo, número uno por Alicante

Este es otro ejemplo de político lamentablemente imperecedero que en 1974 ya colaboró con el Ministerio de Hacienda franquista antes de pertenecer de forma sucesiva a UCD, al PDP y al PP. Nacido en Madrid, y con 71 años cumpliditos, no se sabe por qué razón encabeza la lista de Alicante, donde no hay razón alguna para votarle, máxime cuando el ministro Montoro, le acaba de acusar en público de ser un “rehén de su arrogancia intelectual”.

Claro está que el hasta ahora ministro de Asuntos Exteriores también se despachó a gusto tildando a su compañero del alma poco menos que de analfabeto… Todo un espectáculo -sin entrar en más detalles- ideal para dar votos a la competencia.

Fátima Báñez, número uno por Huelva

Además de ser una ministra muy mal valorada por los electores, como el conjunto del Gobierno de Rajoy, es sin duda alguna la más odiada en los medios laborales. Quizás esa fue la causa de que en las pasadas elecciones andaluzas el PP perdiera en su circunscripción de Huelva dos de los cinco escaños autonómicos que tenía. Un batacazo que con Fátima Báñez todavía más visible, será lógico que vaya a más.

Cuando al inicio de la legislatura Báñez asumió la cartera de Trabajo y Seguridad Social, el paro constituía el primer problema para los españoles y hoy sigue siéndolo, pero tras cuatro años de un intenso sufrimiento social centrado en las clases más desfavorecidas contra las que se ha cargado la gestión de la crisis. No es presumible que esos españoles tan perjudicados vayan a votar precisamente -en Huelva ni en ningún otro sitio- a la principal responsable de la reforma laboral que les está consumiendo.

José Manuel Soria, número uno por Las Palmas

Si hay alguien culpable de la decadencia del PP en Canarias, no es otra persona que José Manuel Soria. Su última torpeza en la política local fue romper en 2010 el Gobierno PP-CC, tan solo porque Coalición Canaria apoyó razonablemente en el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado presentados por el Gobierno del PSOE, calculando de forma errónea que eso hundiría a los nacionalistas canarios, que hoy, y desde hace muchos, años siguen gobernando en la Comunidad Autónoma.

Peor todavía es que, como titular de Industria, Energía y Turismo, el ahora cabeza de lista del PP por Las Palmas haya sido incapaz de prestar la más mínima atención a los problemas canarios en las materias que han sido de su incumbencia ministerial. Bien al contrario, sus paisanos tuvieron que reaccionar con dureza a la amenaza que suponía para su modelo de desarrollo económico las prospecciones petrolíferas que forzó en sus aguas territoriales.

Rafael Catalá, número uno por Cuenca

Nacido en Madrid y totalmente desconocido en España hasta que en septiembre de 2014 fue nombrado ministro de Justicia, nada le vincula a Cuenca ni por lo más remoto, ni -por lo desconocido- nadie le tiene allí el menor aprecio personal. Si lo que pretende Rajoy al designar a Catalá como cabeza de lista por Cuenca es que el PP pierda al menos uno de los dos escaños conseguidos en las elecciones de 2011 (de tres en juego), puede darlo por conseguido.

Ana Pastor, número uno por Pontevedra

La lealtad personal de Ana Pastor hacia Rajoy (su mentor político) y su capacidad de trabajo, hacen comprensible su designación como cabeza de lista por Pontevedra, provincia de la que es natural (al igual que Rajoy). Pero esa vinculación tan directa con el presidente del Gobierno (que es el peor valorado socialmente desde la Transición), puede ser también la que haga imposible mantener los actuales cuatro escaños del PP en Pontevedra, territorio que no ha disfrutado de la menor atención por parte de la Presidencia del Gobierno ni del Ministerio de Fomento.

El caso de Soraya Sáenz de Santamaría, colocada de número dos por Madrid, es igual de entendible en términos personales y de coherencia política. Pero eso no obsta para recordar que, como todos los miembros del Gobierno, también ha sido desaprobada de forma radical por los votantes.

Cristóbal Montoro es otro ejemplo de ministro chupa-escaños dado su total desprestigio a nivel nacional y su incapacidad manifiesta para evitar la fuga de votos del PP. En Jaén, su provincia de origen, no le han admitido en las listas de ninguna de las maneras (al igual que ha sucedido en Sevilla), aunque ha logrado lastrar las de Madrid en una posición destacada.

Poco hay que objetar a la nominación del ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, como número uno por Vizcaya, ni a la del ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, por Palencia, aunque éste podía haber encajado mejor por Madrid que como diputado lanzado en paracaídas donde no le conoce nadie. Ambos políticos, desembarcados a última hora en el fracasado Gobierno de Rajoy, siguen siendo valores de futuro para el PP.

Por razones personales distintas, dos ministros de Rajoy, Luis de Guindos y Pedro Morenés, han decidido apearse de los carteles electorales: serán los menos dolidos tras el previsible fracaso electoral del partido. Mientras la última titular del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, ha sido metida a empujones en la candidatura de Madrid, donde a pesar de su rango político es una perfecta desconocida…

En cuanto a otras cabezas electorales, también merece la pena destacar la colocación de María Dolores de Cospedal como número uno por Toledo. Habiendo decidido abandonar el Parlamento de Castilla-La Mancha tras perder el Gobierno de la Autonomía, el hecho de que encabece esa lista provincial y no tenga un hueco digno en la de Madrid, poco dice sobre su función como secretaria general del PP. No obstante, está claro que no quiere perder pie en la política nacional para titular un ministerio si vuelve a gobernar Rajoy o para disputar por su sucesión si no lo hace (el dar o no dar previamente votos al partido parece cosa de menor importancia).

Colocados, pues, los incondicionales de Rajoy con la canonjía parlamentaria asegurada, pero con un gran perjuicio a efectos de eficacia electoral, el resto de los primeros puestos provinciales ofrecen poca renovación -salvo casos muy contados- y menos capacidad todavía para entusiasmar a los votantes en un escenario de tanto rechazo social al Gobierno y al partido.

Ahora, el PP sufre el error táctico de no haber sustituido con mayor decisión y acierto a los líderes que se desmoronaron en las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo (y en las anteriores de Andalucía), cuando todavía se contaba con siete meses para acreditar a los nuevos titulares que pudieran frenar la pérdida de votos. Y demostrando, además, que no tiene banquillo, sino más bien una colección de corchos políticos flotantes que taponan la renovación del partido y que lastran su necesaria conexión con la sociedad real.

Ahí están, también como cabezas de listas provinciales, Jesús Posada en Soria, Teófila Martínez en Cádiz, Juan Ignacio Zoido en Sevilla, Carlos Floriano en Cáceres, Rafael Hernando en Almería, Tomás Burgos en Valladolid, José Antonio Bermúdez de Castro en Salamanca, Leopoldo Barreda en Vizcaya, Pablo Matos en Tenerife… O posiciones algo menos relevantes como las de Celia Villalobos en Málaga y Jorge Moragas o Alicia Sánchez-Camacho en Barcelona, Ramón Aguirre en Guadalajara…

Con esta curiosa renovación ‘inmovilista’ (en realidad una falsa renovación), y con los pocos nombres que están donde deben estar de forma razonable (por ejemplo, Fernando Martínez-Maillo de número uno por Zamora o Pablo Casado por Ávila, circunscripciones ambas en todo caso de menor entidad), va a ser muy difícil que el PP no se pegue otro batacazo electoral mortal. Claro está que su principal problema es el número uno del partido por Madrid: Mariano Rajoy.

En 2011, el PP obtuvo 19 escaños de diputados en Madrid de un total de 36. El 20-D no parece fácil que pueda alcanzar 10, entre otras cosas porque la lista es de verdadera traca. Fíjénse quienes son las figuras que pretenden abortar la debacle del partido en la capital del Reino:

  1. Mariano Rajoy Brey
  2. Soraya Sáenz de Santamaría
  3. Isabel García Tejerina
  4. Cristóbal Montoro
  5. Álvaro Nadal
  6. Juan Carlos Vera
  7. José Luis Ayllón
  8. María Teresa de Lara
  9. Carmen Álvarez Arenas
  10. Teófilo de Luis…

Realmente decepcionante. ¿Quién se va a molestar en ir a votar a esta tropa de recalcitrantes fracasados políticos…? Con listas electorales tan poco atractivas, tanto en Madrid como en el resto de las circunscripciones, es fácil prever que muchos votantes conservadores se pasarán fácilmente a Ciudadanos, mientras otros no se molestarán siquiera en ir a votar.

El todopoderoso presidente del PP ha asegurado un cómodo puesto como ‘padres de la Patria’ a todo su equipo del Gobierno, mientras otros barones populares expresamente fracasados en las urnas (como Rita Barberá, Luisa Fernanda Rudi, Alberto Fabra o José Ramón Bauzá), o fósiles andantes que se incorporaron a la política en la prehistoria de la UCD como Juan José Lucas, se fuman un puro ante el 20-D como orondos senadores por designación de sus respectivas comunidades autónomas. Su papel como ‘decorado’ de fondo del aggiornamento popular, es deplorable.

Grave error político el de creer que, en la actual situación crítica del PP, sus siglas van a poderlo todo en la batalla electoral. La foto de Rajoy en Madrid escoltado por sus particulares ‘ayudantes de tuberías’ (Soraya, Cristóbal, Isabel…), que increíblemente parecer ser lo más solvente que puede ofrecer Génova, y sin nadie que se identifique con una nueva forma de comprender la realidad social, se va a pagar muy cara.

Nadie duda que el PP perderá muchos escaños, y con ello el Gobierno (ya veremos si la aritmética parlamentaria impide o no una coalición de corte ‘populista’). Aunque lo peor de todo es que los diputados populares que se mantengan en la poltrona serán precisamente los responsables más directos del fracaso electoral. Con su pan se lo coman.

Fernando J. Muniesa

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Dejando aparte la forma en la que Rajoy ha gestionado la crisis económica y sus efectos sobre la gran masa electoral, no hay que ser muy perspicaz para entender que, como candidato presidencial para la próxima legislatura, nunca podría resolver los graves problemas políticos de España porque ni siquiera ha sido capaz de reconocerlos durante los cuatro años en los queha dispuesto de una mayoría parlamentaria absoluta.

Mientras el PP sigue tratando de colocar en las listas electorales del 20-D a los marianitos y marianitas culpables de su progresiva caída electoral y de su ciego enfrentamiento a las reformas políticas esenciales demandadas por la sociedad española, el partido de Albert Rivera continúa creciendo en las expectativas de voto. Una progresión lenta pero segura en la carrera hacia La Moncloa que ya anunciamos el pasado 25 de octubre cuando, a la luz del análisis demoscópico, nos preguntábamos anticipadamente si el joven líder de Ciudadanos no podría ser el próximo presidente de Gobierno.

Entonces, el barómetro electoral de Metroscopia ya había señalado que las expectativas del resultado electoral del próximo 20-D colocaban en un puño al PSOE, al PP y a Ciudadanos (respectivamente con el 23,6%, el 23,4% y el 21,5% de los votos). Y eso quería decir que con un leve crecimiento, bien a costa de los dos partidos tradicionalmente mayoritarios o por un trasvase desde Podemos y desde los restos de UPyD, Ciudadanos podía ser incluso el partido más votado.

Un mes más tarde, exactamente el 1 de noviembre, una nueva edición del mismo estudio barométrico de Metroscopia publicada en El País reajustaba aquella estimación de votos con los siguientes porcentajes: un 23,5 para el PP (perdía una décima de punto respecto a la medición anterior), un 22,5 para Ciudadanos (ganaba un punto) y un 21,0 para el PSOE (perdía 2,4 puntos), que en estos momentos es el partido más acosado en la batalla electoral. Es decir, de momento se confirma el crecimiento de Ciudadanos hasta colocarse ya en segunda posición a tan solo un punto del PP y con un punto y medio de votos más que el PSOE, que queda en tercera posición y seguido a cuatro puntos por Podemos.

Y si bien esa distribución tan apretada de votos no se correlaciona con igual justeza en cuanto a la posible obtención de escaños, al aplicarse la Ley d’Hont por circunscripciones provinciales con una recogida de votos no homogénea para cada partido, sí que define un escenario muy volátil en el que pequeños cambios de última hora pueden acarrear grandes sorpresas.

Así, las diferencias de escaños previstas por Metroscopia para cada uno de los partidos en liza, no son tan apretadas como el porcentaje total de los votos obtenidos. El PP conseguiría entre 93 y 100 escaños (una debacle de magnitud impensable hasta ahora), Ciudadanos sólo entre 72 y 84 escaños (siendo el segundo partido en votos)y el PSOE entre 88 y 98 escaños a pesar de ser el tercero (lo que supondría un batacazocuando menos similar al del PP).

 

¿Y qué pasará si la tendencia ascendente de Ciudadanos sigue su curso…? Simplemente con conseguir un escaño en cada una de las 17 provincias que otorgan entre 3 y 4, a costa claro está de que lo pierdan PP y/o PSOE, el partido de Rivera ya se podría situar por encima de ambas formaciones ygobernar España en la próxima legislatura. Así de simple.

Para ello, Rivera cuenta con una ayuda definitiva en estos momentos: la de ser el líder político y candidato presidencial mejor valorado por los votantes, según todos los estudios demoscópicos al uso. De hecho, su saldo de aprobación en el que estamos comentando de Metroscopia es de un +17, frente al -9 de Alberto Garzón, el -24 de Pedro Sánchez, el -37 de Pablo Iglesias y el -42 de Mariano Rajoy. Es decir, Albert Rivera es el único que tiene un saldo evaluativo positivo al integrar los porcentajes de aprobación y desaprobación correspondientes.

Dato ciertamente llamativo cuando, además, tan sólo es conocido por un 90% de los electores, porcentaje menor que el de los líderes del PSOE, de Podemos y del PP. Lo que también quiere decir que si de aquí al 20-D Rivera llega a ser conocido por el 10% restante (las cadenas de televisión se lo facilitarán a lo largo de la campaña), su saldo de aprobación y su captación de votos deberíancreceralgo más casi de forma automática.

En cualquier caso, y como señala igualmente el estudio de Metroscopia, ya son más los españoles que prefieren a Rivera como próximo presidente del Gobierno (el 22%) antes que a Rajoy (el 17%), a Sánchez (el 16%) o a Iglesias (el 14%). Una preferencia que encaja a la perfección con la imagen que tienen del líder de Ciudadanos, siendomuchos más los electores que aprueban su labor política que quienes la desaprueban, cosa que no sucede con ningún otro de los políticos evaluados.

 

Otro aspecto diferencial entre Rivera y sus competidores es su condición de catalán y españolista, lo que podría influir en el comportamiento electoral de muchos votantes, dentro y fuera de Cataluña. En uno y otro caso se podría apreciar en torno a su persona una posibilidad mayor de reconducir el problema del secesionismo y de integrar más al pueblo catalán en la gobernación del Estado.

En su caso, bajo esta perspectivaRivera podría compararse nada menos que con Juan Prim y Prats, militar y político de innegable talla que en el convulso siglo XIX se reveló como un gran demócrata, un gran catalán y un gran español. De hecho, la figura de Rivera ya alarma sobremanera dentro del PP, hasta el punto de pasar a ser el objetivo a batir políticamente de aquí al 20-D.

Según ha desvelado el digital OKDiario (03/11/2015), “el Partido Popular maneja una consulta sobre intención de voto directo realizada en octubre, pocas semanas después de las elecciones catalanas, que sitúa al partido de Albert Rivera por encima de la formación liderada por Mariano Rajoy”.

Se trata, según dicho medio informativo, de un sondeo de intención de voto directo sobre 2.600 entrevistados a los que se les preguntó a quién iban a votar, sin preámbulos ni conducciones previas, para evitar respuestas viciadas o distorsionadas, con el trabajo de campo realizado entre el 12 y el 18 de octubre. Su resultado, que circuló por Génova 13 como la pólvora encendida, fue tan inesperado como desmoralizador: “Ciudadanos sería a día de hoy la fuerza política más votada por delante del Partido Popular, y en tercer posición quedaría el desinflado PSOE de Pedro Sánchez”.

La empresa encargada de realizar ese sondeo, Metroscopia, sería la misma que elabora el barómetro electoral publicado habitualmente porEl País, cuya‘estimación de votos’ en su última edición del 1 de noviembre (no ‘votos directos’ ya decididos), dando un poco más de aire al PP, ya hemos comentado.

Lo cierto y nítidamente reflejado en la dinámica tendencial de las encuestas electorales, es que, hoy por hoy, la inmensa mayoría de la sociedad rechaza volver a ser gobernada por el PP o por el PSOE, en contra de loque ha venido sucediendo desde la caída de UCD en 1982. De esta realidad dan fe el triple empate registrado entre PP, Ciudadanos y el PSOE; el hecho de que la suma de votos de las fuerzas que integraban el sistema bipartidista ya se sitúe muy por debajo del 50% y, finalmente,elque los partidos emergentes sigan ganando posiciones y forzando la reubicación de populares y socialistasen el espacio ideológico del centro.

Durante muchos años, los electores se han visto atados por la imposición teoría del ‘mal menor’. Es decir, obligados a votar al PP si no querían ser gobernados por el PSOE o votar al PSOE si no querían ser gobernados por el PP; soportando además al mismo tiempo el altísimo coste de las ‘bisagras nacionalistas’ necesarias para garantizar la estabilidad de una u otra opción bipartidista. Ahora hay otras posibilidades de formar gobierno conjugando acuerdos al menos entre cuatro formaciones de ámbito nacional, sin necesidad de someterse al chantaje del pragmatismo periférico.

Y por eso, el mes y medio que queda hasta las elecciones del 20-D va a ser decisivo para fijar la última posición de los votantes. Cada acierto o cada error, cada propuesta, decisión o declaración pública de los partidos y líderes en liza (o sus silencios y su falta de transparencias en relación con temas tan escabrosos como el de la corrupción política o el de la politización de la justicia), van a repercutir de forma muy decisiva en la obtención de escaños parlamentarios y en el posterior juego de pactos para la investidura presidencial.

Es la hora de la verdad y el tiempo de analizar con lupa a cada candidato y cada programa, sin olvidar las frustraciones pretéritas. Ahora hay más partidos jugando en la política nacional y, por tanto, más que exigir también a quienes aspiran a gobernar el país, con la posibilidad de premiarles o castigarles en función de sus propuestas concretas,que hasta ahora eran simples vaguedades y farfolla electoralista sometida al ‘lo tomas o lo dejas’ de las dos únicas opciones con posibilidad de ganarlas elecciones: el PP y el PSOE.

Hoy hay un escenario electoral multipartidista, con posiciones mucho más claras de derecha, de izquierda y de centro, e incluso de radicalismos en cada uno de los extremos del espectro político. Así, cada ciudadano puede identificar mejor su opción de voto y, en consecuencia, obrar con más responsabilidad personal y en un ejercicio más libre y democrático. Esta es la realidad.

Sin ir más lejos, los centristas de verdad tendrán, por fin, una opción propia para fomentar el entendimiento político y social. Durante la Transición, este espacio se mostró trascendente y puede que vuelva a ser esencialpara afrontar con mesura y verdadera inteligencia las reformas necesarias de un sistema político hoy, degenerado por los excesos de la partitocracia y la corrupción.

De momento, sigamos mirando con esperanza a Albert Rivera. Cada vez se parece más al Adolfo Suárez que lideró el cambio del régimen franquista al democrático. Y se le parecerá más en la medida que también crea más en sí mismo y se rodee de gente cualificada, apreciada públicamente en todos las áreas de la acción de gobierno, y no en compinches de camarilla como suelen hacer otros líderes políticos, sin olvidar que a Suárez se lo cargó la ‘derechona’ del momento emboscada en su propio partido.

Quizás él pueda ser quien acabe ahora con la España de los políticos delincuentes y los despropósitos autonómicos: tampoco hace mala pareja con Felipe VI, como Adolfo no la hizo en su momento con Juan Carlos I.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

A finales del 2014, y en contraposición con el triunfalismo del Gobierno al anticipar entonces un balance de la legislatura ciertamente propagandista, ya augurábamos la revancha que se tomarían los electores contra el PP y el PSOE en cuanto tuvieran ocasión, viéndose que ni uno ni otro tenían un interés cierto por luchar contra la corrupción pública, ni por solventar las evidentes deficiencias del sistema político. Es decir, insistiendo ambos partidos -como han hecho- en mantener la deriva partitocrática del sistema político, resuelta en una especie de bipartidismo imperfecto que socialmente ya se mostraba insoportable.

Pocas semanas después precisábamos que la corrupción sin tratamiento curativo del ‘caso Gürtel-Bárcenas’ arruinaría las sucesivas y particulares expectativas electorales del PP, como ha sucedido. Eso sin contar con el añadido del ‘caso Bankia’ y las ‘black-cards’, con el ‘caso Púnica’, con el ‘caso Rato’ y con todas las tramas de corrupción generada por los populares en Baleares, en la Comunidad Valenciana y allí donde han gobernado a base de desmanes y con la impunidad propia de las mayorías absolutas. Ni más ni menos.

Ahora, el último recurso del PP es aferrarse al más que discutible resultado económico de sus cuatro años de gestión en los que ha podido legislar cuánto y cómo ha querido gracias a sus 186 escaños en el Congreso de los Diputados (de 350) y 166 en el Senado (de 266). Pero presentando un balance ramplón y poco capitalizable electoralmente al haberse cargado el coste de la crisis sobre todo contra las clases sociales más débiles y extensas del país. Y sin duda muy negativo en cuanto a las reformas políticas e institucionales esperadas, que Rajoy no ha querido acometer o que ha acometido con enfoques regresivos, y en el grave problema catalán, ante el que ha hecho gala de un ‘tancredismo’ (más que de respuestas políticas firmes) sin duda desalentador.


De todo eso ya tienen los electores sobradas referencias informativas y, en particular, del problema de la corrupción, llevado al punto de la gangrena al despreciarlo y no haber aplicado en su momento las sanciones y medidas correctoras necesarias, incluida la cirugía interna radical. Las consecuencias de esta imperdonable dejación han venido quedando bien reflejadas en las urnas.

Pero ahora, ese balance económico pírrico y sin reflejo social de cuatro años en el poder y esa política del avestruz ante la corrupción propia, afrontada tan sólo con un enervante ‘y tú más’ dirigido a la oposición socialista (pero al fin y a la postre dejándolo en el limbo judicial porque el PP no ha estado para otra cosa), se agrava con un sinfín de nuevas torpezas emergidas justo en la antesala de las elecciones generales. Genio y figura -del señor Rajoy- hasta la sepultura.

Ahora, la errada contumacia del PP en el tratamiento del problema catalán prosigue. La persecución judicial del referéndum ‘ilegal’ del 9 de noviembre de 2014 (que la autoridad gubernativa pudo evitar sobre la marcha tan sólo impidiendo abrir los colegios electorales, como el que desbarata la comisión de un delito en lugar, día y hora previamente señalados) y la imputación de Artur Mas a toro pasado, sólo sirven para enredar más el tema, convirtiendo al personaje en un mártir si se le condena y en un héroe en el caso de que la causa se archive, que será lo más probable. Con los independentistas vascos y navarros atentos a la jugada y a lo que pueda valerles como precedente.

Algo parecido se puede decir también de la confusa respuesta dada (o no dada) por Rajoy a la declaración del Parlament de Catalunya aprobada el 23 de octubre en la primera sesión de su nueva legislatura, que había sido anunciada por los independentistas desde hacía tiempo. Y hay que recordar cómo, con anterioridad, el presidente Rajoy reaccionó ante la Resolución 5/X, del 23 de enero de 2013, por la que la misma cámara autonómica aprobó la Declaración de soberanía y del derecho a decidir del pueblo de Cataluña, aduciendo en primera instancia que ‘carecía de efectos jurídicos’ y permitiendo que el independentismo siguiera in crescendo hasta terminar llevándonos a donde nos ha llevado…

Veremos en qué queda este nuevo envite separatista, ya con el Gobierno del PP en funciones. Pero la actitud de Rajoy (lo que ahora haga o lo que no haga), hilado con su tradicional ‘tancredismo’, puede terminar de hundir a los populares en las elecciones del 20-D. De hecho, la tolerancia política con la ‘lluvia fina’ del independentismo catalán, es la que ha propiciado el actual barrizal del desentendimiento nacional.


Ahora, un Rajoy limitado como presidente en funciones y con las cámaras legislativas disueltas, pretende “liderar” la defensa de la unidad de España y de la Carta Magna, tantas veces olvidadas -sino conculcadas- por los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE, ignorando que a estas alturas del problema eso ha de corresponder a quien se gane la confianza de los ciudadanos en las elecciones generales ya convocadas. Es decir, tratando de mostrarse electoralmente a última hora como adalid de una función que, justo hasta este preciso momento, no le ha preocupado lo más mínimo.

Pero, ¿quién es ahora Mariano Rajoy para tratar de solucionar de aquí al 20-D una cuestión tan grave como la del independentismo catalán, siendo él, cómo ha sido, su máximo consentidor -junto al ínclito ZP- y el presidente del Gobierno peor valorado desde la Transición…? ¿Es que el PP tiene acaso la representatividad y credibilidad política suficientes en Cataluña, el País Vasco o en Navarra para entender el problema de la vertebración territorial y política del Estado y proponer un modelo viable…?

Lo que está haciendo Rajoy ahora, en la última página de una historia de muerte política anunciada, es agarrarse a la defensa de una unidad de España que, como a tantos otros políticos, le ha traído al pairo desde que era pequeñito. Hasta el punto de despreciar al joven Albert Rivera cuando éste se dejaba la piel en Cataluña luchando en solitario por ese empeño (quizás sea este nuevo valor político el más adecuado para asumir la tarea de recomponer políticamente la España descompuesta por el PP-PSOE)…

Y eso sin contar con el tiempo perdido para denunciar y perseguir de verdad desde el Estado de Derecho la trama de corrupción montada en torno al tan traído y llevado ‘3% catalán’ (asimilable a la financiación ilegal del PP y al escándalo socialista de los falsos ERE de Andalucía). Porque, con tanta tolerancia histórica, el actual despertar de la justicia puede parecer instado por la venganza política o la persecución partidista (quien ha callado ha otorgado, al igual que la razón decae cuando se muestra fuera de tiempo).

Ahora, el PP sufre también el error táctico de no haber renovado con mayor decisión y acierto a los líderes del partido fracasados en las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo (y en las anteriores de Andalucía), cuando todavía se contaba con siete meses para acreditar a los nuevos titulares que pudieran frenar la pérdida de votos. Con María Dolores de Cospedal como primera persona a defenestrar políticamente (un prodigio de ubicuidad especializada en simultanear como mínimo tres chupeteos a la vez, a escoger y revolver entre un escaño de senadora, la secretaria general del PP, la presidencia de Castilla-La Mancha y la de su partido a nivel regional, o lo que pillara por ahí…).

Y si el PP no tenía mejor banquillo, se lo debía haber procurado. Empezando  por disponer a tiempo del repuesto de ‘Don Tancredo’, convertido en un paquete electoral de tomo y lomo y en un lastre total como nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno. Porque, siendo un partido tan autoritario y ‘digitalista’, con tanta experiencia y tantos afiliados de gran preparación, ¿no ha podido ir perfilando otro u otra presidenciable de continuidad algo más presentable que Rajoy…?

¿Qué necesidad tenía el PP de inmolarse -que es por donde va- sólo para que Rajoy repitiera mandato electoral en vez de repetirlo el partido…? ¿Es que acaso son suficientes para una organización de esa envergadura, y con la pérdida de votos que ha venido registrando, las cuatro caras nuevas que han subido a la segunda fila, copiando a más no poder el estilo y la imagen más fresca y desenfadada del mismo Ciudadanos al que no han dejado de dar alas con sus infinitos errores y desprecios…? ¿Y es que este mini recambio no se está quemando sólo para proteger a los torpes que, sin querer reconocer que el problema son ellos, siguen ocupando las poltronas de arriba aferrados a sus cargos…?

Con la que ha caído sobre el PP en la presente legislatura, sus previsibles listas electorales para el 20-D, quienes las encabecen y quienes más o menos ocupen puestos con escaño garantizado, pueden ser de auténtica traca, siendo Rajoy tan cobarde y desconfiado como es. Todo indica que en ellas se mezclarán muchos de los responsables del fracaso popular en todos los ámbitos de la política con toda una caterva de inútiles reconocidos, y no menos desconocidos sin oficio ni beneficio, que pasmarán a propios y extraños, sin nombres ni caras ilusionantes: sólo amiguetes y recadistas del marianismo bien pagados.

Lo de recolocar discretamente en las listas electorales a Ana Pastor o a Soraya Sáenz de Santamaría se podría entender como un reconocimiento personal, pero ¿qué podrían pintar en las listas al Congreso y al Senado los demás ex ministros -Fernández Díaz, Soria, Báñez, García-Margallo, Mato…- que han sido los peor valorados por los electores en toda la historia del nuevo régimen democrático…? ¿Es que no van a entender en el PP que, dada su imagen de políticos fracasados, en vez de dar votos, los quitan…? ¿Y cómo se podría volver a votar a gente como Arenas, Cospedal, Sánchez-Camacho, García Escudero, García Albiol, Floriano, Fernández de Mesa…, o a carcamales ya súper amortizados como Celia Villalobos, Federico Trillo, Esperanza Aguirre, Teófila Martínez, Pilar Barreiro, Aurelio Romero…?

Pero la lista de Madrid, todavía puede resultar más deprimente: ¿quién podría, dentro de ella, ser sustituto o sustituta del fracasado Rajoy para liderar la derecha española…? Ya no vale para eso ni Soraya Sáenz de Santamaría, que ha sido su escudera de mayor rango y quien con toda probabilidad le seguirá en la candidatura capitalina. ¿Y por qué no se señala ya de alguna forma y con suficiente claridad a alguien que, hoy por hoy, todavía se haya salvado de la quema y pueda ser efectivamente nuevo líder del PP, como Alberto Núñez Feijóo o Alfonso Alonso…?


Otro problema de última hora es el de las tensiones internas contenidas, que no se han sabido tratar en la forma debida ni en el tiempo adecuado, dando lugar a que terminaran estallando hacia afuera con una proyección pública muy dañina a efectos electorales. Todos calladitos en las reuniones directivas del partido, sólo porque al hierático ‘Don Tancredo’ no le gustan los problemas, hasta que el globo se hincha para terminar estallando de forma estrepitosa en los medios informativos y en el peor tiempo posible.

Ahí están el insistente fuego amigo lanzado desde FAES, nada más y nada menos que con José María Aznar ejerciendo de arcabucero mayor, y la rabiosa pataleta del ministro Montoro (todo un espanta-votos emparejado con el también ministro Jorge Fernández Díaz), mostrando a los electores que dentro del PP las cosas van peor de lo que se dice, que la división interna existe, que andan con los papeles perdidos, que mienten más de la cuenta... Y sobre todo evidenciando que a dos meses de las elecciones generales, es decir en un momento decisivo para el partido, éste carece del adecuado liderazgo…

Claro está que, a todo esto, y aunque el PP no lo vea, empeñado como está sólo en mirarse el ombligo, el crecimiento de la pobreza y la exclusión social siguen ahí, junto a una irreversible precariedad y baja calidad en el empleo, consolidándose mientras los ricos del país continúan siendo cada vez más ricos, encantados de que, con crisis o sin ella, el Gobierno de Rajoy siga salvaguardando sus intereses de forma prioritaria.

Y forzando la situación al extremo de imponer unos presupuestos generales del Estado para 2016 claramente electoralistas y prácticamente fuera del mandato legislativo, sin la menor ética ni estética política.

Todo ello en línea, además, con la sistemática prepotencia mostrada por el PP para politizar todavía más la Administración de Justicia y el Tribunal Constitucional, o para imponer reformas legislativas de gran calado -incluso afectas a la política de Estado- absolutamente en contra de todas las demás fuerzas políticas representativas. Es decir, obligándolas a conjurarse -todas ellas-para derogarlas en cuanto los populares dejen de gobernar: algo en efecto penoso que define la animosidad que suscita de forma generalizada a lo largo y ancho del país.

Un rodillo que, curiosamente, no se ha utilizado para acometer las reformas estructurales y del sistema político prometidas por el PP en la oposición, y para las que se le prestó la mayoría parlamentaria absoluta del 11-N. No para incumplirlas, ni para, con ella, hacer de su capa un sayo.

Esto es lo que hay y estas son las razones por las que ningún otro partido quiere ni querrá contaminarse estableciendo pactos de gobierno con el PP, y menos aún mientras lo dirija Rajoy, que es el presidente más reprobado desde la Transición (más que Rodríguez Zapatero). Es decir, que Rajoy y el PP se quedarán sin pareja de baile y pendientes sólo de obtener el 20-D otra mayoría parlamentaria absoluta, lo que constituye un imposible y la última razón -ganada a pulso- para verse descabalgados del Gobierno.

Porque la insistencia de Rajoy en pedir su investidura presidencial sólo con conseguir un voto más que otro partido, además de ser fórmula contraria a lo establecido legalmente (lo suyo es obtener el respaldo del Congreso de los Diputados, que es cosa muy distinta del de un determinado número de votos sin mayoría parlamentaria absoluta), es de una petulancia rayana en la idiocia. Con su rodillo legislativo -abusivo para otras cosas- ha podido reformar la normativa y no lo ha hecho: ¿es que acaso también en esto Rajoy piensa que los idiotas son los demás…?

Claro está que lo más torpe de todo es que el PP siga aferrado a un discurso ignorante y tergiversador de la realidad política, por no llamarlo mentiroso, que, sin haber calado en la sociedad, le ha sumido nada menos que en cinco fracasos electorales sucesivos. Cosa que seguirá sucediendo.

Y eso sin contar el numerito de la gran reunión del Grupo del Partido Popular Europeo oportunamente montada en octubre sólo para que unos cuantos personajes europeos, hoy mal vistos en la España de los recortes y la corrupción, encumbraran a Rajoy mediáticamente. Personajes en estos momentos tan poco recomendables electoralmente como Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, Silvio Berlusconi, Antonis Samarás o la joya del xenófobo Viktor Orbán (a quien los populares aplaudieron a rabiar)…

Como hemos recordado en otras ocasiones, Homero, narrador de grandes epopeyas, afirmaba que la venganza es más dulce que la miel. Quizás por eso se la define como un auténtico manjar y se sostiene que gana cuando se consume en frio y no en caliente. En este año electoral parece que esa venganza ha tomado la temperatura adecuada para los votantes, y que van a culminarla con el postre del 20-D: no la hagas y no la pagarás, que dice un sabio proverbio popular. El PP tendrá lo que se merece, ni más ni menos.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

En febrero de 2015, al amparo del Barómetro de Metroscopia para El País y de las encuestas de la consultora MyWord para la Cadena SER, realizadas de cara a las entonces lejanas elecciones generales de fin de año, ya advertimos que la dinámica demoscópica comenzaba a mostrar el partido liderado por Albert Rivera como otra seria amenaza al bipartidismo, junto a la más explosiva de Podemos.

Y señalamos que, por su tono y sus planteamientos políticos ‘centristas’, Ciudadanos tenía una doble capacidad para dañar la posición del PP y del PSOE. Pero restando también votos a otros partidos como UPyD (al que se ha terminado engullendo) e incluso a Podemos, que, de entrada, había conectado de forma ‘transversal’ con muchos votantes entonces ‘huérfanos’ o sin adscripción de partido.

Hace ocho meses, Metroscopia asignaba a Ciudadanos un 12,2% de los votos y MyWord un 13,4%, registrando dicha formación un crecimiento muy llamativo de más de 8 puntos desde el mes anterior; mientras Podemos, como fuerza más explosiva luego decaída, llegaba a situarse en cabeza de las expectativas electorales. Es decir, se palpaban tanto el agotamiento del modelo bipartidista como el apoyo ciudadano a las nuevas fuerzas políticas.

Todo ello con un dato bastante ilustrativo. Según Metroscopia, Podemos era la opción ganadora en todos los tramos de edad, y sobre todo entre los más jóvenes (18-24 años), obteniendo un 32,6% de esos votos frente al 4,7% que lograría el PP. Por su parte, Ciudadanos se imponía ya como el segundo partido más votado entre las personas de 25 a 34 años, con un 9,6% de los votos, y también entre las de 45 a 54 años, con un 14,5%. Estábamos, pues, ante una agitada revitalización y captación de voto ‘joven’ que, de mantenerse, perjudicaría el futuro electoral tanto del PP como del PSOE, ambos sin capacidad de ilusionar a ese electorado, en beneficio de Podemos y Ciudadanos.

Ahora, la misma Metroscopia nos ratifica el subidón de Ciudadanos, quizás gracias a un corrimiento de expectativas de votos de circulación variable: del PP a Ciudadanos, de Podemos al PSOE, del PSOE a Ciudadanos… Lo que, y está es la gran cuestión, va dibujando en torno al partido de Albert Rivera una imagen de utilidad para desbancar del Gobierno al PP y mantener aún al PSOE en la oposición.

Sorpresa, sorpresa. En tiempos muy medidos y gracias a una plataforma de marketing y comunicación muy cuidada, la imagen limpia y moderada de Rivera se ha ido colocando por delante de sus competidores y tomando la posición del centro político, que es la dominante en un escenario electoral maduro como el nuestro (aunque algunos no lo quieran ver), acompañado de forma casi ejemplar por el conjunto de su partido. Una muestra de este sensato y eficaz posicionamiento ha sido la idea-fuerza que ha manejado Ciudadanos en las elecciones catalanas del 27-S, con notable éxito: ‘Mejor unidos’ (integrando gráficamente en un corazón las banderas de Cataluña de España y de la UE).

Pero es que, además, esta inteligente actitud de Ciudadanos se está viendo generosamente beneficiada por los errores contumaces de su competencia. Destacando a este respecto el inmovilismo a ultranza del PP y su apelación al ‘voto del miedo’; el sistemático ‘despiste’ del PSOE en la defensa de la españolidad y en su afán por desdibujarla aún más con su propuesta de una reforma constitucional ‘federal’ y, finalmente, la falta de rigor y seriedad de Podemos para asumir y capitalizar su brillante eclosión inicial.

Así se las ponían a Felipe II y así se las están poniendo a Albert Rivera, que, en el fondo, es quien está demostrando más sentido común, más limpieza de miras y mejor voluntad para representar políticamente a la defraudada mayoría de electores españoles. Sólo así se puede entender el estirón que Ciudadanos ha pegado en las mediciones barométricas de expectativa de voto: una dinámica que, de seguir creciendo, sobre todo a costa del PP y del PSOE, le puede colocar en La Moncloa o, en el peor de los casos, situarle como árbitro indiscutible entre PP y PSOE.


Y el triunfo electoral de Ciudadanos es tan verosímil que el PP, asumiendo la imposibilidad de revalidar su mayoría absoluta, ya se plantea el blindaje de Rajoy ante un eventual acuerdo político con el partido de Rivera. Según El País (12/10/2015), la ‘línea roja’ para acordar un gobierno en minoría con el apoyo de Ciudadanos, ratificada al menos por tres miembros de la dirección popular, es el liderazgo de Rajoy: “La cabeza de Rajoy es intocable” (lo que conociendo a la clase política viene a significar que si hay que cortársela, se le cortará)…

Claro está que, según van las encuestas, la aspiración de Rivera ya no sería desplazar a Rajoy al frente del PP (antes de su éxito en Cataluña dijo de forma tentativa: “Si hay que quitar a Rajoy se le quita, como se quitó a Sanz, el presidente de La Rioja”). Ahora es evidente que aspira a ganar a Rajoy y a Sánchez, firmemente convencido de que España necesita ser gobernada por un partido nuevo, “con las manos limpias”, que es a lo que tiene que aspirar cualquier líder político que se precie de serlo.

Lo cierto es que la dirección del PP ya teme seriamente a Rivera (ahí están las insistentes advertencias lanzadas por Aznar desde FAES), viéndole poco manejable, con ideas y aspiraciones propias. Hasta el punto de catalogar tendenciosamente a Ciudadanos como formación de centro-izquierda y especular sobre sus posibles acuerdos con el PSOE, quizás porque ellos desconocen qué es de verdad eso de la centralidad política (un espacio que, digan lo que digan, nunca han ocupado) y porque, en un escenario de pactos -concluyen con acierto-, los ‘riveristas’ se entendería siempre mejor con los socialistas, más flexibles, que con los intransigentes populares.

El roto que Ciudadanos puede hacerle al PP en circunscripciones clave como Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Málaga y Sevilla, donde se reparten casi la mitad de las actas de diputados, puede ser considerable, dado que en ellas es donde su discurso dirigido a las clases medias y a los jóvenes profesionales cala mejor, y donde su imagen de limpieza política tiene más impacto.

Y no digamos del pánico que produce esa misma formación en las pequeñas provincias (17), en las que PP y PSOE se repartían tranquilamente sus tres o cuatros escaños por efecto de la Ley d´Hont. Ahora, con un poco más de presencia y acción electoral local -de la que todavía carece- les podría arrebatar el último escaño en cada una de ellas, lo que supondría otro roto considerable, difícil de consumar pero posible.

Por eso, y porque las posibles rectificaciones ya llegan tarde, Rajoy se va a jugar las elecciones por la tremenda, insistiendo en lo de “el PP o la nada” con copyright de la inoperante María Dolores de Cospedal; es decir, que él es su único candidato a la presidencia pase lo que pase. Y ello siendo conscientes de que si las urnas dejan al PP lejos de los 150 escaños, que sería el límite para poder gobernar en minoría con el respaldo externo de Ciudadanos, estarían ante una debacle absoluta y de consecuencias irreparables: entonces sería inevitable convocar un congreso nacional casi de refundación del partido y enterrar políticamente a Rajoy y su corte de alfombrillas y palmeros mediáticos, no sin razón y hasta con iracundia.

Pero si para el PP sería malísimo perder las elecciones (y no sólo la mayoría absoluta), quedar en escaños por detrás de Ciudadanos sería infinitamente peor, porque entonces la desbandada tomaría proporciones gigantescas. Y a eso es a lo que también hay que atender ahora en materia demoscópica: desde luego viendo en primer lugar quien gana los comicios del 20-D, pero también quienes ocupan el segundo, el tercero y el cuarto puesto en el pódium electoral y cómo pueden entenderse entre ellos con un mínimo de coherencia.

Ahora, a principios de octubre, Metroscopia presentaba una estimación del resultado electoral del próximo 20-D colocando en un puño al PSOE, al PP y a Ciudadanos (respectivamente con el 23,6%, el 23,4% y el 21,5% de los votos). Eso quiere decir que con un leve crecimiento de Ciudadanos, bien a costa de los dos partidos tradicionalmente mayoritarios o por un trasvase desde Podemos y desde los restos de UPyD, la formación liderada por Albert Rivera sería la más votada…

Más allá de que Ciudadanos fuera decisivo ante el empate técnico entre PP y PSOE, la posibilidad de que siga creciendo, básicamente por el deseo de ruptura con su agotado antagonismo bipartidista y por una apuesta social por la reforma del modelo, también parece avalarse con la más reciente encuesta de la consultora Simple Lógica.

Los resultados de su último Índice de Opinión Pública (IOP), con trabajo de campo realizado entre el 1 y el 9 de octubre (1.047 entrevistas telefónicas), indican que Ciudadanos habría rebasado ya al PSOE con los siguientes porcentajes de estimación de votos: PP 28%, Ciudadanos 22,6%, PSOE 20,3%, Podemos 11,9%, IU 6,2%). Además, Rivera continuaría siendo el líder mejor valorado socialmente, con el mayor nivel de aprobación de su actuación política (42,8%), seguido a mucha distancia de Pedro Sánchez (25,9%), Mariano Rajoy (23,9%), Pablo Iglesias (22,7%) y Alberto Garzón (21,5%): ¡ojo al dato!

Chocando en esa encuesta el hecho de que entre PP y Ciudadanos sumen más del 50% de los votos, y que el PP continúe con una ventaja desmedida sobre el PSOE (casi de ocho puntos) como partido más votado y eventual ganador de las elecciones, eso no invalida el progreso de la que ya sería segunda fuerza política y su inmejorable situación para pactar de forma alternativa con el PP o con el PSOE, e incluso para optar a la presidencia del Gobierno.

No obstante, la gran incertidumbre sobre el resultado del 20-D se acaba de realimentar también con otra encuesta realizada por la consultora GAD 3 para el diario ABC (21/10/2015). En ella se confirma que el PP sigue siendo el partido ganador, con un 27,7% de los votos, pero obteniendo sólo 128 escaños, muy distantes de su objetivo de 150 (o hasta de 145) necesario para forzar un apoyo externo y relativamente fácil de Ciudadanos.

La estimación electoral de GAD 3 se completa con unos resultados para las otras tres fuerzas políticas más destacadas a nivel nacional tan curiosos como complicados: el PSOE obtendría el 21,8% de los votos con 84 escaños, Ciudadanos el 17,6% con 56 escaños y Podemos el 14,1% con 39 escaños. De esta forma, se podría dar una teórica alternativa de pacto entre PP y Ciudadanos (45,3% de los votos y 184 escaños) y otra tripartita conformada por el PSOE, Ciudadanos y Podemos (con el 53,5% de los votos y 179 escaños (la mayoría parlamentaria es de 176 escaños).

Un resultado a nuestro entender demasiado complaciente con la intención conservadora de forzar un pacto PP-Ciudadanos y que, además, deja otros 43 escaños distribuidos entre 10 formaciones políticas periféricas de distinto pelaje pero, hoy por hoy, todas muy enfrentadas a los populares.

Ese mismo orden de preferencias de los votantes es el recogido también en la última medición barométrica realizada por la consultora INVYMARK en el mes de octubre para La Sexta. En ella, el PP sigue ocupando el primer puesto con una intención de votos de cara al 20-D del 27,6%, seguido del PSOE con el 24,6%, de Ciudadanos con el 17,2% y de Podemos con el 16,1% (no hay más partidos de ámbito nacional con posibilidad de obtener representación parlamentaria).


Un estudio en el que se evidencian igualmente el estancamiento electoral del PP y del PSOE (sin respaldos suficientes para alcanzar el Gobierno), el claro crecimiento de Ciudadanos (un 5,7% más desde la medición de junio) y la caída no menos significada de Podemos (que pierde un 5,8% de los votos).

Según INVYMARK, y en contra de lo que sostienen Rajoy y el PP, un 62% de los encuestados sitúan a Ciudadanos en el centro-derecha y un 26% en el centro, mientras sólo un 8% cree que Ciudadanos se sitúa en el centro-izquierda. Y esa posición centrista es la que convierte a la formación de Albert Rivera en la ‘llave del poder’.

Pero es que, además, también en esta ocasión Rivera es el candidato presidencial mejor valorado por los electores, lo que refuerza su posibilidad de seguir creciendo en la fase de campaña. Obtiene una puntuación de 4,5 puntos sobre 10, seguido de Pedro Sánchez con 4,1 puntos y de Pablo Iglesias y Mariano Rajoy prácticamente empatados con 3,3 puntos…

Por otra parte, el último estudio de previsión electoral realizado por la consultora JM&A (Jaime Miquel & Asociados) para Público, basado en un tracking continuado de toda la demoscopia publicada en 2015 y hasta mediados del mes de octubre (un desk research), confirma igualmente que Ciudadanos se dispara en los sondeos hasta el punto de poder imponer sus condiciones al PP -sumido en un auténtico hundimiento electoral con 66 diputados menos de los actuales- para formar una mayoría parlamentaria absoluta de 179 escaños (120 del PP y 59 de Ciudadanos). ¿Se resistiría entonces el PP a sacrificar a su líder fracasado…?

Y como también se refleja en el cuadro siguiente, otra alternativa más sólida, pero más difícil de armar, sería un ‘pacto de progreso’ a tres bandas, alcanzando los 192 escaños (59 de Ciudadanos, 94 del PSOE y 39 de Podemos). Ante esa posibilidad, la posición de Albert Rivera seguiría siendo prevalente frente a la de Pedro Sánchez, no menos fracasado que Rajoy dado que perdería 16 escaños más sobre los ya perdidos por Rubalcaba en  los comicios legislativos de 2011.

El progresivo crecimiento de Ciudadanos hasta alcanzar su ya privilegiada posición en el escenario de los pactos post electorales, queda de nuevo muy claro comparando, por ejemplo, el resumen de la media de las encuestas electorales actualizadas a 7 de agosto y a 23 de octubre de 2015 (publicado en la web de ElElectoral.Com); es decir, antes y después de celebrarse las elecciones catalanas del 27-S. Un resumen que, como tal media, minimiza el posible error o desviación interesada de cada una de las encuestas que lo nutren:

MEDIA DE LAS ÚLTIMAS ENCUESTAS ELECTORALES

(Actualizada a 7 de agosto de 2015)

 

(Actualizada a 23 de octubre de 2015)

 

Lo cierto es que el PP se ha desgastado bastante y ha podido tocar su suelo electoral, aunque su división interna -y las decepciones y luchas personales de última hora por sobrevivir dentro de la debacle-, junto con el devastador fuego de la corrupción aún sin apagar, pueden seguir haciéndole daño en vía de la abstención. Y no es menos evidente que el PSOE no progresa lo suficiente como para recuperar el liderazgo político nacional perdido tras el desastre de la época zapateril, todavía inmerso en no pocas contradicciones y confusiones internas sobre las reformas necesarias.

Y esos topes -digan lo que quieran decir el ABC y La Sexta- son los que pueden marcar, en efecto, un triple empate técnico como señala la encuesta de Metroscopia, beneficiando en última instancia a Ciudadanos justo por haberse posicionado en el espacio de centro, que -insistimos- en estos momentos es el territorio clave a efectos electorales. Teniendo en cuenta, además, que Rivera se ha consolidado según la demoscopia al uso como el líder mejor valorado por el electorado entre todos los que se encuentran en liza política: un in-put de afectividad muy importante a la hora de depositar el voto en las urnas, sobre todo en el caso de los indecisos.

Ya sabemos que las encuestas pre electorales no son infalibles, entre otras cosas porque casi nunca coinciden entre sí. Pero siempre es mejor tenerlas en cuenta en vez de construir castillos de expectación en el aire, y sobre todo en lo que muestran como tendencias sostenidas. Queda por confirmar si el tirón de Ciudadanos se consolida, aunque todo indica que va por mejor camino que el de Podemos, sobre todo si Pablo Iglesias sigue empecinado en su desentendimiento con IU y continúa sin racionalizar un radicalismo que ha podido servir como motor de arranque de su nacimiento pero que tiene poco recorrido en la realidad de la política actual.

De hecho, un análisis minucioso de la demoscopia política en su conjunto señala una triple pasarela de votos hacia Ciudadanos: desde el PP, desde el PSOE y desde Podemos (UPyD ya no cuenta). Y también que el 20-D parece concitar una alta participación electoral, arrastrando más votantes jóvenes que nunca, lo que supone otra ventaja para los dos partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, que, en cualquier caso, van a triturar la forma caciquil de hacer política en España con un nuevo modelo de pactos y consensos más sociales y democráticos.

La mala praxis política del bipartidismo, rancia y caduca, se resiste a morir, mientras se va imponiendo otra forma de gobernar con aromas de frescura que avanza firmemente impulsada por la juventud, que es la dueña del futuro. Esto es lo que hay.

El PP podrá sobrevivir, pero Mariano Rajoy caerá el 20-D, sí o sí, porque su contumacia en el error ha sido infinita y porque es un candidato gastado y sin carisma que, aferrado a la política ‘casposa’, concita una antipatía inmensa. Será desplazado del poder por políticos de otra generación, sin la pátina de carcunda y corrupción que él no se ha sabido sacudir y, aunque con menos experiencia (la suya ha defraudado al electorado), aportando una visión de la realidad social más auténtica y por tanto con miras más justas.

El ejemplo de Portugal, con la mayoría social progresista aliada en contra de Passos Coelho, cuya coalición de cuatro partidos conservadores -Portugal al Frente- fue la formación más votada en las elecciones generales del pasado 4 de octubre, es bastante elocuente al respecto.

Pablo Iglesias se ha auto descartado de la lucha presidencial reconociendo sus limitaciones presentes y quedando, de momento, como una simple muletilla del PSOE, insuficiente para llevar al atascado Pedro Sánchez a La Moncloa. Hoy por hoy, con la frustración del zapaterismo todavía presente y sin una adecuada reconversión interna ni un líder del partido arrollador (ya veremos cómo queda el decisivo ‘mano a mano’ particular entre Sánchez y Rivera), parece que los socialistas no terminan de mostrar mérito suficiente para volver a gobernar España…, lo que les llevaría obviamente a apoyar una ‘solución Rivera’.

Piénsenlo: ¿Puede ser Albert Rivera el próximo presidente del Gobierno…? La verdad es que los votantes siguen hartos de la llamada ‘casta política’ y del bipartidismo PP-PSOE (digan lo que digan, ambos partidos continúan en lo mismo) y que sus líderes -Rajoy y Sánchez- tienen muy difícil alcanzar de nuevo ese objetivo.

La última palabra la tendrán las urnas, expectantes ante la decisión final de los tres millones de electores que hoy todavía confiesan no saber a quién van a votar (o incluso si votarán). Algunos politólogos sostienen que su veredicto siempre es acertado, aunque nosotros lo dudamos (entre otras cosas por los fallos de representatividad del sistema y por el propagandismo y las mentiras con que se envuelve), sin negar que se deba aceptar: ya se verá qué nos deparan el 20-D.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Sostiene El Mundo (09/10/2012) que Zarzuela había puesto especial interés en que, este año, la asistencia de los presidentes autonómicos al desfile y a la posterior recepción oficial de la Fiesta Nacional fuera mayoritaria (aunque debiera ser obligada y consustancial al cargo), con objeto de ofrecer una sólida imagen pública de unidad institucional en un momento especialmente sensible por la crecida independentista catalana.

Es decir, buscando una exhibición de patriotismo ocasional que contrastara con la tradicional dejación institucional en la defensa de la españolidad, tratando de que los lodos pasados (los patriotas han llegado a verse como franquistas irredentos e incluso tachados de fascistas) se conviertan ahora en polvos más llevaderos. Puro patriotismo pues -el oficialista- de quita y pon.

Según el citado medio informativo, la Casa Real había “animado” a varios presidentes de las Comunidades Autónomas para asistir en Madrid a la celebración del 12 de Octubre y trasladar así a la ciudadanía una imagen de máxima unidad nacional, en un momento de especial trascendencia tras alcanzar el desafío secesionista catalán una aplastante mayoría absoluta de las fuerzas anti españolas en las elecciones del 27-S. Celebradas en clave plebiscitaria ante la torpe pasividad gubernamental, por no decir con su complacencia.

Y matizaba El Mundo que, este año, la Fiesta Nacional se celebraba a dos meses de las elecciones generales y que, en esa coincidencia, la presencia institucional debería ser más nutrida de lo habitual, tachándolo por tanto de acto más o menos propagandista. Es decir, se reconocía que el verdadero sentimiento patriótico sólo se aviva oficialmente al paso de la conveniencia electoral…

De hecho, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, destacó en conversación con El Mundo que la presencia en Madrid de los máximos representantes de las autonomías era esta vez “más importante que nunca”. Y que, con ella, “se constatará que la unidad de España no está en peligro apenas 15 días después de las elecciones catalanas que algunos han intentado convertir en un órdago contra esa unidad”.

Dicho de otra forma, si la amenaza secesionista no se hubiera despertado como se ha despertado, la Fiesta Nacional seguiría siendo una celebración de tercera categoría y más o menos rácana o bochornosa como ha sido en los últimos años. Y, claro está, los entusiastas seguidores del desfile militar correspondiente, exhibiendo siempre orgullosos la bandera de España, seguirían siendo tildados de ‘fachas’, alejados de las tribunas oficiales (para evitar pitidos al Gobierno de turno e incluso al Rey como sucedió en 2012) e ignorados por las cámaras de televisión española, siempre al servicio de la verdad oficial.

Ahora, el gasto en combustible para que la Fuerza Aérea participara en el desfile y para que la ‘Patrulla Águila’ pudiera dibujar en el cielo capitalino la bandera de España (otras veces ausente), y el de partidas extraordinarias  para diversos actos ‘patrióticos’ de acompañamiento (retretas militares, aperturas gratuitas de todos los museos de gestión estatal, conciertos de música militar…), ha sido aprobado con inusitada generosidad. Ahora, el presidente Rajoy se ha cuidado muy mucho de asistir (no lo hizo en el último desfile del Día de las Fuerzas Armadas) y de no reiterar aquel comentario a Javier Arenas que se le escapó a micrófono abierto en relación con la Fiesta Nacional de 2008: “Mañana tengo el coñazo del desfile. En fin, un plan apasionante”

Y, por poner algún otro ejemplo de patriotismo sobrevenido, también ahora el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, se lamenta con gran oportunidad electoral: El complejo de lucir símbolos nacionales es realmente triste”. Y aprovecha el fregado catalán para reivindicarse como “firme defensor de la unidad de España”, autor como diputado constituyente en el 78 “de la enmienda de la indivisibilidad” e implicado en la unidad de España desde que entró en política, “incluso antes de la muerte de Franco” (La Razón 11/10/2015); no sin sorprender a quienes durante casi medio siglo han desconocido su vena patriótica efectiva y cualquier posición crítica como político en activo ante los excesos competenciales autonómicos, sin ir más lejos.

Lo cierto es que el patriota García-Margallo nada reivindicó ni dijo cuando en la celebración en el desfile del 12 de Octubre de 2013, presidido por el entonces Príncipe Heredero, precisamente ‘su’ Gobierno ordenó interpretar la ‘versión breve’ del himno nacional (de 27 segundos frente a la de 52 que siempre se aplica en presencia del Rey), a pesar de la trascendencia del acto.

Como tampoco dijo ni ‘mu’ ante la todavía más vergonzante decisión de que los militares saludaran al Príncipe a su paso por la tribuna presidencial, siéndoles devuelto el saludo, pero sin poder lanzar el grito ritual de “¡Viva España!”, porque según el protocolo gubernamental “no correspondía”. Pero en 2015 sí ha correspondido, apretados como están la Corona y el Gobierno por las fuerzas independentistas, gracias entre otras cosas a su falsa idea de la Patria y a su mera defensa ocasional y prácticamente de opereta…

Ahora, el mismo ministro rácano de Defensa que ha machacado cuanto ha podido la imagen de las Fuerzas Armadas y su proyección pública, tira de repente de talonario para organizar una perfecta celebración militar del 12 de Octubre, sin precedentes en las últimas décadas (sólo faltaron las unidades acorazadas y los sistemas de armas sobre plataformas terrestres). Reconociendo un especial “sentido de reivindicación” del acto, que ahora proclamaba “de toda la sociedad” y pregonando en TVE: “España merece la pena. Es una gran nación de la que hay que estar orgulloso”.

Y sin límite en los medios públicos para realizar una retrasmisión televisiva abrumadora, con más de 20 cámaras en juego (además de las desplazadas en las aeronaves), también sin precedentes en la historia. Es decir, tirando por fin la casa por la ventana.

Bien está este entusiasta revival del patriotismo gubernamental, con Rajoy a la cabeza, y bueno será que siga así por muchos años. Pero lo triste del caso es que, en última instancia, se deba sólo a la batalla planteada por los independentistas catalanes; es decir, gracias a Artur Mas y no debido a un firme y expreso convencimiento del Gobierno del PP (muy distinto del que tienen las bases del partido), curiosamente hibernado desde que obtuvo la mayoría parlamentaria absoluta el 11 de noviembre de 2011…

Pero, con todo, ese interés institucional por recuperar ahora el sentido del patriotismo y de la unidad nacional perdido, machacado progresivamente desde la Transición por la complacencia política con el nacionalismo radical y por la pasividad de los sucesivos gobiernos ante los agravios a los símbolos más señeros de la Nación (incluido el desprecio y la quema de la bandera y las vejaciones al Jefe del Estado), no ha funcionado. Llega tarde y por eso llega mal; hasta el punto de que, ahora, la ausencia de los presidentes de las autonomías con aspiraciones independistas (Cataluña, País Vasco y Navarra) ha sido más evidente y desafiante que nunca: la propia Casa Real ha resultado airada con esa especie de ‘si no te gusta el chocolate, ahí tienes taza y media’, sin que tales desplantes merezcan la más mínima contestación por parte de las autoridades del Estado.

Algo que -insistimos- es más humillante después de haberle dorado la píldora a las autonomías más independentistas en la propia Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España en el 12 de Octubre (de artículo único). En su Exposición de Motivos se incluyó este baboseo innecesario con las veleidades nacionalistas: “(…) La fecha elegida, el 12 de Octubre, simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos…”.

Y ahí quedó eso, como otro estímulo más para ir convirtiendo poco a poco los nacionalismos en fuerzas secesionistas. Porque la ley no es una llamada cerrada a la unidad nacional, sino otra concesión añadida al devaneo de su progresiva dilución, ahora muy difícil de reconducir. Ahora, la Corona y el Gobierno se aferran a la “España unida y diversa”, cuando lo diverso ha primado demasiado sobre lo unitario, el concepto de Estado ha decaído en favor de los nacionalismos y el de nación ha sido desplazado por la tontuna de lo ‘plurinacional’…

Ahora, con el secesionismo catalán galopando ya a uña de caballo, con el vasco y el navarro acechantes, y con tres presidentes de comunidades autónomas con la idea de España confundida para despreciar a la Corona y al Estado en la celebración de la Fiesta Nacional, sólo queda eso: un patriotismo institucional de ocasión o de quita y pon.

Además, infecundo y vano por estar básicamente orientado al pasado (y enhebrado con algunas páginas poco edificantes de nuestra historia), y no fuerte y activo al no haberse querido orientar hacia el porvenir, como pedía Santiago Ramón y Cajal. Y es que, aniquilado el primero como ha sido aniquilado, todo indica que será vano fomentar el segundo.

¿Qué se volverá a decir mañana, o pasado mañana, según convenga a los vientos de la política, de quienes, como verdaderos patriotas, reivindiquen públicamente la España ‘una, grande y libre’…? ¿Se reconocerá y fomentará como sentimiento nacional, o sólo servirá como ariete de coyuntura contra el independentismo que no han sabido embridar los mismos gobernantes que antes la despreciaban…?

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

El estallido-hartazgo de José María Aznar ante el fracaso del PP en las elecciones catalanas del 27-S ha sido inmediato porque venía realimentado por cuatro derrotas previas continuadas (comicios europeos, andaluces, municipales y autonómicos). Por eso, a las pocas horas de consumarse el quinto desastre popular en las urnas, desde que el 11 de noviembre de 2011 lograra una mayoría absoluta en las elecciones generales, Aznar ha sacado la guadaña para segar la hierba sobre la que han venido sesteando políticamente Rajoy y sus acólitos del Gobierno y del partido que le sustenta.

Y lo ha hecho desde FAES (el think-tank del imperio popular) para dejar claro que su opinión no es personal, sino una preocupación corporativa compartida. Tragándose, además, el sapo de haber sido él mismo quien nombró digitalmente al ínclito Rajoy para sustituirle al frente del PP…

Tarea, pues, doblemente dolorosa, la de tener que ponerse en el papel de rezongón para alertar por enésima vez de la trágica deriva electoral por la que viene transitando el partido señero de la derecha española, y por ello más valiente y meritoria aunque no lo parezca. Sobre todo porque Aznar ha venido a poner el dedo en la llaga de la mala acción política del Gobierno y no en el plano de la economía; es decir, en el tramo de decisiones más fáciles y esperadas por el electorado, y que deberían haber servido para sanear el deterioro institucional recrecido con el zapaterismo y compensar en parte el malestar ciudadano ante los recortes sociales de la presente legislatura.

Durante sus cuatro años de mandato electoral con mayoría parlamentaria absoluta, Rajoy no ha querido hacer las reformas institucionales reales y positivas demandadas por sus propios electores (antes al contrario ha politizado aún más el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional); ha coartado los derechos y libertades fundamentales como nunca se ha hecho en democracia (por ejemplo con el ‘tasazo’ y la ‘ley mordaza’); se ha mostrado incapaz de promover un modelo de economía productiva (de hecho seguimos dependiendo del ladrillo y del turismo); ha protegido a los salteadores de las cajas de ahorro; ha contemporizado con la corrupción propia y ajena y, en fin, ha cargado el coste económico de la crisis sobre las clases sociales más débiles, de forma que cada vez hay más pobres mientras los ricos son más ricos…

Que Aznar ha acertado en el fondo de sus críticas internas no lo duda nadie fuera y dentro del PP; aunque algunos de sus correligionarios más afines a Rajoy y contumaces en ciertos errores de inacción política, sostengan su falta de oportunidad, metidos ya en las elecciones generales que se van a afrontar con una pésima valoración social del Gobierno y tras los malos resultados cosechados en las municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo. Una posición compartida por los comentaristas y tertulianos más afines al Gobierno, preocupados porque en la próxima legislatura se les pueda acabar el chollo palmero de a tanto la hora.

Unos y otros -todos los exasperados con las críticas de Aznar- conforman las mesnadas inmovilistas a ultranza que, después de hacer oídos sordos durante cuatro años a todo lo que se les ha advertido también desde fuera y desde dentro del partido (dale que dale), ahora afirman que, con la actual actitud del otrora sumo pontífice y dedo divino del PP, se traslada una imagen pública de división interna. Y también -en el mejor de los casos- que Aznar ha podido acertar en el fondo de la crítica, pero no en el momento de hacerla…

A estas lumbreras del PP, puras alfombrillas de Rajoy, hay que decirles que la cuestión no es el dar o no dar una imagen de división interna del partido, sino que esa división existe realmente desde hace tiempo, y provocada por su soberbia y su inmovilidad ante los verdaderos retos de la España actual: no en vano todos ellos son la pura traslación del ‘tancredismo político’. Y también hay que aclararles que, en el fondo, los tres avisos con los que se les está yendo al corral el toro de la legislatura, por incapacidad manifiesta de liquidarlo con suficiente acierto y solvencia torera, no se los da José María Aznar, que es el presidente de honor y un referente innegable del partido, sino los ciudadanos que opinan en las encuestas y los electores que votan en las urnas.

¿Avisos inoportunos…? Pero, ¿es que estas críticas y malas valoraciones sociales del Gobierno, sistemáticamente desoídas por Rajoy, acaso no son ya de larga trayectoria y efectos contrastados a partir de las elecciones europeas de mayo de 2014…? ¿Y es que sería más eficaz -piensa la tropa marianista- hacer estas advertencias cuando el PP termine de pasar a la oposición en todas las instituciones de representación política…?

Lo esencial es que, en esto, Aznar lleva razón

Tras los pésimos resultados electorales del PP en las elecciones catalanas del 27-S, Aznar arremetió desde FAES contra la dirección de su propio partido en un comunicado que no tiene desperdicio, y de forma razonable, al margen de las simpatías o antipatías que se le puedan tener y de lo que en el pasado haya podido hacer mejor o peor. En él consideraba que el fracaso en Cataluña, que ya tuvo su previa en las elecciones de 2012, ha dejado a los populares ante “el peor escenario posible”, por lo que “algunos” -dice- deberían pensar “seriamente por qué el partido del Gobierno no ha sido capaz de representar a la mayoría de las fuerzas constitucionales”.

En su nota de prensa, el ex presidente Aznar advertía a sus correligionarios: “Tu rival de la izquierda queda fortalecido, tu espacio queda mermado, los secesionistas van a continuar el proceso. Tu posición está seriamente comprometida…”. Y destacaba que el último descalabro en Cataluña no ha sido cosa aislada y coyuntural sino un nuevo aviso del electorado del PP: “Ya va el quinto aviso y no se puede desoír”. En ese sentido cree necesario, y lleva razón, emprender “un proceso muy profundo de reflexión para extraer todas las consecuencias y ponerse a ello”.

En relación con la grave torpeza marianista en el tratamiento del ‘problema catalán’, que ha sido de puro pasotismo político, Aznar ha señalado:
“No hay nada más peligroso que tener encima de la mesa un problema de carácter existencial con el que te juegas la continuidad histórica de la Nación. No puede haber dudas; ni para el que recibe el mensaje ni para el que tiene que darlo. Hay que reafirmar el orden constitucional”. En su misiva de admonición a Rajoy, sostiene que “la primera regla de la política es que pierdes todas la batallas que no das. Lo que ha pasado en España en los últimos años es que solamente ha jugado un equipo y ese equipo ha ido ganando terreno”.

Aznar, que de cualquier forma ha sido el político más exitoso del PP, y al que Rajoy y sus marianistas han ninguneado durante cuatro años como si fuera de otro partido, metió el puñal dialéctico en la herida electoral de Rajoy de forma tan sangrante como inevitable, recordando -a efectos de la pasividad de Rajoy- que lo sucedido en el 27-S es algo que en FAES ya “veníamos advirtiendo desde hace tiempo, un fraccionamiento y división de Cataluña”. Y remarcando la trascendencia de los hechos: “Siempre hemos dicho que este era un intento condenado al fracaso y que antes de romperse y dividirse España, se rompería y dividiría Cataluña. El grado de fraccionamiento y división en Cataluña se va a agravar como consecuencia de las elecciones de ayer”.

Haciendo gala del sentido de la realidad política que le falta a Rajoy, Aznar añadía sin tapujo alguno: “Los constitucionalistas tenemos que decir que las elecciones autonómicas en Cataluña las han ganado los secesionistas, pero que han fracasado en sus intenciones plebiscitarias. Eso quiere decir que el proceso secesionista va a continuar y va a continuar más radicalizado porque los más radicales tienen más fuerza”. No obstante, también ha reconocido que “el constitucionalismo tiene espacio en Cataluña”, pero  “siempre que los que defienden los principios constitucionales se dediquen a eso y no a hacer extravagancias ni hablar de terceras vías o a abrir nuevos procesos de negociación que debiliten las posiciones constitucionales”, en alusión a las tibias posturas del PSOE.

Tras afirmar que “nosotros tenemos que defender y ampliar el espacio constitucional en Cataluña”, el ex presidente Aznar insistió en que “estamos en un punto muy interesante para volver a rearmar los movimientos constitucionales que se han desarmado en Cataluña”, pero que “si los partidos constitucionalistas se meten unos a hablar de un Estado federal, otros de tercera vías, otros de reforma constitucional, será un paso atrás muy grande". Un mensaje olvidado por Rajoy y que, hoy por hoy, parece mejor recogido por Ciudadanos, formación política que, al paso trotón de la actual dirección del PP, amenaza seriamente con arrollar a los populares en las elecciones del próximo 20 de diciembre.

Y Aznar concluía: “El electorado del PP ha dado un aviso en las elecciones europeas, muy serio; otro en las municipales; otro en las autonómicas; otro en las andaluzas, y le acaba de dar otro aviso en las elecciones catalanas. Son cinco veces consecutivas en pocos meses en los que el electorado te está diciendo que no está contento con cómo están las cosas. Ya va el quinto aviso y no se puede desoír”. Y aunque en este sentido cree obligado acometer de inmediato “un proceso muy profundo de reflexión, extraer todas las consecuencias y ponerse a ello”, todo indica que Rajoy no es el hombre necesario para afrontar esa reacción y que, además, ya llega tarde, y con el espacio de centro-derecha, que es el preferido de los electores, con representantes socialmente más atractivos que el abrasado candidato Rajoy.

Lo que pasa ahora, dicho llanamente, es que la imposición del ‘mal menor’ (votar de forma obligada al PP para que no gobierne el PSOE, o viceversa), ha saltado por los aires. Ahora, como ha visto Aznar y cualquiera que tenga dos dedos de frente, los votantes más o menos conservadores pueden optar también por Ciudadanos (y los de ideología progresista a Podemos), porque el nefasto bipartidismo español ha pasado a mejor vida.

Y, por eso, la campaña iniciada por los populares para asimilar a Pedro Sánchez con ZP, pidiendo el voto para que no se repita el desastre del zapaterismo, no va a funcionar. Es más, dará pie para que tampoco se repita el desastre antisocial del marianismo, sin que, además, la contumacia de Rajoy abandone la apelación al miedo (‘el PP o la nada’ que en su día sostuvo María Dolores de Cospedal), ya de muy dudosa eficacia.


Considerando el actual escenario electoral, parece que un enfrentamiento entre Mariano Rajoy (hoy por hoy lo más recalcitrante de una derecha lastrada por la corrupción) y Albert Rivera (que es una promesa política limpia y reformista) para disputar el espacio de centro-derecha, será letal para el PP. De hecho, al margen de sus enfrentadas políticas sociales, el zapaterismo y el marianismo son el cara y cruz de una misma ineptitud gubernamental, de una contemporización similar con la corrupción y de una idéntica pasividad ante las reformas institucionales más necesarias y demandadas por la ciudadanía: la separación de poderes, el fortalecimiento del Estado, las reformas administrativas, la potenciación de la economía productiva…

Todo ello mientras los independentistas catalanes y vascos se radicalizan y el voto de la izquierda clama por una unidad popular. Algo que tampoco ayuda al PP y que puede desplazarle a posiciones marginales de extrema derecha…

Pero al torpe Rajoy, experto en esconderse tras la pantalla de plasma y en correr por los pasillos del Senado huyendo de los periodistas (¡vaya espectáculos!), lo único que se le ocurre ahora es contestar de esta guisa en una entrevista apañada sobre la marcha con Antena 3 (01/10/2015): “Yo nunca he hecho un comunicado para dirigirme a Aznar ni a nadie. Yo a la gente le hablo a la cara, no con comunicados”. Y aclarar que no considera decisiva la opinión del ex presidente (“Aznar dice lo que cree oportuno y yo hago lo que tengo que hacer”), o sea que se la pasa por la entrepierna, apuntillando sobre la opinión que le merecía el comunicado de FAES: “Ni coincido ni dejo de coincidir”.

Es obvio que el galleguismo pasota de ‘Don Tancredo’ es malo, malo, malo, para el PP y en general para la derecha española, que recibirán en su trasero la patada electoral destinada al de Rajoy. Y su aferramiento a la ‘mieditis’ electoral, peor.

Su contumacia ha llevado a que siete días después, el lunes 5 de octubre, y nada menos que en un foro de la Fundación Vocento (ABC y derecha dura y pura), Aznar tuviera que reiterar en público que los jóvenes centristas liderados por Rivera (que parecen definirse como liberales-reformistas con conciencia social) les van a robar votos a manos llenas. Y, de nuevo, la respuesta del marianismo (sin réplica argumentada) ha sido de una gran simpleza: el centro-derecha sólo es del PP, Ciudadanos es centro-izquierda, el PSOE es la izquierda radical, Podemos es un partido bolivariano y la gente de IU soviéticos puros…

Entonces uno se pregunta si es que van a regalarle a Vox el espacio de la derecha conservadora y por qué extraña razón durante toda la legislatura el PP ha gobernado en clave de ultra derecha y a veces facistoide. Es decir, que Rajoy anda descolocado y con los papeles más perdidos que nunca, yéndole ahora al pelo aquella reflexión del devoto que había ofrecido el tronco de un ciruelo para tallar sobre el la efigie de San Pedro: “Quien te conoció ciruelo, ¿cómo te tendrá devoción?”.

Lo más lamentable y dramático del caso es que todos los populares saben desde hace tiempo que la faena política de Rajoy ha sido y sigue siendo penosamente autista. Lo único que ha hecho Aznar es recordárselo de vez en cuando como corrección fraterna o buen consejo del pater familias, mostrando los hechos y pidiendo una reflexión al respecto.

Pero, entonces, ¿a santo de qué viene la torpeza conjunta del Comité Ejecutivo Nacional del PP (nada menos que 97 pesos pesados del partido) de dejarle proclamarse candidato-perdedor para las próximas elecciones generales…? Quizás sea porque a su inmensa mayoría les priva el que no se les apee de las listas electorales (chupa que te chupa), aunque, como dicen los castizos, a Rivera se lo estén poniendo a huevo… y a Sánchez también.

Sin Rajoy, el PP podría ganar las elecciones legislativas y además volver a formar gobierno; pero con Rajoy de cabeza de cartel tendrá menos votos y muchas más dificultades para recibir apoyos externos. Lo peor del caso es que Don Tancredo, además de salir de La Moncloa por la puerta de atrás, dejará al PP con un roto descomunal: una buena lección sobre la falta de democracia interna para los que vengan detrás.

Si Rajoy no hubiera sido elegido líder del partido de forma digital (y por quien le señaló), sino por méritos propios en un proceso de primarias, no existiría ningún problema doméstico, porque hoy las opiniones de Aznar serían intrascendentes. Muy pronto veremos a dónde llega de verdad el PP con tanta miopía política y tantas apelaciones electorales equivocadas.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Hace prácticamente tres años, al hilo de las elecciones catalanas del 25 de noviembre de 2012, ya advertimos las falsas lecturas que los partidos perdedores hacían de los correspondientes resultados, con el objeto de confundir a la opinión pública y, peor aún, de envolverse ellos mismos en un irreal imaginario por el que deslizarse hacia las zonas más oscuras de la política. Así les ha ido.

En aquella ocasión reflexionamos sobre la conveniencia de conocer la realidad objetiva a efectos del buen gobierno político. Decíamos que, en esencia, la razón depende de la verdad y que sólo cuando el gobernante o el opositor conocen y asumen las cosas como son en sí, alcanzan esa verdad, lo que les permitiría actuar con razón y no contra ella, mientras que de otra forma caerán en el error y, por tanto, en la acción política inútil, cuando no perniciosa.

Este es un razonamiento muy sencillo, pero de difícil sustanciación a tenor de los muchos ejemplos que nos ofrece la política española. Uno fue el del 25-N catalán y otro es el recién consumado del 27-S.

El 25-N algunos negaron, incluso, la evidencia de que las elecciones las había ganado Convergència Democràtica de Catalunya (CiU) de forma inapelable y -ojo al dato-en vía radical, obteniendo 50 escaños (con el 30,68% de los votos válidos emitidos). Mientras ERC, la segunda fuerza política, solo alcanzaba 21 escaños (con el 13,68% de los votos); es decir bastante menos de la mitad, aunque doblando los 10 que ya tenía y con propuestas políticas también de mayor radicalidad y arrebatándoselos en parte a CiU.

Pero, si la victoria de CiU fue tan abrumadora, ¿a qué vino el absurdo de algunos portavoces de los partidos perdedores empeñados en deslegitimar esa clara victoria, pidiendo, incluso, la dimisión de Artur Mas como presidente de CiU? ¿Y, en todo caso, qué derecho tenían aquellos políticos fracasados para inmiscuirse en las decisiones internas de una organización que les era ajena…?

Cierto es que Artur Mas había demandado a los electores que votaran a CiU de forma masiva para conseguir una mayoría absoluta (algo que siempre es un resultado extraordinario), lo que, además de ser legítimo y tácticamente conveniente, debería pretender cualquier líder que se precie. Pero lo que está clarísimo es que si a quien ha ganado unas elecciones se le pide que dimita por no haber conseguido mayoría absoluta, quienes habiéndolas querido ganar aun con mayoría simple (que es lo normal) las pierden, tendrían que aplicarse la misma exigencia que reclaman a otros y, con mayor motivo, ser los primeros en dimitir de sus cargos partidistas.

Dada la importancia política de aquellos comicios de 2012, en los que sin duda alguna ya se medía perfectamente el crecimiento del independentismo catalán y, por tanto, la fortaleza o debilidad del actual modelo de Estado, lo primero que demostró la legítima victoria electoral de CiU, que en efecto perdió 12 escaños respecto de su posición anterior, fue la incapacidad del PP para recogerlos, entendiéndose entonces que todavía representaban votos de la derecha catalana no secesionista. Pero el PP se quedó atascado en los 19 escaños y en el 12,99% de los votos, lo que a tenor de la bandera ‘españolista’ que arrió en la campaña y de ostentar la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y en el Senado, presidiendo por supuesto el Gobierno de la Nación, era una derrota sin paliativos, extremadamente grave a efectos del problema catalán de fondo que subyacía en aquellos comicios. Y punto pelota.

Pero es que, todavía peor, aquel fracaso político del PP en Cataluña de 2012 se vio acrecentado por el éxito de Ciutadans, que incrementó su peso parlamentario con seis escaños más sobre los tres que ya tenía; es decir creciendo en escaños un 200% y consolidándose como fuerza política directamente competidora del PP. David comenzó a robarle la posición política a Goliat y Rajoy se fumó un puro, que es lo que mejor sabe hacer, aunque aquello comenzara a marcar el principio del fin del PP en Cataluña.

Ahora, con los resultados del 27-S puestos en negro sobre blanco, vemos que nuestro análisis y advertencias sobre el 25-N han derivado por la senda prevista. Ahora Ciutadans casi ha triplicado su representación en el Parlament, mientras que el PP la ha bajado, cuesta abajo y sin frenos, de 19 a 11 escaños, incapaz siquiera de recoger en sus filas a los busca-puestos de UDC, que han pasado a mejor vida política…

Pero los despropósitos interpretativos siguen vivos. Ahora tenemos al propio Ciutadans que, sin saber capitalizar todavía con mayor eficacia su indudable éxito electoral, lo ha vuelto a interpretar en clave de absurdo político o de pueril pataleta: pidiendo otra vez la dimisión de Artur Mas, que ha ganado las elecciones más que doblándoles en escaños (62 frente a 25) y -ahí es nada- pidiendo también unas nuevas elecciones catalanas, quizás para calentar más el sentimiento independentista y acrecentar el problema. Algo realmente simplista (un error de noveles quizás demasiado crecidos), como quien quiere apagar un fuego con gasolina, que no dice mucho en favor de quien ya debería aspirar a presidir el próximo Consejo de Ministros con otras propuestas de mayor transcendencia nacional.

Otra cosa es que el señor Mas pueda tener su vida política agotada y que, como cuestión interna, CDC necesite una renovación que entierre el ‘pujolismo’ y sus secuelas de corrupción de forma definitiva. Pero ahí queda su ciclo de apertura a la secesión, bien patente ante el papanatismo de los últimos gobiernos centrales.

Y no menos curioso es que todos los analistas silencien que quien realmente ha triunfado en las elecciones del 27-S ha sido la CUP (Candidatura d’Unitat Popular), experimentada formación de la izquierda radical y pancatalanista, que ha triplicado de sobra sus escaños con un reprise electoral superior al logrado por Ciutadans en 2012 (de 3 ha pasado a 10). Porque ahora la CUP es quien ahora tiene la sartén del gobierno catalán cogida por el mango, algo sin duda delicado siendo como es el partido más furibundo dentro del aguerrido entorno independentista…

En esa misma zona sensible de equilibrios y desequilibrios políticos, hay que reconocer, pues, el corrimiento de votos que se produce desde las antiguas posiciones nacionalistas o catalanistas a las secesionistas; es decir, que lo perdido por la suma de CiU + ERC se traslada con mayor radicalidad a la CUP, como ya sucedió en 2012 con el trasvase de votos de CiU a ERC. Los analistas aprecian por un lado los retrocesos del partido liderado por Artur Mas, pero sin ver al mismo tiempo cómo, por el otro, crece la temperatura política en el entorno independentista.

Hoy, hasta en inmovilista Rajoy -que ya es decir- reconoce la fractura social y las tensiones políticas consolidadas en Cataluña, aunque, torpe él, crea que ‘solo’ afectan a cuatro de cada cinco catalanes. En realidad afecta a más de la mitad del Parlament (72 escaños frente a 63) y casi a la mitad del electorado (el 47,78% frente al 48,53%, al que se debe añadir el 3,63% de los votos que no alcanzaron representación en escaños), lo que es una barbaridad y un desastre sin paliativos porque supone una clara ruptura del consenso constitucional de 1978.

Claro está que la mayoría absoluta en escaños del independentismo catalán se quiere contraponer con una ligera desventaja en porcentaje de votos. Lo que ni mucho menos anula o desvanece el fondo del problema, ni justifica el que los líderes que aspiran a gobernar España en la próxima legislatura no quieran enfrentar esa dura realidad.

Quizás porque están obcecados en el análisis provinciano y barriobajero, en tapar o maquillar sus derrotas -en el caso del PP y del PSOE-, en no reconocer la caída definitiva del bipartidismo y en arremeter sin ton ni son contra Junts pel Sí, coalición que, con o sin plebiscitos, ha ganado legítimamente las elecciones, mientras los demás las han perdido. Y formación que va a dirigir la Generalitat sí o sí (so pena de tener que volver a celebrar otras elecciones anticipadas si cabe más peligrosas), y con años por delante para alcanzar sus objetivos políticos y tratar de sustanciar sus aspiraciones secesionistas.

Pero si el analista sensato podía preguntarse por qué extraña razón los resultados electorales del 25-N habían de provocar la dimisión de Artur Mas y no la de la popular Alicia Sánchez-Camacho, que a pesar del lío en el que se metió parecía encantada de haberse conocido, o la del propio Rajoy, que había fracasado totalmente en su defensa del Estado español, también podía mirar hacia el PSOE y plantearse algo parecido. Pere Navarro, entonces líder del PSC, y su padrino político Alfredo Pérez Rubalcaba, se mostraban razonablemente satisfechos porque, como gran alternativa de gobierno en España, sólo habían perdido ocho escaños, tres o cuatro menos de los que les vaticinaban los sondeos demoscópicos previos…

Ahora, Miquel Iceta también está encantado con haber perdido otros cuatro escaños, quedándose en tan solo 16 después de haber sido un partido hegemónico en Cataluña (llegó a tener 52 escaños en 1999). Lo que les señala como una verdadera tropa de cantamañanas, incapaces de reconocer sus errores ni con la cabeza puesta al filo de la guillotina electoral.

En 2012 las elecciones catalanas fueron ganadas por CiU y perdidas por el PSOE y el PP, y en 2015 las ha ganado Junts pel Sí y las han vuelto a perder el PSOE y el PP. Y ahora, ni a Ciudatans ni al PP les gusta que gobierne el partido más votado, que es lo que defendían hasta hace muy poco y lo que querrán defender en las próximas elecciones generales si la aritmética parlamentaria entonces les es favorable.

Incoherencia especialmente delicada para la formación de Albert Rivera que, como esperanza blanca de la llamada centralidad política, debería distanciarse prudentemente del PP, al igual que del PSOE, con una formulación de política nacional genuina y enraizada con una reforma españolista y radical del deteriorado sistema político. Y reponiendo los intereses del Estado donde deben estar y los de las autonomías -que no son naciones ni mucho menos otros Estados- en el suyo, que es simplemente el del autogobierno que les toque. Y punto pelota.

La otra pata del banco electoral a nivel nacional (Podemos y su maraña de coaligados), ha pinchado en Cataluña por los despistes, las ‘gracietas’ y la escasa madurez de Pablo Iglesias, convertido en un niño terrible de la política que ha confundido la Puerta del Sol de Madrid y las decisiones asamblearias con la política y el marketing electoral reales. Y que, de seguir así, no pasará de ser otra muletilla falsaria de la utopía marxista, obligada a doblegarse ente el PSOE.

Los chicos de Podemos harían bien en apretarse ellos machos, abandonar la sopa de siglas (y las siglas de sopas) y pactar razonablemente con IU si no quiere diluirse como un azucarillo dentro de un vaso de agua, dejándose de verborrea y populismos de corto alcance y entrando en la praxis del sistema y en el acuerdo político -sin renunciar a su ideario social- para no expirar de forma prematura como UPyD.


LOS INDEPENDENTISTAS SIGUEN SU CAMINO

Lo que subyace en todas las interpretaciones equivocadas de los resultados electorales del 25-N y el 27-S, y en las rabietas de la oposición contra Artur Mas, acompañadas con la absurda exigencia paralela de que renuncie al liderazgo de su partido (un problema menor que en cualquier caso tendría una sustitución más agresiva), es su trasfondo secesionista. Abanderando la eclosión ciudadana del independentismo, palpable a más no poder, CiU se atrevió por primera vez en 2012 a encabezar su programa electoral con esta rotunda y arriesgada aspiración política.

Su ‘pulso’ frente al Gobierno de la Nación (y también frente a la oposición socialista) fue total, y en el análisis objetivo de la situación hay que decir que fue ganado en toda regla y lo sigue siendo, por mucho que se quiera ocultar o no reconocer.

A este respecto hay que tener presente dos consideraciones sustanciales que tanto el PP como el PSOE quieren ignorar, o que simplemente ignoran por su escasa capacidad analítica.

La primera de ellas es que por primera vez en el nuevo Estado democrático, los votantes catalanes han asumido con plena consciencia, y expresándolo sin ambages en las urnas, la exigencia independentista, porque todas las fuerzas políticas habían aceptado de hecho, y con gran torpeza, el carácter plebiscitario de las elecciones catalanas y porque los votos de quienes piensan de forma distinta o se han sentido más ‘españolistas’ han emigrado del PP y del PSOE hacia otras formaciones políticas (caso, por ejemplo, de los 734.910 votantes de Ciutadans). Por tanto, a partir del 27-S, e incluso desde el 25-N, ya no caben dudas ni equívocos sobre el independentismo catalán.

En segundo término, el gran refrendo de esta exigencia de independencia es mucho más palpable ahora con el éxito obtenido por la CUP, partido que ha triplicado sus escaños por su radicalidad y que ya podrá competir en ese terreno con ERC; un dato a tener muy en cuenta en el futuro propagandista del independentismo, dado su activismo y su conexión con los movimientos sociales de base municipal. Es decir, el problema de fondo (el pulso de la secesión) se agrava para los partidos ‘españolistas’ (y para el Estado) una vez que el éxito de Junts pel Sí se ha visto flanqueado con el de la CUP, que es el partido independentista más extremo.

La aritmética del caso es bien simple: en el Parlament de Catalunya se acaba de consolidar un frente ‘independentista’ mayoritario de 72 escaños y una amalgama de oposición ‘españolista’ de 63, que, además de estar menos cohesionada, no comparte una misma idea del Estado ni tiene las cosas claras al respecto, lo que, por otra parte, evidencia su incapacidad para defenderlo. Ese reparto de posiciones antagónicas, además de mostrar una división real de la sociedad catalana en relación con el propio concepto de España y su sistema de convivencia, tiene todas las trazas no sólo de que una de ellas (la independentista) ya sea irreversible, sino de que irá creciendo a costa de la otra (la españolista), tanto por efecto de la acción política cotidiana, autonómica y municipal, como por la incapacidad de los partidos nacionales para contrarrestarla.

Uno de los comentaristas políticos más clarividentes al respecto, quizás por su independencia personal, Federico Jiménez Losantos, lo afirmó hace tres años, nada más conocerse los resultados electorales del 25-N. En su columna habitual de El Mundo (Comentarios Liberales) publicada un artículo titulado ‘Lo de menos era Mas’ (26/11/2012) en el que, despegado incluso de la línea editorial del periódico, afirmaba acertadamente que si bien Artur Mas había perdido 12 escaños y fracasado en su aspiración de alcanzar una mayoría hegemónica, su proyecto secesionista había vencido, sin duda. Y explicaba:

“¿A quién ha vencido? Evidentemente, a todos los que se oponían al referéndum y a la independencia, bien para mantener la España autonómica -PP y Ciudadanos-, bien para reconvertirla en una España federal ‘con derecho a decidir’, o sea, a separarse -PSC-. Leales y desleales, coherentes e incoherentes han sido igualmente derrotados, si bien Ciudadanos puede presumir de un gran resultado como partido. Los partidarios de defender el Estado Español actual no llegan a 30 escaños e incluso sumando a los que quieren una España en porciones y desechable no llegan a 50. Sobre 135”.

A continuación, Jiménez Losantos se hacía una doble pregunta de respuesta obvia: “Pero ¿alguien cree que el PSOE se ofrecerá al Gobierno de Rajoy para constituir un frente español que dé la batalla política y mediática al frente separatista catalán? ¿Y alguien cree que el Gobierno del PP, con toda su mayoría absoluta, será capaz siquiera de intentarlo?”.

La conclusión del articulista era fiel expresión de la realidad objetiva y, por ello, bien contraria a las falsas lecturas del 25-N realizadas entonces por sus dos grandes perdedores, el PP y el PSOE: “Lo de menos era Mas. El separatismo sigue adelante”.

Ahora, el 27-S suma y sigue. Y en esa misma fecha, en la que se celebraba el Alderdi Eguna (fiesta del Partido Nacionalista Vasco), el lehendakari Iñigo Urkullu advertía al Gobierno de España que, además de tener un problema en Cataluña, “también tienen un problema en Euskadi” porque “está dando pasos atrás” y “no cumple lo acordado”, en referencia a las competencias recogidas en el Estatuto de Gernika aún sin transferir al Gobierno vasco.

Urkullu aprovechó esa celebración para defender la “construcción nacional” de Euskadi en la Unión Europea, abogando para lograrlo por una “consulta legal y pactada” basada en el “reconocimiento mutuo” y en la “bilateralidad” entre Euskadi y el Estado porque, según explicó, cree en “la unión desde la voluntad democrática y la libre adhesión”. Dicho de otra forma, a más Europa, menos España, que eso es lo que buscan.

Por su parte, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, apostó por “dar nuevos pasos en la vía vasca hacia la libertad”, anunciando que su partido no parará hasta “conseguir lo que Euskadi se merece: su reconocimiento como nación y sus derechos políticos como pueblo, empezando por poder decidir su futuro y una relación de bilateralidad con el Estado que le sitúe de igual a igual”.

También afirmó que el País Vasco seguirá “su propio camino” y que “no acelerará cuando otros lo hagan, como no se ha parado cuando otros lo estaban”, porque “tiene su propia hoja de ruta”. En este sentido sostuvo que Cataluña y Euskadi deben poder elegir cada uno su camino aunque ambos terminen en el mismo lugar: “Ser libres en la Unión Europea”...

Eso es lo que hay, pero no se preocupen. El Gobierno de Rajoy y los sabios del PP (‘Don Tancredo’ y su cuadrilla) dicen y redicen que Artur Mas ha fracasado en su estrategia política y en su batalla independentista: todos tranquilos, que Mariano controla.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Estaba cantado que el PP se la iba a pegar en las elecciones catalanas con independencia de quién las ganara y en qué quedara su pulso plebiscitario implícito, tan torpemente aceptado por el Gobierno de la nación y apoyadoen términos de debate y opinión pública por todas las demás fuerzas políticas, la banca y el empresariado.Así lo habíamos advertido en no pocas de nuestras últimas Newsletters, sin necesidad de reclamar ahora título alguno de adivinos porque la previsión era de libro.

Tras la derrota en las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo, el  presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, y los barones regionales del partido hicieron cierta autocrítica en la reunión inmediata de su Comité Ejecutivo Nacional. En ella,no pocos dirigentes autonómicos coincidieron en señalar el fuerte rechazo que suscitaba su ‘marca’ ante el electorado, pero sin apreciar que lo realmente reprobado era su política, que lejos de rectificarse se mantuvo hasta sus últimas consecuencias.

Algunos ingenuos entendieron entonces que el problema se resolvía, sin más, con cambiar su logotipo (a peor), medio jubilar a algunas figuras súper amortizadas como Rita Barberá o abrasadas por su distanciamiento con la realidad social (José Ramón Bauzá, Alberto Fabra, Alicia Sánchez-Camacho…), elevar al segundo nivel directivo a cuatro dirigentes del partido algo más frescos (Pablo Casado, Rafael Maroto, Fernando Martínez-Maillo y Andrea Levy), y activar un poco su presencia mediática (contar mejor todas las cosas buenas que en su opinión hacía el Gobierno), sembrando por doquier sonrisas de última hora antes nunca vistas.

Formas y maneras que, más o menos, resguardaban las cabezas de los máximosresponsables del partido: Rajoy, Cospedal y Arenas. Sin variar un ápice la política de fondo que viene hundiendo electoralmente al Gobierno y al PP, hasta llevarles a la derrota final.

Nadie se atrevió a decir entonces que todo eso era insuficiente y que, a punto de concluir la legislatura, las oportunidades de rectificación perdidas debían de conjurarse de forma radical y urgente. Empezando, claro está, por convencer a Rajoy de que renunciase a ser candidato presidencial para ser relevado por quien mejor pudiera congraciarse con el electorado, Núñez Feijóo, Sáenz de Santamaría o quien estuviera por ahí.

Porque la realidad es que, hoy por hoy, el mayor lastre electoral del PP es el propio Rajoy. Su rechazo social es infinitamente superior al del partido, de forma que el problema real no es tanto de ‘marca’ o de logotipo como de personas y de liderazgo político.

Tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo, Rajoy compareció ante los periodistas para darles su evaluación de los resultados, reconociendo que no estaba satisfecho con los mismos -faltaría más-, insistiendo en que el PP había ganado las elecciones -pues que bien- y achacando no obstante el castigo electoral a tres factores: la falta de recursos de los gobiernos autonómicos, las consecuencias de la crisis y los casos de corrupción. Pero sin ponerse en ningún momento frente al espejo de sus propias responsabilidades.

Entonces, y ya con el agua electoral al cuello, admitió que los populares tenían que ser “más próximos, más cercanos y comunicar más con los españoles”. Algo que se intentó pero que no ha surtido el menor efecto sobre el electorado catalán, que según datos provisionales (sondeos a pie de urna) les ha podido retirarentre 8 y 10 escañosde los ya escasos 19 que aún conservaban en el Parlament y dejado a la cola del ranking de representación política.

Entre las tímidas voces autocríticas que a la luz del 24-M se atrevieron a reconocer la realidad (Luisa Fernanda Rudi,Arantza Quiroga, Alberto Núñez Feijóo, Alberto Fabra…), destacó la de José Ramón Bauzá, entonces presidente en funciones de la Comunidad Balear. Pidió reconocer que “aquí ha pasado algo” y que en algo se había equivocado el PP para obtener los resultados que obtuvo.

Bauzá exigió analizar la situación con humildad, advirtiendo: “Obviamente, si no somos conscientes de que en algo nos hemos equivocado, no podremos mejorar; solamente se mejoraaprendiendo de los erroresy asumiendo los errores”. Pero todo quedó en un mea culpa circunstancial, sin que nadie se atreviera a plantear siquiera la posibilidad -como decimos- de que no fuera la marca del PP la que estuviera quemada sino la figura de Rajoy,todavía con la opción de cambiar de candidato para las elecciones generales y frenar de raíz el deterioro electoral del partido.

Algo muy sencillo de hacer en un congreso extraordinario, digan lo que digan los estatutos del partido. Porque la opción a esa candidatura presidencial es un acto libre y para cesar en ella bastaría simplemente la exclusiva voluntad de Rajoy.

Entonces era tarde para rectificar algunos errores políticos consumados, pero no para rectificar otros. Y sobre todo aún se estaba a tiempo de no cometer errores nuevos.

Ahora, cuatro meses después del desastre popular del 24-M, precedido de las claras señales de riesgo electoral registradas en los últimos comicios europeos y en los anticipados de Andalucía, el nuevo batacazo del PP en las elecciones autonómicas de Cataluña, consideradas las más decisivas desde la Transición por su carácter plebiscitario, ratifica la cuesta abajo por la que camina. Su mala estrategia política y de comunicación, le ha llevado incluso a apostar públicamente (junto a Ciudadanos) por una victoria de su partido griego ‘hermanado’, Nuevo Amanecer, en las elecciones griegas del pasado 20 de septiembre, que las ha vuelto a perder de forma estrepitosa frente a Syriza.

La cúpula directiva del PP (o sea Rajoy, Cospedal y Arenas) estan torpe y contumazcomo la que arruinó electoralmente al PSOE de Rodríguez Zapatero,aunque con otro registro político.

En Cataluña acaba de llevar al partido a la marginalidad política (como ha sucedido en Navarra y el País Vasco), consolidando una grave situación de enfrentamientos social y dejando en evidencia su incapacidad total para reconducir el gran lío del independentismo.

¿Y ahora qué, señor Rajoy…? ¿Seguirá siendo usted el candidato electoral que nadie quiere…?

En su momento, José María Aznar lanzó contra el líder del PSOE y entonces presidente del Gobierno su famoso “¡Váyase, señor González!”. Pues, aunque sea tarde, tome nota de la frase y aplíquese el cuento, señor Rajoy.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Que el PP se va a estrellar en las elecciones catalanas del 27-S está cantado en todas las encuestas al uso. Más o menos como se ha estrellado en los otros dos territorios con problemas soberanistas: País Vasco y Navarra. En el Parlamento de Vitoria está desbordado en escaños por tres formaciones (PNV 27, EH Bildu 21, PSE-EE 16, PP 10 y UPyD 1), mientras que en el de Navarra todavía está en una posición más marginal (UPN 15, Geroa Bai 9, EH Bildu 8, Podemos 7, PSN 7, PP 2, I-E 2).

Esta bajísima cuota de representación electoral en los tres territorios con aspiraciones independentistas, tiene una primera lectura política para el PP que le desautoriza en orden a liderar una posible reforma constitucional, al menos en lo que pueda tocar a la vertebración territorial del Estado. Está claro que el PP representa en ellos a una minoría social tan exigua que es incapaz de entender la problemática local y, por tanto, de liderar cualquier debate o pactos al respecto: algo verdaderamente descalificador para un partido que todavía gobierna el país con mayoría parlamentaria absoluta.

Pero esta escasa presencia electoral del PP en esas tres comunidades autónomas, que totalizan una cuota de 70 escaños en el Congreso de los Diputados (sobre un total de 350), tiene otra lectura más preocupante, si cabe, de cara a las próximas elecciones generales, o sea en la perspectiva de su proyección nacional. Máxime cuando todo indica que en ellas la formación popular no llegará a obtener, ni de lejos, el mínimo de un 15% de los votos que le proteja del devastador efecto propiciado por la ley d’Hont en el reparto de escaños.

Pero es que si incluimos en este análisis la actual posición electoral del PP en el resto de las comunidades autónomas, por lo general en la oposición y con una dinámica a la baja, con la pérdida de influencia política que ello conlleva en los medios rurales, sus malas previsiones se agravan. Que es lo que sucede también con el desalojo político que ha sufrido el PP en las grandes capitales.

Sabido es que el poder llama al poder, aunque al PP le esté llevando en la presente legislatura a la oposición. Por eso es muy difícil pensar que quienes en las últimas elecciones municipales y autonómicas han generado ese vuelco anti-Rajoy, vayan a renunciar ahora a capitalizar su éxito en las legislativas. Bien al contrario, lo lógico y natural es que esos mismos electores se esfuercen en culminar su objetivo político, que no es otro que el de colocar a los ‘populares’ en la oposición; ante el cual, su tesis de que debería gobernar el partido más votado en lugar del que merezca la confianza en el Congreso de los Diputados, que es lo que establece la Constitución, es irrelevante, sino ridícula.

¿Alguien puede pensar, por ejemplo, que en estos momentos el PP puede ganar las elecciones generales en Andalucía o en la Comunidad Valenciana, territorios que cuentan nada más y nada menos que con 93 escaños en el Congreso de los Diputados…?

Insistencia: Los escaños nacionales de los tres territorios con aspiraciones soberanistas y posición marginal del PP (Cataluña, País Vasco y Navarra) sumados a los de Andalucía y la Comunidad Valenciana, en los que tampoco es previsible su recuperación electoral, alcanza un total de 163, que es casi la mitad del hemiciclo. Eso supone un hándicap insuperable para que el actual partido en el Gobierno pueda repetir legislatura.

Por esta vía de aproximación prospectiva a la dinámica electoral territorial, alternativa a la de las encuestas pre-electorales, a menudo cocinadas de forma interesada por los propios partidos políticos, se llega a la pérdida del Gobierno por parte del PP, sí o sí. Situación que, a tenor de las alternativas disponibles y de la historia reciente, conlleva probablemente un gobierno alternativo del PSOE, con los apoyos necesarios de las formaciones emergidas en el nuevo escenario electoral fronterizas en su espacio de centro izquierda.

Antes de la derrota final del PP, partido que se ha negado de forma contumaz a rectificar sus errores para congraciarse mínimamente con el electorado, el resultado que obtenga en Cataluña el 27-S, ya a la vuelta de la esquina, será decisivo de cara a su futuro nacional. Abriendo la puerta a Ciudadanos como partido directamente competidor en el espacio del centro derecha y auto limitándose peligrosamente al de la derecha reaccionaria, en el que además quizás pueda crecer su disidencia refugiada en Vox aún sin garantías de obtener representación parlamentaria.

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y del PP, se ha mostrado demasiado distanciado durante las elecciones catalanas del 27-S del debate de fondo, sin entender todo lo que se juega en ellas. La posición marginal y de desmerecimiento político en la que va a quedar con toda probabilidad, será la puerta grande por la que el PP entrará en la oposición, y quizás también en el mismo túnel de tinieblas en el que se mantuvo hasta marzo de 1996 y del que sólo le sacaron primero los excesos del ‘felipismo’ y después, en 2011, los del ‘zapaterismo’.

Los errores de valoración cometidos por Rajoy y la dirección conjunta del PP  en la presente legislatura, no han sido pocos.

Entre ellos hay que destacar su desprecio al Movimiento del 15-M, nacido contra los viejos partidos políticos con una postura crítica ante los abusos de la banca y la corrupción. Al carecer de estructura organizativa y de programa, el PP lo consideró un movimiento de ‘perriflautas’, pero ese ha sido justamente el instrumento ciudadano que le ha desalojado del poder municipal y autonómico, y que será decisivo también para desalojarlo del gobierno nacional.

 

Otro gran error ha sido minusvalorar los efectos electorales de la corrupción política y no atacarla de forma radical a nivel interno. La idea engañosa de que la corrupción no descontaba votos, alentada por el continuado éxito del PP en la Comunidad Valenciana, ha sido nefasta; y la falta de respuesta interna ante los casos Gürtel, Bárcenas, Púnica, etcétera, definitiva para la pérdida de votos.

Y problema no menor es también el no haber fomentado una economía productiva y creadora de empleo, alargando las colas del paro hasta alcanzar su mayor cota histórica en 2012. Aunque la crisis comenzó con el anterior gobierno socialista, el Gobierno del PP ha propiciado que el paro llegase a alcanzar a 6,2 millones de españoles (el 26% de la población activa) y a establecer una precariedad en el empleo sin precedentes en la España moderna, siendo ésta la mayor preocupación del país.

De hecho, titulados universitarios son contratos por horas o por días, ganando 300 euros al mes, o ni siquiera eso. Y consolidando un paro juvenil del 55%, absolutamente insoportable, demoliendo cualquier expectativa de futuro de los jóvenes y forzando a una emigración laboral que terminará descapitalizando y alienando al país.

Los recortes sociales y la falta de sensibilidad del Gobierno para paliar las necesidades afrontadas por las clases más necesitadas (caso de los desahucios, del corte de suministros eléctricos -a más de un millón de familias- o de la estafa de las entidades financieras a los preferentistas), protegiendo los intereses empresariales a ultranza y limitando con las tasas judiciales el derecho a la defensa de los perjudicados, han marcado un distanciamiento social frente al PP irreversible en capas muy extensas de la sociedad española. Y no digamos menos de la ‘ley mordaza’ que cercena de raíz el derecho constitucional de la ciudadanía para manifestar sus protestas políticas.

Un fenómeno alentado además por la imagen de los comedores sociales y la carencia completa de ingresos en un millón y medio de personas que viven de la caridad pública y privada...

Pero junto a esos errores de gran dimensión social, y dejando al margen la ausencia de las reformas institucionales prometidas por el PP, y también preocupante en otros niveles de población, la falta de sensibilidad y cintura política del PP para tratar la ‘cuestión catalana’ ha venido a poner de relieve, más a más, su escasa capacidad política (la crisis económica se la han gestionado en buena medida Angela Merkel y sus acólitos de Bruselas). Y cierto es que, no obstante, Rajoy sí que ha sabido utilizar su mayoría parlamentaria absoluta para apoyar los intereses del empresariado y de las cajas de ahorro asaltadas y desplumadas por la clase política; es decir, remando lo más lejos posible de la mayoría social del país.

En ese escenario, que es el real aunque el Gobierno se empeñe en dibujar otro muy distinto, los resultados particulares del PP en las elecciones catalanas de este mismo mes serán definitivos, llevándole al borde de la extinción como le ha sucedido en Navarra y en el País Vasco. Una marginalidad con efectos muy negativos en el contexto de la política nacional.

Tras la debacle popular en las elecciones municipales y autonómicas, Lucía Méndez concluía un artículo periodístico titulado ‘… Y Rajoy se quedó pasmado’ (El Mundo 31/05/2015) con este significativo párrafo:

Un buen conocedor del alma del partido dice que en este momento hay dos PP: «el que pisa el suelo y el que no». En el primero se encuentran los dirigentes de las provincias. En el segundo, los ministros y los altos cargos del Gobierno. «Burócratas de despacho», los llaman a éstos últimos. Y relata como ejemplo de esta realidad la pregunta que hace unos días le hizo un alto responsable gubernamental: «¿Por qué la prensa de hoy pone el acento en el índice de pobreza, y no en el índice de competitividad? Vamos los primeros». La mayoría de los barones, y también la cúpula del PP, tienen claro que los ciudadanos saben que detrás de la desigualdad y la pobreza hay personas, mientras que es imposible explicar lo que hay detrás del índice de competitividad. «No hemos sido capaces de poner en pie una política social. Muchos españoles no nos quieren por eso».

Ese análisis parece correcto. Pero es que, además, muchos catalanes españolistas y hasta de derechas, tampoco quieren al PP de Rajoy por su antipatía y falta de capacidad para el entendimiento político. Sin perdonarle, desde otra perspectiva, el no haber querido o sabido desactivar a tiempo el movimiento independentista catalán, aceptando tácitamente el carácter plebiscitario impuesto por Artur Mas en las elecciones del 27-S, meramente autonómicas.

Eso es lo que hay, y la inmensa mayoría de los catalanes se lo van a demostrar el próximo 27 de septiembre, aunque ‘pasmado del todo’ se puede quedar en las inmediatas elecciones legislativas previstas para el mes de diciembre.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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Un tropiezo lo tiene cualquiera, pero encariñarse con la piedra o la pared que lo provoca, reiterándolo de forma continua, es preocupante. Sobre todo cuando, además, semejante contumacia choca frontalmente con el mandato político otorgado por la ciudadanía en las urnas, situación en la que, hoy por hoy, el presidente Rajoy se ha metido de hoz y coz.

Antes de iniciarse la campaña electoral del 27-S, Artur Mas afirmó pública y solemnemente que si la candidatura de ‘Junts pel Sí’ (junto con la de la CUP) no conseguía una mayoría absoluta, sus promotores aceptarían en buena lid el deseo de la mayoría catalana y cesarían en su demanda independentista, entendemos que al menos hasta que cambiase la actitud ciudadana.

Pero, a sensu contrario, no hace falta aclarar que en el supuesto de que dicha candidatura, acompañada por la todavía más independista de la CUP, alcanzara esa mayoría absoluta, las reivindicaciones separatistas crecerán tanto en intensidad como en justificación.

Y eso es algo que además de posible también es probable. Aunque las encuestas y estudios electorales hayan de tomarse con cautela, entre otras cosas por la gran discrepancia que muestran entre sí.

Algunos de esos trabajos auguran una mayoría de votos para la suma de las cuatro formaciones contrarias al independentismo (PP, PSOE Ciutadans y ‘Catalunya Sí que es Pot’), sobre todo los publicados por los medios más afines al Gobierno, encabezados por La Razón, que a menudo también podría llamarse La Sinrazón. Pero otros estudios indican justamente todo lo contrario.

Estimación de JM&A para Público

Entre estos últimos destaca el del Observatorio Continuo de JM&A (Jaime Miguel y Asociados) realizado para Público y publicitado el pasado 3 de septiembre, que considera los antecedentes electorales y efectúa un tracking de toda la demoscopia previa disponible. Según este estudio de gabinete, las listas independentistas (‘Junts pel Sí’ y la CUP) obtendrían el 48,8% de los votos, traducibles en una holgada mayoría absoluta de 73 escaños frente a los 62 del resto de las fuerzas políticas.

Y lo curioso de esta aproximación a los resultados del 27-S es que se ha ido generando de menos a más, como inducidos por la estrategia ‘marianista’ de acoso y derribo contra el soberanismo catalán y contra Artur Mas, esencialmente vacuo y poco convincente. Así, según JM&A, el efecto boomerang de la desaforada campaña del PP va a aumentar el apoyo al conjunto de las formaciones independistas en más de un 10%, hasta alcanzar casi los dos millones de votos (el 48,8 de los válidos), proporcionando 60 escaños a ‘Junts pel Sí’ y 13 a la CUP y rebasando en 5 escaños la mayoría absoluta en el Parlamento catalán (de 68 escaños).

Pero lo más preocupante para Rajoy y para el PP, es que Ciutadans daría una auténtica campanada en las urnas, quedando en segundo lugar con más de 600.000 votos y pudiendo alcanzar hasta 21 escaños (+12). Provocando un derrumbe electoral del PPC que le situaría como sexta y última fuerza en representación electoral.

No menos significativa sería la caída del PSC, que perdería 7 escaños de los 20 que logró en 2012, con fugas hacia Ciutadans y ‘Catalunya Sí que es Pot’. Quizás por sus jugueteos previos con el nacionalismo radical y porque su propuesta de una España Federal no convence ni a los suyos…

Otro estudio, el realizado por el Gabinet d'Estudis Socials i Opinió Pública (GESOP) y publicado a tres semanas del 27-S (El Periódico 06/09/2015), muestra también la buena posición alcanzada por los independentistas catalanes para ganar el plebiscito. De hecho, esta encuesta corroboraba prácticamente las previsiones ya comentadas de la consultora JM&A, porque otorgaba una mayoría absoluta a la suma de ‘Junts pel Sí’ y la CUP aunque algo más ajustada (67-70 escaños), asignaba 25-27 escaños a Ciutadans en una segunda posición y situaba al PPC como farolillo rojo de todos los partidos en liza (con la práctica desaparición de UDC).

Estimación de GESOP para El Periódico

Además confirmaba un aumento en la participación electoral respecto de la registrada en 2012 y estimaba que todavía existía un 24% de indecisos (en la fecha de la recogida de datos). Por ello, la balanza entre los bloques del ‘sí’ y del ‘no’ sigue inestable, reflejando, en principio, el contraste entre un independentismo muy movilizado y su contrario menos participativo. El 92,6% de los partidarios de la ruptura con España da por seguro que votará, mientras que ese mismo porcentaje cae al 70,4% entre aquellos que rechazan la secesión.

Pero es que, a continuación, otra encuesta de Sigma Dos para El Mundo (07/09/2015), con el trabajo de campo realizado después de los registros policiales en las sedes de Convergència relacionados con las ‘comisiones del 3%’, y de su explotación mediática por parte de los partidos ‘españolistas’, las previsiones seguían en la misma línea.

Estimación de Sigma Dos para El Mundo

Los resultados del 27-S previstos en esta encuesta, ofrecen de momento una ligera superioridad de los votantes que se muestran en contra de una Cataluña independiente (el 46,2%) frente a los que lo hacen a favor (el 44,4%). Pero gracias en el primer caso a la distribución de los votos entre cinco formaciones políticas distintas (Ciutadans, ‘Catalunya Sí que es Pot’, PSC, PPC y UDC) y, en el segundo, a su concentración en ‘Junts pel Sí’ y la CUP, la suma de las dos candidaturas soberanistas alcanzaría un mínimo de 70 diputados (dos por encima de la mayoría absoluta) y un máximo de 74, que es lo decisivo, gracias a la ley d’Hont con la que se reparten los escaños, tan defendida por los dos partidos nacionales mayoritarios cuando les ha convenido.

Y si acudimos a las últimas estimaciones del CIS, que es el instituto demoscópico del Gobierno, publicadas el jueves 10 de agosto, coincidiendo ya con la apertura de la campaña electoral del 27-S, las previsiones no varían mucho a pesar de su origen.

Su Estudio Preelectoral de Cataluña referido a las elecciones autonómicas de 2015, (Estudio 3108), basado en la realización de 3.000 entrevistas entre el 30 de agosto y el 4 de septiembre, también refleja una posición de cabeza para las opciones independentistas (‘Junts pel Sí’ + la CUP), que alcanzarían una mayoría parlamentaria absoluta de 68-69 escaños (60-61 + 8). A continuación se sitúan Ciutadans con 19-20 escaños, ‘Catalunya Sí que Pot’ (coalición de izquierdas liderada por Podemos e ICV) con 18-19, PSC con 16-17 y PPC con 12-13, mientras que la UDC de Duran i Lleida, vista en Cataluña como una derecha connivente con el Gobierno central, se queda sin representación parlamentaria…

En fin, las espadas electorales del 27-S están en alto, pendientes sólo de que se decanten los votos indecisos y con la previsión de una alta participación electoral, lo que dará mayor legitimación a los resultados definitivos. Pero lo ya indiscutible es que la campaña del miedo orquestada por el PP, su afán por presentarse como único valedor de la unidad de España y la estrategia de poner el PPC en manos de un ‘lepenista’ como García Albiol, no van a funcionar.

El ejemplo vivido en Grecia el pasado mes de enero con el batacazo electoral que se dio Nueva Democracia, el partido liderado por Antonis Samarás y apoyado in situ por Mariano Rajoy, sólo ha servido al PP para tropezar en la misma piedra y reiterar su estrategia perdedora en Cataluña (ya veremos qué pasa en las elecciones griegas del 20 de septiembre). Aunque lo peor es comprobar cómo el líder popular insiste en el mismo error de agarrarse a los fantasmas del miedo en las elecciones generales del 20 de diciembre.

Parafraseando a Alexander Pope, suele decirse que errar es humano y que rectificar es de sabios. Aunque lo cierto es que la rectificación sólo demuestra sabiduría cuando no está forzada por las circunstancias, sino cuando refleja un acto intelectualmente libre. En el caso de Rajoy, sólo cabe decir que su contumacia en el error le descalifica para asumir nuevas responsabilidades de gobierno.

Con los resultados del 27-S, ¿defenderá el PP que en Cataluña gobierne ahora el partido más votado…? ¿Discutirá la legitimidad del porcentaje de escaños frente al de los votantes, cuando su implacable mayoría absoluta en el Congreso fue avalada sólo por el 44,6% de los votos útiles en contra del 55,4% restante…?

Y si tanto molesta a los populares el sistema vigente ¿por qué no se han dignado reformar la ley electoral, conforme demanda la ciudadanía, buscando una representación proporcional y más democrática, incluso con una ‘segunda vuelta’ que permita una mayor representatividad y estabilidad de los gobiernos…?

Pues porque, efectivamente, son ‘clase política’: una camarilla de amiguetes acomodados en el partido que sólo quieren representarse a sí mismos.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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El domingo 27 de septiembre, a tres semanas vistas, el PP de Rajoy se dará un nuevo batacazo: el cuarto consecutivo desde los comicios europeos en los que se evidenció su irreversible declive electoral. Y será gordo porque de los 19 escaños autonómicos que obtuvo en noviembre de 2012 quizás pueda perder la mitad, bajando ahora del cuarto al quinto puesto (o al sexto dado que ‘Junts pel Sí’ integra a CDC y ERC), convertido así en un partido verdaderamente marginal en Cataluña; algo sin duda descalificador para una fuerza política que gobierna la Nación con mayoría parlamentaria absoluta…

Y la derrota del PP será mucho más grave si es desbordado por Ciudadanos, Podemos y el PSC (sus tres competidores a nivel nacional), sin poder esgrimir ya, como ha venido haciendo hasta ahora, la cantinela de que es el partido más votado… La debacle de los populares en Cataluña tendrá consecuencias globales serias al evidenciar su falta de representatividad política en el territorio y, por tanto, su incapacidad para liderar solución alguna al ‘problema catalán’ (otro tanto se podría decir en los casos del País Vasco y Navarra).

A sensu contrario, los otros tres partidos nacionales en liza real durante las próximas elecciones generales que se celebrarán inmediatamente después de las catalanas, tendrán -a cuenta de sus previsibles resultados- un subidón en los niveles de bilirrubina partidista, que aún hundirá más al PP en el pozo electoral en que se ha metido por su exclusiva cuenta y riesgo. Y ello con independencia de la lectura que se pueda hacer del 27-S desde la perspectiva soberanista o plebiscitaria, que no dejará de ser cosa adicional al verdadero fondo de competir por el poder autonómico.

De momento, el análisis realizado por tres expertos en demoscopia electoral (Toharia, Michavila y Tezanos) en un debate sobre perspectivas políticas y tendencias electorales celebrado el pasado 1 de julio en el Ateneo de Madrid, organizada por la Asociación de Periodistas Parlamentarios, dejaba algunas conclusiones sobre la mesa verdaderamente preocupantes para Rajoy y su equipo de asesores áulicos. Cada una de ellas advertidas con anterioridad en nuestras Newsletters semanales.

Los tres expertos coincidieron en que para gobernar España en la próxima legislatura serán imprescindibles los pactos, lo que en sí mismo representa un serio hándicap para el PP debido a la poca capacidad de acuerdo político que tiene acreditada durante los últimos años. Una realidad que dará la medida exacta de la caída definitiva del bipartidismo.

También estimaron de consuno que el PSOE está en alza de cara a las generales, que Podemos puede lograr un apoyo electoral en torno al 15% y que, para recuperar electores, al PP no le bastará apelar al ‘voto del miedo’ (ni a la mejora de la macroeconomía).

Narciso Michavila, presidente de GAD 3, ve al socialista Pedro Sánchez con más posibilidades de gobernar que sus rivales políticos, aunque desde luego mediante acuerdo previo con otras formaciones y quizás no exclusivamente con Podemos. Y, rectifica la cantinela del PP sobre las listas ganadoras sin mayoría absoluta, recordando acertadamente: “En ningún sitio está escrito que tenga que ser presidente del candidato del partido más votado”.

Además advirtió a los populares que utilizar sólo el voto del miedo no sirve para movilizar a su electorado, como quedó claro con los resultados logrados por la Nueva Democracia de Antoni Samaras en las elecciones griegas del pasado de enero que dieron la victoria a Syriza (el 20 de septiembre veremos en qué vuelven a quedar las elecciones anticipadas de Grecia). También señaló que su discurso sobre la evolución de la macroeconomía es insuficiente, recomendando a Rajoy que cambie de chip, porque “o toma medidas contundentes en el plano social” o “lo tendrá muy difícil”.

Y concluyó que si el Gobierno del PP ha sido capaz de rescatar la economía española, ahora tendría que “rescatar la economía de los españoles”. Dicho de otra forma, en su opinión la gente percibe que aún si fuera cierto que el Gobierno de Rajoy ha evitado la quiebra general de la economía, lo ha hecho “a costa de quebrar a la sociedad española”, y no va a premiar ese logro.

Por su parte, Juan José Toharia, presidente de Metroscopia advirtió que, hoy por hoy, el PSOE encabeza las previsiones que recogen las encuestas, aunque seguido de cerca por el PP, mientras que Podemos registra una “suave tendencia a la baja” y Ciudadanos sigue escalando puestos (a costa del PP). En la confrontación PSOE-PP opina que los socialistas caminan al alza mientras que el PP continúa perdiendo apoyos (en contra de lo que propagan algunas manipulaciones informativas).

El responsable de Metroscopia abundó en la idea de que la estrategia de Rajoy de infundir temor ante un posible pacto del PSOE con Podemos, cuando su propio partido está tan desprestigiado y su nota como presidente en las encuestas está bajo mínimos, no le va a servir de mucho. A su juicio, los populares “deberían presentar un proyecto en positivo y no limitarse a echar basura sobre los demás”, algo que es de libro.

Del mismo modo, José Félix Tezanos, director de la Fundación Sistema y de la revista Temas, pronosticó un resultado “nefasto” para el PP si no cambia de estrategia, señalando que a los jóvenes que afrontan una tasa de paro del 55%, “aterrados” con el futuro, no se les puede presuponer un voto “racional”, como el que propugna Rajoy. “Cuando los ciudadanos no tienen nada que perder, igual pueden jugar a la desesperada”, señaló.

En cualquier caso, los tres expertos insistieron en la dificultad de hacer un pronóstico aproximado de reparto de escaños en las próximas elecciones generales por la complejidad del sistema electoral español, que prima a los partidos más votados y penaliza de forma desproporcionada a los que logran menos votos. Por eso, para Ciudadano y Podemos es esencial alcanzar como mínimo el 15% de los mismos, con el que pasarían el umbral para la optimización en escaños.

También consideran intrascendente adelantar o retrasar más o menos un mes las elecciones generales, porque los tres dan por agotada la legislatura. La suerte está prácticamente echada.

Lo único que queda, pues, es esperar los resultados de las inmediatas elecciones catalanas del 27-S, y analizar entonces su posible repercusión de última hora en las previsiones de voto de cada partido de ámbito nacional para los comicios legislativos (los nuevos resultados de Syriza en Grecia también tendrán un cierto reflejo positivo o negativo sobre la ‘estrategia del miedo’). Como se puede observar en el resumen de la media de las encuestas electorales actualizada a 7 de agosto de 2015 (publicado en la web de ElElectoral.Com), que como tal media minimiza el posible error de cada una de ellas, los porcentajes de voto nacional resultantes son muy sensibles a efectos de pactos post electorales, por lo que la realidad del nuevo mapa electoral de Cataluña es ciertamente importante.

MEDIA DE LAS ÚLTIMAS ENCUESTAS ELECTORALES

(Actualizada a 7 de agosto de 2015)


En esta situación, y de cara al futuro electoral más inmediato del PP, lo preocupante  es sin duda alguna la actitud de su líder nacional y presidente del Gobierno, distanciado hasta ahora del territorio catalán con la campaña electoral prácticamente en marcha, en una especie de ‘ahí me las den todas’. Y refugiado durante sus vacaciones veraniegas en su querida Galicia (‘yo a lo mío’), sin pensar siquiera en haberse desplazado unos días por la Costa Brava o el Pirineo oriental para mostrar una mínima proximidad personal con el PPC y con sus votantes potenciales; digamos que para enseñarle mínimamente los dientes a Albert Rivera y a Ciudadanos antes de que terminen de robarle la merienda electoral dentro y fuera de Cataluña.

Da la sensación de que Rajoy ya ha dado por perdida la comunidad catalana en las urnas, negándose a intentar una ‘remontada’ nada imposible con los instrumentos gubernamentales que ha tenido y todavía tiene en sus manos. La prueba está en el candidato elegido a última hora para sustituir a la cansina Alicia Sánchez-Camacho, el reaccionario Xavier García Albiol (una especie de ‘lepenista’ catalán), que se sigue mostrando orgulloso de su campaña en las pasadas elecciones municipales ‘Limpiando Badalona’ y que continúa en lo suyo, metido este verano en el berenjenal de perseguir a los ‘top manta’ de Barcelona no porque se dediquen a perturbar el comercio legal, sino por “agredir tanto a visitantes como a policías” (quizás los agredidos sean ellos), no se sabe bien en busca de qué extraño reducto de votos centristas.

Tal vez el PP haya decidido refugiarse en el espacio más ultraconservador de Cataluña y dejar eso del centrismo o la centralidad política a Ciudadanos. De ahí el absurdo de acusar al PSOE poco menos que de ser un partido revolucionario y atado al populismo de Podemos (formación que, al fin y a la postre, es la que puede sacar al PP del Gobierno).

En La Moncloa y en Génova no se ha procesado ni se procesa correctamente la realidad política y electoral del momento. Para el PP es una pena que Rajoy no haya jubilado a tiempo a su politólogo de cabecera, el ínclito y nefasto Arriola; y sobre todo no haber evitado que Rajoy se erigiera en cabeza de su cartel electoral para los próximos comicios legislativos, pasándose por la faja su pésima valoración social (peor con mucho que la de su partido), incluida la de sus votantes potenciales. Malo, malo, malo.

Fernando J. Muniesa

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“¡Manda huevos!”, que diría Federico Trillo-Figueroa. Ahora resulta que después de haber acusado de populismo a Podemos e incluso al PSOE un día sí y otro también, el PP, atemorizado ante la posibilidad de tener que desalojar en breve la bancada azul en el Congreso de los Diputados, proclama ni corto ni perezoso que rectificará sus más flagrantes errores políticos y realizará las reformas institucionales que no ha querido hacer en una larga legislatura con mayoría parlamentaria absoluta.

“Mandat opus” (‘manda la necesidad’ o ‘la necesidad obliga’). Es decir, que el presidente Rajoy pasa a reconocer su criticada inhibición reformista, percibiendo por fin el descalabro electoral al que le ha conducido y tratando de rectificarla poco menos que in articulo mortis.

Y antes de entrar a considerar sus nuevas promesas políticas, idénticas en el fondo a las que realizó en su campaña electoral de 2011 y que ha incumplido de forma tan flagrante, uno no puede dejar de asombrarse con tamaña osadía. Porque, si no ha sido capaz de acometer unas reformas que eran de libro, fáciles y vitales para la regeneración democrática, y que esperaba todo el mundo, con la facilidad de su mayoría absoluta, ¿cómo pretende liderarlas ahora desde la más que probable minoría de oposición y con un escenario de fragmentación partidista en el que incluso se ha ganado a pulso la aplicación generalizada del llamado ‘cordón sanitario’…?

Si esto no es oportunismo del bueno, que venga Dios y lo vea. Así que, atentos al dato; porque puestos a amarrarse en el poder, Rajoy y sus ‘marianitos’ son capaces de renegar de lo que sea y vender su piel al diablo. Cosa que ya hizo José María Aznar en la VI Legislatura, cuando a fuerza de populismo -patriota él- desmontó de un plumazo el servicio militar obligatorio, yendo mucho más allá de las propuestas del PSOE o del CDS sólo para congraciarse con CiU, fuerza política interesada en debilitar al Estado español con un modelo de defensa nacional totalmente ‘profesional’ impuesto en plazos inadecuados y sin el necesario respaldo presupuestario.

Así que, de entrada, lo primero que va a hacer el Gobierno en el mes de septiembre es rectificar el hachazo asistencial que dio a los inmigrantes ‘sin papeles’. Y con una propuesta que “no incumpla la legislación europea” al respecto; consideración con la que ahora parece que quiere justificar la retirada de la asistencia sanitaria a los inmigrantes en situación irregular impuesta a principios de la legislatura.

La realidad es que esta rectificación gubernamental ‘humanitaria’ al final de la legislatura, se ha visto forzada por la actitud de los nuevos Gobiernos autonómicos no populares (Aragón, Valencia, Baleares, Cantabria…), que han comenzado a reintegrar esas prestaciones con un impacto social muy negativo para el PP, seguidos incluso por el de Cristina Cifuentes en la CAM (eso sí, siguiendo la estala de Podemos con el rabo entre las piernas), convertida en la más perspicaz dirigente del PP.


El populismo marianista de última hora fue anunciado por el propio Rajoy durante una visita veraniega a Portomarín, localidad lucense en la que se le nombró Caballero de la Real Orden Serenísima de la Alquitara: ahí es nada. Pero, para dejar las cosas claras, se produjo apenas dos días después de que el secretario general de Sanidad, Rubén Moreno, advirtiera a las comunidades gobernadas por el PSOE (apoyadas por los ‘chavistas-revolucionarios’ de Podemos) de que su decisión de prestar la sanidad pública gratuita a los sin papeles podría tener “consecuencias catastróficas”, con unas supuestas “multas millonarias” de la Unión Europea, y que hasta podría llevarlas al Constitucional por invasión de competencias: ¡Manda huevos!

El giro radical del Gobierno del PP, se ha fundamentado de la noche a la mañana en el principio de igualdad personal y territorial. Rajoy adujo: “Lo que queremos ahora, y creo que es algo bastante razonable, es que el trato sea igual en todas las comunidades autónomas de España” (¿y por qué no lo es en todo lo demás, incluidos los privilegios fiscales, las ayudas del Estado, la enseñanza oficial en español o las policías autonómicas…?), evitando por supuesto reconocer abiertamente que, de esta forma, ahora los sin papeles podrán regresar a la sanidad pública de la que él les había echado con un criterio implacable...

Pero los cambios forzados de Rajoy in extremis, que muestran de forma palpable sus errores previos, no quedan ahí, en meras suplantaciones del populismo que él mismo critica. Van más allá, jugando alegremente con reformas institucionales de fondo y con sentimientos muy profundos de la sociedad española que, en el fondo, sólo muestran el trato banal que les ha dado previamente y la petulancia con la que ha ejercido la presidencia del Gobierno en la presente legislatura.

La misión imposible del PP: engañar de nuevo a los electores

Ahora, con la legislatura acabada, Rajoy quiere incrementar la ‘calidad democrática’ y devolver al ciudadano la confianza en la política. Aun cuando a lo largo de toda la legislatura, él y todos sus ministros, se han ganado a pulso la peor valoración social desde la Transición, a fuerza de hacer todo lo contrario de lo prometido en su campaña electoral.

Para ello, ahora promete reformar en primer lugar el Consejo General del Poder Judicial, tras su propia reforma previa a peor (con mayor politización y menos independencia de la que tenía). Es decir, rectificándose a sí mismo, lo que no deja de ser penoso y hasta histriónico.

Y también el Tribunal Constitucional, que en su última renovación bajo la presidencia de Rajoy dio un espectáculo de dependencia partidista rayano en la aberración política. Junto a la reforma del Senado, institución que durante ese mismo Gobierno del PP ha perdido cuatro años negando a cal y canto los cambios comprometidos por su presidente, Pío García-Escudero, al ocupar el cargo en 2011. Además, el PP prometer modificar el reglamento del Congreso de los Diputados, algo que por propia conveniencia ni el PP ni el PSOE han querido hacer jamás.


Todo ello sin olvidar la gran noticia del momento: reconocer por fin la necesidad de reformar la Constitución, aun insistiendo en su vigencia. Decisión política que tomó cuerpo definitivo justo tras el despacho de Rajoy con el Rey celebrado en Marivent el pasado 7 de agosto, al parecer forzado por la deriva independentista de Cataluña, o sea tarde y remando contra el viento (el ministro de Justicia, Rafael Catalá, lo reconfirmó públicamente al día siguiente)…

Paréntesis: Tras su inequívoca declaración de Palma Mallorca, aceptando plantear la reforma constitucional en la próxima legislatura ante mogollón de periodistas, Rajoy dio -con el mejor temple gallego- una larga cambiada al tema de forma inmediata, en la reunión del comité de dirección del PP celebrada bajo su presidencia el 24 de agosto. En la rueda de prensa correspondiente, Pablo Casado, que actuaba de portavoz oficial, descartó incluir en su programa electoral para los comicios del próximo otoño referencia alguna a cualquier reforma de la Constitución, por considerar el PP que es algo ajeno al interés de los ciudadanos y un debate especialmente inconveniente ante el desafío separatista en Cataluña, dando lugar a que el PSOE calificara tanta veleidad política como “jugueteos veraniegos”

Ahora, lo que parece que pretenden Rajoy y los poderes del establishment sería ‘perfeccionar’ el Estado de las Autonomías con tres mecanismos simultáneos: reformar el Senado, modificar el sistema de financiación autonómica y reconducir el reparto de competencias entre el Gobierno y las comunidades autónomas. Pero, sea cual fuere la profundidad de esos cambios, la oportunidad perdida de haberlos acometido o encauzado al inicio de la actual legislatura (esa era la demanda social), ahora se verán dificultados por la fragmentación de las fuerzas parlamentarias más representativas y por las mayores exigencias de los crecidos nacionalismos llamados ‘históricos’…

Ya veremos cómo se resuelven las próximas elecciones generales y en qué queda la jugada marianista. Porque volver a recuperar la confianza perdida de los electores siempre ha sido cosa difícil, y saliendo de un fiasco tan grande como el de Rajoy, mucho más (otra cosa es que el PP hubiera sabido promover otro candidato alternativo, porque su rechazo social es muy superior al del partido).

De momento, si Rajoy no alcanza la presidencia en la próxima legislatura, lo primero que veremos reformar serán sus excesos legislativos para los que sí supo aplicar el rodillo parlamentario. Lo otro (la reforma de la Constitución), ya no será cosa que se guise y se coma él solo: quizás entonces haya que volver a repartir cartas y rehacer la Carta Magna a gusto de una nueva mayoría social.

Eso sería, claro está, con el impertérrito don Mariano fusilado políticamente en la misma noche del auto electoral. A sensu contrario, peligro, peligro: el modelo del Frente Nacional de Marine Le Pen, con ‘ley mordaza’ incluida y la fuerza pública repartiendo estopa a mansalva, se le puede quedar chico.

Fernando J. Muniesa

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El próximo viernes 28 de agosto se volverá a reunir el Consejo de Ministros, dándose entonces por concluidas las vacaciones veraniegas del presidente Rajoy, interrumpidas por algún salto de mata inherente a la dignidad del cargo, a las que tiene el mismo derecho que deberían tener todos los demás españoles amparados todavía, bien que mal, por el llamado ‘Estado del bienestar’. Por tanto, quede claro que no queramos negarle, ni mucho menos, su descanso laboral ni cuestionar en modo alguno sus prioridades ni sus preferencias de ocio.

Pero, con todo, sí que cabe preguntarse de que esfuerzos laborales, físicos o intelectuales, ha tenido que descansar desde su última vacación navideña, prolongada hasta Reyes y continuada con la de Semana Santa (Rajoy no perdona ni una). Porque la realidad es que, a simple vista, cada vez se le ve más tranquilo y relajado, sin muestras de ningún tipo de agotamiento ni de deterioro personal.

En casi cuatro años de legislatura, jamás hemos apreciado en él rasgo alguno de envejecimiento, salvo el de sus crecientes canas resguardadas bajo el tinte (a veces negro azabache, otras pardo y algunas tirando a caoba), lo que hasta puede favorecerle más que su descuidado teñido. Bien al contrario podría decirse que la presidencia del Gobierno le ha sentado de maravilla, dándole un aspecto más jovial y una imagen física mejor que la que tenía cuando estaba en la oposición, o incluso cuando siendo mucho más joven ejercía de ministro en los gobiernos de José María Aznar.

Se ve que el poder ejecutivo, por malo y exigente que parezca, tiene efectos altamente positivos para la salud de quien lo ejerce, aunque se pueda liquidar a los demás. El poder rejuvenece e, incluso, dicen que es un magnífico afrodisiaco. De hecho, el principio generalmente admitido en política es que lo que desgasta no es estar en el Gobierno sino estar en la oposición.

Y lo cierto es que, mientras la oposición va en autobús o vuela en líneas aéreas ‘low-cost’ -es un decir-, el presidente lo hace siempre en un cochazo oficial súper confortable o en el avión VIP presidencial a mesa puesta y con el séquito correspondiente. En ese papel todo son comodidades, secretarias, escoltas, suites de lujo, asistentes y horarios de decisión propia; porque para eso uno es el que manda mientras los demás obedecen, como saben perfectamente todos los que han trabajado cerca de un presidente o de un simple ministro del Gobierno: de ahí para abajo la cosa puede ser distinta.

Quienes conocen de verdad los entresijos de La Moncloa, no podrán negar que la vida de su inquilino titular tiene infinitamente más regalos que inconvenientes, incluyendo la celebración de los Consejos de Ministros, que por lo general son un puro trámite previamente elaborado por el potente aparato administrativo del Gobierno.

Salvando, por supuesto, la atención que hay que prestar a determinadas crisis puntuales, que una vez superada la Transición han ido siendo menos y de rango menor. Los embrollos todavía importantes, que son los que afectan a intereses supranacionales, se suelen resolver con criterios también ajenos o impuestos desde fuera, que es lo que ha pasado con la crisis económica y el correspondiente rescate financiero: tan es así que hasta el Gobierno ha sostenido por activa y por pasiva que dicho rescate ni siquiera ha existido…

Aquí ‘casi nunca’ pasa nada, ‘nunca’ si vives en La Moncloa y menos aún si el que la ocupa es un Mariano Rajoy, un José Luis Rodríguez Zapatero o un Leopoldo Calvo-Sotelo… Todos ellos poco reconocidos como currantes políticos natos por quienes les han asistido profesionalmente; vamos, que les costaba o les cuesta lo suyo dar un palo al agua.

Así que uno se pregunta, en efecto, de qué ha tenido que descansar Rajoy en este mes de agosto, aunque -insistimos- en modo alguno le queramos negar ese derecho vacacional. Porque lo de acabar con el paro y lo del cambio radical en la situación económica sigue siendo un cuento chino que no cuela en la opinión pública.


Tras un año largo de legislatura, en febrero de 2013, Teresa Ródenas ya advertía que aquel periodo de crisis aguda (lleno de ajustes, reformas, medidas de emergencia, cumbres, etc…), que debería haber envejecido a cualquier presidente del Gobierno, mostraba a un Rajoy incólume, sin haber sucumbido a los zarandeos de la batalla que le había tocado liderar (ABC 20/02/2013). Y contraponía esa frescura, propia de un corredor de fondo, a las canas, arrugas, ojeras y semblantes de cansancio visibles en el Zapatero de última hora. “No -decía la periodista-, Rajoy no está cansado”.

Un año después, Curri Valenzuela, comentarista especialmente próxima al PP, desvelaba antes del batacazo del partido en las elecciones europeas de mayo de 2014 (ABC 15/03/2014), y por tanto todavía en los momentos más oscuros de la crisis, que el presidente Rajoy se reservaba al menos cuarenta minutos diarios para ejercitarse en el mini gimnasio de La Moncloa, donde alternaba media hora en la cinta de andar con diez minutos de elíptica antes de desayunar con sus hijos.

Los domingos (y entendemos que los demás días festivos) la familia practicaba la vela en pantanos cercanos a la capital, a los que accedería cómodamente en su coche oficial o en helicóptero. Y añadía que “cuando se van [los hijos], Rajoy y Viri, su mujer, se marchan a andar un par de horas por el Monte de El Pardo”.

A continuación, proseguía Curri Valenzuela, “sigue la comida familiar junto a su padre, que a sus 92 años, con la salud delicada, convive con ellos”, aclarando que “la tarde es para colocarse frente a la tele, sobre todo para ver fútbol, y la noche para cenar con amigos, siempre en La Moncloa” (las demás retransmisiones deportivas también le atraen lo suyo, incluso con los horarios más intempestivos). Por último, aclaraba que, al contrario de lo que hacían sus predecesores, “a este presidente no se le ve nunca por Madrid: no sale para ir al cine, al teatro, a restaurantes, ni siquiera al fútbol: los abonos para ver a su querido Real Madrid en el Bernabéu los usan sus hijos…”. Es decir, sosiego y descanso a mansalva, sin necesidad de hacer horas extras ni llevarse trabajo a casa para el fin de semana…

Así, el rostro de Rajoy aún no ha sucumbido a los zarandeos de la dura legislatura que preside y que, en teoría, debería provocarle auténticos quebraderos de cabeza un día sí y otro también. Y ahí está, tan pancho, disfrutando de sus vacaciones como cualquier trabajador del país, excluidos los cinco millones largos que están en el paro.

Algunos dicen que tan portentoso milagro se debe a su carácter sosegado y reflexivo; pero, a tenor de su nulo deterioro físico y de la tranquilidad con la que lleva el Gobierno de la Nación, más bien parece que ni está cansado ni espera cansarse mientras siga en La Moncloa. Quizás por eso quiere repetir faena y volver a ser candidato presidencial.


De hecho, nadie ha visto que durante el último año Rajoy sudara la gota gorda, ni para mantener el poder político municipal y autonómico que el PP tenía al comienzo de la legislatura, ni para crear los tres millones de empleos prometidos entonces. Ni menos para frenar el independentismo catalán o para realizar las reformas políticas e institucionales que necesita el país. Y no digamos para acabar con la corrupción.

Incluso se ha tomado con tranquilidad la evidencia revelada por el CIS (el instituto demoscópico estatal) que el tándem PSOE-Podemos es la opción preferida por el electorado para establecer posibles acuerdos de Gobierno tras las próximas elecciones legislativas. Cosa que, claro está, le parece ilegítima…

Pero, por si acaso, el presidente del Gobierno ha recargado bien las pilas para afrontar el último tramo de la legislatura sin despeinarse, tapeando sin parar por Galicia. Todo un programa de proximidad popular y derroche de simpatía sin precedentes en Rajoy, que huele claramente a relaciones públicas electorales.

En el restaurante ‘El Badulaque’ de Cedeira (13/08/2015) el presidente se atracó de percebes acompañado de Bieito Rubido -director del ABC nacido en el lugar-, del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo -quizás su sucesor en el PP-, y del empresario Florentino Pérez, interesado en arreglar ‘lo suyo’ antes de que pueda llegar el rojerío (las indemnizaciones por su participación en el fracasado almacén de gas de Cástor o en el ruinoso AVE de Barcelona a París, las adjudicaciones de obras pendientes para el AVE a Galicia…), apenas separado del resto de comensales por un pequeño biombo. Quizás sin dejar de especular todos juntos con el trascendente destino que le aguarda al Real Madrid en la presente temporada y con el voto de los ‘merengues’ y los lectores del ABC que deberían entrar en la olla del PP (poco después estuvo comiendo en el mismo restaurante Belén Esteban, la princesa del pueblo)…

En fin, atentos a la rentrée de Rajoy en el nuevo curso político. Abróchense bien los cinturones, señores del PP, porque su inutilidad manifiesta para ganar votos y su capacidad para perderlos, puede reaparecer con nuevos bríos. Eso es lo que hay.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

En realidad el ‘cordón sanitario’ es un instrumento de guerra desplegado contra una epidemia que se cree contagiosa y cuyos estragos se pretenden evitar por ese medio. No obstante, su concepto originario como barrera de protección de la salud ha sido reconvertido en ocasiones para otros fines o aplicaciones de diversa índole.

El caso más paradigmático en ese sentido quizás sea el ‘cordón sanitario’ creado por los países que rodeaban la antigua URSS cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, buscando el aislamiento de la Unión Soviética por tener implantado entonces un régimen comunista (Hitler gustó de usar el concepto en contra de Stalin).

Y curiosamente fue un actor afín al PCE, el argentino Federico Luppi, quien en enero de 2007 lanzó la idea de establecer el aislamiento político del PP por razones ‘sanitarias’, con esta frase pronunciada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid durante la campaña del ‘No a la guerra’ protagonizada por un nutrido grupo de artistas e intelectuales de su misma ideología: “Nos va la vida en crear un cordón sanitario [en torno al PP] para evitar que esta derecha cerril, troglodita y casi gótica se adueñe del pensamiento español”.

En aquel mismo acto de apoyo a la marcha contra la guerra de Irak, el actor José Sacristán rompió el fuego para denunciar “el miserabilismo del PP en estos tiempos”, añadiendo con una cita del escritor Manuel Vicent: “No se puede esperar una colaboración leal [de este partido]. Y, metido en faena, el veterano actor encandiló al auditorio recalcando que el PP “encarna aquella España que pensaba que estaba ya aparcada: lamento su actitud pero no me sorprende nada”.

Una línea seguida por otros intervinientes. Entre ellos el poeta Luis García Montero, quien llamó la atención sobre el hecho de que la manifestación estuviera apoyada por todos los partidos políticos excepto Herri Batasuna y PP. “El PP no está con el resto de las fuerzas políticas sino junto a HB”, interpretó…

Todos estos comentarios podrían ser infundados, políticamente interesados o meros excesos verbales. Pero ahí quedaron gracias a la forma en la que el PP impuso la participación de España en la desafortunada guerra de Irak, con secuelas nada ajenas a la barbarie desencadenada más tarde por el llamado Estado Islámico.

Vale que en política, y sobre todo en la democrática, el ‘cordón sanitario’, anti PP o anti otro partido cualquiera, sea una pura desvergüenza. Vale también la petición que la vicepresidenta del Gobierno hizo a las demás fuerzas políticas para que en los acuerdos de gobernabilidad posteriores a las últimas elecciones municipales y autonómicas no hubiera “exclusión” de ningún partido. Y vale, desde luego, su impecable argumentación: “Hago ese llamamiento de no exclusión ni de separación, ¿por qué?, porque todas las opciones de los ciudadanos dentro de la democracia son legítimas y merecen el mismo respeto”.

Y nada hay que objetar tampoco al lamento del vicesecretario general del PP, Pablo Casado, al afirmar el pasado 19 de junio, en la clausura de la Escuela de Verano de Nuevas Generaciones del PP, que la mayoría de las fuerzas políticas “no van a parar hasta tejer un cordón sanitario para que el PP no pueda gobernar”


Pero el caso es que ese rechazo generalizado de las fuerzas políticas para establecer pactos post electorales con el PP (Ciudadanos de momento da una de cal y otra de arena), es cosa que se arrastra desde hace tiempo y, lógicamente, tiene su historia. Ni más ni menos que la del tradicional autoritarismo del partido, su intransigencia en el diálogo político, su ninguneo a las fuerzas minoritarias, su negación de la autocrítica, su prepotencia en el poder… De hecho, en su momento llegó incluso al enfrentamiento con Francisco Álvarez-Cascos, uno de los suyos (y de pura cepa), que terminó montando un partido propio (Foro Asturias) con un éxito inicial importante.

Muestras de esa escala de valores ‘populares’ se han seguido teniendo, y sobradas, en la presente legislatura. Tanto en las formas relacionales como en el fondo del debate político.

Baste recordar entre las primeras la negativa del presidente Rajoy para recibir a Albert Rivera (aunque fuese informalmente), siendo éste el líder político catalán más enfrentado al independentismo en momentos bien críticos y casi como una acción supletoria de la del Gobierno. O el desprecio con el que en ocasiones ha tratado a la portavoz de UPyD, Rosa Díez, en el Congreso de los Diputados (a veces rayano con la grosería).

Y entre las segundas ahí quedan las reformas legislativas impuestas a la totalidad de las demás fuerzas parlamentarias, que son muchas, con textos reputados de inconstitucionales, obligándolas a conjurarse públicamente para derogarlas en cuanto el PP pierda su mayoría absoluta (el ‘tasazo’, la LOMCE, la ‘ley mordaza’, la cadena perpetua encubierta…).

Aunque lo curioso del caso es que el momento de mayor esplendor del PP haya sido el de la VI Legislatura presidida por Aznar, habiendo sabido pactar entonces con las formaciones nacionalistas para garantizar la estabilidad del Gobierno. Algo que influyó decisivamente para que el PP pudiera alcanzar acto seguido, en las elecciones generales del 12 de marzo de 2000, su primera y merecida mayoría parlamentaria absoluta…

Otro ejemplo significativo, porque marca otra diferencia positiva, es el del nuevo estilo, sosegado y dialogante, con el que Cristina Cifuentes ha alcanzado el Gobierno de la CAM gracias a su pacto con Ciudadanos, partido despreciado y ridiculizado poco antes, durante la campaña electoral, por los voceros nacionales del PP (los Floriano de turno). Y, además, claramente contrapuesto a la forma en la que Esperanza Aguirre, sobrada de arrogancia por los cuatro costados, ha perdido la Alcaldía de Madrid, llegando incluso a proponer su particular ‘cordón sanitario’ contra Podemos, cuando trató de regalarle ese centro de poder emblemático al fracasado candidato socialista Antonio Miguel Carmona, político que hasta ese momento concitaba todo el desprecio del mundo por parte de los políticos populares…

Y esta es una triste realidad que ya produce hartazgo en los sectores más moderados del propio PP, muchos de cuyos dirigentes tenidos por sensatos exigen acabar de forma radical, no a medias, con su imagen de partido antipático; algo que, entre otras cosas, ha abierto las puertas a Ciudadanos en todo el territorio nacional. Reclamando una proyección pública más próxima a los electores y saneando las formas y el lenguaje áspero de su comunicación externa.

Un cambio que debería empezar por sustituir de golpe y porrazo a todos los que en su representación orgánica son la antítesis de tan evidente necesidad: los Hernando, los Martínez Pujalte, los García Albiol… y al propio Rajoy. Y continuar con la renovación no menos radical del tropel de comentaristas que conforman sus apoyos mediáticos, todavía más sobrados y antipáticos que sus valedores políticos: los Maruenda y compañía, que cada vez que abren la boca espantan a más y más votantes potenciales del PP…

Paréntesis: No deja de ser llamativo que el ‘Dedo Divino’ de Rajoy haya designado a Xavier Garcia Albiol como ‘salvador’ del PP en Cataluña, cuyo discurso racista y xenófobo -que ahora se quiere enmascarar- se sitúa en las antípodas del centrismo y la moderación proclamada con bastante más acierto por Cristina Cifuentes o por Pablo Casado, sin ir más lejos. Puede que esa designación pretenda asegurar al menos los votos catalanes más reaccionarios, pero desde luego a costa de sacrificar el espacio centrista a nivel nacional.

El periodista José Luis Roig puso el dedo en la llaga al valorar los últimos cambios que ha hecho Rajoy en el PP (La Sexta 18/06/2015): “El PP debería adoptar la manera de comportarse de Casado y perder esa caspa que le hace antipático, agresivo y prepotente”, añadiendo que “la soberbia de la edad pesa”.

Pero esa referencia positiva al ‘estilo Casado’, no deja de ser una mínima rectificación del problema. De hecho, Javier Maroto, otro de los ascendidos por Rajoy a primera línea (vicesecretario sectorial) para cambiar la imagen pública del PP, volvería a desbarrar de forma temprana en el mejor estilo de la casa afirmando públicamente que su ex compañero de partido Luis Bárcenas le daba “asco” y calificándole de “delincuente”, sin que todavía haya sido objeto de condena judicial (el vocabulario ‘consigna’ del PP); cosa ciertamente infumable conociéndose como se conocen la realidad del ‘caso Gürtel’ y del ‘caso Púnica’, junto a toda la patulea de delincuentes efectivos ejercientes cuando militaban en su partido…

La contumacia del PP en mostrarse antipático y encastillado en su ‘pureza de sangre’ (su nuevo logotipo ‘encerrado’ en una especie de reducto clasista no deja de ser psicológicamente revelador), viendo comunistas, chavistas, populistas y anti españoles por todas partes, como en el franquismo se veían ateos, soviéticos y masones hasta en la sopa, no deja de ser enfermiza. Y ello mientras sus dirigentes son incapaces de verse a sí mismos como realmente son, ni siquiera en el espejo del cuarto de baño; se palpan la ropa pero no llegan a sentir su propia piel; se hablan entre ellos pero sin escucharse y lanzan sus anatemas políticos despreciando las opiniones y los afanes de sus oyentes, incluso cuando son sus votantes directos o potenciales.

En el PP se ignora que no hay nada tan anti electoral como un sentimiento de antipatía, ni otro tan atractivo como el de la simpatía, traducible en el afecto o inclinación hacia una persona o hacia su actitud o comportamiento, abriendo las puertas de la ‘empatía’ o de la participación en un proyecto común que se considera agradable y del que se desea su éxito…

Los dirigentes del PP militan en el autismo político, capitaneados por un presidente en ese sentido (y en otros muchos) contumazmente inmovilista. Por eso, por antipáticos e intransigentes, cuando no cerriles, se han dado los batacazos que se han dado en los últimos procesos electorales; y por eso se los volverán a dar el 27-S y en las próximas elecciones generales.

Su primera línea de combate (Castilla-La Mancha, Valencia, Extremadura, Baleares, Aragón…) ya ha caído; y la segunda, enrocada en una posición ácida y numantina, caerá muy pronto, quemando las naves de la esperanza conservadora. Mientras siguen apareciendo nuevas tramas de corrupción y miembros del partido pillados con las manos en la masa, sin más reacción interna que la de proclamar el ‘asco’ que producen al señor Maroto o a la señora Aguirre, cosa francamente poco creíble...

Rajoy sigue alimentando la leyenda de que bajo su mandato nunca pasa nada, evitando siquiera un limado de uñas o un cepillado de los signos externos de identificación del partido, o de pasarlos por la tintorería para que recuperen su teórica prestancia: según él, lo único que tiene que hacer el PP es ‘comunicar mejor’ (¿el qué?). E insiste de forma contumaz: “Los españoles, en las próximas elecciones generales, van a reconocer el esfuerzo que ha hecho el Gobierno de la Nación” (¿cuál?).

Y cuando la evidencia del desastre electoral hizo aflorar la pregunta más elemental en los medios informativos (si él creía ser el mejor candidato posible de su partido, y también si su partido opinaba lo mismo), la primera contestación de Rajoy fue un “sí” absoluto, seco e incuestionable. Más tarde sería menos categórico pero igual de aferrado a seguir en sus trece: “Creo que sí”.

Pero Rajoy, antipático y oscuro donde los haya, será Rajoy hasta el final, porque ni su personalidad ni su edad admiten esa posibilidad de cambio, comiéndose sus propias dudas. Él no es un Álvarez del Manzano ni una Ana Botella, ni una Alicia Sánchez-Camacho, ni tampoco una Margaret Thatcher, quienes al final aceptaron el consejo de sus propios compañeros de partido para retirarse de la confrontación electoral, aceptando que eran candidatos perdedores. Él, como todos los reyezuelos y caciques gallegos, esperará a la catástrofe final para dimitir y que otros carguen, entonces, con la dura renovación interna del partido, cuesta arriba: es el ‘ahí me las den todas’ de los políticos sin categoría personal y de los partidos sin democracia interna.

El ‘cordón sanitario’ anti PP es, en efecto, una especie de patología maligna del sistema democrático, pero no es accidental. Como suele pasar con el cáncer de pulmón o la cirrosis, está estimulada por la genética y por el comportamiento del paciente, y sólo se previene con una mejor pauta de vida.

Al loro, que al PP le queda muy poco antes de la hecatombe final. Y eso: el que venga detrás de Rajoy, que arree en la tierra quemada.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Dice un refrán español que quien paga a los músicos elige la canción; algo que es perfectamente aplicable al mundo de la demoscopia política. Así, quien paga las encuestas electorales parece que elige la receta con la que se ‘cocina’ la presentación pública de sus resultados, porque sólo así se pueden entender las diferencias existentes entre unas y otras aun siendo coincidentes en el tiempo y la temática.

Pero pague quien pague esas manipulaciones diferenciales, las tres últimas ediciones barométricas menos insolventes (las de Metroscopia, Sigma Dos y el CIS) coinciden en una cosa, quizás porque sea su dato más consolidado. En todas ellas, y se combinen como se combinen los votos previsibles de los cuatro partidos nacionales en liza, la posición de cabeza sigue reservada para una ‘mayoría de progreso’, arrastrando un acuerdo post electoral entre el PSOE y Podemos.

En el cuadro adjunto se evidencia que, estando todos los partidos lejos de la mayoría absoluta, que sólo se puede alcanzar a partir del 40% de los votos (con el 39,6% el PSOE obtuvo justo 175 escaños en 1989), y provengan los datos del instituto demoscópico que provengan, la combinación más sólida en términos aritméticos es, en efecto, la que ideológicamente se puede entender como ‘progresista’, integrada por el PSOE y Podemos. Hoy por hoy esa suma es la única que supera la marca del 40%, teniendo además un margen de crecimiento con los antiguos votantes de IU si dicha sigla se sigue mostrando políticamente agotada o inoperante.


Pero es que, además, esta valoración meramente aritmética se corresponde con las preferencias mayoritarias del electorado en cuanto a posibles pactos postelectorales de gobierno, que serán inevitables dada la fragmentación de los resultados previstos.

De hecho, de acuerdo con el último barómetro de opinión del CIS del mes de julio, con el trabajo de campo realizado habiéndose conocido ya los pactos establecidos para la gobernación de ayuntamientos y comunidades autónomas tras las elecciones del pasado 24 de mayo, la opción preferida por los españoles en el caso de que ningún partido consiguiese alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones generales, es decir la alianza ‘favorita’, sería una coalición de Gobierno PSOE-Podemos.

Ese posible pacto entre las formaciones lideradas por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es la primera opción para el 21,1% de los encuestados, muy por delante de la segunda, respaldada sólo por el 11,6%, que apostaría por dejar gobernar en minoría al PP si fuera el partido más votado.

Por debajo de esa segunda opción, se encuentran el respaldo de una ‘bisagra’ de Ciudadanos con el PSOE (del 10,9%) o con el PP (del 10,3%). La quinta opción sería la de un gobierno del PSOE en solitario, con un respaldo del 9,1%, y la sexta y más distanciada la de una ‘gran coalición’ PP-PSOE, apoyada tan solo por un 5% de los ciudadanos según el CIS.

A pesar de la lectura oficialista que se da al discutible ‘crecimiento’ del PP y del PSOE (ambos partidos siguen muy alejado de los resultados que obtuvieron en 2011), afirmando casi que el bipartidismo se recupera, lo cierto y evidente es que ninguno de ellos podrá gobernar sólo con sus votos. Y que la ‘gran coalición’ entre ambos propuesta por Felipe González, es la más rechazada por el electorado, en consonancia con su oposición al sistema bipartidista que, en ese caso, daría paso poco menos que al ‘partido único’ de inspiración dictatorial…

Lo que chirría en la encuesta del CIS

Pero, como ha sucedido en otras mediciones barométricas del CIS, en esta última hay datos que chirrían bastante, o que son incoherentes. De entrada, a pesar de que el PP parece tomar ventaja sobre el PSOE (con un 28,2% de los votos frente al 24,9%), en la posición del voto directo o ya decidido, es el PSOE el que se impone sobre el PP (un 17,3% para los socialistas frente al 16% de los populares)…

Por otra parte, la posición de cabeza adjudicada al PP, relativa porque conlleva nada menos que la pérdida de un 16,4% de los votos obtenidos en las anteriores elecciones generales (más de la tercera parte), tampoco se compadece del todo con la pésima valoración que los mismos encuestados hacen del presidente Rajoy y su Gobierno, que sigue siendo la peor que se ha registrado desde la Transición. Dicho de otra forma, ¿cómo puede ser que el líder político peor valorado sea al mismo tiempo el más votado…? ¿Es que alguien gusta de continuar apoyando al mismo líder político que ha venido repudiando prácticamente desde el inicio de la legislatura…?

¿Y es que, acaso, los problemas que más preocupan a los encuestados (el paro, la desigualdad, la corrupción y el mal horizonte de la economía social), no siguen siendo -por irresueltos- exactamente los mismos…?


En consecuencia, no debe extrañarnos que la inmensa mayoría de los encuestados, nada menos que el 59,9%, consideren mala o muy mala la gestión del Gobierno (el 28,2% en un caso más el 31,7% en otro). Y que sólo un 0,8% la considere muy buena y un 10,1% simplemente buena. Lo que significa que mucho más de la mitad de los posible votantes del PP le votarían pensando que su gestión ha sido ‘regular’ (así opinan un 28% de los encuestados).

Algo parecido sucede con la valoración de la función opositora del PSOE, porque otra mayoría del 51,1% considera que ha sido mala o muy mala (un 18,1 en un caso y un 33% en el otro). Mientras que apenas un 7,4% la considera buena y un inapreciable 0,3% muy buena.

Todo ello sin olvidar que en este barómetro del CIS del mes de julio se contabiliza un 18,1% de encuestados ‘indecisos’, que todavía pueden balancear los resultados definitivos. Para ellos, los últimos in-puts políticos (las próximas decisiones y actitudes de cada partido) serán esenciales.

Incluyéndose en este margen el efecto de los resultados que arrojen las elecciones catalanas del 27-S. ¿Qué reflejo a nivel nacional puede tener un eventual desbordamiento del PPC por otros partidos de corte conservador como Ciudadanos o incluso como UDC…? ¿Y cómo encajarían los potenciales votantes nacionales del PSOE otro fracaso electoral del partido en Cataluña o su posición de inferioridad ante los simpatizantes de Podemos…?

Claro está que es importante ver quién termina ganando las próximas elecciones generales, pero en este nuevo escenario de fragmentación política todo indica que el nuevo gobierno será de coalición y no contando necesariamente con el partido más votado, sobre todo si es el PP. La nueva formulación de apoyos postelectorales ha mostrado ya las dificultades que los populares liderados por Rajoy tienen para poder gobernar si no alcanzan mayorías absolutas; al tiempo que los pactos ya establecidos se mantienen bajo una clara observación ciudadana para consagrarlos o rechazarlos como sistema alternativo al bipartidismo.

Las tareas que tiende pendiente Podemos

Además, también hay que observar los movimientos estratégicos y tácticos menos evidentes de cada partido en liza, salvando el caso del PP que en ese sentido sufre un notable aislamiento, debido sobre todo a su permanente enrocado político.

Mientras Ciudadanos se debate entre ser una segunda marca de la derecha o tratar de liderar el espacio político de centro-derecha (y en su caso entenderse con el PSOE), en el frente de la izquierda, con más siglas en juego, las oportunidades son mayores y aparentemente más viables, al menos si se valida la puesta al día del ‘frente popular’, es decir una suerte de alternativa social o de progreso.


En ese terreno laten tres movimientos compatibles o superpuestos, girando todos ellos en torno a Podemos: su entendimiento o desentendimiento con los restos de IU, el liderazgo y capitalización de los movimientos ciudadanos que han actuado de forma exitosa en el ámbito electoral municipal (de cara a los comicios legislativos) y, finalmente, sus relaciones con el PSOE.

Y lo cierto es que, desde el famoso encuentro ‘secreto’ de Pablo Iglesias con Zapatero y Bono, parece que las relaciones entre Podemos y el PSOE se suavizan de forma progresiva. Ahí están, por ejemplo, los apoyos prestados al PSOE para que recuperara una gran parte del poder autonómico que había perdido (en Valencia, Castilla-La Mancha, Extremadura, Baleares, Aragón…), algo vital para mantener las expectativas socialistas de futuro.

Pero al mismo tiempo sería un tremendo error que Podemos deje de marcar sus distancias con el PSOE y, peor aún, que trate de emularlo renunciando a su identidad original, senda que quedó marcada, por ejemplo, con las recientes declaraciones de Pablo Iglesias en favor de la Monarquía. Está claro que ante un Podemos imitativo del PSOE, y que se olvidara de su origen fundacional, sus seguidores regresarían hacia las versiones genuinas del PSOE y de IU.

En paralelo, Podemos debería pasar ya, sin perder un minuto, a concretar programáticamente sus propuestas de cambio político, si no quiere caer en un discurso diletante que apague la llamarada de entusiasmo popular lograda en su fase inicial o de presentación pública. Un paso decisivo que tendría que completarse resolviendo el contencioso con IU y aclarando la maraña de relaciones con las ‘mareas’ y movimientos sociales emergidos en las pasadas elecciones municipales, pendientes de consolidación.

La tarea todavía sin hacer de Podemos es tan trascendente para el sector de la izquierda extra socialista, que, si no se concreta con cierta rapidez, su caída (junto con la de IU) puede ser tan llamativa como su nacimiento, haciendo entonces renacer al PSOE de sus propias cenizas. Eso significa que ya existe un pre acuerdo entre Alberto Garzón y Pablo Iglesias para unificar y consolidar todos los movimientos alternativos al PSOE, quizás contenido por razones tácticas, o que ambas formaciones caminan sin saberlo al mismo precipicio en el que han acabado Rosa Díez y UPyD por no pactar con Ciudadanos a su debido tiempo.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

El análisis del actual espectro de fuerzas políticas y de la dinámica de la demoscopia electoral a lo largo de la actual legislatura, muestran la ruptura del bipartidismo, que algunos anticipamos antes incluso de que el fenómeno comenzara a mostrarse en los comicios europeos de mayo del 2014, y un juego en la política nacional a cuatro bandas, en el que sólo tienen plaza segura PP, Ciudadanos, PSOE y Podemos.

Si damos por acertada o aproximativa la última medición pre electoral de Metroscopia (El País 26/07/2015), en los próximos comicios legislativos el PSOE alcanzaría el 23,5% de los votos, el PP el 23,1%, Podemos el 18,1% y Ciudadanos el 16,0%. Pero con la salvedad de que el porcentaje residual de IU (un 5,6%) plantea la incógnita de si al final habrá o no una marea del voto útil de la izquierda a favor de Podemos, al margen de otros trasvases entre los demás partidos fruto de los últimos in-puts ciudadanos.

Y si consideramos la encuesta realizada en paralelo por Sigma Dos para el grupo Mediaset, veremos que, aun cambiando el porcentaje de votos de cada uno de los partidos nacionales, el reflejo esencial del termómetro electoral no sería muy distinto. Según esta encuesta, el PP ganaría las próximas elecciones generales con el 27 % de los votos, seguido muy de cerca por el PSOE con el 26,1%, de Podemos con el 20,2 %, de Ciudadanos con el 10,3 % y de IU con el 4,1 %.

Claro está que es importante quién termina ganado las elecciones, pero en este nuevo escenario de fragmentación política, también es necesario poner de relieve algunas circunstancias de cara al hito de conformar el próximo gobierno de la nación, trascendental porque todo indica que se inaugurará una nueva forma de acceso al poder ejecutivo y de ejercerlo. Entonces ya estaremos situados en un teatro de operaciones en el que los resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas (y los que se produzcan el 27-S en Cataluña), junto con la gestión en los primeros meses de esos nuevos mandatos de gobierno con apoyos ‘concertados’, marcarán la posición última de los votantes.

La primera y más evidente advertencia es que, tras el fracaso de Rajoy en los tres principales desafíos de legislatura (gestión social de la crisis, lucha contra la corrupción y reformas institucionales), es imposible que el PP pueda conservar su actual mayoría absoluta (tampoco la alcanzará ninguna otra fuerza política). A partir de esa realidad, que además obligará a cualquier ganador a buscar apoyos post electorales sólidos (no apoyos ‘mínimos’), el posicionamiento geométrico de cada partido es decisivo en el ámbito de las oportunidades de gobierno.

Admitiendo que entre las cuatro opciones en liza electoral el PP se sitúa claramente en el espacio de la derecha, desde la derecha-derecha y hasta el límite del centro-derecha (pero no más allá), pocas son las posibilidades de llegar a acuerdos con el PSOE y con Podemos, pudiéndolo hacer, en su caso, sólo con Ciudadanos, partido situado en el centro-derecha (de momento tampoco está claro que juntos puedan sumar la mayoría absoluta). Y eso mismo le pasa a Podemos en el otro extremo del eje ideológico-posicional: como izquierda-izquierda y habiéndose engullido prácticamente a IU, su única posibilidad de pacto es con el PSOE, con más visos de poder alcanzar la mayoría absoluta.

Y esto significa que quienes tienen más capacidad de maniobra post electoral son Ciudadanos (centro-derecha) y PSOE (centro-izquierda). Ambos partidos pueden entenderse perfectamente entre ellos, satisfaciendo a la gran masa electoral que se mueve naturalmente en el espacio de la moderación política (el llamado ‘centrismo’) y también con los partidos que tengan respectivamente a su derecha y a su izquierda.

Ese ha sido un modelo ensayado ya en la nueva formación de los principales gobiernos municipales y autonómicos, en los que se han dado alternativas de afinidad como las comentadas pero ningún acuerdo entre PP y PSOE, entre Ciudadanos y Podemos ni, menos aún, entre PP y Podemos. La proximidad ideológica determinará las posibilidades de entendimiento a partir de la aritmética parlamentaria.

Otro dato a tener en cuenta es que tanto en la última encuesta de Metroscopia como en la de Sigma Dos, la suma del bloque más conservador (PP + Ciudadanos) sería inferior a la de la suma del bloque de izquierdas o progresista (PSOE + Podemos), y esta, a su vez, superior a las sumas de un posible acuerdo ‘centrista’ (Ciudadanos + PSOE). Con la circunstancia añadida de que 5-4 puntos asignados en cada caso a IU podrían engrosar también los resultados de Podemos o incluso del PSOE…

Pero está claro que, a pesar de este balanceo electoral a favor de la izquierda,  es en el medio-centro del campo político donde puede jugarse primero el éxito electoral del PP, el PSOE y Ciudadanos, y después la batalla final de los pactos, con clara ventaja para estos dos últimos partidos, entre otras cosas porque acto seguido desplazarían respectivamente al PP y a Podemos, atrayendo nuevos seguidores que no se sintiesen cómodos militando en las formaciones más extremistas. Un escenario de libro que en las próximas elecciones generales sólo se vería afectado por una clara mayoría parlamentaria conjunta del PSOE y Podemos, en la que el mayor de los sumandos llevaría la voz cantante.

La mayoría absoluta PP-Ciudadanos es aritméticamente más improbable y, sin la menor duda muy inconveniente para el futuro de Ciudadanos. La capacidad del PP para tratar de abducir o destruir a sus socios de gobierno (marcas redundantes de la derecha), ha sido bien palpable a lo largo de la historia. Y por ello, el acuerdo entre las formaciones lideradas por Albert Rivera y Pedro Sánchez, si aritméticamente dieran para ello, incluso con una opción no de mayoría absoluta, sería quizás la alternativa de gobierno más asumible.

Lo que tampoco parece probable es que los partidos autonómicos vuelvan a ser bisagra en la política nacional. Es más, una reforma inteligente de la Ley Electoral debería limitar su acceso al Congreso de los Diputados, primando en éste a los partidos de ámbito nacional del mismo modo que en el Senado se prima la representación autonómica. Zapatero a tus zapatos y que cada formación política actúe en el ámbito territorial en el que se constituye.

Dicho de otra forma, si un partido regional quiere jugar a la política nacional, para empezar tendría que inscribirse a nivel estatal como hacen los demás, y con un reglamento que obligue a tener implantación en un número mínimo de Comunidades Autónomas. Aunque sólo sea para tomar clara conciencia del sistema de convivencia y del propio Estado en el que se integran.

Nadie duda que el problema de la reforma general del sistema electoral, al igual que el de la independencia efectiva del Poder Judicial, la duplicidad y triplicidad de unas mismas funciones administrativas, el del mogollón de empresas públicas existentes sin justificación alguna (ahora enmascaradas unas dentro de otras para engañar a la ciudadanía con unas falsas cifras de reducción), las diputaciones provinciales y otros entes comarcales…, es algo que el Gobierno de Rajoy se ha pasado por la faja con su mayoría parlamentaria absoluta. Al final más de lo mismo, para lo cual no era necesario otorgar a nadie ninguna mayoría absoluta, susceptible de entenderse como una ‘dictadura democrática’, que en gran medida es como la ha entendido Rajoy.


Ahí quedan el rescate de la banca pagado por todos los españoles, los recortes sociales, el hundimiento de las clases medias, las privatizaciones del sistema público de salud, el ‘tasazo’, el reforzamiento de la politización del Poder Judicial, la reforma del Código Penal con la ‘cadena perpetua’ enmascarada, la ‘ley mordaza’, la reforma de la ley del aborto a medida de una minoría extremadamente reaccionaria…

Pero junto a todo lo que se ha hecho por activa en contra de lo esperado por la inmensa mayoría de la sociedad española y de sus propios votantes, también queda, siendo todavía mucho más grave, todo lo que Rajoy no ha hecho bajo ningún concepto y sin tener además coste económico alguno: asumir y erradicar de verdad el fenómeno de la corrupción política (pagando su cuota de culpa), reformar la ley de partidos y el sistema electoral para perfeccionar la democracia, sanear las Administraciones Públicas, reformar la fiscalidad del país con criterios más sociales, perseguir con firmeza a los defraudadores y evasores tributarios, promover la economía productiva, crear empleo digno…

Lo que nos han dado Rajoy y el Gobierno del PP en la presente legislatura ha sido más de lo mismo. Y en algunos aspectos hasta peor, porque ha tenido el instrumento de la mayoría absoluta que no tuvo Zapatero para realizar las reformas institucionales y estructurales que de verdad necesita el país.

¿Y para eso quieren ahora Rajoy y el PP otra mayoría parlamentaria absoluta…? ¿Para repetir faena y dejar bien asegurados los intereses de su camarilla de amiguetes y terminar de hundir al resto de los españoles…?

Sinceramente, creo que tal aspiración es hasta indecente y que, de una u otra forma, lo van a tener difícil. Por eso, ahora pretenden modificar la Ley Electoral deprisa y corriendo para que pueda gobernar el partido más votado si alcanza un determinado porcentaje minoritario, laminando a la gran mayoría restante y pensando por supuesto que en un escenario de cuatro partidos nacionales el suyo todavía sería el más votado.

La solución de una segunda vuelta electoral entre los dos candidatos más votados cuando ninguno ha obtenido la mayoría requerida, el ballotage francés, mucho más sensato y representativo, no les interesa. Saben que la mayoría social de progreso les llevaría a la oposición.

Si insisten en retorcer la democracia, tendrán una caída más dura. Harían bien en rectificar, aunque siempre hay tontos que se pasan de listos.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Lo de Cataluña no necesita mucha explicación, porque desde las últimas elecciones autonómicas del 25-N de 2012 la escalada por el secesionismo es tan evidente como la pasividad con la que está siendo contemplada por el  Gobierno ‘tancredil’ de Mariano Rajoy, atrincherando su política en el último recurso a la ley. Ahí me las den todas, y el que venga detrás que arree.

De promover reformas institucionales para frenar el debilitamiento del Estado y reforzar sus deteriorados cimientos, nada de nada. Y de recuperar sus competencias constitucionales banalmente cedidas durante el nefasto bipartidismo PP-PSOE, sometido por el juego de las bisagras nacionalistas, menos todavía.

Unos y otros, han arrebatado al Estado funciones genuinas e intransferibles en materia de Justicia, Educación, Sanidad, Seguridad Nacional…, en un proceso desmedido sin coto ni sentido, poniendo en grave riesgo el propio modelo autonómico. Porque las Autonomías sólo son posibles -y esto algunos políticos torpes no lo entienden- si se mantiene el referente común, el Estado que las ampara y tutela: si éste se diluye, las transferencias autonómicas no tendrán razón de ser, convertidas en la pura nada o en el cantonalismo fracasado de la I República.

Así, la mejor garantía del desarrollo autonómico ‘descentralizado’, no es otra que la de acompañarlo con un Estado sólido y fortalecido en sus competencias esenciales, las que naturalmente han de ser propias para todos los españoles, porque sólo en esa comunión de intereses compartidos pueden arraigarse y consolidarse las autonomías como ‘brazos de España’, pero no como entes sustitutivos. Lo contrario, tratar que las autonomías se opongan al Estado o prevalezcan sobre él, sólo conduce a la larga a la dilución nacional en términos absolutos, que es el camino por el que hemos venido caminando y por el que no se puede caminar más, conviniéndonos a todos desandarlo en un buen trecho o ‘racionalizarlo’ precisamente para que pueda sobrevivir.

El 25-N consolidó en Cataluña una mayoría parlamentaria partidaria de su secesión del Estado español de 74 escaños (CiU, ERC y CUP) frente a una oposición formalmente ‘españolista’ de 61 escaños (PSC, PP, ICV y C’s), mucho menos cohesionada y sin una misma idea sobre la organización territorial del Estado: cosa grave a estas alturas de la historia. Y una visión aritmética de la política que mostró la división real de la sociedad catalana en relación con el concepto de España y su sistema de convivencia, sin que el Gobierno de Rajoy tomara nota de ello.

Ahora, veremos qué sucede el 27-S con la ‘candidatura secesionista única’ y si los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, nacidos al amparo de la incompetencia bipartidista PP-PSOE, son capaces de frenar esa marea letal para España. Porque, además, el ‘problema catalán’ realimenta también el problema vasco y el problema navarro.

Esos tres territorios, esenciales en la panorámica histórica de la España invertebrada, están llevando al PP a la marginalidad política, seguido del PSOE. Un hecho tan evidente y significativo que su desprecio por parte de ambos partidos es absolutamente incomprensible.

Como lo es la contumacia popular de no haber querido recuperar el exceso de competencias transferidas a las autonomías, en una legislatura de mayoría parlamentaria absoluta (otorgada entre otras cosas para eso). O la socialista empeñada en proponer un Estado Federal indeseado e impreciso, que en vez de alejarnos del abismo político nos acerque más a él; o sea, acrecentando el error en lugar de enmendarlo.

Tres son los factores que han incidido en el fracaso político del PP, evidente a partir de las elecciones europeas del 26 de mayo de 2014, continuado un año más tarde con las municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo y sin la menor duda consolidable en las próximas elecciones catalanas del 27-S. La primera de ellas es el exceso de políticas antisociales con el que se ha afrontado la salida de la crisis; la segunda es la falta de coraje para erradicar la corrupción política y la tercera el haber pasado de las reformas institucionales necesarias para apuntalar o rehabilitar el desgastado modelo político heredado de la Transición.

Cada uno de ellos es, de por sí, suficientemente grave como para mandar un Gobierno de mayoría parlamentaria absoluta a la oposición, simplemente como castigo electoral y sin necesidad de sopesar mucho la valía de la alternativa política disponible. Pero los tres en conjunción son letales.

Entre ellos destaca sobremanera, el no haber reconducido el Estado de las Autonomías, en cuyo corazón anidaron de la mano el escándalo de las Cajas de Ahorro y la corrupción política institucionalizada. Sobre todo porque esas reformas no tenían coste económico alguno, sino todo lo contrario; y porque la sociedad en su conjunto era consciente de que el déficit público estaba básicamente generado por el despilfarro autonómico.

Claro está que para afrontar esa necesaria decisión política hay que tener mejor visión de la jugada política de la que tiene Rajoy; hay que ser un auténtico estadista y tratar de servir más al Estado que al partido. Pero esa es otra historia…


Ahora, en lo que estamos es en advertir cómo la insolvencia de Rajoy para afrontar el ‘problema catalán’ pesará no sólo en el resultado electoral del PP en las elecciones de 27-S (a la baja con toda seguridad)  sino, acto seguido, también en las inmediatas elecciones generales.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Cataluña, con orígenes políticos en el antiguo PSUC y después promotor significado de Ciutadans, acaba de destacar en un artículo titulado ‘¿Colar goles al Estado?’ (El País, 20/07/2015) la ola de desobediencia a las leyes que invade Cataluña. Y sostiene también que, sin embargo, la Constitución tiene previstas respuestas que permiten garantizar los derechos y libertades de los españoles ante una amenaza de secesión como la que allí se soporta de forma permanente.

Como exposición introductoria, el profesor Carreras dice, y dice bien: “(…) Por tanto, que las autoridades catalanas vulneren el derecho ante la complacencia general, ya forma parte de la normalidad catalana, no es noticia. Además, los sectores influyentes de la sociedad -sindicatos, patronal, asociaciones conocidas, empresarios relevantes, mandarines culturales o presidentes del Barça-, o están de acuerdo con quienes incumplen la ley o se mantienen cómodamente callados para no meterse en líos: se quejan en privado pero enmudecen en público, como durante el franquismo, tampoco nada nuevo. Ante el poder, cobardía: ¿es siempre así la condición humana?”.

Y, a continuación se pregunta “¿Qué puede y debe hacer el Estado ante tal situación?”. Para él, la respuesta constitucional es clara y la ofrece el artículo 155 CE, que en un redactado muy parecido al que se recoge en la Constitución alemana establece el mecanismo de la llamada “coerción federal”.


En términos más entendibles se trata de la intervención de la Comunidad Autónoma o de los organismos que en su caso proceda, por parte del Estado. Exactamente, el citado artículo de la Constitución establece:

  1. 1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
  2. 2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

Entonces, la pregunta que también puede hacerse uno es esta: ¿Por qué no se ha aplicado en su momento el artículo 155 CE para, sin ir más lejos, garantizar el uso del español como lengua vehicular en todos los centros educativos y de enseñanza, como han establecido de forma reiterada los tribunales correspondientes…? ¿Por qué no se ha atajado a tiempo la enfermedad secesionista, en sus primeros síntomas, evitando su mortal infección extensiva…?

Y sólo se nos ocurre una contestación: Ni Rajoy ni su Gobierno, sustentados por una inútil mayoría parlamentaria absoluta en el Congreso y el Senado, tienen redaños para ello. Habrá que buscarlos en otro sitio, porque la solución ‘marianista’ de aplicar la ley a rajatabla sólo cuando el problema haya explotado, nos lleva a la indeseable solución de la espada.

Pero antes de tomar la espada, que es a lo que nos está avocando el torpe pasotismo de Rajoy, es obligado jugar con la política: algo para lo que, evidentemente, él no está capacitado. Alguien debe tomarle el relevo con urgencia para entender por qué casi la mitad de los catalanes no quieren ser españoles y sustituir la confrontación institucional (el choque de trenes) por el entendimiento y la vertebración nacional. Seguiremos con el tema.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Mientras el independentismo catalán prosigue incansable con su hoja de ruta, ahora insistiendo en la naturaleza plebiscitaria de las elecciones autonómicas del próximo 27 de septiembre (es decir con la intención de agrupar y abducir a sus partidarios), al presidente Rajoy sólo se le ocurre advertir que con ellas “conviene no crear confusión”… Pero parece que el más confundido con lo que está significando ese proceso a lo largo de toda la legislatura, es él mismo.

Lo natural sería considerar que, con ese carácter plebiscitario, marcado por supuesto por las exigencias de los partidos que patrocinan el enredo independentista, se podrá conocer de verdad cuántos ciudadanos catalanes se sitúan en cada una de las orillas del problema. Aunque lo esencial seguirá siendo quien o quienes terminan ocupando la Generalitat y lo que a posteriori se pueda hacer o no hacer al respecto desde esa posición de Gobierno.

Al mismo tiempo, claro está, se sabrá también en qué lado se ha estado más o menos confundido al respecto. Y uno no deja de apreciar que, de momento, el supuesto ‘plebiscito’ y la ‘candidatura única’ independentista son pura estrategia electoral para mantener el poder autonómico, porque sin él todas las veleidades soberanistas no pasarían de ser una mera aspiración fantasiosa.

Tiempo al tiempo para que las cifras canten. Aunque, de momento, una parte de la sociedad catalana (la soberanista) parece que sigue haciendo sus tareas establecidas hace tiempo, y con buena aplicación, y otra (la españolista que debía liderar el propio Rajoy) sólo espera confiada como los ilusos anti españoles se pegan el batacazo; cuando, llegados a este punto, lo suyo sería plantear otra candidatura conjunta de los partidos que ante esa estratagema política sean partidarios de mantener a Cataluña en la lealtad al sistema político establecido.


Porque, el simple hecho de sumar los votos de cada partido que puedan ser favorables a una u otra posición (alguno puede que se limite a buscar su acomodo en el Parlamento Autonómico ignorando la proclama plebiscitaria), poco tiene que ver con la ventaja de la ‘candidatura única’ para hacerse de verdad con el Gobierno de la Generalitat. En realidad eso es lo que está en juego y lo esencial -como decimos- para que el proyecto soberanista pueda seguir en pie.

Habiendo dejado a Artur Mas plantear las cosas como están planteadas, si la opción soberanista gana las elecciones del 27-S, el lío será mayúsculo y evidente el respaldo ciudadano -manipulado o no- a sus aspiraciones. Porque los votos se podrán contar y analizar como se quiera, pero lo importante es quién o quienes ganarán estas elecciones y ocuparan la mayoría de los escaños del Parlament y los despachos de la Generalitat.

Y el caso es que esa candidatura integradora (que capitalizará el apoyo de la Assemblea Nacional Catalana, Òmniun, la Plataforma Proseleccions y la UFEC, junto al potencial propio de CDC y de ERC), tiene todos los visos de poder alcanzar la mayoría parlamentaria absoluta, apoyada en última instancia también por la CUP, que se ha auto excluido de la lista electoral integrada por razones de procedimiento pero que coincide en el fondo de la cuestión. Dejando previsiblemente otra vez en la oposición a todas las fuerzas políticas ‘españolistas’ que hayan participado en esos comicios ‘plebiscitarios’ cada una con su sigla: la ley D’Hont crujirá al PP y al PSOE como tanto ha venido crujiendo a los partidos minoritarios en las elecciones generales.

Pero la arrogante incapacidad de Rajoy para muñir una operación política también integradora (el entendimiento puntual de ambos partidos con Ciudadanos y con Unió -ahora separada de Convergència), que sería la única maniobra posible para enfrentarse a la ‘candidatura única’ con posibilidad de contrarrestarla, es evidente. Como lo es también su continua insolvencia para diseñar una campaña gubernamental adecuada, en fondo y forma, que evite el éxito de la propuesta soberanista.

Hasta el emergente Podemos ha sabido aliarse en esta ocasión con ICV y EUiA (Esquerra Unida i Alternativa) para capitalizar los votos de quienes simplemente defienden el derecho a decidir. Alianza que también parece un ensayo para explorar otros acuerdos de futuro.

Lo único que se la ocurrido al lobby españolista es alentar a parte del empresariado catalán para que actúe como prescriptor del voto, lo que es de una ingenuidad total. Pretender que los empleados o consumidores de Freixenet, sin ir más lejos, voten lo que les recomiende el propietario de la marca, al más puro corte caciquil, da verdadera pena.

Y pena da también, por poner otro ejemplo, ver el esfuerzo de última hora para difundir unos cuantos libritos que defienden el enraizamiento de Cataluña con España, editados a destiempo y sin el menor impacto social.

¿Qué significa eso frente a una sola y simple fotografía de los cuatro candidatos a la Presidencia del Barça mostrando la camiseta catalana del 27-S bajo un cartel de ‘Compromís de País’, que es un documento a favor de la independencia catalana, y haciendo piña con los representantes de las organizaciones que la promueven…?


Paréntesis: No deja de ser curioso que, a pesar de sensibilidad política común, la candidatura ganadora en las elecciones del Barça (casi con el 55 por 100 de los votos) haya sido precisamente la menos ‘independentista’, liderada por Josep María Bartomeu, amparado por la realidad del último ‘triplete’ de copas conseguido bajo su mandato.

La estrategia de Mas se puede interpretar como se quiera, y criticar cuanto se quiera, pero los hechos son los hechos y estos le han permitido volver a retomar impulso político, simplemente porque tras el referéndum del 9 de noviembre de 2014 sobre la independencia de Cataluña, que fue declarado inconstitucional, el Gobierno de Rajoy creyó que ya había ganado esa tormentosa guerra, tomando una posición pasota en vez de pasar a reforzar la victoria legal con la victoria de la razón política y la convicción ciudadana.

Artur Mas, el gran manipulador, ha vuelto a imponer su hoja de ruta; entre otras cosas por la incapacidad de Rajoy para liderar la política nacional y afrontar las reformas institucionales necesarias para la estabilidad funcional del Estado, coleccionando fracasos electorales continuos. A los que con toda seguridad va a tener que añadir también el del 27-S, antes de llevar al PP a la merecida oposición en las próximas elecciones generales…


El 25-N consolidó en Cataluña una mayoría parlamentaria ‘independentista’ de 74 escaños (CiU, ERC y CUP) frente a una oposición formalmente ‘españolista’ de 61 escaños (PSC, PP, ICV y C’s), que, además de estar menos cohesionada, no comparte una misma idea del Estado ni tiene las cosas claras al respecto, lo que, por otra parte, evidencia su incapacidad para defenderlo. Una aritmética parlamentaria que mostró la división real de la sociedad catalana en relación con el concepto de España y su sistema de convivencia, sin que el Gobierno de Rajoy haya tomado nota de ello.

Y tres años después, el 27-S, veremos cómo ha evolucionado ese ratio con Rajoy y el PP al frente del Gobierno de la Nación. Entonces tendremos un nuevo ranking de ganadores y perdedores que, además, será decisivo para poder confirmar las previsiones de las inmediatas elecciones generales.

Rajoy sigue instalado en la inopia del problema catalán, confundiendo la realidad jurídica con la realidad sociopolítica del caso. Esa confusión, y no la que él achaca a Artur Mas (que sabe muy bien lo que hace), junto con su insistencia en remitirlo todo a la aplicación de la ley, será una de las causas de su muerte política, acompañada con la demolición del PP. La enfermedad que padece se llama ‘parálisis intelectual manifiesta’ o ‘síndrome de Don Tancredo’.

Fernando J. Muniesa

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