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Editorial > Editoriales Antiguos
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La derecha europea en masa insiste en que Grecia sea la gran derrotada en el contencioso que mantiene con la Unión Europea, en que ‘pase por el aro’ de la austeridad total impuesta básicamente por los intereses económicos de Alemania y sus seguidores más conspicuos (con Mariano Rajoy a la cabeza), tratando de demostrar que el primer ministro Alexis Tsipras y Syriza como partido que le respalda han quedado doblegados, aceptando incluso condiciones para el tercer rescates peores -dicen- que las ofrecidas antes del referéndum del 5 de julio…
Para constatar esta realidad absurda y nociva en la consolidación del proyecto europeo, construido en su momento empezando por el tejado y sin los debidos cimientos financieros, monetarios ni fiscales, sólo hay que ver las caras endemoniadas de sus halcones políticos. O escuchar los agresivos discursos que lanzan en el Parlamento de Estrasburgo para encubrir su retahíla de errores más flagrantes.
Llegar a un acuerdo sin vencedores ni vencidos, se muestra, pues, como una misión imposible. Porque lo perseguido por los neoliberales europeos es que Tispras y Syriza (y el conjunto del pueblo griego que ha avalado sus propuestas negociadoras) paguen con la humillación de la derrota final, bien que ésta sea cierta o falsa: presentar los hechos ante la opinión pública de forma torticera es cosa de los mass media afines al establishment.
Pero, quiérase o no, al final habrá más ayuda financiera para Grecia y una reestructuración y quita de su deuda, que serán llamadas de otra forma y subordinadas temporalmente a los nuevos recortes y reformas ofrecidas por el Gobierno heleno, pero presentándose con un éxito previo europeo del ‘lo toma o lo deja’… Y será así porque no hay más remedio que sea así, si se quiere mantener a los griegos en Europa, o siquiera en la zona euro.
Algo que en el fondo es forzoso (y que en todo caso sería impuesto por Estados Unidos), porque la alternativa del ‘Grexit’ (una salida de Grecia del euro que aceleraría su acercamiento a Rusia) sería sin la menor duda como apagar el fuego latente en la UE con gasolina de alto octanaje…
Así lo ven Obama y Putin, yendo cada uno a lo suyo. Como lo ven todos los expertos en geoestrategia política, sin olvidar el contencioso ucraniano, que en el fondo se ha mostrado como otro gran error del avasallamiento europeo, como un intento encubierto de ir instaurando en Europa una especie de IV Reich alemán, con las armas de la economía por delante, que son las más letales y productivas (Europa de nuevo para los alemanes pero sin pegar un solo tiro).
Obama y Putin tienen, por razones obvias, una visión macro de la situación más acertada y reconocen que Grecia tiene una posición estratégica fundamental en el Mediterráneo, que hoy por hoy es un teatro de operaciones clave en el juego de la política mundial.
Entre otras cosas, Grecia es una zona de filtro y contención entre Europa y el Medio Oriente (recuérdese la experiencia de Chipre y las amenazas latentes en la ribera sur del Mare Nostrum, con Libia y Egipto a un tiro de misiles de medio y corto alcance desde la isla de Creta) y con una posición de control insoslayable en las rutas de acceso al Mar Negro, que sortean casi 1.400 islas. Y, sobre todo, conforma una plataforma otanista no de retaguardia -como puede ser España- sino de intervención rápida o de reacción operativa en un entorno neurálgico del poder mundial, justo en su filo equilibrador.
Grecia no deja de ser la chica guapa del baile mediterráneo pretendida por rusos y estadounidenses. Pero despreciada por una Europa miope, carente de una política exterior y de defensa y seguridad propia (algo que terminará costándole muy caro), y sin el menor interés en el nuevo juego del poder multipolar. Si ante el torpe juego de ‘planes B’ que los alemanes y los funcionarios europeos esgrimen contra Grecia, a ésta le dé por echarse en brazos de los rusos y alinearse con los BRICS, la Europa política comenzaría a disolverse como un azucarillo en un vaso de agua: la historia nos recuerda de vez en cuando que todo parece imposible hasta que sucede…
Europa desprecia el mapa griego. Y basta observarlo a vista de pájaro para darse cuenta de su valor estratégico y del papel que puede jugar en el equilibrio del poder mundial. Basta ver el emplazamiento y la naturaleza que tiene la base aeronaval de Souda Bay, en el centro del Mediterráneo ocupado por la isla más meridional de Creta, y que fue la base esencial en el último ataque aliado a Libia, para comprender su importancia en el plano militar y estratégico de la OTAN.
En Souda Bay se concentran las fuerzas aeronavales griegas (las que con tanta torpeza quieren ahogar económicamente los tecnócratas de la UE) y las destacadas de la OTAN, conformando un centro de coordinación esencial para las operaciones militares sobre todo en el norte de África; sin olvidar que en su momento también fue un baluarte insustituible contra la antigua Unión Soviética. Al norte de la bahía de Souda se dispone, además, de otra estructura militar NAMFI (Nato Missile Firing Installation), utilizada entre otras cosas como lanzadera de misiles y para poner a prueba los escudos y sistemas de defensa ‘Patriot’ y ‘Hawk’ de los países OTAN.
Y también hay que considerar la posición escalonada en el eje norte-sur griego de las bases de Larisa y Tesalónica (con capacidad de respuesta nuclear táctica) y la base más occidental de Prevenza especializada en tareas de vigilancia, todas asociadas a la OTAN.
¿Preferirán los griegos la ‘bota’ rusa antes que la europea…?
En un artículo de opinión titulado ‘EEUU, Grecia, las bases OTAN’ (El Mundo 09/07/2015), Luis María Anson recuerda -y recuerda bien- que “una Grecia sin ataduras europeas, disfrutando del apoyo político de la Rusia de Putin y de las reservas en dólares de China, es lo último que el Pentágono querría contemplar”. Y añade -también con acierto- que las bases griegas de la OTAN “forman parte de la estrategia de los Estados Unidos de América, sobre todo ahora cuando arde el Mediterráneo oriental, con los Balcanes inquietos, Siria en llamas y el Estado Islámico en la vanguardia de la atrocidad”.
Y puestas las contrapartes (la UE y Grecia) a optar por ‘planes B’, hay que recordar que, tras ganar las elecciones del pasado 25 de enero, Syriza dejó que se hablara de un plan secreto para salir de la OTAN y cerrar todos sus bases militares, lo que cambiaría absolutamente el juego geopolítico internacional dada su condición de ‘socio clave’ en el Mediterráneo. Los medios informativos italianos que alertaron del tema, hablaron de “una bomba a punto de estallar en la UE”.
Las mismas fuentes informativas (entre otras el diario Il Giornale), no veían imposible que Grecia pasara a convertirse en una nueva Cuba “en las puertas de nuestra casa”. Añadiendo que el ‘plan B’ de Syriza incluiría también otras medidas “aún más arriesgadas”, como la retirada de las tropas griegas de Afganistán y los Balcanes, la abolición de los acuerdos de cooperación militar con Israel o apoyar la creación de un Estado palestino respetando las fronteras de 1967…
Todo ello demostraría el deseo de Atenas (respaldado mayoritariamente por la población según algunos sondeos demoscópicos) de desmarcarse de las políticas de Occidente y establecer un nuevo eje de cooperación con Rusia y el entorno de los BRICS. Sus beneficios en los terrenos turístico, energético, del transporte marítimo o del abastecimiento agroalimentario, por poner algunos ejemplos obvios, serían definitivos para la economía griega.
Por su parte, el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, afirmó en su momento la disposición de Moscú para conceder ayudas a Grecia si el Gobierno heleno la solicitaba. “Si se producen peticiones por parte del Gobierno griego, desde luego, serán estudiadas”, señaló en una rueda de prensa conjunta con el ministro griego de Exteriores, Nikos Kotziás.
“Nuestra situación tampoco es muy sencilla debido a la política unilateral e ilegítima de nuestros socios occidentales”, sostuvo Lavrov en alusión a las sanciones que Estados Unidos, la Unión Europea y otros países habían adoptado contra Rusia por su postura frente a la crisis en Ucrania. Pero, no obstante, valoró la “posición constructiva” de Grecia en lo que se refiere a las relaciones entre Rusia y la Unión Europea.
Además, Lavrov destacó que los vínculos de Moscú y Atenas son de larga trayectoria en todas las esferas, incluida la cooperación militar. Añadiendo: “Partimos de la base de que estos nexos se mantienen y estamos preparando acuerdos adicionales que fortalecerán el marco jurídico en ese campo”.
De hecho, los ministros de Energía de Grecia y Rusia, Panayotis Lafazanis y Aleksandr Nóvak, firmaron el pasado 19 de junio un memorándum de cooperación para construir en territorio griego la prolongación del gasoducto ‘Turkish Stream’, destinado a llevar el gas ruso a Turquía y a ser parte de la alternativa a otro gasoducto (‘South Stream’) al que Moscú renunció en diciembre de 2014.
Ese fue el primer documento de la colaboración energética bilateral iniciada tras la visita que el jefe del Gobierno griego, Alexis Tsipras, realizó a Moscú el precedente mes de abril. La firma se produjo en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, donde el 19 de junio Tsipras volvió a reunirse con Putin, desde luego no sólo para tomar café.
Está claro que el trasfondo de la colaboración entre Rusia y Grecia apunta, nada más y nada menos, que a la salida de Grecia de la Alianza Atlántica (hay que recordar que el país heleno ya retiró sus tropas de la estructura militar de la OTAN en 1974 y hasta 1980 a causa de sus tensiones con Turquía). Una idea que, por otra parte, ya estaba incluida en el programa electoral de Syriza.
Rusia, por tanto, se cobraría sus ayudas y préstamos a Grecia a través de una alianza militar con Atenas. Y la clave para ello es que la mayoría de los griegos prefieren la ‘bota’ de Moscú antes que la de Bruselas.
Mientras la UE ha de confiar en recuperar los créditos concedidos a base de ajustes y reformas para que Grecia pueda devolverlos, los rusos -al igual que harían los chinos- se las cobrarían por anticipado, bien en forma de activos públicos, con recursos naturales o con alianzas geoestratégicas.
En los círculos de opinión informada y en la Comunidad de Inteligencia ya se habla de una ‘guerra sin bombas’ por la ubicación política de Grecia. Por supuesto, acercándonos los malos recuerdos de la pasada Guerra Fría.
Fernando J. Muniesa
Según la narración bíblica, Goliat fue un soldado gigante del ejército filisteo que durante cuarenta días asedió al de Israel. En el Antiguo Testamento, primer libro de Samuel, se narra cómo el pequeño David, un pastor de la tribu de Judá, se enfrentó a Goliat lanzándole una piedra con su honda, hiriendo al temido guerrero en la frente, derribándole y dando lugar a que, arrebatándole su propia espada, pudiera matarle y cortarle la cabeza.
La historia encierra la metáfora universal de que siempre existe una oportunidad de salir triunfante en una lucha desigual, de que el desvalido venza al poderoso y de que el pequeño derrote al grande. Y, ciertamente, esa posibilidad no es tan milagrosa como parece: la cuestión es saber jugar las bazas disponibles.
El pequeño David rehusó el cuerpo a cuerpo con el gigante Goliat, en el que obviamente sería destrozado, desoyendo la llamada del filisteo que le dice: “Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo”. En vez de aceptar ese reto, que le hubiera sido fatal, David se distanció lo suficiente y con su honda, que era un arma de mayor alcance que la espada de Goliat, le asestó una certera pedrada, propia de su sencillo oficio pastoril, abatiéndole de forma sorpresiva; es decir, haciendo valer su habilidad e imponiendo su virtud sobre la del adversario.
La cuestión, entonces, es preguntarse quién era realmente el más fuerte. Dicho de otra forma, lo que hacía parecer fuerte e invencible a Goliat, su tamaño y musculatura, su armadura y su acerada espada, eran en realidad su mayor debilidad.
A menudo, la fortaleza es sólo una apariencia, de forma que los tenidos por ‘débiles’ no siempre terminan siendo las víctimas, sino más bien los que, por las dificultades que les son inherentes, llegan más lejos, pudiendo convertirse en los vencedores reales. Todos los Goliat, tienen importantes puntos débiles que un enemigo inteligente, por diminuto que sea, puede descubrir y aprovechar.
Hoy en día, ejemplos al respecto se tienen, sin ir más lejos, en las batallas perdidas por Estados Unidos fuera de sus fronteras, ante enemigos comparativamente tan pequeños y débiles como Vietnam, Irak, Afganistán… Lo que, dicho también de otra forma, significa que por muy grande y fuerte que sea un país o una organización de países, no siempre puede hacer lo que quiera.
Después de las dos guerras mundiales, e incluso de la llamada ‘guerra fría’, los underdogs (perdedores o desvalidos) han reinterpretado la lucha de David frente a Goliat y descubierto las oportunidades que les ofrece la ‘guerra asimétrica’ y, con ella, la posibilidad de ganar a los teóricamente más fuertes o, al menos, la de contenerles en su pretendido dominio universal.
Y lo cierto es que hasta los más poderosos reconocen la necesidad de tener que ceder eventualmente ante los más débiles. Porque si, desde el gran poder y la autoridad total, se ganan todas las batallas, lo que se pone en peligro es el sistema en el que estos prevalecen.
Por eso, uno puede pensar, y a lo mejor acierta, que el empeño político del establishment europeo (subordinado al alemán) para obligar a Grecia a doblegarse ante la imposición de un modelo de convivencia ‘austericida’, que cada vez genera más desigualdades sociales, más poder en unas pocas manos y menos en las de la mayoría ciudadana, no deja de ser una batalla eurogriega entre David y Goliat. Con todas sus posibles consecuencias abiertas.
El profesor Stiglitz pone el dedo en la llaga
Vale que en Grecia haya pasado lo que ha pasado, gracias por cierto a los partidos políticos instalados en el poder antes que Syriza (en España y otros países europeos ha pasado algo similar). Pero la realidad que subyace en el contencioso griego es, como ha advertido Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, ex economista-jefe del Banco Mundial y profesor en la Universidad de Columbia, la pelea que correlaciona el poder y la democracia, mucho más que la de los acreedores y deudores, que es la del dinero y la economía.
Dice el profesor Stiglitz en un artículo de opinión titulado ‘Obligar a Grecia a ceder’ (El País 30/06/2015), y en nuestra opinión dice bien, que lo que quiere la UE (o sea Angela Merkel) es que Alexis Tsipras caiga para que no haya un Gobierno contrario a sus políticas.
Los resultados económicos del programa que la troika impuso a Grecia hace ahora cinco años han sido demoledores, con un descenso del 25% del PIB nacional y una tasa de desempleo juvenil que ya alcanza el 60%, sin que Tsipras ni su partido (Syriza) hubieran interferido para nada al respecto. Y lo cierto es que no se encuentran ejemplos más llamativos de ninguna otra depresión en la historia europea que haya sido tan deliberada y haya tenido consecuencias tan catastróficas.
Y Joseph Stiglitz, que ha observado de cerca las recetas no ‘austericidas’ que con tanto éxito han sacado a Estados Unidos de su propia crisis, añade:
(…) Sorprende que la troika se niegue a asumir la responsabilidad de todo eso y no reconozca que sus previsiones y modelos estaban equivocados. Pero todavía sorprende ver más que los líderes europeos no han aprendido nada. La troika sigue exigiendo a Grecia que alcance un superávit presupuestario primario del 3,5% del PIB en 2018. Economistas de todo el mundo han dicho que ese objetivo es punitivo, porque los esfuerzos para lograrlo producirán sin remedio una crisis aún más profunda. Es más, aunque se reestructure la deuda griega hasta extremos inimaginables, el país seguirá sumido en la depresión si sus ciudadanos votan a favor de las propuestas de la troika en el referéndum convocado para este fin de semana.
En la tarea de transformar un déficit primario inmenso en un superávit, pocos países han conseguido tanto como Grecia en estos últimos cinco años. Y aunque los sacrificios han sido inmensos, la última oferta del Gobierno era un gran paso hacia el cumplimiento de las demandas de los acreedores. Hay que aclarar que casi nada de la enorme cantidad de dinero prestada a Grecia ha ido a parar allí. Ha servido para pagar a los acreedores privados, incluidos los bancos alemanes y franceses. Grecia no ha recibido más que una miseria, y se ha sacrificado para proteger los sistemas bancarios de esos países. El FMI y los demás acreedores no necesitan el dinero que reclaman. En circunstancias normales, lo más probable es que volvieran a prestar ese dinero recibido a Grecia…
Con gran sensatez, Stiglitz insiste en que en el caso de Grecia lo importante no es el dinero, sino obligarla a ceder y aceptar lo inaceptable y, en consecuencia, se pregunta: “¿Por qué hace eso Europa? ¿Por qué los líderes de la UE se oponen al referéndum y se niegan a prorrogar unos días el plazo para que Grecia pague al FMI? ¿Acaso la base de Europa no es la democracia?”.
Lo evidente es que el pasado 25 de enero, apenas hace cinco meses, los griegos eligieron un Gobierno que se comprometió a terminar con las políticas exclusivas de austeridad, que se venían mostrando absolutamente ineficaces. Y -sigue argumentando el profesor Stiglitz- si Tsipras hubiera querido limitarse a cumplir sus promesas, habría rechazado de plano las propuestas de la UE.
Ahora, el Gobierno de Syriza ha querido dar a los griegos la posibilidad de opinar sobre una cuestión tan crucial para el futuro bienestar del país, de participar en la forja de su propio futuro. Y es absolutamente lógico y normal que lo haga, sin poderse llegar a entender el enervamiento que el referéndum griego ha producido en los dirigentes de la UE.
Stiglitz resume la cuestión de fondo de esta forma: “Esa preocupación por la legitimidad popular es incompatible con la política de la eurozona, que nunca ha sido un proyecto muy democrático. Los Gobiernos miembros no pidieron permiso a sus ciudadanos para entregar su soberanía monetaria al BCE; solo lo hizo Suecia, y los suecos dijeron no. Comprendieron que, si la política monetaria estaba en manos de un banco central obsesionado con la inflación, el desempleo aumentaría”.
Y añade: “Lo que estamos presenciando ahora es la antítesis de la democracia. Muchos dirigentes europeos desean que caiga el gabinete de izquierdas de Alexis Tsipras, porque resulta muy incómodo que en Grecia haya un Gobierno contrario a las políticas que han contribuido al aumento de las desigualdades en los países avanzados y decidido a controlar el poder de la riqueza. Y creen que pueden acabar con él obligándole a aceptar un acuerdo contradictorio con su mandato”.
Krugman también apostó por el NO
En otro interesante artículo de opinión, titulado ‘Grecia, al borde’ (El País 29/06/2015), Paul Krugman, otro premio Nobel de Economía (en 2008), sostenía que los griegos deberían votar NO y que su Gobierno haría bien en prepararse, si fuera necesario, para abandonar el euro.
Tras criticar la creación del euro como moneda única sin una unión previa de tipo fiscal y bancaria (grave error que todavía sin reconocer), y destacar que “una y otra vez, los Gobiernos se han sometido a las exigencias de dura austeridad de los acreedores, mientras que el Banco Central Europeo ha logrado contener el pánico en los mercados”, Krugman advierte que la troika sólo persigue “redoblar, aún más, la austeridad”. Y, advirtiendo que “la mayoría de cosas -no todas, pero sí la mayoría- que hemos oído sobre el despilfarro y la irresponsabilidad griega son falsas”, señala:
Sí, el gobierno griego estaba gastando más allá de sus posibilidades a finales de la década de los 2000. Pero, desde entonces ha recortado repetidamente el gasto público y ha aumentado la recaudación fiscal. El empleo público ha caído más de un 25 por ciento, y las pensiones (que eran, ciertamente, demasiado generosas) se han reducido drásticamente. Todas las medidas han sido, en suma, más que suficientes para eliminar el déficit original y convertirlo en un amplio superávit.
¿Por qué no ha ocurrido esto? Porque la economía griega se ha desplomado, en gran parte, como consecuencia directa de estas importantes medidas de austeridad, que han hundido la recaudación.
Y este colapso, a su vez, tuvo mucho que ver con el euro, que atrapó a la economía griega en una camisa de fuerza. Por lo general, los casos de éxito de las políticas austeridad -aquellos en los que los países logran frenar su déficit fiscal sin caer en la depresión-, llevan aparejadas importantes devaluaciones monetarias que hacen que sus exportaciones sean más competitivas. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en Canadá en la década de los noventa, y más recientemente en Islandia. Pero Grecia, sin divisa propia, no tenía esa opción.
Para el profesor Krugman, el problema del Grexit -la salida de Grecia del euro- ha sido siempre el riesgo de caos financiero, de bloquear el sistema bancario por las retiradas de fondos como consecuencia del pánico, y de un sector privado obstaculizado tanto por los problemas bancarios como por la incertidumbre sobre el estatus legal de las deudas. Y por eso –dice- los sucesivos gobiernos griegos se han adherido a las exigencias de austeridad, incluyendo a Syriza que estaba dispuesta a aceptar la ya impuesta, pero no a aumentarla.
Ahora, lo importante es que la troika ha rechazado cualquier opción alternativa a su ‘tómalo o déjalo’, que es “una oferta indistinguible de las políticas de los últimos cinco años”. Algo obviamente inaceptable por parte de Tsipras, porque supondría la asunción de la austeridad infinita y la destrucción de su razón política de ser, llevándole a la consulta popular con las consecuencias correspondientes.
En conclusión, Krugman recomendaba el NO en el referéndum griego por tres razones:
En primer lugar, ahora sabemos que la austeridad cada vez más dura es un callejón sin salida: tras cinco años, Grecia está en peor situación que nunca. En segundo lugar, prácticamente todo el caos temido sobre Grexit ya ha sucedido. Con los bancos cerrados y los controles de capital impuestos, no hay mucho más daño que hacer.
Por último, la adhesión al ultimátum de la troika conllevaría el abandono definitivo de cualquier pretensión de independencia de Grecia. No nos dejemos engañar por aquellos que afirman que los funcionarios de la troika son sólo técnicos que explican a los griegos ignorantes lo que debe hacerse. Estos supuestos tecnócratas son, en realidad, fantaseadores que han hecho caso omiso de todos los principios de la macroeconomía, y que se han equivocado en cada paso dado. No es una cuestión de análisis; es una cuestión de poder: el poder de los acreedores para tirar del enchufe de la economía griega, que persistirá mientras salida del euro se considere impensable.
Así que es hora de poner fin a este inimaginable. De lo contrario Grecia se enfrentará a la austeridad infinita y a una depresión de la que no hay pistas sobre su final.
El trilema entre democracia, globalización y soberanía nacional
Dani Rodrik (premio Leontief en 2002 por sus aportaciones para avanzar en los límites del pensamiento económico, profesor en la Universidad de Harvard y considerado también uno de los 100 economistas más influyentes del mundo), lanzó a principios de siglo un famoso trilema: un país no puede tener al mismo tiempo democracia, globalización y soberanía nacional. En su opinión, sólo es posible compaginar dos de esas tres opciones.
Reino Unido se decidió por el binomio democracia y soberanía nacional. Grecia, el país que inventó la democracia, ha optado porque los griegos decidan al respecto pronunciando su última palabra.
Por su parte, y según ha revelado WikiLeaks estos días, Angela Merkel ya dudaba seriamente en 2011 que Grecia pudiera llegar a pagar su deuda. Y por la misma fuente se ha sabido también que el titular de Finanzas de su Gobierno, Wolfgang Schäuble, estaba entonces haciendo a favor de una quita, a pesar de los esfuerzos de Merkel para encubrirlo… ¿A qué juega entonces la canciller de Alemania…?
Lo cierto es que sólo los entrometidos o los interesados políticamente, se han atrevido a aconsejar a los griegos qué votar (Rajoy lo ha hecho a favor del SÍ a la propuesta de la UE, temeroso de que a la postre Grecia obtenga una quita de la deuda que él jamás se atrevió a pedir para España).
Quizás el SÍ comportase una depresión interminable y que, como país agotado y empobrecido, Grecia pueda llegar a obtener el perdón de su deuda impagable y obtener a muy largo plazo ayudas del Banco Mundial. En cambio, el NO podría permitir que Grecia, fiel a su tradición democrática, se haga cargo de su destino, con la posibilidad de construir un futuro, no tan próspero como el pasado pero mucho esperanzador que el ofrecido por la UE (o por la Merkel).
Además, apenas en las vísperas del referéndum se ha conocido también que el Fondo Monetario Internacional ya es públicamente partidario de realizar una quita en la deuda griega, avalando la tesis del ministro Varoufakis (dispuesto a la dimisión inmediata si salía el SÍ) y rebatiendo al Eurogrupo al defender la reestructuración de la deuda…
Ahora sabemos que el referéndum se ha consumado con un NO, con el rechazo ciudadano de las condiciones impuestas por la UE, con la derrota del miedo y la intoxicación informativa que ha esgrimido la burocracia política europea, incapaz de reconocer sus errores.
David Tsipras ha vencido a Goliat Merkel con las armas de la dignidad ciudadana y con una mayoría abrumadora de más de 20 puntos de diferencia frente a la opción del SÍ a la propuesta de la troika (¿dónde ha quedado el ‘empate técnico’ del que tanto se ha hablado en los medios afines al PP?). ¿Y qué sucederá ahora…?
Ahora queda por ver qué dicen quienes han asegurado que el referéndum griego era un plebiscito sobre el euro y que rechazar la propuesta europea era un ‘no’ a la eurozona, e incluso a la Unión Europea. Ahí estuvo Rajoy secundando a Juncker y a Goliat Merkel, mientras el pequeño David Tsipras afirmaba lo contrario… Éste no le ha cortado la cabeza a ningún filisteo, pero a Fraü Merkel le ha pegado una buena pedrada entre ceja y ceja para que se vaya enterando de los aires de cambio que reclaman los europeos del sur.
De momento, en Grecia ha ganado la democracia.
Fernando J Muniesa
El pasado domingo, 21 de junio, Pedro Sánchez desplegaba a todo trapo la bandera de España en el madrileño Circo de Price para presentarse como candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales. Y lo hacía acompañado del lema ‘El cambio que nos une’.
Pero, ¿a qué cambio se refería…? ¿Al de desempolvar la bandera nacional, antes postergada, para amparar ahora bajo ella la idea de una España más igualitaria, sin asimetrías ni zarandajas soberanistas…?
Más bien parecía que Pedro Sánchez, astuto-astutísimo, se ponía la señera nacional por montera para desmarcarse de la radicalidad izquierdista que ahora le achaca Mariano Rajoy, no menos avispado. Y para congraciarse con Estados Unidos (E pluribus unum o De muchos, uno), no sea que, por eso de ser socialista, el Tío Sam le confunda con otro Rodríguez Zapatero.
Reconvertido al american way of live por sus asesores de imagen (los Arriolas socialistas), a Sánchez sólo le faltó bailar el ‘Macarena’ en la pista del Price con su amantísima esposa, Begoña Gómez, y con sus dos hijas, Ainhoa y Carlota, presentes en el acto: él enfundado en un españolísimo traje corto y tocado con sombrero de ala ancha y ellas con bata de cola, como Berlanga disfrazó a los vecinos de Guadalix de la Sierra en su memorable film ‘Bienvenido, Míster Marshall’… O, mejor aún, trajeada toda la familia con los diseños payasos de Ágata Ruiz de la Nada, cosa que, puestos a dar la nota en el Circo Price, hubiera sido la repera en bicicleta.
Así, con tanta modernidad de pacotilla, Sánchez camuflaba la peligrosísima deriva antisistema que le adjudica Rajoy, otro patriota de ocasión que hasta el angustioso demérito electoral por el que atraviesa en estos momentos jamás había evidenciado especiales muestras de respeto por la bandera española. Baste recordar, sino, el comentario que, a micrófono abierto, el patriota pontevedrés le hizo a Javier Arenas a propósito de la celebración del Día de las Fuerzas Armadas en 2008: “Y mañana el coñazo del desfile, en fin, un plan apasionante” (el PP emitió una nota lamentando que “una expresión coloquial en el ámbito privado” como aquella hubiera trascendido al público)…
Dice Pablo Iglesias, y dice con razón, que ambos líderes políticos (Sánchez y Rajoy) compiten ahora -antes no- por mostrar al electorado quien la tiene más grande: la bandera, por supuesto.
Y hasta Cristina Cifuentes, ahora descubierta como otra enternecedora patriota, ha dicho en el acto de toma de posesión de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que ella no muestra grandes banderas de España porque “la lleva en el corazón”. Claro está que sin la gracia pinturera con la que la añorada Marujita Díaz pregonaba en ‘Las Corsarias’ aquello de “Banderita tu eres roja, Banderita tu eres gualda, llevas sangre llevas oro, en el fondo de tu alma…”, que bien podría haber sido el jingle coreado por los socialistas de nuevo cuño como cierre del acto del Circo Price.
No deja de ser curioso que sean el PP y el PSOE, cuyos gobiernos sucesivos han consentido tantos y tantos agravios a la bandera de España (que preferían llamar ‘bandera del Estado español’) los que, de repente, se muestren tan partidarios de la enseña nacional, la roja y gualda, cuando sus propias banderas de cancamacola partidista han sido precisamente ‘los lienzos con los que se amortaja la Patria’, que diría el patriota Garibaldi. ¿De qué patriótica bandera de España hablan ahora quienes aprovecharon la Transición, no para vertebrarla como Nación, sino para mantenerla invertebrada, que es como sigue gracias al desmadre del ‘patriótico’ Estado de las Autonomía…?
Porque otra cosa curiosa es hacer Patria transfiriendo a tutiplén, como han hecho, competencias del Estado a los núcleos de poder caciquiles asentados en las Comunidades Autónomas, debilitando a la Nación española, que es en lo que han estado y siguen estando . Así lo reconoció con gran sinceridad Juan Carlos I al hacer un balance de los primeros 37 años de su reinado en una entrevista que le hizo el periodista Jesús Hermida para TVE (04/01/2013) con motivo de su 75 cumpleaños: “Falta la vertebración del Estado”. Aunque sin apuntar, ni por asomo, cuando se acometerá tan esencial tarea.
Ahora Felipe VI propone la “unidad en la diversidad” y Pablo Iglesias el “Estado plurinacional”, tratando ambos de reescribir o cuando menos matizar de forma innecesaria el texto constitucional, que en su artículo establece con claridad meridiana y sin más zarandajas “la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”…
Sánchez ha lanzado su candidatura presidencial asociando la bandera nacional con el lema ‘El cambio que nos une’. Pero la novedosa escenografía de su proyecto político requiere, para no quedarse en mero patrioterismo, que es el último refugio de los políticos pícaros, una mayor precisión y clarificación de contenidos.
Porque, ¿acaso el ‘cambio que nos va a unir’ es el de la España Federal o Confederal…? ¿El de ese frangollo político con el que, de vez en cuando, el PSOE más fracasado amaga y amenaza justo a los verdaderos patriotas que creen en una España unitaria, ‘grande y libre’, que aunque fuera un eslogan franquista también es seña de identidad de cualquier nación que crea en sí misma…?
Ahora, ya no se trata sólo de dirimir la batalla PP-PSOE, más o menos pedestre, sino de trasladar a la sociedad española el proyecto de Nación que tiene cada uno de los actores en liza electoral, o al menos los que se disputan el protagonismo del cambio político: Sánchez, Rivera e Iglesias. Los tres necesitan explicar con mucha más precisión la idea de cambio que predican, sobre todo en cuanto a la forma y organización del Estado.
De momento, ninguno de ellos ha abierto la boca para anunciar, por ejemplo, una recuperación de las excesivas competencias del Estado transferidas subrepticiamente al festín autonómico en perjuicio de la fortaleza del Estado (en Sanidad, en Educación, en Justicia…). Eso es lo que, para empezar, haría cualquier buen patriota, y lo que el ‘patriota’ Rajoy no ha hecho, a pesar de que los españoles le otorgaran una mayoría parlamentaria absoluta en 2011 para hacerlo y que, por incumplidor, jamás le volverán a entregar.
Dijo Sánchez en el Circo Price, arropándose en la misma mega bandera nacional de ‘quita y pon’ que su partido oculta y ningunea en Cataluña, aunque valga que diga lo que quiera y como quiera, que él va a liderar un cambio "seguro y valiente" (¿cuál?). Afirmando, además: “Los españoles lo tienen claro: sólo nosotros lo haremos posible”… ¿quién lo tiene claro?).
Lo malo es que no lo dijo en el Ateneo de Madrid, en el Círculo de Bellas Artes o en la Fundación Ortega y Gasset, por poner algunos ejemplos de entornos con mayor empaque intelectual, sino en el Circo Price. Y allí sonó a payasada, dicho sea con todo el respeto del mundo para los grandes artistas del género que en ella triunfaron: Charlie Rivel, Pompoff y Thedy, los hermanos Tonetti…
Para vender patriotismo del bueno, Sánchez podría haber dado su mitin en el Teatro de la Comedia, echándole un pulso a José Antonio: ahí sí.
Fernando J. Muniesa
Apenas sin reponerse de la bronca que le montó el respetable en la feria municipal y autonómica del 24-M (algo como lo del desastre de ‘Cagancho’ en Almagro), Mariano Rajoy ha pedido plaza para repetir suerte electoral en la Feria de Otoño, batiéndose el cobre con la nueva torería para no perder pie en el escalafón taurino durante la próxima temporada.
En los medios políticos que entienden de la fiesta nacional, es decir de la España cañí y del ‘pan y toros’, se asegura que Mariano Rajoy, conocido en ellos como ‘Don Tancredo’, ha tenido un voluntarios arranque de vergüenza torera y hecho suyo eso del “¡dejarme solo!” en la última corrida de la temporada: la de ‘limpieza de corrales’ y apertura de nueva legislatura. Un espectáculo anunciado para después del veranillo de San Miguel y una vez cumplido el festival plebiscitario de Cataluña, que ya veremos cómo queda.
Espoleado por los revolcones sufridos durante toda la temporada electoral, y sabiendo del resabio soberanista, que en la ‘feria del membrillo’ catalana (así se conoce también la de San Miguel) le puede dar otro disgusto de tres avisos y devolución del toro en suerte a los corrales, vivito y coleando, ‘Don Tancredo’ ha tenido a bien destapar su particular tarro de las esencias políticas y anunciar a la afición algunas triquiñuelas nuevas en su gastado entendimiento del noble arte de ‘Cúchares’. De poco fuste y sin cumplir las expectativas del momento electoral.
En otras palabras, de repente ha parecido que, por fin, ‘Don Tancredo’ iba a desprenderse del impoluto traje de escayola con el que ejerce su toreo inmovilista, que en el fondo es la negación del toreo; que iba a vestirse de luces como mandan los cánones del toreo, olvidarse del ventajista mano a mano PP-PSOE practicado en las corridas de antaño y exhibir, de una vez por todas, su torería con una cuadrilla de empaque y tronío y en una corrida concurso de ganaderías abierta a los más afamados hierros bravos.
Y, si fuera menester, toreando a plaza partida, compitiendo cerca de la sombra con ‘Riverita’ y cerca del sol con otros dos noveles: Pedro Sánchez, torero de corte campero aún sin cuajar, y el más pinturero Pablo Iglesias ‘El Coleta’. O con Susana ‘La Felipona’, entronada recientemente como máxima figura de la siempre notable torería andaluza.
Se ha llegado a afirmar, incluso, que ‘Don Tancredo’, que en ello se juega la ruina de sus menguantes seguidores refugiados en los tendidos bajos de la sombra política (el Ibex taurino), tiene avisados a los ayudas de callejón, gobernados por ‘Moraguitas’, para que anden listos con el hule de la enfermería. Porque en la tarde de marras o sale por la puerta grande de la catedral del toreo y del templo parlamentario, o se va para dentro con los pies mirando al patio de las malvas, con la femoral ‘partía’ y con el paquete intestinal hecho colgajos…
Sin embargo, todo puede quedar en agua de borrajas y en puro toreo de salón. Porque la querencia es la querencia y los mansos de la política gustan, ya se sabe, de refugiarse en tablas y buscar la puerta de los chiqueros, antes que arrancarse a los caballos del castigo en largo y por derecho.
Claro está que en tamaño desafío ‘Don Tancredo’ requeriría cuadrilla nueva: peones de confianza curtidos en mil ferias de renombre y con toros de todas las pintas y hechuras, banderilleros que -sin perder la compostura- sepan sortear los pitones que buscan sus pechos y dejar, airosos, los garapullos en lo alto del morlaco, picadores con brazo de acero, monosabios de vara presta para azuzar las monturas…
Porque estaba visto y comprobado que la colección de marianitos-toreros con la que se ha ayudado en las escasas lidias apeadas del inmovilismo con el que relevó al maestro ‘Zapatero’, a base de quites sin ton ni son, trasteos y recortes insulsos, adornos y revoleras sin gracia y golletazos atravesados, no da para la corrida monumental de fin de temporada que se avecina.
Pero, aun así, parece que ‘Don Tancredo’, que es muy suyo y gusta de ver la fiesta nacional acomodado en la barrera o en asientos de balconcillo antes que de pisar el albero y buscar al astado a pie de boca de riego, ha negociado el traspaso en diferido sólo de ‘Florianito’ y ‘Bombita II’ (el grisáceo González Pons), que ya estaban pasados de forma en la suerte de enervar a la afición, para incorporar a la faena sabia nueva, subalternos formados en la escuela taurina de las juventudes populares, poco placeados pero con buenas formas al menos en el toreo del carretón. Dejando como apoderado general en la sombra a Javier Arenas ‘El Filigranas’ y de mayoralas en la finca del partido a Dolores ‘La Mancheguita’, y a ‘Sorayita’ de ‘vicepresidenta para todo’ en la del gobierno, que, erre que erre, es lo suyo.
Y ello aunque la Feria de Otoño se antoje de grandes vuelos, sin que vayan a faltar el desfile de calesas, despeje de plaza con alabarderos reales, mujerío de rompe y rasga tocado de peineta y mantilla, galanes de los de clavelón en la solapa, mulillas enjaezadas, costaleros de pago, bullanga, pelamanillas voceando eso de ‘la que se va a armar’…
Con cinqueños en el ruedo a punto de romana, de los que se encampanan con el vuelo de una mosca y barbean al hilo de las tablas enseñando el ‘aquí estoy’ en las afiladas puntas de su cornamenta; derribos de cuanto caballo y caballero se ponga a tiro; faenas para los anales de la historia; arte y valor a raudales y estocadas en todo lo alto hasta enterrar la bola… Lo nunca visto desde la Transición, la que acabó con la vieja tauromaquia franquista para inaugurar el nuevo toreo participativo que tanto reclaman los tendidos de sol y repudian los de la sombra…
Lo malo es que ‘Don Tancredo’ tiene un sentido muy suyo del tiempo y de las formas, en lo político y en lo taurino. A su renqueante sentido de la oportunidad, hay que añadir su desinterés por cuajar una faena a tiempo, como espera la afición, de manera que, conjugando ambos factores, lo que cosecha son fracasos y descalabros manifiestos.
Esa mala interpretación del ritmo y el compás, de la acción y la reacción en el quehacer de la realidad político-taurina, unida a su desmedida afición por el ‘tancredismo’, camuflando sus faenas en el inmovilismo o con hechos tardíos, ha llevado a Rajoy al mal lugar que ocupa en estos momentos en la valoración del pueblo soberano: puesto a merced del morlaco electoral, o embrocado en cuadrado sobre corto, como dicen los iniciados en el arte de la tauromaquia. Es decir, a punto de ser corneado a placer hasta por los cabestros y bueyes de tiro, que ya es decir.
Porque esa forma ‘marianita’ de pretender dominar el cotarro ad eternum, y combinarlo con la ingravidez política, choca con la realidad de que los acontecimientos tienen vida propia, soliendo presentarse además de forma imprevisible.
El problema de ‘Don Tancredo’ es que, a fuerza de no querer mover pieza en temas sustanciales, ni querer adelantar acontecimientos siquiera en el orden de lo más pedestre o cotidiano, estos terminan por desbordarle. Así, cada vez que se ve obligado a apearse del pedestal y poner pie en el ruedo a destiempo, la cogida es segura.
Y el fenómeno es tan implacable como reiterado. Lo mismo da que se trate de las candidaturas electorales (secuestradas de forma absurda hasta última hora), de la reforma fiscal, de la lucha contra la corrupción política, de las reformas institucionales, de los ceses ministeriales, de poner a ETA en su sitio, de independizar la justicia… Cuestiones políticas que, por no haberse tratado de verdad en el tiempo debido, al final hay que afrontar con el pitón en la ingle y en la puerta de la enfermería.
Así se llegó al fracaso de Arias Cañete en las pasadas elecciones europeas, a que Esperanza Aguirre haya tenido que malvender su título de lideresa, al cese tardío de la ministra Ana Mato, a la defenestración del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, a envainar la reforma de la ‘ley del aborto’, a enmendar el ‘tasazo’ y el IVA cultural, a imponer la ‘ley mordaza’ y, dentro de poco, posiblemente a parchear de nuevo el Consejo de Ministros peor valorado de toda la historia del toreo democrático…
Y, en fin, a que los voceros demoscópicos anuncien el fin del sistema político bipartidista. O a que se haya tenido que montar el ‘tinglado del miedo’ para tratar de estigmatizar a Podemos ante su triunfo en las urnas o inventarse una marca blanca del PP (y rosa del PSOE), Ciudadanos, en una práctica ciertamente degradante de la democracia, aunque en el mundo de los toros sea muy difícil doblegar la voluntad popular, que es la que pone y quita a las figuras.
La cuestión de fondo y a destacar en estos momentos, no es otra que la última responsabilidad de ‘Don Tancredo’ por no haber sustanciado ningún tipo de regeneracionismo político (más allá de cualquier ‘reformita’ de andar por casa), traicionando, con su mala utilización del tiempo y su permanente ejercicio de inmovilismo político, a los 10.866.566 aficionados que pusieron en sus manos la vara de mando necesaria precisamente para acometer, sin excusas ni dilaciones, la revaluación de la fiesta nacional.
De hecho, la consolidación de las nuevas figuras, que quiérase o no simbolizan renovación y aire limpio, frente al agotamiento del sistema y a la resistencia numantina de los viejos maestros incapaces de comprender la realidad de la fiesta, los nuevos gustos y apetencias de la afición, que afora el espectáculo y paga el piso de plaza, el ganado y el crudo de la torería, tienen su mayor razón de ser justo en el ‘tancredismo’ político, que hoy tiene en Rajoy su mejor intérprete.
En consecuencia, en él se ha cebado la venganza electoral que, como toda venganza, nace entre otras cosas de la realidad ignorada. Y se seguirá cebando en las elecciones de la Feria de Otoño.
Tras el último batacazo electoral, ‘Don Tancredo ha hecho creer a algunos ingenuos aficionados que mostraba cierto arrepentimiento, reconociendo la necesidad del ‘cambio’. Pero todo ha quedado en una tardía y escasa presentación de cuatro caras nuevas y más amables en el entorno del PP (con poco tiempo para placearse), en un mero maquillaje de las formas sin el menor interés por resolver el problema de fondo.
Tras la evidencia de la muerte de ‘Don Tancredo’ en las urnas, por activa y por pasiva, el susodicho no ha tardado en hacer un quiebro a la gallega y reivindicar el ¡larga vida a ‘Don Tancredo’! Así de terco es el personaje.
Fernando J. Muniesa
El término ‘coherencia’ se define como la conexión o relación existente entre unas cosas y otras, como una actitud lógica y consecuente con una posición anterior o pre-establecida.
Claro está que la coherencia tiene su reflejo en cualquier actividad humana, incluidas las más triviales, por lo que de ninguna manera un cambio más o menos repentino de opinión o de comportamiento previsible, o incluso una contradicción en la toma de algunas decisiones, puede representar un rasgo negativo de quien lo protagoniza, ni una amenaza para los afectados. A pesar de que puedan ser ejemplos válidos de falta de coherencia.
Así, la incoherencia práctica puede tener poca importancia en contextos intrascendentes, pero ser muy grave en otros: especialmente en los que las declaraciones y promesas previas afectan a quienes, en función de ellas, han delegado su representación política, comprometiendo sus expectativas naturales. Por ello, las diferencias entre las decisiones de los partidos y sus posiciones anteriores, se convierten en un sinónimo de irresponsabilidad, directamente opuesto al principio de confianza que los ciudadanos buscan en sus dirigentes.
También es necesario reconocer que la coherencia no supone mantener a ultranza determinados errores, o no aceptar equivocaciones en algunas formulaciones iniciales que merezcan ser rectificadas, asumiendo en su caso las responsabilidades correspondientes. Cosa muy distinta de la falta de rigor y seriedad que supone defender ayer como ‘blanco’ lo que mañana se defenderá como ‘negro’.
La coherencia política, tanto a nivel individual como grupal, se da cuando el pensamiento, las palabras y las obras guardan, en lo esencial, un apreciable grado de congruencia, cuando coinciden con lo esperado en cada caso. En su globalidad, el asunto es complejo, porque en términos políticos tampoco existe una conciencia absoluta de toda la problemática afrontada, dentro y fuera de cada partido, ni de todas sus variables: el propio sistema tiene escasa conciencia de muchas necesidades y objetivos políticos prioritarios, con el inconveniente añadido de que también son muchas las personas y grupos que intervienen e interactúan dentro del mismo.
Por eso, no es extraño que, en general, el nivel de coherencia política sea más bien bajo, salvo quizás en las grandes orientaciones globales. De hecho, la sociedad actual se caracteriza por una gran falta de coherencia entre las necesidades de los ciudadanos y la acción política correspondiente, sobre todo en países invertebrados y situados en fronteras interculturales como el nuestro.
Con todo, lo que los ciudadanos entienden como ‘coherencia política’ se identifica mucho más con lo que se hace que con lo que se dice, dado que, para conseguir lo que se dice siempre existen caminos alternativos. Gabriel Marcel (1889-1973), dramaturgo y filósofo francés padre del existencialismo cristiano o ‘personalismo’, sostenía que, al fin y a la postre, “cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive”.
Lo cierto, aquí y ahora, es que el talón de Aquiles del sistema político no es otro que el de la ‘incoherencia’ entre lo que se dice y lo que se hace. Y que la crítica más demoledora contra los representantes electos es precisamente la que se basa en ese desviacionismo manifiesto.
Justo estos días, el experimentado Felipe González, recién llegado de su polémico viaje a Venezuela, ha lanzado una seria advertencia al PSOE sobre el enfoque de las negociaciones con Podemos (y hay que entender también que con IU) para alcanzar gobiernos municipales y autonómicos, en estos términos: “Lo único que pido es coherencia y estabilidad. Formar mayorías por ocupar instituciones no me parece suficiente”.
Pero esta apreciación del ex presidente González no deja de ser una especie de contemporización con el acuerdo suscrito entre el PSOE andaluz y la llamada ‘marca blanca’ del PP, es decir Ciudadanos. ¿Acaso hubiera sido más coherente un acuerdo directo PP-PSOE…?
En nuestra modesta opinión, lo coherente es que, atendiendo a la aritmética electoral, la izquierda se asocie entre sí para arrebatar el poder a la derecha y, después, plantear desde una posición de gobierno la acción política de corte progresista que convenga a esas fuerzas mayoritarias en su captación de votos. Esto es lo razonable, guste o no guste, y lo que el electorado puede entender como ‘coherente’ dentro del sistema.
Es más, también parece coherente que si el PSOE puede arrebatar el poder al PP lo haga incluso apoyado por un partido como Ciudadanos, si éste, desde su propia responsabilidad, se presta a la faena. Y si en el País Vasco, en Cataluña o en Canarias pudiera hacer lo mismo con el apoyo del PNV, de CiU o de CC, pues mejor para el PSOE: la incoherencia vendría en todo caso del lado de los partidos que, sin ser progresistas, e incluso siendo anti-socialistas, entren en ese juego.
Que PSOE, IU y otras fuerzas autodenominadas ‘de progreso’ se apoyen mutuamente para alcanzar gobiernos de ese signo, es lo lógico y natural, porque así está contemplado en la Ley Electoral. Lo ilógico y antinatural fue, sin ir más lejos, la ‘pinza’ que se montó Julio Anguita con el PP de Aznar para tratar de sacar al PSOE del Gobierno, dicho sea con todos los respetos para el entonces dirigente comunista, y sin que nadie cuestionara por ello al PP, que era la fuerza beneficiada por aquel acuerdo.
Lo cierto es que, pactando con unos y con otros, el PSOE ha recuperado un poder político muy importante y ciertamente desproporcionado con su deteriorada cuota electoral. Eso no es incoherencia, sino realismo político, máxime cuando las contraprestaciones pactadas con Ciudadanos en Andalucía son poco menos que ‘agua de borrajas’, y muchas incluso propias del socialismo radical.
Cuando la prensa le pregunto a Rivera si se fiaba de Susana Díaz, su bisoñez le llevo a señalar que su compromiso “estaba firmado” y que, si no cumplía, Ciudadanos estaba dispuesto a presentar “una moción de censura”, sin calcular siquiera que para ello le faltaban escaños aun uniéndose al PP. Torpe, torpe, torpe, Rivera podrá ver fácilmente que, una vez sentada en el trono de la política autonómica, Susana Díaz gobernará en Andalucía más cerca de Podemos y de IU que de Ciudadanos…, formación ésta que además tendrá que soportar la ira del electorado andaluz de centro-derecha.
Ciudadanos: De marca blanca del PP a marca rosa del PSOE
Cuando hace tiempo advertíamos en nuestras Newsletters que se avecinaba el fin del bipartidismo y que la nueva forma de hacer política pasaría por los pactos y el entendimiento entre las fuerzas fragmentadas, anunciamos que esa misma situación daría también la medida y la valía real de los partidos emergentes, su verdadera capacidad política y su cintura para sostenerse o progresar electoralmente. De entrada, esa falta de capacidad ya se ha llevado por delante a UPyD y está a punto de acabar también con IU.
Y también anticipamos que los pactos de la izquierda estarían mucho más claros que los de la derecha, y que quien, a la vista de los resultados del 24-M, iba a tener que afinar mucho su estrategia política y su posición en materia de pactos era Ciudadanos. Equivocarse sería fatal de cara a los próximos comicios legislativos.
La realidad es que, diga Rivera lo que diga, en Andalucía ha pasado de propugnar ‘el cambio’ a reasentar el modelo neo caciquil, clientelar y súper corrupto que el PSOE mantiene desde la Transición, y que muy probablemente seguirá manteniendo. ¿Y qué entienden entonces Rivera y Ciudadanos por ‘el cambio’, si allí apuestan por más de lo mismo…?
Algunos analistas bien intencionados alaban la actitud ‘ponderada’ de Ciudadanos, facilitando la permanencia del PP al frente de algunas Autonomías y capitales de provincias y haciendo lo propio con el PSOE en Andalucía: una vela por aquí y otra por allí, aceptando lo comido por lo servido y las gallinas que entran por las que salen, como diría José Mota. En política, la ingenuidad tiene un coste muy alto y, a veces, también puede encubrir la corrupción más taimada.
Hablan de “coherencia frente a oportunismo”, como hace Agapito Maestre en Libertad Digital (10/06/2015), aunque nosotros podemos entenderlo justo al revés: como oportunismo frente a coherencia. Y también de una actuación impecable: “Ciudadanos está salvando la gobernabilidad de la nación a través de darle estabilidad a dos grandes regiones de España”. Ahí es nada.
¿Y de dónde se ha sacado eso…? Tras las elecciones, en todos y cada uno de los ayuntamientos de España siempre gobierna quien gobierna y punto pelota. Y en las Comunidades Autónomas, ídem de ídem, porque quienes pueden hacerlo (pura aritmética parlamentaria) jamás renunciaran a ello…
¿Cómo explicará Ciudadanos que en Andalucía apoya una política económica cuando menos socialdemócrata y en otras el liberalismo conservador, a veces salvaje, que practica el PP…? ¿Es que alguien puede entender la contradicción de apoyar al PSOE en la Junta de Andalucía y al PP en los ayuntamientos de Almería, Granada, Málaga o Jaén…? ¿Dónde se sitúa la ‘coherencia’ y dónde el ‘oportunismo’ que aplaude Agapito Maestre…?
¿Qué lección magistral dará el profesor Garicano a sus alumnos de la London School of Economics para explicar tamaña chafarrina en términos de política económica…? ¿Cómo justificar el apoyo de Ciudadanos a que Andalucía cree un banco público y cuarenta ‘embajadas’ autonómicas…? ¿Se apoyaría eso mismo en las restantes autonomías…?
Cierto es que la situación política no deja de ser complicada. Pero, justo por eso, la actitud de Rivera debería haber sido, en nuestro modesto entender, más prudente y menos protagonista, porque en realidad el problema no era exactamente suyo, sino de los demás. Allá la izquierda con sus pactos y allá el PP con sus fracasos, debiéndose limitar Ciudadanos, de momento, a dar doctrina, y a proponer y apoyar desde la oposición lo más conveniente a efectos de su ideario o posición ideológica, en vez de comprometerse con lo que otros hagan o no hagan.
Por ejemplo, reclamando una reforma urgente de la Ley Electoral para establecer un sistema de ‘segunda vuelta’, que es bastante más lógico y razonable que la tontuna de que gobierne, porque sí, la lista más votada (que podría situarse en mínimos de representación ciudadana). Cosa que Ciudadanos no ha hecho ni por asomo, y que el PP todavía podría imponer fácilmente con su mayoría parlamentaria absoluta…
Los pipiolos de Ciudadanos parecen pensar que el ‘centrismo’ les permite pactar indistintamente con dios y con el diablo, valga la comparación, confundiéndolo con el ‘bisagrismo’ (oportunismo duro y puro), que es cosa muy distinta y que no se tiene que ejercer necesariamente desde posiciones centristas (‘bisagras’ han sido el PNV, CiU, CC y hasta IU). Y eso no es así.
Por eso, las alusiones de algunos portavoces de Ciudadanos al ‘centrismo’ y al papel que pudo jugar en la Transición son erróneas. La UCD (que era un partido de derechas) apostó, como hizo el PSOE, por la ‘moderación’, pero no por el ‘centrismo’, que apareció después con el CDS del ex presidente Adolfo Suárez y llegó hasta donde llegó, que fue a la vuelta de la esquina.
Como también es erróneo pensar, como sostienen algunos politólogos, que las elecciones se ganan y/o se pierden en el espacio político de centro, que es un espacio prácticamente inexistente. Otra cosa distinta, que tiene poco que ver con la geometría política y más con el talante político, es que el mayor caladero de votos se encuentre en el espacio de la ‘moderación’ (que es el proceso de eliminar o disminuir los extremos en busca del equilibrio), libre de ejercerse bajo cualquier prisma ideológico…
Más fino y acertado, pues, que Agapito Maestre y otros entusiastas de Ciudadanos, nos parece el comentario que sobre su misma política pactista hace Federico Jiménez Losantos en un artículo de opinión titulado ‘De marca blanca a marca rosa’ (El Mundo 12/06/2015):
(…) Pero es tan del PP Rivera, o sea, tan ‘maricomplejines’ que, para que no digan que es la marca blanca del PP, se ha convertido en la marca rosa del PSOE. Y lo ha hecho en Andalucía, el régimen más corrupto de Europa, que ayer recibió un cheque en blanco para otros cuatro años -39 ya en el Poder-, renunciando a todas sus condiciones dizque regeneradoras que, al final, sólo han regenerado el Imperio de los ERE. Ni siquiera ha entrado en el Gobierno y como antes entregó al PSOE el control de la Mesa del Parlamento, seguirá sin haber comisiones de investigación. El segundo de Díaz y el segundo de Marín, o sea, el penúltimo, no han firmado nada sobre Canal Sur, los 35.000 contratados de la administración paralela del PSOE, ni Sucesiones y Donaciones, ni, en su trola más clamorosa, el entierro de Chaves, que tenía que irse para empezar a hablar y se ha quedado para ver la firmita. Más regeneración: C's acepta mantener 40 embajadas autonómicas y crear un banco público andaluz, que, en manos de la banda de Alí Babá se llamará, supongo, ‘Alibabank’…
En alusión a la proposición de cambio propugnada por Ciudadanos, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, fue bastante expresivo: “Una cosa es el cambio y otra muy distinta el recambio”. Distinto sería debatir sobre si los cambios proceden o no proceden.
En esto de la nueva política y de los partidos emergentes, no basta parecer limpios y aseados, sino que también hay que serlo, de forma efectiva, sin posiciones equívocas ni guiños a los electores que han votado a otros partidos, y sin confundir tres conceptos bastante diferenciados: la plausible ‘moderación’ política; el ‘centrismo’, que sólo es un concepto espacial o geométrico ciertamente limitado, o a lo sumo una búsqueda de políticas consensuadas, y la ‘bisagra’, que es hija del oportunismo y de la bajeza política.
Como también son distintos el ‘reformismo’, vinculado a cambios graduales en un sistema político, de organización o de convivencia ciudadana, y el llamado ‘regeneracionismo’, que es, por necesidad, mucho más profundo y radical. Pero ¿Ciudadanos es reformista o regeneracionista…?
Y en esas estamos. Ya veremos cómo salen del lío unos y otros. O si unos y otros nos devuelven a donde estábamos.
Fernando J. Muniesa
“Cuando murió Franco el desconcierto fue grande: no había costumbre”. Esta mordaz e irrefutable referencia histórica de Julio Cerón, refleja con cierta adecuación lo que le ha pasado al PP en Madrid a cuento de las elecciones municipales.
Desde 1991, y casi durante un cuarto de siglo, el PP ha gobernado el ayuntamiento capitalino con José María Álvarez del Manzano hasta el 2003 (los suyos le llamaban ‘alcalde Mantequilla’), con el súper-sobrado Alberto Ruiz-Gallardón hasta el 2011 y con Ana Botella (creadora del inefable “A relaxing cup of café con leche in la Plaza Mayor”) hasta el 2015. Y se había acostumbrado.
Lo de Tierno Galván, que falleció en 1983 con las botas de regidor puestas, quedaba lejos. Y la interinidad de Juan Barranco, seguida de una legislatura frustrada por la moción de censura con la que Rodríguez Sahagún -que a la postre fue un buen alcalde- le apeó de la poltrona, también.
Para el PP, Madrid era un baluarte electoral y un emblema político blindado a cal y canto por sucesivas mayorías absolutas, logradas básicamente por las deficiencias palmarias de la competencia. Era impensable que esa plaza (‘la Deseada’) pudiera perderse electoralmente mientras el PSOE siguiera presentando candidatos, uno tras otro, de tercera división; con el beneficio añadido de que, generosa como una buena madre, Madrid apuntalara siempre con sus votos el Gobierno autonómico.
Pero tanta confianza llevó al Dedo Divino de Rajoy a sentar en el trono de la Villa y Corte a Ana Botella, como hizo Napoleón tras el levantamiento del dos de mayo, entregando a su hermano ‘Pepe Botella’ el trono de España ‘porque sí’ (José I Bonaparte). Pensando ambos, el gallego y el corso, que la finca España era suya y que, con ella, podían hacer de su capa un sayo…
No había costumbre de soltar la vara del mando municipal y, claro está, eso de que ahora la puedan manejar fuerzas ajenas sienta mal, muy mal. Sobre todo porque el pueblo madrileño es agradecido y quien le da un poco de cariño político puede coger postura en el cargo para años.
Vamos, que, así como el catedrático Tierno Galván se convirtió en el ‘viejo Profesor’ querido por sus convecinos, la juez emérita Manuela Carmena se puede convertir en otro ejemplo de buen regidor; en una Manuela-Tierno Galván-Carmena, sin desmerecer para nada sus propios méritos.
La labor de Tierno Galván como alcalde de Madrid generó un amplísimo respaldo ciudadano en torno a su persona y a su actuación política, más allá de su filiación política, adquiriendo una fama que traspasó fronteras hasta llevarle a presidir la Federación Mundial de Ciudades Unidas. El ‘foro’ -que dicen los castizos madrileños- vivió en aquellos años un espectacular renacimiento de la vida cultural, artística y social, conocido como ‘movida madrileña’, tras el letargo padecido durante el franquismo, y llegando a identificarse con la propia persona del ‘viejo Profesor’, inventor de un populismo particular que conectaba con un amplio espectro ciudadano en todas las edades del macizo social.
Desde la desaparición del ‘viejo Profesor’, hace más de treinta años, ni el PSOE ni el PP han sabido ni querido seguir por esa vía de entendimiento entre el pueblo madrileño y su regidor/a municipal, imponiendo candidatos muy alejados de su perfil carismático. No han comprendido que Madrid es, políticamente, un punto y aparte, muy distante de lo que los madrileños pueden entender conveniente para el mejor gobierno del país o la región.
Manuela-Tierno Galván-Carmena tiene la difícil virtud de ‘comunicarse’ con el pueblo de forma sencilla y natural, con pocas pero sensatas palabras, y dejándose ver en los medios de transporte públicos, de los que no piensa prescindir cuando sea alcaldesa (ni de su bicicleta cuando se reponga de la tendinitis que padece actualmente). De momento, para meterse en el bote a los madrileños la ha bastado entender, de verdad, lo de la política social; o visitar humildemente a los prebostes de la banca para, al menos, intentar paliar el drama de los desahucios.
O hacerse la foto desayunando en su casa con José Mujica, ex presidente de Uruguay, y su mujer, la antigua tupamara uruguaya y actual senadora Lucía Topolansky, para trasladar una imagen de proximidad a la política de reivindicación social que representan estos personajes, verdaderamente respetados y apreciados en su país a cualquier nivel social (y también en otros).
La juez progresista ‘comunica’ casi sin abrir la boca, avanzando además su previsible intención de apoyarse en los hechos más que en la devaluada política parlanchina. Sabe lo que se trae entre manos, demostrando que las mentiras y barbaridades políticas lanzadas contra su persona (no ser juez de oposición, ser amiga de los etarras, representar a la extrema izquierda e incluso al ISIS -el brutal Estado Islámico-, convertir el Club de Campo en una granja agrícola…), caen por su propio y espantoso peso.
Escribe Juan Cruz en El País (02/06/2015), y escribe bien:
“(…) Carmena ha hecho de su biografía un currículum de persona normal: ha escrito artículos y libros, ha hecho discursos y ha convencido a acólitos comunistas cuando esta palabra estaba proscrita; convenció a los delincuentes de que no era correcto delinquir, y lo hizo con la palabra, suavemente. (…) Carmena amansa las fieras amansando primero las palabras, y ese es un arte mayor de su vida y también de su campaña. En el epicentro de la polémica que tuvo con ella Esperanza Aguirre, ella se mantuvo incólume, como si oyera llover. Y en el epílogo de esa lucha volvió al estilo pedagógico e indiferente: cuando la presidenta del PP madrileño volvió a la carga para desposeerla de la dignidad de la alcaldía, Manuela Carmena puso la voz en su sitio para decir que su famosa oponente necesita a su lado alguien que la ayude.
En eso se parece a Tierno, en la manera tranquila de establecer su distancia entre el verbo ajeno y el verbo propio. Comunica y escucha; es raro imaginarla en una situación en la que alce la voz más allá de lo que se puede escuchar. Y se entretendrá (quizá como Tierno) hasta con las cosas que le importan un bledo. Es educada, en grado sumo. Por eso quienes no son sus votantes, pero conocen el Ayuntamiento, creen que se equivocan quienes creen que va a llegar y, antes de escuchar, va a decir cuatro frescas…
Manuela Carmena es suficientemente inteligente como para entender que un ayuntamiento es algo más que una empresa y que gestionarlo bien tiene mucho de interés general, antes que grupal, e incluso antes que ideológico. Y comprender que lo apreciado por el pueblo en el gobierno municipal no es la filiación política, sino la capacidad y la calidad humana de quienes lo dirigen, y su alejamiento de la etiqueta partidista en favor de la calidad de vida y el bienestar general de los ciudadanos.
No hace falta ser ninguno de los siete sabios de Grecia para entender lo fácil que es ser un buen alcalde o una buena alcaldesa. Se dice en apenas seis líneas.
Practicar a ultranza las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Ser persona sencilla, trabajadora y honrada a carta cabal. Sentirse cerca de los ciudadanos, escucharles, gobernarles con transparencia y atenderles con igualdad de trato, sea cual fuere su condición o ideología. Rodearse de funcionarios probos y capaces y procurar una convivencia ciudadana basada en el bienestar general (económico, social y cultural)…
Sin necesidad de portar todo ese sencillo bagaje, casi medio centenar de alcaldes españoles, exactamente, 47 siguen al frente de sus respectivos ayuntamientos desde que ganaron las primeras elecciones democráticas en 1979. Casi todos con holgadas mayorías absolutas, y algunos habiendo sido previamente alcaldes franquistas por designación.
No será tan difícil. Para eso vale hasta una juez emérita.
Parafraseando a Cerón, el próximo 13 de junio, fecha reglamentada para la constitución de los ayuntamientos tras las elecciones del 24-M, también se podrá decir que cuando el PP perdió la Alcaldía de Madrid el desconcierto fue grande: no había costumbre. Así es la historia.
Fernando J. Muniesa
Con su habitual ironía, y al rebufo de los magníficos resultados alcanzados por el PP como partido más votado en las urnas (y botado del poder) en las elecciones del 24-M, Miguel Ángel Aguilar mandaba a Mariano Rajoy el siguiente telegrama, leído en la Cadena SER (27/05/2015):
“Señor presidente del Gobierno, presidente del Partido Popular, reciba nuestras felicitaciones como ganador indiscutible de las elecciones del domingo 24 de mayo donde sin ser candidato multiplicó su presencia en actos de campaña que dejarán memoria indeleble. Cuánta ingratitud en quienes reclaman autocrítica y cambios en el partido y en el gobierno. Mejor continuar con sus acertadas políticas y hacer oídos sordos a los cantos de sirena del oportunismo. Mejor, permanecer, impasible el ademán, hasta el advenimiento de la derrota final de otoño invierno. Todo por España”.
Y lo cierto es, coñas aparte, que Aguilar lleva razón; porque, en una segunda lectura más afinada de su telegrama, intuye que Rajoy seguirá trasmutado en una especie de Don Tancredo político (es decir en el político anti-político) hasta el final de la legislatura, evitando cambiar de suerte para no quedar en evidencia hasta que concluya el último acto de la tragedia electoral. Asumida esa contumaz actitud de inmovilidad hierática a ultranza, sólo cabe guardar la compostura y aguantar sin moverse un pelo hasta el final, porque, de lo contrario, el ciudadano-morlaco descubrirá las torpezas y engaños previos, precipitando su venganza con nuevas cornadas en la femoral de las urnas.
Nada, pues, de congresos extraordinarios, de cambios ministeriales o siquiera de sincera y constructiva autocrítica; nada de refundaciones ni de nuevos liderazgos; nada de menearle la silla al sabio profesor Arriola; nada de prescindir de los corifeos de partido que han llevado al PP a una marginalidad política irreversible política en los territorios con aspiraciones soberanistas (Cataluña, País Vasco y Navarra) y encumbrado a Podemos mediáticamente con mentiras, excesos verbales gratuitos y acusaciones falsas que no mermarían para nada su emergencia electoral pero sí la propia imagen ‘popular’ como partido civilizado de centro derecha…
Nada de eso desplazará, de verdad, la contumacia en el error de Rajoy y su corte de alfombrillas (a lo sumo moverá el banquillo con las de repuesto). Mejor morir sable en mano y con las botas puestas, como está haciendo la otrora aplaudida lideresa Aguirre…
Ahora, fuera de tiempo, el pretendido remedio ante el castigo infligido al PP por uno de cada tres de sus anteriores votantes, podría ser bastante peor que la enfermedad. Y, así, también parecería razonable dejar que Rajoy finiquite su carrera política en posición todavía erguida, sin la indignidad de verse rendido y arrodillado ante el gran enemigo de la verdad, aunque sea con el riesgo de ser apuñalado por los senadores más airados, como se apuñaló a Julio César en el Foro de Roma.
Lamentablemente, el tiempo de la rectificación ha pasado de largo. Y lo que conviene -piensan Don Mariano y sus ‘marianitos’- es que, por ejemplo, el empresariado catalán monte un golpe de Estado encubierto para que Ada Colau se coma sus votos con patatas fritas y termine en la oposición. O que Esperanza Aguirre se venda al diablo para que Manuela Carmena, según ella ‘roja’ (además de atea, terrorista, anti demócrata y no sabemos cuántas malas cosas más), chinche y rechinche de por vida en el ostracismo de la política.
O que Ana Palacio -toda una ex ministra popular de Asuntos Exteriores- haya regresado de los desiertos iraquíes, por supuesto sin haber encontrado las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein que nos metieron de hoz y coz en la segunda guerra del Golfo, para rebuznar ante un auditorio de empresarios ¿respetables? identificando a Podemos con los depravados asesinos del Estado Islamista. Confundiéndolo además -inculta ella- con el esplendoroso califato de los Omeya.
O que el sobrado alcalde vallisoletano en funciones, Francisco Javier León de la Riva (otro cafre popular), diga que se pasa por la faja la sentencia de inhabilitación con la que acaba de ser agraciado por un delito de desobediencia a la Justicia. Eso sin olvidar la destrucción urgente y masiva de documentos en los ayuntamientos y consejerías autonómicas ahora en riesgo de caer en manos del rojerío; alegando por supuesto el respeto al medio ambiente y la eficiencia organizativa.
O que Teófila Martinez, alcaldesa popular de Cádiz desde la época de Aznar, reproche el hambre de la gente que las pía, con esta sobresaliente reflexión: “Tanto Twitter y tanta opinión y lo más llamativo para esta alcaldesa es que hay gente que viene a pedir ayudas al ayuntamiento social para comer y resulta que tiene una cuenta en Twitter. Que sepa yo eso cuesta dinero”…
Ahora hay que dedicarse a defender la santabárbara del partido a sangre y fuego. Y, para ello, nada mejor que apoyarse en los bomberos de Telemadrid, de La Razón, de los medios digitales más sectarios y ultra montanos, de los columnistas pagados, de los Floriano y los Hernando…, que son gentes de confianza y que con tanto acierto han escoltado al partido hasta la victoria del pasado 24-M…
Ellos, mejor que nadie, sabrán acallar la ingratitud que ahora destilan las aceradas plumas de Herman Tertsch o de Catalina Luca de Tena (puestos, claro está, bajo observación de la Inquisición Popular). Y también poner en su sitio a los depravados que piden la dimisión del ministro Soria o del ministro Montoro (para que hablar de la de Díaz Fernández, bien llamado ‘ministro Pisacharcos’), que quieren acabar con el jugoso pluriempleo de Cospedal o que pretenden asaltar el palacio de invierno de Don Tancredo para rebanarle la cabeza en corto y por derecho.
Por favor, mantengamos la calma: prietas las filas que aquí no pasa nada. Seamos civilizados y esperemos, sin perder los nervios, a que, como dice Aguilar, llegue la derrota final, que al fin y al cabo ya está a la vuelta de la esquina. El ‘Profesor Bacterio’ se la garantiza al PP con el honor de ser el vencedor vencido (nada más y nada menos que el partido más votado), y la ‘Niña Asesina’ con el reconocimiento indiscutible de haber puesto todo su empeño en empapelar al ‘Pequeño Nicolás’, su enemigo personal número uno (ella sabrá por qué), dado que al fin y al cabo nadie había pagado los platos rotos de la ‘Gürtel-Bárcenas’ y del saqueo valenciano…
Todo en orden y bajo el control de la Moncloa, donde su corte de atildados cocinillas permanecerá en perfecto estado de revista. Para que aprendan los mindundis que, creídos ellos, han venido metiéndoles el dedo en el ojo con eso de que la que se avecinaba era gorda.
Sin ir más lejos, y por lo que tenemos de culpa en esa refriega, hemos de reconocer que en estas mismas Newletters, antes de las pasadas elecciones europeas, en marzo de 2014, clamamos irracionalmente contra ‘los tiempos perdidos de Mariano Rajoy’. Y acto seguido, en abril, anticipamos, sin duda equivocados, la imparable caída del bipartidismo PP-PSOE.
En mayo señalamos, también con gran torpeza, el absurdo de “el PP o la nada”: el estéril invento del agujero negro electoral que lanzó Cospedal en la ‘Convención Nacional 2014’ del PP, culminado con el eslogan-revelación de ‘España en la buena dirección’. Y anticipamos, por supuesto de mala fe, el previsible fracaso electoral del PP y del PSOE en las elecciones europeas del 25-M.
En agosto advertimos, igualmente errados, que, sin un verdadero e inmediato regeneracionismo institucional, Podemos iba a barrer en las elecciones municipales. Y, acto seguido, y de nuevo sin punto alguno de razón, señalamos que el desaforado ataque colectivo del establishment político a Podemos, era el mejor sustrato para su crecimiento electoral.
Terminamos 2014 señalando a Rajoy, arteramente, como el responsable exclusivo de una crisis sin precedente en el ámbito de la Justicia. Y empezamos 2015 denunciando, con endiablada malicia, que la vocación autoritaria de Rajoy era otro obstáculo más para la recuperación electoral del PP. Y también, ya vomitando veneno, que la corrupción, sin el menor tratamiento curativo en el ‘caso Gürtel-Bárcenas’, arruinaría el año electoral del PP.
Después anticipamos, como visionarios enloquecidos, que el resultado de las elecciones andaluzas marcaría el futuro de la política nacional, anticipando, con total inconsistencia argumental, la debacle del PP y de paso una mentirosa ruptura del bipartidismo. Y, tras confirmarse el batacazo de los populares y la emergencia de Podemos y Ciudadanos, sostuvimos, ya en el colmo de nuestra irreflexiva locura, que el bueno de Rajoy estaba agotando su cuaresma política sin la menor rectificación para evitar el desastre electoral ‘cantado’ del 24-M, su incidencia en una pérdida brutal de poder político y lo que esto supondría como anuncio de la debacle final en las elecciones generales…
Pero, todo eso ha pasado a mejor vida. Nuestros análisis estaban errados, porque -Arriola dixit- el PP ha ganado las elecciones municipales y autonómicas y, como partido más votado, va a seguir gobernando allá donde ningún otro partido le supere en votos (que pena que a la mayoría parlamentaria popular se le haya olvidado sancionar la ley correspondiente). Y añadiendo que, por supuesto, el PP será el partido vencedor en las legislativas de otoño-invierno.
Así que todos quietos. Marcando el primer tiempo del saludo militar, o mejor brazo en alto, impasible el ademán, con la mirada fija en los luceros que brillan en el cielo de la España eterna. Firmes, hasta la derrota final. Sin dar un paso atrás ni para coger impulso.
Fernando J. Muniesa
Como hemos venido anticipando en nuestras sucesivas Newsletters, y han negado de forma contumaz los corifeos del poder, el PP se la ha pegado bien pegada en las elecciones locales y autonómicas del 24-M. Mariano y sus ‘marianitos/as’ han quedado para el arrastre, debiendo poner ahora en marcha, a todo correr, un plan B para evitar la debacle definitiva en los próximos comicios legislativos, anunciada con toda claridad por los estudios demoscópicos del curso político y por la propia dinámica electoral.
De momento, Rajoy y sus huestes populares van a ser desalojados del poder prácticamente en todas las capitales de provincia y comunidades autónomas puestas en liza electoral. Allí donde puedan mantenerse, será gracias al apoyo de Ciudadanos que, visto como ha quedado la situación, se tendrá que pensar hasta dónde quiere jugar como ‘muletilla’ del PP.
Esta es la primera lectura extraíble del 24-M. La segunda es que el PSOE no ha podido rehacerse del fracaso que ya cosechó en las elecciones del 2011 (aunque ha recuperado posiciones municipales en Andalucía), perseguido ahora a tiro de piedra por Podemos, que prácticamente ya se ha merendado a IU (lo mismo que ha hecho Ciudadanos con UPyD). Los socialistas harán bien en dilucidar cuanto antes quién, y con qué nuevo enfoque político, asume el liderazgo electoral del partido de cara a los próximos comicios legislativos.
Así, y como tercera lectura, se confirma la caída del bipartidismo PP-PSOE, que algunos analistas políticos contumaces tratarán de mantener con cierta esperanza de vida hasta que les vuelva a coger el toro electoral de la nueva legislatura. La contrapartida de este hecho es evidente: Podemos ha llegado para quedarse y para crecer a partir de que elabore un marketing político y electoral adecuado (el éxito de Manuela Carmena y Ada Colau en Madrid y Barcelona es un revulsivo político que marca paquete) y Ciudadanos empujará al PP a su espacio natural conservador (robándole los votos del centro)…
Ya hemos visto que cómo, calentando la respuesta ciudadana del 24-M, la lucha partidista PP-PSOE se ha revestido con promesas regeneracionistas falsarias, excesos propagandistas, descalificaciones mendaces de las fuerzas políticas y sociales emergentes, manipulaciones de todo tipo… Y hasta con programas distintos a la ‘línea de gobierno’ prevista en la trastienda de sus propios partidos, a veces desconocida incluso por los directores de campaña, ocupados en ofrecer a los votantes lo que estos ‘desean’ y no lo que en realidad van a recibir después.
La mentira electoral es un juego vergonzoso de reiterada traición a los votantes, perfectamente ‘asumible’ porque, según establecen las reglas de la democracia, al final de cada legislatura todo el mundo tiene opción a que le siga engañando el mismo partido o que, si lo prefiere, vuelva a engañarle otro que hasta ese momento electoral no existía o estaba en la oposición… De esta forma, el engaño político prevalecerá mientras los electores hallen placer en ser engañados.
Y esa es una situación difícilmente reversible en razón de la ‘dinámica rotacional’ del electorado. Cierta es la dificultad de engañar continuamente a las mismas personas y de la misma forma; pero la realidad es que el censo electoral está sujeto a continuas ‘entradas y salidas’ de ciudadanos que van alcanzando la condición de votantes o que desaparecen como tales, bien por fallecimiento o porque, desengañados, renuncian a su derecho de sufragio.
Así, los ‘huecos’ en el núcleo de participación electoral son ocupados de forma automática por las nuevas generaciones ingenuamente ilusionadas con transformar el mundo a través de esa misma política. Y, así, la práctica electoral engañosa puede prevalecer perfectamente ‘inmutable’ frente a una ciudadanía ‘mutable’; es decir engañando siempre aunque no siempre a las mismas personas.
Un ejercicio mentiroso de la política que, para el observador perspicaz, no ha dejado de estar presente también en la campaña de las últimas elecciones municipales y autonómicas. Sin embargo, el hecho de que en esta ocasión hayan participado en la batalla de las urnas dos nuevos partidos de corte regeneracionista, ha tenido un efecto revulsivo evidente.
La política española de ámbito nacional, ya no es cosa de dos sino al menos cosa de cuatro, como se ha venido advirtiendo a partir de la eclosión de Podemos en las elecciones europeas del año pasado, y como se corroboró en las andaluzas del pasado mes de abril. Que PP y PSOE quieran o no quieran entenderlo (su contumacia en el ‘sostenella y no enmendalla’ ya no merece más comentarios), o que entendiéndolo no quieran apearse de su vieja política ni abrirse de verdad a las nuevas exigencias ciudadanas, es cosa suya.
Pero los resultados electorales ciertos de este mismo domingo, más allá de las predicciones demoscópicas previas y de las lecturas interesadas que suelen hacer los perdedores, son bien elocuentes al respecto. Insistimos: el PP se ha dado un batacazo colosal y el PSOE no ha logrado recuperarse del que se dio en las elecciones municipales y autonómicas del 2011.
El reflejo de esa situación en las capitales de provincia, es que, estando gobernando el PP en 37 de las 52 existentes (en 34 con mayoría absoluta y en 3 en minoría), podría pasar a la oposición prácticamente en todas. Aunque en algunas el PP pudiera conseguir apoyos externos para gobernar, a la vista de su desastre general y de su escasa cintura política, cerrarlos parece realmente difícil.
Pero es que en el ámbito autonómico, la lección dada por las urnas será, lógicamente, muy pareja (en el momento de cerrar esta Newsletter todavía no ha concluido el escrutinio correspondiente). Considerando las 13 comunidades en las que se han celebrado elecciones (excluidas Galicia, País Vasco, Cataluña y Andalucía), el PP puede perder la mayoría absoluta en 8 de las 9 en las que estaba gobernando, incluidos sus bastiones de Madrid y Valencia, quedando en el ámbito autonómico en la misma situación de precariedad negociadora.
Ello conlleva una pérdida de poder político brutal y una posición de extrema debilidad para establecer posibles pactos de gobierno. En los pocos casos que estos fueran posibles, de no manejarse con suficiente inteligencia (el PP nunca ha demostrado tener cintura para ello), su fracaso puede perjudicar todavía más su imagen pública y aumentar su caída electoral en las próximas elecciones generales…
Claro está que el presidente Rajoy no está, ni se le espera, en este tipo de consideraciones, y sus asesores áulicos menos. Por eso, ni corto ni perezoso -que lo es para otras muchas cosas-, ya se proclamó candidato in péctore del PP para seguir liderando el partido en las próximas elecciones legislativas, sin haber esperado al resultado de las decisivas elecciones previas, que eran un test o prueba del algodón ineludible para poder viabilizar sus nuevas aspiraciones de gobierno. Una decisión personal que desde luego evidencia su ceguera política, porque, simplemente, en mayo de 2015 podía convertirse -como ha sucedido- en un muerto viviente al que sólo le quedaría por decidir la forma de su enterramiento (sepulcro o incineración) y los pequeños detalles ceremoniales…
Dice un sabio proverbio japonés que “se aprende poco con una victoria, pero mucho con una derrota”. El caso es que como buen gallego, brumoso y retraído, Rajoy no tiene costumbre de asumir consejos ajenos, ni interés por ver lo que pasa más allá de sus narices. El presidente del Gobierno es muy suyo, pero quienes le votaron masivamente en el 2011, obligados por el desastre del ‘zapaterismo’, no le conocían: ahora sí.
Fernando J. Muniesa
No parece que en los últimos años la política española esté sobrada de talentos personales, ni en el ámbito parlamentario ni en el gubernamental. Pero menos todavía en el de la gestión de las empresas públicas, donde vienen desembarcando de forma sistemática altos directivos sin la adecuada preparación técnica ni empresarial.
En la mayoría de los casos, estos gestores de empresas públicas también suelen ser ‘políticos’, aunque todavía de menor nivel, arrimados al calor de sus partidos como auténticos depredadores de lo público. Casi nunca vemos al frente de esas grandes empresas estatales a ejecutivos con un currículum profesional que les permita triunfar en las grandes corporaciones privadas: cosa distinta es que éstas sienten momentáneamente en sus consejos de administración a algunos ex altos cargos públicos convertidos en ‘relaciones públicas’ o recadistas de altura.
Otra especie de gestor empresarial sobrevenido en la empresa pública es la del hombre de partido, agazapado en ella como técnico o funcionario para procurarse la promoción interna en función de los resultados electorales y del ciclo del poder (PP-PSOE).
Esa politización a ultranza es la que ha llevado al progresivo deterioro de lo que queda sin privatizar dentro de la industria pública de defensa desde la relativa época dorada del INI. Con causa directa en la irracionalidad de unos consejos de administración que juegan con el derroche de los Presupuestos del Estado, sin la presión de un accionariado privado que vigile el balance y la cuenta de resultados de la compañía de turno, y con la funcionarización y el amiguismo -y a veces hasta con la corrupción- en su ejecución práctica.
El declive de la División Militar de Navantia es más que evidente con su fracasado programa del submarino S-80, pensado para sumergirse pero no para emerger y que aún no se sabe si tan siquiera podrá navegar en superficie. Y lo triste es que, a continuación, el programa del avión A400M amenaza con llevar a Airbus Military (desde julio de 2014 denominada ‘Airbus Defence & Space’) por la senda de un desastre similar.
Ambas son empresas participadas accionarialmente por la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales) que requieren una profesionalización de la gestión urgente, poniendo al frente de las mismas a ejecutivos y técnicos sin colores políticos, capaces de sanear el enchufismo interno y de meter en cintura a los ineptos que sabotean constantemente sus programas de producción (incluidos los sindicatos de turno). Entre otras cosas porque se juega con el dinero público, con la imagen internacional de la ‘marca España’ y, también, con la vida de las personas.
La noticia de que, siendo conocidos los problemas existentes en la cadena de montaje del A400M, se hayan entregado ya 22 unidades similares a la estrellada el pasado 9 de mayo en Sevilla, que sería la tercera unidad adquirida por la Fuerza Aérea de Turquía, es de una irresponsabilidad gravísima y no exenta de posibles implicaciones delictivas. Ya veremos qué medidas toman los clientes a los que se les han endilgado los A400M sin todas las garantías necesarias, y que ahora se han visto obligados a inmovilizar sus respectivas flotas.
¿Qué hubiera pasado si un A400M de los dados por operativos se hubiera estrellado por un fallo mecánico prematuro, como ha sucedido con el A400M número 23, con toda su tripulación y una compañía de tropa a bordo…?
No menos preocupante es conocer también que, ante la incapacidad de la factoría sevillana de Airbus, fuente interminable de retrasos y fallos de ensamblaje, la Dirección Ejecutiva del programa A400M ya había decidido reforzar esas instalaciones con más de 400 trabajadores (200 de ellos ingenieros) trasladados desde las factorías de Bremen (Alemania) y Filton (Inglaterra) para superar todas las evidentes carencias del socio industrial español, escamoteadas a la opinión pública. Claro está que cesando al mismo tiempo a su director responsable, Rafael Tentor, al que se le suponía un ‘exhaustivo conocimiento’ del avión en producción, y sustituyéndolo por el alemán Kurt Rossner.
Pero es que antes, el pasado 28 de enero, la incompetencia manifiesta del staff de Airbus en España, ya se había cobrado la cabeza de su presidente, Domingo Ureña. Aunque lo realmente grave es que la propia compañía alegara como motivo para ello misteriosos ‘contratiempos’ relacionados con las capacidades militares del avión ante determinadas misiones -sin dar más detalles-, detectadas por sus primeros operadores…
¿Cómo se han certificado, entonces, los vuelos de prueba…? ¿Por qué se ha seguido ensamblando y entregando aviones sin solucionar previamente, uno por uno, todos los problemas detectados y sin garantizar todas las especificaciones de catálogo…? ¿En manos de qué irresponsables se encuentra la producción del A400M…?
Estamos ante un frangollo empresarial de gran calado político (el Estado español es accionista de Airbus) y de enorme trascendencia económica, afecta a las arcas públicas, en el que algún responsable gubernamental ha podido incurrir en una mala gestión del dinero público ya tipificada como delito en el nuevo Código Penal (Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo). Y, además, vergonzoso y humillante para la industria aeroespacial española, que ahora se equipara a la del sector naval militar puesto en ridículo desde hace tiempo por Navantia: eso es lo que desde el mundo de la defensa se aporta realmente a la ‘marca España’ tan alegremente publicitada por el Gobierno de Rajoy.
Y ahora, con el problema de los fallos en el A400M estallado en los medios informativos, no será extraño que tirando del hilo, aparezca toda la tramoya política del tema. Para empezar, ElConfidencial.Com desveló el pasado 13 de mayo que empresas andaluzas contratan a ingenieros ‘junior’ de bajo costo nada menos que para las subcontratas de ingeniería de producción. Agustín Rivera escribe al respecto:
(…) Los ingenieros y operarios de Airbus, reputados profesionales, cobran entre 30.000 y 40.000 euros, mientras que los ingenieros que trabajan para las contratas perciben entre 18.000 y 21.000 euros anuales. Se trata de una política de abaratamiento de precios para no incrementar los costes del avión A400M. La hora del MRO (esto es, el mantenimiento y modificaciones posventa del avión) ronda los 22 euros, con lo cual el sueldo máximo que pueden pagar las contratas para este precio hora es de 18.000 euros anuales en bruto. De ahí que los ingenieros que tienen que revisar los aviones cobren sueldos mileuristas. Este proyecto sufre recortes, horas extra, subcontratas y escasos ingenieros.
Ayesa Air Control Ingeniería Aeronáutica contrató en el año 2011 a un centenar de ingenieros recién salidos de la Facultad. En Toulouse, donde se fabrican, al igual que en Hamburgo, otras partes del avión A400M, los ingenieros de producción de este programa cobran unos 40.000 euros anuales y cuentan con al menos diez años de experiencia. Los ingenieros de línea de vuelo aumentan su salario “a base de horas extras los fines de semana, con jornadas que superan las 14 horas”, señala un ingeniero consultado por este diario…
Y, a pesar de que fuentes próximas a Airbus Defence & Space, como Jesús Espinosa, quien en 2012 dejó de ejercer como director de ingeniería nacional de Airbus Military, han desmentido la relación del grupo Ayesa con el A400M (“Ayesa trabaja para los temas de fabricación del Airbus y está centrada en otros programas…”), lo cierto es que en la propia web de Ayesa Air Control, la compañía que emplea a ingenieros milieuristas, se destaca dentro de sus actividad de “Soporte técnico y actualización de procesos de montaje en Línea de Vuelo del A400M” lo siguiente:
AYESA Air Control colabora con AIRBUS en una de las estaciones de entrega a los Clientes finales (fuerzas aéreas de los distintos países participantes en el Programa). AAC presta soporte a la Ingeniería de Fabricación y de Sistemas en la última fase de Montaje del avión de transporte militar A400M.
Ø Generación de procesos de fabricación.
Ø Elaboración de las pruebas funcionales y chequeos en el avión.
Ø Soporte al Cliente durante el proceso de entrega.
Ø Soporte a Ingeniería/Producción antes/después de la finalización de vuelos.
Con el tiempo, ya se irán afinando las verdaderas causas del accidente del A400M en Sevilla y las responsabilidades correspondientes. Pero, de entrada, parece que las adjudicaciones de las subcontratas no han sido las más adecuadas y que los procesos de ensamblaje de un avión tan complejo y avanzado como el A400M no se realizan con el rigor necesario, sino apoyados en ingenieros poco menos que en ejercicio de prácticas.
Ante los graves problemas detectados en el programa del A400M, al presidente del Gobierno sólo se le ha ocurrido hablar de ‘transparencia’ para determinar las causas del accidente del A400M en Sevilla. Quizás sin pensar que esa transparencia podría cerrar la factoría española de Airbus y trasladarla a un país que se tome la industria de defensa más en serio; jamoncito, vino fino, sevillanas y amiguismos aparte.
Pero de entrar a saco en el problema, de poner a profesionales de verdad al frente de las empresas públicas, capaces de cumplir objetivos de gestión precisos, y de depurar responsabilidades en ellas cuando sea necesario, nada de nada. Claro está que los profesionales valiosos y dispuestos a afrontar esos retos, no suelen llevar en la boca el carnet de ningún partido, ni aguantar los tejemanejes de la política.
¿Y qué es lo que han dicho sobre la dramática situación del programa A400M el presidente de la SEPI, Ramón Aguirre, o el secretario de Estado de Defensa, Pedro Argüelles, fuera y dentro del Congreso de los Diputados, donde reside la potestad de controlar la gestión del Ejecutivo…? Pues nada de nada, esperando quizás dar explicaciones cuando el escándalo ya las tenga superadas y se encuentre en investigación judicial, que es lo que ha pasado con el ‘caso Angora’ (venta fraudulenta de material policial a Angola soportada por la propia SEPI a través de su participada DEFEX).
Otro que no ha abierto la boca, salvo para decir que confía en el A400M, es el ministro de Defensa, Pedro Morenés (faltaría más después de ser España uno de los padrinos de la criatura). En la paranoia de su pésima gestión de los presupuestos y necesidades de las Fuerzas Armadas, el Gobierno -cierto que bajo mandato socialista- adquirió nada menos que 27 unidades del armatoste ahora prematuramente accidentado en Sevilla, viéndose obligado poco después a tener que poner en venta 14 de esas unidades (ya veremos quién es el operador que las compra y a qué precio de saldo): ¡vaya embolado!
Quizás, esos 13 aviones sobrantes (innecesarios), que insólitamente España se va a comer con patatas fritas, sin que nadie parezca responsable de ello, terminen expuestos en un gran museo dedicado a los despropósitos de la industria española de defensa.
En él no faltarían el utópico submarino ‘español’ S-80 de Navantia; el fracasado UAV (Unmanned Aerial Vehicle) del INTA, incapaz de volar; el carro de combate hispano-alemán ‘Lince’ que nunca se fabricó; los fusiles de asalto CETME, cuya patente terminó en manos alemanas para ser reconvertida en los fusiles de asalto H&K después comprados por España; los restos del dinamitado complejo industrial de Santa Bárbara… Y, por llegar a lo más pedestre, hasta los restos de la arruinada industria de armas cortas, uniformes y equipos personales que antaño tuvo cierto prestigio internacional.
Pero nosotros a lo nuestro: a colocar ineptos e incapaces al frente de las empresas públicas de defensa, que es lo que mejor sabemos hacer.
Fernando J. Muniesa
Desde que Susana Díaz decidiera adelantar al 22 de marzo las elecciones para renovar el Parlamento andaluz, alegando una falsa inestabilidad del gobierno compartido con IU, y con el trasfondo del agobio que le producía la emergencia de Podemos por un lado y, por otro, con la oportunidad que comportaba la progresiva caída electoral del PP, vinimos anticipando la secuencia de hitos referenciales que iban a producirse paso a paso.
Primero avanzamos que aquellas elecciones autonómicas, motivadas como se hubieran motivado, marcarían el futuro inmediato de la política española. Retratándose en las urnas, los andaluces serían los primeros en mostrar abiertamente sus preferencias políticas con el nuevo marco de candidaturas en liza electoral, que pasaba de la opción básicamente bipartidista (PP o PSOE) a una nueva situación orquestada con cuatro voces de nivel nacional (con el añadido de Podemos y Ciudadano), lo que en el fondo significaría más y mejor democracia.
Y no nos equivocamos, porque el resultado de aquellos comicios sería un baño de realidad para los dirigentes políticos. Y también un espejo en el que se mirarán los demás españoles antes de emitir su voto en las elecciones del próximo 24 de mayo.
Allí, en las elecciones andaluzas, se confirmó la tremenda pérdida conjunta de votos PP-PSOE en comparación con el crecimiento de Podemos y Ciudadanos, con otro vapuleo electoral más significativo políticamente que el sufrido en las elecciones europeas. Dejándose claro que los dos partidos mayoritarios se habían equivocado en su tolerancia con la corrupción y en su negativa a instrumentar las reformas institucionales demandadas por la ciudadanía.
Por ello, y porque Andalucía es la Comunidad con más población y número de representantes en el Congreso y en el Senado, había que prestar una atención especial a sus resultados electorales y a la posición que alcanzaran los partidos de ámbito nacional en concurrencia, aunque algunos afirmen que no son extrapolables a las elecciones generales que deberán celebrarse este mismo año.
Andalucía marca carácter en la política española. Y prueba de ello es que quien ha mantenido ese bastión electoral (el PSOE), ha podido gobernar también la Nación durante un total de seis legislaturas, el doble de las gobernadas por el PP hasta ahora. Así que, se quiera o no, los resultados electorales de Andalucía, marcan tendencia, como se dice en el mundo de la moda.
Hace exactamente tres meses, en nuestra Newsletter del pasado 8 de febrero, advertíamos que las elecciones andaluzas serían, entre otras cosas, la prueba de fuego del cambio de modelo político, con sucesivo efecto expansivo sobre los subsiguientes comicios, municipales, autonómicos y generales de 2015. A continuación, las urnas andaluzas confirmaron la debacle del PP y la caída del bipartidismo: ‘Gloria bendita’, que dicen por aquellas tierras.
Del mismo modo, sus resultados ya contrastados en las urnas pasarán a realimentar la orientación del proceso electoral inmediato (del 24 de mayo), al igual que los resultados de las pasadas elecciones europeas apuntaron la caída del PSOE y sobre todo la del PP, junto con la emergencia nacional de Podemos e incluso de Ciudadanos.
La teoría de que los resultados de unas elecciones no son extrapolables a ámbitos distintos, pierde vigencia en un escenario de cambio social como el que caracteriza a España en estos momentos. Ahora, la rueda electoral se mueve en una dirección inequívoca, tratando de asentar un nuevo sistema político pluripartidista.
De hecho, los dos partidos que decrecieron en las elecciones europeas de 2014 (PP y PSOE) han decrecido también en las elecciones andaluzas de 2015; del mismo modo que Podemos y Ciudadanos, partidos entonces en crecimiento, han seguido en una línea ascendente. IU y UPyD han visto cercenado su crecimiento inicial precisamente por estar en competencia directa con los dos partidos emergentes.
Antes de la votación andaluza, ya se estimaban unos resultados dentro de esa tendencia de cambio, corroborados con el escrutinio de los votos. Pero, más allá de lo previsto, la realidad ha señalado con crudeza que el PSOE ya no es lo que era en Andalucía (su bastión electoral), donde ya no podrá gobernar hegemónicamente, y que el ruinoso tránsito electoral del PP, anuncia a este partido un panorama todavía más tortuoso en el camino pendiente hasta las próximas elecciones generales.
En dos votaciones parlamentarias consecutivas, a Susana Díaz se le ha negado el plácet para la investidura presidencial (47 votos favorables, los suyos, frente a 62 desfavorables, los del resto de la Cámara), de forma que, de momento se ha quedado para vestir santos. Al menos hasta el 14 de mayo, fecha en la que se producirá un tercer intento de investidura.
Ya veremos quien se apea o no se apea entonces de la burra política. Pero está claro que el mangoneo del PSOE en Andalucía ha llegado a su fin.
Estamos frente a una razón imparable: lo nuevo frente a lo viejo. El eje que divide la política entre la derecha y la izquierda (azules y rojos, buenos y malos) está desapareciendo, difuminado por el ocaso de las ideologías y por la necesidad de recuperar el Estado del bienestar.
Pero, con todo, esa nueva idea de anclaje político polivalente que persiguen tanto Ciudadanos como Podemos, el primero jugando en la centralidad y el segundo quizás más en la transversalidad, y dejando por supuesto al PP en la derecha-derecha de la representación partidista y al PSOE en el espacio residual de un falso socialismo ya muy diluido y trasnochado, requiere un apuntalamiento.
Parece que, frente al agotado bipartidismo ahormado a medida del PP y del PSOE, Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse. Y que, por ello, la política nacional se va a sustanciar ya a cuatro voces, al menos en el nuevo ciclo político inmediato.
Así, lo que sucede -y parece razonable- es que la capacidad de negociar y pactar de los partidos, en definitiva su auténtica capacidad política, va a cotizar al alza, convertida en el motor de la gobernanza o del gobierno relacional. Es decir, propiciando más eficacia y calidad en la gestión pública y una intervención del Estado mejor orientada; será un nuevo juego de estrategia, una gran partida de ajedrez a cuatro bandas, que a todos conviene afinar cuanto antes.
Confirmada la incapacidad de populares y socialistas para satisfacer las nuevas demandas exigidas por el cambio social, y a pesar de las carencias que pueden acompañar a las fuerzas políticas emergentes (Podemos y Ciudadanos), parece claro que se impone la desconcentración del voto y que las mayorías absolutas no satisfacen ya al electorado. Como también parece que los gobiernos nuevos serán asumidos por el partido más votado, que se verá obligado a recabar apoyos puntuales de otros.
De hecho, ahora, y aun cuando PP y PSOE sigan siendo los partidos más votados (pero sin conseguir sumar entre ambos el 50 por 100 de los votos), dependerán de Podemos y Ciudadanos para poder gobernar. Y no sólo en ayuntamientos y comunidades autónomas, sino también como eventual Ejecutivo de la Nación.
Ya parece claro que la respuesta electoral se ha fragmentado y que tanto Podemos como Ciudadanos no son dos organizaciones circunstanciales, sino que sobre ellas va a recaer la responsabilidad de regenerar un sistema que, útil en otros momentos, ha caído en la corrupción y la traición sistemática al electorado. En ambos casos, sus votos van a ser decisivos para formar coaliciones o gobiernos estables y deben ser aprovechados para condicionar la política exclusivista e intransigente del PP y del PSOE, obligándoles a una regeneración interna cierta (y del propio sistema) que han venido negando por activa y por pasiva.
Por fin, el pacto político se va a poner de moda en España, sí o sí. El cortijo político socialista de Andalucía ha declinado. Lo bueno sería que los cortijos del PP (Valencia, Madrid, Castilla-León…) también declinaran. Está visto que sólo así podremos esperar una regeneración política.
Fernando J. Muniesa
Vale que uno tenga que escuchar en boca del presidente Rajoy, un día sí y otro también, que la crisis es agua pasada, que la economía española va viento en popa y que la desastrosa situación que heredó en 2011 del Gobierno socialista nada tiene que ver ya con la bonanza actual. Gracias por supuesto a su labor y a la del equipo que le secunda en el Consejo de Ministros, que por ello ha mantenido y mantendrá unido como una piña a lo largo de toda la legislatura…
Pero comprenderlo es otra cosa. Porque, pasando de la macro a la micro economía, desbrozada la propaganda política que pretende ocultar lo real-cotidiano o separado el grano de la paja como se dice y se hace en el medio agrario, nadie da explicaciones claras y convincentes al respecto. Y menos que nadie Rajoy y sus ministros (incluso los corifeos del sistema, a los que al parecer les va todo sobre ruedas, tampoco lo consiguen).
Mientras tanto, no deja de ser cierto y curioso que la valoración social del presidente y de quienes le acompañan en el Ejecutivo sea la peor que se ha registrado desde que en 1978 se inició el actual Estado democrático, que ya es decir. ¿Puede ser, entonces, que Rajoy no lea -ni le lean- ninguno de los sondeos de opinión, incluidos los oficiales del CIS, que a los ojos de la ciudadanía les dejan a la altura del betún…? ¿O es que, acaso, padece algún tipo de autismo que le impide mantener contacto afectivo con las personas o alterar mínimamente su entorno blindado con siete puertas…?
Lo verdaderamente cierto es que, en el tramo final del mandato electoral ‘marianista’, para nada se ha mejorado la situación económica y social de los españoles. Aunque sí han sucedido dos cosas: ya se ha comprendido que estamos en época de vacas flacas (y que las gordas han pasado a la historia) y que con el esfuerzo de todos se sigue pagando el saqueo de las cajas de ahorros y el déficit del gasto público, obra y gracia de la clase política ‘turnista’ reflejada esencialmente en el binomio PP-PSOE.
Por el contrario, lo que el ‘marianismo’ ha consolidado y acrecentado de forma objetiva es el desempleo, la desigualdad social y, en definitiva, la pobreza general del país. Cosa distinta es lo que los millonarios de turno sigan amojonando lo suyo dentro y fuera de los paraísos fiscales.
Ese es el balance social que quiere ocultar Rajoy. Tarea inútil, porque es cosa que los electores palpan en sus propias carnes, día a día y a pesar de que algunos sigan manteniendo un cierto consumismo de baja calidad y más ajustado a una realidad económica regresiva.
Hace apenas dos meses, el economista José Carlos Díez contestaba el triunfalismo económico con el que el presidente Rajoy se había presentado en el debate parlamentario sobre ‘el estado de la nación’, en un artículo de opinión difícil de contestar (El País 27/02/2015):
El estado de la nación
El presidente Rajoy afrontó el debate sólo con cifras de 2014. El líder de la oposición Pedro Sánchez como una moción de censura a la legislatura. Recordemos que Rajoy en la campaña de 2011 prometió: crear empleo, bajar la tasa de paro a la mitad, bajar los impuestos, más crédito y no meter ni un euro en el sistema bancario.
Las ideas son libres pero los hechos son únicos. Desde que Rajoy llegó a La Moncloa 600.000 personas han perdido su puesto de trabajo y 400.000 personas han desaparecido de las estadísticas de población y de paro ya que han emigrado. Las cifras más dramáticas corresponden a nuestros jóvenes. Se ha sustituido empleo a tiempo completo por empleos precarios a tiempo parcial, sobre todo mujeres, y en 2014 se trabajaron 177 millones menos horas que en 2011. Además, según datos del IRPF, el salario medio cae un 3% desde 2011.
Incluso con la bajada del IRPF de 2015 todos los españoles pagaremos más que en 2011, salvo los que han perdido el empleo, la prestación del paro o han emigrado. Pero ha subido 50 impuestos más, la mayor subida de impuestos desde Isabel la Católica. Rajoy sigue negando el rescate, igual que Alexis Tsipras en Grecia. Pero todos sabemos que tuvo que presentar un ajuste adicional de 15.000 millones en junio de 2012, tan sólo un mes después de aprobar su presupuesto. Y el ajuste se concentró en sanidad, educación y en subir el IVA hasta de las chuches. Por lo tanto, hoy es un hecho que subir impuestos es de derechas.
El crédito a empresas y familias tras la desastrosa gestión del rescate de 2012 se ha desplomado 400.000 millones, 40% del PIB. Esto supera a Japón y es la causa principal del cierre de empresas, de la destrucción de empleo y de la deflación de salarios. El nuevo flujo de crédito a empresas es un 30% inferior a 2011 y el de familias un 20% menor. Y los diferenciales sobre euríbor son mayores.
En 2011 Rajoy decía que España estaba en quiebra con la deuda pública en 700.000 millones. Hoy supera el billón. El déficit público, eliminando la afloración que recordemos se concentró en comunidades autónomas, especialmente en Madrid y Valencia gestionadas por el PP y las ayudas a la banca que tras el rescate incomprensiblemente se contabilizaron retroactivamente, sigue próximo a los niveles de 2011. El aumento de gastos de intereses de la deuda se ha compensado con recortes en sanidad y educación y sobre todo en inversión pública e I+D+i. Especialmente preocupante es el agujero de la Seguridad Social de 30.000 millones que será la principal herencia de Rajoy y que pone en riesgo el pago de las pensiones en la próxima legislatura.
La economía es cíclica, se vuelve a crecer y a crear empleo. La eficaz gestión de Draghi reduciendo las primas de riesgo periféricas, depreciando el euro y la bajada del petróleo ponen viento de cola a nuestra economía. Pero se necesita un piloto que sepa adonde se dirige la nación. Y lo más frustrante del debate fue comprobar la ausencia de planes del gobierno para ubicar a España en la globalización y la revolución tecnológica en la que estamos inmersos.
El paro, la pobreza y la exclusión social invisibles para Rajoy
Las cifras manejadas por Díez son rigurosamente ciertas, y podrían haber sido peores si hubieran podido extenderse al primer trimestre de 2015. De hecho, según Eurostat, que es la agencia comunitaria de estadísticas, aunque la tasa media de desempleo en Europa (28 países) era del 9,9% al final 2014, en España alcanzó el 23,6% (mayor en un 240%), situándose sólo por detrás de Grecia (con un 25,9%), y con cinco regiones españolas en los cinco primeros lugares del ranking del paro comunitario: Andalucía (38,4% de parados), Canarias (32,4%), Ceuta (31,9%), Extremadura (29,8%) y Castilla-La Mancha (29%)...
Esto es lo que hay. Así que pregunte entonces el presidente Rajoy a los parados españoles (prácticamente uno de cada cuatro trabajadores) lo que opinan de su triunfalismo económico y si se creen eso de lo bien que gobierna el país, o las nuevas promesas que está haciendo sobre creación de empleo y otras golosinas electorales.
Pero, aún más, véanse los datos que el periodista Javier Ayuso, poco sospechoso de militar en el antisistema, recogía en un reportaje sobre la emergencia social creada en España por el paro, la pobreza y la exclusión, titulado ‘Cómo cerrar la brecha’ (El País 01/03/2015):
- Una de cada cuatro personas que quieren trabajar está en paro.
- Uno de cada tres parados no cobra prestación alguna.
- Uno de cada dos jóvenes no tiene trabajo.
- 526 personas perdieron su vivienda cada día en 2012, año récord de los desahucios. Ahora son unos 120 diarios.
- 2,3 millones de niños viven por debajo del umbral de pobreza.
- 13 millones de personas están en riesgo de pobreza o exclusión social y cinco millones se encuentran en situación de exclusión severa.
- 1,3 millones de personas recibieron en 2014 la ayuda básica de emergencia de Cáritas, tres veces más que en 2007. Y 2,5 millones de personas fueron atendidas por esta organización por distintos motivos.
- España suspende, con un 4,85 sobre 10, en el índice de justicia social de la Unión Europea.
- El 1% de la población española tiene el 27% de la riqueza y el 10% acapara más del 55%.
- Tres comunidades autónomas tienen un 30% de su población en riesgo de pobreza, y otras dos, el 25%.
Y eso no es todo. Ahora, al final del mandato presidencial de Rajoy, también sabemos que de los 5,4 millones de parados contabilizados por la EPA en el primer trimestre del 2015, nada más y nada menos que 3,8 millones no cobran ningún subsidio o prestación económica, aunque 2,5 millones sean parados de larga duración (uno se pregunta cómo es posible que puedan subsistir). Y sabemos igualmente que en esos meses el gasto en protección ha caído un 17,7%.
Claro está que, según Rajoy, este año se pueden crear más de 500.000 puestos de trabajo, aunque seguirían restando 2,5 millones de los que prometió crear durante su campaña electoral de 2011. Pero, visto cómo ha venido enfocando la salida de la crisis, serán, en todo caso, trabajos precarios que a nadie servirán para salir del oscuro fondo de la desigualdad en el que hemos caído durante su mandato de gobierno.
Eso sí, mientras en 2014 los sueldos de los directivos crecían un 10%, los de los empleados decrecían un 0,6%; al tiempo que los ejecutivos mejor pagados del IBEX han ganado de media 104 veces más que sus plantillas. Es decir, que con el Gobierno de Rajoy las diferencias salariales crecen como nunca lo han hecho, sin que de eso pueda culpar al precedente gobierno socialista de Rodríguez Zapatero.
Dicho de otra forma, y sin querer ser catastrofista, lo que en esta triste situación uno tampoco se puede tragar es la rueda de molino de que con la eventual creación de ese empleo precario, o con un mejor encaje de las cifras macroeconómicas que permita el crecimiento económico, la brecha abierta de la desigualdad social vaya a cerrase automáticamente. Para empezar, esto no ha sucedido, por ejemplo, ni en Estados Unidos, donde la tasa de paro está en mínimos históricos (un 5,6%) siendo perfectamente compatible con una desigualdad social enorme.
El problema es grave y de enorme dimensión, y la ceguera del Gobierno de Rajoy para no reconocerlo ni combatirlo, mayor. La fractura social responde a causas más profundas y se arrastra, sin que nada se haya hecho por frenarla, desde el inicio de la crisis económica en 2007. En aquel año, con Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno, el 17% de la población española estaba en riesgo de exclusión social y ahora lo está el 25%.
¿Y quién y cómo explica eso…? En muy poco tiempo, toda una generación transversal ha sido expulsada del mercado del trabajo y condenada a la exclusión, pero dentro de pocos años, quizás antes de concluir la próxima legislatura, otra más puede estar en la misma situación.
Ahora, lo único que cabe esperar al respecto es que los partidos políticos, antiguos o nuevos, reconozcan el problema, canten el mea culpa quienes tengan que cantarlo y que todos se apliquen a solucionarlo. Cosa difícil porque ya sabemos que una cosa son las promesas electorales y otra el acomodo en el poder.
De momento, no se ve a nadie en liza electoral verdaderamente al loro del tema.
En una entrevista concedida a El País (03/05/2015) en plena campaña electoral, el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, acaba de dejar a Rajoy colgado de la brocha y sin escalera con sus alharacas de bonanza económica, admitiendo que se ha salido de la recesión pero no de la crisis (“Lo primero fue salir de la recesión, lo segundo tiene que ser salir de la crisis”). Y para ello, ni corto ni perezoso sostiene: “Prevemos que los salarios suban de media el 1,5% de 2016 a 2018”. Ahí es nada.
Ahora, después de cuatro años de penurias, la superación de la desigualdad social parce confiada a esta magnánima promesa gubernamental. Pues hala, quienes quieran ya pueden volver a tirar la casa por la ventana y votar a Rajoy y sus ‘marianitos’ para que puedan seguir arreglando es tema, es decir enriqueciendo a los suyos y machacando a los demás.
Fernando J. Muniesa
No vamos a entrar en el fondo de la cuestión; es decir, si Rodrigo Rato es o no es culpable de algún delito dentro del frangollo económico y fiscal en el que, según lo visto y leído estos días en los medios informativos, se ha metido él solito, con una torpeza que no deja de asombrar a propios y extraños. Allá se las componga, como vienen a decir ahora los prebostes del PP tratando de que su tema “personal” no incida en el hundimiento electoral del partido.
Pero esa es una aspiración imposible. Habrá coste en las urnas y grande, porque, una vez más -como en el ‘caso Gürtel-Bárcenas’-, el PP se ha mostrado incapaz de gestionar una situación de crisis con un mínimo de sentido común. Aunque el problema haya podido ser insoslayable, es evidente que su tratamiento se podría haber modulado desde el poder dado que los actores implicados están bajo la disciplina gubernamental y que, con toda seguridad, los técnicos implicados han informado día a día a sus superiores políticos de lo que sucedía y se iba conociendo al respecto.
Lo suyo, una vez detectada la delicada situación de Rato tras haberse acogido a la amnistía fiscal, y convertirse en uno de los 715 evasores que entre los 32.000 acogidos a la misma han terminado siendo objeto de investigación especial por parte de la Agencia Tributaria (y no hace falta profundizar en las razones que puedan o no justificarla), era haber ‘craneado’ un poco el tema. Porque si en efecto había un problema que era o podía ser políticamente nocivo, lo importante era tratarlo no a lo loco, que es lo que se ha hecho, sino con un poco más de inteligencia y hasta con un cierto aprovechamiento de imagen para el Gobierno si ante la opinión pública se hubiera presentado de otra forma.
Montoro no está precisamente llamado por Dios a entender lo que es el mundo de la imagen y la comunicación. Y, por lo que parece, la Presidencia del Gobierno -con los medios de comunicación estatales detrás- tampoco.
De entrada, no deja de ser reprobable que Aduanas, la Agencia Tributaria o quien fuere (en definitiva Hacienda) montara el bochinche que se montó con la presencia masiva de la prensa en el domicilio del interfecto (gracias a un filtraje informativo que tiene toda la traza de originarse como ‘fuego amigo’) y con la innecesaria escenografía de su ‘detención’, como si Rato fuera el ‘hombre del saco’ o el Al Capone español. Lo que por supuesto no impide que caiga sobre él todo el peso de la ley.
Pero estando claro que el linchamiento mediático de Rato se endosaría acto seguido al debe del PP, porque Rato es uno de los suyos y muy importante, peor todavía es que el presidente del Gobierno se enterara del ‘mogoñoño’ por la prensa, o en el mejor de los casos por una llamada del ministro de Justicia, Rafael Catalá, que a su vez se enteró gracias a un aviso de la Fiscalía General del Estado ‘a toro pasado’. Y todo eso mientras el ínclito Montoro se fumaba un puro pensando que su operación de acoso y derribo contra Rato, su antiguo jefe y otrora amigo íntimo, era una muestra más de su genialidad política.
A Montoro le ha pasado, ni más ni menos, lo que le pasaba a Jerry Lewis actuando en el papel del ‘profesor Chiflado’ o al propio Quijote cervantino: sabían lo que querían pero no lo que hacían. Y por eso, una vez con el lío montado, al Gobierno no le ha quedado más remedio que tratar de ponerse penosamente ‘a la cabeza de la manifestación’, que dirían los clásicos de la política, pero tarde, cuando ya estaba ocupada por la oposición.
A Montoro, puesto a ser el paladín de la lucha contra la evasión fiscal en vez del su benefactor, no se le ocurrió algo tan simple como meter a Rato en un paquete más amplio que incluyera los casos más sangrantes, que tendrá para escoger y revolver -según él mismo ha insinuado- con gente de otros colores políticos, y poner firmes a todos a la vez ante la ciudadanía. O incluso coger el toro por los cuernos y presentar en rueda de prensa la ejemplar acción investigadora de la Agencia Tributaria con todas sus consecuencias, dando traslado a la Fiscalía de todo lo que supusiera un indicio delictivo, de forma que los primeros sorprendidos hubieran sido los medios informativos, en vez de ser los reventadores del tema.
‘Saber para vencer’, como decía el lema del antiguo CESID, hoy convertido en el CNI y dependiente directamente de la Presidencia del Gobierno, llevada también al extremo del ridículo y la inoperancia. Porque ¿qué han conocido, opinado y recomendado al respecto los sabios asesores del presidente Rajoy, con su vicepresidenta para todo a la cabeza…? ¿Y qué ha dicho el gurú Arriola…? Pues nada de nada.
El listillo Montoro la ha pifiado bien pifiada, dejando que gentes diversas de su ministerio montaran la que han montado, con aviso previo a la prensa (para liarla era suficiente el chivatazo a un solo medio digital -VozPópuli- y que lanzará la noticia de forma inmediata en la Red). Y, a continuación, ‘Delenda est Carthago’, es decir provoquemos un terremoto con razón o sin ella.
Lo de Montoro, que es lo del Gobierno, no tiene nombre. Puestos a liquidar torpemente a Rato de forma tan canallesca y en plena campaña electoral, hágase a las claras, con luz y taquígrafos y mucho antes -que tiempo ha tenido-, para vender la cacareada imagen de transparencia gubernamental y de la lucha contra la corrupción que, de verdad, no llega al público por ningún lado.
Ahora, la imagen del PP queda doblemente dañada. Porque uno de los suyos, ciertamente notable aunque se le repudie después de haber sido vicepresidente de un gobierno popular en dos legislaturas seguidas, y haberle situado en la gerencia del Fondo Monetario Internacional y en la presidencia de Bankia, ha caído de lleno en la evasión fiscal que es lo más deleznable para un ex factótum económico del Gobierno. Y porque éste no ha sabido gestionar el caso y, peor todavía, por utilizarlo para dispararse en un pie en plena carrera electoral (el otro ya lo tiene destrozado con su financiación ilegal y el reparto de sobres con dinero negro).
Ni Abundio -el que vendió el coche para comprarse gasolina- lo habría hecho peor. Por eso se entiende perfectamente que desde el PP se reproche al Gobierno tanta descoordinación en el tratamiento del ‘caso Rato’ y, en definitiva, tanta torpeza política.
Y si lo de Montoro es de auténtica traca, lo del director de la Agencia Tributaria, Santiago Menéndez, es de película de terror. A nadie, salvo a un suicida político, se le ocurre acudir a la Comisión de Hacienda del Congreso de los Diputados para, en relación con los 715 investigados por supuesto fraude fiscal, afirmar ante sus señoría: “Dispongo de todos los datos y son la repera, la repera patatera".
Lo dijo con luz y taquígrafos de por medio y con las fieras de la prensa copiándole pluma en ristre. A ver quién es el guapo que explica ahora lo que hay detrás de la frasecita, cómo, dónde y cuándo…
Ernesto Ekaizer escribía en El País que “más allá del recorrido de la investigación, el juguete Rato explotó en las manos a Montoro/Clouseau”. Y Victoria Prego en El Mundo que lo de Rato era una bomba de neutrones que dejaría intacta las estructuras del PP, pero sin nadie vivo dentro.
Ahora, gracias a Montoro y a la renuencia de Rajoy para remodelar su equipo ministerial aprovechando las elecciones europeas de mayo de 2014, por ejemplo, ‘la repera patatera’ anunciada por el director de la Agencia Tributaria terminará en manos de la prensa, convertida en más munición de grueso calibre contra el PP (¿lo de Vicente Martínez-Pujalte y lo de Federico Trillo no sale de ahí?). No es de extrañar, pues, que dentro del partido estén hartos de Mariano y sus ‘marianitos’.
Fernando J. Muniesa
Apenas hace dos semanas, sosteníamos que, frente al agotado bipartidismo ahormado a medida del PP y del PSOE, Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse. Y que, por ello, la política nacional se iba a sustanciar ya a cuatro voces, al menos en el nuevo ciclo político inmediato.
Un escenario en efecto novedoso en el que IU y UPyD caminan hacia la marginalidad política. Y en el que, además, los partidos autonómicos o regionales perderán influencia sobre la gran política nacional, reconducidos en la práctica a gobernar o tratar de hacerlo en su territorio natural.
Y anticipábamos también que, así, tendríamos muy probablemente una mayor y mejor democracia, interpretada a cuatro voces y por tanto más dinámica y representativa. En España, el actual sistema de rotación en el poder (una versión moderna del ‘turnismo’ que conservadores y liberales disfrutaban durante la Restauración borbónica), llama a su fin.
La degradación del moderno sistema oligárquico y caciquil acogido bajo el manto de las Autonomías, llevada al límite por una corrupción política desbordada, que en el fondo es la culpable de la crisis económica, va a pasar la factura electoral correspondiente. Ese es el cambio mínimo que reclama la ciudadanía y la imparable realidad política que se avecina.
Paréntesis: Para tranquilidad de quienes temen un cambio político en España, el número dos del departamento del Fondo Monetario Internacional para Europa, Philips Gerson, acaba de señalar que “partidos como Podemos o Ciudadanos no están teniendo un efecto negativo en la confianza” internacional hacia el país. Avisando, eso sí, que sea cual sea el Gobierno resultante de las próximas elecciones generales, deberá seguir con las reformas y vigilar el necesario cumplimiento de las Autonomías para que alcancen el objetivo en el déficit público, recalcando que nuestra alta tasa de desempleo (casi del 24%) es el lastre que impide la salida definitiva de la crisis.
Ahora, además de tener cuatro partidos nacionales en liza, la carrera electoral del próximo 24 de mayo, a un mes vista, se va a resolver con foto-finish, como sucede en las carreras deportivas más competitivas. Un medio necesario para dilucidar las llegadas más apretadas a la línea de meta, anunciada por las últimas encuestas sobre expectativas electorales.
En la edición del barómetro de Metroscopia del mes de abril, ya se consolida una situación casi de empate técnico entre los cuatro partidos de referencia a nivel nacional: Podemos, PSOE, PP y Ciudadanos. Formaciones que por este mismo orden obtendrían respectivamente el 22,1%, el 21,9%, el 20,8% y el 19,4% de los votos en unas elecciones bajo el supuesto de celebrarse en estos momentos.
Ello confirma una proximidad de resultados para los cuatros partidos líderes cuya separación no va, efectivamente, más allá de los tres puntos. Datos que se revelan tras un trabajo de campo realizado entre los días 7 y el 9 de abril, es decir con los resultados de las elecciones andaluzas del precedente 22 de marzo bien aireadas por los medios informativos y, por tanto, siendo conocido que en aquel ámbito electoral ya se había roto el bipartidismo PP-PSOE.
Con independencia de que Podemos parezca estancado (pero manteniendo la primera posición desde el mes de enero), y que los otros tres partidos repunten ligeramente sobre lo constatado el mes anterior, lo cierto es que la debacle política de los últimos años, fomentada al unísono por el PP y el PSOE, impide ahora que los electores apoyen a una fuerza hegemónica para hacerse con el Gobierno. Después de tanto mangoneo bipartidista, bromitas las justas.
La hora del pacto y la negociación política
Así, lo que sucede -y parece razonable- es que la capacidad de negociar y pactar de los partidos, en definitiva su capacidad política, va a cotizar al alza, convertida en el motor de la gobernanza o del gobierno relacional. Es decir, propiciando más eficacia y calidad en la gestión pública y una intervención del Estado mejor orientada; será un nuevo juego de estrategia, una gran partida de ajedrez a cuatro bandas, que a todos conviene afinar cuanto antes.
Confirmada la incapacidad del PP y el PSOE para satisfacer las nuevas demandas exigidas por el cambio social, y a pesar de la inexperiencia y de las carencias que pueden acompañar a las fuerzas políticas emergentes (Podemos y Ciudadanos), parece claro que se impone la desconcentración del voto y que las mayorías absolutas no satisfacen ya al electorado. Como también parece que los gobiernos nuevos serán asumidos por el partido más votado, que se verá obligado a recabar apoyos puntuales de otros.
De hecho, la organización territorial del Estado, con 17 autonomías bastante diferenciadas en términos políticos e ideológicos, obligará también a realizar pactos cruzados antes que a formar coaliciones de gobierno globales. Un marco en el que se podrán producir acuerdos llamativos o aparentemente incoherentes territorio por territorio (como lo ha sido el pacto PP-IU en Extremadura).
Por fin, el pacto político se va a poner de moda en España, sí o sí. Algo que, olfateado mínimamente por los líderes del PP y del PSOE -que olfato político es lo menos que se les puede pedir-, habría evitado a Susana Díaz decir que iba “a ganar las elecciones, no a pactar”, porque va a tener que hacerlo, y a Mariano Rajoy que “quiere gobernar para la gente normal”, porque la que él considera ‘anormal’ va a pesar lo suyo.
A Pedro Sánchez también se le ha escapado algo así como que el PSOE “quiere gobernar para la mayoría”, cosa que va a ser difícil, salvo pacto con lo que el creerá ‘minorías’, como ya está comprobando la lideresa socialista andaluza. Habrá que cuidar el lenguaje y adecuarlo a la inevitable cultura pactista que se nos viene encima.
La realidad es que ahora Andalucía tendrá un gobierno del PSOE, pero en conjunción con la posición y los intereses de otros partidos políticos, y no del tipo ‘la finca es mía’. Al tiempo que en distintos puntos del mapa político ya se anuncian previsibles pactos gestados en clave local, abriendo una puerta a la ‘conciliación’ ideológica, que sin duda será más positiva y rentable para los electores que el antagonismo a ultranza del ‘quítate tú para ponerme yo’.
Sin cintura para el pacto y la negociación política, a Rosa Díez y a UPyD les va como les va. Y a los intransigentes de IU, celosos guardianes de sus esencias históricas, ídem de lo mismo.
El ‘pacto’ ya no será considerado una traición (idea subyacente en el histórico antagonismo de la España azul y la España roja, visible incluso en los colores corporativos del PP y del PSOE), sino más bien una virtud política. Y quizás la más cotizada.
La demoscopia política, con los resultados tendenciales que ofrecen sus mediciones barométricas, anuncia la implantación del pluripartidismo. Y la hipótesis de que ninguno de los partidos líderes puede alcanzar la mayoría absoluta abre dos situaciones: los gobiernos en minoría, que serían soluciones en sí mismas poco estables, o los gobiernos del partido que señale la foto-finish electoral con apoyos y alianzas prácticas que garanticen el ejercicio constructivo de la política, como sucede en los países europeos más desarrollados.
Más allá de los resultados finales de la carrera electoral del próximo 24 de mayo, en apretada competencia, lo más relevante será la fragmentación del voto. Es decir, la consolidación de una clara competencia al PSOE por su izquierda (Podemos), la incapacidad del PP para liderar el centro-derecha político y la aparición de una formación (Ciudadanos) que puede ocupar perfectamente el apetecible espacio de centro-centro (lo que no pudo hacer el CDS de Adolfo Suárez).
De aquí a las elecciones legislativas de fin de año, vamos a ver un obligado desarrollo de la cultura del pacto y del consenso entre los cuatro partidos en liza, frente a la bipolarización y las imposiciones que han protagonizado nuestra historia política más reciente: el que en esa materia saque la mejor nota (el más listo de la clase), tendrá muchas posibilidades de gobernar España en la próxima legislatura.
Ya veremos cómo se resuelve finalmente el tema electoral. Pero la revisión de las posiciones rotundamente contrarias al pacto político y al mestizaje ideológico, sobre todo en cuestiones sustanciales, parece inevitable; lo que, evidentemente, no debería suponer instalarse en un pactismo sin sentido, orden ni concierto.
La capacidad de entendimiento político exhibido recientemente por el presidente Rajoy y el jefe todavía meritorio de la oposición socialista, Pedro Sánchez, imponiendo por la puerta de atrás del Parlamento la cadena perpetua (encubierta en el eufemismo de ‘prisión permanente revisable’), no es el mejor ejemplo de lo que necesita y demanda en estos momentos la sociedad española. Quizás por ese tipo de acuerdos contrarios al sentir mayoritario de la sociedad, pura expresión de la prepotencia bipartidista, muchos españoles van a imponer nuevas opciones de representación en las cámaras legislativas.
Los Pactos de la Moncloa (formalmente fueron dos, denominados ‘Acuerdos sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía’ y ‘Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política’), suscritos el 25 de octubre de 1977 prácticamente por todas las fuerzas políticas, laborales y empresariales, y del que tomaron compromiso para su desarrollo tanto el Congreso de los Diputados como el Senado, son el referente a tener en cuenta.
Se acordaron en la legislatura constituyente con el objetivo de estabilizar el proceso de transición al sistema democrático, así como para adoptar una política económica consensuada que contuviera la inflación galopante que situada entonces en el 26% amenazaba con dinamitar la economía nacional. Y la realidad es que supusieron un éxito político innegable del conjunto del sistema.
Hoy, la política debe alejarse del autismo y la crispación con que se ha venido caracterizando desde hace ya demasiado tiempo, y abrirse al diálogo interpartidista, que en el fondo es abrirse al diálogo social. Es el momento en el que la voluntad electoral obliga a recuperar la política del consenso, por las buenas o por las malas, en busca de los beneficios que produjo en la Transición, injustamente olvidados.
Entre otros, la protección de las libertades civiles, la normalización de la democracia y la consolidación del Estado del bienestar, logros que hemos visto decaer notablemente en la presente legislatura. Hoy, el pacto político es imprescindible para la regeneración del sistema de convivencia, y los partidos que no lo entiendan así, terminarán muy pronto en la marginalidad política. Advertidos quedan.
Fernando J. Muniesa
Mientras el establishment político se centra en arremeter contra Podemos y Ciudadanos, partidos emergentes que amenazan con desmontar el tinglado del bipartidismo, ya nadie recuerda las críticas que se produjeron al inicio de la legislatura en contra del Estado de las Autonomías. Surgieron en avalancha al evidenciarse que el insalvable déficit del Estado se alimentaba, sobre todo, del déficit generado en las Comunidades Autónomas.
Es más, se clamaba contra la duplicidad y triplicidad de funciones derivadas de un desmedido proceso de transferencias competenciales, que, además de disparar el gasto público, debilitaba al Estado al vaciarle incluso de contenidos que la Constitución le asigna en exclusiva. Una realidad que llamaba -y sigue llamando- a la reforma del propio modelo autonómico, considerándolo agotado o, peor todavía, insaciable como instrumento de la desvertebración nacional.
Y se reconocía que la crisis del sistema financiero tenía su origen en la corrupción que las Comunidades Autónomas habían inoculado en las Cajas de Ahorros. Es decir, que por activa y por pasiva el sistema de organización política territorial era el culpable esencial de la tremenda crisis económica que ha asolado España.
Hoy no queremos insistir en los argumentos que ya hemos reiterado en otras Newsletters para provocar las reformas institucionales necesarias para salvaguardar la fortaleza de Estado y, con ella, el propio Estado social y democrático de Derecho proclamado en la Carta Magna. Ni tampoco en los cientos de artículos de opinión publicados por solventes analistas políticos, catedráticos e intelectuales de todo tipo que en esta misma legislatura han venido reclamando esas mismas reformas, desoídas por el Gobierno popular -de mayoría parlamentaria absoluta- y por la oposición socialista, en clara connivencia para mantener el actual bipartidismo y las redes clientelares que han desarrollado en el ámbito autonómico para su exclusivo y mejor beneficio.
Pero es que el PP y el PSOE ni siquiera han hecho asomo de promover un mínimo cambio de corte ‘lampedusiano’, con el que dar otra vuelta de rosca al sistema. Están enrocados en el ‘mantenella y no enmendalla’ con el que los hidalgos del Siglo de Oro preferían desenvainar la espada que rectificar o pedir disculpas por un error manifiesto.
Por más que se les haya instado a rectificar los desmanes del Estado de las Autonomías (incluida su deriva de corrupción), siguen aferrados, ambos partidos, a ese absurdo código de honor, por el que lo gallardo se confunde con mantenerse en sus trece, aun a sabiendas de haberse equivocado.
Mientras PP y PSOE sigan ‘erre que erre’ sin querer reconocer y resolver el problema, poca categoría política se les puede conceder a uno y a otro. Pero es que, en ese aspecto, tampoco la tienen los demás partidos políticos, que en unas elecciones precisamente autonómicas eluden el debate del tema, que es capital; desidia que sorprende más en los partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, por cuanto su presentación social se basa en el reformismo político.
Nosotros, como otros muchos medios de opinión informada, hemos insistido en la urgente necesidad de afrontar unas reformas institucionales que permitan reconducir el ahogado y agotado Estado de las Autonomías. Pero no para caminar más hacia el Estado Federal (y peor todavía en sentido ‘asimétrico’, que sería una apuesta más disolvente), sino hacia un Estado unitario y social-solidario, con toda la descentralización administrativa que convenga, pero eliminando duplicaciones o triplicaciones competenciales y aplicando los actuales avances tecnológicos -inexistentes en el origen del Estado de las Autonomías- en todos los sentidos y ámbitos administrativos.
Un Estado encajado sin fisuras, fraudes ni manipulaciones interpretativas, en el impecable Preámbulo de la vigente Carta Magna, y llevado a su mejor expresión en el artículo 1.1 del Título Preliminar: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”.
Ni más ni menos… Y reconduciendo, por supuesto, las derivas indeseables que se han ido incorporando en el desarrollo normativo del texto constitucional en razón de los espurios intereses partidistas, realimentados sobre todo por las formaciones mayoritarias (PP y PSOE), cuya constante deslealtad con el interés supremo de España ha sido manifiesta.
Sin querer imponer nada ni agobiar a nadie (allá cada ciudadano con sus aspiraciones políticas), hemos de recordar no obstante algunos de los comentarios realizados a principios de la legislatura, sobre las razones de la actual descomposición del Estado.
El 10 de abril de 2012, Esperanza Aguirre, a la sazón presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid y ahora candidata a la alcaldía capitalina, puso encima de la mesa de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y del PP, la urgente necesidad de reintegrar en la Administración Central del Estado al menos las competencias transferidas en materia de Educación, Sanidad y Justicia. Aunque quedarían otras muchas por recuperar o blindar estatalmente (relaciones internacionales, normativas comerciales, puertos y aeropuertos de interés general, control y autorización de referéndums, seguridad pública nacional…).
Con ello, Aguirre marcaba un verdadero cambio de rumbo, desoído por Rajoy, para atajar el desmadre autonómico y en orden a la normalización del Estado en términos organizativos, funcionales y presupuestarios. Pero, ¿acaso se ha vuelto a pronunciar sobre el tema…?
En aquel mismo entorno temporal, Jorge de Esteban, reconocido catedrático de Derecho Constitucional, sostenía en un expresivo artículo de opinión titulado ‘¿Qué hacemos con las autonomías?’ (El Mundo 19/04/2012), y más allá de lo demandado por Esperanza Aguirre al presidente Rajoy: “Hay que reformar ya la Constitución para fijar con exactitud las competencias del Estado y de las regiones”.
Otra voz autorizada, la de Roberto Centeno, catedrático de Economía de la Universidad Politécnica de Madrid, sostuvo la misma tesis, pero apoyada por la incidencia de las autonomías en el gasto superfluo y el déficit público. Su celebrada ‘Carta a la Sra. Merkel: exija el fin de las autonomías’ (25/06/2012), tuvo una difusión extraordinaria dentro y fuera de la Red, conectando con los sentimientos más profundos de una ciudadanía airada por los desmanes y la falta de lealtad de los partidos políticos, justo en contra de las mismas bases sociales a las que pretenden representar.
El profesor Centeno se lo contó con pelos y señales a Ángela Merkel y nosotros se lo recordamos a nuestros lectores:
(…) A día de hoy, el déficit de las regiones y ayuntamientos asciende a unos 5.000 millones de euros mensuales, y está siendo cubierto por el Gobierno con supuestos “adelantos presupuestarios”, supuestos porque jamás serán devueltos, lo que ha elevado el déficit del Estado en un 50% hasta abril, equivalente al 10% del PIB en términos anualizados”…
(…) Para ellos [los políticos] son más importantes sus ventajas partidistas y personales que los intereses de la nación, lo que les lleva a mantener a toda costa un modelo de Estado cuyo nivel de despilfarro y de corrupción nos conduce a la ruina…
(…) Primero colocaron a decenas de miles, luego a cientos de miles y hoy totalizan dos millones de empleados públicos nombrados a dedo --causa principal del brutal nivel de desempleo, ya que en España cada empleo público destruye 2,8 puestos en el sector privado-- y donde para no tener que dar explicaciones a nadie crearían hasta 3.000 empresas públicas, la gran tapadera del despilfarro, una inmensa telaraña de ocultación de deuda y corrupción, empleando a 400.000 personas amigas y con sueldos un 35% superiores a la media del sector privado…
En relación con esas exigencias reformistas, sustanciales e inteligentes pero hasta ahora en verdad inéditas, Eduardo Torres Dulce, entonces Fiscal General del Estado y hombre esencialmente tranquilo y ponderado, también advirtió que el traspaso de las competencias de Justicia a las autonomías fue un error, mostrándose partidario de que vuelvan al Estado.
Respondiendo a la pregunta que le formuló uno de los asistentes al curso sobre Justicia y Economía organizado por la Universidad de Verano Rey Juan Carlos en Aranjuez (02/07/2012), Torres Dulce afirmó: “Si somos un Estado Federal, somos un Estado Federal, pero tenemos los inconvenientes de un Estado Federal y ninguna de las ventajas, como sucede en el actual desarrollo del Estado de las Autonomías”. Y, con el dedo puesto en la llaga del actual modelo político, puntualizó: “Un Estado en el que no haya un núcleo importante en Justicia, Sanidad y Educación difícilmente podrá funcionar”.
La necesidad de reformar la actual organización autonómica del Estado, es, pues, tan obvia y urgente que sólo los déspotas y los marrulleros de la política pueden dejar de admitirla. Y, justo por eso, sorprende sobremanera que también las dos fuerzas nacionales nuevas, nacidas bajo etiquetas de cambios sociales y reformas políticas, Podemos y Ciudadanos, pasen de debatir el tema y de fijar posiciones al respecto.
Máxime cuando los partidos que propugnan el soberanismo en Cataluña, el País Vasco y Navarra, sí que están afrontando las elecciones del 24 de mayo con ese tema en punta de lanza.
En política (lo hemos dicho en otras ocasiones), la ocultación, la negación y hasta la mentira, están a la orden del día, pero, con ser repudiables, tampoco son irrevocables. Mucho más pernicioso que este conjunto de debilidades, es el error y la equivocación, porque conducen al fracaso de forma irremisible.
Pablo Iglesias y Albert Rivera no tienen propuestas claras y concretas al respecto, ni saben si quieren reformar o no el Estado de las Autonomías (el mismo que el lendakari Urkullu acaba de sentenciar como “fallido”). ¿Acaso porque sólo quieren acomodarse en la misma mamandurria del poder en la que están el PP y el PSOE..?.
Si no hay debate sobre el tema (en las elecciones andaluzas no lo hubo), muchos electores podrán pensarse un poco más si les merece la pena o no votar el 24 de mayo, o dejar que sigan campando por sus respetos las ‘baronías’ del poder. Perdón, queremos decir los ‘caciques’ de la España autonómica.
Ya veremos quienes ganan o pierden las elecciones en cada Comunidad Autónoma (y en sus ayuntamientos) y con qué promesas y proyectos de gobierno.
Fernando J. Muniesa
La política, como sucede con la música, puede ser interpretada de muchas formas: por solistas, grupos de cámara reducidos, grandes orquestas sinfónicas... Del mismo modo, puede decirse que su comunicación también ha evolucionado expresivamente; como lo ha hecho la cinematografía -por ejemplo-, pasando del blanco y negro al technicolor, al sensurround y al sistema 4D, llegando incluso a las producciones digitales avanzadas que hoy facilitan de forma prodigiosa los procesos de interrelación social.
Salvando las distancias, lo que ha venido ocurriendo en España a partir de la Transición, y antes en la época oligárquica y caciquil de la Restauración borbónica (con el ‘turnismo’ en el poder de conservadores y liberales puesto en marcha por Cánovas), es que la política ha sido interpretada sólo por un dúo de voces o partidos. Un espectáculo que, aun siendo protagonizado por auténticos virtuosos, difícilmente alcanza la brillantez instrumental de las grandes óperas y sinfonías universales.
Su visualización cromática ha sido bicolor, y a veces de un blanco y negro ramplón, que puesto en contacto con soluciones ‘ácidas’ aflora tonos rojo-anaranjados y que cuando éstas son ‘básicas’ gira a violáceos. Nada más allá del rojo y el azul históricos de nuestra política más pacata y constreñida (la rosa del PSOE y la gaviota del PP).
Quiere eso decir de alguna forma que la política bien entendida -en toda su grandeza-, no es cosa de dos, y menos de uno sólo, aunque éste sea un líder elegido en democracia. En su esencialidad, frente al poder debe haber una oposición, con funciones importantes en cada caso; partes que en sí mismas han de integrar un conjunto variado y complejo de personas e instrumentos: en política ya no caben el dictador ni el caudillo, y tampoco el sabelotodo o el Superman de turno.
Es más, compartir la posición del poder Ejecutivo mediante acuerdos de coalición postelectoral, permite que los ‘socios’ políticos se vigilen entre ellos, de forma que el comportamiento de cada uno no incida de forma negativa en la imagen común de la gobernación. Algo que, al margen de lo que suponga como suma de capacidades humanas y de competitividad, es de extrema importancia para evitar desviacionismos políticos, incluido el de la corrupción.
La coalición de gobierno se asemejaría en ese sentido a la de un grupo polifónico o instrumental, en el que cada protagonista cumple su función al tiempo que atiende a que otros cumplan la suya, compitiendo entre sí pero asegurando el éxito del conjunto. Y claro está que no comparamos para nada nuestro modelo político con el bipartidista de Estados Unidos, por poner un ejemplo, con controles, contrapesos y un ejercicio del poder muy distintos.
El bipartidismo ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi
En España, el bipartidismo PP-PSOE ha decaído en una versión moderna, y si cabe más deplorable, de la sistemática rotación en el poder disfrutada por conservadores y liberales, en tiempos pasados poco añorados. Un nuevo sistema oligárquico y caciquil, insostenible en el mundo occidental del siglo XXI.
Su degradación, llevada al límite por una corrupción política desbordada, que en el fondo es la culpable de la crisis económica, vive el momento de pasar a mejor gloria. Quien no lo vea así, carece de sensibilidad y capacidad para analizar la realidad social y captar la demanda de cambios que reclama la ciudadanía: una carencia acentuada en quienes se encuentra acomodados en algún tipo de democracia imperfecta o restringida, como la nuestra.
Está claro que, frente al PP y al PSOE, Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse. Por lo tanto, la política nacional se va a sustanciar a cuatro voces al menos en el nuevo ciclo político inmediato, con el estrambote cada vez más residual de IU y UPyD. Los partidos autonómicos o regionales son cosa distinta, y su influencia se debería limitar al ámbito territorial que les corresponda, sin incidir sustancialmente en la gran política del Estado.
Esa será otra consecuencia positiva de la caída del bipartidismo, a la que habrá que añadir la de que los votantes tendrán más libertad de elección con posibilidad de verse reflejados de forma coaligada en el Gobierno. Así, lo ideal sería que por simple relación aritmética esas cuatro fuerzas políticas nuevas se pudieran combinar de forma armónica entre sí con diferentes alternativa (dos a dos o tres a una), ampliando la representatividad social del gobierno, su estabilidad y su correspondencia real con las demandas mayoritarias: al fin y a la postre, más y mejor democracia.
Esa idea de anclaje político polivalente, es la que parecen perseguir tanto Ciudadanos como Podemos; el primero jugando en la centralidad y el segundo en la transversalidad. Y dejando por supuesto al PP en la derecha de la representación partidista y al PSOE en el espacio residual de un falso socialismo ya muy diluido y trasnochado.
Estamos frente a una razón imparable: lo nuevo frente a lo viejo. El eje que divide la política entre la derecha y la izquierda (azules y rojos, buenos y malos) está desapareciendo, difuminado por el ocaso de las ideologías y por la necesidad de recuperar el Estado del bienestar.
¿Volverá el carroza Rajoy a ser candidato presidencial en ese escenario de renovación, como afirmó estando ya en caída electoral libre…? ¿Habrá, por fin, una elección natural de liderazgo en el PP, sin presiones del aparato ni ‘dedos divinos’ moviéndose entre bambalinas…?
Ahora la sociedad demanda líderes nuevos que propugnen una gran clase media, un socialismo de tipo ‘nórdico’ que iguale la sociedad por arriba y no por abajo, un macizo de la raza amplio que vaya desplazando las grandes desigualdades proliferantes en el modelo actual y que el PP y el PSOE no han sabido ni querido combatir de forma eficaz.
La refundación que emprendieron los populares en 1989, cambiando su imagen de forma radical (incluidos nombre, ideario y líder) y abriéndose a las nuevas generaciones, les permitió ir progresando hasta las elecciones generales de 1993 que perdió por escaso margen, ganándolas en 1996 y sustanciando una alternancia en el poder que es indispensable en toda democracia consolidada. Su centrismo se vio acentuado precisamente por no haber alcanzado una mayoría absoluta y tener que pactar apoyos de legislatura con los partidos nacionalistas.
Esa actitud conciliadora fue premiada por el electorado, otorgando al PP su primera mayoría absoluta en los comicios siguientes (del 2000). Y fue entonces, al no necesitar apoyos con esa holgura parlamentaria y pasar a legislar de forma radical, cuando decayó su imagen centrista perdiendo la confianza mayoritaria del electorado. Una posición de fragilidad que terminó quebrada con la gestión gubernamental de la crisis generada con los atentados del 11-M, inclinando el voto a favor del PSOE.
Ahora, el agotamiento del PP sigue en la misma estela del mal uso de su mayoría absoluta, que se le concedió fundamentalmente para reconducir los errores del PSOE en la gestión inicial de la crisis económica. No obstante, aquella segunda legislatura de Rodríguez Zapatero fue posible porque las políticas sociales que desarrolló en su gobierno previo le hicieron ganar el decisivo espacio de centro.
Que en la España democrática las elecciones se ganan a base de centralidad política ya se comprobó con el éxito inicial de la UCD, que aun siendo un partido de aluvión supo llamar al voto ‘reformista’. Inmediatamente después, también el tránsito al centro del PSOE, llevado por Felipe González desde posiciones marxistas a la socialdemocracia a partir de 1979, le supuso la mayor victoria electoral de toda su historia.
A punto de agotar la legislatura, y tras el desgaste generado por sus recortes sociales y la continua sucesión de los escándalos de corrupción aflorados en sus filas, el PP ha olvidado que el centrismo político y el reformismo son esenciales para ganar el Gobierno y mantenerlo. Y si, con una visión miope de su realidad política, esperaba que la pérdida de votos le amenazara por su flanco derecho, el problema real que tiene es su alejamiento del centro, donde Ciudadanos le está arrebatando un altísimo porcentaje de sus votantes potenciales en un escenario bipartidista.
El problema del PSOE es muy similar, visto tanto desde una óptica nacional de oposición como desde su emblemático dominio electoral en Andalucía. No muestra la menor intención real y seria de combatir la corrupción dentro de sus filas, su planteamiento de renovación interna y de acciones políticas alternativas es absolutamente ineficaz, se cree propietario exclusivo del espacio de centro, adolece de tibieza para democratizar de verdad el modelo de convivencia y propiciar las reformas institucionales necesarias al efecto… Lo que, en suma, conlleva una pérdida absoluta de credibilidad social.
La consolidación del pluralismo político nacional, marginales aparte, es más que evidente a tenor de todas las encuestas barométricas sobre opiniones y actitudes electorales (CIS, Metroscopia, Sigma Dos, MyWord…). Lo saben bien tanto el PP como el PSOE, que ya consideran a Ciudadanos y Podemos competidores ciertos en la liza electoral. Los viejos partidos del ‘quítate tú para ponerme yo’, se lo han ganado a pulso. Ya hay, como en los grandes centros comerciales, donde elegir a placer.
Ricardo García López, hombre polifacético que brilló entre otras cosas como cronista taurino con el seudónimo de ‘K-Hito’ (se autoproclamaba de forma jocosa ‘Emperador de la historieta española’), escribió en 1947 un libro memorable titulado Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi.
Pues eso. El bipartidismo ya se ha muerto (muerto está que yo lo vi), le duela a quien le duela. Atentos a lo que se viene encima. Política a cuatro voces; cine del bueno en technicolor y con sensurround a toda pastilla. Ya era hora.
Fernando J. Muniesa
La autoridad eclesial define la Cuaresma como el tiempo litúrgico de conversión, preparatorio para vivir en plenitud a la gran fiesta de la Pascua de Resurrección, también denominada ‘Domingo de Gloria’. Es el momento apropiado para que fluya el arrepentimiento de los pecados y de cambiar comportamientos, tratando de ser mejores y de vivir más cerca la verdad de Cristo, con la esperanza de poder compartir con él la vida eterna.
La Cuaresma (que abarca los cuarenta días entre el miércoles de Ceniza y la sagrada cena del Jueves Santo) es el tiempo de reflexión, de penitencia y de conversión espiritual en el que la Iglesia nos invita a seguir el camino de Jesucristo, escuchando la palabra de Dios. En esos días, la liturgia impone el color morado que significa luto y penitencia.
Es una invitación a cambiar de vida y a desarrollar una actitud cristiana en busca del perdón y la reconciliación fraterna, reflejada en la Cruz y en el sacrificio de Jesús, que se debe traducir en soportar con alegría nuestras propias penurias y en fomentar el entendimiento, la paz terrenal y la tranquilidad de espíritu…
Traducido al mundanal ruido de la política, la Cuaresma sería el periodo del ajuste de resultados en la acción de gobierno, de comprobar el ‘debe’ y el ‘haber’ de los tiempos en el ejercicio del poder, con los saldos deudores o acreedores resultantes, tratando de presentar un balance que abra la puerta a otro mandato electoral, garantía de la Gloria terrenal. Si el importe del debe es mayor que el del haber, habrá saldo deudor y catástrofe asegurada; y si el importe del haber es mayor que el del debe, el saldo será acreedor, evitando el naufragio y pudiendo seguir entonces en el puente de mando político.
Y en esas estamos justamente en estos momentos, que son antesala de las próximas elecciones municipales y autonómicas (del 24 de mayo) y de las subsiguientes catalanas y generales a consumar antes de concluir el año. Con las anotaciones previas de los latigazos ya recibidos por el PP en los últimos comicios europeos y andaluces, iniciando su particular camino del Calvario electoral.
Que en Europa y en Andalucía el descalabro del PP ha sido colosal y que las dos experiencias marcan una tendencia de caída irreversible en el futuro inmediato, no lo puede discutir ningún analista político sensato (los que mienten pagados por el poder son otra cosa).
De hecho, ahí quedan las declaraciones del ministro García-Margallo, reconociendo inmediatamente que los resultados cosechados por el PP en las elecciones andaluzas del 22-M han sido “mucho peor, infinitamente peor del que se podía esperar”, concluyendo: “No hay motivo para la alegría”. Un recelo al que hay que unir el de las baronías territoriales, que desde hace tiempo se vienen oliendo la tostada del desastre electoral, exigiendo actuaciones que no llegan para relanzar la imagen del PP de cara a las elecciones inmediatas del 24 de mayo: las de Esperanza Aguirre, Alberto Fabra, José Antonio Monago, Alicia Sánchez-Camacho, Alberto Núñez Feijóo…
El PP se sigue hundiendo electoralmente muy por debajo de sus peores previsiones, aunque pocos de sus dirigentes se atrevan a reconocerlo en público (y tampoco a cantarle las cuarenta al ‘Dedo Divino’ del que depende su vida política). Ahora verdaderamente asustados, porque para capitalizar todos sus errores (muchos y algunos ya sin posible rectificación) acaba de consolidarse un partido de relevo, una ‘fuerza tranquila’ con planteamientos sensatos y con opciones para arrebatar al PP el espacio centrista sin agitar el gallinero: Ciudadanos.
Y ahí es donde más le duele al partido del Gobierno, comprendiendo ahora la huida silente del voto moderado que ha ido sufriendo prácticamente desde el inicio de la legislatura, y temiendo -claro está- que siga creciendo hasta arrinconarle como fuerza política de extrema derecha vinculada al neocapitalismo y a la ideología más cerril y ultramontana. El presidente del Banco de Sabadell (entidad que no forma parte de la ‘gran banca’), Josep Oliu, que no parece compartir algunas actitudes de la actual clase dirigente, vio venir el fenómeno cuando en junio de 2014 reclamó “una especie de Podemos de derechas”: pues ahí está.
Ahora, los votantes que dieron al PP la desaprovechada mayoría absoluta en noviembre de 2011, tienen una opción de voto alternativa, fresca, limpia y mucho más social, con la que enfrentar la prepotente soberbia de Mariano Rajoy y su corte de ramplones ‘marianitos’ y ‘marianitas’. Y eso sin contar con que en la otra orilla se esté armando una mayoría de izquierdas que por sí sola puede mandar a los populares al infierno de la oposición.
Esa es la realidad y así la ven muchos dirigentes municipales y autonómicos del PP, temerosos de su ocaso político inmediato y del quebranto que van a sufrir los equipos y las estructuras locales del partido, sabiendo que cuando se destruye algo en política (y ahora es mucho lo que se puede destruir), su reconstrucción es muy difícil, lenta y costosa.
Prueba de ello es el malestar que, sin ir más lejos, llevó a muchos barones populares a dejar plantado a Rajoy en la reunión ejecutiva del lunes post morten de Andalucía, convocada en la sede central del partido: ausencias que hablan por sí solas.
Queda por ver, más pronto o más tarde, cómo las ratas del partido huyen de la quema, al igual que sucedió con el hundimiento de la UCD y sucederá con el de UPyD. Porque eso es ley de vida política.
Pero ¿qué nota están tomando Rajoy y su gurú Arriola de este progresivo fenómeno de auto destrucción política…? ¿Acaso escuchan los clamorosos trompetazos que anuncian el derrumbe electoral y el cambio de modelo político reclamado por el cuerpo electoral, al igual que se anunció la caída de los muros de Jericó ante las tribus de Israel…?. Dudamos que entiendan de verdad lo que está pasando, porque, de entenderlo, sus decisiones y actuaciones políticas serían muy distintas.
Ahora, lo único que han concluido esta pareja de suicidas políticos es que ha habido “un cambio significado en la correlación de fuerzas” y que el voto del PP se ha ido a Ciudadanos o a la abstención, para lo que no hace falta ser registrador de la propiedad ni politólogo; aunque tendrían que explicar por qué razón han perdido entonces el tiempo fajándose en una campaña furibunda contra Podemos. Y también reconocer la torpeza de etiquetar a Ciudadanos como formación catalanista y de centro-izquierda, dejándola libre de marca para que en Andalucía les levantara la tartera electoral del centro-centro (‘agudezas del profesor Bacterio Arriola’, que diría Federico Jiménez Losantos).
La contumaz irresponsabilidad de Mariano Rajoy
Pero tras la debacle de los comicios andaluces, en los que, como sucedió en los europeos, el PP no ha llegado a alcanzar el 27% de los votos -frente al 44,62% que logró en las elecciones generales de 2011-, en Moncloa siguen sin ver ningún peligro en su horizonte electoral (eso es lo que dicen), señalando que esos resultados no son extrapolables al ámbito municipal y autonómico ni a la renovación del Legislativo, y que, por tanto, el Gobierno no alterará su hoja de ruta. Ahí es nada.
Olvidan, como hemos advertido en otras ocasiones, el valor tendencial de las encuestas ‘barométricas’ y, sobre todo, la importancia real del cambio de modelo político que reclama el electorado. Razón por la que, al contrario de lo que sucede en un sistema estabilizado, la extrapolación de los resultados en ámbitos electorales distintos es más que razonable.
A última hora, Rajoy ha prometido, con la boca pequeña y ya sin la menor credibilidad, las reformas y la acción política que como un jugador de póker resabiado se había guardado celosamente en la bocamanga. Su exceso de confianza, confundido con una gran torpeza política acompañada de un desprecio abrasador de la voluntad popular, le ha hecho perder la partida de forma estrepitosa.
Rajoy calibra mal sus objetivos, y peor todavía sus estrategias y tácticas para alcanzarlos. Y piensa que aguantar el calvario de ir perdiendo algunas posiciones electorales y su devoción por Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles y abogada de los casos desesperados, le va a permitir concluir la legislatura en estado comatoso, pero con el hálito de vida suficiente para, cual ave Fénix, resurgir de sus cenizas y poder seguir gobernando junto a sus fieles ‘marianitos’ y ‘marianitas’
Así, el único reconocimiento del fallo electoral andaluz (y del europeo), es que el partido y el Gobierno deben insistir más en sus ideas, apoyados en el socorrido tópico de que deben explicarse mejor; cuando la verdad es que toda su actuación política está meridianamente clara para el conjunto de la sociedad española. Ver para creer, mientras Rajoy pide a los suyos “ponerse más las pilas”.
Ahora, el sabio Arriola les ha contado el cuento de que el varapalo electoral del pasado 22 de marzo (el europeo ya se les ha olvidado), se va a quedar en Andalucía bailando por peteneras. Y les ha convencido de que ese es un territorio ‘pajolero’, con un microclima político especial, muy volátil, que ha permitido que los votos que podían haber ido a UPyD terminaran recalando en Ciudadanos, y que lo que en materia de corrupción allí se le perdona al PSOE, al PP no... Pues que bien.
Claro está que cuando en 2012 ese mismo PP llegó a ser el partido más votado en Andalucía, obteniendo 50 escaños frente a los 47 del PSOE, las ‘arriolinas’ fueron muy distintas. Entonces los andaluces tenían las ideas bien claras, cortaban un pelo en el aire y a nadie se pudo chorrear por votar a UPyD o al Partido Andalucista, que se quedaron in albis.
Es posible que el PP termine siendo el partido más votado en muchos municipios y autonomías, e incluso más tarde en las elecciones legislativas. Pero está claro que no gobernará sin obtener mayorías absolutas, porque la historia ha demostrado que -prepotentes a más no poder- repele a todas las demás fuerzas políticas y que las que en algún momento han tenido la debilidad de pactar con los populares, pasaron de forma inmediata a mejor vida, descoyuntadas por el ‘abrazo del oso’.
Ahora, el ‘marianismo’ más avispado (con Moreno Bonilla a la cabeza, quien después de quedarse para bailar santos en vez de sevillanas anda haciendo méritos de continuidad en vez de hacer las maletas de la política), pretende que los demás partidos le hagan el regalo de que, a partir de ahora, en todas partes gobierne el partido más votado. Y ello después de tratar a patadas a toda la oposición y pasarla por el rodillo parlamentario durante toda la legislatura, con el ‘tasazo’, la ‘ley mordaza’, la implantación de la cadena perpetua, las reformas laboral y fiscal, los desahucios… Algo desde luego patético.
Por tanto, no parece que podamos llegar a ver al Lázaro resucitado en el que Rajoy espera convertirse al final de la legislatura. Y menos todavía que, tras su cantada crucifixión y muerte política, se aparezca redivivo a sus discípulos antes de ascender a los cielos para gozar de vida eterna.
Es sabido que perder o ganar las elecciones es tarea propia y exclusiva del Gobierno, al menos en España. Y que nunca hay mejor representación de un gobierno que la de su presidente. Mariano Rajoy ha ido -y sigue yendo- a por todas, y con todas sus consecuencias.
Desde su indelegable posición de poder como presidente del Gobierno y ‘Dedo Divino’ del PP, Rajoy será el exclusivo responsable de perder o ganar las elecciones, y de arrastrar o no de nuevo a su partido al desesperante papel de oposición (claro está que acompañado de todas sus ‘alfombrillas’). En esa batalla, el arma definitiva no es otra que la confianza del electorado en el liderazgo político, apoyada en su credibilidad, hoy por hoy totalmente perdida por Rajoy. Su resurrección es, pues, menos plausible que su muerte y putrefacción política.
Fernando J. Muniesa
Como suele suceder, las tendencias recogidas en los barómetros electorales (no hablamos de estimaciones concretas de votos o de escaños), han ido a misa también en las elecciones andaluzas. ‘Gloria bendita’ que dicen por aquellas tierras.
Del mismo modo, sus resultados ya contrastados en las urnas pasarán a realimentar la orientación del proceso electoral subsiguiente (elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo y generales de 2015), al igual que los resultados de las pasadas elecciones europeas apuntaron la caída del PSOE y sobre todo la del PP, junto con la emergencia nacional de Podemos e incluso de Ciudadanos.
La teoría de que los resultados de unas elecciones no son extrapolables a ámbitos distintos, pierde vigencia en un escenario de cambio social como el que caracteriza a España en estos momentos. Ahora, la rueda electoral se mueve en una dirección inequívoca, al menos hasta el asentamiento de un nuevo sistema político pluripartidista.
De hecho, los dos partidos que decrecieron en las elecciones europeas de 2014 (PP y PSOE) han decrecido también en las elecciones andaluzas de 2015; del mismo modo que Podemos y Ciudadanos, partidos entonces en crecimiento, han seguido en una línea ascendente. IU y UPyD han visto cercenado su crecimiento inicial precisamente por estar en competencia directa con los dos partidos emergentes.
Antes de la votación andaluza, ya se estimaban unos resultados dentro de esa tendencia de cambio, corroborados con el escrutinio de los votos. Pero, más allá de lo previsto, la realidad ha señalado con crudeza que el PSOE ya no es lo que era en Andalucía (su bastión electoral), donde ya no podrá gobernar hegemónicamente, y que el ruinoso tránsito electoral del PP, anuncia a este partido un panorama todavía más tortuoso en el camino pendiente hasta las próximas elecciones generales.
Paradoja: los ganadores decrecen y los perdedores crecen
Claro está que el PSOE ha ganado las elecciones anticipas para renovar el Parlamento de las Cinco Llagas (antiguo hospital en el que se alberga), y que el PP ha sido la segunda fuerza política en votos y escaños. Pero, aun así, como partidos con mejores resultados ambos han perdido un porcentaje muy alto de respaldo ciudadano situándose en mínimos históricos, pudiendo decirse que sus posiciones de cabeza han sido ciertamente pírricas.
En relación con los comicios de 2012, el PSOE ha perdido un 4,1% de votos, pasando de un 39,5% a un 35,4% %, aunque manteniendo los 47 escaños preexistentes, insuficientes de nuevo para un gobierno estable sin apoyos ajenos. Al PP le ha ido mucho peor, porque ha perdido el 13,9% de los votos, pasando del 40,6% de los votos y de los 50 escaños que obtuvo hace tres años como partido más votado al rebufo de su éxito en las elecciones generales de 2011, a obtener un 26,7% de votos y 33 escaños.
Unos resultados que, como decimos, se sitúan en la tendencia iniciada en las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, cuando ambas fuerzas políticas mayoritarias (PP y PSOE) perdieron de forma conjunta un respaldo social nada menos que del 31,83% en relación con los porcentajes precedentes. Mientras que las dos fuerzas también nacionales emergentes (Podemos y Ciudadanos) conseguían un 9,86% de electores.
Ahora, en las elecciones andaluzas del 22 de marzo, PP y PSOE han perdido un 18%% conjunto de votos, también sobre el resultado preexistente. Mientras que Podemos y Ciudadanos han alcanzado un 24% conjunto partiendo de la cota cero.
La caída del PP y del PSOE y su tremenda pérdida conjunta de votos en comparación con el crecimiento de Podemos y Ciudadanos, que es otro vapuleo electoral mucho más significativo políticamente que el sufrido en las elecciones europeas, confirma a los analistas más incrédulos o reacios a comprender la realidad social, la caída del bipartidismo que hemos venido anunciando en nuestras Newsletters desde el inicio de la legislatura. A raíz de que los dos partidos mayoritarios se enrocaran en su tolerancia con la corrupción política y se negaran a instrumentar las reformas institucionales demandadas por la ciudadanía.
Una vez más, se demuestra también que cuando se rectifica de forma tardía, siempre se rectifica mal. Por eso, las nuevas llamadas electorales del PP, con su ‘Don Tancredo’ particular descendido de la peana presidencial al terreno del mitin electoral, en ayuda desesperada de un candidato sin peso específico impuesto por su ‘Dedo Divino’, sólo han servido para evidenciar su total falta de credibilidad social.
Si de forma conjunta, o cada uno por su lado, el PP y el PSOE -Rajoy y Sánchez- esperaban que el 22 de marzo el electorado andaluz volviese a respaldar el modelo bipartidista, les ha salido el tiro por la culata. Un intento fracasado, además, en la comunidad autónoma que, por su historia electoral, parecía ser la menos reactiva en ese sentido. Y ahí queda el problema, ya de imposible reconducción de cara a su segunda edición, corregida y seguramente aumentada, de las elecciones municipales y autonómicas del próximo 24 de mayo, es decir a dos meses vista.
Resultados Elecciones Andaluzas (1912 vs 11915)
PARTIDOS
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Votos 1912
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Escaños 1912
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Votos 1915
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Escaños 1915
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PSOE-A
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39,5%
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47
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35,4%
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47
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PP-A
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40,7%
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50
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26,7%
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33
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Podemos
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---
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---
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14,8%
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15
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Ciudadanos
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---
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---
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9,2%
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9
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IULV-CA
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11,3%
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12
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6,8%
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5
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UPyD
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3,4%
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0
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1,9%
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---
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PA
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2,5%
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0
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1,5%
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---
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Con los resultados ciertos de las elecciones andaluzas encima de la mesa, y consumada la debacle absoluta del PP y la no recuperación del PSOE, la emergencia de Podemos y de Ciudadanos y la situación crítica de IU y UPyD, se abre un nuevo ciclo político. Y al mismo tiempo un paréntesis de reflexión inmediata y general para todos los partidos.
Empezando por el PSOE, que es la candidatura ganadora pero con los peores resultados de su historia, y en el predio que siempre le ha sido más favorable electoralmente, la realidad es que no ha logrado ninguno de los dos objetivos planteados con el adelanto electoral: ganar por mayoría absoluta (o muy próxima) y frenar a Podemos. La primera decisión a tomar es con qué acuerdos post electorales puede o prefiere afianzar la estabilidad en el gobierno de la Comunidad; sin dejar de considerar en paralelo su efecto sobre la estrategia de supervivencia política nacional para no quedar convertido en un partido regional.
Y contemplando incluso un gobierno en minoría hasta ver qué sucede en las próximas elecciones del 24 de mayo, para lo que debería agotar el plazo legal establecido a efectos de nombrar el nuevo gobierno. Una posibilidad favorecida por la ventaja lograda por Susana Díaz, gracias a la generosidad de IU, de tener ya aprobados los presupuestos de 2015.
El PP, por su parte, ha de considerar seriamente la reconducción de todos los errores, activos y pasivos, cometidos por Rajoy en la actual legislatura, sin obviar un posible golpe de timón en el propio liderazgo del partido. De no hacerlo, todo indica que seguirá por la misma senda extintiva que ya recorrió la UCD de Adolfo Suárez.
Podemos, partido confirmado de entrada como tercera fuerza política de una comunidad políticamente tan importante como la andaluza, a pesar de haber sido sometido en los últimos meses al brutal fuego del establishment, y quedar por tanto vacunado contra sus ineficaces ataques, sólo tiene que matizar sus mensajes y gestionar una convergencia razonable de la nueva izquierda con aspiraciones de gobierno. Su inteligencia y su generosidad políticas marcarán fácilmente su futuro más inmediato.
Y Ciudadanos, convertido en la fuerza tranquila que puede tomar el relevo del PP a nivel nacional, lo tiene todavía más fácil. No equivocarse ni precipitarse en su toma de decisiones le será suficiente para ponerse a tiro de alcanzar el Gobierno en las próximas elecciones generales.
Acosado por su devaluación ante la ciudadanía como gobernante nacional, Mariano Rajoy ha ido a por todas, poniendo tardíamente toda la carne en el asador de estas elecciones andaluzas. Ha dejado la chaise longe monclovita en la que languidecía al estilo cupletista de Sara Montiel y ha intentado otras suertes políticas distintas del ‘tancredismo’ a ultranza con el que ha gobernado durante más de tres años.
Ahora, ha prometido, ya sin credibilidad alguna, las reformas y la acción política que se había guardado celosamente en la bocamanga como un jugador de póker resabiado. Su exceso de confianza, confundido con una gran torpeza política y un desprecio abrasador de la voluntad popular, le han hecho perder la partida de forma estrepitosa.
Así de sencillo.
Fernando J. Muniesa
Que Rajoy tiene un sentido del tiempo político especial, es tan cierto como que es uno de sus atributos personales más perniciosos. Pero desajustar la acción política en el marco cronológico exigido por la realidad de los acontecimientos, es un mal que, aun cuando haya afectado a más de un inquilino de La Moncloa, en su caso se acompaña de derivas que lo agravan de forma significada.
A su renqueante sentido de la oportunidad, hay que añadir su desinterés por la acción política puntual, de forma que, conjugando ambos factores, lo que cosecha son fracasos y descalabros manifiestos. Y de esta forma nos referimos a la querencia del presidente Rajoy a practicar en el ruedo de la política la suerte de ‘Don Tancredo’, que en realidad es una suerte de quietud y anti-toreo puro, con rectificaciones que, cuando llegan, se revelan por sí mismas fuera del tiempo adecuado, y por tanto llegan mal.
Esa mala interpretación del tiempo político, unida a su afición por ejercer el ‘tancredismo’, camuflando la acción de gobierno en inmovilismo o en hechos tardíos, ha llevado a Rajoy al mal lugar que ocupa en estos momentos en términos de valoración social: puesto a merced del morlaco electoral, o embrocado en cuadrado sobre corto como dicen los iniciados en el arte de la tauromaquia. Es decir, a punto de ser corneado a placer hasta por los cabestros y bueyes de tiro, que ya es decir.
Porque esa forma ‘marianita’ de pretender dominar el tiempo ad eternum, y combinarlo con la ingravidez política, choca con la realidad de que los acontecimientos tienen vida propia, soliendo presentarse además de forma imprevisible.
El problema de Rajoy es que, a fuerza de no querer mover pieza en temas sustanciales, ni querer adelantar acontecimientos siquiera en el orden de lo más pedestre o cotidiano, estos terminan por desbordarle. Así, cada vez que se ve (o se vea) obligado a apearse del pedestal de ‘Don Tancredo’ y poner pie en el ruedo a destiempo, la cogida es segura.
Y el fenómeno es tan implacable como reiterado. Lo mismo da que se trate de las candidaturas electorales (secuestradas de forma absurda hasta última hora), de la reforma fiscal, de la lucha contra la corrupción política, de las reformas institucionales, de los ceses ministeriales… Cuestiones políticas que, por no haberse tratado en el tiempo debido, al final hay (o habrá) que afrontar con el pitón en la ingle y en la puerta de la enfermería.
Así se llegó al fracaso de Arias Cañete en las pasadas elecciones europeas, a que Esperanza Aguirre haya puesto firmes a Mariano Rajoy y a María Dolores de Cospedal con su nominación como candidata a la alcaldía de Madrid (de forma ineludible o forzada por una realidad electoral evidente), al cese tardío de la ministra Ana Mato, a la defenestración del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, a envainar la reforma de la llamada ‘ley del aborto’, a enmendar el ‘tasazo’ y el IVA cultural…
Y, en fin, a que los institutos demoscópicos anuncien el fin del sistema político bipartidista. O a que se haya tenido que montar el ‘tinglado del miedo’ para tratar de estigmatizar a Podemos y a Ciudadanos ante la opinión pública, en una práctica ciertamente degradante de la democracia.
Rajoy, último culpable de no regenerar el sistema político
Ahora, según el barómetro del mes de marzo de Metroscopia (para El País), Podemos, PSOE, PP y Ciudadanos (por ese orden de respaldo electoral) se encuentran cerca de un cuádruple empate ante unos eventuales comicios legislativos y muy lejos todos de poder alcanzar una mayoría absoluta como la que hoy respalda al Gobierno de Rajoy. Un hecho que, sin preocupar especialmente al electorado, y suponiendo sólo una hipótesis del resultado final, sí que refleja el estado de ánimo hoy predominante en la ciudadanía, con el perjuicio que, en términos también de hipotética inestabilidad política, se pueda trasladar a los mercados y a la dinámica de la crisis.
Las respuestas de los entrevistados entre los días 3 y 4 de marzo vuelven a colocar a Podemos a la cabeza de sus preferencias, con un 22,5% en estimación de voto, cinco puntos menos que en el barómetro del mes anterior, pero manteniéndose en posición de cabeza por tercer mes consecutivo. Y a pesar de estar soportando una campaña mediática en su contra de grandes proporciones, que en sí misma queda, por ello, bastante cuestionada.
Como ha explicado José Juan Toharia, catedrático de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Metroscopia, si el mes pasado los consultados enviaron al PSOE a la tercera posición, esta vez sube al segundo puesto, con un 20,2% de los votos y una ventaja de casi dos puntos sobre el PP. Además, la bajada del PP de dos puntos, con un 18,6%, y la subida de seis puntos de Ciudadanos, con un 18,4%, aproxima ambos partidos hasta rozarse solo con un diferencial de dos décimas.
Por otra parte, la permanencia en el tablero político de los dos grandes partidos, aunque muy a la baja, y la irrupción fortísima de los dos nuevos, arrastra hacia abajo a Izquierda Unida y UPyD, fuerzas políticas que se ven dramáticamente perjudicadas por el impulso de cambio que muestran los ciudadanos. Su intensa labor de oposición no ha hecho mella en los encuestados (quizás por su desprecio del sistema), que en este sondeo les dan un 5,6 y un 3,6, respectivamente, dentro de un marco de alta participación, en el que un 74,6% ya declara que piensa ejercer su derecho al voto.
También hay que considerar que una semana antes de realizarse esta encuesta, los ciudadanos dieron como perdedor a Mariano Rajoy (por décimas) frente al líder del PSOE, Pedro Sánchez, en el debate del estado de la Nación. Siendo cierto que, hasta ahora, en este tipo de confrontación parlamentaria el presidente del Gobierno siempre había sabido jugar con las obvias ventajas de dicha condición.
En su análisis de la situación, Toharia sostiene que los españoles llevan ya cuatro años reclamando una regeneración a fondo de los partidos existentes o, alternativamente, la aparición de partidos nuevos. Y esto último es lo que, en su opinión, está ocurriendo: Podemos primero, y Ciudadanos después, han hecho una irrupción fulgurante, desconcertante sólo para quienes no haya seguido con atención el pulso ciudadano y hayan ignorado las múltiples señales que marcaban la cercanía de un final de etapa.
Si bien es cierto -prosigue Toharia- que el 84% de los españoles se sigue identificando con el actual sistema democrático, al mismo tiempo un abrumador 70% se muestra insatisfecho con su actual funcionamiento. La ciudadanía lleva años solicitando, sondeo tras sondeo, reformas que no son atendidas (de forma especialmente llamativa en la presente legislatura de mayoría absoluta); y lleva también años sintiéndose abochornada con las interminables noticias sobre casos de corrupción política que afectan a las dos formaciones que sustentan el modelo, en efecto escandalosos por su entidad y por su impune perduración.
La cuestión de fondo y a destacar en estos momentos, no es otra que la última responsabilidad de Rajoy por no haber sustanciado ningún tipo de regeneracionismo político, traicionando, con su mala utilización del tiempo y su permanente evocación de ‘Don Tancredo’, a los 10.866.566 votantes que pusieron en sus manos la mayoría absoluta necesaria precisamente para acometer, sin excusas ni dilaciones, esa tarea reformadora del sistema.
De hecho, la consolidación de las formaciones políticas nuevas, que quiérase o no simbolizan renovación y aire limpio, frente al agotamiento del sistema y a las organizaciones que niegan la realidad circundante, tienen su mayor razón de ser en el ‘tancredismo’ de Rajoy, convertido en el más torpe representante de la derecha española. En consecuencia, ahí se cebará la venganza electoral que, como toda venganza, nace entre otras cosas de la realidad ignorada; empezando de forma inmediata el próximo 22 de marzo en las elecciones andaluzas.
Ahora, a siete días de la cita con las urnas, tanto Metroscopia (El País) como Sigma Dos (El Mundo) ajustan sus estimaciones de resultados, tratando de presentar una única forma de gobierno estable mediante acuerdo PSOE-Ciudadanos, sin plantear la alternativa PSOE-Podemos que todavía sería más sólida. En fin, que cada cual sigue yendo a lo suyo… hasta que el pueblo andaluz hable de verdad por sí mismo, razón por la que ya no merece la pena comentar más intentos de última hora para influir en la actitud de los votantes.
Lo que queda claro en todas las encuestas es el fracaso del PP en Andalucía, que podría perder más de un tercio de su anterior apoyo electoral, bajando desde el 40,7% de los votos obtenidos en 2012 hasta el 25,1% según Metroscopia.
Después de ese irreparable batacazo popular, comenzarán las reacciones y arrepentimientos del establishment, reconociendo la necesidad del ‘cambio’. Quizás ‘Don Tancredo’ y su cuadrilla de ‘marianitos’ desciendan entonces del limbo político para entender la realidad social, aunque, claro está, ya sea a destiempo, de forma que, muy probablemente, acto seguido seguirán siendo devorados en las urnas. Tiempo al tiempo, que queda poco.
Fernando J. Muniesa
Al margen de su acepción más académica, en el argot popular ‘retratarse’ también significa pagar o abonar una deuda; es decir asumir formalmente una realidad poco visible. Mientras que en la vida parlamentaria supone fijar posición personal en votación por llamamiento nominal, de forma que el diputado o senador ‘se retrata’ ante la opinión pública.
A caballo entre ambos sentidos, lo que va a hacer el electorado andaluz el próximo 22 de marzo es ‘retratarse’ en las urnas, mostrar abiertamente sus preferencias políticas colectivas al optar por las candidaturas en liza electoral, cuyas ideologías y propuestas, así como sus recorridos previos, son ya de general conocimiento.
Ahora, a los andaluces les toca retratarse con su voto y mostrar a los partidos políticos como son realmente, haciéndoles ver sus aciertos o sus errores, sus puntos fuertes o débiles en el resultado del escrutinio. Políticamente, Andalucía será como los andaluces quieran, al margen de que esa decisión sea o no la más adecuada o la más sabia, aunque la ortodoxia democrática sostiene que el electorado siempre acierta.
Será un baño de realidad para los dirigentes políticos, pero también para los demás españoles. Para todos aquellos que quieren estigmatizar Andalucía con interpretaciones sesgadas de su idiosincrasia o de su filosofía de vida, ciertamente distinta, por ejemplo, de la vasca o de la catalana.
Allí, en las elecciones andaluzas, se leerá social y políticamente el caso de los ERE falsos y de la manta de corrupción política que en ese territorio, como en otros (Valencia, Cataluña, Madrid, Galicia…), mancha más a quien ostenta más poder. Los andaluces no son, ni mucho menos, más vagos, más golfos ni más incultos que el resto de los españoles, aunque quizás pueden ser más sabios y desde luego más patriotas que otros.
Por estas razones, y porque es la Comunidad Autónoma con más población y número de representantes en el Congreso y en el Senado, hay que prestar una atención especial a los resultados de las elecciones del 22 de marzo y a la posición que alcancen los partidos de ámbito nacional en concurrencia, aunque algunos (sobre todo los perjudicados) afirmen a toro pasado que no son extrapolables a las elecciones generales que deberán celebrarse este mismo año.
Andalucía marca carácter en la política española. Y prueba de ello es que quien ha mantenido ese bastión electoral (el PSOE), ha podido gobernar también la Nación durante un total de seis legislaturas, el doble de las gobernadas por el PP hasta ahora. Ojo, pues, con los resultados electorales de Andalucía, porque marcaran tendencia, como dicen los repipis del mundo de la moda.
Hace exactamente un mes, en nuestra Newsletter del pasado 8 de febrero, advertíamos que las elecciones andaluzas del próximo día 22 serán, entre otras cosas, la prueba de fuego de cambio de modelo político, con efecto expansivo, en su caso, sobre los subsiguientes comicios municipales y autonómicos del 24 de mayo y los generales de 2015.
Y en ella comentábamos la batería de encuestas específicas que se habían hecho públicas, tras el adelanto oficial de las elecciones andaluzas, en las que todavía no aparecía Ciudadanos, dado que en esos momentos el partido de Albert Rivera no había oficializado su presencia en ellas. Pero el pasado 1 de marzo, apenas a tres semanas de la cita con las urnas, El País, siempre sospechoso de promover falsas ventajas electorales a favor del PSOE, publicaba un sondeo de Metroscopia que alteraba las expectativas de voto precedentes con una fuerte irrupción de Ciudadanos.
De hecho, y si bien se mantenía al PSOE como partido ganador con un 34,6% de los votos (porcentaje ya cinco puntos por debajo del conseguido en 2012 y que ya veremos si se queda ahí), el PP caía de forma estrepitosa desde un 40,7% (cuando en 2012 fue el partido más votado) hasta el 22,7%, mientras Podemos se mantenía en tercera posición con el 16,7% y Ciudadanos aparecía de repente, nada menos que atrayendo el 11% de las preferencias electorales. IU también sufría una pérdida de apoyo electoral notable manteniendo sólo un 6,8%, que es casi la mitad del 11,13% que obtuvo en las anteriores elecciones…
Con estos cinco partidos en liza real (UPyD prácticamente está en fuera de juego), ya se podría extraer una primera conclusión evidente: que, aun siendo el partido más votado, el PSOE pierde bastante apoyo electoral en su bastión más emblemático quedando muy alejado de la mayoría absoluta de 55 escaños, y que el PP simplemente se descalabra. El modelo bipartidista queda, por tanto, roto y en muy mala situación para afrontar las siguientes elecciones municipales y autonómicas del mes de mayo.
Por otra parte, Podemos se estrenaría en la política andaluza con una tercera posición (alimentada con antiguos votantes del PSOE y de IU) que representaría un gran éxito político, abriendo la expansión del partido en el resto del territorio nacional. Aunque la gran sorpresa en estos comicios pueda darla Ciudadanos, que todavía sin implantación sólida en el territorio puede ocupar una cuarta posición muy próxima a Podemos, asentando la gran amenaza en el espacio de centro liberal para los dos partidos hasta ahora mayoritarios.
Con esta redistribución de votos y con la atribución de escaños estimada por Metroscopia en su último estudio (PSOE entre 40 y 44 diputados, PP entre 27 y 31, Podemos entre 18 y 22, Ciudadanos entre 8 y 12, IU entre 5 y 9), mucho más fragmentada que la legislatura precedente (PP tiene 50, el PSOE 47 e IU 12), la gobernación estable con 55 escaños o más (mayoría absoluta dado que el Parlamento andaluz cuenta con 109 diputados) se muestra complicada…
Pero, en relación con la previsión de resultados electorales en Andalucía, no deja de ser curioso que, cinco días después de conocerse la encuesta de Metroscopia, el CIS hiciera públicos los resultados de otro estudio similar, pero previo. De forma que sus resultados, publicados después, no reflejan todavía la gran caída del PP ni el ascenso de Ciudadanos, presentando por tanto una estimación de resultados ya superada en el tiempo, quizás con la intención de frenar la desmoralización de los populares.
El trabajo de campo de la encuesta del CIS se realizó entre el 30 de enero y el 17 de febrero con entrevistas personales, mientras que Metroscopia realizó el suyo a continuación, entre los días 23 y 24, mediante entrevistas telefónicas. De esta forma se entiende que los resultados difieran, precisamente en función de la dinámica temporal que debería ir afinando la decisión de voto.
Con todo, y como se refleja en el gráfico correspondiente a la encuesta del CIS, el PSOE podría ganar con el 34,7% de los votos (similar al posterior del 34,6 facilitado por Metroscopia), mientras que el PP (partido del Gobierno) no bajaba según el instituto demoscópico oficial como se estimaba en el estudio encargado por El País, según el cual todavía caería tres puntos más. Podemos también bajaba en esta encuesta 2,5 puntos (en relación con la del CIS) y Ciudadanos subía de un 6,4% de votos hasta un 11%, mientras IU se mantenía prácticamente igual en ambos sondeos.
Posteriormente, el 6 de marzo, día que comenzaba oficialmente la campaña electoral, La Sexta lanzaba los resultados de una nueva encuesta propia con las siguientes estimaciones de voto: 36,7% para el PSOE; 29,9% para el PP; 14,5% para Podemos; 7,1% para Ciudadanos y 6,0% para IU. Resultados que mejoraban los estimados previamente para el PSOE y el PP y rectificaban a la baja los de Podemos e IU, situando los de Ciudadanos en un 7%, sin presentar tampoco combinaciones postelectorales claras en función de la aritmética parlamentaria.
Maquillajes interesados aparte (que en todas las encuestas puede haberlos), se siguen confirmando, pues, una baja traumática del PP y una irrupción de Ciudadanos en la política andaluza, correlacionadas. Junto a una caída del PSOE de momento contenida, que le permitirá ser la opción más votada, y la fuerte emergencia de Podemos, que se sitúa como tercera fuerza política desplazando a IU a un quinto puesto.
Otro dato derivado de la encuesta del CIS, que teóricamente sería la más solvente en base a sus 3.500 entrevistados (muestra muy amplia), es que, mientras tan solo el 5,5% de los encuestados dice no conocer a la presidenta de la Junta y candidata del PSOE, un llamativo 43,7% afirma desconocer a Juan Manuel Moreno, que es el candidato del PP al Gobierno andaluz, lo que representa un handicap electoral desde luego gratuito (porque es difícil votar lo que no se conoce) y del que Mariano Rajoy es el único responsable.
Por su parte, el PSOE aprovechará el aparente tirón electoral de su candidata, Susana Díaz, con una campaña en la que ésta asumirá todo el protagonismo, limitando al mínimo la presencia del secretario general del partido, Pedro Sánchez.
En la práctica, y al margen de que Díaz haya reiterado que tras el 22-M no pactará ni con el PP (la llamada ‘gran coalición’) ni con Podemos, ya veremos lo que pasa, porque la realidad de la distribución de escaños se suele llevar todo por delante. Y el caso es que la competencia entre partidos, el compromiso regeneracionista de los emergentes y las expectativas de unos y otros para alcanzar más tarde el Gobierno de la Nación, van a exigir un talento político apreciable para salir del embrollo; revelándose entonces la verdadera capacidad de los nuevos dirigentes políticos.
En esa situación, tanto el papel de Ciudadanos como el de Podemos pueden ser definitivos. Lo dicho: Andalucía se retrata en las urnas, pero marcando también el futuro de la política española.
Fernando J. Muniesa
El “París bien vale una misa” es un tópico cultural que se atribuye a Enrique de Borbón (rey de Navarra) cuando, siendo hugonote (protestante afín a la doctrina calvinista), decidió convertirse al catolicismo para poder acceder al trono de Francia y reinar como Enrique IV. Desde el Edicto de Nantes (1598), que formalizó aquel propósito y finiquitó la llamada ‘Guerra de las Religiones’, ha sido una frase recurrente para simbolizar la renuncia de algo en apariencia valioso con el fin de obtener lo que realmente se desea. Pura táctica política.
Y en eso estamos, en Madrid y ahora. Los castizos arraigados en el foro capitalino vienen a expresarlo con un dicho popular asimilable (por su mismo afán de ensalzamiento), tocado de cierto aire retrechero: “De Madrid al cielo” (‘y, en el cielo, un agujerito para verlo’, se añade). Algunos fijan su origen en el siglo XVIII, a raíz de las reformas que Carlos III realizó en la ciudad, entonces una anticuada villa castellana, para embellecerla y convertirla en la regia capital de un vasto imperio. Madrid también valía una misa, porque era la antesala de la gloria y desde ella se dominaba medio mundo.
Vivimos otros tiempos. Pero gobernar Madrid, capital del Estado y sede de sus grandes instituciones, es un logro político vital y de lo más gratificante; si, claro está, la tarea se cumple con un poco de talento y al compás de los gobernados, sin cabrearles como han hecho algunos de sus ediles más torpes. Marcando los tiempos de la vecindad, obligados por su sentido del acogimiento y de la cercanía social, en un espacio en el que han convivido apretadamente las corralas con los palacios señoriales, el arrabal con la expansión residencial, los reyes con el pueblo llano y donde la verbena, el chascarrillo, las chanzas populares, pero también el mundo de la ciencia, de la cultura, de las artes y de las letras…, han sido señas de identidad reconocidas por propios y extraños.
Madrid es Madrid porque sus vecinos han marcado la pauta de la política nacional, con aciertos y con errores, derrocando o encumbrando gobiernos y reinados, declarando la guerra y haciendo la paz, señalando el prestigio y el desprestigio social y profesional, combatiendo invasores y dictadores, imponiendo modas…, sin cerrar puertas ni imponer condiciones a nadie. Y hasta conformando épocas como la de la ‘movida madrileña’, instaurada bajo el mandato municipal de Enrique Tierno Galván, cariñosamente identificado de forma prematura como el ‘viejo profesor’ y que terminó muriendo con las botas puestas en la Casa de la Villa, lanzando soflamas divertidas y edictos absurdos de imposible cumplimiento, pero que distraían al personal y vivificaban una ciudad a la que siempre le ha ido la marcha.
Y eso pegó en Madrid (aunque a algunos les pesara), que es una ciudad abierta y bullanguera como pocas en el mundo, amiga del ocio, de la cultura sin IVA, de las corridas de toros, del fútbol (con tres equipos en primera división), de las cañas y las tapas, del chocolate con churros en las frías madrugadas de la resaca festiva… Y seguirá pegando si sus gobernantes aciertan a entenderla, en llevarla de las riendas al ‘tran-tran’, sin malos modos ni broncas estúpidas, al gusto de los gobernados, con las calles limpias y los transportes funcionando y sin guindillas de los que recetan multas como si fueran aspirinas y disfrutan tocando el pito a destiempo.
El Madrid de la movida latía efectivamente con ecos universales y su pulso acompañó a los gobiernos de la nueva democracia (de 1979 a 1986), antes de que en ella camparan a sus anchas el ladrillo y la corrupción política. Antes de que se aguachinara la vida universitaria, se cerraran teatros, cabarets y cafés de comedia a mansalva, se hundiera el hipódromo de La Zarzuela, proliferara la prostitución callejera o creciera la deuda municipal hasta hacer imposible el sostenimiento saneado de la ciudad y un modelo de convivencia envidiado más allá de nuestras fronteras…
Tierno Galván fue un alcalde de extracción intelectual que, yendo a más, supo despojarse de su condición profesoral -y de su difusa ideología- para suscitar una extraña unanimidad social a su favor, más allá de la afiliación política. Practicando un populismo castizo que conectaba al mismo tiempo con la juventud y con la tercera edad, traspasando fronteras hasta convertir la ciudad en un paradigma del municipalismo nacional y referente mundial a pesar de sus carencias y sus problemas, en el corazón de una forma de sentir y de vivir difícilmente mejorable y que aún pervive en la memoria colectiva…
Pero Antonio Miguel Carmona, candidato del PSOE a la Alcaldía de Madrid, no es un Tierno Galván, ni un Joaquín Leguina (que en el 2003 hubiese sido mejor candidato socialista que Trinidad Jiménez, que también era una ‘peso ligero’ de la política), por mucho que se trajine las tertulias televisivas y por muchos amigos periodistas que le amparen, dicho sea sin intención de menospreciarle ni de cuestionar sus valores humanos ni su capacidad de trabajo. El gobierno capitalino reclama otro peso específico mayor, aunque haya soportado alcaldes sin fuste ni muste, porque Madrid es mucho Madrid, mucho es lo que acoge y mucho lo que en ella se guisa.
De ahí que, en el caso del foro, el candidato a regidor (como Villa y Corte antes tuvo un ‘corregidor’ de designación real) haya de ser destacado, prevaleciendo su categoría personal y su capacidad de ‘conectar’ con el pueblo -hoy más si cabe con el pueblo joven- sobre las siglas políticas que le respalden (porque en el fondo Madrid también es un pueblo). Hasta el punto de que los conocedores del paño sostienen que, en la capital, el alcaldable puede ser votado por electores que en otros ámbitos apoyan a partidos contrarios.
Dicho de otra forma, la exigencia ciudadana es de tal nivel que el valor de la persona candidata prevalece sobre el compromiso con los partidos. Y así se ha comprobado cuando algunos candidatos municipales han sacado más o menos votos que su propio partido en las elecciones autonómicas paralelas.
En Madrid siempre se ha preferido que la Alcaldía fuera ocupada por una personalidad en vez de por unas siglas de partido, sea éste el que fuere. Otra cosa es que los líderes políticos no lo hayan sabido ver, estrellándose de continuo con candidatos de chicha y nabo, lo que no es incompatible con que en su caso gane el menos malo (razón por la que Ruiz-Gallardón logró tres mayorías absolutas en 2003, 2007 y 2011)…
Todo ello con independencia de que, por ese mismo rango de relevancia municipal (incluida la poblacional), sea bastante difícil que un partido pueda ganar las elecciones de la CAM si no gana las del ayuntamiento capitalino. Porque éste voto puede arrastrar el autonómico, sin viceversa.
Y en eso está Esperanza Aguirre, o estará si llega a ser candidata (que deberá serlo de forma razonable porque -sin un banquillo decente- el Dedo Divino del PP no puede señalar nada mejor ni más apropiado al caso). A la lideresa, que cabalga a lomos de la aristocracia y el casticismo sin complejo alguno, le sobran tablas para llamar ‘cachondo’ a Jordi Évole (el temido ‘Follonero’), dejarle plantado en una entrevista televisiva de prime time, marcarse un bailable con Joaquín Sabina allí donde le pille o darle un corte de mangas al mismísimo Rajoy (de los muchos que se merece), todo ello bajo el foco mediático, a cámara abierta, ‘marcando paquete’ que dicen los castizos.
Aguirre es una jabata que lo mismo hace de Juana de Arco, de chulapa o de Manuela Malasaña si viene al caso, repudiada claro está por la progresía de capa caída, pero a la que el ayuntamiento capitalino no viene grande y a la que nadie le pisa un callo sin enterarse de lo que vale un peine. Un todo terreno de la política, capaz de meterle pico y pala a lo que haga falta y de armar la remolina donde otros pasan de puntillas o se ponen de canto para no comprometerse, aunque a veces se lance a la piscina con los tiburones y cocodrilos sueltos; una peleona que difícilmente dejaría en casa y sin votar a los más fieles seguidores del PP, cosa apreciable en las horas bajas del partido, cuando los centristas ya lo han abandonado como alma que lleva el diablo.
Los demás candidatos son irrelevantes o todavía se desconocen. Y la batalla electoral de la CAM es otra guerra de distinto planteamiento, difícil de ganar sin tomar los ‘altos del Golán’ de la Villa y Corte, o sea la Plaza de Cibeles. Sólo un frente Podemos-Ganemos (y fuerzas asimilables) puede poner en peligro la victoria electoral de Esperanza Aguirre, aunque ésta tampoco equivalga, ni mucho menos, a poder gobernar, cuestión de posterior tratamiento sobre la que todavía no se pueden hacer cábalas.
Lo dicho: Madrid tiene tela. La batalla por su Alcaldía es de altos vuelos y en ella encajan mal los políticos noveles y sin fogueo previo. Y quien no lo vea así desconoce lo que se cuece en el foro, que sobre todo se quiere ver representado con suficiente dignidad y empaque y no por ‘pelamanillas’ de tres al cuarto, sean del partido que sean. Lo veremos el 24 de mayo.
Fernando J. Muniesa
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